35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
17-27

 

17.

1. "Tampoco yo te condeno".

Curiosamente todos los textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión. Pero justamente aquí se realiza lo nuevo, la salvación definitiva; y toda nuestra vida consistirá en dirigirnos hacia esta acción de Dios.

El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora. Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada en la comunidad de la culpa; y la segunda para -como nadie puede ya condenar a otro- pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). El que nadie pueda condenar a la pecadora pública se debe no sólo y no tanto a las primeras palabras de Jesús cuanto y sobre todo a las segundas; él ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos nosotros, y por esta razón ya nadie puede condenar a otro ante Dios.

2. «Olvidándome de lo que queda atrás».

Pablo, en la segunda lectura, está totalmente subyugado por este perdón de Dios otorgado mediante la pasión y resurrección de Cristo. Comparado con esta verdad, nada tiene ya valor: todo es abandonado como «basura» para ganar el acontecimiento de la pasión y resurrección de Cristo. El apóstol sabe que esto, que ya ha sucedido, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo en la «meta». Porque esta meta está ya presente -el hombre ha sido ya «alcanzado» por Cristo»-, sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido (Pablo subraya esto dos veces). El cristiano no mira hacia atrás, sino siempre hacia lo que está por delante: toda su existencia recibe su sentido de esta carrera. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada.

3. "Mirad que realizo algo nuevo".

Ya el Antiguo Testamento había hecho de este mirar hacia delante un mandamiento: «No recordéis lo de antaño» (primera lectura). En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este hacer memoria del comienzo podía fortalecer la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza una camino para Israel, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 237 s.


18. LA LEY DEL EMBUDO

Las adúlteras deben ser apedreadas, según la ley. Es así que esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Luego, debe ser apedreada.

Así razonaban los escribas y fariseos, es decir, los sabios y perfectos del tiempo de Jesús. Y así razonan los «sabios y perfectos» de todos los tiempos, incluidos nosotros. En nombre de un rigorismo dialéctico y de una aplicación literalista de la ley, han sólido llevarse a cabo infinidad de acciones que, luego, con la perspectiva de la historia, vemos que han sido verdaderas barbaridades e injusticias.

Y. sin embargo, filosóficamente hablando, nadie podría rebatir a aquellos fariseos. Se trata de un silogismo perfecto, sin vuelta de hoja. Cualquier profesor de «lógica» daría un «sobresaliente» al alumno que así razonara.

Pero, claro, Jesús no vino a la tierra a implantar una academia de filósofos, una cátedra de lógica. El vino a crear una «escuela de humanidad». No trata de enseñarnos a argumentar con los silogismos del «pensamiento», sino con los del «corazón». Y así, más que enseñarnos a «juzgar para condenar», lo que quería era acostumbrarnos a «comprender para poder perdonar». Eso: «comprender para perdonar».

Primero, «comprender».-He aquí un verbo al que hacemos poco caso los mortales y que, sin embargo, debería ser básico antes de nuestros «juicios». Cambiarían notablemente nuestras conclusiones finales.

En el caso concreto que nos ocupa ¿pensáis que aquella mujer se lanzó al adulterio, así, por la brava y de repente? Antes de coger nuestras piedras, deberíamos estudiar muy a fondo los prolegómenos de su acción. Seguramente nos encontraríamos con muchos detalles que nos harían pensar. ¡Que sé yo! Por ejemplo, que pudo tener una infancia muy olvidada y desasistida, muy menesterosa de un afecto que nadie le dio. Acaso nunca nadie le prestó atención. Quizá luego, cuando llegó a la edad de la curiosidad y de los sueños, y de las ilusiones, todos vieron en ella, incluido su marido, «un oscuro objeto del deseo», más que un «claro sujeto del amor», que es lo que ella añoraba. Lo repito, ¡qué se yo! Pero sí sé que, si todos tratáramos de «comprender», no la condenaríamos, sino que haríamos lo que sugirió Jesús.

MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS.-Ese es el argumento «ad hominem», que El empleó. Si, en vez de mirar a ella, nos miramos a nosotros mismos, encontraremos seguramente motivos para ser lapidados: «El que de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra».

Es verdad. Todos, de hecho, o de deseo, solemos ser adúlteros, y lascivos y profanadores, más o menos camuflados, de ésos, y de otros, «oscuros objetos del deseo». Lo que nos pasa es que somos muy hábiles en emplear la «ley del embudo». Para juzgarnos a nosotros mismos, utilizamos ese hueco ancho de la copa, en el que cabemos nosotros, con todas nuestras oscuridades y verecundias. Y para juzgar a los demás, utilizamos ese cilindro largo y estrecho en el que es muy difícil entrar y más difícil pasar. Y eso, amigos, es mucha ganga.

En vez del embudo, deberíamos usar unos prismáticos para enfocar las acciones del prójimo. Pero colocándonoslos del revés. Se ven las cosas muy pequeñitas y lejanas. Parecen «motas». De aquellas motas, en las que dijo Jesús que «solemos fijarnos demasiado los humanos».

ELVIRA-1.Págs. 212 s.


19.

Frase evangélica: 

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»

Tema de predicación: EL JUICIO DE JESÚS

1. El Evangelio pone de relieve muchas veces el contraste que se da entre nuestros juicios sobre los demás (severos) y sobre nosotros mismos (indulgentes). También se observa la diferencia entre el juicio del sistema imperante (implacable) y el de Dios (misericordioso). No obstante, hemos hecho de Dios un juez terriblemente severo, y ciertas personas con poder se han erigido en jueces supremos.

2. Los «letrados y fariseos» representan la dureza de una actitud antievangélica; la «mujer sorprendida en adulterio» es la imagen de un pueblo que no es inocente, pero que es habitualmente maltratado por quienes lo dominan. En este texto de Juan (más propio de Lucas) se descubre una gran trampa tendida a Jesús por sus enemigos: o absolución (contra la ley judía) o condenación (contra la ley romana). El juicio de Jesús, sin embargo, es doble: a los acusadores les devuelve su pecado, y a la acusada le da la paz, el perdón y un futuro nuevo.

3. En una sociedad a menudo tramposa, diseñada por una ley interesada, se desatan las durezas, agresividades y venganzas. Es una sociedad poco propicia a perdonar y a pedir perdón, actitudes que se consideran como señal humillante de debilidad. Con todo, el Dios de la misericordia se ha encarnado en Jesús, el cual juzga severamente a quienes se obstinan en permanecer en las tinieblas y salva a quien se reconoce pecador. Jesús no excusa el pecado, pero perdona al pecador.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué juzgamos a los demás con dureza?

¿Nos sometemos con docilidad al juicio de Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 258 s.


20.

Ya el pasado domingo, en el que la liturgia continuaba presentándonos el tema de la conversión -tema esencial en la catequesis de la Cuaresma- al sernos propuesto el ejemplo contenido en la parábola del hijo pródigo, al concepto de la conversión se añadía, de una manera muy viva, el del perdón. El dolor se convertía en alegría. Hoy la liturgia no nos propone ninguna parábola, sino un episodio de la vida del Señor: el encuentro directo de Jesús con una pecadora. Aquí se puede ver claramente cómo la justificación proviene de Jesucristo, que supera sobradamente los estrechos límites de la Ley. En el comentario de las lecturas de hoy (especialmente si nos centramos en el evangelio) hay que evitar lo más fácil: deshacernos en críticas contra los fariseos y los maestros de la Ley por su crueldad. Hay que ir más al fondo de la cuestión y ver en las páginas bíblicas de hoy la realidad del pecado y la oferta del perdón de Dios en Jesucristo que nos saca de la situación de pecado, rescata (este es un punto clave) a quien antes era esclavo.

UN PUEBLO PARA LA ALABANZA

El pueblo que yo formé proclamará mi alabanza. Ésta es la última frase de la primera lectura de hoy del profeta Isaías. Después de anunciar los prodigios de los ríos de agua en la soledad del desierto; después de vaticinar un nuevo Éxodo que renovará el primero, que fue signo de la alianza de amor de Dios con su pueblo, el profeta anuncia que se acerca la libertad, que se acerca una nueva realidad que hará olvidar el pasado de dolor y de injusticia.

No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo... Son palabras que también hoy la Iglesia dice de alguna manera a cada persona que se acerca a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana y a cada bautizado que celebra sacramentalmente la penitencia. De la muerte y la resurrección de Jesucristo brota el perdón que posibilita la paz del corazón para todos los que la han perdido haciéndose esclavos del pecado. Sólo desde esta realidad totalmente nueva -que a menudo nos puede parecer un sueño por su grandeza y eficacia insospechadas- podemos convertirnos en el pueblo de la alabanza y proclamar a los cuatro vientos: "El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres".

Desde esta experiencia vital resultamos auténticos evangelizadores.

JESUCRISTO SE APODERÓ DE MÍ

Somos el pueblo que Dios se ha configurado porque ÉL ha empapado con su agua el desierto de nuestra vida. EL agua del bautismo es novedad de vida. Y Cristo nos repite: Anda, y en adelante no peques más. Vivir el propio bautismo, en el que hemos sido injertados a Jesucristo, es para san Pablo sacrificarlo todo para ganar a Cristo. Compartir su pasión, configurarse en su muerte para experimentar el poder de su resurrección. Tendríamos que ayudar a los bautizados a hacer el paso de la afirmación tan sentida hoy en algunos ambientes (ya que guarda su parte de autenticidad) de "he optado por Cristo" a "Cristo ha optado por mí -se ha apoderado de mí". EL subrayado de esta perspectiva -como hace san Pablo en la segunda lectura de hoy- facilita una vida cristiana sentida más como un don, y se evita el tono algo voluntarista y moralizante que se manifiesta en poner el acento, el primer sujeto, en nosotros mismos y en nuestras decisiones. Él ha sido el primero en amarnos... y así siempre. No hay que olvidar esto. El hecho del bautismo recibido cuando todavía se es niño facilita la consideración de esta realidad.

TAMPOCO YO TE CONDENO

Ahora no es el momento del juicio. El tiempo en el plan de Dios está perfectamente separado, delimitado. Ahora es el momento de facilitar, por una caridad paciente, el cambio de rumbo, la sanación radical de aquello que aliena y esclaviza la existencia humana. A Jesús le querían atribuir el papel de juez en esta escena evangélica, y lo rehuye no porque no lo sea (es Él mismo quien vendrá un día a juzgar a los vivos y a los muertos), ni tampoco porque la mujer sea inocente (al contestar: en adelante no peques más, le revela su verdadera culpabilidad), sino porque ahora es el tiempo de la paciencia de Dios para conseguir nuestra salvación. De momento la cizaña y el trigo crecen juntos y cada uno ha de vigilar para que nadie siembre en el campo de su vida la mala hierba. Llegará el día que se hará la separación, y la suerte de el uno y del otro será muy diferente.

J. GONZÁLEZ PADRÓS
MISA DOMINICAL 1998, 5, 9-10


21.

"Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" "Anda, y en adelante no peques más", le dice Jesús a la mujer que ha pecado y ha sido acusada. Lo acabamos de escuchar. Y quizás alguien ha podido pensar que la gente no cambia así como así, que no se arregla nada con una palmadita en la espalda; incluso hay quien piensa que nadie es capaz de comenzar una vida nueva si ya está inmerso en una dinámica de pecado.

Jesús, en cambio, pone en las manos de aquella mujer la posibilidad de cambiar, de hacer algo nuevo. Porque sabe que es Dios quien lo hace, como nos ha dicho Isaías en la primera lectura: "No penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?". Quien lo hace es el mismo Dios que "abrió camino en el mar".

Pero, ¿cómo lo hace? Devolviéndonos a todos la condición humana original. "Me glorificarán porque ofreceré agua en el desierto". He aquí el sentido del bautismo que hemos recibido. Y el sentido de la renovación de las promesas bautismales que realizaremos durante la Vigilia Pascual. Dios, por la muerte y resurrección de su Hijo, nos dio la posibilidad de aceptar un regalo, algo nuevo que él mismo comienza: la dignidad de hijos e hijas de Dios. Y es que él, verdaderamente, "no piensa ya en lo antiguo".

Y, ¿cómo se come esto? ¿Qué quiere decir esto en la vida concreta de cada día? Seguro que aquella mujer experimentó algo nuevo: que alguien no la condenaba. Esto era tan nuevo que lo podía cambiar todo. Por lo tanto, aquí encontramos una llamada a adoptar actitudes nuevas, como las de Jesús, en nuestras relaciones. ¿No es cierto que muchas veces nos quedamos con hechos "antiguos" en el corazón y acusamos una y otra vez a las personas, aunque sea con la mirada, con el distanciamiento, con la frialdad de nuestro trato, con la murmuración? Somos llamados a conseguir nuevas experiencias en la manera de mirar a las personas, de comunicarnos entre nosotros. Sabiendo que aquél a quien le corresponde el juicio siempre da una nueva oportunidad. Dios nos llama, hoy, a devolverle a él el papel de juez. Y nos ofrece el poder volver, nosotros, a nuestra condición de hermanos.

"Olvidándome de lo que queda atrás para ganar a Cristo Jesús"

El testimonio de san Pablo que hoy nos ofrece la segunda lectura no podemos dejarlo pasar. Es el hombre que, habiendo encontrado a Cristo en su vida, lo deja todo, cambia totalmente. Como aquella mujer, san Pablo ha encontrado a Alguien que no lo condena, que no piensa en las cosas antiguas, que ofrece un camino nuevo frente a él, que perdona de verdad. "Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta". Delante tiene el poder compartir la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Y, ciertamente, lo compartió.

¿Quién no tiene ningún pecado?

Pronto llegaremos a la Pascua. Muchos nos acercaremos antes a recibir el sacramento del perdón. Lo que Jesús dice a los que quieren apedrear a la mujer nos puede ayudar a prepararnos para este sacramento: "El que esté sin pecado que tire la primera piedra". Dispongámonos a hacer examen de conciencia teniendo en mente este evangelio.

Pongámonos en el lugar de la mujer, sintámonos no sólo acusados y señalados sino, sobre todo, profundamente respetados y amados por Jesús, que no nos condena. Pongámonos en el lugar de los acusadores, sintámonos acusados, pero no condenados, por Jesús: "El que esté sin pecado que tire la primera piedra". También aquellos pudieron sentirse amados y tuvieron posibilidad de comenzar una nueva vida: "se fueron escabullendo uno a uno". Sin embargo, al hacer este examen, no debemos olvidar lo que decía san Pablo y que podemos decir cada uno de nosotros: que llegaré a Cristo "no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe".

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 5, 13-14


22.

La primera lectura pertenece al llamado libro de la consolación, del segundo Isaías. En el exilio, en el destierro, el pueblo está desvalido y sin apoyos: sin templo, sin sacerdotes, sin organización, postrado en su ánimo, sin esperanza... Son muchos los analistas religiosos que dicen que, en buena parte, el modelo hermenéutico de comprensión de la situación actual es precisamente "el exilio", más que "el éxodo", cuyo espíritu ha alentado en el pasado tanta fuerza utópica.

Se dice que estamos "en el exilio" porque, como el pueblo de Israel en aquella situación, "no tenemos príncipes", ni líderes, ni tenemos un rostro claro del faraón en estos tiempos de mundialización del capital (frente a los tiempos en que el faraón tenía nombre y apellido concreto), ni se vislumbra una salida alternativa (frente a los tiempos en que era clara la alternativa de liberación por la que había que dar incluso la vida)...

Esta afirmación del exilio como "nuevo paradigma", frente al éxodo, es problemática, porque mientras que aquel es un momento puntual de la historia del pueblo de Israel (que, ciertamente, puede asemejarse a otros momentos puntuales de la historia del nuevo Pueblo de Dios), el éxodo no es un momento puntual, sino una dimensión permanente, esencial, constitutiva, del Pueblo de Dios. No se puede decir que en este momento histórico nos ilumine el exilio "en vez de" el éxodo. También cuando no está claro el rostro del faraón, cuando parece que no se sabe ni siquiera dónde está el mar Rojo que hay que cruzar, cuando no se tiene alternativa... sigue siendo tiempo de éxodo y de liberación.

Pero, en todo caso, es claro que el paradigma del exilio presenta una cierta semejanza con la situación de tantos cristianos que lucharon con esfuerzo y esperanza en las décadas pasadas por la liberación y que hoy no aciertan a rastrear las huellas por donde continúa el camino. Se han quedado desorientados, sin proyecto, sin alternativa y, a veces, hasta sin esperanza.

En una situación semejante a ésta, ciertamente, en el exilio de Israel en Babilonia, emerge poderosa la voz del profeta de la consolación (Is 41). El ministerio profético se convierte en "ministerio de la consolación", de la esperanza. Lo que más necesita el pueblo es levantar la cabeza, abrir los ojos y recobrar la esperanza. Les dice: "voy a realizar algo nuevo; ya está brotando, ¿no se dan cuenta?".

A pesar de todas las desesperanzas, a pesar del proclamado "final de la historia", los profetas, los que tienen la capacidad de ver más allá de los impases actuales, intuyen y proclaman que ahí no se acabó la historia, que Dios está preparando algo nuevo, que Dios no se da por vencido, y que aunque de un modo imperceptible, lo nuevo está brotando... "¿No se dan cuenta, no lo notan?"

En estos tiempos de destierro de la esperanza, de falta de alternativas y de ausencia utopías, es más actual y urgente que nunca el ministerio de la consolación: sencillamente, consolar al pueblo, hacerle abrir los ojos, o despertarlo del letargo o de la acomodación, y hacerle ver lo que ya está ahí, casi imperceptible pero realmente, la acción de Dios preparando para después de este exilio... ¡un nuevo éxodo!

Los momentos de crisis en la vida son los que más nos motivan a buscar los cambios de actitudes. El pueblo de Israel en Babilonia sin el apoyo de las instituciones que le hacían sentirse seguro, viviendo en medio de los extranjeros, añorando el pasado, atravesaba una de las crisis más fuertes de su historia. El profeta Isaías les recuerda que el tiempo que viene no podrá ser igual que el pasado: habrá una renovación que desde el presente histórico ya se está sintiendo.

En la conversión juega un papel importante el pasado: lo que hemos sido, lo que hemos hecho... Por su parte el presente que nos pone en crisis, es fermento de renovación; nos indica que no podemos devolvernos a lo que hemos sido, porque ya hemos ganado en experiencia, una experiencia que no nos debe hacer sentir más grandes frente a nadie sino por el contrario humildes y sencillos por saber que sólo porque en un momento decisivo de la vida fracasamos hemos podido adquirir madurez y tesón frente a las realidades de dolor y de desesperación.

El apóstol Pablo dice a la comunidad de Filipos que olvidándose de lo que dejó atrás se lanza hacia adelante, hacia la meta. El ya ha sentido en su vida la experiencia de Jesús. Su pasado y presente se constituyen en motivo de reflexión para mejorar su nueva condición cristiana.

Pablo se ha comprometido con su propia transformación de vida. Ha comprendido que su vida era el producto de siglos de legalismos ciegos que producían el deterioro de la relación del pueblo con Dios. La misma ley que regulaba la vida de la sociedad se había convertido, por su exceso, en causa de extravío, al no dar espacio al Espíritu de Dios para que actuara con toda su fuerza.

El Evangelio nos dice que cuando a Jesús le presentan la mujer adúltera, es madrugada y él está en el templo. Con el amanecer comienza un día nuevo: es señal de un tiempo nuevo; y el templo es símbolo del pasado: representa la tradición caduca. El tiempo nuevo iniciado por Jesús contrasta con el tiempo viejo sostenido por la tradición y por el templo. La Mujer es presentada a Jesús por hombres reconocidos como verdaderos judíos, que le condenan un pecado en el cual ellos mismos participaban. Fue la ley, y sus intérpretes, los que hicieron que esta mujer fuera adúltera.

Pero frente a esa realidad de pecado, Jesús tiene una alternativa muy diferente a la de los intérpretes de las leyes mosaicas. Jesús se da cuenta de que la mujer es buena y que tiene capacidad de amar. Por eso, la perdona y la hace entrar en el nuevo amanecer, en el nuevo tiempo, ya no vigilado por la ley ni por sus intérpretes, y, mucho menos, regulado por el templo ni por los oficiales religiosos. Ahora es el Espíritu quien la acompaña y el amor es quien la guía, ya que ella ha asumido su cambio y su compromiso con la vida.

Nuestro aferramiento al pasado nos impide en muchos momentos reconocer el paso renovador del Espíritu por el presente, y como Isaías nos tenemos que preguntar: "ya está en marcha, ¿no se dan cuenta?". La plenitud del tiempo instaurado por Jesús marca unas relaciones nuevas entre el hombre y la mujer, un reconocimiento de que el pecado destruye tanto al hombre como a la mujer y que todos necesitamos conversión, cambio de mente y de corazón, para que nuestras actitudes produzcan vida. Para que así, perdonados y transformados por pura misericordia y por pura gracia, no sigamos condenando a los demás y creyendo que nosotros somos los mejores.

Para la revisión de vida:

-¿Cómo va mi vida en cuanto a la esperanza? ¿Comparto el pesimismo de los derrotados o cansados, o el triunfalismo de los que proclaman el fin de la historia porque no desean su transformación actual?

-Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo... Releyendo a san Pablo a la luz de los evangelios sinópticos, puedo preguntarme: ¿es mi vida realmente "reinocéntrica"? ¿He puesto la Causa de Jesús, ¡el Reino!, en el centro absoluto de todas mis valoraciones?

-¿Tiene alguna presencia en mí la hipocresía, la moral farisaica, la doble moral, la intolerancia?

Para la reunión de grupo bíblico:

-Caracterizar bien el modelo del exilio: en qué ambiente vivía el pueblo, cómo se sentía...

-Caracterizar bien el modelo del éxodo: en qué ambiente vivía el pueblo, cómo se sentía...

-Señalar las diferencias.

-Aplicarlo a la situación actual. ¿A cuál de los dos modelos se parece más nuestra situación actual? Señalar los límites y las consecuencias de todo ello.

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro, que abres siempre a tu pueblo la salida de un éxodo nuevo, y que en la muerte y resurrección de Jesús realizaste el éxodo definitivo y crucial para todos los tiempos; te pedimos nos hagas ver, a la luz de la fe, las huellas actuales del camino del éxodo que sin duda nos estás preparando. Por J.N.S.

Para la oración de los fieles:

-Para que reine en la sociedad y en la Iglesia la sinceridad y la trasparencia, así como el espíritu de comprensión y la tolerancia, roguemos al Señor...

-Por los países que aún tienen en su legislación la pena de muerte, para que se difunda en la sociedad la conciencia de la dignidad inalienable de la vida humana...

-Por la transformación de nuestra sociedad y nuestra Iglesia en favor de una

-Por todos los que en otros tiempos lucharon con esperanza e ilusión por la transformación del mundo y hoy piensan que no hay nada que hacer; para que recobren su esperanza...

-Para que tengamos ojos nuevos capaces de descubrir lo nuevo que el Señor está preparando, lo mucho que está brotando y fermentando en medio de la aparente pasividad e inercia de este mundo viejo...

-Para que no falten profetas que consuelen a su pueblo, le acompañen en los tiempos de oscuridad o destierro, le devuelvan la esperanza y lo pongan en pie y en camino...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


23.

¿QUIEN PUEDE TIRAR LA PRIMERA PIEDRA?

1 "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" Isaías 43, 16 ¿Qué será eso que está brotando? Es el enigma que nos plantea el profeta. Las lecturas de los domingos anteriores seguían el itinerario de los israelitas en Exodo hacia la tierra prometida hasta celebrar en ella la pascua. Pero los profetas miraban más lejos, más allá del horizonte terreno, y por eso nos dice Isaías: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo". Desterrado en Babilonia el pueblo de Israel, como siempre, rodeado como está por dioses babilónicos, se ha olvidado de su Dios. Pero el Señor no los ha olvidado a ellos y los va a repatriar. Como "el corazón del rey es una acequia en manos de Dios: la dirige a donde quiere" (Prv 21,1), el rey gentil Ciro de Persia va a ser su instrumento libertador de los exiliados.

2. Todos conocían las victorias de Ciro sobre Babilonia, pero sólo Isaías las ve con ojos trascendentes de profeta. El Señor, que libró un día a Israel de Egipto abriéndole un camino en el mar Rojo, y lo defendió con carros y caballos cabalgados por su ángeles valientes que derrotaron a los egipcios apagándolos como una mecha que se extingue, también "abrirá ahora un camino por el desierto, hará brotar ríos en el yermo". Y con sentido teológico y mesiánico intuye Isaías el agua sacramental que apagará "la sed del pueblo que yo formé para que proclamara mi alianza". Eso es lo nuevo que ya está brotando. Puro amor, gracia pura. Total gratuidad. El amor movió a Dios a crear. El amor le mueve a hacer una nueva creación.

3. Y eso nuevo que está brotando, Cristo y su redención y los sacramentos, nos hace cantar con el salmista: "El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Porque ha cambiado nuestra suerte como los torrentes del Negeb". El Negeb, la parte más meridional de Palestina, árida y seca, sólo productiva por el agua que desciende de los torrentes que bajan desde Bersabé hasta Cades en los montes de Judá, hasta los valles que limitan con el mar Mediterráneo. Con la metáfora de la sequía de la tierra, cambiada por las lluvias torrenciales, se significa el paso de la esclavitud a la libertad; del exilio, a donde iban llorando sembrando con lágrimas, a la repatriación, a donde vuelven cantando con las gavillas de la cosecha de tantos sufrimientos en la mano Salmo 125. Pero más que mirar hacia atrás, el profeta nos invita a mirar al futuro.

4. El hijo pequeño del domingo anterior, es sustituído en éste por la mujer sorprendida en adulterio Juan 8, 1. El hermano mayor de la parábola, es reemplazado por los que en el hecho de vida, tienen las piedras en las manos para linchar a la mujer. Y en la escena Cristo se pone en el lugar del Corazón del Padre, que reanima, cura y celebra la fiesta del perdón.

5. Cristo, atrae a las multitudes por las palabras de libertad interior y de amor que está sembrando. Esto exaspera a las autoridades. Traman un plan maquiavélico. A los pies de Jesús, arrojan a una mujer, a la que han cazado como una bestia. Y llueve la acusación degradante y humillante: Esta mujer, tal y tal... Ellos no pretenden tanto condenar a la mujer, como juzgar a Jesús. Intentan más condenar a Jesús que condenar a la mujer. Su celo por la ley es una farsa. Según la ley, tanto la adúltera como Jesús merecen la muerte. Ella por adúltera (Dt 22,22). El, por blasfemo, si viola la ley de Moisés. Además, si decide condenar a la mujer, se compromete con las autoridades romanas, bajo cuyo dominio, los judíos no podían ejecutar la pena de muerte. Jesús se inclina y escribe. Es un truco. Su silencio les pone nerviosos. Pero Jesús quiere que se serenen para que acepten su respuesta pensada y pesada: "El que esté sin pecado que tire la primera piedra". Suenan los pasos furtivos, "empezando por los más viejos, hasta el último".

-"Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ninguno te ha condenado?". Entre el corazón destrozado de la mujer avergonzada y Jesús, manso y humilde de corazón, hay estrecha unión:

-"Tampoco yo te condeno. Anda y no peques más". Esta mujer ha estrenado el brote nuevo de la misericordia, que anunció Isaías. "Su suerte ha cambiado, como los torrentes del Negeb". El no peques más la está introduciendo en el mundo de gracia, que Jesús ha venido a instaurar.

6. Jesús no ha negado el pecado. Más. Se muestra mucho más exigente que los acusadores de la adúltera, porque percibe en ellos el mismo pecado que achacan a la desgraciada mujer. Les remite a su conciencia y desaparecieron de la escena. A Jesús le duele más el pecado de ellos, que estaban a punto de matar a pedradas a la mujer, que el de la mujer.

7. Si todos somos pecadores, el verdadero problema es el de aquellos que, sin escrúpulos de conciencia, tienen siempre las piedras en sus manos a punto para apedrear a sus hermanos. El de los hipócritas, que nunca ven la viga atravesada en su ojo, y van siempre escudriñando la paja en el ojo de los demás (Mt 7,3). ¿Quién no ha tirado piedras alguna vez?

8. Hoy está de modo pedir perdón por no se cuantas cosas que se hicieron mal en el pasado. Creo que eso es más fácil, que reconocer las culpas individuales del presente.

8. Ante Cristo, luz que conoce los rincones más escondidos, escuchemos sus palabras, y pidamos que nos purifique con este sacrificio para que nos convirtamos en seres libres, como esa mujer, y que aprendamos a no juzgar y a no condenar, y "a conocerlo a él y la fuerza de su resurrección, para llegar un día a la resurrección" Filipenses 3, 8. Es la manera de caminar hacian una sociedad más habitable y fraterna.

J. MARTI BALLESTER


24.

Nexo entre las lecturas

Mirad, voy a hacer algo nuevo (Is 43, 19). La novedad es sin duda uno de los puntos salientes de los textos litúrgicos de hoy. El profeta en lenguaje poético, lleno de imágenes sorprendentes y audaces, evoca un nuevo éxodo y una nueva liberación (primera lectura). La mujer adúltera, que trata el evangelio, descubre en la actitud de Jesús una novedad nunca vista, que la libera y transforma. Pablo de Tarso se confronta con la absoluta novedad del misterio de Cristo, y por eso todo lo tiene por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

La vieja novedad de Dios. Algo nuevo puede hacerlo quien tiene en sí la fuente de la novedad. Un poeta tiene en sí la fuente de la poesía, y por eso puede en cualquier momento ser poéticamente creativo. Un genio político puede sorprendernos con su creatividad en cualquier momento de su vida. Un hombre carismático del espíritu puede poner en juego su carisma, incluso cuando menos se pudiera esperar. Esto que acontece con hombres extraordinariamente dotados, ahonda sus raíces en Dios mismo, la novedad por excelencia y fuente de toda novedad. En la historia de Israel la novedad divina no se ha agotado en el gran acontecimiento del Éxodo. Siete siglos después del Éxodo egipcio Dios mueve los hilos de la historia para crear una nueva situación y hacer volver a Jerusalén a los desterrados en Babilonia (primera lectura). Para la pobre mujer sorprendida en adulterio y condenada a la lapidación, debió ser una gozosa novedad la actitud de Jesús para con ella: "¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno". No menos novedosa debió de ser para los acusadores de la adúltera el comportamiento de Jesús: "Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra... Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos..." (Evangelio). ¿Quién es éste que se atreve a ponerse por encima de la ley de Moisés? A nuestros oídos, finalmente, suena bastante conocido eso de "la novedad cristiana". Pablo, que la ha experimentado hasta el fondo, la resume así: conocer a Cristo (conocimiento que es fruto de la experiencia de fe), experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su muerte, alcanzar así la resurrección de entre los muertos (segunda lectura). Se puede decir que la historia de la salvación se resume en la historia de las nuevas intervenciones de Dios en vistas siempre de la salvación de los hombres.

La novedad divina no parte de cero. Es verdad que ninguna novedad religiosa, política, social o económica parte de cero. Lo nuevo hunde sus raíces en lo antiguo, sin destruirlo, pero asumiéndolo en modo creativo. Una novedad sin raíces se seca y desaparece en poco tiempo. Lo nuevo para que sea fecundo tiene su paternidad en la historia. Tampoco Dios, en las nuevas maravillas que va realizando con el correr de los años y de los siglos, actúa desde cero. Si así fuera no podríamos hablar de una historia de la salvación, sino de acciones puntuales de Dios, desligadas unas de otras, intervenciones de un Dios francotirador que actúa a impulsos, al margen de todo plan. Por eso Isaías ve en la nueva intervención de Dios en favor de los desterrados de Israel en Babilonia no una novedad absoluta, sino un nuevo éxodo, estableciendo así una pasarela entre el pasado y el presente. Jesús con su comportamiento no liquida sin más la ley mosaica, sino que se sitúa por encima de ella y la interpreta en su verdadero sentido: "Vete y no vuelvas a pecar". Las acciones nuevas de Dios en la marcha de la historia de los pueblos y en la vida de cada persona no prescinden jamás de lo que ya se ha construido. El hombre de Dios, el cristiano, es aquél que sabe leer la historia y la vida de los hombres en una continuidad constante, sin rupturas, aunque no sin sorpresas. Por ello, en la visión cristiana de la historia el presente no es sino la unión de dos riberas, la del pasado en el que está enraizada y la del futuro hacia el que se proyecta.


Sugerencias pastorales

Sin miedo a la novedad de Dios. El cristianismo desde sus mismos orígenes ha experimentado una sana tensión entre el pasado y el futuro, entre lo nuevo y lo viejo, entre la tradición y el progreso. Aquéllas formas de vida cristiana que logren mantener ambos polos de la tensión serán auténticas. Aquellas otras que, de tal manera acentúen uno de los polos que pierdan el equilibrio, caminan por un sendero equivocado. No tengamos miedo en modo alguno a la tradición, pero tampoco al progreso, a la novedad que Dios va creando en cada período de la historia. La novedad, si es de Dios, trae consigo siempre una superación de lo ya existente. La tradición, si es auténtica, da peso y solidez a las nuevas aportaciones. El cristiano es "como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt 13, 52). Dos ejemplos de novedad en nuestro tiempo: la inculturación, los movimientos eclesiales. Son, en efecto, fenómenos nuevos, pero que "vienen de lejos". San Pablo es, en cierta manera, el primer campeón de la inculturación del Evangelio en categorías y mentalidad helenísticas. No cabe duda de que cada época histórica ha debido realizar esa misma labor, hasta nuestros días. Una mayor conciencia del pluralismo cultural, hoy vigente, y el desafío de iluminar con el Evangelio culturas ancestrales ajenas al cristianismo, infunden al proceso actual de inculturación un nuevo rostro. Por otra parte, los movimientos arraigan por igual en los orígenes del cristianismo. Los estudios sociológicos del Nuevo Testamento han mostrado que sea Jesús de Nazaret, sean los primeros cristianos fueron en gran parte predicadores itinerantes, al estilo de los filósofos populares contemporáneos. En la espiritualidad de muchos movimientos eclesiales se halla la intención de "volver a las fuentes", "volver a los orígenes del cristianismo". Sí, sociológica y canónicamente los movimientos eclesiales son algo nuevo en la Iglesia, pero su ascendencia no es de ayer. En la entraña misma del cristianismo está presente la osadía de insertar los nuevos esquejes en el viejo tronco.

La novedad siempre nueva. Las novedades humanas, como todas las cosas de este mundo, tienen su ciclo vital desde el nacimiento a la muerte. Son novedad, y dejarán de serlo. Por vía de extinción o de desgaste y decaimiento. La moda es como el escaparate en que se presenta la fugacidad de las novedades humanas. Pero hay una persona, Jesucristo, que lleva la novedad dentro de sí, que es novedad siempre presente sin desaparecer en el pasado y sin perderse en el futuro: Jesucristo, la novedad absoluta, "ayer, hoy y siempre". Vive, eternamente joven, con la vida de quien definitivamente ha derrotado a la muerte. Vive, infundiendo una pujante fuerza de novedad, en quienes le abren su corazón y asimilan su estilo de vida. Verdaderamente Cristo es en todo momento de la historia el Hombre Nuevo, que tiene el mismo mensaje eterno de Dios, pero siempre nuevo y renovador del hombre. ¿Por qué a veces los cristianos somos o nos creemos viejos? Sé siempre nuevo, siguiendo los pasos del Hombre Nuevo.

P. Antonio Izquierdo


25. COMENTARIO 1

LA PRIMERA PIEDRA
En aquella sociedad, el varón llevaba las de ganar. La si­tuación de la mujer dejaba mucho que desear. Su equiparación en derechos y obligaciones con el hombre era todavía un lejano sueño. Dentro del matrimonio, la mujer no tenía acceso al divorcio, privilegio del que el varón podía hacer uso casi arbitrario; reducida a mera propiedad del marido, la esposa no era amparada por unas leyes dictadas por y en favor de varones. La desigualdad radical entre ambos sexos se ponía en evidencia con ocasión de la legislación sobre el adulterio.

El Antiguo Testamento considera adúltero al marido que entabla relación sexual con una mujer casada o con una pro­metida, pero no cuando se trata de una soltera. Por el con­trario, la esposa es considerada adúltera por cualquier tipo de relación sexual extramatrimonial, con casados o solteros. Al fin y al cabo, en aquella sociedad 'marido' se decía ba’al pa­labra hebrea que significa 'señor, amo, propietario'. La esposa era una propiedad del marido, la más preciosa, tal vez.

En aquel tiempo, el marido que sospechaba de la infideli­dad de su mujer debía llevarla al sacerdote. Este le hacía beber una mezcla de agua y ceniza del suelo del santuario mientras decía: «Si has engañado a tu marido, estando bajo su potes­tad, si te has manchado acostándote con otro que no sea tu marido... entonces que el Señor te entregue a la maldición entre los tuyos, haciendo que se te aflojen los muslos y se te hinche el vientre; que entre esta agua de maldición en tus en­trañas para hincharte el vientre y aflojarte los muslos» (Nm 5,11-31). El método puede parecernos poco convincente en orden a probar la presumida infidelidad de la esposa. Las mu­jeres que tuvieran un estómago a prueba de veneno podrían permitirse el lujo de ser adúlteras...

El libro del Levítico (20,10) condena el adulterio con la pena de muerte que se ejecutaba mediante lapidación (Ez 16,40).

Así estaban las cosas cuando «los letrados y fariseos tra­jeron a Jesús una mujer sorprendida en adulterio, la pusieron en medio y le preguntaron: -Maestro, a esta mujer la han sorprendido en flagrante adulterio; la Ley de Moisés nos man­da apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices? Le preguntaban esto con mala idea, para tener de qué acusarlo.»

Desde el año treinta de nuestra era parece ser que los romanos habían retirado al sanedrín judío el derecho a ejecu­tar la pena de muerte. Fariseos y letrados quieren meter a Jesús en un aprieto: si perdona y defiende a la mujer, se pone en contra de la ley mosaica; si manda que la apredreen, se declara contra los romanos. Jesús irá a la raíz del problema y dejará que cada uno actúe en consecuencia.

«-A ver, el que no tenga pecado, que tire la primera piedra. Volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oír aquello se fueron saliendo uno a uno, empezando por los más viejos, y él se quedó solo con la mujer, que seguía allí delante. Se incorporó y le preguntó: ¿Dónde están los otros? ¿Ninguno te ha condenado? Contestó ella: -Ninguno, Señor. Jesús le dijo: -Pues tampoco yo te condeno. Vete y en ade­lante no vuelvas a pecar» (Jn 8,1-11).

La primera piedra la tiró Jesús contra aquella sociedad en la que el varón dominaba a la mujer, con frecuencia desam­parada ante la arbitrariedad de sus legisladores, situada en clara inferioridad respecto a los hombres, vejada en sus dere­chos más fundamentales, reducida a propiedad del marido o esclava de su señor.


26. COMENTARIO 2

¿CON QUE DERECHO?

¿Con qué derecho nos constituimos en jueces de nuestros seme­jantes? ¿Quizá porque nos consideramos mejores que ellos? ¿O quizá para esconder con nuestros juicios y condenas de los demás nuestros propios errores?



UNA MUJER ADULTERA

Los letrados y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio le dijeron:

-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio; en la ley nos mandó Moisés apedrear a esta clase de mujeres; ahora bien, ¿tú qué dices?



Ser mujer en Palestina, en la época de Jesús, no era cosa fácil. La mujer ocupaba un lugar secundario en la sociedad y en la familia. Siempre estaba sometida: o a su padre, mientras era soltera, o a su marido, cuando contraía matrimonio. En el matrimonio su función era servir y dar hijos -varones, si quería ser valorada- a su marido, quien legalmente era su propietario.

Y si las leyes discriminaban a la mujer, la práctica de cada día la marginaba mucho más; el relato del evangelio de este domingo muestra cómo las leyes, discriminatorias por sí mismas, se aplican siempre para favorecer al más fuerte, el varón en este caso, y perjudicar al débil, la mujer.

El adulterio estaba penado con la muerte en las leyes judías; el hombre y la mujer que eran sorprendidos cometien­do adulterio debían ser ejecutados: «Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte», dice el AT (Lv 20,10; véase también Dt 22,22). Ambos se consideraban culpables y ambos reos de la misma pena. Sin embargo, aquellos guardianes de la legalidad y de la moralidad, los letrados y fariseos, se saltan las normas y acusan sólo a la mujer. Y piden a Jesús que dé su opinión sobre lo que había que hacer, con la intención de ponerlo ante el dilema de saltarse la Ley de Dios (eso decían ellos, que aquella ley era Ley de Dios) o de compartir la responsa­bilidad de la muerte de aquella mujer: «Esto se lo decían con mala idea, para poder acusarlo».



TAMPOCO YO TE CONDENO

Jesús se pone a escribir en el suelo -el evangelio no dice qué era lo que escribía Jesús-, y los letrados y fariseos insisten en obtener una respuesta. Y Jesús les responde obligándolos a juzgarse a sí mismos: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, sea el primero en tirarle una piedra».

No se atreven. Jesús sigue escribiendo en el suelo (¿quizá los pecados de los acusadores?) y poco a poco fariseos y letrados se van escabullendo..., ¡empezando por los más vie­jos!

Algunas cosas quedan claras en este episodio: una, el cinis­mo de aquellos santones, que, teniendo mucho de qué arre­pentirse, se constituyen en jueces de los demás y deciden por su cuenta a quién hay que condenar y a quién perdonar. Su comportamiento, ante el desafío que Jesús les lanza, muestra que no eran inocentes; pero, al parecer, ellos no están some­tidos a las leyes. En su caso... quizá habría que disculparlos por aquello de la debilidad humana, las circunstancias..., dis­culpas que ellos no han tenido a bien considerar en el caso de aquella mujer (seguramente sí que lo han hecho en bene­ficio de su cómplice). Todos se van. Ninguno de aquellos jueces está, pues, libre de culpa. Y Jesús y la mujer -a los dos los perseguían aquellos cínicos leguleyos- se quedan solos.

Y frente a la hipocresía de letrados y fariseos, se pone de relieve el modo de actuar de Dios en la actuación de Jesús. El breve diálogo que se establece entre él y la mujer muestra una nueva manera de afrontar el hecho del pecado, la infide­lidad de los hombres entre sí y de éstos con Dios. Y, sobre todo, la manera de tratar a la persona que comete un error: sin condenas, sin muerte; sólo una recomendación y, segura­mente, una mirada de respeto, de cariño y de solidaridad.

Finalmente, si comparamos este episodio con las polémi­cas de Jesús con los dirigentes judíos, vemos qué es lo que realmente juzga Jesús con dureza: la infidelidad de éstos a su compromiso con el Dios liberador de Israel y con el pueblo que El liberó.


Determinados comportamientos, especialmente todo lo relacionado con el sexo, siguen siendo causa de juicio suma­rísimo, de condena y de marginación dentro de la comunidad cristiana, al menos en los niveles oficiales. Los homosexuales, los divorciados, los curas casados..., aunque estas circunstan­cias merezcan diversa valoración teórica, provocan siempre situaciones semejantes: condenas, marginación, rechazo... que, siempre, acaban por afectar a los más débiles.

¿A quiénes diría hoy Jesús «Aquel de vosotros que no tenga pecado, sea el primero en tirarle una piedra?» Y, por otro lado, nuestra escala de valores, ¿es la misma que la de Jesús?


27. COMENTARIO 3

La primera lectura pertenece al llamado libro de la consolación, del segundo Isaías. En el exilio, en el destierro, el pueblo está desvalido y sin apoyos: sin templo, sin sacerdotes, sin organización, postrado en su ánimo, sin esperanza...

Se dice que estamos "en el exilio" porque, como el pueblo de Israel en aquella situación, "no tenemos príncipes", ni líderes, ni tenemos un rostro claro del faraón en estos tiempos de mundialización del capital (frente a los tiempos en que el faraón tenía nombre y apellido concreto), ni se vislumbra una salida alternativa (frente a los tiempos en que era clara la alternativa de liberación por la que había que dar incluso la vida)...

Pero, en todo caso, es claro que el paradigma del exilio presenta una cierta semejanza con la situación de tantos cristianos que lucharon con esfuerzo y esperanza en las décadas pasadas por la liberación y que hoy no aciertan a rastrear las huellas por donde continúa el camino. Se han quedado desorientados, sin proyecto, sin alternativa y, a veces, hasta sin esperanza.

Lo que más necesita el pueblo es levantar la cabeza, abrir los ojos y recobrar la esperanza. Y escucha: "voy a realizar algo nuevo; ya está brotando, ¿no se dan cuenta?".

En estos tiempos de destierro de la esperanza, de falta de alternativas y de ausencia de utopías, es más actual y urgente que nunca el ministerio de la consolación: sencillamente, consolar al pueblo, hacerle abrir los ojos, o despertarlo del letargo o de la acomodación, y hacerle ver lo que ya está ahí, casi imperceptible pero realmente, la acción de Dios preparando para después de este exilio... ¡un nuevo éxodo!

El apóstol Pablo dice a la comunidad de Filipos que olvidándose de lo que dejó atrás se lanza hacia adelante, hacia la meta. El ya ha sentido en su vida la experiencia de Jesús. Su pasado y presente se constituyen en motivo de reflexión para mejorar su nueva condición cristiana.

Pablo se ha comprometido con su propia transformación de vida. Ha comprendido que su vida era el producto de siglos de legalismos ciegos que producían el deterioro de la relación del pueblo con Dios. La misma ley que regulaba la vida de la sociedad se había convertido, por su exceso, en causa de extravío, al no dar espacio al Espíritu de Dios para que actuara con toda su fuerza.

El Evangelio nos dice que cuando a Jesús le presentan la mujer adúltera, es madrugada y él está en el templo. Con el amanecer comienza un día nuevo: es señal de un tiempo nuevo; y el templo es símbolo del pasado: representa la tradición caduca. El tiempo nuevo iniciado por Jesús contrasta con el tiempo viejo sostenido por la tradición y por el templo. La Mujer es presentada a Jesús por hombres reconocidos como verdaderos judíos, que le condenan un pecado en el cual ellos mismos participaban. Fue la ley, y sus intérpretes, los que hicieron que esta mujer fuera adúltera.

Pero frente a esa realidad de pecado, Jesús tiene una alternativa muy diferente a la de los intérpretes de las leyes mosaicas. Jesús se da cuenta de que la mujer es buena y que tiene capacidad de amar. Por eso, la perdona y la hace entrar en el nuevo amanecer, en el nuevo tiempo, ya no vigilado por la ley ni por sus intérpretes, y, mucho menos, regulado por el templo ni por los oficiales religiosos. Ahora es el Espíritu quien la acompaña y el amor es quien la guía, ya que ella ha asumido su cambio y su compromiso con la vida.

Nuestro aferramiento al pasado nos impide en muchos momentos reconocer el paso renovador del Espíritu por el presente, y como Isaías nos tenemos que preguntar: "ya está en marcha, ¿no se dan cuenta?". La plenitud del tiempo instaurado por Jesús marca unas relaciones nuevas entre el hombre y la mujer, un reconocimiento de que el pecado destruye tanto al hombre como a la mujer y que todos necesitamos conversión, cambio de mente y de corazón, para que nuestras actitudes produzcan vida. Para que así, perdonados y transformados por pura misericordia y por pura gracia, no sigamos condenando a los demás y creyendo que nosotros somos los mejores.

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).