COMENTARIOS
A LA PRIMERA LECTURA
Ap 11, 19a; 12, 01-06a. 10ab
1. MUJER/DRAGON
Se inicia con la presentación del acontecimiento de la aparición del arca en el templo celestial (11. 19a), situándonos en el "hoy" del tiempo mesiánico y escatológico; y, una vez "situados", aparecen dos signos (12. 1-6a): la mujer y el dragón, signos que deben ser interpretados por la asamblea litúrgica en el espacio-tiempo del hoy; signos que representan la lucha dramática entre el bien y el mal, entre el anuncio del Evangelio y el rechazo-indiferencia del mundo en que vive la asamblea... Pero el reinado y la victoria de Dios, así como la presencia del Mesías es en el hoy del espacio-tiempo (12. 10ab).
"Después apareció... una mujer": es el pueblo de Dios. Con la imagen de la mujer en la tradición bíblica van muy unidas la idea de "la esposa" -la alianza de Dios con su pueblo- así como la de "la madre": Jerusalén, los hijos de Sión, los hijos de Dios. Dios cubre a la mujer ("vestida del sol") con los dones de la fidelidad y de las promesas para llevar a cabo su misión en el hoy del tiempo inaugurado ("la luna" representa el tiempo).
Misión destinada a triunfar: la corona es el símbolo de la victoria final. La mujer representa a toda la asamblea del pueblo de Dios: las "doce-estrellas" simbolizan su unidad, la del AT y la del NT.
"Apareció otro portento... Un enorme dragón rojo": el mal, que actúa penetrando la historia humana, sobre todo desde los "centros de poder" (las siete-cabezas con las siete-diademas), destruyendo la unidad y la comunión de la asamblea (barre del cielo parte de las estrellas). El mal se opone a que la mujer dé a luz y quiere destruir su fruto. El Mesías es el hijo alumbrado por la asamblea en cada época de la historia, hasta su venida en la plenitud de la gloria. La garantía de que nada impedirá su alumbramiento es que "lo llevaron junto al trono de Dios"; así pues, el mal no impedirá el alumbramiento de Xto en el hoy por la asamblea del pueblo de Dios.
María es al mismo tiempo figura de la asamblea celestial y de la asamblea del pueblo de Dios que camina dando a luz a Xto para el hombre de hoy; y prefigura la victoria final de la Asamblea con Xto, por él y en él.
J.
FONTBONA
MISA DOMINICAL 1990, 16
El Apocalipsis, si uno sabe penetrar su sentido a través de los símbolos, es un libro muy sugerente. La visión que hemos escuchado es un notable cuadro plástico. En medio del cielo aparece una mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas. Es la mujer que ha dado a luz un hijo que el dragón quiere devorar. La escena se hace sonora: "Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios,, y el mando de su Mesías".
Los cristianos siempre han aplicado este texto a María, la que ha engendrado al Verbo de Dios, el Mesías Salvador, el que muerto y resucitado reina y obra poderosamente. Todo desde un trasfondo veterotestamentario referido al pueblo de Dios que, en Moisés aparece radiante de luz y coronado con la diadema de las doce tribus. Es un texto que conviene a María en plena propiedad. En efecto, ella en la gracia primero y en la gloria después, es la mujer llena de Dios. Es Reina y Señora. Y su corona son los hijos de la Iglesia, simbolizados en los doce patriarcas del NT, los apóstoles.
El misterio de María asunta es el de la resurrección que, en Cristo ha vencido a la muerte. La Virgen habita, resucitada, en la gloria de Dios. De modo que la Asunción es la Pascua de María, realidad del triunfo de la redención y prenda de la plenitud que nos espera. Por eso sabemos que "llega la victoria de nuestro Dios" Es la hora oportuna para poner todo nuestro interés en la victoria definitiva que nos espera y que alcanzaremos con la imitación de Cristo. (...) La Pascua de María es una promesa para nosotros. Celebramos una fiesta que alegra a los hijos al ver el triunfo de la madre. Una solemnidad destinada a aumentar la esperanza en nuestros corazones. Por eso, en la Asunción, levantamos los ojos y suspiramos por el cielo. Sabemos que el mundo pasa y que hacemos camino hacia la Tierra Prometida, el cielo. La fe se convertirá en visión. Visión de la Trinidad. Visión de María. Visión de los santos. Alegría, alegría inmensa.
No obstante, el misterio de la elevación no nos aleja para nada de la tierra. Sino que, como María, sabemos que todo depende de la respuesta de ahora, de la caridad y el servicio, de la disponibilidad y la diligencia, de la capacidad de alabanza de Dios y de amor a la humildad del reconocimiento de la gracia...
Nuestra tarea es la asunción transformadora del mundo aportando la presencia salvadora y gozosa de Cristo.
J.
GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990, 16
3.
Lo más importante, más allá de la escenografía apocalíptica, es que la aparición de Cristo suscita oposición y persecución, y que el lugar provisional de la Iglesia es el desierto.
La mujer de Ap 12. es, directamente, la comunidad del nuevo Israel personificada por la mujer ideal. El momento de dar a luz al Mesías no se refiere al nacimiento, en Belén, sino al nacimiento de Jesús a la vida gloriosa por la Resurrección y la Ascensión, a través de los sufrimientos de la Pasión (a los que María estuvo íntimamente asociada). En el lenguaje profético, y en el del propio Jesús, los dolores de parto son un símbolo de las tribulaciones que necesariamente deben preceder a la salvación mesiánica. Es un lenguaje profético de consolación, que no tiene como función principal predecir las desgracias que vendrán sino exhortar a interpretar el sentido que las desgracias que abruman en el presente a la comunidad de los creyentes, y hacer ver la relación que tienen con la gloria y la salvación inminentes.
HILARI
RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 16
4. AP/SIMBOLOS SOL ESTRELLAS LUNA DRAGÓN HIJO VARÓN.
- Los escritos de Qunram, los apócrifos y los apocalipsis extrabíblicos nos ayudan a comprender el sustrato hebreo y el mundo simbólico del Apocalipsis y en concreto del texto que leemos hoy.
Una figura portentosa apareció en el cielo. No podemos precisar si el autor para describir la figura portentosa, se sirvió de elementos de la astrología babilónica o de escritos del judaísmo tardío.
El sol, símbolo de la divinidad, envuelve a la mujer como un manto para indicar que está totalmente inmersa en el plan y actuación de Dios. Las doce/estrellas pueden interpretarse, leídas desde el AT, como el símbolo de las doce tribus de Israel. Leído el símbolo a la luz del NT es la comunidad cristiana que ve en los doce apóstoles un reflejo de sí misma como nuevo y verdadero Israel. La luna por sus fases creciente y menguante se relaciona con los hechos demoníacos y el mal. (También el tiempo:ver 1-1).
El dragón es la imagen típica del Ap para describir a Satanás. El dragón rojo es el símbolo del poder destructor. La imagen del dragón con siete/cabezas aparece ya en los textos mitológicos de Ugarit y significa la irrupción brutal y la superioridad aplastante con que aparece el mal. Se puede ver en el fondo de esta descripción una alusión a la lucha entre Satanás y los ángeles en el cielo; la serpiente y el hombre en el paraíso; el dragón y el Mesías en la historia y la serpiente y sus aliados con la mujer y sus hijos en la vida de la Iglesia.
Dio a luz un varón. Relacionado este texto con el Salmo 2. 9, el hijo varón está destinado a gobernar con vara de hierro. Se presenta al niño como Mesías. Para recordar la correlación entre el nacimiento y la elevación, las comunidades cristianas del Asia menor celebraban, el mismo día, la concepción y la elevación de Cristo en la cruz. El nacimiento del que habla el autor es más el del Calvario que el de Belén. Habla de un parto en sentido metafísico. Es una imagen frecuente en los profetas.
El conjunto de estos símbolos nos ofrece una imagen grandiosa del triunfo de Dios sobre el mal. Aplicado a María, en la solemnidad de la Asunción, nos recuerda su triunfo.
P.
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 16
5.
El Apocalipsis siempre se ha tenido como un escrito desconcertante, sobre todo por el género literario del que se sirve el autor: mezcla de forma apocalíptica y de estilo profético. El autor nos transmite el mensaje cristiano teniendo en cuenta la palabra de Dios y las situaciones por las que pasa la comunidad cristiana. De este modo nos descubre el sentido del mundo y de la historia. Para no reducirse a una interpretación circunstancial de un momento concreto, el elemento poético subyace en toda la obra.
La lectura de hoy se abre con un preámbulo (v. 19): el templo es la morada de Dios, y el arca su símbolo. El templo de Dios es su Hijo, Cristo (Jn. 2, 19). Con Cristo se establece la alianza definitiva con la humanidad, la morada de Dios entre los hombres. La tormenta formidable (que une lo anterior con lo que sigue) es en la tradición israelita un signo teofánico.
La gran señal: la mujer (12, 1-2). La tradición exegética, en su mayoría, la ha interpretado en clave eclesiológica. La mujer simboliza la Iglesia del A.T. ("la de los Padres, Profetas y Santos...", Victorino-Jerónimo) que esperaba la hora del Mesías (v.2, cfr. Is. 66, 7-10). La Iglesia como vida (Eva=vida, Gen. 3.20), que ve cumplidas sus esperanzas. En contraposición al gran signo aparece el dragón rojo (v.3), símbolo del poder adverso, el que resiste el señorío de Cristo, el que traspasó a la serpiente huidiza (Job 26, 12-13). Las cabezas, cuernos y diademas son símbolos del poder y de su reinado (v. 3b). Se establece una tensión entre ambos poderes. El Mal planea, acecha (v. 4) y no acepta la Esperanza, el Ungido (v. 5).
La mujer que huye al desierto (v. 6a), la Iglesia que permanece en la tierra en espera del triunfo, de la promesa definitiva y de la victoria (v. 10). María, como nueva Eva, es tipo de la Iglesia. En ella la Iglesia ya llegó a su perfección. Por eso el pasaje anterior adquiere también una aplicación mariológica.
DABAR 1982, 43
6.
¿Quién es esta mujer vestida con el sol y coronada con doce estrellas? Su hijo es el Mesías, como se dice expresamente en el v. 5 (cf. Sal 2, 9). Además, la descripción que se hace de esta figura nos recuerda la profecía de Isaías: "El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida va a dar a luz un hijo y le llama Emmanuel" (Is. 7, 14). Por tanto, parece que se trata de la Virgen María, la Madre de Jesús, que es el Cristo o Mesías. Sin embargo, no hay que olvidar que los profetas comparan también al pueblo de Israel a una mujer en estado de buena esperanza, ya que de ese pueblo iba a nacer el mesías prometido (cf. Is 26, 17; 66,7s; Miq 4,9s). En consecuencia, podemos decir que la mujer encinta es María de Nazaret, en tanto representa a todo el pueblo elegido, porque en ella han ido a parar todas las esperanzas de Israel y en sus entrañas van a madurar todas las promesas para dar el fruto de su vientre, Jesús. Por eso aparece coronada con doce estrellas, porque es el centro de las doce tribus de Israel (cf. Gn 37, 9; Ap 7, 4s; 21, 12).
Por otra parte, la mujer se describe después como la Madre de los creyentes en Jesucristo, de los que "guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesucristo" (v. 17). Y, en este sentido, podemos decir también que la mujer es la madre de la Iglesia, y ésta el verdadero Israel de Dios. En tercer lugar, la mujer que escapa al desierto, después de que sea arrebatado al trono de Dios el niño de sus entrañas, es María como prototipo de la Iglesia. Es, por tanto, también la Iglesia perseguida por el dragón y protegida por Dios en su lucha definitiva.
Pero Dios, que ha salvado a su Hijo, que lo ha resucitado de entre los muertos y lo ha glorificado, sentándolo a su derecha, no abandona a su iglesia y prepara un refugio para ella hasta que todo termine.
La victoria de Dios sobre el dragón, que ha sido ya decidida en Cristo y como tal se celebra en el cielo, es para la Iglesia que lucha (v. 13-18) un motivo inquebrantable de esperanza.
EUCARISTÍA 1989, 38
7.
Esta es la segunda parte de la visión de Juan. La Iglesia ha salido del mundo judío y se amplía el horizonte. La Iglesia va a conquistar el mundo de las naciones, luchando contra el poder del demonio. Empieza una serie de siete signos en el cielo. Los dos primeros nos presentan a los protagonistas de la historia sagrada, la mujer y el dragón, el pueblo de Dios y el demonio.
Aparece una mujer rodeada de gloria, pero sufriendo los dolores del parto. Es la humanidad. En el principio de la Biblia, estaba representada por Eva, la mujer que pecó. Ahora, vemos a la humanidad tal como Dios la quiere. Sufre dolores de parto, porque toda nuestra historia es la dolorosa preparación de nuestra salvación. Da a luz un niño que es el propio Cristo. El Salvador es el fruto del amor de Dios por la humanidad. La salvación viene a la vez de Dios y de los hombres.
AP/MUJER: La mujer es la humanidad que coopera en los planes de Dios; también es María, que da a luz a Jesús; también es la Iglesia que "huye al desierto", es decir, que vive retirada espiritualmente del mundo y alimentada por la palabra de Dios durante el tiempo de las persecuciones.
La serpiente es la misma del primer pecado, solamente que anda mejor vestida. Las siete cabezas indican la multiplicidad de sus inventos, los diez cuernos (cifra imperfecta) afirman que su poder no es invencible. Conoció una derrota en el cielo, aunque haya logrado arrastrar en su caída a cierto número de ángeles (un tercio de las estrellas). En cuanto al "niño varón", Satanás se preparaba a destruirlo en la cruz, pero, al resucitar, escapa de la maldad de la serpiente.
EUCARISTÍA 1988, 40
8.
El arca de la alianza, lugar de la presencia oficial de Dios en medio de Israel, se guardaba celosamente en el templo de Jerusalén y se ocultaba así a los ojos del pueblo. Pero ese templo construido por los hombres no era más que un símbolo en la tierra del verdadero templo de Dios, el santuario de Dios en el cielo. La aparición de este verdadero santuario abierto de par en par es una señal en la que se manifiesta la voluntad de Dios de no permanecer en adelante oculto a los ojos del pueblo, es un símbolo de la nueva presencia que quiere inaugurar en su Hijo Jesucristo. Con este versillo, el autor introduce el drama del pueblo de Dios y su victoria sobre los poderes del mal. Y es así como culmina en el capítulo 12 esta segunda parte del libro del Apocalipsis. Recordemos que este libro, escrito en tiempos de persecución -razón por la que tiene un carácter enigmático y un sentido difícilmente asequible a los creyentes-, quiere ser consuelo y aliento para una iglesia en lucha y perseguida por los dominadores de turno.
Ahora se hace la presentación de los protagonistas de esta lucha decisiva. En primer lugar, la mujer. Su imagen se destaca sobre el fondo del firmamento, allá arriba en el cielo, vestida con toda la luz del sol, coronada con doce estrellas y descansando los pies sobre la luna. Está en trance de dar a luz. Esta aparición recuerda inmediatamente la profecía de Isaías al rey Ajaz: "El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida va a dar a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel" (Is 7, 14).
Los comentaristas han creído que esta mujer del Apocalipsis es la Virgen María, pues su hijo es efectivamente el Emmanuel, el mesías anunciado (v. 5; cf Sal 2, 9). Pero ya SAN Agustín pensó que se trataba de todo el pueblo de Dios, en cuyo caso las doce estrellas de su diadema serían el símbolo de las doce tribus de Israel (cf. Gn 37, 9; Ap 7, 4ss; 21, 12). También los profetas del AT compararon al pueblo de Israel con una mujer encinta, pues de este pueblo había de nacer el descendiente de Abrahán y el salvador (cf. Is 26; 17; 66, 7s; Miq 4, 92). Desde otro punto de efecto, la mujer del Apocalipsis es también la madre de los creyentes, que lo mismo que ella son perseguidos por el "dragón" o la "serpiente roja" (v. 17). Bien podemos entender que esta mujer simboliza a la iglesia como nuevo Israel de Dios y a la Virgen María en tanto es madre y figura de la iglesia.
La otra señal antagónica es la "serpiente roja" o el "dragón": deforme (lleva diez cuernos en siete cabezas), soberbio (con las siete diademas) y terriblemente fuerte (con su cola barre la tercera parte de las estrellas del firmamento). El "dragón" está agazapado y en tensión, dispuesto a saltar sobre el niño apenas la mujer lo dé a luz (cf . Mt 2, 16, donde se dice que Herodes intenta matar a Jesús tan pronto tiene noticias de su nacimiento). El "Dragón" es una figura mitológica que simboliza a todos los enemigos del pueblo de Dios y a los perseguidores de la iglesia.
Pero Dios salva al hijo de la mujer de la boca del dragón y lo eleva hasta su propio trono. En principio, hay que pensar que el autor se refiere aquí a la resurrección y ascensión de Jesús al cielo y a su victoria sobre los poderes del mal y de la muerte. Digamos que en toda esta visión de la vida de Jesús se tiene en cuenta solamente su nacimiento y su ascensión al Padre y su voluntad de salvar a los hombres. También explica esta victoria de Cristo el que la "serpiente", se ensañe ahora contra la iglesia. Pero Dios, que ha salvado a su Hijo, no abandona a la iglesia y le depara un refugio mientras dure la amenaza del "dragón"; del anticristo.
El vidente escucha cómo se celebra ya en el cielo la victoria de Cristo sobre el dragón y su entronización a la diestra del Padre.
Y en esto descubre el fundamento de nuestra esperanza y la seguridad de que también triunfarán en su día cuantos ahora padecen todavía en la tierra la gran tribulación.
EUCARISTIA 1987, 9
9. Ap/12/01-18
La bendición de la mujer y la maldición de la serpiente («Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo»: Gn 3,15) están en la raíz de este capítulo. Una vez más emplea Juan un conocido texto del AT, ilustrando con expresivas imágenes el paralelismo mujer/Israel/Iglesia y serpiente (dragón)/ diablo. Mujer y dragón son utilizados, pues, como «señales» de los dos protagonistas reales de la narración: la Iglesia y Satanás. A través de la lucha de ambos puede rastrearse el hecho capital de la redención.
El primer acto de la lucha se desarrolla entre el hijo de la mujer, el Mesías, enaltecido y glorificado a la derecha de Dios (v 5), y el diablo, sembrador del error (oposición mentira-verdad) y de la calumnia. El combate de los ángeles buenos y malos simboliza la victoria del Mesías. El yugo del diablo ha sido quebrado por la muerte gloriosa del Señor Jesús, por cuyo testimonio muchos hermanos han dado la vida. Por eso ahora, morando bajo la tienda ( = presencia) de Dios, celebran con profunda alegría esta liberación redentora.
Iglesia y diablo llevan a cabo el segundo acto de la mencionada lucha. Si bien el dragón no puede ya nada contra Cristo (rama nueva por excelencia), sí que mantiene la enemistad contra sus seguidores (el resto de la descendencia de la mujer). Pero la Iglesia, que participa de la victoria del Cordero, es protegida por Dios frente a la serpiente, que se esfuerza por hacer caer «a los que guardan los mandamientos», a los discípulos de la verdad. Incluso en lo más fuerte de la persecución final no será abandonada a las garras del dragón. Transportada con alas de águila al desierto, será alimentada y preservada allí. (La visión tiene un aspecto optimista, orientada como está a fortalecer a las comunidades en la gozosa esperanza).
En conexión con lo dicho hasta aquí sobre Jesús y la Iglesia, hay que situar la interpretación tradicional que ve, en la imagen de la mujer, la figura de María, Madre del Salvador, a la cual se aplican los calificativos que se atribuyen originariamente a la Iglesia: lo que se celebra es parte de la misma fe.
Finalmente, hemos de considerar otro punto. De entrada, daría el texto la impresión de que se habla de una guerra entre dos poderes autónomos, Dios y el diablo, el bien y el mal. Pero no es así. En el Apocalipsis, el diablo aparece como una criatura que se ha rebelado contra Dios y por eso ha sido expulsado de su lado. Por tanto, el mal existe sólo en la medida en que la criatura libre se opone a la obra salvadora divina. Expresado de otro modo, se puede adoptar frente a Dios una doble actitud: o la aceptación (Miguel y sus ángeles) o el rechazo (el diablo y los suyos). Aceptarlo significa testimoniar comunitariamente, eclesialmente, la victoria de Cristo. Frente a ella se sitúan la historia del mundo y la opción existencial de cada hombre.
A.
PUIG-A
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 599 s.
10. Ap/12/01-17
Después de una liturgia inaugural, presentada en los cc. 4-5 del Apocalipsis, se abren las dos series de siete: siete sellos y siete trompetas que pregonan la inminente llegada del Mesías. La séptima trompeta aparece inmediatamente antes del c. 12. En seguida, con el 13, comienza el ciclo de las dos bestias y de Babilonia, la gran prostituta. Este desarrollo conduce el libro hasta su conclusión. El c. 12, por tanto, ocupa un lugar central en el movimiento de ideas de la obra; su función de gozne demuestra que el autor tiene conciencia de que ha llegado a la meta.
Una mujer celeste, misteriosa, está encinta. Engendra un hijo y escapa del dragón en una fuga milagrosa. El dragón hostil y terrible sufre un gran revés, sin que quede por ello reducido a la impotencia. En la calificación que el autor da al dragón, «la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás» (v 9), hay una evidente referencia a Gn 3,14-15, que nos pone en la pista para identificar los personajes: "... Pondré hostilidad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo: él quebrantará tu cabeza cuando tú hieras su talón". El hijo varón responde al texto griego del protoevangelio, que habla del Mesías. Nuestro c. 12 se está, pues, refiriendo a Cristo, mientras que los hijos de la mujer citados en el v 17 son los cristianos, en una referencia parecida a la de Rom 8,29: «Porque Dios los eligió primero, destinándolos desde entonces a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos». El gran dragón es el tentador genesíaco que sale a "hacer la guerra contra el resto de su descendencia", según expresión calcada de Gn 3,15. Para lograr el propósito de destruir al Mesías y su linaje, el dragón se sirve de la bestia, el Imperio Romano, que intenta pervertir el cristianismo con la idolatría.
Cuando el autor habla de la mujer parece referirse directamente a la Iglesia, presentada como madre de todos los creyentes en Cristo. En distintas partes del AT Israel es descrito bajo la figura de mujer. Is 60,19-21 habla de la mujer celestial con muchos hijos; en 4 Esd 9,38-10-57 está el llanto de la mujer que, después de muchos años de esterilidad, trae al mundo un hijo que muere el día de la boda, aludiendo a la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70; en Is 66,7 la Jerusalén de los últimos tiempos engendrará un hijo varón, en los himnos de Qumrán (1 QH 3,6-18) se habla de la mujer que da a luz el primogénito varón y se describe la comunidad esenia como Madre del Mesías. El énfasis con que se describe la persecución de la mujer sólo tiene sentido si se habla de la Iglesia. La huida de la mujer, milagrosamente alimentada por Dios, al desierto es la recapitulación de la historia del Éxodo: Israel ha hecho del desierto tierra de encuentro con Dios. Su historia únicamente tiene sentido a partir de la fe.
M/MADRE-DE-LA-I: Teniendo, empero, en cuenta que el autor del Apocalipsis pasa continuamente, sin transición, de la realidad al símbolo y que la realidad se diluye en el símbolo, no se excluye en su pensamiento una aplicación simultánea a la Iglesia y a María, la mujer histórica que dio a luz al Mesías histórico, a Cristo. En todo caso, textos como éste, y tal como han sido leídos durante siglos en el seno de la comunidad cristiana, iluminan la figura de la Madre del Redentor. El titulo aproximativo de «Madre de la Iglesia» que le reconoce el Vaticano II, no hace sino expresar su colaboración con Cristo en el nacimiento de los creyentes. Ella es tipo y modelo de la Iglesia y la que enseña a tener historia a partir de la fe, esta fe que se vive en el desierto.
F.
RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 850 s.
11. Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal
La lectura del libro del Apocalipsis empieza presentado uno de los temas bíblicos de la fiesta de hoy; el arca de la alianza. Tema que aparece en la primera lectura de la misa de la vigilia, y sirve de enlace en esta primera lectura de la misa del día y volverá a aparecer como trasfondo del evangelio de la Visitación. El arca de la alianza era el "signo" de la presencia invisible de Dios en medio de su pueblo. Contenía el Decálogo, síntesis de la Palabra que Dios había dirigido a su pueblo en el Sinaí.
La visión de este arca inaugura, en el libro del Apocalipsis, la sección de los tres signos, de los cuales la lectura nos presenta los dos primeros: la mujer encinta y el dragón rojo. El varón llamado a gobernar a los pueblos es símbolo de Cristo, designado, más adelante, como "la Palabra de Dios" (19,13). La mujer que personifica a la comunidad cristiana es la que gesta y da a luz al que es la Palabra definitiva del Padre. La figura femenina es la verdadera arca de la nueva alianza, "signo" de la presencia de Dios ante los pueblos, a pesar de los rechazos y de las persecuciones.
La lectura mariana de este texto eclesiológico nos lleva a María como la primera cristiana, prototipo y Madre de la Comunidad de creyentes interesada en ofrecer la Palabra de Dios, que es Cristo, a nuestro mundo secularizado.
JORDI
LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 10, 43