COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 8, 1-11

Ver LUNES QUINTA SEMANA CUARESMA

1. A/LEY

Confrontación judicial entre Jesús y la autoridad religiosa judía. Jesús testimonia en favor de un orden basado en el amor; la autoridad judía, en favor de un orden viejo basado en la ley.

En el evangelio de hoy, Juan nos ofrece un caso de este doble testimonio. Los letrados y fariseos actúan desde la ley (Lv 20, 10; Dt 22, 22). Su testimonio es orgulloso, prepotente; exhíben al reo (la mujer) como una presa de su buen hacer moral, e incluso se permiten servirse de ella para hacer otra presa (Jesús). Dilema: Si Jesús perdona, va contra la ley; si aprueba la condena de muerte, contra la autoridad romana (porque desde el año 30 las condenas a muerte dependen del gobernador romano).

Jesús testimonia desde un orden nuevo. Es curioso el hecho de que muchos códices omitan el episodio de la adúltera; sin duda la indulgencia de Jesús le debió parecer excesiva. Y tal vez muchos de nosotros seamos del mismo parecer. Los v. 6 al 11 son de una maestría y belleza fuera de serie.

Jesús testimonia desde un orden nuevo, hecho de respeto, de delicadeza, de comprensión, de amor. Jesús quiere superar todo régimen legal. Más adelante dirá: "Vuestros juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio" (Jn 8, 15). Sólo desde esa instancia superadora del legalismo cobran sentido y adquieren efectividad las últimas palabras: "Anda, y en adelante no peques más".

EUCARISTÍA 1989, 12


2.

El lenguaje y el estilo del presente pasaje no es ciertamente nada característico del Evangelio según san Juan. Por otra parte, algunos manuscritos antiguos presentan esta narración después del capítulo XXI, v. 38, del evangelio de San Lucas. Muchos exégetas se inclinan a pensar que nuestro texto ha sido introducido en el Evangelio según San Juan a partir del evangelio de san Lucas. En esta narración aparece cuál es la actitud personal de Jesús ante el pecador. Jesús no ha venido a condenar sino a salvar (cf. 3, 17; Lc. 19, 10). Además, Jesús compromete a los hombres para que no se erijan a sí mismos en jueces contra nadie y consideren su propio pecado personal.

La escena tiene lugar en el Templo, por la mañana. Allí está Jesús sentado en el suelo y rodeado de un puñado de discípulo, enseñando al pueblo. El tribunal juzgaba habitualmente en el ámbito del templo. Algunos fariseos y escribas observan a Jesús que está también allí. Ellos saben muy bien cómo Jesús trata a los pecadores, ellos se han escandalizado de su conducta y han criticado que se siente a comer con los publicanos. Estos escribas y fariseos comprenden que no deben dejar escapar la ocasión para comprometer al maestro delante del pueblo. Entienden que Jesús no va a ser capaz de condenar a la mujer adúltera ya que va a poder más su misericordia que el peso de la ley de Moisés. Esperan acusar a Jesús de desacato a la ley ante el Sanedrín. Así que, ni cortos ni perezosos, llevan a la mujer adúltera y la ponen en medio del corro acusándola ante Jesús y todos los presentes.

Escribas y fariseos citan la pena señalada por la Ley contra las mujeres sorprendidas en adulterio. El Dt 22, 23 s. condena a la mujer desposada que haya cometido adulterio con un extraño en su propio pueblo a que sea lapidada; el Lv. 20, 10 condena tanto al hombre como a la mujer adúltera a la pena de muerte; Ez. 16, 38. 40, presupone que todos los adúlteros deben ser condenado a muerte por lapidación. Los rabinos introdujeron más tarde algunas mitigaciones al respecto, pero no parece que esto sucediera ya en los tiempos de Cristo.

Jesús, sentado en el suelo, según costumbre, puede escribir perfectamente en el polvo. No se trata de qué escribiera, pues se trata más bien de un gesto para mostrar su desinterés y el deseo de que lo dejen en paz. Sin embargo, ante la insistencia de los acusadores, Jesús se levanta, pero no para condenar a la mujer adúltera sino para denunciar la mala fe de estos escribas y fariseos que no querían otra cosa que comprometer a Jesús ante la opinión pública y ante el Sanedrín. Jesús no critica la dureza de la ley establecida, ni afirma que sólo puedan dictar sentencia justa unos jueces inocentes. Jesús denuncia, eso sí, que estos escribas y fariseos no son jueces legítimos y tan sólo acusadores de la mala fe, hombres que se tienen a sí mismos por justos y se erigen en jueces de los demás. Según el Dt. 17, 7, los testigos del crimen deben ser los primeros en arrojar la primera piedra contra el reo. Jesús se encara con sus enemigos y les dice que comience a tirar la primera piedra el que de ellos se encuentre sin pecado. La palabra de Jesús y su actitud contra estos hipócritas produjo el efecto deseado. Jesús se sentó de nuevo, mientras sus enemigos se marchaban corridos.

Cuando todos se habían ido y quedó Jesús con sus discípulos y la mujer en medio del corro. Jesús se levantó de nuevo para pronunciar ahora una palabra de misericordia. No disculpa ciertamente la acción que ha cometido esta mujer, pero hace valer para ella la gracia y no el rigor de la justicia.

EUCARISTÍA 1986, 13


3.

Contexto. Jesús se encuentra en Jerusalén. Es la tercera vez que el autor del cuarto Evangelio sitúa a Jesús en esta ciudad con ocasión de una gran fiesta judía. La ocasión, sin embargo, queda relegada a un segundo plano y sólo le sirve al autor como trasfondo para realzar a Jesús. Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba. Su persona es una incógnita para la gente. Según unos, es bueno; según otros, desorienta, induce a error, suplanta a Moisés y a la ley por él promulgada.

Texto. Una primera indicación breve sitúa a Jesús en una de las explanadas del templo, enseñando a la gente que acudía a él. En el cuarto Evangelio acudir a Jesús presupone haber roto con otros centros y personas. La indicación sirve de telón de fondo a todo lo que sigue. El primer plano escénico lo ocupa una mujer adúltera traída por los letrados y los fariseos, pero el primer plano argumental lo acapara una pregunta, formulada por esos mismos letrados y fariseos; Moisés nos manda en la ley apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices? La pregunta apunta a una disyuntiva: o Moisés o Jesús. De ahí su carácter comprometedor.

Moisés era vivenciado como la esencia misma de lo judío; el promulgador de la Ley de Dios, Ley a su vez del Estado. Suplantar a Moisés era echar abajo la obra misma de Dios. El que de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra. Estas palabras relegan el plano argumental a segundo término y devuelven al plano escénico su preeminencia. Estando como están, flanqueadas por sendos silencios de un Jesús escribiendo en el suelo, la frase es de las que impactan. Va dirigida a los letrados y a los fariseos, es decir, a los intérpretes de la Ley de Dios y a los celosos cumplidores de la misma, respectivamente. Ellos y la adúltera son los importantes, no la Ley de Dios.

El final es sencillamente fascinante. Lo mejor es que lo releas de la pluma de su autor. Intérpretes y cumplidores de la Ley reconocen que también ellos son pecadores. Ellos y la adúltera necesitan cambiar. Pero de momento Jesús ha conseguido que una adúltera no sea condenada por otros pecadores.

Comentario. El texto es perfectamente inteligible en clave de hijo mayor e hijo menor de la parábola de Lucas del domingo pasado. Tanto uno como otro tienen algo en que cambiar, los que cumplen la Ley de Dios y los que no la cumplen. Más aún, los que la cumplen no tienen ningún derecho a recriminar ni a condenar a los que no la cumplen.

El hermano mayor del texto de hoy tiene algo que no aparecía en el mayor del domingo pasado: el reconocimiento de su propio pecado. Este reconocimiento le desarma en su agresividad contra otros pecadores.

El texto de Juan plantea además otra problemática en torno al puesto y papel de la Ley en la vida cristiana. No es éste el lugar para extenderse en esta problemática. Pero sí hay que afirmar con toda claridad que no debe ni puede ser la Ley la instancia suprema del cristiano CR/LEY: . La persona y el comportamiento de Jesús quitan a la ley toda pretensión de preeminencia. Gracias a un texto como el de hoy sabemos con absoluta certeza que la obra de Dios no pasa por la mediación de la Ley hecha código.

Cuando esto sucede es cuando se gestan los hermanos mayores con toda su carga de intransigencia y de displicencia.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989, 17


4.

Comentario. Moisés es mucho más que una figura histórica de prestigio; encarna la razón y el ser mismo de lo judío. Entre los sabios judíos existían profundas discrepancias en materia de interpretación de la Ley de Moisés, pero jamás uno de ellos osaba equipararse a Moisés. ¡Pues es precisamente esto lo que a Jesús se le propone! No se le pregunta: tal rabino dice esto; tú ¿que dices? Se le pregunta: Moisés dice esto; tú, ¿qué dices? O Moisés o Jesús. Lo que se plantea es una disyuntiva que afecta a la esencia misma de lo judío. Ello explica el carácter comprometedor de la disyuntiva, ya que de la respuesta podía derivarse un motivo cierto y válido de acusación ante el Sanedrín o Tribunal Supremo. Sin duda, esta disyuntiva confiere gravedad a los silencios de Jesús. Y, sin embargo, a través del gesto de escribir en tierra, el autor ha logrado convertir esos silencios en una maravillosa escuela de fantasía, a base de invitar a cada uno a un ejercicio de propia introspección. En lenguaje de los evangelios sinópticos, este ejercicio llevaría el nombre de conversión, a la que Lucas nos ha invitado también en los dos domingos anteriores, a todos, pero muy especialmente al hijo mayor, es decir, a los "buenos". Los mismos que hoy traen a la adúltera (hijo menor).

Ella, por supuesto, ha actuado mal. De ahí la invitación que Jesús le hace a no pecar en adelante. Sin embargo, no es ella el hijo problemático. Lo mismo que el domingo pasado, el problemático sigue siendo el mayor. Hoy entrevemos que su problema radica en la Ley y en su modo de vivirla. Tal vez por eso, el autor nos ha dado ya la solución al problema al comienzo mismo de la obra: La Ley se dio por medio de Moisés, la Gracia y la Verdad se han hecho realidad por medio de Jesús (/Jn/01/17).

Ley es una cosa; gracia y verdad son otra. Letrados y fariseos saben de lo primero; la adúltera sabe de la gracia y la verdad de Jesús. Este momento del relato es sencillamente fantástico. Todos se han ido. Quedan solos Jesús y la adúltera. La Ley manda apedrearla. Véase Levítico 20, 10 y Deuteronomio 22, 22. Toca, pues, a Jesús ejecutar la sentencia. Pero a cambio escuchamos: Tampoco yo te condeno. Algo maravilloso y más allá de la Ley acaba de acontecer. Es a lo que Juan se refiere cuando habla de gracia y de verdad.

ALBERTO BENITO
DABAR 1986, 19


5.

Comentario. Con el dato del v. 2 el autor expresa el cambio de situación operado. Es una indicación crítica: lo nuevo frente a lo viejo, el vino frente al agua, la gracia frente a la ley. Acudiendo a Jesús, la gente opta por lo nuevo, por el vino, por la gracia, dejando lo viejo, el agua, la ley. Y es precisamente este último punto, el de la ley, lo que el texto va a abordar. Un asunto de capital importancia en todo cuerpo social. Letrados y fariseos representan la ley legítimamente establecida; defienden la ley; piden que se cumpla. Lo que en última instancia piden a Jesús es que se pronuncie sobre la ley: ¿Debe o no existir un cuerpo legal, un código de leyes? Este es el fondo de la cuestión y por ello mismo se trata de un reto, de una prueba. Una auténtica y real prueba. ¿Qué piensa Jesús del código?

Querido lector: hay que ser claros. Jesús se ausenta, es decir, no está por el código. ¡Qué maravilloso e indecible es el gesto de Jesús escribiendo en tierra! No encuentro otro comentario mejor que estas palabras del mismo Jesús en el evangelio de Mateo: "venid a mí todos los que estáis rendidos y agobiados. Yo os aliviaré el peso. Cargad con mi yugo y aprended de mí. Soy sencillo y humilde. Encontraréis alivio, pues mi yugo es soportable y mi carga ligera" (/Mt/11/28-30). Esto sí que es aire fresco y gracia. Un código puede conseguir que una adúltera muera; sólo un Jesús puede conseguir que una adúltera empiece a vivir: "Vete, y desde ahora no peques más".

DABAR 1983, 20


6.

La cuestión de la mujer sorprendida en adulterio ponía a Jesús en un verdadero aprieto. En caso de adulterio, el marido ponía la demanda de divorcio, que era concedido automáticamente. El adulterio propiamente dicho sólo se daba cuando un hombre casado tenía relaciones sexuales con una mujer casada o prometida (en este sentido el noviazgo, equivalía al matrimonio). El casado sólo podía violar el matrimonio de otro, no el suyo propio. Porque la fidelidad conyugal absoluta sólo pesaba sobre la mujer que en virtud del contrato matrimonial pasaba a ser propiedad del varón. El precepto, por tanto, tendía sobre todo a proteger el derecho del casado a la propiedad exclusiva de la mujer. Sobre el adulterio pesaba la pena de muerte.

Hay que imaginarse la escena. "Jesús se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y, sentándose, les enseñaba". Entonces un grupo de "letrados y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, la colocan en medio del corro, y le dicen a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú ¿qué dices? Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo". El evangelista advierte que se trata de un lazo, de una trampa. Esperaban enredar a Jesús en esa penosa materia y que diera una respuesta, siempre comprometedora, ante los doctores de la Ley. De mostrarse severo, se vería que su pretendida clemencia y hermandad no era más que mera apariencia; si, por el contrario, se mostraba indulgente, se ponía en contra de la Ley de Moisés y la cosa no encajaría con su piedad. Cualquier clase de respuesta es una trampa para Jesús. La pregunta insidiosa presenta semejanzas con el relato acerca de la moneda del tributo.

Pero Jesús reacciona aquí con la misma grandeza soberana. "Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo". Esta es la primera reacción de Jesús a la pregunta que se le hace. Empieza por no dar respuesta alguna, dejando plantados a los interpelantes con la mujer, se inclina y escribe con el dedo en el suelo. No es fácil la interpretación de tales gestos; pueden significar un desinterés por todo el asunto y también pueden tener un sentido simbólico, Algunos comentaristas piensan en esta palabras de Jeremías: (17, 13) "Tú, Señor, esperanza de Israel. Todos cuantos te abandonan serán destruidos. Quienes de ti se apartan serán escritos en tierra, por haber dejado al Señor, la fuente de agua viva" (según LXX).

Se trataría de una acción simbólica: en realidad, Dios tendría que escribir a todos los hombres en el polvo. Después se incorpora Jesús y pronuncia unas palabras que, sin duda se encuentran entre las más importantes y que, con razón, han alcanzado la categoría de una sentencia insuperable. "El que de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra". En la ejecución de una sentencia de muerte por lapidación los primeros testigos tenían también el derecho a tirar la primera piedra. Con ello asumían la plena responsabilidad de la ejecución capital. La afirmación indica que tal responsabilidad sólo podía asumirla quien se sabe personalmente libre de cualquier pecado y fallo. Sólo una persona por completo inocente podía tener derecho a declarar culpable y ejecutar a un semejante. Pero ¿quién es ese por completo inocente?

No hay ninguna palabra de Jesús que exprese de manera tan categórica la corrupción de todos los hombres por el mal. Es una palabra lapidaria con la claridad cortante de una verdad que penetra hasta lo más profundo. Jesús la lanza sin ningún otro comentario y vuelve a inclinarse para seguir escribiendo en el suelo. Y es esa palabra la que actúa, afectando a todos hasta lo más íntimo.

Y los acusadores van desapareciendo uno tras otro, siendo los más ancianos los que con su mayor experiencia de la vida empiezan por desfilar. Nada tienen que oponer a la palabra de Jesús y así se largan uno tras otro; incluso los más jóvenes, que todavía no conocen tan bien la vida ni a sí mismos, se sienten inseguros y desaparecen. Y quedan solos, la mujer, que estaba en el centro y Jesús: "sólo dos han quedado -dice S. Agustín- la miseria y la misericordia".

Ahora es cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer, a la que mira cara a cara al templo que le pregunta "¿Nadie te ha condenado?" La mujer se encuentra frente a Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y su vergüenza. "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más".

Jesús no quiere condenar, sino liberar, con su decisión asegura la vida a la mujer, dándole así un nuevo impulso vital, una nueva oportunidad. Cierto que Jesús no declara por bueno lo que la mujer ha hecho. Lo que Jesús desea es este nuevo comienzo para la mujer.

Esta historia pertenece a las cumbres más altas del evangelio, porque en ella se revela de una manera visible todo el sentido de la salvación que Jesús nos ofrece. No es como la que ofrece Juan el Bautista; para el Bautista, la conversión es la condición para recuperar la comunión con Dios, para volver a ingresar en la comunidad del pueblo de Dios. Jesús va al encuentro de los hombres y los acoge en la comunión divina, en el ámbito del amor de Dios que otorga vida y confía en que tal comportamiento, ese perdón de los pecados, pueda tocar al hombre en lo más íntimo, a fin de moverle de esa manera a la conversión. El perdón de los pecados que Jesús otorga gratuitamente provoca la conversión; la conversión es la consecuencia del perdón, no su condición propia. Este es el nuevo orden -el Reino de Dios- que Dios hace presente en el mundo mediante la palabra y la vida de Jesús, su Hijo, un orden en el que Dios se manifiesta a los hombres fundamentalmente como el Dios del amor incondicional, lo cual se ve claramente en el perdón incondicional de los pecados, como el que Jesús practica, El hombre vuelve a encontrarse a sí mismo, al saberse amado y acogido por Dios. Es una liberación de todas las presiones y miedos.


7.

Este fragmento presenta un problema de crítica textual. Se trata de una narración insertada en el evangelio de Juan de forma posterior: lo confirma el hecho de no encontrarse en ninguno de los textos griegos orientales importantes y que ningún comentarista griego lo conoce antes del 900. Sí, en cambio, era conocido desde antiguo en Occidente y san Jerónimo lo incluye en la Vulgata. Pese a este problema, es un texto canónico y sintoniza perfectamente con el modo de actuar de Jesús. Una hipótesis sobre el retraso en entrar en el texto evangélico sería el choque que produciría esta acción de Jesús comparada con la disciplina penitencial de la primera comunidad. También es preciso notar que la narración no tiene el estilo de los textos joánicos, sino que se parece más al estilo y al pensamiento del evangelio de Lucas. Incluso en algunos antiguos manuscritos se encuentra situado en este evangelio.

- "Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio": Traen a Jesús una mujer acusada de adulterio para que se defina sobre la conveniencia de aplicarle la pena capital prevista en la Ley de Moisés. No hay coincidencia al afirmar si el Sanedrín tenía en este momento competencias para ejecutar este tipo de sentencias. Propiamente el evangelio de Juan niega esta capacidad (18,31). Por eso la pregunta a Jesús es una trampa: si la absuelve va contra la Ley, si la condena se enfrenta con el poder romano; es un dilema idéntico al de la cuestión sobre el pago del tributo al César.

- "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra ": Una primera impresión sería que Jesús se muestra indiferente ante el pecado: se entretiene dibujando en el suelo y da una respuesta que parece imposibilitar cualquier juicio humano. Es preciso, sin embargo, situar la actitud y las palabras de Jesús en relación con la motivación del dilema que se le presenta. La mujer, el pecado y la Ley están en manos de los fariseos como unos simples juguetes para poner en falso a Jesús. Por eso devuelve al pecado y a la Ley toda su fuerza para hacerlos recaer sobre los acusadores. Y a la mujer le devuelve la paz, con el perdón y un futuro nuevo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". No excusa el pecado, pero perdona al pecador. Quizás el impacto de la narración lo podríamos resumir recordando el comentario de san Agustín: "Dos se encontraron, la miseria y la misericordia".

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1995, 4