COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Exodo 34, 3-8

 

1. Repitámoslo una vez más, si leemos esos viejas textos no es para hacer arqueología. Aunque es evidente la utilidad de un comentario que ayude a comprender los hechos históricos antiguos y costumbres de una civilización caducada ya en muchos países actuales. Pero los sentidos profundos son siempre válidos y también lo son los hábitos de Dios que los expresan.

-Bajó Moisés del Sinaí y refirió al pueblo todas las palabras del Señor... El pueblo respondió a una voz: «Cumpliremos todas las palabras que el Señor ha dicho." Todos habremos notado ese detalle significativo: al pueblo de Israel le fue mandado guardar las distancias, quedarse al pie de la montaña, bajo amenaza de muerte a quienquiera quisiera acercarse (Éxodo 19 12).

El «sentido» de ese rito es claro y siempre actual, aunque se deba traducir HOY de otro modo: Dios es misterio, Dios es lo absoluto, un foso infranqueable separa a la criatura del Creador... sin embargo, Dios ha previsto unos puentes para salvar esa distancia, Moisés sube hacia Dios sirve de intermediario.

Jesús, sobre todo, será ese mediador que nos acerca Dios y abre el diálogo definitivo, esta Palabra a la que nosotros podemos responder.

-Moisés escribió todas las palabras del Señor... Levantó un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel... Mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen sacrificios. Tomó Moisés la mitad de la sangre, la derramó sobre el altar y con la otra mitad roció al pueblo. Trato de imaginar esos ritos: ¡la sangre de las víctimas esparcida sobre el altar -que representa a Dios- y sobre el pueblo! Todo esto simboliza la alianza: en adelante, Dios y ese pueblo están vinculados con la «misma vida», con la «misma sangre».

-«Esta es la sangre de la alianza que según todas estas palabras, el Señor ha establecido con vosotros. Son casi las mismas palabras que empleó Jesús para expresar la nueva Alianza en su propia sangre.

La misa ¿significa para mí la Alianza que Dios ha hecho conmigo? No estoy nunca solo: ¡tengo a «Dios-conmigo», tengo un aliado! Esto debería ser una fuente inagotable de alegría.

El cristiano debería vivir sin desaliento alguno: porque participa del plan de Dios sobre el mundo y es el aliado del proyecto divino que no puede fallar.

La misa significa también la Alianza que nos vincula a los demás. No soy el único aliado de Dios, individualmente: la liberación, la alianza, son fenómenos colectivos. Todos somos solidarios. Somos todo un pueblo que vive unido el rito.

-Tomó Moisés el libro de la Alianza y lo leyó ante al pueblo, que respondió... Escuchar juntos la misma Palabra y contestar juntos, es también un rito de Alianza. Es la primera parte de la misa, en la que Dios está ya presente. Cuando se han escuchado los mismos pensamientos, se ha comenzado a comulgar en las mismas verdades, en el mismo proyecto: el de Dios.

¡Cuán lejos suelen estar nuestras «asambleas cristianas» de este ideal de la alianza!

-"Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor". Ciertamente, los ritos son necesarios, esos momentos particulares en los que se celebra la Liberación y la Alianza. Pero la finalidad de las liturgias no está en sí mismas, sino que nos retornan a nuestra vida ordinaria en la que tenemos que vivir la Palabra de Dios y cooperar a su voluntad.

Ayúdanos, Señor, a practicar, a cumplir tu voluntad, en el núcleo de nuestras existencias cotidianas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5 
PRIMERAS LECTURAS PARA EL
TIEMPO ORDINARIO DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983. Pág. 198 s.


 

2. Ex/24/01-18:

Dentro de la profunda experiencia que el pueblo hace de la manifestación de Dios en el Sinaí, la celebración de la alianza ocupa un lugar privilegiado. Así, todo el pueblo participa en este misterio que afecta realmente al futuro de todos. Yahvé, por medio de Moisés, propone la alianza (v 3): él será el Dios de Israel, es decir, su libertador, su defensor, su realizador. Y el pueblo será el pueblo de Yahvé: con toda libertad construirá su personalidad de acuerdo con la voluntad de Dios. Inmediatamente se escribe un memorial -el libro de las palabras de Yahvé- y se erige un testimonio: doce piedras (v 4c), las cuales recordarán las doce tribus que presenciaron el compromiso de todo el pueblo con Yahvé. Después, la alianza es sellada con sangre como era costumbre en la antigüedad (5.6.8). Por eso se sacrifican víctimas: unas se ofrecen en holocausto, es decir, se queman por completo; otras se inmolan como víctimas pacíficas o de comunión, dando lugar al banquete ritual, que significaba la comunión del pueblo con Dios.

ALIANZA/QUÉ-ES: La alianza es una relación de vida que compromete cada instante y toda la existencia de los individuos y del pueblo. O, como dirán después los profetas de la crisis religiosa del tiempo de la monarquía, la alianza es una relación de amor. Vida y amor siempre nuevos, siempre reanudados, siempre abiertos a todos los caminos de la comunión y de la manifestación en la imaginación, de la búsqueda constante. Vida y amor de todos los tiempos, pero especialmente del ahora, ya que tanto una como otro son realidades presentes que fluyen del pasado hacia el futuro, pero siempre terriblemente actuales. De ahí que exijan una dinámica constante de conversión, de apertura a la renovación. De ese modo, la sangre de las víctimas derramada sobre el altar y sobre el pueblo cobra todo el significado de sello vital de la alianza contraída. Participar de una misma sangre es establecer el vínculo familiar o entrar en comunión de vida. En la celebración de la alianza, la sangre de las víctimas es vínculo de unión entre Dios -el altar representa a Yahvé- y el pueblo, los cuales, a partir de ahora, serán los grandes aliados, partícipes de una misma vida y amor.

Este texto es paralelo a los que narran la institución de la eucaristía. De este modo contemplamos la antigua alianza y la nueva. Sin embargo, la primera, a pesar de su realidad histórica eficaz, no es más que una imagen de la segunda, la nueva y definitiva alianza de Dios con toda la humanidad. En la eucaristía descubrimos en una única persona las características de mediador, sacerdote, víctima y altar, que hacen que la acción de Jesús, ofreciéndose en oblación al Padre, sea la alianza definitiva y universal de toda la humanidad con Dios para siempre. «Por esta razón es el mediador de una alianza nueva: para que, después de una muerte que librase de los delitos cometidos bajo la primera alianza, los llamados puedan recibir la herencia eterna, objeto de la promesa» (/Hb/09/15).

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la
Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981. Pág. 139 s.


 

3. Una vez ha presentado las leyes que constituyen el llamado Código de la Alianza (cf. Ex 20,22-23,19), el redactor del libro del Exodo nos propone el rito sacrificial del pacto entre Dios y el pueblo. Nuestro texto fue compuesto en el Reino de Samaría, allá por el año 750 aC.

En la vida civil, en el rito de la alianza (cf. Gn 15,17-19 y Jr 34,18), después de haber sacrificado animales, los contratantes pasaban entre las víctimas sangrantes e invocaban sobre ellos la misma suerte de los animales si transgredían su compromiso. Siendo un rito profano, pasó a religioso. Ya que Dios no se hace presente en carne y huesos, el altar lo representaba ante el pueblo.

La sangre, en la mentalidad bíblica está estrechamente relacionada con la vida (cf. Ct 12,23), y por eso no puede ser comida. Derramar la sangre sobre el altar es entregar la vida a Dios. Asperger con esta sangre al pueblo significa que participa de esta misma vida. Dios y el pueblo son, de alguna manera, "hermanos de sangre". La sangre queda ligada a la alianza. En el Nuevo Testamento es la sangre de Cristo, víctima inocente, la que sancionará el pacto de amor entre Dios y el Israel de la Nueva Alianza (cf. Mc 14,24 y paralelos). La carta a los cristianos hebreos (9,18-20) se refiere directamente a este pasaje del Éxodo, y lo aplica a Cristo.

El salmo responsorial (115) habla de un sacrificio de alabanza por haber salvado al salmista del peligro de la muerte. Leído en clave cristiana, lo entendemos en sentido eucarístico: la fracción del pan como sacrificio de alabanza por haber salvado a Cristo de la muerte.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 8, 37