SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

1 Cor 15,20-26a.28. Vino uno contra uno: contra uno que dispersó, uno que congrega

¿Quién es mi prójimo?, pregunta. Todo hombre es tu prójimo. ¿Acaso no tuvimos todos dos únicos progenitores? Prójimos son entre sí los animales de cualquier especie: la paloma de la paloma, el tigre del tigre, el áspid del áspid, la oveja de la oveja; y ¿no va a ser prójimo un hombre de otro? Pensad en la creación. Habló Dios, y las aguas produjeron los animales que nadan, los grandes cetáceos, los peces, las aves y las especies semejantes. ¿Acaso todas las aves proceden de una misma ave? ¿Proceden acaso todos los buitres de uno solo? La misma pregunta puede hacerse respecto de las palomas, las culebras, los dorados y las ovejas, por poner algunos ejemplos. La tierra, es cierto, produjo todas estas cosas al mismo tiempo.

Mas cuando se llega al hombre, no es la tierra la que lo produjo. A nosotros Dios nos hizo un padre; uno sólo, no dos. No hizo siquiera dos: padre y madre. A nosotros, repito, nos hizo Dios un único padre. No hizo siquiera dos: padre y madre, sino que del único padre extrajo una única madre. El único padre no procede de nadie, sino que fue hecho directamente por Dios; la única madre procede del único padre. Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente, y puesto que ésta se volvió amarga, todos nos hemos convertido en acebuches de olivos que éramos. Llegó también la gracia. Uno solo engendró para el pecado y la muerte, pero una única raza, y todos prójimos los unos respecto de los otros; no sólo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno: uno que dispersó, uno que congrega. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica: Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados (1 Cor 15,22). Como todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado.

Sermón 90,7