22 HOMILÍAS PARA EL CICLO A
1-8

1. CO-SO/QUE-ES

Recordemos lo que hemos escuchado en el evangelio. Las palabras de JC nos han hablado repetidamente de "vida". Vida que es comunión con Dios y, por tanto, es para ahora y para siempre. Una vida que significa vivir como hijos del Padre siguiendo el camino de JC, vivificados por su Espíritu.

-Las tres lecturas nos han hablado -de diversos modos- de la Eucaristía como alimento. El mismo signo fundamental de la Eucaristía que JC nos dejó -el signo del pan y del vino- es suficientemente elocuente. Pero empequeñecemos la fuerza de este alimento. Quiero decir que la imaginamos muy según nuestra concepción. Por ejemplo, hay quien piensa en la comunión como un premio y quizá por ello bastantes cristianos asisten a misa pero habitualmente no se atreven a comulgar. Otros la reducen a una especie de vitamina espiritual que ayuda a vencer defectos y dificultades (aprobar un examen, por ejemplo). Otras veces la reducimos a un simple gesto de fraternidad entre nosotros.

Hay algo en estas concepciones que responden a la verdad, pero hemos de reconocer que la Eucaristía, como alimento para nuestro camino, es mucho más. Fundamentalmente es lo que expresa la misma palabra: es una comunión con JC. "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él", dice JC. La Eucaristía no es un premio, porque es el mismo JC quien quiere dársenos y no porque nosotros lo merezcamos. Y se nos da para algo más que para vencer unas dificultades o ser signo de fraternidad. Es esto, pero es bastante más: es comunión para vivir como hijos de Dios, como él vivió. Que la realidad de nuestra vida esté muy lejos de este ideal, no nos autoriza a empequeñecer o desfigurar lo que la Eucaristía es.

Al comulgar, afirmamos nuestra fe y nuestra esperanza en que es posible y queremos seguir el camino de JC, aunque de hecho nos quedemos a medio camino. Pero lo más importante no es si nosotros lo hacemos y queremos, sino que Dios lo quiere. El hecho fundamental, por tanto, es que Dios se nos da como alimento por JC. Sólo aceptando que esto es el hecho primero y fundamental, podemos entender qué significa que la Eucaristía es también para nosotros un "compromiso". O dicho de otro modo: que nosotros al comulgar nos comprometemos porque nos incorporamos a una corriente de vida. Comulgar obliga a una opción: la de seguir el camino de amor de JC. Pero no como una iniciativa nuestra sino como una respuesta al Amor de Dios.

Se trata de una cuestión de coherencia, de ser consecuentes con lo que hacemos. Es lo que hemos leído en la carta de san Pablo: ¿cómo comulgar con Cristo y no amar? El comulgar con el cuerpo de Cristo juzga nuestra vida, la impulsa a mayor amor. La mejor acción de gracias que podemos hacer es repetirnos simplemente estas palabras: he comulgado en el Amor de Dios. Y que estas palabras juzguen, iluminen, alimenten, vivifiquen nuestro camino de cada día.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1981/12


H-2. J/ENCARNACION:

1. Jesús hace un don a los hombres: su carne; es decir: su Espíritu no lo transmite fuera o al margen de su realidad humana, sino a través de la misma, a través de su carne, donde el don de Dios a los hombres se hace concreto, real, histórico.

La protesta de los judíos es reflejo del escándalo que para ellos suponía que Dios fuese hombre; ellos, como muchos hoy día, prefieren un Dios lejano, metido en su celeste esfera, cerrada y transcendente. Allí, quietecito, es más cómodo. Todo lo que sea mostrar a Dios en su intención de acercarse al hombre, de ser carne y de dar algo, dar su propia carne, es molesto, porque exige una respuesta también "carnal" por parte del hombre. Si Dios se hace Hombre es para que el hombre no se escape por lo "espiritual". Dios abre esa esfera en Jesús y así se hace hombre, vive con el hombre y se comunica con el hombre.

2. Dios por tanto, no está en el "más allá"; se ha hecho hombre, carne; y a partir de Jesús todo don divino será a través de la carne. Dios dará su Espíritu al hombre, pero será su propia carne la que lo exprese, lo contenga y lo transmita.

A quienes piensan en un Dios del "más allá", todo esto les escandaliza; les parece imposible que Dios pueda ser visto y tocado y comido. Sin embargo, Dios quiere entrar en el campo de la experiencia humana. Y lo hace a través de la "carne" de Jesús. Y cuando Jesús haya muerto y resucitado y su carne ya no sea tal, Dios continuará su presencia en el mundo a través de la Iglesia, cuerpo-carne visible del Cristo celeste; y, en concreto, a través del sacramento de la Eucaristía, sacramento que expresa y realiza a la Iglesia.

3. Aceptar a Jesús, adherirse a él, equivale a "comer", y significa asimilar su realidad humana, que se da al hombre en su vida y en su muerte; de esta manera se recibe y se posee la vida que no conoce fin ni depende de los avatares humanos.

El Espíritu que se recibe hace que el hombre sea capaz de amar y entregarse del mismo modo que amó y se entregó Jesús; el discípulo, que debe seguir los pasos del maestro, con Jesús y como Jesús se da a sí mismo incluso hasta la muerte, por el bien del hombre; como Jesús, ni la muerte puede atemorizar o paralizar al discípulo, pues ambos saben bien que la vida que poseen está muy por encima de la muerte.

4. Claramente se puede observar que el contexto en que se mueve esta perícopa es eucarístico. Y la eucaristía se presenta aquí no como un acto pío, sino:

-desde Jesús, como un memorial de su muerte y resurrección, como un don que comunica su amor y su vida;

-desde el discípulo, como una aceptación del don de Dios; y de esta aceptación nace una experiencia de vida y amor que se convierte en norma de su conducta. Jesús, alimento de su comunidad, produce en ella el amor, la entrega y la alegría; el don vida-amor de Jesús lleva al discípulo al don de si mismo; es el amor que responde al amor.

La comunión, por tanto, pone al creyente en camino de identificación con Jesús, quien, de este modo, pasa de ser un modelo exterior que imitar a una realidad interiorizada; la comunión produce la sintonía con Jesús y hace vivir identificado con él, hace vivir como él. Como Jesús vive por y para el Padre, es decir, en total dedicación a cumplir el designio de Dios Padre de dar vida al mundo, el discípulo, el que come la carne y bebe la sangre, no puede vivir con otra actitud que esa misma dedicación al mismo designio de dar vida al mundo.

Así como Jesús recibe la vida del Padre y responde dedicando al plan del Padre, los discípulos reciben la vida de Jesús y deben responder dedicando a Jesús su vida.

5. Jesús ha expuesto en este Evangelio la condición necesaria para crear la sociedad que Dios quiere para el hombre -que es la única que le permitirá una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios para la creación-: el amor de todos y cada uno de los hombres por todos y cada uno de los hombres, sin regatear nada, sin escamotear nada; el mismo Jesús está dando al hombre, en su carne y su sangre, la posibilidad de esa vida construida sobre ese amor total.

DABAR 1981/36


3.

-No sólo de pan vive el hombre: Estas palabras, que acabamos de escuchar en la primera lectura y que pertenecen al libro del Deuteronomio, nos recuerdan exactamente las que pronunció Jesús frente al diablo en el desierto de las tentaciones. Jesús quería dar a entender que por encima de las necesidades que nos aquejan, está la imperiosa necesidad de libertad. No se puede vivir a cualquier precio, cuando el precio de costo es la propia dignidad humana. Y en ese mismo sentido escribe el autor deuteronómico, para suscitar la esperanza del pueblo y levantar su moral que andaba por los suelos.

La interpretación de esas palabras del Deuteronomio, la encontramos en el evangelio que hemos escuchado, en las palabras de Jesús durante la última cena, la noche antes de padecer. Jesús se presenta como el pan vivo, el pan de vida y para la vida. Del pan, que todos necesitamos y que es el símbolo de las necesidades humanas, Jesús nos ofrece el pan, por el que todos suspiramos y que es el símbolo de la libertad, del amor y de la felicidad.

Pues tenemos que comer para vivir, pero en modo alguno podemos reducir nuestra vida a comer o consumir, si nos sentimos personas, si nos sentimos hijos de Dios.

COMUNION/QUE-ES: Hoy, al recordar las palabras de Jesús, precisamente en la eucaristía, que es memoria de Jesús, tenemos que tener los mismos sentimientos de Jesús y la misma coherencia de vida que el Maestro. Porque Jesús, que celebró el rito la noche del jueves santo, dio su carne y su sangre el viernes santo en el sacrificio de la cruz por la vida del mundo. Comulgar no es, como piadosamente se suele decir, recibir a Cristo, sino entrar en comunión con él, hacer causa común con Jesús. Y bien sabemos que la causa de Jesús es el hombre, sobre todo el débil, el oprimido, el empobrecido, el explotado, el reducido a la miseria y al hambre.

-Pero el hombre también vive de pan: Porque es muy fácil, muy cómodo, repetir que el hombre no vive sólo de pan, cuando se tiene pan en abundancia. Pero así malinterpretamos la palabra de Dios, burlamos el sentido de la Escritura y soslayamos nuestra responsabilidad cristiana y nuestro compromiso en la comunión. Cuando Jesús repitió las palabras del Deuteronomio frente al diablo, no negaba la necesidad de pan que tiene el hombre, sino el modo de procurarse el pan y la ambición de acaparar pan convirtiendo en pan todas las piedras.

No todos los modos de ganarse el pan están de acuerdo con nuestra dignidad. En un mundo donde los hombres proveen a sus necesidades con el trabajo, cualquier otro procedimiento resulta lesivo para su dignidad. No es lícito mantener un sistema que produce pobres en abundancia y luego inventar alternativas cicateras para proporcionarles el pan con cuentagotas. Pero tampoco es conforme con la dignidad humana dedicar todos los esfuerzos para acumular pan o riquezas, incluso a costa del empobrecimiento y hambre de los demás.

La primera exigencia de la dignidad humana es la igualdad. Toda discriminación, que lesiona la dignidad del prójimo, lesiona la dignidad del hombre y, en consecuencia, la mía y la nuestra, pues también nosotros somos hombres. Sentimos como propias las injurias que se infieren a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra nación... ¿Y no sentimos como propias las injusticias contra los pobres, los que tienen hambre y sed, los que carecen de trabajo, los que se ven privados de casa, los marginados, que también son hermanos nuestros?

Compartir el pan con los pobres es comulgar con Cristo: Y viceversa, comulgar con Cristo es compartir el pan con los hermanos. Porque "el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos de un mismo pan". Con estas palabras Pablo alude inequívocamente a la incorporación a la Iglesia, que es la prolongación y continuación del cuerpo de Cristo. De ahí que la eucaristía, que es el sacramento del cuerpo de Cristo, es también e inseparablemente símbolo de la iglesia. La comunión en lo santo es el fundamento de la comunión de los santos, la solidaridad entre todos los cristianos llamados a la santidad.

Comulgar es reforzar el símbolo y lo simbolizado, el rito y la vida. Porque el sacramento no sólo significa, sino que realiza; no es sólo un reclamo, sino también un imperativo y una llamada para hacer de verdad lo que representamos. sin embargo, podemos no sólo usar, sino abusar del sacramento con riesgo de mutilar su significado. Lo que sucede cuando separamos irracionalmente el sacramento de la vida, la Misa de la mesa. Lo que sucede también cuando nos acercamos a comulgar con la actitud del consumidor, sin contar con los demás y sin tenerlos en cuenta, como si la comunión fuese el alimento del alma y no el alimento de la comunidad.

No podemos comulgar de espaldas al mundo y a los hermanos. No podemos pertenecer a la Iglesia, como se pertenece a un club para utilidad propia. La eucaristía funda a la iglesia como comunidad de servicio al mundo, como prolongación del cuerpo de Cristo, que se ofrece en la cruz por la vida del mundo. De ahí que la comunión, al tiempo que nos incorpora y mantiene en la Iglesia, nos vuelca y compromete en el servicio a los hombres, en solidaridad con todos y especialmente de los pobres. Por eso no comulgamos de verdad, si reducimos nuestra solidaridad a la espiritual y la negamos a los demás ámbitos de la vida; no tomamos en serio la comunión, si no tomamos en serio la vida, la justicia, la fraternidad.

EUCARISTÍA 1987/29


4.

La voz antigua que pregunta: "Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano?" se entremezcla, por un instante, con aquella otra que, en medio de una comida de amigos, de "despedida", dijo: "Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre". Ambas frases tienen algo en común: la hermandad y la muerte. Caín mató a su hermano (¿cuántos Caínes hoy siguen matando al hermano?), y en aquel acontecimiento se juntaron la fraternidad y la muerte. Jesús -nuestro Hermano- sería también llevado al matadero (por su propio pueblo, no olvidarlo). Abel -figura viejotestamentaria de Jesús- y Este mueren en aras de una Humanidad más justa, más amante. Antes de morir, Jesús -que prevé su final- hace algo insólito, que va a dar sentido a todo el futuro del cristianismo: se ofrece a sí mismo, no sólo como víctima, sino incluso como comida y bebida: "Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre".

Traicionaríamos el tremendo testamento eucarístico de Jesús si no tuviéramos presente que El sigue vivo entre nosotros; que, no obstante, le matamos con frecuencia, y que, paradójicamente, "su" comida y "su" bebida nos dan la vida.

"HACED ESTO EN MEMORIA MIA". En veinte siglos de "memoria" del Jesús del Evangelio, ¿qué ha quedado entre nosotros de su imagen? La pregunta "Jesús, quién eres", O "Jesús, ¿dónde estás?" sigue estando latente en nuestros corazones limitados, olvidadizos. Día tras día los cristianos han celebrado la "memoria" de Jesús, sacramentado en la Eucaristía.

Pero ¿cómo hacer frente a esta rutina? Siguen los asesinatos fraternos, continúa la ambición poseedora del hombre, sus exclusivismos de propietario, ha desaparecido la emoción primera de los discípulos que lloraron ante un ajusticiado.

Es verdad: no es ahora su "presencia física" la que aparece, la cual hubiéramos admirado (como se le admira en los films que la juventud hace, tratando de "encontrarle"). Su recuerdo se ha hecho "rito", "sacramento", "símbolo" y "acto comunitario". Pero hay muchos cristianos que "lo han perdido" y que no saben distinguirle en la "celebración", y muchos más los que, por supuesto, no le perciben ya en los pobres, en los perseguidos, en los creyentes ni, desde luego, en los ajusticiados. Se explica, por ello, la "moda de Jesús", cuyo rostro se vende en gorras, camisetas, banderines, posters... Es que Jesús "no aparece entre los hombres", es decir, los hombres no distinguen la presencia de Jesús entre su prójimo.

En la comunidad eucarística, ciertamente, los cristianos hacen la "memoria de Jesús", de su vida, de su muerte, de su resurrección.

La memoria de su Cuerpo y Sangre -a través del pan y el vino, frutos de los sudores del hombre, cotidianos-. ¿Hasta qué punto esta "memoria" ha podido quedarse en eso, para muchos, en pura memoria? ¿en qué medida Jesús -su Cuerpo y Sangre- sigue vivo entre nosotros? La iglesia, en el Evangelio de hoy, da todos las pistas necesarias para que el misterio del Cuerpo y Sangre de Jesús no quedase reducido a una mera "memoria":

-"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo" (No sólo da testimonio de que es "comida", sino de que sigue "entre nosotros").

-"El que come de este pan vivirá para siempre" (Valor trascendente, escatológico y liberador de la Eucaristía).

-"El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". (Valor universal de la redención. Valor comunitario. Valor solidario. Empiezan a adquirir sentido ciertos valores largos siglos despreciados: los ecumenismos, los comunitarismos, las inquietudes sociales. Comienza a tener sentido la "lucha por la liberación humana", que entronca con esta frase de Jesús que alude a la "vida del mundo").

-"Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis la sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él... El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí... El que come de este pan vivirá para siempre..." ¿Podrán quedar reducidas todas estas frases de Jesús (Jn. 6, 51-59) a mera palabrería o meros jeroglíficos? No es posible. Se hace preciso, necesario, urgente, buscarle su más profundo significado, para que su vida, su muerte, su entrega como bebida y comida no queden baldíos.

"YO SOY LA VIDA". Se hace urgente, pues, un análisis crítico de nuestras Eucaristías. Un análisis crítico no quiere decir "destruirlas", sino "perfeccionarlas", darles sentido, darles vida, alejarlas de la rutina, la mentira y los pobres cumplimientos obligados.

Comer y beber "la Vida" es comer y beber el amor a la vida y todo lo que ésta conlleva: libertad, justicia, participación, hermandad. Una Eucaristía que quede reducida a un mero acto litúrgico es una traición a la última cena de Jesús, de la cual nació, nada más y nada menos, toda una Iglesia. Pero no una Iglesia "de papel", sino una iglesia de hermanos, de apóstoles, de testigos, de mártires. Una Iglesia "militante" (¿qué se hizo de esta palabra?, ¿quién la confundió con otros estamentos?).

Comer y beber la carne y la sangre de Jesús es alimentarse y alimentar a una Humanidad raquítica y necesitada de Jesús y de todo lo que representó Jesús. Una humanidad que para poder llamarse cristiana precisa hacer desaparecer sus insultantes clasismos, sus enormes diferencias, sus cotidianas injusticias, sus odios. Es triste que durante veinte siglos la Iglesia de Cristo haya venido realizando diariamente tantos miles de Eucaristías, y ¡todavía en 1975! se den en la propia Iglesia tantas contradicciones, tantas diferencias y tantas faltas de amor. El hecho de que pueda sonar a "tópico" no quiere decir que esto no sea una dolorosa y lamentable verdad.

Jesús avisó de que "podíamos comer y beber nuestra propia condenación". ¿No sucede esto cuando participamos en la Eucaristía a sabiendas de que no somos, igualmente, partícipes del sufrimiento del pobre, de su falta de trabajo, salario, vivienda, opinión, cultura? COMER EN EL MISMO PLATO.

La primera carta de San Pablo a los Corintios da un poco más de luz en torno a todos los interrogantes anteriores.

"El Cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo?" Evidentemente: comer del mismo pan, beber del mismo vino, ¿no implica un tremendo y serio compromiso comunitario entre los cristianos? ¿A qué ha quedado reducido este compromiso? ¿Sería posible, entre nosotros, al menos, enumerar ciertos aspectos del mismo? ¿O sería, más bien, "salirnos del contexto" eucarístico? "LO TUYO, ¿ES TUYO?" "Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer en estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones... El te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios..." Así comienza la primera lectura de esta fiesta (Deut. 8). Es una descripción que nos recuerda en cierto modo nuestro carácter peregrinante y fraterno, la lucha de la vida y las ansias de la liberación. La segunda parte es más sutil: "No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres..." La primera lectura nos coloca en nuestra exacta condición de hombres peregrinantes, alimentados por la Palabra liberadora de Dios, que nos da la esperanza de ser salvados de los dragones y alacranes (¿quienes son en la vida?), de la sed (¿dónde está, ahora, la sed de los hombres?), de la esclavitud (¿bajo qué formas modernas se expresa esta esclavitud, esta opresión?)....

Evidentemente, no podemos reducirnos a lamentar la situación presente. Es preciso mirarla con perspectiva "escatológica". Pero tampoco reducir la vida del hombre a una mera trascendencia más allá de la muerte. Cristo dio la vida en favor de una Humanidad presente y viva, mejorable, necesitada de amor, de justicia, de libertad, de paz, de fraternidad, de alegría, de gozo de los bienes creados.

Esto, y la purificación de los males personales, comenzará a dar sentido nuevo a una liturgia cristiana de un jueves que, también lo ha dicho el pueblo, "reluce más que el sol". Pero que no puede encontrar respuesta adecuada sólo si la Liturgia es bella y sólo si sale un buen día.


5. CO-SO/I  EU/I

-"EL PAN QUE PARTIMOS...": La eucaristía se configura y se desarrolla como un banquete, es decir, como una comida revestida de cierta solemnidad festiva, que se hace en honor de una persona o para celebrar un feliz acontecimiento. En la eucaristía hay una mesa rodeada de comensales, adornada con flores y luces, con sus manteles blancos, sobre los que se colocan el pan y el vino, y, llegado el momento, no faltan tampoco los cantos y hasta unas palabras del presidente alusivas al acto que se está celebrando.

Se trata, como puede verse, de una comida simbólica y, por lo tanto, más de un símbolo que de una comida para satisfacer el hambre de cada cual. Ahora bien, ¿qué significa este símbolo? Escuchemos lo que nos dice Pablo a este respecto: "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos de un mismo pan". En un primer nivel de lectura, las palabras de Pablo interpretan la eucaristía como símbolo de pertenencia a un mismo grupo que es la Iglesia. Los que comen de un mismo pan, los que comulgan o van a misa pertenecen a la misma iglesia y se diferencian de los que no comulgan. Por eso, cuando uno no se siente identificado con la iglesia no va a misa. Y cuando la iglesia rechaza a uno de sus miembros, lo "excomulga", esto es, le impide acercarse a la eucaristía. Porque el pan que se comparte es aquí símbolo de la iglesia a la que se pertenece.

-"¿NO NOS UNE A TODOS EN EL CUERPO DE CRISTO?: Pero la iglesia no es un grupo que, una vez constituido, se dote a si mismo de un símbolo en el que representarse, antes bien se constituye en iglesia al recibir en un símbolo y como su propio símbolo el mismo cuerpo de Cristo. Si el pan que partimos es para los creyentes símbolo de la iglesia es porque antes ese mismo pan es aceptado por muchos como símbolo en el que recibimos el cuerpo de Cristo. Al comer todos de un mismo pan, que es el cuerpo de Cristo, nos incorporamos todos a Cristo para formar con él un mismo cuerpo. La iglesia es la extensión, y, en cierto modo, la plenitud del cuerpo de Cristo. Por eso la eucaristía es inseparablemente el símbolo o sacramento del cuerpo de Cristo y de la Iglesia. No podemos incorporarnos a Cristo sin incorporarnos a la iglesia de Cristo.

CO-SO/CLIENTE: Sin embargo, hay un uso y un abuso de la comunión que mutila su significado. Cuando cada cual comulga por sí y para sí mismo, prescindiendo de los demás miembros de la Iglesia, adopta ante la Iglesia la actitud de un cliente, es decir, recibe de la Iglesia lo que él considera el cuerpo de Cristo, pero no se integra en la Iglesia, ni se incorpora al cuerpo de Cristo. Por el contrario, cuando se comulga con la Iglesia y se recibe la eucaristía sólo como símbolo de pertenencia a la iglesia, no se acepta el cuerpo de Cristo y se despoja a la Iglesia de su misterio.

-COMULGAR CON CRISTO, COMULGAR CON SU CAUSA: El día antes de padecer, Jesús se reunió con sus amigos para celebrar la Pascua.

Cuando la cena ya había comenzando, Jesús tomó el pan y, dando gracias al Padre, lo repartió a sus discípulos, diciendo: "Esto es mi cuerpo". Y lo mismo hizo con el cáliz: "Este es el cáliz de mi sangre". Comer y beber con Cristo significaba entonces incorporarse a Cristo y a su causa, comprometerse en la entrega de Cristo por la salvación del mundo. Y eso es lo que significa también para nosotros la eucaristía. No podemos comer con Cristo el jueves santo y abandonarlo al día siguiente. No podemos incorporarnos a Cristo y olvidarnos que el cuerpo de Cristo es el cuerpo que se entrega por todo el mundo. Comulgar es unirse a Cristo y a los que son de Cristo para realizar en el mundo una comunión universal. Es comprometerse en el empeño de Cristo hasta la muerte. La Iglesia no puede celebrar la eucaristía de espaldas al mundo.

Pues la eucaristía constituye a la iglesia precisamente, y la compromete, como servicio al mundo.

EUCARISTÍA 1981/29


6.

La fiesta del Corpus, tan enraizada en el pueblo, puede ser ocasión de ayudar a comprender un poco mejor el sentido profundo de la eucaristía y sus exigencias en la vida. Pero procurando hacer ver que este sentido y estas exigencias no son exclusivas del Corpus, sino propias de toda celebración de la eucaristía.

Las siguientes ideas pueden ayudarnos a ello.

-UN GESTO DE ENTREGA. La Eucaristía no es otra acosa que la sacramentalización de aquel gesto de entrega total que fueron la vida y la muerte de Jesús. En la eucaristía Jesús se nos da, se nos entrega plenamente, hasta el punto que podamos vivir de él, "por él" (evangelio).

Por tanto, cada vez que celebramos la eucaristía, si queremos que nuestra acción tenga sentido, deberemos apropiarnos más este gesto de entrega de Jesús. Gesto que, si no se queda en puro sentimiento, deberá traducirse en una vida de servicio humilde y eficaz (referencia a la jornada de Cáritas). Aquí debería sugerirse, en consonancia con la asamblea, los modos concretos de ejercer este servicio y entrega en los diversos niveles: la familia, el ámbito laboral, el pueblo o ciudad, el país, y en relación con los grandes problemas del mundo que este día Cáritas suele presentar a nuestra consideración. Podríamos decir que la vocación del cristiano, a semejanza de la de Jesús, es poner en el mundo el máximo de amor posible. Vencer el mal con el bien. Esta es la única solución definitiva del cúmulo de males que sufre nuestro mundo. La violencia, del orden que sea, si bien en algunos casos inevitable, lo máximo que puede hacer es poner el mal a raya. Solamente el amor puede arrancar el mal de raíz. Porque solamente el amor puede transformar el corazón de las personas. Por eso la revolución del amor es la más radical.

SACRIFICIO Y MEMORIAL. Lo que acabamos de decir debe advertirnos ante ciertas concepciones sacrificiales de la eucaristía. Cierto que la eucaristía es sacrificio. Pero debe comprenderse bien. Una mala comprensión del sentido sacrificial de la eucaristía podría conducir (y ha conducido) a una espiritualidad desligada de la vida. Ofrecer, cuantas más veces mejor, el sacrificio de la misa nos dispensaría de ofrecernos a nosotros mismos. Pero, en este caso, olvidaríamos que el sacrificio de Cristo solamente puede llamarse así por lo que no tiene de sacrificio: no fue el ofrecimiento de unos dones exteriores, sino el ofrecimiento de sí mismo, la entrega de la propia vida (González Faus).

-COMIDA Y BEBIDA. Las tres lecturas de hoy -propias del ciclo A- insisten en el aspecto de alimento de la eucaristía: el maná y el agua del desierto (primera lectura), el cáliz y el pan partido (segunda lectura), el pan vivo y la sangre bebida (evangelio). En el pan y el vino de la eucaristía es el mismo Jesús quien se hace presente y se nos entrega para poder ser nuestra vida, nuestra fuerza y nuestra unión en el camino a través del desierto.

-PRINCIPIO DE COMUNIÓN. Esta idea desarrollada en la segunda lectura, puede hacerse desembocar también fácilmente en el mensaje de Cáritas. El sólo hecho de sentarse a la mesa para comer y beber juntos crea comunión. Pero mucho más cuando el pan y la bebida son uno solo: Jesucristo, con quien, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre, entramos todos en comunión.

Por eso cada eucaristía representa un compromiso de luchar contra toda clase de barreras, prejuicios y discriminaciones.

El grupo de seguidores de Jesús deberíamos poder presentar una alternativa. Ante una sociedad basada en el dinero, el prestigio y el dominio, presentar la novedad de una sociedad basada en el servicio, el compartir y el espíritu de las bienaventuranzas (J. M. Castillo).

-LA PROCESIÓN DEL CORPUS. Antes, la procesión llenaba la fiesta del Corpus. El centro de la fiesta debe ocuparlo, naturalmente, la celebración de la eucaristía. La procesión debe aparecer como una derivación de ésta. Quizás podría presentarse, tanto como un homenaje popular a Jesús Eucaristía, como la expresión de la voluntad de llevar a las calles y a las plazas de la vida -de nuestra vida de cada día- la eucaristía con todo su significado y exigencias.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL 1981/12


7.

-LA FUENTE DE LA VIDA SE HALLA EN LA EUCARISTÍA.

La fiesta del Corpus quiere ser un clamor que recuerde a los cristianos y al mundo: la fuente de la vida sólo se halla en Dios que se hace presente por Jesús en la Eucaristía. Hemos escuchado como el Deuteronomio recuerda a los israelitas que sólo el agua milagrosa y el maná -Dios presente y amándolos- les hicieron posible la vida en el desierto. Era el anuncio imperfecto y lejano de la Eucaristía.

Y los cristianos de hoy necesitamos recordar esta verdad, tal vez más que nunca. Porque contagiados del materialismo idolátrico que nos rodea por todas partes, podemos llegar a creer, también, que la vida (la felicidad, la plenitud personal, la seguridad, la paz, la construcción de la propia vida y del mundo) puede fundamentarse sobre nuestra fuerza y nuestro poder, nuestra capacidad de trabajo, la ciencia, la técnica, la sabiduría política, o el poder de las armas y del dinero.

En la fiesta de Corpus, la Iglesia recuerda a sus fieles desde el siglo XIII que sólo en Jesús está la verdadera vida, sólo quien come su carne y bebe su sangre tendrá verdaderamente la vida. y que sólo desde la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, construida por la Eucaristía, llegaremos al fondo último de la fraternidad humana.

-LA VIDA POR LA EUCARISTÍA. Efectivamente: las palabras que hemos escuchado en el evangelio de san Juan son rotundas: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros..." Queda muy claro: en la Eucaristía comemos y bebemos la vida. La Eucaristía es la condición de la vida en Jesús. Por nosotros y por el mundo entero: "para la vida del mundo".

Claro está que no se puede entender la Eucaristía como una especie de fuente mecánica o automática de una vida casi despersonalizada. Sabemos ciertamente que la Eucaristía es la culminación de la vida de la Iglesia y del creyente, al mismo tiempo que su fuente. Comer y beber el Cuerpo y la Sangre del Señor, exige todo un camino previo de aceptación de Jesús como Señor de la propia vida y de decisión humilde y sencilla, pero firme, de querer compartir con El Cruz y Muerte, para poder compartir, también, Resurrección y Vida.

-HERMANOS POR LA EUCARISTÍA. El fragmento de san Pablo que hemos escuchado nos llama la atención sobre una de estas exigencias que constantemente olvidamos, por incomprensible que parezca: la vida de Jesús es, también, vida en los hermanos. Bebemos de un solo cáliz, comemos de un solo pan y, por la vida recibida, formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo.

Es mucho más que una hermandad de raza, de pueblo, de amistad e incluso de sangre humana: es la hermandad vital de los miembros que viven de la misma vida en el mismo cuerpo, alimentados por la misma carne y la misma sangre.

Una hermandad que exige comunión y solidaridad sin fisuras y excepciones. En todo y para todos. Porque todos los hombres, incluso los no creyentes, están llamados por Jesús -¡y esperados!- a participar de la Eucaristía.

No es difícil deducir las consecuencias prácticas -radicales y perentorias- que estas verdades imponen a nuestras vidas, cuando pensamos en los hermanos más pobres y necesitados en el día de Càritas que hoy celebramos.

Todo este misterio de vida y de fraternidad presente en la Eucaristía, es lo que agradecemos, celebramos, veneramos y adoramos en las misas y en las procesiones del día del Corpus.

TEODORO UBEDA
MISA DOMINICAL 1981/12
Obispo de Mallorca


8. EU/COMIDA DE LA PALABRA Y DEL CUERPO

-TODA LA MISA, COMUNIÓN CON JESUCRISTO. El evangelio nos acaba de recordar algo que hemos aprendido desde pequeños: Jesucristo es nuestro alimento. Por eso El escogió el pan y el vino para expresar visiblemente, corporalmente, que su Cuerpo y su Sangre -es decir, su vida más personal, más profunda, entregada por amor a nosotros- es nuestra comida y nuestra bebida.

Esto se manifiesta y se realiza muy expresivamente cuando comulgamos. Es lo que se nos enseñó desde nuestra Primera comunión, es lo que saben, aprecian y valoran los niños y niñas que durante estos domingos han celebrado su Primera comunión. Pero este hecho de la comunión sacramental con el Cuerpo y Sangre del Señor, no debe hacernos olvidar que es toda la Misa la que es una comunión nuestra con Jesús. Por ejemplo, cuando escuchamos su palabra, su Evangelio, se establece también una comunión entre nosotros y El. Por eso decimos que la primera parte de la Misa, la parte de las lecturas que escuchamos, es "la mesa de la Palabra": una mesa en que se nos da un alimento que es el mismo Jesús.

Y, también, aunque es posible que pocas veces lo pensemos, la parte central de la Misa, lo que llamamos "la plegaria eucarística" -desde el prefacio, pasando por la consagración, hasta el amén antes del padrenuestro- es también una oración y una acción de comunión con Jesucristo.

-LA PLEGARIA EUCARÍSTICA COMO COMUNIÓN. El pasado domingo ya hablábamos de esta parte central de la Misa.

Permitidme que insista hoy sobre ella, para que todos la podamos vivir mejor como unión y comunión con Jesús, presente, vivo, activo entre nosotros.

Porque es la plegaria eucarística la que hace presente a Jesús resucitado entre nosotros. Mejor dicho: es el Espíritu Santo que invocamos quien hace presente entre nosotros -mediante la palabra y la acción de la Iglesia- a Jesucristo vivo. Y, por eso, gracias a ello, el Señor Jesús está aquí y está activo, activo en cada comunidad cristiana de un lugar determinado que se reúne para celebrar -como El nos mandó- su Eucaristía. Es decir, la plegaria eucarística es la oración que la comunidad cristiana hace -gracias al Espíritu Santo- en comunión real y activa con Jesús resucitado.

Porque en la plegaria eucarística con Jesús damos gracias al Padre. Ya desde el mismo comienzo de la plegaria eucarística, en el prefacio, brota esta acción de gracias al Padre por su amor, por todas las obras de amor que ha realizado para con nosotros. Las narraciones que los evangelios nos transmiten de la Ultima Cena nos dicen que Jesús "dio gracias" al Padre. Es lo que hacemos nosotros ahora, en comunión con Jesús. Y con Jesucristo, en la plegaria eucarística, también nos ofrecemos al Padre. Es una comunión de ofrecimiento, que adquiere fuerza y valor porque nuestro pobre ofrecimiento -ofrecimiento de lo que hacemos, pero sobre todo de lo que somos- lo unimos al ofrecimiento que Jesús en cada Misa renueva. Es, el de Jesús, el mismo ofrecimiento lleno de amor hasta el extremo que realizó en su Pasión, Muerte y Resurrección. Nosotros recordamos -hacemos el "memorial"- de este paso cumbre de la vida del Señor -su Pascua- y a este recuerdo va unido nuestro ofrecimiento.

Y con Jesucristo pedimos que venga a nosotros el Espíritu Santo, el gran Don que el mismo Jesús nos entregó. Pedimos en cada plegaria eucarística -después de la Consagración y del memorial con nuestro ofrecimiento- que el Espíritu Santo nos santifique y vivifique, es decir, nos haga más fieles seguidores de Jesús en toda nuestra vida. Y con Jesús, también, antes de terminar la plegaria eucarística, pedimos por toda la iglesia -con un recuerdo especial por quienes tienen en ella mayor responsabilidad-, por nosotros, por "todos los hijos de Dios dispersos por el mundo". Como pedimos también con Jesús por todos los difuntos, para que todos vivan en la plenitud de felicidad que también nosotros anhelamos. Todo ello, en comunión con Jesús y también con María, con los apóstoles, con todos los santos conocidos o desconocidos que están ya junto a Dios.

Toda la plegaria eucarística es, pues, oración de comunión real y activa con Jesucristo. Por eso, la terminamos con aquellas palabras que resumen esta íntima unión con Jesús: "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". Y el "amén" solemne, firme, de toda la comunidad, rubrica, confirma todo lo dicho en la plegaria eucarística.

Así, luego, podemos decir también con Jesús la oración que El nos enseñó. Así, luego, podemos darnos la paz que es su paz de amor fraternal. Así, luego, podemos comulgar sacramentalmente con su Cuerpo y su Sangre. Para que, así, Jesús esté también presente y activo en cada uno de nosotros, durante toda la semana, en todo lo que hagamos.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/13