COMENTARIOS
AL EVANGELIO
Jn 12, 20-33
1.
Texto. Comienza con una nota universalista. Con ella cierra el autor una temática que abría el domingo pasado en 3,16-17 y que, pasando por 7,35-36 y 10,16, culmina en estos gentiles que quieren ver a Jesús: a ellos se referiría Jesús cuando en 10,16 hablaba de otras ovejas que no son de este aprisco. Y es en este momento cuando resuena solemne la afirmación acerca de la llegada de la hora. Para Pascua acudían a Jerusalén gentes de todos los rincones de la tierra. Se trata de una hora en la que se conjugan universalidad y sacrificio del cordero: "cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (v. 32). Está llegando, pues, a su cumplimiento la presentación que hace de Jesús el cuarto evangelio: éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn. 1,29).
Universalidad y cruz, por un lado, configuran la gloria de Jesús y la obra que el Padre le ha encomendado llevar a cabo y, por otro, son la contrapartida de un mundo hecho de particularismos y de glorias fáciles. A este mundo se refiere la afirmación del v.31: "ahora va a ser juzgado el mundo".
Un texto tan importante como el de hoy no podía olvidar el valor de ejemplaridad para el discípulo, toda vez que en el cuarto evangelio Jesús se ofrece al discípulo como "el camino, la verdad y la vida" (cfr. Jn. 14,6). "El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor" (v. 26).
Comentario: El texto es un compendio denso de la cristología soteriológica y eclesiológica del cuarto evangelio. Son, pues, muchas las reflexiones que se pueden hacer a partir de él, aunque tal vez deba predominar la eclesiológica: "Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros" (v. 30).
CZ/JUICIO: Aun sin negar las formas de organización eclesial, el cuarto evangelio no está interesado en ellas. Para Juan, la iglesia es constitutivamente la comunidad de los creyentes que aman hasta dar la vida por los demás. El lugar de Jesús es el amor y éste tiene su expresión más contundente en la cruz. Es en ella donde quedan hechas añicos las barreras de todo tipo entre judío y gentil, donde se pone de manifiesto la existencia de un único rebaño, de una única humanidad. El amor no sabe de barreras. Es en la cruz donde tiene lugar el juicio y la condena de cualquier tipo de mundo que no sea el del amor. Es en la cruz donde el Padre reconoce inequívocamente al Hijo y a los hijos. El Padre, que es amor, sólo se reconoce en el amor.
¿Hora difícil? Ciertamente. Pero es la única que hace de verdad creyentes, es decir, iglesia.
A.
BENITO
DABAR 1991/18
2.
Texto. Como también pasaba los dos domingos anteriores, el texto de hoy se sitúa en el marco de la Pascua, la fiesta judía por excelencia, que congregaba a gentes de los más variados países. El autor deja constancia de este hecho introduciendo a unos griegos (la traducción litúrgica ha empleado el término genérico de gentil). Pero al hacer esto, el autor nos remite a Jn. 7, 35, donde los judíos han hablado de griegos: "¿Querrá irse a la diáspora griega y enseñar a los griegos?" De la mano de esta referencia llegamos a esta otra en Jn. 10, 16: "Tengo otras ovejas que no son de este recinto; también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y se hará un solo rebaño con un solo pastor".
Los intermediarios son Felipe y Andrés, exactamente los mismos de los que se ha servido el autor para constatar la dificultad de dar de comer a la gran cantidad de gente que acudía a Jesús (Jn. 6, 5-9). La llegada de griegos para ver a Jesús es identificada con la hora de la glorificación del Hijo del Hombre.
El domingo pasado escuchábamos que "lo mismo que Moisés elevó la serpiente, así tiene que ser elevado el HIjo del Hombre".
Esta imagen es recogida explícitamente al final del texto de hoy: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (v. 32). El comentario final del autor disipa toda duda sobre el sentido de la imagen: "Esto lo decía significando (dando a entender) la muerte de que iba a morir" (v. 33). El autor emplea el verbo "significar". La referencia al signo por el que los judíos preguntaban a Jesús hace dos domingos es indudable: "¿Qué signo nos muestras para obrar así?" (Jn. 2, 18). El signo era el siguiente: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn. 2, 19). También entonces el comentario del autor disipaba toda duda sobre el sentido del signo: "El hablaba del templo de su cuerpo" (Jn.2, 21).
La muerte de Jesús en cruz es, pues, el punto de mira del texto de hoy. De ella se habla empleando un símbolo espacial: elevación sobre la tierra. Y de ella se habla también empleando un símbolo agrícola: proceso de germinación de la simiente. Esta muerte es interpretada como triunfo, como glorificación de Jesús y del Padre que lo ha enviado. Una vez más aflora espontánea la referencia intertextual: "Cuando elevéis al Hijo del Hombre, entonces comprenderéis que yo soy y que no hago nada por mí, sino que esto que digo me lo ha enseñado el Padre. Además, el que me envió está conmigo; nunca me ha dejado solo" (Jn. 8, 28-29). El texto de hoy quiere ser también reflejo de la comunión Hijo-Padre. Esta comunión puede, sin embargo, pasar desapercibida dentro del recinto (v.29). Desde fuera del recinto, en cambio, unos griegos han venido a ver a Jesús. Ellos son las otras ovejas que vienen a escuchar la voz del pastor Jesús. Desde este momento la muerte de Jesús en cruz es el triunfo, la glorificación del Hijo y del Padre. Un orden de cosas tan viejo como el mundo está siendo juzgado y condenado. El diablo, separador de hermanos (Caín contra Abel), "homicida desde el principio" (Jn. 8, 44), no tiene ya nada que hacer. Con Jesús levantado en alto empieza a dominar el sentido humano de la fraternidad.
Comentario. El texto adquiere su plena riqueza de sentido cuando es leído desde las múltiples referencias intertextuales con que está tejido. El autor concibe la muerte de Jesús en la cruz como generadora de la fraternidad rota desde que el mundo es mundo. El recinto no es sólo Israel, sino el mundo todo, de forma que ya no existe más que un solo rebaño con un solo pastor. Los griegos, pudiendo ver a Jesús, funcionan en calidad de símbolo de este nuevo orden de cosas que nace de la cruz. Por eso la cruz puede ser presentada por el autor del cuarto Evangelio como triunfo y glorificación.
Otra línea importante del texto es la del seguimiento de Jesús. El autor la desarrolla a partir del símbolo agrícola de la simiente: sólo si ésta muere puede producir después fruto. Trasposición del símbolo: sólo si el seguidor de Jesús muere podrá generar fraternidad. En esta muerte puede haber muchos niveles o grados. El texto se sitúa en el último y más radical: la privación violenta de la vida. Pero esta privación irradia luz a los otros niveles o grados. Si Jesús está en la cruz es porque no ha vivido aislado en sí mismo, sino que ha vivido para los demás. Este es el tipo de vida al que Jesús nos invita.
A.
BENITO
DABAR 1988/20
3.
Comentario. El hecho es que hoy estamos en el capítulo doce de una obra en la que el domingo pasado leíamos el capítulo tres.
Si entre semana no hemos leído los capítulos intermedios nos será más difícil entender la situación de la que parte el texto de hoy. Esta ha sido preparada en Jn. 7, 35 (los judíos comentaban: ¿adonde querrá irse éste que no podamos nosotros encontrarlo? ¿Querrá irse con los emigrados a países griegos para enseñar a los griegos?) y en Jn. 10, 16 (Tengo otras ovejas que no son de este recinto; también a éstas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y se hará un solo rebaño con un solo pastor). Los emigrados a países griegos, las otras ovejas están hoy aquí. Han venido a Jerusalén a celebrar la Pascua. Pero la Pascua no se celebra ya en el Templo sino donde está Jesús. El autor ha operado la eliminación-sustitución del Templo de la que hablaba hace dos domingos (cfr. Jn. 2, 13-25). Jesús es ahora el Templo. "Queremos ver a Jesús" lleva como contrapartida no querer ver el Templo. Esta situación provoca el comentario de Jesús, que comienza así: "Ha llegado la hora". En Jn/02/04 leemos: "Todavía no ha llegado mi hora".
En /Jn/04/23 leemos: "Pero se acerca la hora, o mejor dicho, ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad". El verbo adorar de este último texto es el mismo que aparece en el versículo inicial de hoy, aunque la traducción litúrgica no lo refleje. Estamos, pues, ante una fiesta. Esta tiene un templo: Jesús. A él acuden las gentes, sean o no judíos. Un único rebaño con un solo pastor. En esta fiesta ya no corre el agua ritual, sino el vino del banquete (cfr. bodas de Caná). Es una exaltación, una glorificación.
Pero es una fiesta paradójica. Y aquí la visión interpretativa de Juan adquiere cotas grandiosas. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Retorna el tema y el poder curativo de la serpiente levantada en alto del domingo pasado. "Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto". La imagen médica deja paso ahora a la imagen agrícola. Pero ambas expresan la misma realidad salvadora, simbolizada en el grupo de griegos reunidos para ver a Jesús, es decir, para festejar a Jesús. Ellos son el fruto, ellos son los atraídos, los verdaderos adoradores.
En la pluma de Juan, el momento adquiere contornos fantásticos, como de escena cósmica. Es una construcción grandiosa, que sin embargo no niega ni escamotea el realismo y la crudeza de la situación: la muerte de Jesús. Por eso se trata de una fiesta paradójica. ¿Cómo puede ser festiva la crucifixión de un condenado? CZ/FT: Y, sin embargo, la construcción de Juan no es una broma sádica. Al contrario. Es un maravilloso canto épico, con la diferencia respecto a la épica clásica de que en Juan el canto nace del realismo de la situación, realismo que el autor promete a todos los seguidores del héroe: "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor". Pero este mismo realismo da consciencia a la construcción. Por eso la esperanza que genera es tanto más segura: "Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera". La muerte y todo poder mortal van a dejar de tener la última palabra.
A.
BENITO
DABAR 1985/19
4.
Se llamaba "prosélitos de la puerta" o "temerosos de Dios" (cfr. Hech 10, 2; 13, 16; 16, 14; etc) a los gentiles que aceptaban la fe de Israel, pero no habían sido circuncidados. Podemos presumir que muchos de estos prosélitos se encontraban en Jerusalén con ocasión de la Pascua y que algunos, impresionados por lo que habían visto y oído del Nazareno, quisieron conocer más de cerca al famoso Maestro. Estos gentiles piensan que lo mejor para conseguir lo que desean es acudir primero a los discípulos de Jesús, concretamente a los que estuvieran familiarizados con su lenguaje o costumbres helenas. Felipe y Andrés (ambos llevan nombres griegos y el primero es de Betsaida, en la Decápolis, que era una región helenizada) parecen ser los más indicados.
Este episodio, que no tiene conexión alguna con lo que sigue en el relato sirve como explicación del enfado de los fariseos, que, llenos de envidia, cuchichean entre sí ante el éxito de Jesús: "Todo el mundo va detrás de él" (v. 19). Por otra parte, es como un anticipo de la propagación que tendría el evangelio entre los gentiles gracias a la misión de los Apóstoles.
Todo el clamor de la multitud y el triunfo que le acompaña no puede impedir que Jesús vaya en su interior profundamente preocupado; pues ha llegado la "hora" de su "exaltación", de su muerte y también de su verdadera glorificación en la cruz.
Es la hora señalada por el Padre para realizar la siembra necesaria, sin la que no es posible la cosecha. Y Jesús es el grano. Es preciso que muera para que se extienda por todo el mundo su obra de salvación. La cosecha que Jesús espera no es otra que la salvación del mundo por la fe en su evangelio.
J/MU/EFICAZ: Juan utiliza siempre la expresión "dar fruto" en este sentido misionero. La eficacia de la muerte de Jesús para la extensión del reino de Dios entre los hombres y los pueblos no es una eficacia automática: por lo tanto no ahorra a nadie la opción libre por el evangelio. Por eso Jesús, que ha cumplido en su vida y en su muerte la ley de la siembra, de la generosidad y la entrega, nos advierte que todos debemos hacer lo mismo que él si queremos entrar con él en la vida eterna. Pues el que sólo se cuida de sí mismo y no tiene más preocupaciones que la de salvar su vida, la pierde; en cambio, gana la vida eterna el que vive y muere por los demás.
Jesús obedeció al Padre cuando llegó su "hora". Jesús recuerda a sus discípulos que deben servirle y servir al evangelio siguiendo su camino hasta el final. Entonces también ellos llegarán al Padre, como Jesús, y el Padre les recompensará con la vida eterna. El corazón humano de Jesús se espanta y atemoriza ante la muerte: ¿qué puede hacer?, ¿acaso pedir al Padre que le libre de esa "hora" y aparte el cáliz amargo que le da a beber? Jesús pide tan sólo que se cumpla la voluntad del Padre, pues para eso ha venido al mundo. Pide que sea glorificado el nombre de Dios; es decir, que se manifieste a los hombres lo que Dios es y quiere ser para todos: el Amor. Pero esto no es posible sin la última prueba: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios entregó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9); "pues tanto amó Dios al mundo que entregó a la muerte a su Unigénito" (Jn 3, 16). Es voluntad de Dios darnos la última prueba para que creamos que es Amor, para que glorifiquemos su nombre y alcancemos la vida por Jesucristo, el Señor.
Jesús sabe que el Padre siempre le escucha, pero es preciso que los hombres sepan que el Padre está siempre con él. Por eso vino la voz del cielo.
Todo este pasaje (versillos 25-30) recuerda la agonía de Jesús en Getsemaní y su transfiguración en el Tabor. Juan, uno de los tres testigos en ambos casos, no dice nada expresamente al respecto; pero aquí recoge veladamente la misma experiencia.
J/HORA/CZ: La "hora de Jesús" es también la hora del mundo. En ella se manifiesta que Dios es Amor, pero también queda al descubierto el pecado del mundo. Es la hora de la exaltación de Jesús, de su muerte y de su gloria. Es la hora del juicio contra Satanás y su ralea, pero también la hora del perdón para cuantos creen en él. Es la hora en la que Dios convoca a todos los elegidos en torno al que es "exaltado". Pues todo lo que podemos esperar y temer es fruto y consecuencia de la victoria y del juicio que acontece en la cruz de Cristo.
EUCARISTÍA 1988/15
5.
El evangelio comienza con la noticia de que unos griegos quieren ver a Jesús. Se trata, sin duda, de unos prosélitos, pero en la intención del evangelista estos griegos representan la vanguardia de la humanidad que acude a Jesús, nueva pascua.
Empieza a cumplirse lo que los fariseos han dicho comentando la entrada triunfal en Jerusalén: todo el mundo se ha ido detrás de El (/Jn/12/19). En Jn. 7, 35 los judíos habían comentado: ¿Querrá irse con los emigrados a países griegos para enseñar a los griegos? En 12, 20-22 Juan da la respuesta (no exenta de ironía) a estos comentarios.
Evidentemente se trata de un artificio literario de Juan, pero un artificio justificado porque recoge un hecho real en la experiencia cristiana postpascual.
En los vs. 23-33 se nos da el significado del hecho: es la hora de la glorificación de Jesús, es decir, Jesús es reconocido como el salvador del mundo (cfr. Jn. 4,42). Los griegos, símbolo de una humanidad que acude a Jesús, son el fruto abundante. Este fruto es el resultado de la misión de Jesús. Pero por cumplir su misión Jesús tiene que enfrentarse con la muerte, provocada desde fuera. Es la prueba de fuego. Si la acepta habrá cumplido su misión y habrá fruto abundante.
Por eso, la muerte de Jesús es, en último análisis, su propia glorificación. Juan recuerda de paso que éste es el camino de todo el que quiera ser discípulo de Jesús (v. 26) y que este camino es el que da la medida de la auténtica personalidad (v. 25).
J/MU/REPUGNA: El hombre, que es Jesús, no podía menor de sentir horror ante la provocación de una injusta muerte. Y el Hijo, que es Jesús, así se lo manifiesta a su Padre en diálogo intenso. Ambos datos responden a experiencias reales en la vida de Jesús.
Juan recoge esas experiencias y elabora un cuadro majestuoso en el que se refleja el genio personalísimo del artista que él es. En síntesis doctrinal sobre los vs. 27-33 quieren decir lo siguiente: Jesús acepta su propia muerte con la confianza y la fuerza que le da el sentirse Hijo de Dios (vs. 27-28) y, a pesar de que la gente la va a considerar un fracaso (v. 29), El se enfrenta a ella con el íntimo convencimiento de que el amor puede más que el odio y el egoísmo. Este es el juicio que tiene lugar en la muerte de Jesús (vs. 31-33).
DABAR 1976/24
6.
El que ama su propia vida la perderá (evangelio). Es la paradoja: una existencia cerrada en ella misma, centrada totalmente en ella misma, se va vaciando paulatinamente de sentido y acaba perdiéndose. Una existencia que acepta salir de ella misma y de sus intereses, que se va gastando y consumiendo en beneficio de los demás, se va enriqueciendo y se va salvando. Lo vemos en los padres en relación con los hijos y lo vemos con los esposos. El amor es fuente de riqueza y de construcción interior; el egoísmo conduce al vacío. Jesús es este grano de trigo que muere. ¿Por qué? Porque ha ido siguiendo su camino sin pensar en sí mismo, sino respondiendo a la llamada del Padre que le enviaba a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, que es la salvación ofrecida a todos, especialmente de los pobres y marginados. Su palabra y su acción han topado con los poderes constituidos. Pero Jesús no ha abdicado de su camino para salvar su vida, sino que lo ha seguido con fidelidad. Esta vida, segada por la muerte, da mucho fruto. Como el grano de trigo.
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/05
7.
Este texto está entre la entrada triunfal en Jerusalén y el lavatorio de los pies a los discípulos. Jesús habla de la crucifixión. Juan la interpreta como "ser levantado", glorificado, vv. 23, 24, 32. La crucifixión es al mismo tiempo la manifestación suprema del amor de Dios y el juicio que cae sobre el príncipe de este mundo (v. 31). No hay otro texto evangélico que en tan poco espacio contenga tanta variedad de temas. Su forma literaria es el contraste o paradoja.
La petición de los griegos que quieren ver a Jesús motiva la respuesta que puede servir de título a la perícopa: Ha llegado la "hora". Todo converge hacia la "hora". Se alude a la pasión como la hora de la glorificación. El texto es una expresión clara de la teología de Juan sobre la glorificación.
Es el momento de la decisión, de la crisis del mundo. El mundo quiere vivir de sí mismo y para sí mismo. Busca en sí el sentido de la existencia. Así se autoexcluye de la salvación, porque es Jesús quien con su muerte da la vida.
Para los discípulos la pasión, como glorificación, comporta que quien quiere conservar la vida la pierda. En este contexto hace Juan una referencia teológica a Getsemaní.
Al discípulo no se le dispensa del sufrimiento ni de la decisión personal. El apóstol acepta una ley fundamental: la unidad con Cristo crea un problema vital. El discípulo no puede ahorrar-guardarse la vida. El no es norma para sí.
Conserva la vida si la entrega. Jesús lo afirma a través de tres sentencias: el grano que muere para dar fruto, el siervo que debe seguir a su señor, la turbación de Jesús que anuncia la inminencia de su exaltación.
Este texto es un momento clave en el proceso de autorevelación de Jesús al mundo. La hora de la glorificación está cerca pero ha de pasar por la cruz. Esto provoca una crisis en muchos de los discípulos que rehúsan seguirle por este camino. Y el evangelio, de los judíos pasa a los gentiles representados aquí por los griegos.
P.
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985/07
8.
PREDICACIÓN CENTRADA EN EL EVANGELIO
La idea central se halla en la presentaci6n de la fecundidad de los sufrimientos y de la cruz de Cristo. El evangelio dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". Y el fragmento de la carta a los Hebreos afirma: "El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna". El misterio pascual, que nos disponemos a celebrar solemnemente la semana pr6xima, consta de tres momentos o aspectos: la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesucristo. Hoy nos fijamos de una manera especial en el primer aspecto, el de la muerte de Cristo, que nos indica que el cristianismo supone siempre la destrucción de algo para llegar a la plenitud de la vida. El mismo fragmento evangélico de hoy dice: "El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna". Es imposible, pues, una llegada a la victoria sin pasar por la derrota.
Al hombre de hoy, eso le cuesta admitirlo, porque rehuye espontáneamente todo lo que comporte sufrimiento, privación, muerte, y busca con afán el goce, el confort, la vida. Pero, por otro lado, el hombre actual está más capacitado que nunca para vivir con lucidez su radical caducidad y su destino para la muerte. De hecho, las filosofías originales de nuestra época se complacen en esta mirada fija a la muerte. Y la experiencia de cada día nos enseña que, a pesar de todos los esfuerzos, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte continúan siendo el patrimonio común de la humanidad. Es bueno aprovechar esta lucidez, pero el mensaje cristiano debe insistir en que el paso por la muerte es sólo la condición para llegar a la vida, y no el término final de la existencia.
JOAN
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1994/04
9. /Jn/12/24:
Ahora es el tiempo de la cosecha, de la plenitud, de la abundancia. El tiempo de recoger todo ese fruto que ha producido el grano de trigo enterrado: Jesús muerto por la vida del mundo.
Jesús es la primera gavilla que en la fiesta de los Ácimos es ofrecida a Dios.
Pentecostés es la plenitud de la cosecha.