41 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
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34. “QUEREMOS VER A JESÚS - Por José María Maruri, SJ

1.- “Queremos ver a Jesús”… “Queremos ver a Dios”. Es el grito que nace de lo más hondo del hombre. Y así como se habla mucho de los traumas que causa una supuesta represión sexual, que, por lo visto, sufrimos los de mis tiempos, no se dice nada de los efectos desastrosos que está causando el tratar de reprimir ese deseo innato del hombre hacia Dios.

El hombre nacido de la mano amorosa de Dios gravita hacia Él, tiende a volver a sus brazos como el niño a la madre. Y si hay algo que se interpone entre el hombre y Dios, el hombre se descentra, busca la felicidad donde no puede encontrarla, en el sexo, en la bebida, en la droga, en la violencia… Y esos efectos causados por la represión de la tendencia del hombre hacia Dios que conlleva nuestra sociedad materialista los estamos experimentando día a día.

2.- “Queremos ver a Dios” nos están diciendo sin palabras los que nos rodean, los que trabajan con nosotros, hasta familiares y amigos. ¿Y por qué no le ven? Tal vez los que estamos cerca sabemos mucha religión, mucha teología, mucha sagrada escritura, somos profesores de Dios, pero Dios no se le enseña, se le narra.

* Un profesor de geografía enseña la orografía de los pueblos, sus ríos y sus valles, su vegetación, las costumbre de los pueblos.

* Un explorador, un viajero lo cuenta, no enseña, narra su experiencia.
“Queremos ver a Dios”. Ese grito no está clamando por profesores de Dios, sino por hombres que narren su experiencia de Dios, que dejen ver a Dios a través de su vida.

“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos dejarán ver a Dios”, porque son corazones como cristales sin mancha que dejan ver a ese Dios que habita en ellos, como a través de los ojos de un niño se ve al Dios que habita en ellos, como a través de los ojos de un niño se ve al Dios inocente que vive en ellos.

3.- Mucho se habla hoy de transparencia, pues, pues transparencia es lo que se nos pide a los cristianos…
-- somos imagen de Dios, pues que se vea a Dios en nosotros
-- tenemos al Espíritu Santo en nosotros pues seamos cristal limpio y puro que deje ver al Espíritu de Dios.
--somos cristianos, cristóforos, portadores de Cristo, que todos vean en nosotros al Señor Jesús.

¿Somos cristianos o vamos disfrazados de cristianos y por eso nadie ve en nosotros al Señor Jesús? ¿Somos transparencia de Dios o caricatura de Dios?

4.- El Señor nos dejó dicho como los hombres conocerían que éramos cristianos, cómo verían a Cristo y a Dios en nosotros: “si os amáis unos a otros. Esa ha sido la verdadera transparencia del cristiano. El que ama muestra que viene de Dios y señala el camino a Dios.

** El que ama hasta dejarse morir, en el surco como el grano de trigo, por los demás, ese es transparencia de Dios.

** El que ama hasta olvidarse de si mismo y se pierde a si mismo a trozos en las manos de los demás, ese se guarda para la vida eterna, compra la otra vida.

Estos versos son la marca de fábrica del cristiano transparente:
Toma, hermano, sin medida
cuanto quieras para ti,
que cuando yo salga de aquí
para comprarme otra vida
sólo tendré lo que di.
No seamos agentes de turismo de un Dios desconocido, sino guías experimentados en la aventura hacia Dios.



35.- DIOS NO RECUERDA LOS PECADOS - José María Martín Sánchez, OSA

1. - A. d. Mello en uno de sus libros cuenta que un sacerdote estaba harto de una beata que día tras día venía a contarle las revelaciones que Dios personalmente le hacía. La buena señora entraba en comunicación directa con el cielo y recibía mensaje tras mensaje. El cura, queriendo descubrir lo que había de superstición en aquellas supuestas revelaciones, dijo a la mujer:
-- Mira, la próxima vez que veas a Dios dile, para que yo esté seguro de que es El quien te habla, que te diga cuáles son mis pecados, esos que sólo yo conozco.

El cura pensó que así la mujer callaría para siempre. Pero a los pocos días apareció de nuevo la beata.
-- ¿Hablaste con Dios?
-- Sí.
-- ¿Y te dijo mis pecados?
-- Me dijo que no me los podía decir porque los había olvidado.

Al oír esta respuesta el sacerdote no pudo concluir si las apariciones eran verdaderas o eran falsas. Pero descubrió que la teología de aquella buena mujer era buena y profunda; porque la verdad es que Dios no sólo perdona los pecados de los hombres, sino que una vez perdonados los olvida, es decir los perdona del todo.

2.- Viene esto a cuento de la conclusión con la que termina la primera lectura del profeta Jeremías que dice que el Señor perdona los crímenes del pueblo y "no recuerda sus pecados". Dios oye las súplicas del pecador arrepentido que pide en el salmo 50 le conceda "un corazón nuevo". Hemos de confiar siempre en la misericordia y la bondad de Dios que es compasivo y borra nuestras culpas. Muchas personas cargan toda su vida con un fardo pesado, creyendo que hay que aplacar la ira de Dios por el pecado cometido. Recuerdo una escena de la película "La Misión" cuando el ex capitán Mendoza sube a lo más alto de la catarata con toda su armadura, hasta que viéndole extenuado el P. Gabriel le corta sus amarras. ¿Cuál es la muestra de arrepentimiento que Dios espera de nosotros? Que sepamos negarnos a nosotros mismo, es decir morir a nosotros mismos, a nuestro egoísmo, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar vida. Así se cumple aquello de que "el que pierde su vida por mí, la encontrará".

3. - Jesús, llegada su hora, demostró que aceptaba cumplir la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios significa "hacer lo que agrada a Dios, hacer lo que Dios desea" No se trata de obedecer una ley abstracta e impersonal, sino de vivir las consecuencias de una relación personal con Dios como la que tenía Jesús con el Padre. En efecto, cuando amamos a alguien buscamos espontáneamente hacer lo que le agrada, actuar en pos de su felicidad. Pero, al mismo tiempo, si Dios nos ama, su felicidad es que nosotros descubramos la vida en plenitud, que seamos felices, no una felicidad superficial, sino la que experimenta el ser humano que se convierte en el hombre que está llamado a ser. Respetando nuestra libertad, Dios nos invita a realizar plenamente el ser que somos, desarrollando todos los dones depositados en nosotros. Su designio no es una cadena que suprima nuestra libertad sino una llamada a utilizarla plenamente para ser cada vez más capaces, a imagen suya, de amar y servir. Jesús, el hombre más libre que podemos imaginarnos, hizo la voluntad del Padre, "aprendió sufriendo a obedecer" (Carta a los Hebreos). Hay personas que al rezar el Padrenuestro dicen con vacilación "hágase tu voluntad", como si se tratase de algo difícil de cumplir o algo malo que nos va a suceder. No han llegado a darse cuenta que todo es para nuestro bien, es un Dios que está a favor nuestro, cuya voluntad es nuestra felicidad, aunque tengamos que morir a nosotros mismos. La voluntad de Dios para nuestro mundo es que se haga realidad el Reino de Dios, un reino donde haya justicia, misericordia y perdón como condimentos para que estalle la paz. Todos somos corresponsables de que la voluntad de Dios para nuestro mundo comience aquí y ahora...

4. -Jesús nos propone negarnos a nosotros mismos, aborrecernos en este mundo para guardarnos para la vida eterna. Es decir, adquirir la libertad interior que nos permita servirle a El. ¿Qué es servir a Cristo? simplemente... seguirle. San Agustín, comentando este texto nos dice que sirven a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Quien dice que permanece en Cristo debe caminar como El caminó. Para servir a Cristo hay que hacer sus mismos servicios: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, hospedar al forastero, visitar al enfermo y al que está en la cárcel. Y ésta es una tarea que podemos realizar todos, no solo los obispos o sacerdotes. Y a quien sirva a Cristo de este modo, concluye San Agustín, "el Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y su felicidad será inagotable" (Comentarios al evangelio de San Juan 51, 9-13)



36.- ¿CREO EN EL PODER DE CRISTO O CREO EN EL PODER DE SATANÁS?
Por Antonio Díaz-Tortajada

1.- En este quinto domingo del ciclo cuaresmal se llevaba a cabo la tercera votación o tercer escrutinio acerca de los candidatos al bautismo en la Iglesia primitiva. Sólo los que salieron elegidos en este tercer escrutinio pasaban a ser bautizados la noche del Sábado Santo. Recordemos que la Cuaresma era, originalmente, la última preparación que recibían quienes iban a ser bautizados y quienes iban a ser reconciliados con la comunidad, después de una larga penitencia, los pecadores públicos. Tal reconciliación se tenía el Jueves Santo.

2.- En la primera lectura, el profeta Jeremías nos habla de una nueva alianza que Dios pacta con su pueblo. Nueva alianza que el profeta pone en contraste con la antigua. Si la antigua alianza era iniciativa de Dios, la nueva también lo es. Si la antigua alianza era una alianza condicionada, la nueva es incondicionada; es decir, Dios se compromete, en esta nueva alianza, porque Él es amor y porque Él es leal. La antigua es una alianza violada por el pueblo y, por ser condicionada, dejaba sin obligación a Dios que es la contraparte.

La nueva es una alianza pactada en la sangre del Hijo de Dios y, haga lo que haga el pueblo, Dios se sigue sintiendo obligado a cumplir su parte. La antigua estaba escrita sobre piedra, la nueva lo está en el corazón. La nueva alianza no conlleva templos, ritos o sacerdocios necesarios. Los verdaderos adoradores, en esta nueva alianza, son adoradores en espíritu y verdad. Por todo esto, la profecía termina con una fase de compromiso por parte de Dios: "Cuando yo perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados". ¿En cuál alianza vivimos nosotros, en la alianza en la que Dios pide cuenta rigurosa y colérica de nuestras faltas, o en la alianza en la que Dios se nos revela como amor que ama incondicionalmente?

3.- En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, tenemos el texto más fuerte de todo el Nuevo Testamento. Allí se dice que la encarnación no fue una broma o un disfraz, sino que Dios de verdad tomó la carne con todas sus consecuencias. Jesús llegó a la perfección por medio del sufrimiento y por medio del cumplimiento de su misión difícil y dolorosa, no por medio de ritos o del cumplimiento de la Ley. Termina afirmando que por todo eso Jesús se ha convertido en autor de salvación eterna. ¿Vemos en Jesús al salvador o vemos en Él a un juez que viene a juzgar y condenar?

4.- La tercera lectura, sacada del evangelio según san Juan, nos habla de "la hora", el momento supremo de Jesús. La hora en que el Reino de Dios se hace presente. La hora en que Jesús llega al cumplimiento perfecto de su misión. El evangelio según San Juan se divide precisamente en "antes de la hora" y "después de la hora". La hora divide en dos todo. Antes de la hora sólo hay señales o signos, después de la hora ya no hay señales, sino realidades. "La hora" es la hora final, el último tiempo de los últimos tiempos. "La hora" es la hora en que se cumple la voluntad de Dios y se le da gloria. Para el evangelista Juan, "la hora" de Jesús, su momento cumbre, llegó en el momento de la muerte en cruz. Desde ese momento, Jesús está colocado como Señor entre el cielo y la tierra.

Pero Jesús dice que al servidor no le puede ir mejor que al dueño o señor. Que quien quiera tener parte en el triunfo de Cristo debe tener parte en la cruz de El. Todo el que se mete a redentor muere crucificado, dice el pueblo. Estamos completando en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo, dice san Pablo. Los primeros cristianos vivían diariamente este compromiso de pasar, como Cristo, por la muerte en cruz. Ellos sabían que eran grano de trigo de la cosecha de Dios, y que si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto, pero que si muere, da mucho fruto. Ellos sabían que bautizarse significaba apuntarse a morir como Cristo para tener derecho a una resurrección como la de Cristo.

Observemos la declaración expresa de Jesús: con su muerte "el príncipe de este mundo va a ser echado fuera". Desde la muerte de Cristo, pues, el diablo, Satanás, ha pasado a ser "un pobre diablo". El ya no es quien tiene poder, porque todo el poder lo tiene Cristo. Cristo es el grano de trigo que ahora da fruto y nadie puede impedir la cosecha. Preguntémonos para terminar: ¿Creo en el poder de Cristo o creo en el poder de Satanás? ¿Estoy dispuesto a vivir como Cristo, a morir como Cristo, para poder resucitar como Cristo?



37.- EL PECADO Y LA PENITENCIA - Por Ángel Gómez Escorial

1 - Este quinto domingo de Cuaresma es el último. El próximo es ya Domingo de Ramos y se inicia la Pasión del Señor es un tiempo que llamamos Semana Santa. Hemos subido toda la cuaresma camino de la Pascua, de la Resurrección y Gloria del Señor Jesús. Y en este camino de penitencia llegamos al perdón que Dios nos otorga. El Salmo 50, que acabamos de leer, se ha considerado a lo largo de la historia como una pieza importante de la liturgia penitencial. La petición no puede ser más adecuada para este tiempo "Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu fuerte. Devuélveme la alegría de la salvación". Un corazón impuro es aquel que ve el mal por todas las partes y que no es capaz de contemplar la alegría de la salvación.

En los tiempos modernos el debate sobre el pecado ha sido muy importante. Ahora que terminamos con el Quinto Domingo de Cuaresma este ciclo para entrar después en la Semana Santa debemos saber si el tiempo fuerte de Cuaresma ha servido para la purificación del espíritu, el perdón de los pecados y el uso alegre del Sacramento de la Penitencia. Con la aparición de las técnicas de estudio sobre la mente y el espíritu apareció la doctrina del exculpamiento. Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, analizó convenientemente el sentimiento de culpa y los traumas que dicha sentido de la culpabilidad ofrecía. Se quiso purificar la conciencia mediante la desdramatización posterior de ciertos efectos nocivos de las conciencias.

Pero se creó una nueva ley y, al igual, que San Pablo planteaba que la Ley mosaica mostraba el pecado y que sin el conocimiento de dicha ley no se sabría lo que era el pecado, el psicoanálisis y la psiquiatría comenzaron a dar una importancia inusitada al complejo de culpa manteniéndolo como zona indeleble y del espíritu y condicionador de las conciencias.

2 - La realidad natural es más sencilla. Los remordimientos por las malas acciones tienen una duración limitada porque el ser humano tiene tendencia al olvido y porque, asimismo, otras acciones buenas se sobreponen sobre las malas. Hay sucedidos que por su gravedad tienden a durar más sobre las conciencias pero tiene que existir una capacidad de somatización y olvido de lo coyuntural. Algunos tratadistas han comparado el Sacramento de la Penitencia con una especie de psicoanálisis por lo que ambos actos tienen de afloramiento de los males internos estancados. Eso, aunque es cierto, es quitarle importancia al acto de confesarse.

La Confesión pone a la persona frente a Dios, con la intermediación discreta del sacerdote. Nuestros males --y pecados-- suponen en la mayoría de los casos un distanciamiento de la doctrina principal dada por Jesucristo. "Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo" Y es que la mayoría de nuestros pecados son daños hechos a nuestros hermanos cuando nos olvidamos de Dios. Llama la atención que en relato evangélico del Juicio Final, Cristo pregunta --preguntará-- por los actos buenos y malos realizados con y contra Él en los hermanos. Dar de comer, de beber, abrigo, visitas, etc. Es esa mala relación entre nosotros, Dios y los hermanos lo que produce el pecado. Ahí aparecen la violencia, la explotación, el culto al dinero, etc.

Parece, entonces, que queda en una esquina lejana otro tipo de pecados que son los relativos al sexo y suelen ser muy frecuentes. Hay, asimismo, una tendencia a disculparlos. Pero es un absurdo. En la prostitución, en la promiscuidad, en la pornografía hay fundamentalmente mucho de esos males violentos contra el prójimo y contra uno mismo. El sexo se desboca y hace mucho mal. Los adulterios rompen las familias y en muchos casos en el inicio de una crisis de esa naturaleza se ha iniciado por una aventura galante sin aparente importancia. El pecado es siempre igual. Es siempre lo mismo: la lejanía de Dios y el daño a los hermanos. Hay -claro- muchas formas de llevarlo a cabo. No debemos olvidar que hay pecado en nosotros. En estos días debemos volver a Dios. El premio inmediato es una paz que habla de Dios y ama. Y resulta necesario que en este umbral del próximo inicio de los sublimes misterios de la Semana Santa nuestras almas se purifiquen del pecado. Reflexionemos en estos días que nos quedan hasta el Domingo de Ramos sobre nuestras carencias y faltas.

3 - Nos vamos acercando a la Pascua y es un tiempo de explosión de gran alegría. Pero antes aparece la tristeza de la muerte de Jesús en un hecho aparentemente inexplicable y cruel. Jesús, en su condición humana, como nosotros, habla en el Evangelio de San Juan de que tiene el "alma agitada", pero tiene que cumplir con su misión. Insistimos en que resulta muy difícil la comprensión completa del sacrificio de Jesús. Sus mismos discípulos no entendían que quien había venido a liberar a Israel fuese pacifico y fuera a sufrir tanto. No les entraba en
la cabeza


38.

Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza.

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás?

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto.

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.


39. EN CAMINO Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.

El libro de la consolación

 

Jeremías ejerció su ministerio por un periodo aproximado de 40 años, desde su llamamiento en el decimotercer año del reinado de Josías (626 a.C.) hasta la caída de Jerusalén en el 587 a.C. En esas cuatro décadas profetizó bajo los cinco últimos reyes de Judá: Josías, Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías. Fue uno de los períodos más cruciales del pueblo.

 

El imperio dominante era Babilonia. Cuando el rey Joaquín llevaba sólo tres meses de mandato, por iniciativa de su padre incumplió algunos “acuerdos” con los babilonios y no aceptó someterse en todo al poder imperial. Esto desató la ira de Nabucodonosor, rey de Babilonia, quien invadió Jerusalén y la destruyó con todo lo que tenía dentro, incluido el templo, por supuesto. Al verse perdido, Joaquín se entregó y fue encarcelado durante 36 años. Nabucodonosor buscó un lacayo fiel y lo encontró en Sedequías, hijo menor de Josías a quien nombró como rey de Judá.

 

Un gran número de personas, las más competentes y productivas en sentido económico, fueron desarraigadas de su patria y llevadas a Babilonia. Otras tantas, las menos competentes, las dejaron en Israel.

 

En todo este proceso, el profeta Jeremías fue siempre fiel a su pueblo. No hizo parte de los exiliados sino del resto de Israel que se quedó en Judea. Por enfrentarse a los reyes, en varias oportunidades fue procesado, encarcelado y maltratado. Aunque tuvo contacto constante con el poder, no fue un “lagarto” que buscara quedar bien librado sin que le importara la suerte de su gente, ni un anárquico que sistemáticamente rechazara todo lo que viniera del gobierno. Apoyó a algunos reyes cuando sus políticas buscaban el bienestar del pueblo. Sintió profundamente su dolor y se preocupó por darle un mensaje de consolación y ánimo, tanto a los que se quedaron como a los exiliados.

 

Los expatriados vivieron el desarraigo de su tierra, la separación de algunas de sus familias, el sentimiento de abandono y la imposición de una nueva cultura dominante. Muchas personas que en Jerusalén pertenecían a la élite, en Babilonia fueron obreros rasos. Allí su nombre y tradición familiar no contaba; se veía qué sabían y cómo podían explotar su conocimiento para hacer más grande y poderoso el imperio.

 

Quines se quedaron en Israel se encontraron sin gente preparada ya que a los más destacados se los habían llevado. Por ese motivo fueron apareciendo nuevos “gallitos” que asumían el poder con muy poca preparación, pocos deseos de servir y muchas ganas de mandar. Esto profundizó más la crisis. Los que se fueron y los que se quedaron se vieron sin templo y sin instituciones que garantizaran su sostenimiento como pueblo.

 

En ese momento la experiencia de Dios no se podía basar en el templo ni en las demás instituciones, porque no existían. En Judea quedó el pueblo ignorante; los sacerdotes, letrados y maestros de la ley no estaban. Pero esto, en vez de ser un impedimento para encontrarse con Dios, se convirtió en una oportunidad para experimentarlo de otra manera, más cercano y más asequible.

 

Jeremías les propuso una nueva alianza grabada no tanto en las tablas de la ley como en el interior mismo del ser. De esta manera, para encontrarse con Dios no era necesario el templo de piedras sino la persona humana. Para conocerlo ya no eran esenciales los maestros que no estaban, sino abrir la mente y el corazón para recibir el perdón: “porque todos me conocerán desde el mayor hasta el menor, cuando perdone sus culpas y olvide sus pecados”.

 

Jeremías como persona nos enseña a ser files a Dios, al pueblo, y a buscar siempre el bien común, a descubrir la voz de Dios que supera nuestras estructuras religiosas, destruidas por los hombres o envejecidas por el tiempo. A estar siempre con la mente y el corazón abiertos para encontrarnos con Dios en la prosperidad o en la adversidad, en compañía o en soledad. Su experiencia nos muestra que para llegar a Dios no es esencial obedecer leyes porque están escritas, sino madurar nuestra conciencia y descubrir ahí su voz que nos cuestiona, nos transforma y nos anima a ser verdaderos hijos. Sin ser anarquistas podemos madurar como seres humanos y actuar no porque existan leyes prohibitorias ni mandatos externos, sino por convicciones profundas que nos hagan abundar en bienes para todos los seres humanos, y siempre en favor de la vida. En palabras de Pablo Freire: “madurar hacia una concientización que no significa imposición de ninguna ideología, sino simplemente, ayudar a descubrir y a entender los mecanismos internos de la realidad”.

 

 

Sentido de la muerte de Jesús

 

Como sabemos, los evangelios no son una biografía de Jesús, sino una confesión de fe en el Verbo encarnado. Es decir, las comunidades cristianas que creían en Jesús, lo confesaron como su Salvador. Su vida, su muerte y resurrección, fueron salvadoras, así como la presencia de su Espíritu en medio de la comunidad.

 

A la luz de la resurrección y con la fuerza del Espíritu, las comunidades elaboran el evangelio para animar la vivencia auténtica de la fe. El evangelio de hoy es una interpretación de las comunidades que elaboraron el Cuarto Evangelio (o evangelio según san Juan) sobre la muerte de Jesús. No es la dulcificación de la muerte ni el ocultamiento de  toda su realidad existencial, con todo el dolor que produce. Como dijo Cervantes: “la muerte en cualquier traje que venga es espantosa”, o, en palabras del poeta Antonio Machado: “un golpe de ataúd, es algo perfectamente serio”.

 

Jesús vivió el dolor serio y espantoso de la muerte, como dice la primera lectura: “Con gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte”.

 

La muerte de Jesús no fue un designio de Dios como si se tratara de un Padre sádico que se complace al ver morir a propio su Hijo. Jesús no buscó su muerte; buscó una vida digna, que se hacia posible en el Reino de Dios. Su compromiso por el Reino hizo que quienes manejaban las estructuras que maltrataban la dignidad humana, lo vieran como enemigo y lo condenaran a muerte. No buscó la muerte, pero la asumió como consecuencia de su lucha por la vida y como paso para la victoria final.

 

La cruz y la muerte, como dijo Leo Boff: “fueron consecuencia de un anuncio cuestionador y de una práctica liberadora. El no huyó, no dejó de anunciar y atestiguar, aunque esto lo llevara a tener que ser crucificado. Continuó amando a pesar del odio. Asumió la cruz en señal de fidelidad para con Dios y para con los seres humanos”. Por eso la muerte de Jesús genera vida, como el grano de trigo que da fruto cuando cae en tierra y muere. Toda la vida de Jesús fue un constante entregarse, un constante “perder” la vida para ganarla.

 

Jesús pasó de la simple animalidad cerrada y centrada sobre sí misma, a la humanidad abierta al amor de Dios y a los hermanos. Del mero instinto de autoconservación al amor que entrega la vida. Estamos hablando del centro del mensaje de Jesús: entregar la vida por amor, ser capaz de negarse así mismo, a los intereses personales, no pocas veces egoístas de todo ser humano, para pensar en plural.

 

Morir, en este sentido, no es solamente el último suspiro. Es toda la vida entregada por causa del Reino, que enfrenta los riesgos del  compromiso y que se va desgastando hasta sucumbir en un límite último. Por esto decimos que muerte de Jesús no fue una hecatombe total o un triunfo definitivo del mal; no fue derrota, fue triunfo sobre las fuerzas desintegradoras de la humanidad.

 

¿Dios se glorifica con la muerte de Jesús? SÍ. Pero no porque necesite ver sangre para calmar su ira. No porque el sacrificio del hijo sea el único capaz de calmar la enorme ira de Dios causada por el pecado de los hombres, como muchas veces se ha interpretado y aún se sigue interpretando en algunas partes. ¡Dios no envió a su hijo para que lo mataran! ¿Acaso creemos en un Dios sádico? Dios envió a su hijo al mundo para dar testimonio de la verdad, para llevarnos a la verdadera vida en el amor, para que fuéramos capaces de amar y servir, y de construir nuevas relaciones entre personas y grupos. Dios se glorifica en la muerte de Jesús porque su muerte fue consecuencia lógica de su entrega por una humanidad libre y digna, porque no renunció a la verdad a pesar de correr peligro y porque fue fiel a su proyecto de salvación en defensa de los más pobres. Jesús glorificó al Padre con su muerte porque amó hasta el final, porque aún en la más cruel humillación no dejó de amar y de comprender a los seres humanos, que sin superar su animalidad no sabían lo que hacían: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Jesús glorificó a Dios porque vivió como vivió y murió como murió, por su fidelidad, por su entrega, por su amor.  

 

Para el Antiguo Testamento, a quien colgaban de un madero lo consideraban maldito (Dt 21,22-23). Jesús crucificado era un maldito, pero en verdad era un bendito. Era un derrotado por el poder, pero en el fondo él lo derrotó en su propio interior. Era un perdedor, pero en el fondo era un ganador porque le ganó la batalla a la mentira, porque vivió plenamente su condición de hijo. Era una miseria, pero en verdad, nos mostró lo significaba la verdadera dignidad humana.

 

¿Dónde está Pilatos tu poder? ¿Dónde quedó Anás tu “dignidad” sacerdotal?  ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón? Aparentemente lo vencieron, pero fue él quien venció porque vivió sin codiciar, amó sin reservas y murió sin odiar. Padeció la muerte que únicamente daban a los esclavos, pero ¿acaso ha existido sobre la faz de la tierra un hombre tan libre como él?

 

“¡Padre, glorifica tu nombre”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo volveré a glorificar”.

Oraciones de los fieles

 

1.    Por la Iglesia, nuevo pueblo de Dios: para que sea fermento de un mundo mejor y transmita esperanza a todos. Roguemos al Señor.

 

2.    Por todos los cristianos: para que en estos días de Cuaresma expresemos nuestra sincera conversión en el sacramento de la reconciliación. Roguemos al Señor.

 

3.    La imagen de Jesús crucificado evoca a los que dan la vida, e incluso la pierden, por amor a los demás: para que sean, como Cristo, el grano de trigo que cae en la tierra para dar mucho fruto. Roguemos al Señor.

 

4.    La imagen de Jesús crucificado evoca también a tantos condenados a muerte lenta: para que puedan descubrir a Cristo en el amor de los creyentes y se sientan fortalecidos en la prueba. Roguemos al Señor.

 

5.    La imagen de Jesús crucificado nos anuncia sobre todo, la victoria definitiva sobre la muerte: para que comprendamos que sólo el que entrega su vida como servicio, a imitación de Cristo, la guarda para siempre.  Roguemos al Señor.

 

6.  Por nuestro mundo atormentado por la guerra, para que cesen la guerra y el odio y reina la paz y la armonía. Roguemos al Señor.

 

Exhortación final:

Bendito seas, Padre, porque, llegada su hora,

Cristo fue el grano de trigo que, al morir, da fruto abundante,

el sol que agoniza en la tarde y resucita en el alba,

el ramo de olivo que supera al invierno inclemente

la luz que vence la sombra, y el amor que derrota al odio.

 

Créanos, Señor, un corazón nuevo para una alianza nueva,

y renuévanos por dentro con la fuerza de tu Espíritu Santo,

para que, convertidos en hijos de la luz, en hijos tuyos,

vivamos tu ley de amor con un talante alegre y renovado.

Así podrán los demás ver el rostro de Cristo reflejado

en nosotros, y glorificar por siempre tu nombre de Padre.

 

Amen.

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 264)


40. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

Una alianza nueva

El evangelio de este domingo abre un respiradero en el alma de Jesús y nos permite ver cómo vivió interiormente al acercarse a “su hora”. Estamos en Jerusalén, al día siguiente de la entrada solemne de Jesús: en su alma ya comenzó la agonía de Getsemaní: Ahora -dice- mi alma esta turbada . Pero también comenzó su ‘fiat'; las palabras: Padre, glorifica tu nombre , significan de hecho: se cumpla en mí tu voluntad; acepto la cruz, por que sé que ésa será la suprema glorificación de tu nombre. Juan nos propone, en una palabra, en ésta su página, una meditación sobre la muerte-glorificación de Cristo. Es una prefiguración del misterio pascual, visto como todavía puesto delante para que se cumpla y por esto de manera más dramática.

Si el evangelio nos aparece como un preludio a la pasión, la primera lectura nos invita a considerar el fruto más hermoso de esta misma pasión: la nueva alianza. “He aquí que vendrán días -dice el Señor- en los que yo concluiré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva” . Este pasaje de Jeremías es uno de los textos proféticos más altos y más vibrantes del Antiguo Testamento. Nosotros lo tomaremos como tema de una meditación global sobre la alianza sabiendo que hacemos con ello un paso decisivo en el camino para acercarnos a la Pascua.

La idea de la alianza constituye una especie de nota continua en el diálogo entre Dios y el hombre. En torno a ella y sus renovaciones toma cuerpo la historia sagrada que se divide en dos partes: Antiguo y Nuevo Testamento, es decir, antigua y nueva alianza.

La alianza hunde sus raíces en la misma creación; en la decisión: Hagamos al hombre a nuestra imagen , está expresado el proyecto de Dios de hacer del hombre una creatura inteligente y libre para que fuera para él un interlocutor y un amigo. La primera manifestación de esta libertad tomó, lamentablemente la forma de un “no” a Dios; “el hombre perdió la amistad de Dios, pero Dios no lo abandonó en poder de la muerte” (Plegaria euc. IV).

Para hacer entender al hombre su proyecto, Dios se sirve de realidades humanas como signos. La alianza es uno de éstos. Existía en tiempo de Abram una forma de solidaridad que, a falta de instituciones políticas y civiles más desarrolladas, representaba el vínculo más fuerte entre hombres y pueblos: la institución de la alianza. De ella habla tanto la Biblia (cfr. Gén. 21,22; 26,28; 1 Re. 5,26) como los documentos históricos del tiempo. Lo que la alianza crea entre los contrayentes está expresado con una palabra: shalom, paz (Gén. 26,30 ssq), es decir, equidad y estabilidad de relaciones, armonía entre derechos y necesidades de las dos partes. Pero no siempre la alianza es bilateral; a veces es la parte más fuerte la que ofrece o impone la alianza al más débil y le dicta las condiciones.

Tal es la alianza acordada por Dios a Abram; Estableceré mi alianza contigo (Gén. 17,7). Es un don, más que un pacto bilateral. En su fundamento, no está el temor o la necesidad sino la amistad.

Esta primera alianza ha sido un hecho si personal con Abram. Sólo con Moisés, en la experiencia de Sinaí, se extendió a todo el pueblo. El actuar de Dios comienza a revelar líneas constantes: la alianza con él supone una purificación y un dejar situaciones precedentes, naturales o de esclavitud, supone meterse en camino hacia la esperanza. Abram es llamado fuera de su tierra y el pueblo fuera de Egipto. La alianza supone éxodo, porque el pueblo debe ser liberado de esclavitudes humanas para ser libre de servir a Dios. El decálogo (recordado por la liturgia hace dos domingos) es precisamente la expresión de este servicio del hombre y por esto de la alianza (Ex. 20).

Bajo la guía de los profetas, Israel es conducido a una comprensión más interior de la alianza: los contenidos jurídicos y rituales pasan a segundo orden frente a la revelación de una alianza que es comunión con Dios. Yahvé se presenta, ora como un padre que ama y guía al propio hijo, ora como una madre que no abandona el fruto de su seno, ora como un pastor que cuida de sus ovejas, ora como un esposo de amor fuerte y celoso. Se realiza entre Dios y el hombre una mutua pertenencia, un ser el uno del otro, como en el amor humano entre novios y esposos: Ustedes serán “mi pueblo “y yo seré su “Dios” (Jer. 30,22).

El cuadro de las relaciones con Dios parece como si fuera todo feliz. Sin embargo, no es así; hay una nota dolorosa y dramática que en la Biblia acompaña todos los discursos sobre la alianza: la alianza está permanentemente en crisis por la infidelidad de uno de los contrayentes. El pueblo no mantiene el paso con Dios y camina tambaleándose como dice el profeta Elías (cfr. 1 Sam. 18,21); no hace más que recaer en sus ídolos y buscar aliados humanos en Egipto o en Asiria.

En este preciso punto se sitúa el texto de hoy de Jeremías: la alianza conocida hasta ahora ya no basta. Dios está preparando una “nueva” y distinta: no como la alianza concluida con sus padres que ellos violaron . La primera novedad es ésta: la alianza y la ley no serán ya escritas fuera del hombre, sobre tablas de piedra, sino dentro del corazón. Todos podrán reconocer a Dios dentro de sí. Él llegará a ser su Dios de un modo nuevo e insospechado. Dios dará a los hombres un corazón nuevo y un espíritu nuevo para que sean capaces de observar la ley y la alianza (cfr. también Ez. 34,23; 36,25 ssq). El realizador de esta transformación será el Mesías; sobre él, Dios derramará su Espíritu y él llegará a ser la alianza del pueblo y luz de las naciones (Is. 42, 1 ssq).

La profecía se detiene aquí. Sobre ella se cierra el Antiguo Testamento. Pero nosotros no podemos detenernos aquí, porque conocemos la realidad. En el año 15 del emperador Tiberio, en las orillas del río Jordán, es decir, en un punto preciso del tiempo y el espacio, aquella profecía se hizo realidad en Jesús de Nazaret, cuando el Espíritu se posó sobre él.

Jesús no es como Moisés que se limita a promulgar la alianza. El la realiza de un modo perfecto en su persona. En él, Dios y el hombre no se hablan ya a distancia; los dos aliados son una sola persona indivisa. Por esto, la alianza es no sólo nueva sino también eterna.

Antes de morir, Jesús instituye un memorial de esta nueva alianza que es la Eucaristía: Este es el cáliz de mi sangre de la nueva y eterna alianza, derramada para remisión de los pecados. No ya la sangre de un cordero o de un chivo (cfr. Ez. 24,8), sino la del Hijo. Es ésta la glorificación del nombre de Dios que hemos escuchado en el pasaje evangélico: sobre la cruz se perdonan los pecados, el hombre es reconciliado con su Creador, la soberanía y la santidad de Dios son reconocidas en la obediencia del Hijo del hombre. Cristo “atrae todo a sí” (evangelio de hoy), para entregarlo al Padre. La resurrección y Pentecostés manifiestan finalmente, en forma abierta, cuál es el “Espíritu nuevo” y la ley nueva que Dios había prometido poner en el corazón del hombre: el Espíritu de Jesús resucitado.

Al comienzo, con Abram, la alianza es ofrecida a un solo hombre y prometida a un pueblo; sobre el Sinaí y en los profetas es ofrecida a un solo pueblo y prometida a todas las naciones. Ahora, con Cristo, la salvación es finalmente ofrecida a toda la humanidad. Todos están llamados a entrar en esta alianza. Nadie está excluido. Más aún, los últimos pueden llegar a ser primeros (cfr. Mt. 19,30).

Pero sólo aquéllos que de hecho escucharon y acogieron la invitación y han sido bautizados forman actualmente el pueblo de la alianza, pueblo sacerdotal y nación santa (cfr. 1 Fe. 2,9). Estamos hablando, claro está, de la Iglesia que es el lugar y el fruto de la alianza. En ella, los discípulos de Cristo viven la experiencia maravillosa de ser conciudadanos de los santos, amigos y familiares de Dios (cfr. Ef. 2,19). Cada domingo, reuniéndose en torno a la mesa de la palabra y el pan de Cristo, la comunidad escucha de nuevo la historia profunda de su alianza con Dios, revive sus etapas y sus gestos fundamentales hasta el gesto supremo que ahora nos aprestamos a repetir con la consagración del cáliz de la nueva y eterna alianza.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 78-81)


 CATENA AUREA

 
v. 20-26:

(BEDA.) El templo del Señor, construido en Jerusalén era tan celebrado, que en los días de fiesta concurrían a él no solamente los vecinos, sino otras muchas gentes de lejanos países, como se lee en los Hechos de los Apóstoles del eunuco de Candace, reina de los etíopes. En fuerza de tal costumbre, habían venido aquí para adorar, los gentiles de que nos ocupamos. “Y había allí algunos gentiles de aquellos que habían subido a adorar en el día de la fiesta”.

(CRISÓSTOMO) De los que estaban dispuestos a hacerse luego sus prosélitos. Y así, habiendo oído hablar de Cristo, quieren verle. “Éstos, pues, se llegaron a Felipe, que era de Bethsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús”.

(SAN AGUSTÍN.) He aquí que los judíos quieren matarle, y los gentiles le quieren ver. Pero, por otra parte, de entre los judíos eran los que clamaban: “ Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Los unos se han sujetado a la ley de la circuncisión, los otros son incircuncisos: son como dos murallas de distinto origen y que vienen a reunirse por un ósculo de paz en la misma fe de Cristo.

“Vino Felipe y le dijo a Andrés”.

(CRISÓSTOMO) Como que era primero que él; ellos habían oído estas palabras: “No vayáis a camino de gentiles”; por eso refiere al Maestro lo que habla con el discípulo. Otra vez Andrés y Felipe dijeron a Jesús.

(SAN AGUSTÍN) Oigamos la voz de la piedra angular, que es la siguiente: “Y Jesús les respondió diciendo: “viene la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre”. Quizá creerá alguno que Él dijo glorificado porque los gentiles querían verle; pero no es así, sino que veía que los gentiles en todas las naciones habían de creer en Él, después de su pasión y de su resurrección. Con ocasión, pues, de estos gentiles que deseaban verle, anuncia la futura plenitud de las naciones y promete que ya es llegada la hora de esta glorificación en los cielos, después de la cual las naciones habían de creer, conforme a aquellas palabras del Profeta (Ps. 107, y. 6): “Seas ensalzado, oh Dios, sobre los cielos, y sobre toda la tierra tu gloria “. Pero convino que se, manifestara la exaltación de su gloria de tal manera, que estuviera precedida de la humildad de su pasión. Y por eso añade: “En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo que cae en la tierra no muriese, él solo queda; mas si muriese, mucho fruto lleva”. Él decía de sí que era el grano que debía triturar la infidelidad de los Judíos, pero que la fe de las naciones debía multiplicar.

(BEDA) Porque Él ha sido sembrado en este mundo de la semilla de los profetas, esto es, encarnó para que, muriendo, resucitase multiplicando. Él murió solo y resucitó acompañado de muchos.

(CRISÓSTOMO) Y como con las palabras no podía convencerlos suficientemente, se vale de un ejemplo, porque el trigo da mucho más fruto después que muere. Y si esto sucede en las semillas, con mayor razón en Mí. Por otra parte, como que debía enviar sus discípulos a las naciones ve a los gentiles abrazar la fe, les manifiesta que ya es tiempo de acercarse a la cruz. No los envió a las naciones sin que antes los judíos se estrellasen contra Él y le crucificasen; y como previó que sus discípulos habían de contristarse por lo que les había dicho acerca de su muerte, para mayor abundancia les dice: No solamente debéis soportar con paciencia mi muerte, sino que vosotros mismos debéis morir, si es que queréis conseguir algún fruto. Y esto es lo que quiere significar por aquellas palabras: “Quien ama su alma la perderá”.

(SAN AGUSTÍN.) De dos maneras puede entenderse este pasaje: el que ama, perderá; esto es, si amas perecerás; si deseas vivir en Cristo, no temas morir por Cristo. Y también de este otro modo: El que ama su alma, la perderá. No ames en esta vida, para no perder en la eterna. Éste último me parece que es el sentido del Evangelio, pues que añade: “Y el que aborrece su alma en este mundo”, etc. Luego, lo dicho más arriba, se entiende en este mundo.

(CRISÓSTOMO.) Ama su alma en este mundo aquel que pone por obra los deseos desordenados, y la aborrece el que resiste sus malas pasiones. Y no dijo aquél que no cede a ella, sino aquél que la aborrece. Y a la manera que nosotros no podemos ni aun soportar la voz ni la presencia de aquellos que aborrecemos, del mismo modo debemos apartar nuestra alma cuando nos induce a que hagamos cosas contrarias a Dios, y que por lo mismo le desagradan.

(SAN AGUSTÍN.) Pero mira, no te asalte la tentación de querer matarte a ti mismo, entendiendo que de este modo aborreces en este mundo a tu alma: de aquí toman motivo muchos malignos y perversos homicidas para entregarse a las llamas, arrojarse al agua o por un precipicio, y perecen. No es esto lo que enseñó Cristo: antes, por el contrario, al diablo, que le sugería para que se arrojase desde una altura, le respondió: “Vete, Satanás”. Pero cuando las circunstancias sean tales que se te ponga en al alternativa de obrar contra la Ley de Dios, o salir de esta vida amenazándote con la muerte el perseguidor, entonces es cuando debes aborrecer tu alma en este mundo para conservarla en la otra vida.

(CRISÓSTOMO.) Cara es esta vida para aquellos que están apegados a ella; pero si alguno elevase los ojos al cielo, considerando que allí es donde están todos los bienes, menospreciará pronto la vida presente; porque cuanto más claro se viere lo mejor, se desprecia lo peor. Y esto es lo que Cristo quería infundirnos, cuando añade: “El que me sirve, sígame”, esto es, imíteme. Dice esto de la muerte y de la imitación por medio de las obras, porque es preciso que el que sirve siga a aquel a quien sirve.

(SAN AGUSTÍN.) Qué sea servir a Cristo, lo encontramos en sus mismas palabras: “Si alguno me sirve”, etc. Ahora bien; sirven a Jesús los que no buscan su gloria propia, sino la de Jesucristo: esto es lo que quiere decir, “Sígame”; ande mis caminos, no los suyos, haciendo por Cristo no solamente aquellas obras de misericordia que pertenecen al cuerpo, sino hasta aquella de sublime caridad, que es dar la vida por sus hermanos. ¿Pero cuál será el fruto de esto? ¿Cuál la recompensa? Hela aquí: “Y en donde yo estoy, allí también estará mi ministro”. Ámese de balde a fin de que el precio de la obra con que se sirve sea estar con Él.

(CRISÓSTOMO.) Manifiesta de esta manera, que la resurrección sucederá a la muerte. “En donde yo estoy” dice, porque antes de la resurrección Cristo estaba en los cielos: elevemos, pues, allí, nuestro corazón y nuestra alma.

“Y si alguno me sirviese, le honrará mi Padre”.

(SAN AGUSTÍN) Estas palabras debemos tomarlas tomo explicación de lo que antes había dicho, “Allí también estará mi ministro”.

Porque ¿qué mayor honra puede recibir el hijo adoptado que la de estar allí en donde está el Único?

(CRISÓSTOMO) No dijo, pues, Yo le honraré, sino “le honrará mi Padre”: porque no tenían de Él la opinión que convenía, y creían que era mayor la gloria del Padre

vv 27-33:

(CRISÓSTOMO) Como el Señor había exhortado a sus discípulos a la muerte, a fin de que no se diga que viendo de lejos los sufrimientos, como hombre le es fácil filosofar sobre esto punto y darnos consejos, quedándose Él seguro de todo peligro, se nos manifiesta en su agonía, y no temiendo la muerte por los bienes inmensos que de ella había de reportar. Por eso dice: “Ahora mi alma está turbada”.

(S AGUSTÍN.) Yo creo escuchar: el que aborrece su alma en este mundo, para la vida eterna la guarda, y arde en deseos de menospreciar al mundo, y ante mi vista nada son los bienes de oste mundo por muy duraderos que sean: todas las cosas temporales me parecen viles y despreciables por amor a las eternas; y otra vez vuelvo a escuchar al Señor, que dice: “Ahora mi alma está turbada”.

Me mandas que acompañe a tu alma y veo que tu alma está turbada; ¿cuál será mi fundamento si la piedra sucumbe? Reconozco, Señor, vuestra misericordia, porque turbándoos por un exceso de caridad, consoláis así a muchos que forman parte de vuestro cuerpo y que no pueden menos de turbarse a causa de debilidad. Vos les consoláis a fin de que no perezcan por la desesperación. Sobre sí, pues, quiso nuestra cabeza tomar todas las enfermedades de sus miembros, y por eso no ha sido turbado por nadie, sino que se turbé a sí mismo, como se ha dicho antes.

(CRISÓSTOMO) Al aproximarse a la cruz, hace ver lo que en Él hay de humano, y a la naturaleza que no quiere morir, porque está apegada a la vida actual, enseñando que Él no está libre de las pasiones humanas, y que no es un crimen desear la vida presente, como tampoco lo es el tener hambre. Cristo tenía su cuerpo limpio de pecado, pero no estaba exento de las necesidades de la naturaleza; esto era efecto de la economía de su encarnación y no pertenecía a la divinidad.

(SAN AGUSTÍN) Por último, el hombre que quiera seguir, oiga en qué hora debe hacerlo. La hora terrible se acerca quizá; presentase la ocasión, o de cometer la iniquidad, o de soportar el sufrimiento; el alma débil se turba; oye, pues, lo que añade: “¿Y qué diré?”

(BEDA.) ¿Qué otra cosa es esto, sino instruir a mis seguidores? “Padre, sálvame de esta hora”.

(SAN AGUSTÍN.) Te he enseñado a quién debes invocar, y a cuya voluntad debes someter la tuya; y no te parezca que Él se halla rebajado de su inefable alteza porque te eleva de lo profundo de tu bajeza, sino que tomó sobre sí las enfermedades humanas, a fin de poder enseñar al desgraciado a que exclame: “No lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”. Y luego añade: “Por eso vine a esta “hora”.

(CRISÓSTOMO) Como si dijera: Nada tengo que decir para sus sustraerme a vuestras súplicas, dado que para eso vine a esta hora; palabras no pueden interpretarse: Aunque nuestra alma se vea turbada y tengamos que padecer muchos males, no nos es lícito huir de la muerte; porque yo, turbado también ahora, no la evito, sino que estoy presto a sufrir lo que venga; no digo, líbrame de esta hora, sino al contrario: “Glorifica tu nombre”. Enseñé también cómo se muere por la verdad, llamando a esto gloria de Dios, y así fue, en efecto; pues que había de suceder que después de la cruz todo el orbe se convertiría, y conocido el nombre del verdadero Dios, le adoraría. Esto redunda en gloria , no sólo para el Padre, sino también para el Hijo, si bien Él lo calla.

Y sigue: “Una voz se oyó que desde el cielo decía: “Le he glorificado y de nuevo le glorificaré”.

(SAN GREGORIO) En estas palabras, Dios habla por ministerio de un ángel, de modo que si los ojos nada ven de su inefable esencia, los oídos escuchan las divinas palabras. Sin embargo, hablando de cosas celestiales, quiere que sus palabras sean escuchadas de todos, sirviéndose del intermedio de una racional criatura.

(SAN AGUSTÍN) Glorifiqué , se refiere a una época anterior a la creación, y de nuevo le glorificaré , cuando resucite de entre los muertos. O, según otra interpretación: le glorifiqué, cuando nació del seno de una virgen; cuando ejerció estupendos milagros; cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él, tomando forma de paloma; y de nuevo ¿le glorificaré, cuando resucite de entre los muertos; cuando suba a los cielos a manera de Dios que es, y cuando su gloria se esparza por los ámbitos del mundo.

“La turba que rodeaba, escuchando, decía que era un trueno”

(CRISÓSTOMO) La voz era bastante clara y significativa, pero pasó como un relámpago sobre aquellos hombres groseros, presa de la molicie y de la pereza. Éstos escucharon tan sólo el sonido de la voz; otros pudieron entender que era voz articulada, sin embargo de no comprender su significación, y a éstos se refiere cuando añade: “Otros decían: Un ángel le ha hablado”.

“Respondió Jesús, y dijo: No por mí se ha dejado oír esa voz, sino por vosotros”.

(SAN AGUSTÍN.) Con estas palabras se manifiesta que esta voz no se dirigía a indicar a Jesús lo que ya sabía, sino a aquellos que tenían necesidad de que se les indicase. Y así es como la voz había hablado, no a causa de Él, sino por ellos.

(CRISÓSTOMO)La voz del Padre se dirigía a destruir la afirmación de los que decían que Jesús no procedía de Dios. ¿Cómo no ha de proceder de Dios Aquél que es glorificado por Dios? Considera que estas cosas humildes fueron hechas a causa de ellos, pero no porque el Hijo necesitase de tal auxilio. Cuando dice glorificará, manifiesta ostensiblemente y de seguida el modo de la glorificación, a proseguir diciendo: “Ahora es el juicio del mundo”.

(SAN AGUSTÍN) El juicio que se espera para el fin, será de premios y de penas eternas, y así hay dos clases de inicios: el de condenación y el de separación, y a éste se aludía; porque Jesús había segregado a los redimidos por Él del poder del demonio. Tal es el sentido de lo que sigue: “Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera”. No vayamos a creer que el diablo sea llamado príncipe del mundo, porque se le haya concedido poder alguno sobre el cielo o la tierra; sino que aquí se entiende por mundo las almas de los perversos que llenaban el mundo. Las palabras príncipe de este mundo , quieren, pues, decir de los hombres malos que habitan en el mundo. También se llama mundo con relación a los buenos, que asimismo llenan el mundo, y en este sentido dice el Apóstol: “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo”. Éstos son aquellos de cuyos corazones ha de desalojarse el príncipe del mundo; porque el Señor preveía que después de su pasión y glorificación habían de creer en Él todos los pueblos de la tierra, en cuyos corazones el diablo tenía a la sazón alojamiento, y que sería arrojado de ellos cuando los hombres, renunciando al diablo, abrazaran la fe. Mas ¿por ventura, no fue arrojado fuera de los corazones de los antiguos justos? ¿Cómo, pues, se dice que ahora se arrojará, sino en el sentido de que lo que antes se había hecho con pocos, ahora se predice que se hará con muchos y grandes pueblos? ¿Acaso, dirá alguno, porque el diablo sea arrojado fuera, ya no tienta a ninguno de los fieles? Antes al contrario: no cesa de tentarlos; pero una cosa es reinar dentro del alma, y otra sitiarla exteriormente.

(CRISÓSTOMO) Cuál sea este juicio por el que el diablo es arrojado fuera, lo hará manifiesto con un ejemplo: Si un acreedor apalea y mete en la cárcel a sus deudores, usa de un derecho; pero si impulsado por ciego furor hace lo mismo con otras personas que nada le deben, en ese caso tendrá que responder no sólo de éstos, sino de aquéllos: del mismo modo, el diablo será castigado de las cosas hechas contra nosotros, por haberse atrevido contra Cristo. Pero ¿cómo, dirá alguno, será arrojado fuera, si te ha vencido? Por eso continúa: “Cuando yo fuere elevado sobre la tierra, atraeré todas las cosas a mí”. Cómo ha de considerarse vencido el que lo atrae todo a sí El decir esto es más que decir recusitaré , porque esto último no supone el atraer a los pueblos a sí; pero diciendo atraeré supone ambas cosas.

(SAN AGUSTÍN) ¿Mas qué cosas son éstas que debe atraer sino las personas de quienes ha sido desalojado el diablo? Y adviértase que no dice todos , sino todas las cosas , porque no todos estarán en posesión de la fe, y porque no se refiere a todo el conjunto de los hombres, sino a la integridad de su naturaleza, esto es, al espíritu, al alma y al cuerpo; a aquello por cuyo medio entendemos, a aquello por cuyo medio vivimos, y a la parte física sujeta a los sentidos externos. Y si por la palabra todos hubiéremos de entender los mismos hombres, diremos que son los predestinados a la salvación, o aquella especie de hombres que, estando exentos de pecado, se distinguen de los demás hombre por innumerables diferencias específicas

(CRISÓSTOMO.) ¿Y cómo dice Jesucristo en otra parte que el Padre atrae? Porque en realidad, el Padre atrae cuando atrae el Hijo. Dice atraeré , como si los hombres, aherrojados por un tirano, no pudiesen por sí mismos librarse del cautiverio para ir a Él. (SAN AGUSTÍN.) Mas, “si yo fuere, dice, levantado de la tierra”, esto es, cuando sea levantado; puesto que Jesús no puede dudar de que se han de cumplir las cosas que ha. venido a realizar, y su exaltación no es otra cosa que su muerte en la cruz. De aquí las palabras del Evangelista, que añade: “Esto lo dijo, porque había de morir de muerte violenta”.

(Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea , tomo V, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946, pp. 295-301)


 BOSSUET

 
Jesucristo es el grano de trigo.

Los miembros de Jesucristo deben morir como su cabeza (Jo., XII, 25).

Para comprender la necesidad impuesta a todos los miembros de morir para fructificar, sería suficiente haberla visto realizar en la cabeza. Pero para que comprendiéramos todas las consecuencias de esta verdad, Jesucristo nos la describe expresamente: “Quien ama su alma, nos dice, la perderá” (Jo., XII, 25). Perderla, pues, es lo mismo que amarla: o sea, perderla es procurarle satisfacciones. Es necesario que se pierda todo, que se pierda a ella misma, que se odie a sí misma, que lo rehusé todo, si ella quiere vivir la vida eterna. Siempre que alguna lisonja se presente a nosotros, pensemos en estas palabras: « Quien ama su alma, la perderá ». Siempre que algo difícil se nos ofrezca, pensemos también: odiar su alma es salvarla. Que perezca pues, todo lo que nos agrada, que sea para nosotros pérdida definitiva.

¡Odiar su alma! ¿Puede uno odiar su alma sin odiar todos sus beneficios y todos sus talentos naturales? Y, ¿puede uno gloria rse de que la odia? Y, ¿puede uno dejar de odiarlos si considera que no nos sirven sino para nuestra pérdida en el estado de ceguera y debilidad en que estamos? Gloria, fortuna, reputación, santidad, belleza, espíritu, sabiduría, elegancia, habilidad, todo nos puede perder; incluso la complacencia en nuestras virtudes: ello nos puede perder mucho más que las otras cosas.

Nada hay que Jesús haya repetido tantas veces e inculcado con tanta frecuencia como este precepto: « Quien halla su alma, la pierde; quien pierde su alma, la salva » (Mat., X, 39; XVI, 25). Y esto mismo es lo que él recomienda, una vez más, en otro lugar del mismo Evangelio: « Quien quiere salvar su alma, la perderá, y, por el contrario, quien la pierde le dará la vida » (Luc., XVII, 33). « Es necesario, nos dice Jesús, odiarlo todo si se quiere ser discípulo mío: el padre, la madre, los hermanos, las hermanas, la esposa y los hijos, y aun su propia alma »

Penetremos en el significado de esta palabra: « odiar ». Si las cosas de la tierra y de esta vida no fueran de valor alguno, sería suficiente despreciarlas; si fueran solamente inútiles, sería suficiente dejarlas; si bastara dar la preferencia al Salvador, él se hubiera contentado con decirnos, como nos dice en otra parte: « Si uno ama estas cosas más que a mi, no es digno de mí » (Mat., X, 37). Pero para demostrarnos que ellas son perjudiciales, emplea la palabra « odiar ». Y por lo mismo es necesario odiar todo cuanto se oponga a nuestra salvación.

Comprendamos, pues, en esto la valentía que nos exige el cristianismo. Perderlo todo, despreciarlo todo. Por lo mismo esta vida es una tempestad, y es necesario aliviar el bajel cueste lo que cueste; pues, ¿de qué serviría salvar estas cosas si tuviéramos nosotros que perecer? Considerad que el mercader duda y disputa cuál de sus mercaderías echará primero al mar y no ve, ciego por el valor de sus riquezas, que mientras se decide va a perderlas todas y perderse él mismo irremisiblemente.

  (Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio, Ed. Iberia, Barcelona, 1955, Volumen I, pp. 45-46)


 DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ

 

UNOS GENTILES DESEAN VER A JESÚS.

DISCURSO DEL SEÑOR

PETICIÓN DE UNOS PROSÉLITOS PAGANOS (20-22). — Y había allí , en el Templo, probablemente en el atrio de los gentiles, que atravesaría Jesús al querer salir del Templo, algunos gentiles de aquellos que habían subido a adorar en el día de la fiesta . Por lo mismo, habían subido a adorar al Dios verdadero, y ofrecerle los sacrificios especiales que se consentían a los gentiles y que no importaban comunión con el pueblo de Dios. Los armenios creen que eran enviados de Abgar, rey de Edesa; pero no es ello probable, por más que críticos de nota hayan concedido valor histórico a las cartas que envió dicho rey a Jesús: si hubiesen sido enviados de aquel rey, no lo hubiese callado el Evangelista, tan minucioso en este pequeño relato. Más probable es que se tratara de prosélitos.

Estos, pues, se llegaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea : se llegan a Felipe porque sería el primero que encontraron, no pudiéndose atribuir a una razón especial: Y le rogaban, diciendo: Señor, queremos ver a Jesús : le piden les sirva de intermediario para presentarles a Jesús y rendirle sus homenajes. Vino Felipe, y lo dijo a Andrés , por ser el más antiguo de los discípulos, o el más familiar de Jesús y como el mayor de todos: Y Andrés y Felipe lo dijeron a Jesús . Esta minuciosidad de detalle es prueba indudable de la autenticidad e historicidad del cuarto Evangelio. No consta del Evangelio si lograron los gentiles su objeto. Ello fue causa del siguiente:

 

DISCURSO DE JESÚS: ANUNCIA SU MUERTE (23-26).—-La presencia de aquellos paganos evoca en el alma de Jesús el pensamiento de su misión universal: la defección de los judíos no será obstáculo a la glorificación del Señor; solicitado el Evangelista por la importancia de las ideas que emite Jesús en aquel momento, no habla ya más de los gentiles que le pidieron audiencia: Y Jesús les respondió, diciendo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre : es la hora de su muerte, condición y comienzo de su gloria (Lc. 24, 26): los milagros en ella ocurridos fueron magnífico testimonio de la divinidad de Jesús; a más, ella es el gaje de la salvación y santificación del mundo; ella es el punto inicial de la predicación del nombre de Jesús a las naciones.

Pero antes de la glorificación es preciso pasar por la tortura y la humillación; lo que propone Jesús con un símil, exacto y profundo: En verdad, en verdad os digo , fórmula de aserción solemne, que si el grano de trigo que cae en la tierra no muriere, él solo queda: mas si muriere, mucho fruto produce : el grano de trigo que no se esconde en el seno de la tierra y no se corrompe, no da fruto; de un solo grano que se siembra nace lozana espiga, con muchos granos. Jesús es el grano que ha de morir y ser sepultado; sin que haga presa en él la corrupción, su muerte será germen fecundo de vida, para él y para los que crean en él; toda la vida sobrenatural de los hombres, toda la gloria que en el cielo disfrutan, de la muerte de Jesús arranca.

De la muerte que va a sufrir, pasa Jesús a la mortificación y si es preciso, a la misma muerte de sus discípulos: quien quiera participar de su gloria, debe ser partícipe de su pasión; quien quiere la vida eterna, no debe temer la muerte temporal. Quien ama su alma, la perderá: y quien aborrece su alma en este mundo, para la vida eterna la guarda . Este seguimiento de Jesús, hasta la muerte si él la reclamare, es condición indispensable en aquellos que se ponen a su servicio: Si alguno me sirve, sígame , imíteme; no podrá servirme debidamente quien no pueda seguir mis pisadas. En cambio, el premio será, en la proporción debida, el mismo que él goza: Y en donde yo estoy, allí también estará mi servidor : Él está en el cielo (Ioh. 3, 13), en el seno del Padre (Ioh. 1, 18); allí gozará quien le siga, de su compañía inefable. El mismo Padre de Jesús, que es el que da el reino celestial (Lc. 12, 32), honrará a los que siguieren a su Hijo, dándoles la gloria bienaventurada: Y si alguno me serviere, le honrará mi Padre .

 

TURBACIÓN Y GLORIFICACIÓN DE JESÚS (27-32). — La aprehensión de la muerte dolorosísima y llena de afrenta que le aguardaba había ya turbado el alma de Jesús en otras ocasiones (Lc. 12, 50; Ioh. 11, 33.38); dentro de dos días la acongojará en Getsemaní en forma terrible e insólita. También en este momento en que habla de ella y la ve cercana, se turba el alma santísima de Cristo y dice: Ahora mi alma está turbada : es la pasión del temor sensible y de la tristeza que, sin perturbar la razón antes con pleno conocimiento y voluntad, invaden el alma en su parte emocional. Y ¿qué diré?, exclama Jesús, ¿qué socorro invocaré? como suelen hacerlo los que se hallan en inminente peligro de morir. La respuesta es análoga a la de Getsemaní: Padre, sálvame de esta hora , líbrame de la muerte, pasa de mí este cáliz: es la voz de la pasión. Pero se sobrepone en seguida la parte superior del espíritu, y dice, a semejanza de lo que dirá en el huerto: Mas, por eso , para sufrir pasión y morir, he venido con voluntad deliberada a esta hora, aceptando la que me tienes señalada. Y añade esta breve plegaria, que ya no es hija del temor, sino de la razón y de la libertad; Padre, glorifica tu nombre : aunque yo sé que para que sea glorificado he de sufrir tormentos y muerte; de ellos depende la redención, la predicación del Evangelio, la institución del Reino de Dios en el mundo.

Entonces ocurrió un suceso maravilloso: vino una voz del cielo, que dijo: Ya lo he glorificado , mi nombre, y otra vez lo glorificaré . Es la voz del Padre, que, como se dejó oír a orillas del Jordán, cuando el bautismo de Jesús, al inaugurar su ministerio público, así se deja oír ahora, cuando está para terminarlo. Se dice voz del cielo, porque se oyó en la región superior del aire. La voz «dijo», y por lo mismo fue una locución clara de un concepto: el de la glorificación del nombre del Padre, que ya había tenido lugar por la predicación y milagros de Jesús y principalmente por su santísima vida, y que se renovará en los misterios posteriores de su vida, su resurrección y ascensión, la misión del Espíritu Santo y la predicación del Evangelio en todo el mundo, con toda la gloria que consigo lleva en la historia.

Pero las gentes que estaban allí , muchas de ellas distraídas, ocupadas en otros negocios, en medio del murmullo confuso de las multitudes, cuando oyeron la voz, decían que había sido un trueno , tan recia fue la voz, aunque no percibieron sino un ruido confuso. Otros , que habían oído distintamente las palabras, decían: Un ángel le ha hablado , como solían los ángeles hablar a los profetas en el Antiguo Testamento (Gen. 16, 9; 21, 17; 22, 11; Núms. 22, 32; lud. 2, 1, etc.). A éstos, que habían entendido los conceptos expresados por la voz, respondió Jesús, y dijo: No ha venido esta voz por mí , para decirme lo que yo ya sabía en virtud de mis relaciones con el Padre, sino por vosotros , para que no podáis negaros a creer en mí en virtud de este testimonio del cielo.

Explicado el sentido de esta voz milagrosa, Jesús se para un momento en la visión de la trascendencia de aquella hora: Ahora , dice con énfasis que revela la próxima repetición del mismo adverbio, es el juicio del mundo , la crisis del mal por decirlo así: porque es la hora de mi victoria sobre el mundo porque lo es de mi victoria sobre Satanás, cuyo espíritu informa al mundo: Ahora será lanzado fuera el príncipe de este mundo (Gen. 3, 15; Rom. 16, 20; Col. 2, 15; Hebr. 2, 14): lo será por derecho en la hora de mi muerte; de hecho, lo será en la perduración de los siglos. A esta victoria sobre el espíritu infernal el levantamiento triunfal de todas las cosas con el propio levantamiento de Jesús: Y si yo fuere alzado sobre la tierra , cuando seré clavado en la cruz y alzado en ella, todo lo atraeré a mí mismo : hombres, instituciones, leyes, costumbres, todo lo atraerá Jesús hacia sí, como él es atraído por el Padre, de cuyas alturas había todo caído.

Lecciones morales . — A) v. 21. — Queremos ver a Jesús . — He aquí, dice San Agustín, que los gentiles quieren ver a Jesús, y los judíos quieren matarlo. Pero también eran judíos los que poco antes decían: « Bendito el que viene en el nombre del Señor ». Unos vienen del prepucio, otros, de la circuncisión, como dos paredes que vienen de partes opuestas y que se juntan en el ósculo de la fe de Cristo. Viene en ello representada la universalidad de la redención, la justicia de Dios, que no es aceptador de personas, y especialmente, la fortísima y dulcísima atracción de la persona y de la palabra de Jesús, imán del mundo, que ha aglutinado a sí a las gentes más diversas por la raza, costumbres, la civilización, las creencias religiosas.

B) v. 24. — Si el grano de trigo que cae en la tierra no muriere, él solo queda... — Jesús es la divina semilla que sale de los patriarcas, dice San Beda, y que fue sembrada en el campo de este mundo cuando se encarnó, para que, muriendo, resucitara multiplicado: porque murió solo, resucitó con muchos. Es asimismo, dice San Agustín, el grano que debía morir en el campo de la infidelidad de los judíos, y que debía multiplicarse por la fe de los pueblos gentiles. Pero sepamos que no se multiplicará en nosotros Jesús, ni resucitaremos con El de una manera necesaria y automática: porque Jesús se multiplica en nosotros cuando nosotros voluntariamente nos adherimos a El. Ni resucitarán con El sino los que voluntariamente se han hecho de El, por la fe y por el amor. Caben aquí las palabras de Santo Tomás, aplicadas a la comunión eucarística: «El cuerpo de Cristo aumenta cuando se le come» , porque la Santa Eucaristía es la aplicación personal de la redención y el medio más eficaz de que se multipliquen en nosotros sus frutos.

C) v. 25.— Quien ama su alma, la perderá... Nada debe haber tan querido para el hombre como la propia alma: el profeta la llama « su única » (Ps. 21, 21; 34, 17). Desde el punto de vista de nuestro ser, el alma es el asiento de las facultades específicas del hombre: la racionalidad y la voluntad; bajo el aspecto moral, el alma es el hombre, buena o mala, hace al hombre bueno o malo; si atendemos a nuestro fin, todo él se reduce a salvar el alma: « ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? » (Mt. 16, 26). Pero, ¡ay del que ama su alma indebidamente!, es decir, haciendo de ella la regla y el fin de su vida. La perderá, malogrará sus destinos, hasta el punto de que mejor le fuera no haber nacido; porque Dios quiso que poseyéramos nuestra alma a condición de que no la sustrajéramos a su ley: y que la amáramos en forma de que subordináramos el alma a la ley y al amor de Dios. Si queremos no perderla, pongámosla en las manos de Dios, que nos la dio.

D) v. 27. Ahora mi alma está turbada . — Cuando se acerca la hora de la cruz, túrbase Jesús, demostrando que e hombre pasible, porque a la naturaleza repugna morir, y está apegada a la presente vida, dice el Crisóstomo. Con ello demuestra que no estaba sin pasiones, porque como no es pecado el tener hambre, así tampoco lo es apetecer la vida. Jesucristo estaba libre de pecado, pero no quiso librarse de las humanas necesidades. En lo que, dice San Agustín, debemos admirar la misericordia del Señor, quien al sufrir esta turbación por voluntad de caridad, consuela y libra de la desesperación a aquellos que con tanta frecuencia y por tantos motivos sienten turbación. Turbóse a sí mismo. El, que es nuestra cabeza, para recibir y sustentar en sí todos los afectos de nosotros sus miembros.

E) v. 28.— Lo he glorificado, y otra vez lo glorificaré . — Dios es el glorioso por esencia y comunica su gloria a quien quiere. Se la comunicó a su hijo Jesús, en el Jordán, en el labor y sobre todo en la resurrección y ascensión; y más que todo en esta gloria , que supera toda gloria de pura criatura y de las criaturas juntas y que constituye «Rey de la gloria , Jesucristo» , como canta la Iglesia en el « Gloria » de la misa. Pero nosotros, miembros de Jesucristo, también seremos glorificados, hechos partícipes y herederos y compañeros de su gloria : seremos «conglorificados», dice el Apóstol (Rom. 8, 17). La gloria es el fin del nombre; Dios nos glorificara comunicándonos una fuerza especial de orden intelectual y sobre natural, el « lumen gloria e », para que le podamos ver cómo es; y de aquí resultará el gozo que nos hará gloriosos y que redundará hasta en nuestra pobre carne mortal. La realidad de la glorificación de Jesús es gaje de nuestra futura glorificación.

 (Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 410-417)


 EJEMPLOS PREDICABLES

 
SANTA GEMMA GALGANI

Gemma significa: joya preciosa.

El 12 de abril de 1903 fue sepultada Santa Gemma Galgani, una de las santas modernas más famosas. Había nacido en Lucca, Italia en 1878.

Muy niña, cuando apenas tenía ocho años quedó huérfana de madre, y en medio de su gran tristeza se arrodillo ante un imagen de la Santísima Virgen y le dijo: "Madre celestial, ya no tengo a mi mamá de la tierra. ¿Quieres tú reemplazarla y ser mi madre de ahora en adelante?". La Virgen María aceptó su petición y durante toda su vida la ayudó y la consoló de manera impresionante.

Su padre murió de tuberculosis y esta enfermedad se la transmitió a la hija y la hizo sufrir terriblemente durante toda su existencia. Al morir su padre, la niña quedaba muy desprotegida, pero una familia muy católica la recibió en su casa y la atendió siempre con especial cariño, más como una hija que como una sirvienta.

Siendo muy joven se sintió atacada por una serie de enfermedades que los médicos declararon incurables. Entonces rezó con toda su fe a San Gabriel de la Dolorosa y quedó curada instantáneamente.

Quiso ser religiosa, pero por su salud bastante débil no fue admitida en la Comunidad, y entonces dispuso quedarse en el mundo, pero viviendo con la santidad y el recogimiento y la pureza de una fervorosa religiosa.

Gemma fue dirigida espiritualmente por un Padre Pasionista, y por orden de su director espiritual escribió los fenómenos espirituales que le sucedían. Dice así en sus memorias: "En el año 1899, de pronto sentí un profundísimo arrepentimiento de todos mis pecados y se me apareció Jesucristo con sus cinco heridas y de cada una de ellas salían como llamas de fuego que vinieron a tocar mis manos y mis pies y mi pecho, y aparecieron en mi cuerpo las cinco heridas de Jesús". Desde 1899 tuvo permanentemente las cinco heridas de Jesús Crucificado que ella ocultaba cuidadosamente. Sus manos las cubría con unos sencillos guantes.

Desde entonces, cada semana, desde el jueves a las 8 de la noche hasta el viernes a las tres de la tarde, aparecían por toda su piel las heridas de los latigazos y en la cabeza las heridas de la corona de espinas y sentía en el hombro el peso de una gran cruz que le producía dolor y heridas y la hacía encorvarse dolorosamente.

Desde pequeñita, Gemma tuvo una gran devoción a la Pasión y Muerte de Jesús. Cuando joven bastaba oír leer la Pasión de Jesús para que ella se entusiasmara enormemente. Y más tarde cuando tenía angustias o la insultaban, le bastaba dedicarse a pensar en la Pasión de Cristo para hallar paz y consuelo. Siempre había deseado sufrir las mismas heridas que sufrió Nuestro Redentor y a los 21 años empezó a sentir en su propio cuerpo una serie de heridas que coincidían exactamente con las que mostraba el crucifijo ante el cual se arrodillaba a rezar.

La salud de Gemma en sus últimos años fue desastrosa. Un tumor canceroso en la columna vertebral era para ella un tormento de día y de noche. Vomitaba sangre y le llegaban terroríficas tentaciones de blasfemia (a ella que desde pequeña le bastaba escuchar una blasfemia o una palabra grosera para desmayarse de espanto y de horror). Perdió la vista y quedó ciega. Pero cuando cesaban los ataques del infierno, ella gozaba de una paz interior y sentía que Cristo y la Virgen María venían a hablarle y a consolarla. El Señor cumplía con Gemma lo que prometió en la S. Biblia: "Dios, a los hijos que más ama, los hace sufrir más, para que ganen mayor premio para la eternidad". Gemma es patrona de los que se emborrachaba y hacía emborracharse a muchos más. Pero el hombre no daba muestras de querer convertirse. Y sucedió que un día cuando ella iba de su casa a la iglesia, alguien la insultó muy salvajemente y la joven no respondió ni una palabra a aquellos insultos y lo ofreció todo por la conversión de los pecadores. Al llegar al templo oyó que Nuestro Señor le decía: "El sufrimiento por ese insulto era la cuota que faltaba para que el tabernero se convirtiera. Me lo has ofrecido con paciencia y ahora ese hombre cambiará de comportamiento".

Al día siguiente los que estaban en el templo oyeron en un confesionario que un hombre lloraba fuertemente. Era el tabernero que había venido a confesarse muy arrepentido y en adelante vivió santamente. La paciencia de una mujer insultada había sido el último empujón que lo llevó a la conversión.

Y así como este, muchos más se convirtieron a causa de las oraciones y de los sufrimientos que Gemma ofrecía por la conversión de los pecadores. Fueron numerosas las personas que llegaron donde ella movidas únicamente por la curiosidad y volvieron a sus casas transformadas y convertidas. Porque la oración y el sufrimiento que se ofrecen a Dios nunca quedan sin conseguir conversiones y salvación para otros.

El Sábado Santo 11 de abril de 1903 cuando apenas tenía 25 años, Gemma Galgani, sencilla mujer seglar que con sus sufrimientos había tratado de pagarle a Dios sus propios pecados y los de muchos otros, voló a la eternidad a recibir el premio de sus sufrimientos y del gran amor que tuvo siempre a Jesucristo y a la Santísima Madre de Dios.

La gente empezó a considerarla como una verdadera santa y el Papa Pío XI la declaró beata apenas 30 años después de su muerte (en 1933). Pío XII la canonizó en 1940.

Gemma Galgani: alcánzanos de Dios que meditemos frecuentemente con gran amor en la Pasión y Muerte de Jesucristo: que tengamos enorme confianza en la protección de nuestra Madre Celestial María Santísima y que ofrezcamos todos nuestros sufrimientos por la salvación de las almas y la conversión de los pecadores.

SAN PABLO DE LA CRUZ

Presbítero

(1694-1775)  

Pablo Francisco Danei nació en Ovada (Liguria, Italia) en 1694. Es el fundador de los Clérigos descalzos de la Santa Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Un título tan largo fue inmediatamente reducido por los cristianos al nombre de «pasionistas» en el que está compendiado el carácter y la esencia de la nueva Congregación, cuyos miembros viven, meditan y predican la Pasión de nuestro Señor. Pablo Francisco Danei a la edad de 19 años escuchó una predicación sobre la pasión de Cristo y decidió ponerse al servicio de Cristo. Para ello pensó que lo que debía hacer inmediatamente era enrolarse como voluntario en el ejército que los venecianos estaban alistando para una expedición contra los turcos, pero dicha cruzada tenía como finalidad intereses materiales.

Su verdadera vocación maduró dedicándose a la oración y a duras penitencias. Alma eminentemente contemplativa, pasaba hasta siete horas consecutivas en profunda meditación. A los 26 años recibió del obispo de Alessandria, Gattinara, el hábito negro del penitente con los signos de la Pasión de Cristo: un corazón con una cruz encima, con tres clavos y el monograma de Cristo. Convenció al hermano Juan Bautista a que se uniera a él y ambos se retiraron a un yermo sobre el monte Argentario, cerca de Orbetello. Allí llevaron una vida eremítica, en duras penitencias corporales. El domingo dejaban su retiro y bajaban a los pueblos cercanos a predicar la Pasión de Cristo.

Su predicación apasionada y dramática (a menudo se flagelaban en público para hacer más viva la imagen de Cristo sufriente) conmovía a las muchedumbres y convertía aun a los más duros. Sus misiones, distinguidas por una cruz de madera, obtuvieron resultados sorprendentes. El Papa Benedicto XIII les concedió el permiso de convertir en Congregación su asociación, y ordenó de sacerdotes a los dos hermanos. La Regla que escribió al principio San Pablo de la Cruz era muy rígida. Pablo, que gozaba de la estimación de obispos y Papas (sobre todo Clemente XIV, que se enumeraba entre sus hijos espirituales), tuvo que mitigar bastante la primitiva Regla de los pasionistas para tener la definitiva aprobación eclesiástica.


41.ATRAIDOS POR EL CRUCIFICADO - JOSÉ ANTONIO PAGOLA

ECLESALIA, 25/03/09.- Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.

Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.

¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?