SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Mt 6,1-6.16-18: Si buscas la gloria de Dios, no temas ser visto por los hombres

Habíamos diferido otra cuestión. ¿Por qué dijo el Señor a sus discípulos en el sermón de la montaña: Luzcan vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos? (Mt 5,16). Poco después, en el mismo sermón, añade: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; y Sea tu limosna oculta y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará (Mt 6,1.2). Quien tiene que obrar fluctúa con frecuencia en medio de estos dos preceptos y no sabe a cuál hacer caso, cuando en verdad quiere obedecer al Señor que preceptuó el uno y el otro. ¿Cómo brillarán vuestras obras delante de los hombres, para que las vean, si al mismo tiempo vuestra limosna ha de ser oculta? Si quiero cumplir lo primero falto contra lo segundo; y si quiero cumplir lo segundo, falto contra lo primero. De donde se sigue que uno y otro texto de la Escritura han de ser combinados de forma que aparezca claro que los preceptos divinos no pueden contradecirse. Esta aparente lucha en las palabras busca la paz de quien las entienda. Si cada cual está en concordia en su interior con la palabra de Dios, desaparecerá toda discordia en la Escritura.

Piensa en un hombre que da limosna sin que lo sepa nadie y, si es posible, ni siquiera quien la recibe, pues, para evitar ser visto por éste, lo dispone todo de manera que parezca tratarse más de un hallazgo que de una donación. ¿Puede hacer algo más para que su limosna quede oculta? Mas resulta que esto viene a chocar contra la otra sentencia del Señor y no cumple lo que él dijo: Luzcan vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones (Mt 5,16). Si nadie ve sus buenas obras, no se convierte en estímulo para la imitación. Por lo que de éste depende, -si los hombres obran de este modo que sus buenas obras no sean vistas- los demás se harán estériles, al pensar que nadie cumple lo mandado por Dios, siendo así que es mayor la misericordia realizada con aquel a quien se le propone un buen ejemplo a imitar que la hecha con el otro al que se le ofrece el alimento para la refección corporal.

Piensa ahora en otro que, en presencia de la gente, echa al aire y se jacta de sus limosnas, no pretendiendo con ello otra cosa que cosechar alabanzas; sus obras resplandecen en presencia de los hombres. Os dais cuenta que no choca contra aquel precepto, pero sí contra este otro, también del Señor: Sea tu limosna oculta (Mt 6,2). Quienes son así, pronto abandonan el bien obrar, con sólo que existan algunos malvados que, tal vez, les reprochen lo que hacen. Están pendientes, de la lengua de quienes le alaban; son semejantes a las vírgenes que no llevaban aceite consigo. Sabéis, en efecto, que cinco vírgenes eran necias: las que no llevaron aceite consigo; y cinco, en cambio, prudentes: las que lo llevaron. Ardían las lámparas de todas, pero unas no tenían con qué alimentar la llama, y era tal la distinción respecto a las que sí tenían, que a unas se las llamó necias y a las otras prudentes. ¿Qué significa, por tanto, llevar aceite consigo, sino tener el deseo de agradar a Dios con las buenas obras y no buscar como único gozo la alabanza de los hombres, que no pueden ver la conciencia? El hombre puede ver si se hace algo o no; pero la intención con la que lo hace, sólo Dios la ve.

Pensemos ahora, para acabar, en otro que guarda ambos preceptos y a ambos obedece. Ofrece pan al hambriento y lo ofrece en presencia de los que quiere que sean sus imitadores, siguiendo el ejemplo del Apóstol que dice: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo (1 Cor 4,16; 11,1). Ofrece, pues, pan al pobre con acción manifiesta y corazón devoto. Ningún hombre ve ni puede juzgar si busca con ello su alabanza o la gloria de Dios; pero, con todo, aquellos que con ánimo benévolo están dispuestos a imitar la acción buena que ven, creen también que lo ha hecho por piedad y alaban a Dios, por cuyo mandato y don ven que se hacen tales cosas. Su acción, por ende, es manifiesta para que la vean los hombres y glorifiquen al Padre que está en los cielos; depende, en cambio, de su corazón el que su limosna sea oculta y le recompense el Padre, que ve en lo escondido. Ese tal guardó el modo debido: no despreció ningún precepto; antes bien, cumplió uno y otro. Se guardó, en efecto, de practicar su justicia delante de los hombres, es decir, con la finalidad de ser alabado delante de ellos, cuando quiso que en su buena acción fuese alabado Dios, no él. Como tal deseo está en el interior de la propia conciencia, aquella limosna fue hecha ocultamente, para que le recompense aquel a quien nada se le oculta. ¿Quién, al obrar, puede mostrar su corazón a los hombres, para manifestarles con qué intención lo hace?

Aquellas palabras, hermanos, fueron dichas por el Señor con bastante premeditación. Prestad atención a las mismas: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos, dice, por ellos (Mt 6,1). Si la frase concluye con las palabras para ser vistos por ellos, es reprensible y objeto de culpa querer hacer el bien sólo por la alabanza humana, sin buscar nada más. Quien, por consiguiente, obra sólo para ser visto por los hombres, encuentra en esta frase la reprobación de Dios. En cambio, donde ordena que nuestras buenas obras sean vistas, no concluye la frase con la sola indicación de que vean y alaben al hombre, sino que pasa a la gloria de Dios, como término al que ha de llegar la intención de quien obra. Luzcan, dijo, vuestras obras delante de los hombres para que vean vuestras buenas acciones, pero no es esto lo que debes buscar. ¿Qué, pues?

Continúa diciendo: y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16). Si buscas la gloria de Dios, no temas ser visto por los hombres. Incluso entonces es oculta tu limosna; sólo aquel cuya gloria tú buscas sabe que la buscas. Por esto dice el apóstol Pablo, después de haber sido derribado en cuanto perseguidor y levantado como predicador del evangelio: Era desconocido para las Iglesias de Cristo en Judea. Sólo habían oído que «quien antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes destruía»; y en mí, dijo, glorificaban a Dios. No se alegraba de ser conocido como hombre que había recibido, sino de que era alabado Dios que se lo había dado. Él mismo dijo: Si todavía buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo (Gál 1,22.23.24.10). Y no obstante esto, dice en otro lugar: Como también yo agrado a todos en todo. Es un caso parecido. Pero ¿qué añade? No buscando, dijo, mi provecho, sino el de muchos, para que se salven (1 Cor 10,33). Esto equivale a lo que decía en el otro lugar: Y en mí glorificaban a Dios; que se corresponde también con lo que dice el Señor: Para que glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. En efecto, se salvan cuando glorifican en las obras que ven que hacen los hombres, a aquel de quien las recibieron los mismos hombres.

Sermón 149,11-14 (Sigue)