36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
25-36


25.AGUSTINOS AGUSTIN/FIESTA

Creer en Cristo es amarle... Así expresó, San Agustín de forma breve en qué consiste ser cristiano. Así lo expresa este hombre, este santo que, no obstante, estuvo alejado de Dios tantos y tantos años... Como quien dice la mitad de su vida fue un caminar por la oscuridad más profunda. Oportunidades para caminar por la Luz tuvo, y muchas...

Su madre intentó educarle lo mejor posible, pero él no escuchaba... Un gran amigo suyo que estaba en peligro de muerte le contó que tenía intención de bautizarse, pero él se rió de su amigo... También tuvo la oportunidad de tener la Biblia en sus manos y leer algo de ella, pero le pareció un libro hecho para gente con poca cultura...

Treinta y dos años caminó en las tinieblas... Treinta y dos años que fueron una continua búsqueda por alcanzar la Luz, aunque, él sin saberlo, la buscaba mal. Buscaba ser feliz, como todos... Pero no descubrió que la Felicidad estaba en Dios. Así se dedicó a las cosas exteriores del mundo, a buscar dentro de la secta de los maniqueos, a dedicarse a correrías... Pero no era feliz. Un día, incluso, en medio de tanta oscuridad e infelicidad vió un borracho por la calle y le entró envidia porque él al menos se reía...

Pero la Luz fue más fuerte en su vida que la oscuridad... Y, finalmente, se dejó conquistar por Dios.

Aquel encuentro fue tan fuerte, tan impactante que su vida cambió de rumbo. Sí, sí... de rumbo... porque la inquietud siguió tan fuerte como antes, sólo que ahora era la Luz, era Cristo, quien había conquistado definitivamente su corazón. Y por él y para él dedicó su vida...

Dicen que cuando uno encuentra una cosa que merece la pena se empeña a fondo en ella. Y eso es lo que hizo Agustín.

Jesús también nos invita a empeñar nuestra vida en él. Nos invita, como invitó a Agustín, a dejar las tinieblas y vivir desde la Luz. Nos invita, sobre todo a Creer en él y, como dijo San Agustín, amarle.

Pero Agustín también sabía que amar es dejarse tranformar por aquel a quien entregamos nuestro amor.

Tal vez estos pensamientos tienen mucho que decir al hombre de hoy. Tal vez los que leemos estas lineas tenemos la idea de que, en el fondo, pertenecemos a la Luz, y los que están en la oscuridad son otros. ¿Cuántos, por ejemplo, dicen que son cristianos como el que más, que creen en Dios aunque no vayan a misa?

Ser creyente, como "Dios manda" es amarle... Y amarle es dejarnos transformar por él... Por eso, al final, vivir en la Luz, es dejarnos transformar por la Luz..

Quien sabe... si ese es el criterio, a lo mejor no estamos tan en la Luz como pensamos.


 26. AGUSTINOS

Las lecturas de la misa de este cuarto domingo de Cuaresma son un canto de alegría al mostrarnos que el amor de Dios por nosotros no solo lo manifestó en palabras, sino con obras, al enviar a su Hijo para nuestra salvación.

La antífona de entrada nos pone en clima cuando nos dice “alégrate Jerusalén... llenaos de alegría los que estáis tristes...”

Ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hiciera criatura..., que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro..., que el Hijo se hiciera hijo de hombre.

Los cristianos estamos llamados a vivir siempre alegres, porque la esencia de nuestra vida está en el hecho de que Dios nos ha amado con un amor individual y personal, particularmente a cada uno de nosotros. Y Jesús no deja de amarnos, ni nos abandona, ni se olvida de cada uno de sus hijos, ni aún en los momentos de mayor ingratitud de nuestra parte ni cuando nos apartamos de sus enseñanzas y recorremos la vida por caminos diametralmente opuestos a los suyos.


En el Evangelio, es el mismo Jesús quién dice de sí mismo que: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna”

Jesús nos dice que Dios no lo envía para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Y esta el la causa de nuestra paz y alegría.

Al darnos a su Hijo, Dios nos ha dado todo. Cualquier otro bien que hubiésemos podido recibir de Dios, incluso la posesión y el dominio del universo entero, no hubiese sido comparable al don que hemos recibido.

Dándonos a su unigénito Hijo, nos ha dado todas las cosas. Él es el único heredero del Padre. Y de Él recibimos su herencia.

Dándonos a su Hijo, hemos recibido el cielo y la misma divinidad, de la que nos ha hecho partícipes Jesús, al hacernos hijos adoptivos de Dios.

Dios nos da a su Hijo por entero. El regalo que el Señor nos hace es sin reservas. Jesús, todo entero, es nuestro. Son nuestras sus gracias, sus méritos, su vida, sus trabajos, su sangre, su muerte, su gloria y su misma divinidad.

Jesús en nuestro Rey para gobernarnos; nuestro Maestro, para enseñarnos; nuestra guía, para conducirnos; nuestra cabeza, para animarnos. Jesús es nuestra fuerza, nuestra luz, nuestro consuelo, nuestro júbilo y nuestra vida.

Dios nos ha dado a su Hijo con el fin principal de salvarnos y hacernos gozar de una felicidad y de una vida eterna... “no ha enviado Dios al mundo a su Hijo para condenar al mundo, sino para que por medio de Él, el mundo se salve”. Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar, condenar y castigar al mundo por sus pecados, sino para salvarlo.

Quién cree en Jesús está libre de la condenación y ya nada tiene que temer, pero quien rehúsa creer, no tiene necesidad de ser condenado: ya lo está, y persiste en su condenación si no quiere reconocer al Único Hijo de Dios que sólo podría liberarlo. Y este es mayor error que podemos cometer en la vida.

Las dificultades que nos impiden descubrir este tesoro son el egoísmo, la comodidad, el rechazo de las contrariedades y las cruces que se nos presentan en la vida cotidiana. El amor Dios no puede darse por supuesto: si no se cuida, muere.

En la misa de este domingo, en la oración después de la Comunión rezamos: “Oh, Dios, que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestros corazones con la claridad de tu gracia a fin de que nuestros pensamientos te sean gratos y te amemos siempre con sinceridad...”

Dios nos ha dado, por la mediación de su Hijo, la vida divina. Podemos tener el corazón lleno de alegría, porque después de este tiempo de prueba tendremos la alegría sin fin que nos trajo Jesús, no por nuestros méritos, sino porque Él nos amó primero. Para poder gozar de esta dicha, el único requisito es abrir las puertas de nuestro corazón y dejarnos divinizar por Él.

Pidamos hoy a María, a ella que canta la alegría por que Dios miró la humildad de su esclava, que nos auxilie en nuestros propósitos de este tiempo cuaresmal, de vivir más cerca de su Hijo Jesús.


27.

Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.

La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.

Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.

Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.

Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?

Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está conmigo, Dios está conmigo.”

¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.

Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.

Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!

Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.

Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.

Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo.

Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.

P. Cipriano Sánchez


28. DOMINICOS

Este Domingo

El amor de Dios por encima de toda condena

En  nuestro caminar hacia  la Pascua, vamos recorriendo etapas que nos ayudan a purificarnos de tantas cosas que no son la realidad liberadora  que debe ser la fe  en el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Nuestra fe, o sea el modo nuestro de vivir la religión, puede convertirse  en obstáculo  al encuentro con el Dios de Jesús que  es nuestro Dios. Tradiciones  culturales, intereses personales, miedos, voces que nos gritan la llegada de otros dioses y, sobre todo, la  falta de encuentro personal con el Evangelio  van cubriendo nuestra fe de adherencias  supersticiosas y mágicas  que  ocultan la Buena Noticia inaugurada con la predicación de Jesús y que culmina con su Pascua. La cuaresma es el tiempo propicio para purificar  nuestra fe, y la Palabra de Dios, el mejor momento para ello.

En este IV domingo de la cuaresma se nos presenta la marcha del pueblo de Dios en medio de  sufrimientos y esperanzas: destierro-repatriación del pueblo; ruina-restauración  del templo; juicio y gracia de  Dios (primera lectura) con el que fácilmente podemos identificarnos.

La segunda lectura nos ayuda a ver que el camino, con sus luces y sombras, adquiere un sentido nuevo a la luz de la fe en un Dios que es misericordia y amor, y que por pura gracia toma la iniciativa de la salvación. Pero esta salvación tiene un precio, pasa por el camino de la cruz (tercera lectura). Volver  siempre la mirada a la cruz, cumbre de la  manifestación de ese Dios, libera de las falsas imágenes de Dios  que se nos van adhiriendo  en la marcha.

 

Comentario bíblico:

El amor de Dios por encima de toda condena

 

Iª lectura: 2º Crónicas (36,14-16.19-23): Dios no castiga con la guerra

I.1. La primera lectura toma, de una de las historias de Israel del AT (2 Crónicas 36,14-16.19-23), el tema de la catástrofe final que llevó desterrado al pueblo judío a Babilonia (a. 586 a. C), en tiempo del rey Sedecías. Es una visión más teológica que la que se nos ofrece en 2 Reyes 24,18-20. Esta situación -creen los autores de estos libros, una especie de escuela histórico-teológica-, se produjo porque Dios ya había perdido la paciencia con un pueblo que era rebelde. Pero debe quedar claro que ni es Dios quien la provoca, ni es Él quien propone este castigo de los babilonios. Es verdad que la concepción de la historia en la Biblia es una concepción sagrada y nada pasa inadvertido a Dios. No podían pensar de otra manera y desde una visión profética, más lucida, sabemos que siguiendo los “caminos de Dios” más que los intereses políticos y económicos, muchas cosas podrían evitarse. Por eso no es falsa la interpretación “teológica” de la historia; diríamos más: es necesaria. Las guerras no llegarían. No obstante, los pueblos mismos somos protagonistas de esta situación.

I.2. En el caso de Judá, sus responsables habían jugado sus cartas y sus intereses. El profeta Jeremías había advertido contra esta actitud: más que buscar reyes o emperadores en que apoyarse, había que buscar a Dios. Esto es válido, desde luego, porque un pueblo que se dedica a poner en práctica la justicia, a evitar toda guerra, encontrará caminos de paz y de armonía. Esta es la eterna lección de la historia de la humanidad. La misma propuesta hizo en su tiempo Isaías (Is 7) con  sus palabras al rey Acaz para que no entrase en la “coalición” de guerra contra Asiria; era una temeridad, aunque podría ser razonable el ansia de libertad nacional. A los autores del texto de hoy, “los cronistas”, les duele que los caldeos incendiaran la casa de Dios o no se pudiera celebrar el sábado. Pero a Dios le duele que el pueblo sufra y se vea condenado a la guerra y la violencia por causa de sus dirigentes. Esa es la verdadera casa de Dios, el pueblo, donde él habita. La “compasión de Dios” debe ser la idea determinante que se debe poner de manifiesto, porque los “dirigentes” no sienten compasión de su pueblo, sino de sus intereses nacionales y políticos.

I.3. Es lógico, por otra parte, que en esa interpretación se piense que el famoso decreto de Ciro, que permitía la vuelta de los desterrados, tiene también que ver con la mano de Dios y el cumplimiento de las palabras proféticas, en este caso de Jeremías. También es verdad que la imagen mítica del mundo que se tenía en el Oriente y que tenían los profetas, no puede menos de afirmar que Dios actúa “ocultamente”. Y son los profetas los que saben acoger el “sí” de Dios para la salvación y para poner de manifiesto que donde una vez hubo un “no” de Dios, éste no es definitivo, sino que en una verdadera perspectiva profética el “sí” siempre es el futuro del pueblo, de la historia y de la humanidad. La concepción científica de la historia no mirará las cosas desde ahí, pero tampoco podrá contradecirlas. Porque este “sí” solamente se escribe con la mano de Dios en la historia oculta de la creación. Eso quiere decir que Dios no destruye la historia de un pueblo y de nadie, en todo caso lo que debe quedar claro es que sin Dios la humanidad no sabrá encontrar la felicidad.

 

IIª lectura. Efesios (2,4-10): La intervención misericordiosa de Dios

II.1. La segunda lectura  nos ofrece una reflexión impresionante del misterio de la gracia de Dios a los hombres  por medio del misterio pascual, la muerte y la resurrección de Cristo. Se ha discutido si esta carta es de Pablo o de alguno de sus discípulos, pero, en el caso concreto de este texto, nos encontramos con la teología paulina fundamental, una especie de sumario de lo que él enseñaba como su evangelio, que había recibido directamente de Dios y por lo que llevó adelante una lucha por la libertad de todos los hombres. Se habla de una reflexión bautismal en la que se quiere poner de manifiesto cómo se pasa de la muerte a la vida por la gracia de Dios. Esa es la significación más radical del bautismo y de la fe cristiana.

II.2. El poder que Dios ha mostrado resucitando a Jesús de entre los muertos  es el que nos muestra a nosotros cuando nos perdona y nos ofrece una vida nueva de gracia. Esto es lo más impresionante de esta teología bautismal que se respira en esta lectura de hoy. Se habla de la misericordia (éleos), que en el mundo griego no tenía el mismo alcance que en el ámbito cristiano; los estoicos la consideraban como una de las pasiones, aunque muchos la prefieren o la recomiendan  frente al odio: ¡qué menos! El autor habla de cómo los cristianos han sido asociados a Cristo, a su muerte y a su resurrección. Y esto es consecuencia del proyecto de misericordia que Dios tiene sobre la humanidad. Se pone de manifiesto que por medio del bautismo somos asociados a la vida nueva de Cristo, por tanto a lo que ha significado y significa la resurrección de Jesús.

 

Evangelio: Juan (3,14-21): De la noche a la luz, con Cristo

III.1. El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas, probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c.3 de Juan seguramente fue compuesto en el mo­men­to en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de un acontecimiento parecido al que se nos relata y una reflexiones personales sobre lo que sig­nifica el bautismo cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1‑15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras de Jesús que Juan ha podido conservar o aprender por la tradición. Desde los vv. 16‑21 se nos ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.

III.2. Los vv. 16‑21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando. Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su Hijo al mundo. En esto ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado, no para juzgar o condenar, sino salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que le diga si somos buenos o malos. ¡No! sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyado en Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio en la medida en que respondemos a lo que Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán, pero a Juan le valen para expresar la categoría del juicio.

III.3. El evangelio de Juan es muy sintomático al respecto, ya que usa muchas figuras y símbolos (el agua, el Espíritu, la carne, la luz, el nacer de nuevo, las tinieblas) para poner de manifiesto la acción salvadora de Jesús. El diálogo es de gran altura, pero en él prevalece la afirmación de que el amor de Dios está por encima de todo. Aquí se nos ofrece una razón profunda de por qué Dios se ha encarnado: porque ama este mundo, nos ama a nosotros que somos los que hacemos el mundo malo o bueno. Dios no pretende condenarnos, sino salvarnos. Esta es una de las afirmaciones más importantes de la teología del NT, como lo había sido de la teología profética del AT. Dios no lleva al destierro, Dios no condena, Dios, por medio de su Hijo que los hombres hemos “elevado” (para usar la terminología teológica joánica del texto) a la cruz, nos salva y seguirá salvando siempre. Incluso el juicio de la historia, como el juicio que todo el mundo espera, lo establece esta teología joánica  en aceptar este mensaje de gracia y de amor. El juicio no está en que al final se nos declare buenos o perversos, sino en aceptar la vida y la luz donde está: en Jesús.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

 

Amor, Misericordia, Gracia, Luz, Resurrección. ¿Atributos de Dios?, ¿Experiencias profundamente humanas? ¿Experiencias de Dios?. De todo esto hablan las lecturas de hoy. El camino hacia la Pascua es el camino de la purificación de la fe de todas aquellas imágenes de Dios que ocultan un proyecto de amor y misericordia que debería hacernos saltar de alegría en medio de las dificultades y sufrimientos que  comporta  el caminar histórico.

Dios toma la iniciativa y por pura gracia, pues “no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir...” nos introduce  en su propia vida  “nos ha hecho vivir con Cristo”, “nos ha resucitado con él”.

Nos resulta más fácil pensar que somos nosotros los que nos salvamos que intentar imaginar cómo puede ser eso de que ya estamos salvados y que nuestra  preocupación no ha de ser tanto la de “salvarnos”, cuanto la de acoger y reflejar  la salvación que se nos ha regalado practicando sus mismas obras.

¡Cómo han entendido esto los santos!. Catalina de Siena sentía que Jesús le decía “tú eres otro yo”, y esto la impelía a dejar que, a través de su fragilidad, Jesús sirviera  a los pobres, a los enfermos, trabajara por la paz, viviera la verdad hasta dar la vida por ella, proclamándola ante príncipes y papas, pero también ante  la pobre enferma que nadie visita o el condenado a muerte que no acepta su condena.

 

Como Nicodemo, nos  acercarnos a  Jesús en la noche de nuestras confusiones y nuestras pesquisas  buscando confortarnos con sus palabras para preguntarle  qué debemos hacer. ¿Qué es la salvación que ya se nos ha regalado?  Y de nuevo nos encontramos con  que el proyecto de Dios, un proyecto de  amor y misericordia infinita. Dios  nos ha destinado a la  “vida eterna”.  “ Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn. 17, 3).

 

Jesús recurre al signo de la serpiente en el desierto para  indicar  que el verdadero conocimiento de Dios  lo encontraremos mirando a la cruz. “Así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Sí, hoy también debemos mirar a la cruz, pero debemos despojarla de todas esas connotaciones que a lo largo de los siglos han desfigurado su verdadero sentido. No es la cruz  signo de poder, ni de gloria, ni un adorno, ni  motivo de expresión artística. La cruz  señal de escarnio, lugar de tortura y muerte, es el lugar de la manifestación de Dios por excelencia, porque en ella el hombre Jesús  entrega hasta la última gota de su sangre, con grandes sufrimientos, para  que sus hermanos tengan vida. Es el lugar del amor en plenitud que sólo  resplandece en el abandono de uno mismo. De abandono hasta el límite nos habla esa cruz que debemos mirar continuamente para reencontrar el camino de la Pascua, de la Luz. Y sobre todo para verla, confesarla y  manifestar  que “nuestras obras están hechas según Dios”.

Clara García, dominica de la Anunciata. Roma

claragrc@tin.it


29. DOMINICOS 2000

2. Las lecturas en su contexto

La liturgia del domingo precedente nos mostraba a la persona y vida de Jesús blandiendo el látigo contra los mercaderes del templo y reclamando purificación de la casa de Dios, recordando el imperativo de obediencia a las tablas de la Ley, e indicando que la vida y obra salvífica del redentor pasa por la Cruz. En conjunto, era una página escrita con tintes austeros y casi sombríos para nuestros gustos mundanos. La liturgia de hoy ofrece un rostro distinto, complementario. Responde a la vida misma que se expresa y se entiende mejor por contraste de colores. El color de hoy es el del amor que preside todas las cosas, en el cielo y en la tierra, aunque no todas las acciones humanas lo tengan como lema en su auténtica pureza.

La lectura del evangelio nos da la pauta para que entendamos las otras dos, pues en ella Dios aparece como lo que es: un Creador y Padre que, habiendo dado la existencia al hombre como brote de su Corazón, no se resigna a que su criatura amada viva alejada de Él, y le envía al Hijo de sus entrañas para que la reconquiste por gracia, ya que todos los nacidos del Amor están llamados al Amor.

La lectura primera es como una síntesis de las gestas de amor: amor de Dios que ofrece dones y exige fidelidades en pureza de espíritu, y amor del hombre que se corrompe hasta extremos que incitan al repudio, pues, olvidando al Amado se mezcla con amores bastardos. Y a tanto llega su maldad, según expresiones de la Escritura, que atrae la ira divina por medio de los persas invasores y lleva cautivos a Babilonia a los hijos infieles. Pero allí sigue presente la misericordia que, tras años de añoranza, entra en juego por medio del rey Ciro, reenviando a los israelitas a vivir en su tierra y en su religión.

La segunda lectura conecta perfectamente con el texto joánico del evangelio, y en ella Pablo nos recuerda que todos nosotros, siendo pecadores, obtenemos por gracia el don de la amistad y familiaridad con Dios, nuestro padre, en el amor verdadero, mediando la confianza y la fe sincera.

 

3. Ideas para la exposición homilética

1. Siguiendo el texto del libro de las Crónicas...

El predicador puede estructurar, si lo desea o conviene, una homilía en la que se ponga de relieve el juego de alternativas que se han dado y se dan en la historia de Israel, y en la de todos los pueblos, conjugando actitudes y gestos de fidelidad y de infidelidad (por parte del hombre), y de amor, fidelidad, misericordia, gracia (por parte de Dios). Pero aquí no vamos a considerar esa cadena de fidelidades-infidelidades, pecados-perdones, ofensas-iras..., porque la lectura “exclusiva e intencionadamente teológica de la historia de un pueblo” descrita en las Crónicas acaso no sea  comprensiva de todos los elementos que en la historia concurren, aunque los que se recojan sean válidos. Nos centraremos en el mensaje de las lecturas segunda y tercera, pues de allá puede derivarse cualquiera otra consideración teológica-religiosa que nos interese.

2. ¿Qué sugiere el texto del Evangelio?

El texto del evangelio de Juan contiene un perfecto esquema de homilía, si se quiere recoger el sentido litúrgico del día que nos habla de alegría y gozo en el Señor que nos creó por amor y que nos mantiene en el amor como a hijos suyos por Cristo. Las líneas esenciales de la homilía serían tres:

- La serpiente con “virtud sanadora” y el Hijo del hombre, “salvador”. Recordemos: cuando los israelitas avanzaban lentamente por el desierto, expuestos a graves peligros, como el del veneno de las serpientes, Dios le dijo a Moisés: toma una serpiente y elévala al cielo en un madero, porque le voy a otorgar poder sanador, si los israelitas la miran con fe en mí. Este era un dato perfectamente conocido por el pueblo de Israel. Pero ¿cuál era su significado momentáneo y de futuro? En el evangelio se da la respuesta, cuando Jesús explica a Nicodemo (y a cualquiera de nosotros) que la serpiente era una figura en la que se anticipaba lo que él, Jesús, iba a hacer, elevado a la Cruz. En efecto: quien crea que Jesús es el Hijo de Dios tendrá vida eterna, y la tendrá por gracia, por don, por amor...

- El amor, motor del poder de la Cruz y del Crucificado. Entendamos bien que la virtud sanadora de la serpiente, y de la cruz, con el Señor crucificado, procede del Amor. La raíz de toda esta gesta salvífica está en el suelo del Amor. Dios creó al mundo y al hombre por amor, no por interés o necesidad personal. Quería comunicar su vida y hacerlo en cordialidad y amistad. Si hubo un gran fallo, el de ingratidud, esto fue obra de la criatura al creador y padre, porque, usando de su libertad, dedicó su corazón a otros amores y prevaricó, y se hizo pecadora a los ojos de Dios, padre creador.

Mas como a Dios, padre y creador, no le complacía la desventura de su criatura, pensó, por amor, en enviar a su Hijo al mundo para reconquistarlo, volver a ganarlo, atraerlo a su corazón. ¿Cómo lo atraería? Tratando de hacerle sensible a la verdad, nobleza, paz, comprensión, misericordia, fe, paciencia, disponibilidad, altruísmo, alabanza, mediante el testimonio de su vida y entrega.

Sólo el Amor pudo enviar al Hijo de Dios para que, por su mensaje, gracia y cruz, nos salvara.

- Amor salvífico y entrega del Hijo para darnos vida. Entendidas la encarnación y la cruz del Hijo de Dios como obra del amor, afirma san Juan dos cosas de suma importancia en teología y religión:

- primera, que el Hijo vino y fue entregado “para que no perezca ninguno de los crean en él sino que tengan vida eterna”;

- segunda, que el Padre no envió al Hijo “para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él”.

Podemos creer o no creer en Jesucristo, Salvador, Hijos de Dios; pero, si creemos, los “creyentes” debemos acudir a este manantial evangélico de fe, esperanza, confianza, amor:

- El Hijo fue enviado para que vivamos en Dios, y vivamos eternamente en él, como hijos. Ponernos en manos de Jesús no es ninguna tontería o absurdo; es sencillamente depositar en él nuestra confianza. ¿Alguien la ofrece con más garantía de verdad que él?

- Y como enviado en calidad de Hijo de Dios, él no asume papel de expía, perseguidor o, juez, sino de “salvador”. Él nos llama, nos abraza, nos aplica toda su ternura y misericordia, en la salud y en la enfermedad, aunque no lo parezca. Pero, claro, ese obrar divino no se da para que nos riamos de él y abusemos de sus dones, sino para que aprendamos a vivir como él y a ejercitarnos como él en obras de amor y misericordia...

 

4. Nuestra actitud de conversión y vida

¿Quiero corresponder en fidelidad al Señor que me salva, dejándome prender en sus lazos de amor? Si lo quiero, puedo hacer dos cosas al mismo tiempo:

- denunciar y condenar todos los gestos de desamor que hay en el mundo: violencia, guerras, miseria degradante, trabajo e incultura infantil, marginación de débiles y enfermos, incitación al placer que provoca divisiones y contiendas...

- y ponerme manos a la obra para llevar un poquito más de amor a algún niño abandonado, a alguna joven prostituida, a alguna familia dividida, a algún joven analfabeto..., dedicándoles una parte de mi tiempo, cultura, economía, afecto...

De ese modo, hacia el Dios de amor, que me busca con amor, caminaré con  obras de amor.

Antonio de la Cruz, O.P.  
Comunidad de La Candelaria. Tenerife.


30. LA HOMILÍA DE BETANIA

O EXISTE LA LUZ O HAY TINIEBLAS, Por Antonio Díaz Tortajada

1. Este domingo en la Iglesia primitiva era el domingo de los segundos escrutinios; es decir, hoy se votaba, por segunda vez entre los cristianos miembros de la comunidad para decidir qué candidatos al bautismo debían ser aceptados y cuáles dejados otro año más en observación y prueba. En términos físicos no hay confusión posible: O existe la luz o hay tinieblas u oscuridad . Las licencias poéticas, el lenguaje coloquial, van por otros derroteros; pero cuando se trata de aquilatar las cosas la luz existe o no. Por muy débil que sea su resplandor, por muy mortecino que nos parezca su foco de irradiación, la luz, cuando alumbra, es inconfundible y transformadora.

De alguna forma parecida, entre las características de la existencia humana se da también esta irreversibilidad de los datos fundamentales de cada persona. No somos, desde luego, un infalible ordenador donde los datos suministrados condicionan, absolutamente, los resultados. En el plano religioso, la fe me parece una de esas realidades radicales que o se tienen o no, pero que condicionan, de arriba abajo, toda una existencia personal, sin posibilidad de engaño o subterfugio. La fe es compatible con mil debilidades humanas. Pero la fe exige y lleva consigo una exigencia determinante de todo el ser humano. La fe no sólo habita en la inteligencia del hombre, sino que invade totalmente todas las dimensiones de su personalidad.

2.- La primera lectura, del segundo libro de las Crónicas, nos habla de la compasión de Dios a la que el pueblo responde empecinándose en el pecado. La actitud permanente de Dios es compadecerse del pecador y del pueblo pecador; la actitud del pueblo pecador es empecinarse en el pecado cada vez más. Dios manda mensajeros y profetas, el pueblo se niega a oírlos. La misericordia de Dios llega a liberar al pueblo de sus opresiones a pesar de la falta de merecimiento por parte del pueblo, y eso porque el amor de Dios es incondicional. En la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso, se recalca la idea anterior de tal manera que resulta indubitable. El Dios que se nos revela en Cristo, el Dios cristiano, es un Dios rico en misericordia. Es un Dios que nos ama siendo nosotros pecadores, porque nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque El es bueno. San Pablo nos dice, y eso es palabra de Dios, que, en Cristo, nosotros, aunque todavía sea en esperanza, hemos recibido la vida de Dios, hemos sido resucitados y hemos sido sentados en el trono del Reino de Cristo y en Cristo. El Reino no es una esperanza inútil; si creemos que Dios resucitó a Jesús, tenemos que creer que Dios nos resucitará con Él, cuando venga la resurrección general de todo el cuerpo de Cristo. Si creemos que Dios ha entregado su poder a Cristo y lo ha hecho rey del Reino de Dios, tenemos que creer que nos hará reinar con Él, y que eso nada ni nadie puede impedirlo en forma definitiva.

3.- Lo que Pablo dice aquí debiera ser cuidadosamente meditado por esos "profetas" de la continua rabia de Dios, debiera ser reflexionado por todos los que anuncian continuamente castigos enviados al mundo por un Dios colérico que no tiene nada que ver con el Dios misericordioso que se nos revela en Cristo y en esta predicación de San Pablo. La tercera lectura, sacada del evangelio según san Juan, no hace sino subrayar el amor indefectible de Dios, del Dios que se nos revela en Cristo, al mundo pecador. Resulta terrible escuchar hoy el Evangelio: "La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla". Resulta terrible porque ése es un dato que un cristiano actual no debe descuidar ni minusvalorar. Existen hombres que han dicho no a la luz, y que no son, precisamente, los señalados por el dedo de los intransigentes. Pero existen hombres en tiniebla. De ellos nos sentiremos siempre, con tristeza, separados. Y cada uno de nosotros, afortunadamente regalados con la luz, tenemos que sentir la responsabilidad de conservarla y propagarla. Porque otra característica básica de la luz es que perfora, invenciblemente, la tiniebla que la rodea.

4.- San Juan nos dice que Dios ama al mundo pecador no porque el mundo sea bueno o porque pecar sea bueno, sino porque Dios es bueno. Dios, dice san Juan, no mandó a su Hijo ni para juzgar ni para condenar, sino para que el mundo se salve por Él. Dios ama al mundo de tal manera que está dispuesto a dar su sangre (su Hijo según la mentalidad judía) por él. ¿Cómo podemos nosotros despreciar, minusvalorar, o rechazar aquello que Dios ama tanto y por lo que considera bueno dar su sangre? Tengamos en cuenta la reprimenda que recibe san Pedro por este mismo motivo y asunto en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí podemos leer cómo Dios le reclama a Pedro, y a través de Pedro a todos nosotros, con qué derecho llamamos nosotros "impuro", negativo, maligno, a todo aquello a lo que Dios ha hecho bueno. Notemos lo interesantes que son, en el evangelio según san Juan, todas las alusiones al juicio. Si algo deja claramente establecido el Evangelio según san Juan es que Jesús no juzga y que, en cualquiera de los casos, el juicio final, el juicio definitivo, ya pasó. En el Evangelio de esta celebración litúrgica oímos decir claramente que Jesús no ha venido ni a juzgar ni a condenar, sino a salvar. Y si Jesús no juzga quién se atreverá a hacer juicios, sobre todo después de que Jesús mismo nos dice en el Evangelio que no juzguemos y no seremos juzgados. En el mismo Evangelio nos recuerda que el que cree en Jesús no pasa por ningún juicio. Y se agrega que el que niega a Jesús ya está juzgado y, por lo tanto, no pasará (porque no lo necesita) por otro juicio. En el evangelio según san Juan, se dice que el juicio definitivo del mundo se realizó en el momento de la muerte de Jesús.

5.- Preguntémonos para terminar: ¿De qué Dios hablamos y predicamos nosotros?, ¿del Dios misericordioso, amor incondicional, capaz de dar su vida por nosotros, o del Dios colérico, juzgador y condenador? ¿Hablamos de Dios tal como nos lo revela Cristo o hablamos de un Dios que no tiene nada que ver con el Dios que es amor y que es el Dios que se nos revela más en los actos que en las mismas palabras de Jesús? ¿Qué concepto tenemos nosotros de lo material y carnal? ¿El concepto que Dios tiene (algo que Él ha tomado y lo ha hecho suyo para siempre) o lo miramos con sospecha y negatividad, quizá muy bien intencionada, pero no evangélica?


31. LA HOMILÍA DE BETANIA: AMAR SIN RAZONES, Por José María Maruri, SJ

1.- A las personas que queremos, las queremos con el corazón. No necesitamos razones para querer. Ni la madre quiere al hijo por razones, ni los novios se quieren por razones, ni marido y mujer se quieren por razones. Y si se quisiera hacer una lista de razones lógicas de ese amor, al fin la última razón verdadera de ese amor quedaría en el misterio. Y cuando para mantener un amor es necesario andar hurgando para buscar razones, ese amor está empezando a morir bajo las cenizas.

El amor es ilógico, supera todo raciocinio, abarca a toda la persona y embarca en la aventura de amar a toda esa persona.

2.- Hoy a mitad de camino hacia la Semana Santa se hace un test a nuestro amor a Dios. Enfrentándonos con el amor ilógico del Señor a nosotros, ¿no necesitamos nosotros demasiadas razones para amar al Señor? ¿Toma su amor todo nuestro ser? ¿Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser?

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” Envía lo que mas quiere para que vaya a nuestra búsqueda, para que traiga del país extranjero al hijo pródigo, para que salve entre espinos y barrancos a la oveja perdida, aún a sabiendas de que ese Hijo único va a perder su vida en la búsqueda, pero que nos a va encontrar a cada de uno de nosotros.

¿Hay amor más ciego? ¿Más cerrado a razones lógicas? Como nos decía san Pablo el domingo pasado: esta es la grandiosa necedad o estupidez de nuestro Dios. Esa necedad que supera todo saber y todo entender humanos. Que el Señor nos ha amado a nosotros más que a Si mismo . “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.

Cuando éramos pecadores, es decir, cuando éramos enemigos de Dios, Dios nos da lo que constituye su propia vida, que es su mismo Hijo, a sabiendas de que lo va a perder. Si viéramos este proceder en una persona amiga nuestra, diríamos que es un loco, un estúpido… Y esa es la grandiosa e ininteligible estupidez de nuestro Dios, que no cabe en cabeza humana. “Tanto amó Dios al mundo…”

3.- Ya en el Antiguo Testamento hay frases maravillosas que muestran ese amor de Dios a nosotros. Como aquella: “¿Es que puede la madre olvidarse del hijo de sus entrañas?, pues aunque ella lo hiciera yo nunca me olvidaré de ti” O este párrafo del Profeta Oseas que hablando de su pueblo dice. “Yo le enseñé a caminar sujetándole por debajo de los brazos. Yo le levantaba en alto y apretaba su mejilla contra la mía. Yo me agachaba junto a él para darle de comer” como padre cariñoso hace con su hijo pequeño.

4.- Pero no pongamos este amor loco de Dios en plural. San pablo en su carta a los Efesios dice “nos amó y se entregó por nosotros. En Gálatas dice se corrige y dice “me amó y se entregó por mi”… murió por mi.

Para el Señor no somos multitud. No somos rebaño. Él conoce a cada una de sus ovejas y las llama por su nombre. No somos un número de Documento Nacional de Identidad. Somos TÚ y YO.

Cuando los andamios eran de tablones, dos hombres resbalan de un tablón mal asentado y al caer se aferran a un travesaño, que con el peso de los dos comienza a ceder. El más joven mira al mayor, que sabe casado y con hijos, y sin palabras se deja caer buscando otro apoyo que no encuentra y muere. “Murió por mí”, diría aquel hombre. Con la misma realidad, el Señor murió por mí.

5.- Nos enfrentamos con un Viernes Santo en que ese grito “murió por mí” lo llena todo. ¡Qué ese grito no nos suene a grito litúrgico! ¡Que no se escurra en nuestros oídos como un acorde resabido! Que nos traiga la enorme novedad de sabernos por primera vez queridos por Dios hasta dar su propia vida por mí, aunque seamos pecadores. El amor llama al amor y nos hace amar a los demás.


32. LA HOMILÍA DE BETANIA: 3.- LOS CAMINOS DE DIOS, Por Ángel Gómez Escorial

Es importante la primera lectura de hoy para determinar que, muchas veces, los planes de Dios no coinciden con los del género humano. Por el contrario, muchos de nosotros, alguna vez, hemos intentado que Dios se ponga de nuestra parte y que nos ayude a sacar adelante cuestiones que, probablemente, no tienen la idoneidad que el Señor busca para nosotros. Y así en el Segundo Libro de las Crónicas se habla con un rey extranjero, Ciro será el elegido para reconstruir el Templo de Jerusalén y dar nuevos bríos al culto que Dios quiere . Las continuas traiciones del pueblo de Israel crean esa nueva situación. Es posible que muchos judíos, incluso de buena voluntad, no entendiesen ese giro que el Señor estaba dando a la historia, les parecería inconcebible por sentirse pueblo elegido de Dios.

Si contemplamos, asimismo, la posición de Jesús de Nazaret frente a la religión oficial de saduceos, fariseos, senadores y doctores de la ley vemos que la cuestión es parecida. Jesús se opone a sus prácticas monopolistas, a la institucionalización negativa de la religión a favor de unos intereses concretos que están en contra de los mandatos de Dios y en contra, también, de lo que anhela el pueblo. El resultado será que tras la muerte y resurrección de Cristo Jesús el pueblo elegido será otro. Este se conformará en torno a la Iglesia naciente que es esposa de Cristo y albergue de todos los que –con palabras de Jesús—comienzan a llamar a Dios, Abba (papaíto). La revelación de Jesús sobre el Padre modifica la concepción de Dios que los hombres tenían. No su realidad intrínseca, porque Jesús viene a mostrar la verdadera cara de Dios Padre, la misma de siempre, pero que los humanos habían modificado en función de sus intereses.

2.- Y si la primera lectura marca un horizonte de gran importancia respecto al conocimiento de Dios, es Pablo de Tarso en su carta a los Efesios quien contribuye con otro aspecto capital para el cristiano. Es el renacer a la nueva vida por efecto de la gracia de Jesucristo. Se muere al pecado para resucitar a una vida más limpia, más entregada, más luminosa. El bautismo es nuestra entrada en la gracia de Jesucristo, pero el seguimiento del Maestro produce de manera sensible y consciente los beneficios que San Pablo nos cuenta. Las palabras del apóstol de los gentiles dan idea de una nueva creación, de una nueva naturaleza del género humano gracias al sacrificio de Cristo. Y si recapacitamos un poco en ello veremos que hay pruebas objetivas en nosotros mismos de ese renacer a una nueva vida. Quien ha descubierto el camino del seguimiento de Jesús se siente transformado, renacido. Los viejos tiempos ya no cuentan y una nueva vida se abre ante los ojos de los creyentes.

3.- El Evangelio de Juan nos habla de una charla de Jesús con Nicodemo. Aparece en escena este personaje singular, miembro del Sanedrín, convertido a Cristo y que fue, junto con José de Arimatea, quien fue a pedir al Gobernador Pilato el cuerpo de Jesús, ya muerto. La escena que hemos escuchado debe ser de los primeros momentos en los que Nicodemo se acercaba a Jesús y lo visitaba por la noche para no ser visto. Después, y ante su muerte y con la dispersión de los discípulos más cercanos, sería él quien diera la cara ante las autoridades, lo cual, sin duda, fue un peligro para él.

La catequesis que Jesús despliega ante Nicodemo es la del hombre nuevo. La de renacer a una vida de luz, alejada de la tiniebla. Pero el Salvador enseña a Nicodemo que el episodio de la Cruz es necesario y que forma parte de una realidad salvadora como lo fue la serpiente de bronce que Moisés se construyó para salvar al pueblo errante en el desierto de las mordeduras venenosas de las serpientes. Una vez elevado en la Cruz, una simple mirada servirá para salvarse. Y es cierto –nadie lo puede negar—que una mirada angustiada dirigida a un crucifijo ha traído la salvación y la paz a muchos a lo largo de más de dos mil años de historia. La profecía de Jesús sigue funcionando.

No sabemos lo que Nicodemo dijo a Jesús. Tal vez, le recomendaba moderación y paciencia frente a sus enemigos del Templo y del Sanedrín. Sería el consejo lógico de alguien de tanta altura. Sin embargo, Jesús, una vez más, y como ocurrió con Pedro, no acepta variación alguna en su misión. Y explica que es necesario el sacrificio de la Cruz para que sus hermanos no mueran por las picaduras venenosas del Mal.

4.- Hemos recorrido ya más de la mitad del camino de la Cuaresma. Tras el próximo domingo, el Quinto, ya llegaremos al inicio de la Semana Santa con el Domingo de Ramos. Este tiempo de preparación debe dar sus frutos y, además, hemos de considerar que siempre estamos a tiempo. Tal vez, deberíamos mirar a este Jesús que está subido en lo alto de la Cruz para salvarnos. Siempre hay un momento de quietud para “enfrentarse” a la mirada de un crucifijo que nos espera. Y ello dará elementos para seguir el camino o reiniciarse en una vida más limpia y de mayor servicio a los hermanos. No debemos desdibujar la esencia de la cuaresma que no es otra cosa que tiempo de reconocimiento de que Dios nos busca y nos quiere. Y que por eso mandó al mundo a su Hijo Único. Según los plazos se van terminando es bueno reflexionar sobre el tiempo que nos queda: Dios nos espera a la vera del camino. Siempre esta disponible.


33.

Sobre la segunda lectura

Nosotros somos creación suya

Autor: P. Carlos M Buela

«En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras
que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10)

En la lectura que se ha proclamado de San Pablo a los Efesios (Ef 2, 4-10), hay una muy hermosa enseñanza: «nosotros somos creación suya». Y en este sagrado tiempo de Cuaresma no solamente nos preparamos para la mejor celebración de la Pascua del Señor, del misterio de su muerte y resurrección, sino que además es el tiempo en el cual debemos profundizar en todos los grandes misterios de nuestra fe. Si lo vemos desde otro punto de vista podemos decir que el tiempo de Cuaresma es un tiempo que la Iglesia, en su sabiduría bimilenaria, le da a los cristianos para que se esfuercen por recuperar la dignidad primigenia de la verdad de su naturaleza. El día del miércoles santo, con la imposición de la ceniza, es un recuerdo solemne de que el hombre ha de morir, pero también es un recuerdo de que está hecho para vivir: "acuérdate que eres polvo, y que un día tu cuerpo al polvo ha de volver". Y todo el gran trabajo que debemos hacer se reduce a esas tres obras principales que son raíces de todas las demás, que son: la caridad con el prójimo –la limosna–, el amor a Dios –intensificar la oración–, y el amor ordenado a nosotros mismos –que se manifiesta en la penitencia, en el ayuno, en el sacrificio–. Estas obras deben oponerse a aquellas tentaciones en las cuales cayeron nuestros padres en el Paraíso, y que son las mismas tentaciones que sufrió Nuestro Señor al término de sus cuarenta días de ayuno.

Por eso es que el tiempo de Cuaresma también sirve para redescubrir la grandeza del misterio de la creación. Cada día en la Santa Misa, en el momento del ofertorio, nos enlazamos con el misterio de la creación, ya que allí, en esa presentación de los dones, incluso verbalmente, decimos que presentamos a Dios el pan, fruto de la tierra –la creación– y del trabajo del hombre. Y el vino, fruto de la vid –la creación– y del trabajo del hombre. Y junto con el pan y con el vino ofrecemos toda la creación, esa creación inmensa, hermosísima, que da, por el solo hecho de existir, gloria objetiva a Dios. Al ser asumida de alguna manera por el hombre esa gloria objetiva que dan a Dios las criaturas no racionales, la convierte en gloria formal. Por esta razón es que el hombre da libremente gloria a Dios de manera especial en la Santa Misa, por toda la obra de la creación.

Así es que me parece que puede ser conveniente reflexionar, aunque sea muy brevemente, sobre algunos aspectos de este misterio de la creación respecto de nosotros.

Nosotros somos creación suya

1. En cuanto al origen

Solemos decir comúnmente, y es verdad, que "nuestros padres nos trajeron al mundo". Deberíamos decir con más frecuencia: "Dios me trajo al mundo". Dios me trajo a participar de esta maravilla de la creación. En mi origen, en mi término a quo (principio del movimiento) está la mano poderosa de Dios que creó inmediatamente mi alma espiritual e inmortal. Más allá de todas las discusiones que los hombres hacen de si utilizó Dios para crear al hombre una técnica fixista, una técnica de alguna manera evolucionista, está la verdad indubitable, porque es una verdad de fe: Dios y solamente Dios es el que puede crear y de hecho crea inmediatamente cada alma y todas las almas. Por eso nosotros somos creación suya. En nuestro origen está el mismísimo Dios que ha querido hacernos partícipes de esta maravilla de la creación, que nos ha dado el ser, que nos ha dado la vida, que nos ha creado a su «imagen y semejanza».

2. En cuanto a la existencia y conservación

Dios no hizo solamente un acto por el cual nosotros llegamos a la existencia, sino que nos ha conservado en esa existencia y nos ha de conservar en ella, en lo que algunos llaman la creación permanente. Está permanentemente, segundo a segundo, creándonos, segundo a segundo dándonos el ser, segundo a segundo sosteniéndonos en el ser. De tal manera que no es solamente el hecho de que en el principio, cuando todavía empezábamos a existir en el vientre de nuestra madre, infundió el alma, sino que eso es una cosa que continúa, como continúa con la obra de toda la creación. Dios, al sostener en el ser, en el sentir, en la vida, está influyendo directamente, como si fuese a través de un cordón umbilical para que nosotros realmente estemos fuera de la nada y fuera de las causas. Nosotros somos creación suya.

3. En cuanto a nuestra naturaleza

Para valorar lo que es el misterio de la creación, podemos también considerar lo que se refiere a nuestra naturaleza humana. ¡Admirable compuesto sustancial de alma y cuerpo! Dios, al crearnos y al conservarnos en la existencia nos da una naturaleza determinada; naturaleza que, por ser el alma espiritual, nos hace ser a imagen de Dios, y por querernos dar su gracia santificante, nos hace semejantes a Dios. ¡Es un Misterio extraordinario! Y por si fuese poco, porque necesariamente quiere hacernos a su imagen, dota nuestra alma de esas dos grandes potencias espirituales que son el entendimiento y la voluntad. Porque somos creación suya somos capaces de pensar. Porque somos creación suya, somos capaces de amar, y así vemos esos actos de heroísmo extraordinario que hacen los santos, los mártires, los confesores de la fe. ¡Extraordinarios! Una cosa superior. El obispo que le predicó los Ejercicios Espirituales al Papa en el Vaticano cuenta cómo, en prisión, se las había ingeniado para pedir vino diciendo que estaba mal del estómago. Ese vino lo guardaba para la Misa. No tenía copa, no tenía recipiente: ponía tres gotitas de vino en la palma de la mano, y una gotita de agua. Ahí consagraba, celebraba Misa. Algo extraordinario. Otro caso increíble es el Cardenal Kung: estuvo treinta años en una celda de dos metros por un metro veinte. Son hombres superiores, donde se ve la dignidad, la excelencia, lo exorbitante de ser el hombre un espíritu encarnado. Por ser espíritu, es capaz de dominar la materia. Por ser espíritu es capaz de enseñorear la materia y porque es espíritu está dispuesto a dar la vida corporal si es necesario, porque no tiene miedo de los perseguidores ya que no le pueden arrebatar el alma. Y por esa realidad de ser nosotros creación de Él, somos capaces de elegir, conscientemente, responsablemente. Y aun cuando nos podamos equivocar, porque somos humanos, y errar es humano, somos libres; y si nos coaccionan somos capaces de seguir eligiendo, porque, en última instancia, no nos pueden arrancar de raíz nuestra libertad, ya que somos espíritu.

4. En cuanto a nuestras obras

Nosotros somos creación suya. Se ve por las obras. Este es un punto que siempre me llamó mucho la atención. Y para ilustrarlo mejor, pongo ejemplos de nuestro Seminario. Las obras. El solo hecho de encontrar tantos jóvenes que quieran practicar la virtud (no digo que la practiquen), es un triunfo del espíritu. Encontrar tantos jóvenes que quieran vivir nadando contra la corriente, contra lo que el mundo quiere, contra lo que el mundo grita, contra lo que el mundo espera; y no hay cosa más diametralmente opuesta al mundo que los consejos evangélicos. Nosotros no nos damos cuenta, pero sigue habiendo gente incapaz de entender la virginidad consagrada. Y eso son obras del hombre. Grupos como éste, de jóvenes que puedan vivir como hermanos, en paz (por lo menos una paz relativa), en comunidad, ayudándose unos a otros, formando lo que antiguamente decía muy hermosamente Saint-Exaupery "la ciudadela", una ciudad en pequeño: los distintos oficios, los distintos trabajos, ayudando todos para alcanzar el bien común temporal y, lo que más vale, el bien común eterno. Son cosas grandiosas. Esa obra del estudio, grandiosa no solamente para los que son más capaces intelectualmente, sino grandiosa en aquellos que son más "troncos" y sin embargo se esfuerzan más para saber, arañando a veces para aprobar, pero esforzándose; y tal vez les cuesta horrores, pero siguen con tesón: eso es triunfo del espíritu. Y no para tonteras, sino para conocer, para saber, para adquirir la ciencia teológica y la ciencia moral, para poder hacer bien después transmitiendo esa ciencia y ese conocimiento, para ser "maestros en Israel". Y también son algo grandioso las obras de apostolado. ¡Cuántas almas (eso lo sabremos cuando estemos en el Cielo) se habrán salvado tal vez por usar nosotros la sotana! Tal vez por tocar el timbre de una casa y hacer la misión permanente, preguntando cómo están, si hay algún enfermo; por rezar por aquellas personas que están encomendadas a nuestro apostolado... Ayer pensaba en el número de niños que vienen al catecismo o al Oratorio. Esos niños no perseverarán todos, pero muy probablemente el día de mañana, cuando sean más grandes y (tal vez) se enfermen, los lleven al hospital Schestakow, y si llega a haber capellán, si llega a haber monjitas ahí, cuando vean a alguno van a pedir los sacramentos y se salvarán. Esas son obras extraordinarias, de las que nosotros a veces no nos damos cuenta. El sólo hecho de que una persona entre en contacto con alguien consagrado, ya lo toma como amigo, y será eso para siempre porque entró ese afecto, ese cariño, ese bien, en el cofre de su corazón y ahí se conservará.

¡Y si vemos las obras del hombre, todas las obras de la técnica actual y de la ciencia! Lástima que muchas veces la ciencia está sin conciencia. Pero la ciencia es una cosa grandiosa, extraordinaria, desde todo punto de vista. La maravilla de la ingeniería genética, en lo que tiene de bueno. La maravilla de los avances de la medicina, la maravilla de la cibernética, la grandiosidad del arte, de la música, de la pintura, de la arquitectura, de la escultura. Realmente nosotros somos creación suya.

5. En cuanto al fin

Por último, el fin, el término ad quem. El hombre que tiene su origen en Dios, también tiene fin en Dios, porque Dios no puede crear por algo que sea inferior a él y para algo que sea inferior a él. Es una cosa grandiosa. ¡Cuántos hermanos y hermanas nuestras están gozando de la vista de Dios en el Cielo! ¡Cómo nosotros debemos preocuparnos para alcanzar esa salvación! ¡Cuántos, como hemos dicho, gracias a nuestros sacrificios y apostolados podrán gozar de Dios por toda la eternidad! Eso que cantábamos en el salmo responsorial hace unos instantes: "Somos peregrinos", somos peregrinos del Absoluto, todos. Somos peregrinos que no nos tenemos que olvidar del destino final, la Patria del Cielo. Eso es algo grandioso también, propio del hecho de que somos creación suya.

Por eso, queridos hermanos, en este domingo de Cuaresma, los invito a que reflexionen, redescubran, profundicen en esta hermosísima realidad: nosotros somos creación suya. Y no de cualquier manera, sigue el texto: Somos creación en Cristo Jesús. Cada uno de nosotros, que somos creación suya, hemos sido creados en Cristo Jesús.

Que la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos enseñe lo espléndido de esa maravilla del misterio de la creación y de nuestro ser.


34. REDENTORISTAS - por Neptalí Díaz Villán CSsR.

 

Luz – tinieblas

La comunidad creyente, desde y para la cual se escribe el Cuarto Evangelio (Evangelio según San Juan), vivió desde sus orígenes en un ambiente de conflicto. Al principio el conflicto era con los judíos que no aceptaron a Jesús y, por el contrario, lo persiguieron hasta matarlo apoyados por Roma. En un segundo momento vivió el conflicto con el imperio romano y, ya en la etapa final de la redacción del evangelio, con algunos miembros de las comunidades cristianas que desvirtuaban el camino de Jesús. En este ambiente de conflicto se resaltan elementos contrarios tales como: luz - tinieblas, creer – no crecer, vida – muerte, verdad – mentira.

 

El objetivo del evangelio es que los interlocutores crean en Jesús como el Mesías y que creyendo tengan vida en abundancia. Jesús es presentado como el camino, la verdad y la vida. Su vida es un proyecto para ser creído, vivido y confesado, celebrado, evaluado y anunciado. Creer en sentido evangélico no es la aceptación intelectual de una verdad, es la realización de la vida enteramente de cara a Dios y al ser humano, a plena luz del día, sincera y honestamente.

 

Nicodemo era un senador judío. Hacía parte del Concejo de Ancianos, Sanedrín o Sinedrio.  Era una figura representativa y distinguida. Representaba la oficialidad del mundo judío que ponía el énfasis en el cumplimiento estricto de la ley y en la participación del culto. Jesús, antítesis de la rígida estructura, presentó otra forma de experimentar a Dios.

 

La estructura religiosa judía era elitista y excluyente. Dejaba por fuera a todo aquel que no comulgara totalmente con las prescripciones de rabinos y sacerdotes. Publicanos, pecadores y prostitutas, así como la gran masa de pobres, considerados malditos por no conocer la ley, quedaban por fuera de la “salvación”. La propuesta de Jesús integraba a todo el mundo. Según el evangelio de Jesús, Dios no excluye ni condena a nadie: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna y nadie perezca. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él”.

 

La estructura religiosa judía y los maestros que la sostenían y vivían de ella, tenían pocas razones para buscar un cambio y muchas para conservar las cosas tal como estaban. Ante la estructura religiosa judía, el Evangelio propone la dinámica del Hijo del hombre “levantado”. Levantado en la cruz como signo de lucha por vivir dignamente, recogiendo la memoria de la serpiente que Moisés levantó en el desierto, camino hacia la tierra prometida. Levantado de la muerte, vencedor de la oscuridad, vivo, resucitado y resucitador. Levantado por Dios y sentado a la derecha del Padre. Jesús es la luz que vence la oscuridad y la voz que se levanta para clamar la libertad, la mano que perdona y que ama.

 

A la luz de Jesús podemos analizar nuestra vida hoy. Jesús debe ser como un espejo en el que podamos mirarnos, auto analizarnos y descubrirnos, con nuestros aciertos y desaciertos. La luz de Jesús nos ayudará a ver nuestra realidad para contemplarla y admirarla, y a su vez para revisarla y cambiarla. La luz de Jesús nos ayudará a descubrir el pecado que hay en nosotros y el camino hacia la renovación. Como dijo Pablo: “Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por los pecados nos ha hecho vivir por Cristo”. (1ra lect.).

 

En este campo la actitud que amenaza gravemente al ser humano es la obstinación en el mal. O sea, cuando pudiendo seguir la luz, “elegimos” la oscuridad.

-          “Conócete a ti mismo”, le dice Mafalda a Felipito.

-          “Conócete a ti mismo, conócete  a  ti mismo… No… mejor no lo hago…  ¿Qué tal que no me guste a mi mismo?” (QUINO)

 

No es fácil pasar de la oscuridad  a la luz. No es fácil reconocer que nos equivocamos, que nos falta madurar y que no amamos con pureza, que guardamos intereses egoístas y que muchas veces actuamos movidos por resentimientos. Pero si nos dejamos iluminar por la luz de Jesús, seremos testigos del amor misericordioso de Dios. Porque Dios es Dios en tanto que ama y por su misericordia nos salva.

 

Nosotros seremos verdaderos seguidores de Jesús cuando nos dejemos salvar y amemos como él nos amó. La salvación, siguiendo la segunda lectura, no es fruto del esfuerzo humano sino de la gracia; no es solo cultivo espiritual, es don de Dios. Pero es necesario abrir nuestra vida a la luz, aceptarla y preferirla. Aunque la salvación es un regalo de Dios y nadie se salva porque haga más o haga menos, las obras manifiestan si mi fe es verdadera o falsa. Una fe verdadera hace personas más honestas, misericordiosas y justas. Personas que optan por la vida, la luz y la verdad.

 

¿Le tenemos miedo a la luz? ¿Tenemos miedo a enfrentar la verdad? La luz nos permitirá vernos tal como somos, la verdad nos hará libres. ¿Preferimos las tinieblas a la luz? Es el tiempo de pasar de las tinieblas a la luz, de la infrahumanidad vacía, codiciosa, opresora e injusta, a la humanidad llena de vida, solidaridad y alegría, justa, fraterna, libre y liberadora.

 

Oraciones de los fieles

 

1.    Por la Iglesia, especialmente, nuestra comunidad parroquial, en su avance por el desierto de la Cuaresma hacia la luz  de la Pascua. Roguemos al Señor.

 

2.    Por nuestra juventud: para que descubra y responda a su misión en la Iglesia. Roguemos al Señor.

 

3.    Seguimos orando insistentemente al Señor, para que cesen las guerras, el odio y la violencia y reine la PAZ en el mundo entero. Roguemos al Señor.

 

4.    Por los que se están preparando para recibir el Sacramento del Bautismo, sus padres y padrinos, para que sean fortalecidos diariamente y puedan cumplir sus compromisos bautismales.  Roguemos al Señor.

 

5.    Por los que se alejan de la luz de Cristo a causa del mal ejemplo de sus hermanos cristianos. Roguemos al Señor.

 

6.    Por cada uno de nosotros, que fijando nuestros ojos en Cristo, luz del mundo,  queremos realizar la verdad con nuestras obras, hechas según Dios. Roguemos al Señor.

 

Exhortación final:

 

Hoy nuestro corazón salta de gozo, Dios Padre nuestro,

al sabernos amados por ti con un amor que nos hace hijos tuyos.

La prueba que verifica tan gozosa noticia es Jesús, tu Hijo,

y desde nuestro hermano mayor y amigo para siempre.

Él no vino para condenar sino para salvar al hombre

que tú amas con amor y con loca ternura de padre.

Haz que sepamos corresponderte como hijos tuyos bien nacidos.

 

Gracias, Señor, porque tú no eres un dios frío y lejano,

controlador impávido de la máquina del cosmos, sino padre

que nos amas, siempre desvelado por tu criatura el hombre.

El secreto del mundo y de nuestra existencia humana

está fundado en el latir de tu corazón que ama. ¡Gracias, Señor!

 

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 258)
 


35. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la iglesia nacida entre la gentilidad.

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir, por tanto, un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2) término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos en la Ley está el porvenir de Israel, para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa e injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo” sin dejar de ser “del cielo” “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios.. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

-Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (crucificado) como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios que entregó su Hijo único. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto o una doctrina, es un acto de amor por el que adviene el reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan. Una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Esta es la fe que proclama Juan.

Para la revisión de vida
-Nicodemo se acercó a Jesús. Le movía la curiosidad, el deseo de escuchar una palabra especial, la revelación de algún oscuro secreto. ¿Por qué quiero yo acercarme a Jesús? Pero antes, ¿quiero yo acercarme a Jesús? ¿Deseo encontrarme con él?

-Nicodemo espera la llegada de la noche para buscar a Jesús. Era evidente su miedo a ser visto y delatado a esos judíos que por conveniencia no aceptaban al galileo. ¿Tenemos también el mismo miedo a que se nos descubra como seguidores de Jesús? ¿Seguidores de Jesús en sentido real y concreto, luchando por la justicia y la verdad?

Para la reunión de grupo
- La primera lectura es la conclusión del segundo libro de las Crónicas, del AT. Es un buen resumen del esquema interpretativo de la historia por parte de los redactores bíblicos, y del mismo pueblo. ¿Pero lo podemos aceptar nosotros, hoy día, fácilmente? ¿Qué dificultades nos presenta? ¿A qué se pueden deber esas dificultades? ¿Cómo combinar estas dificultades y estas respuestas con el hecho de que consideramos estos textos bíblicos «revelación»? ¿En qué sentido?
- Marcelo Barros (en el libro-base para el Encuentro Intereclesial de CEBs de Brasil de 2000) hace caer en la cuenta del sincretismo de la Biblia, en la que aparecen muchas tradiciones, elementos, categorías, leyendas, símbolos… procedentes de la religiosidad del Oriente Próxmo, en el que ella se haya claramente ambientada. Y hace señalar que el becerro de oro fue rechazado, pero la serpiente de bronce entró en la Biblia… ¿Cabe hacer alguna reflexión al respecto?
- Prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas… Este texto del evangelio de Juan está en plena sintonía con la epistemología moderna: la estructura del conocimiento humano es tal, que el sujeto entra en la composición misma de la experiencia cognoscitiva, con sus intereses, prejuicios, limitaciones… No hay un conocimiento neutro y desinteresado, una «razón pura», una «verdad objetiva»… En la respuesta ética que damos a la vida, en la respuesta de fe (o de no fe) que damos a los desafíos de la realidad, estamos movidos también –tal vez inconscientemente- por nuestro deseo de luz o nuestro de oscuridad, para que su maldad no sea descubierta. Comentar.
- Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por Él; no lo envió para condenar, sino para que el mundo se salve por él. Pero de hecho muchas veces el cristiano se siente más juzgado que salvado, y siente la moral como un deber exterior e impuesto, como una carga más que como una ayuda... ¿A qué se debe? Si el Evangelio es Buena Noticia y Dios es pura voluntad de salvación, ¿qué es lo que puede estar fallando?

Para la oración de los fieles
- Para que sean iluminados nuestros corazones con la luz que brota de la esperanza de los débiles y marginados del sistema, roguemos al Señor...
- Para que nos decidamos sin demora a incluir en nuestra vida diaria acciones que, como las de Jesús, irradien luz y solidaridad, roguemos al Señor...
- Por los que no saben de dolores verdaderos, de injusticias planificadas, de pobreza globalizada, para que se abran sus ojos a la verdad, roguemos al Señor...
- Por los niños y adultos que hoy siguen muriendo "antes de tiempo", por los "pueblos crucificados", para que seamos para ellos señal y compromiso de liberación, roguemos al Señor...
- Para que nuestra conducta sea correcta e incorruptible, de forma que nunca temamos a la verdad ni prefiramos a las tinieblas, roguemos al Señor...
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Oración comunitaria
Dios todobondadoso, Padre y Madre de la Humanidad, que en Jesús has levantado ante el mundo una y muchas señales, para que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad: te expresamos nuestro agradecimiento al descubrir que tú actúas a favor de toda la Humanidad y a toda ella la conduces, «por caminos sólo por ti conocidos». Ello nos hace sentirnos llenos de una alegría y una confianza, que para nosotros concretamente se apoyan en Jesucristo, nuestro hermano, predilecto tuyo.


36. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

 COMENTARIOS GENERALES

¡Dios nos ama!

  Hoy es el domingo de Laetare , es decir, de la alegría. Por eso, én el salmo responsorial repetimos juntos esas dulces palabras: “El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría”.

¿Cómo hará la liturgia para inculcarnos hoy la alegría? ¿Es posible, además, inculcar la alegría? La liturgia escogió el camino justo: nos ha puesto delante simplemente el motivo de nuestra alegría: jDios nos ama!.

Segunda lectura: Dios, rico en misericordia, nos amó con un amor grande, y por esto, de muertos que estábamos, nos ha hecho revivir en Cristo.

El evangelio: Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito .

Nosotros queremos tomar hoy esta ocasión única que se nos ofrece de meditar sobre el amor de Dios, que es el alma de toda la Biblia, a costa de dejar en la sombra otros temas presentes en la palabra de Dios. ¡Dios nos ama! Es la frase más simple que se pueda imaginar -un sujeto, un objeto, un verbo- y contiene el pensamiento más vasto que el hombre pueda concebir: ¡Dios y el hombre, y entre ellos, amor!

El amor de Dios es una realidad única, indivisible, como lo es Dios mismo. Sin embargo, éste se nos ha revelado concretamente en una sucesión de gestos e intervenciones que se llama “historia de la salvación”. Podemos, por tanto, reconstruir el desarrollo del amor de Dios por nosotros.

La primera etapa nos traslada a antes del tiempo y de la historia, a la eternidad misma de Dios y suena así: Dios es amor (1 Jn. 4,8). Lo es en sí mismo, anteriormente al conocimiento que de ello pueda tener el hombre. Aparentemente en esta fase nosotros estamos ausentes: Dios no tiene para amar más que a sí mismo. Sabemos que Dios, si bien siendo único, no es solitario, ni siquiera en esta fase que precede a la creación. Tiene junto a sí al Hijo, su imagen perfecta que ama y por quien es a su vez amado con in amor tan fuerte que constituye una tercera persona: el Espíritu Santo. Hay por tanto ya amor en Dios, pero un amor increado, trinitario, inaccesible.

Y, sin embargo, nosotros no estábamos ni ausentes ni éramos desconocidos a Dios ni siquiera entonces: Él nos escogió antes de la creación del mundo (Ef. 1,4). Estábamos ya contenidos y contemplados en su amor, como creaturas todavía escondidas en el seno y en el pensamiento de quien las ha engendrado y espera que salgan a luz.

Segunda etapa : la creación. La creación es la revelación de este amor escondido, el primer acto fundamental del amor de Dios hacia las criaturas. El que las pone en el ser y las hace existir. Podemos parangonarlo -si bien toda comparación es aquí una miseria- al amor de dos criaturas en el acto por el cual engendran una nueva vida.

La creación es un acto de amor. La liturgia interpretando el pensamiento teológico de todo el cristianismo, canta en el canon IV de la misa: “Has dado origen al universo para difundir tu amor sobre todas las criaturas y alegrarlas con los esplendores de tu gloria “ . Dios crea para difundir su amor, porque el amor es difusivo de sí mismo. Tiene necesidad de difundirse, de manifestarse. No bastaba a Dios amarse a sí mismo; quería amar y ser amado por alguien que estuviera fuera de él y hacia quien el amor revistiera un carácter nuevo: el de ser libre y gratuito (lo que no pudo ser el amor trinitario). Si se escruta, religiosamente, cuál es la realidad última del hombre, dónde él encuentra su consistencia, se descubre que ésta es un pensamiento de amor de Dios exteriorizado y revestido de carne.

Este amor de Dios encuentra en los profetas sus poetas insuperables. Dios dio a algunos hombres (como Isaías, Jeremías, Oseas), un corazón descomunal, lleno de recursos, sensible a cada tonalidad de amor, para que revelasen a los hombres algo de su insondable amor. Los profetas han hecho lo mejor. Han recurrido a las imágenes más fuertes que conocían: el amor de un padre y de una madre por sus propios hijos (cfr. Is. 1,2; 49, 15-16). ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Os. 11,4): Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor, era para ellos como los que alzan a una criatura contra su mejilla ; el amor de un novio por su novia y de un hombre por su mujer (Is. 62,5 ssq). Como un joven desposa una virgen, así te desposara el que te reconstruye, y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios (cfr. también Jer. 2,2; 31,21 ssq; Ez. 16,8 ssq; Os. 2,21).

Es un amor eterno, indefectible (Jer. 31,3: Te amé con un amor eterno ), pero sabe asumir también tonalidades tempestuosas, como todo verdadero amor que es amenazado. Es un amor que hace “ conmover las entrañas “ a Dios, frente a la desgracia que el hombre se causó por sí solo (cfr. Jer. 31,20). Es un amor celoso que no tolera rivales. De ahí la guerra implacable contra los “dioses extranjeros”, los ídolos y los altares a ellos dedicados: Tu Dios es un Dios celoso (Deut. 4,24).

Éstas son las características conocidas también en el amor humano, aún más, están tomadas de él y aplicadas al amor divino por analogía (ya que Dios no está sujeto, evidentemente, a las pasiones). Sin embargo, hay un aspecto que es exclusivo del amor de Dios: la gratuidad. Todo amor humano, aun el aparentemente más desinteresado de una madre y de un novio, es en realidad egoísta y tiene un aspecto de búsqueda de sí mismo. El hombre, de hecho, se realiza amando, encuentra en el amor su felicidad. Dios amando no se realiza, sino que realiza. Su amor es pura gracia, en una manera inconcebible para nosotros.

La tercera etapa que cumple todas las precedentes: Así Dios amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito . La tercera etapa del amor de Dios se llama, pues, Jesús. Jesús es el amor de Dios hecho carne. Es la manifestación tangible del amor del Padre: En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: Dios envió a su Hijo unigénito al mundo (1 Jn. 4,9).

Pero Jesús no se contentó con ser sólo la prueba o la objetivación del amor de Dios por los hombres: él nos amó a su vez con un amor divino y humano, porque era Dios y hombre. El amor de Dios en él se ha hecho también subjetivo: Como el Padre me amó a mi; así también yo les he amado a ustedes (Jn. 5,9); Ustedes son amigos míos (Jn. 15,14); El amor de Cristo (por nosotros) sobrepasa todo conocimiento (Ef. 3,19).

En Jesús, el amor de Dios se adecuó a nuestra condición humana que necesita ver, sentir, tocar, dialogar. Así amó Dios : ¡finalmente sabemos cómo ama Dios! El amor de Jesús por los hombres es fuerte, viril, tiernísimo, constante hasta la prueba suprema de la vida. Porque nadie tiene un amor mas grande que quien da la vida por la persona amada (cfr. Jn. 15,13). Y él dio la vida. Amor lleno de tacto y de calor humano: ¡Cómo ama a las mujeres, con qué delicadeza se les acerca en la humillación, sin empero, un velo de condescendencia para el mal! Cómo ama a los discípulos; cómo ama a los niños, a los enfermos, los pobres, los intocables de aquel tiempo (el “pueblo de la tierra” como se les llamaba). Amando, cambia, hace crecer, libera (la Samaritana, la Magdalena). Delante de la tumba de Lázaro, dijeron de él: ¡Cómo lo amaba!

La cuarta etapa del amor de Dios (y de la historia de la salvación), la que nos lleva a nuestros días, se llama Espíritu Santo.

El amor de Dios que se manifestó en Jesucristo permanece entre los hombres y vivifica a la Iglesia a través del Espíritu Santo. ¿Qué es propiamente el Espíritu Santo? Es ese amor recíproco entre el Padre y el Hijo que después de la resurrección se difundió sobre los creyentes como el perfume que sale del vaso de alabastro roto y llena la casa: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha si do dado (Rom. 5,5); Por esto se conoce que permanecemos en él y él en nosotros: él nos donó su Espíritu (1 Jn. 4,13).

Sin el don del Espíritu Santo la gran “prueba de amor” de Dios que fue Jesucristo habría quedado como un recuerdo histórico cada vez más desdibujado por los siglos. El Espíritu Santo hace de aquel amor una realidad actual, de hoy y de siempre. También en esto -más aún, sobre todo en esto- el Espíritu Santo es la memoria viva de Jesús.

No se trata de un amor subjetivo, es decir, de un sentimiento fugaz; es algo soberanamente objetivo y concreto. Es directamente una persona. En el Nuevo Testamento nos es presentado como consolador, el que da la paz, fuerza, aliento, ayuda. Es también llamado el “nuevo corazón”, el “corazón de carne” porque su presencia no sólo hace amados, sino también capaces de amar (amar de un modo nuevo a Dios y a los hermanos). Él es ahora quien realiza la imposible fidelidad del hombre; con él presente, realmente, el creyente puede observar los mandamientos y puede “corresponder” al amor de Dios, lo que le era imposible antes de Cristo.

Así, ésta es esquemáticamente la revelación del amor de Dios por el hombre, su lento desenvolverse en la historia hasta hoy en la Iglesia. ¿Qué diremos? ¿Qué responderemos? Varias reacciones son posibles: una es la que san Buenaventura expresa así: ¡Amar a Dios que así nos amó! Nosotros dejaremos de lado esta prospectiva. La segunda es la expresada por san Juan: Si Dios nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn. 4,11), pero dejemos también esta prospectiva.

Hay algo que viene antes de todo esto y es lo que el mismo Juan nos sugiere: ¡ Nosotros hemos creído en el amor que Dios tiene por nosotros! (1 Jn. 4,16). ¡Cosa formidable y entre las más difíciles del mundo! Pocos son los que pueden repetir esta frase con verdad.

El mundo hace siempre más difícil creer en el amor. Demasiadas traiciones, demasiadas desilusiones. Quien ha sido traicionado y herido una vez, teme amar y ser amado porque sabe cuánto mal hace ser engañado. En relación con Dios, hay una terrible objeción que es la existencia del dolor y, en particular, el dolor de los inocentes. Hablamos de esto hace dos domingos. Así que va en aumento la fila de los que no logran creer en el amor de Dios, aún más, en ningún amor. El mundo y la vida entran -o permanecen- en una época glacial, porque sin la fe en que Dios nos ama, el hombre aparece, como se ha dicho, como “una pasión inútil” (Sartre). Los científicos recogen la palabra de los filósofos y hablan del mundo como de un ‘hormiguero que se resquebraja” (Rostand): una nada que se pierde en el frío cósmico. Todo está destinado a entrar de nuevo en el silencio y el hombre no es más que un dibujo creado por la onda en la orilla del mar que la onda siguiente borra.

El cristiano debe romper esta terrible colcha que trata siempre de cubrir la tierra. Es su vocación. Lo puede hacer porque no debe inventar él, con su inteligencia o su fantasía, este amor; éste ha sido “difundido” en su corazón en el Bautismo; debe sólo descubrirlo dentro de sí y en la Iglesia y testimoniarlo al mundo.

Es un momento decisivo en la historia de la salvación éste en que el hombre, mejor aún, una comunidad, movida por el Espíritu Santo, dice como lo hacemos nosotros ahora: “ Dios nos ama y nosotros creemos en el amor “.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 72-77)


 

 CATENA AUREA

 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que sea levantado el Hijo del hombre: para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (v. 14)

(SAN AGUSTÍN) Muchos morían en el desierto por las mordeduras de las serpientes, y así Moisés, por orden de Dios, levantó en alto una serpiente de bronce en el desierto: cuantos miraban a ésta, quedaban curados en el acto: la serpiente levantada representa la muerte de Cristo, de la misma manera que el efecto se significa por la causa eficiente. La muerte había venido por medio de la serpiente, la que indujo al hombre al pecado por el cual había de morir; mas el Señor, aun cuando en su carne no había recibido el pecado, que era como el veneno de la serpiente, había recibido la muerte, para que hubiese pena sin culpa en la semejanza de la carne del pecado, por lo cual en esta misma se pagara la pena y la culpa.

Y no dijo conviene que el Hijo del hombre esté colgado, sino, sea ensalzado; porque parecía esto lo más prudente; y así dijo esto por el que le oía y por lo que la cosa representaba, con el fin de que veamos la relación que las antiguas cosas tenían con las nuevas, y aprendamos que no se entregó a la muerte contra su voluntad, y que de aquí brotó la salud para muchos.

A como en otro tiempo quedaban curados del veneno y de la muerte todos los que veían la serpiente levantada en el desierto, así ahora, el que se conforma con el modelo de la muerte de Jesucristo por medio de la fe y del bautismo, se libra también del pecado por la justificación, y de la muerte por la resurrección, y esto es lo que dice: “Para que todo aquél que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. ¿Y para qué se necesita que la muerte de Jesucristo se compare con el bautismo del niño, si no ha sido envenenado éste aún por la mordedura de la serpiente?

(CRISÓSTOMO) Véase también que quiso velar su pasión, a fin de que no entristecieran sus palabras a aquél que le oía; pero puso de manifiesto el fruto de su pasión; y si los que creen en el crucificado no perecen, mucho menos perecerá el que está crucificado con Jesucristo.

(SAN AGUSTÍN.) Hay una diferencia entre la figura y la realidad: y es: que aquéllos eran curados sólo de la muerte temporal volviendo a una vida material, mas éstos obtienen la vida eterna.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que tenga vida por Él. Quien en Él cree, no es juzgado: mas el que no cree, ya ha sido juzgado: porque no cree en el nombre del Unigénito Hijo de Dios (v. 15-18)

(CRISÓSTOMO.) Como había dicho: “Conviene que sea levantado el Hijo del hombre”, en lo que daba a conocer ocultamente su muerte, y para que el que oía no se entristeciese por estas palabras, creyendo que era humano cuanto a Él se refería, y para que no creyese que su muerte no sería saludable, dijo, como para rectificar, cuando había insinuado que el Hijo de Dios sería entregado a la muerte, que su muerte sería la que alcanzaría la vida eterna. Por esto dice: “Porque de tal modo amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito”. No os admiréis de que yo deba ser levantado para que vosotros os salvéis, porque así agradó esto al Padre que tanto os amó, que por estos siervos ingratos y desafectos dio a su mismo Hijo; y diciendo: “De tal manera amó Dios al mundo”, indicó la inmensidad de su amor, habiendo necesidad de reconocer aquí una distancia infinita. Él que es inmortal, Él que no tiene principio, Él que es la grandeza infinita, amó a los que están en el mundo; son de tierra y ceniza y están llenos de infinitos pecados. Lo que pone a continuación demuestra la cualidad de su amor, porque no dio un siervo, ni un ángel, ni un arcángel, sino su propio Hijo. Por esto añade: “Unigénito”.

(SAN HILARIO) Mas si la fe del amor había de medirse por entregar una criatura en bien de otra criatura, no sería de gran mérito el enviarle una criatura de naturaleza inferior; las cosas de gran precio son las que dan a conocer la grandeza de amor, y las cosas grandes se estiman por las cosas grandes. El Señor, amando al mundo, dio a su Unigénito y no a un hijo adoptivo; era su Hijo propio por generación y verdad; no hay creación, no hay adopción ni falsedad; aquí hay fe de predilección y de amor en pro de la salvación del mundo, dando a un Hijo que era suyo y que además era Unigénito.

(SAN AGUSTÍN.) ¿Por qué es llamado Salvador del mundo, sino para que salve al mundo? Luego cuanto está de parte de un médico había venido a curar al enfermo. A sí mismo se mata el que no quiere cumplir los preceptos del médico, o los desprecia.

(CRISÓSTOMO) Y porque dice esto, muchos de los que viven sumidos en toda clase de pecados y en gran negligencia, abusando de la infinita misericordia divina, dicen que no hay infierno ni castigo, y que el Señor nos perdona todos los pecados. Pero debe tenerse en cuenta que hay dos venidas de Jesucristo: la que ya se ha realizado y la que habrá de realizarse. La primera no fue para juzgar lo que nosotros habíamos hecho, sino para perdonarlo; mas la segunda será, no para perdonar sino para juzgar. Respecto de la primera dice: “No para juzgar al mundo”, porque es compasivo, no juzga, sino perdona los pecados por medio del bautismo, y después por penitencia; porque si no lo hubiera hecho así todos estarían perdidos, todos pecaron y necesitan de la gracia de Dios. Y para que alguno no creyese que podía pecar impunemente, habla de los castigos reservados a los que no creen: “Ya está juzgado” dijo antes: mas el que cree no es juzgado; el que cree, dijo, no el que investiga. ¿Qué será, pues, si lleva una vida estragada? Y con mayor razón, diciendo San Pablo que estos no son fieles. Dice, además: “Confiesan que conocen a Dios, y lo niegan con las obras”; pero esto significa que el que cree no será juzgado, pero que sufrirá el castigo de sus obras; mas por causa de infidelidad no padecerá.

(SAN AGUSTÍN.) Pero ¿qué esperabas que dijese del que no cree, sino que será juzgado? Pero véase lo que dice: “Mas el que no cree ya está juzgado”. Y debe observarse que aun no apareció el juicio, pero ya el juicio se ha hecho; porque conoce el Señor a los que son suyos y que perseveran hasta obtener la corona, y los que serán contumaces, destinados al fuego.

(CRISÓSTOMO.) Dice esto también, por que no creer en Él es el suplicio del impenitente; estar fuera de la luz, aun en sí mismo, es el mayor castigo, y también anuncio del que ha de venir; porque así como quien mata a un hombre, aun cuando todavía no haya sido condenado por la sentencia del juez, está condenado por la misma naturaleza del crimen, asimismo el que es incrédulo; como también Adán murió el día en que comió el fruto prohibido.

(SAN GREGORIO) En el último juicio, algunos no serán juzgados y perecerán: de estos se dice aquí: “El que no cree ya está juzgado”, pues entonces no será discutida su causa, porque ya se presentarán delante del severo juez con la condenación de su infidelidad; y los que conservan su profesión de fe, pero carecen de obras, serán mandados a padecer. Mas los que no conservaron los misterios de la fe, no oirán la increpación del juez en su último examen, porque prejuzgados ya en las tinieblas de su infidelidad, no merecerán oír la reconvención de Aquél a quien despreciaron. Y sucede también que un rey de la tierra, o el que rige una república, castiga de diferente modo al ciudadano que delinque en el interior que al enemigo que se rebela en el exterior; contra el primero procede conforme a sus leyes; pero contra el segundo levanta guerras, vengándose con iguales desastres de su malicia; ni tampoco hay necesidad de aplicarle la ley al que nunca estuvo sujeta a ella.

(SAN AGUSTÍN.) ¿En dónde, pues, ponemos a los niños bautizados, sino entre los creyentes? Porque esto se les concede por virtud del sacramento y por la promesa de los padrinos: y por esta razón colocamos a los que no están bautizados entre los que no han creído.

Mas este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo hombre que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra verdad, viene a la luz para que parezcan sus obras, porque son hechas en Dios (v. 19-21)

(CRISÓSTOMO) ¿Acaso ellos la buscaron o trabajaron para encontrarla? Esta luz vino a ellos, pero no la recibieron. Por eso sigue: “Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”. Ahora los priva de toda excusa, por que vino a sacarlos de las tinieblas y llevarlos a la luz, ¿y quién de aquellos que no aceptaron esta luz merecerá el perdón?

Además, como a muchos les parecía increíble lo que se había dicho, puesto que nadie prefiere las tinieblas a la luz, añade la causa porque sufren estas cosas, diciendo: “porque sus obras eran malas”. Y si hubiese venido a juicio, esto tendría alguna razón de ser: porque el que conoce sus malas acciones, acostumbra a huir del juez; pero los que faltaron van el encuentro del que les perdona. Por consiguiente, era muy justo que todos aquéllos que se reconocían reos de grandes pecados, salieran al encuentro de Cristo, que venía a perdonar, como sucedió en muchos, porque los publicanos y los pecadores venían y se recostaban con Jesús. Pero como algunos son tan perezosos para trabajar en adquirir la virtud, que quieren vivir en su malicia hasta el fin, para reprensión de éstos añade: “Porque todo hombre que obra mal, aborrece la luz”; lo cual se ha dicho especialmente de aquéllos que prefieren vivir en la mala fe.

(SAN AGUSTÍN) Y como no quieren engañarse y sí engañar a los demás, estiman la luz cuando se presenta por sí misma, y la aborrecen cuando la luz los pone a ellos de manifiesto. Por tanto, los recompensa poniéndolos de manifiesto aun cuando ellos no quieran y sin que ellos la vean. También estiman la verdad cuando brilla, y la aborrecen cuando les arguye. Por esto sigue: “Y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas”, etc.

(CRISÓSTOMO) Ninguno reprende a aquél que vive en el paganismo porque adora a sus dioses, y obra según sus creencias. Pero los que son de Jesucristo y viven mal, son acusados por todos los que viven bien; mas si son gentiles y viven bien, yo no lo he visto claramente; y no se me hable de aquéllos que son humildes y buenos por naturaleza (porque esto no es virtud) sino de los que sostienen la lucha contra sus pasiones y viven sabiamente; pero no se encuentran tales. Y si el anuncio de la gloria y la amenaza del infierno y otras tantas razones, con dificultad sostienen a los hombres en la virtud, es difícil que la practiquen quienes no creen en nada de esto; y si algunos aparentan ser virtuosos, esto lo hacen únicamente con el objeto de obtener popularidad. Por esta razón, cuando pueden ocultarse, no prescinden de sus malos deseos. ¿Y qué utilidad les viene, cuando alguno que sea sobrio y no robe se haga esclavo de la vanagloria? Esto no es vivir bien: y no obra mejor, sino mucho peor, el que fornica. Mas si hay alguno que viva bien entre los gentiles, no obsta a lo que venimos diciendo, porque esto no sucede con frecuencia, sino rara vez.

“El que obra la verdad, viene a la luz”. Esto no lo dice refiriéndose a los primeros cristianos, sino únicamente a aquéllos que, procedentes de gentiles o de los judíos, se estaban preparando para merecer la fe: manifiesta también que ninguno puede elegir entre el error y la verdad, si antes no se marca a sí mismo el camino recto que ha de seguir.

(SAN AGUSTÍN) Dice que todas sus obras han sido hechas en Dios aquél que viene al verdadero conocimiento; porque conoce que su propia justificación no debe atribuirse a sus méritos, sino a la gracia de Dios.

Mas si Dios encuentra todas las obras malas, ¿cómo es que algunos han conocido la verdad y han venido a la luz, esto es, a Cristo? Pero ya había dicho antes el Salvador que amaban más las tinieblas que la luz: allí es donde se encuentra la fuerza del argumento. Muchos estiman sus pecados, muchos otros los confiesan. Dios acusa tus pecados: mas si tú los acusas, te unirás con Dios. Conviene que aborrezcas en ti tus malas acciones, y ames en ti la gracia de Dios. El principio de las buenas obras consiste en la confesión de las malas, y obras bien en verdad, porque no te halagas ni te complaces a ti mismo; mas vienes a la luz, porque el pecado mismo que te desagradó no te hubiera desagradado si Dios no te lo hubiese dado a conocer, y su verdad no hubiera brillado en ti. Obra alguno bien cuando hace una verdadera confesión; y viene a la luz por medio de sus buenas obras, cuando observa que se disminuyen los pecados de su lengua, o de sus pensamientos, o de su inmoderación, respecto de las gracias concedidas; porque sus muchos pecados leves, si se miran con descuido, matan. Pequeñas son las gotas que aumentan el caudal de un río, pequeños son los granos de arena; mas si se amontonan muchos granos, la arena comprime y oprime. Esto hace el descuido prolongado, porque da lugar a que los arroyos se desborden: poco a poco entran por el agujero descuidado, pero entrando por mucho tiempo, y no sacando el agua, ésta sumerge la nave. ¿Y qué quiere decir sacar fuera, sino hacer que desaparezcan los pecados por medio de las buenas obras, gimiendo, ayudando y perdonando?

(Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea , tomo V, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946, pp. 84-90)


 

 BOSSUET

Virtud de la cruz de Jesucristo.

Jesús atrae a sí todas las cosas por la virtud de la cruz

“El príncipe de este mundo”, el demonio, que por la idolatría se ha apoderado de él, “va a ser echado” (Jo., XII, 31), y las falsas divinidades abandonadas. Pero no es esto suficiente, pues además de echar al demonio, es necesario dar el imperio a Dios por Jesucristo. “Y yo, nos dice Jesús, después que haya sido elevado de la tierra sobre la cruz, atraeré todas las cosas a mí”; y atraeré a mí todo. En la cruz hay una virtud escondida para atraer a todos los hombres. Y habrá hombres de todas las clases, y no solamente de todos los sexos, sino también de todas las naciones, de toda clase de inteligencia, de todas las profesiones, de todos los estados, que serán poderosamente atraídos, que vendrán en multitud a Jesucristo; y de toda esta bienaventurada humanidad, que Dios ha unido por la elección de su eterna misericordia, ninguno se rezagará. La acción de la crucifixión parece haber elevado a Jesús sobre la tierra para ser el centro de todo el mundo: él es el punto de toda contradicción, por una parte; y por la otra, es el objeto de la esperanza del mundo. “Era necesario que fuera elevado como la serpiente en el desierto”, para que todos los hombres pudieran dirigir a él sus miradas, como él mismo lo dijo (Jo., III, 14-15). La salvación de la humanidad ha sido el fruto de esta cruel y misteriosa exaltación. Vayamos al pie de la cruz y digámosle al Salvador, con palabras de la esposa: “Atraednos; nosotros seguiremos después de ti” (Cant., 1, 3). La misericordia, que nos hizo aceptar el suplicio de la cruz, el amor, que os hizo morir y que tiene manifestación en todas nuestras llagas, es el dulce perfume que éstas exhalan para atraernos a vos. Atraed nuestros corazones de esta manera poderosa y dulce como vos habéis dicho “que vuestro Padre atrae a vos todos los que vienen” (Jo., VI, 44). Atraednos de esta forma, omnipotente, que no deja que podamos demorar en el camino. Que vayamos todos a vos a vuestra cruz; que estemos unidos a ti con vuestros mismos clavos, crucificados con vos, de manera que ya no vivamos nunca más para el mundo, sino para vos solamente. ¿Cuándo podremos nosotros decir, como vuestro apóstol: “Yo vivo, mas no vivo yo, sino que Jesucristo vive en mí”; y todavía más: “Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y que se ha entregado por mi”. Y nuevamente: “Yo estoy unido a la cruz con Jesucristo” y además: “La caridad de Jesucristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que si uno murió todos, luego todos son muertos; y murió por todos para los que viven no vivan ya para sí, sino para él, que para ellos murió y resucitó” (II Cor., V, 14-15). Es así que Jesucristo nos atrae. Era necesario, como él mismo lo dijo, que “este grano de trigo fuera sepultado en la tierra para multiplicarse” (Jo., XII, 24). Era necesario que se sacrificara él mismo para hacernos en sí mismo una ofrenda agradable a Dios. El nuevo pueblo de Dios debía nacer de su muerte.

El Salvador había dicho anteriormente: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea exaltado como la serpiente” (Jo., III, 14). Y él había dicho antes: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis quién soy” (Jo., VIII, 28). El conocimiento de la verdad había sido unido a la cruz.

“Yo atraeré a todos a mí”. Consideremos con cuánta dulzura, pero también con que fuerza se realiza esta operación. Él nos atrae, como acabamos de ver, por la manifestación de la verdad. Él nos atrae por el encanto de los placeres celestiales, por estas escondidas dulzuras que nadie sabe, sino los que las han experimentado. Él nos atrae por nuestra propia voluntad, que él empuja suavemente en nosotros mismos, y entonces le seguimos sin casi darnos cuenta de la mano que nos guía, ni de la impresión que ella causa en nosotros. Seguimos y continuamos; pero seguimos hasta la cruz, pues, siendo desde la cruz que él atrae, es hasta allí que es necesario seguir. Es necesario seguirle hasta expirar con él, hasta derramar toda la sangre del alma, toda su vivacidad natural, y descansar solamente en Jesús. Pues esto es descansar en la verdad, en la justicia, en la sabiduría, en la fuente misma del más puro y casto de los amores. ¡Oh Jesús; cuán viles son todas las cosas para el que os posee; para el que es atraído hacia vos, hasta vuestra cruz! ¡Oh Jesús; qué eficacia habéis unido vos a vuestra cruz! Haced que la sienta mi corazón: “Cuando yo sea elevado de la tierra”, habéis dicho vos. Que no quiera yo otra elevación sino ésta: la vuestra; y que ésta sea la mía. Reflexionemos que todo esto fue dicho con ocasión de la entrada de Nuestro Señor Jesucristo y seguramente el mismo día, o el día siguiente, que aconteció. Admiremos, todavía una vez más, como Jesús da a su gran triunfo el carácter de cruz y de muerte.

Los incrédulos cerraron sus ojos a la luz: ellos andan en las tinieblas

¿Por qué, pues, habéis dicho vos: “que es necesario que el Hijo del Hombre sea elevado” de la tierra? Jesús había hablado con tanta frecuencia de esta su exaltación misteriosa y había tan frecuentemente hablado de la cruz y de la necesidad de llevar la cruz para seguirle, que, a la postre, las turbas se habían acostumbrado a oírselo decir. Es por esto que ellos decían: “Nosotros sabemos por la Ley que el Mesías permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que el Hijo del Hombre ha de ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del Hombre?” Y en estas sus palabras había algo de verdad y algo de error. Ellos tenían razón al afirmar que Cristo debía permanecer y reinar eternamente; pero ellos no querían comprender por dónde era necesario pasar antes para llegar a su reino; y pues el Maestro estaba en medió de ellos lo más lógico era consultarle, pues que Dios había afirmado su misión divina con tantos milagros. Es por lo que Jesús les dice: “Por poco tiempo está aún la luz en medio de vosotros” (Jo. XII, 35). Yo me voy; y esta luz no quedará más con vosotros; servíos de ella mientras la tengáis con vosotros. “Caminad, mientras tengáis luz; que no os sorprendan las tinieblas”, y ellas os roeen por todas partes; “pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va”; puede tropezar en todas las piedras; puede caer en todos los abismos; y no solamente no está seguro de apoyar en firme sus pies, sino que puede dar con su cabeza y no se puede defender.

Jesús es la luz, para los que abren los ojos para verla; pero para aquellos que los cierran es una piedra contra la que dan y se dañan. Hace falta haber querido aprender de él el misterio de su flaqueza, que, si no, dan contra él y se estrellan; y quedan sin conocerle; y entonces preguntan: “¿Quién es el Hijo del Hombre que ha de ser crucificado y con ello ha de atraer todas las cosas? ¿Es que sois vos a quien nosotros vemos tan débil? ¿Cómo puede ser que atraigáis a vos todo el mundo, sino, más bien, ser rehusado de todos por causa de vuestra cruz?” Ciegos como son no ven, en manera alguna, en la escena de su majestuosa entrada en Jerusalén que le pertenecía a él únicamente recibir la gloria y que no la deja de percibir por debilidad, sino que se aparta de ella, con gran sabiduría, hasta su último triunfo. Él os haría comprender esta verdad si se lo suplicarais humildemente; pero vosotros dejáis escapar la luz, y por esto mismo el que ha venido para iluminaros va a serviros de escándalo: escándalo para los judíos, como decía San Pablo (Cor., 1, 23), y locura para los gentiles.

Reflexionemos todavía más estas palabras: “Por poco tiempo aún está la luz en medio de vosotros”. Figurémonos un momento en que parece que la luz se aparte del alma, pues que cuando se la desprecia pronto deja de sentirse; nube oscura la impide llegar a nosotros; nuestras pasiones, que nosotros dejamos crecer libremente, llegan a ofuscarnos e impiden que veamos la luz; andamos, pues, mientras nos quede una débil centella, que nos ilumine. ¡Qué horror ser rodeados definitivamente por las tinieblas entre tantos precipicios! Éste es tu estado, oh alma, si tú dejas de aprovechar esta luz débil, que por poco tiempo te queda todavía.

“El que camina en tinieblas no sabe por dónde va” Estado lastimoso el del alma que no aprovecha la luz, pues es necesario andar; nuestra alma no puede permanecer sin movimiento. Se anda, pero no se sabe adónde: se cree andar a la gloria ; se va en seguimiento de los placeres; se quiere disfrutar la vida y la felicidad; pero no obstante se va derechamente a la perdición y a la muerte. No se sabe adónde vamos ni por dónde nos extraviamos. Nos alejamos del camino y no acertamos a encontrar traza alguna, ni vereda alguna por donde podamos nuevamente encontrarlo; cosa tan frecuente en la vida ordinaria de los hombres. Y por desgracia esto es todo cuanto podemos decir de él. Solamente con lágrimas y gemidos, pues son insuficientes las palabras, podemos deplorar este estado del alma.

“No sabe por dónde va”. Ciego, ¿adónde te diriges? ¿Cuál es y adónde va el camino que sigues? Reflexiona y vuelve atrás, mientras todavía distingues el camino. Pues si adelantas vas a encontrarte con un laberinto, en el que serás retenido, entre sus falaces e inevitables desviaciones. En él está tu perdición y entonces ya no tendrás otro remedio ni sabrás adónde dirigirte, ni sabrás dónde te encuentras; no harás sino andar y andar todos los días, como arrastrado, como por una especie de fatalidad desventurada y empujado por las pasiones, que no podrás refrenar. Vuelve atrás, aunque te parezca imposible no sigas andando por este camino, que el abismo te espera a su término, que el precipicio te va a tragar, que vas a ser presa de la oscuridad y entonces, sin socorros, sin guía, piensa lo que te va a suceder.

(Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio , Ed. Iberia, Barcelona, 1955, Volumen I, pp. 52-56)


 

 DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ


CONFERENCIA DE JESÚS CON NICODEMO

 Explicación.

Fácil es darse cuenta del episodio presente si atendemos las circunstancias históricas que le rodean. De Jerusalén se había mandado al Bautista una misión especial para preguntarle si era el Mesías, que debía llegar de un momento a otro:

Juan le señala como ya presente en Israel. No habían transcurrido más que unas semanas, y los peregrinos que de la Galilea habían venido a la ciudad santa con motivo de la Pascua habrían publicado en el mismo centro de la teocracia, y en presencia de todo Israel, el milagro obrado por Jesús en Caná de Galilea. Y mientras corre la fama, el mismo Jesús se presenta como Hijo de Dios en el suceso de la expulsión de los mercaderes, y hace también milagros en la propia ciudad santa (Ioh. 2, 23). Aunque no lo dice el Evangelio, es seguro que Jesús predicaría también aquellos días en el templo. Grande sería la conmoción entre los primates de Israel, quienes, según se desprende de las primeras palabras de Nicodemo a Jesús, se ocuparían de los extraordinarios sucesos de aquellos días. El miedo de los más poderosos y los prejuicios sobre la persona del Mesías retuvieron a quienes, de entre los mismos maestros de Israel, hubiesen querido acercarse a Jesús, como lo hacían muchos del pueblo (Ioh. 2, 23). Sólo Nicodemo, probablemente en connivencia con algún otro, se acerca clandestinamente de noche a Jesús, con el cual tuvo este interesantísimo diálogo, que se distingue por su ingenuidad, claridad y profundidad. Es el primer discurso de Jesús, y en él se da un esbozo de toda la vida espiritual que trajo al mundo.

EL ORDEN DE LA REDENCIÓN (14-17). Jesús descubre a Nicodemo alguna de las celestiales verdades. Es la primera el hecho futuro del sacrificio de la cruz, sobre la que será levantado el Hijo del hombre a la hora de su muerte. Para ello se vale de un tipo ya conocido de Nicodemo: la serpiente de bronce, colgada de un palo, que curaba las mordeduras de las serpientes del desierto a quienes la miraban (Num. 21, 8.9), «signo de salvación», según la Sabiduría (Sap. 16, 5 sigs.): Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así también es necesario que sea elevado el Hijo del hombre.

En segundo lugar, los frutos de la redención por la muerte de Cristo, de valor infinito, no aprovechan a los que no creen en él; en cambio, son vida eterna para los creyentes. Para que todo aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Revela en tercer lugar la causa primera de la redención por Cristo, que es el amor de Dios, tan grande como los frutos de la redención misma: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Cada una de las palabras de este versículo es ponderativa del amor de Dios: es Dios infinito quien ama al hombre miserable; y le ama de tal suerte, que le entrega no un hijo cualquiera, sino al Único, consubstancial con él: todo ello, no sólo para salvar de la muerte espiritual a la humanidad, ya condenada a ella, sino para hacerla partícipe de la misma vida de Dios en el cielo eterno.

Y acaba Jesús de ponderar este amor revelando esta postrera verdad: que el Hijo de Dios ha venido al mundo, no como creían los judíos para juzgar a los idólatras y condenarles y exaltar sólo a los judíos, sino para salvar absolutamente a todo el mundo: Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

EFECTOS DE LA REDENCIÓN, SEGÚN LA FE Y LAS OBRAS (18-21). Con todo, los frutos de la redención no son independientes de la voluntad del hombre, por lo que toca a sí: es preciso creer en el nombre y en la obra de Jesús como condición para lograrlos: Quien cree en él, no es juzgado , porque es librado de la sentencia antigua de condenación, pasando de la muerte a la vida espiritual. Más el que no cree, ya está juzgado , es decir, permanece bajo la sentencia primera, que comprendía a todos los hijos de Adán, y no hay necesidad de que sea de nuevo condenado, porque no cree en el nombre del Unigénito Hijo de Dios.

De esta sentencia son culpables los mismos hombres, porque no han querido recibir la luz del Hijo de Dios, que es la fe; ya sea resistiendo a las iluminaciones interiores, ya a la predicación, prefiriendo permanecer en las tinieblas de la incredulidad: Y éste es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz . La razón de este hecho es la corrupción del corazón, las costumbres pervertidas, que han sido siempre el mayor obstáculo que ha tenido la fe: Porque sus obras eran malas .

Da Jesús una razón psicológica de este hecho: como los que cometen alguna acción indecorosa se esconden de la luz para no ser vistos, así los que son de perversas costumbres huyen la luz de la verdad, porque a su claridad verían su vida deforme y se verían obligados a rectificarla: Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que no sean reprendidas sus obras . En cambio, los que viven según la verdad, amoldando sus obras a los dictados de la misma, no temen ser vistos, antes quieren que se vea la correspondencia entre sus acciones y la regla de la verdad, que procede de Dios: Mas el que hace las obras según la verdad, viene a la luz, a fin de que sean manifestadas sus obras, porque han sido hechas en Dios.

Tal es el famoso discurso de Jesús sobre la vivificación espiritual del hombre, que San Juan nos ha dado seguramente sólo en bosquejo. Como veremos más tarde en la conversación con la Samaritana, como en el magno discurso sobre el pan de la vida en la sinagoga de Cafarnaúm, pronunciado dos años más tarde que éste, el habido con Nicodemo es una verdadera sistematización de la vida espiritual, bajo su aspecto fundamental, que es el renacimiento a la nueva vida. Con la Samaritana, hablará de la teoría de la gracia; y a los cafarnaítas, de la vivificación del alma por la Eucaristía.

Dejaría profunda huella el discurso Jesús en el alma de Nicodemo. Le veremos reaparecer más tarde para defender a Jesús ante los pontífices y fariseos con motivo de los discursos pronunciados por el Señor en Jerusalén durante la fiesta de los Tabernáculos (Ioh. 7, 50 sgs.), y a la hora suprema de la sepultura del Redentor, cuando piadosamente llevará las cien libras de mira y áloes para embalsamar el cuerpo de Jesús (Ioh. 19, 39).

Lecciones morales.

A) v. 14. — Como Moisés elevó la serpiente en el desierto ... -La serpiente levantada por Moisés en el desierto no es más que un débil signo de la salvación que nos ha venido por el sacrificio de la Cruz, en la que fue elevado Jesús, de la que fue el tipo. La vista de aquélla, daba la salud corporal a los que padecían mordeduras de las serpientes; pero la fe en la Cruz de Cristo, que nos hace partícipes de su redención, cura la universal mordedura de la serpiente infernal, que es el pecado. La Cruz es la medicina espiritual, que no sólo cura el mal del pecado, sino que de ella deriva la robustez de la vida divina, porque toda la vida divina le viene al mundo por la muerte de Jesús en la Cruz. Aun bajo el aspecto moral, la Cruz es el báculo de la vida, y la que endulza sus pesares. El cristiano debe estar profundamente enamorado de la Cruz: en ella está toda salvación.

B) v. 18. — El que no cree, ya está juzgado ... — Se ha juzgado él mismo, porque no ha querido pasar de la infidelidad a la gracia, de la muerte a la vida. Queda, pues, sujeto a la vieja maldición que fulminó Dios contra el pecado, no acogiéndose al beneficio de la redención. Cuando venga Jesús a juzgar al mundo, no hará más que refrendar la antigua sentencia. Si creemos, ajustemos nuestras obras a nuestra fe, haciendo que sean obras de luz, porque la fe sin las obras es muerta; y no puede producir en nosotros frutos de vida divina.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 387-396)


 

 R.P. MIGUEL ÁNGEL FUENTES

 
EL QUE SUPO AMAR

Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin (Jn 13,1). Sólo el amor de Jesús (de un modo absolutamente exclusivo) tiene los rasgos que aquí describe San Juan.

1. Fue un amor preveniens , anticipado

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10). “Como hubiera amado a los suyos”, es decir, los amó “desde antes”; ¿desde antes de qué? Amó a los suyos –a nosotros, por tanto– desde antes de crearlos (Sab 11,25: Amas todo cuanto existe y no odiaste nada de cuanto hiciste ); antes de llamarlos (Jer 31,3: Con amor eterno te amé, por eso te atraje con misericordia ); antes de redimirlos (Jn 15,13: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos ).

2. Fue un amor ordenado

Por eso dice que amó “a los suyos”. Hay diversos modos de ser “suyos”, y según esto también hay diversos modos de ser amados por Él.

Algunos son suyos sólo por creación, y a éstos los ama conservándolos en su ser natural. A estos suyos se refiere la amarga expresión del prólogo joánico: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11).

Otros son suyos también por dedicación, es decir, en cuanto le han sido dados por el Padre mediante la fe. Eran tuyos y tú me los diste –dice el mismo Señor en su oración sacerdotal– y guardaron tu palabra (Jn 17,6). A estos los ama conservándolos en el ser de la gracia.

Hay otros que son suyos por una especial devoción. De ellos se puede decir lo que el pueblo dijo a David: Mira, tú eres hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne (1 Cro 11,1). A estos los ama de modo singular consolándolos.

3. Fue un amor necesario

Amó a los suyos “que estaban en el mundo”. Precisamente los amó de modo especial porque estaban en el mundo. Algunos que son suyos estaban ya en la gloria del Padre, como los antiguos patriarcas que esperaban ser librados por sus manos. Estos no necesitaban tanto su dilección como quienes estaban en el mundo. Los que están en el mundo con sus cuerpos, pero no con sus almas, necesitan del amor protector para que el mundo, que los aborrece, no triunfe sobre ellos.

4. Fue un amor perfecto

Los amó “hasta el fin”. ¿Cómo entender esta expresión tan densa?

Podemos entender “fin” como aquello a lo que se ordena nuestra intención. El fin en este sentido es la vida eterna (Rom 6,22: Vuestro fin es la vida eterna ), o bien Cristo mismo (Rom 10,4: El fin de la Ley es Cristo ); o bien ambas cosas, pues la vida eterna es la fruición de la divinidad de Cristo: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17,3). Así entendido San Juan quiere decir: los amó para llevarlos, conducirlos, hacia Sí, hacia la vida eterna.

Pero puede entenderse, también, “fin” como término, como final de una cosa. Así sería el “ápice”, la cima de algo. La frase debería entenderse haciendo referencia a dos cosas. Ante todo, los amó hasta el punto de morir por ellos (Gál 2,20: Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí ). En segundo lugar, los amó en ese momento de un modo intensísimo que lo llevó a darles mayores signos de amor de los que les había demostrado hasta entonces. Es la expresión de los sentimientos internos con los que realiza el lavatorio de los pies de sus discípulos, la revelación de sus misterios más íntimos (Jn 16,5: Esto no os lo dije desde el inicio porque aún estaba con vosotros ), y de la entrega eucarística de su Cuerpo y de su Sangre. Para imprimir, de este modo, en sus corazones su amor y su recuerdo ahora que partía de este mundo

que es de amantes dar retratos

cuando se están despidiendo (Lope de Vega).

(P. Miguel Ángel Fuentes, I.N.R.I. , Ed. Del Verbo Encarnado, San Rafael., 1999, pp. 199-200)


 

 EJEMPLOS PREDICABLES

San Gabriel Perboyre

Lo atrajo la cruz

  El primero de una familia de ocho hermanos, Juan Gabriel nació el día de la Epifanía, 6 de enero de 1802, en la aldea de Puech.  Dos de sus hermanos entraron en la Congregación de la Misión; una hermana fue Hija de la Caridad y otra, religiosa carmelita.  Comienza el Seminario Interno en Montauban en diciembre de 1818. En septiembre de 1826 recibe la ordenación sacerdotal. Inmediatamente es destinado como profesor y moderador al Seminario Mayor de San Floro. Poco más tarde se le encomienda la dirección del Seminario Interno de la congregación en París. Pero él insiste una y otra vez en ser enviado a misiones, tras los pasos de San Francisco Regis Clet.   Por fin, en 1835 es destinado a China continental y el 29 de agosto desembarca en Macao. 

Fue un predicador incansable de la cruz durante su trabajo pastoral en Europa.

Durante cinco años trabaja infatigablemente en la misión de China, en medio de dificultades y persecuciones, hasta que es llevado al martirio el 11 de septiembre de 1840, delatado por uno de sus fieles. Muere en Uchanfú. Se le concedió la gracia de "participar de manera singular en el misterio de la Cruz". Su arresto, su juicio y su condena reproducen la dolorosa pasión de Cristo. Murió en la cruz como El.  Su piedad profunda, alimentada de vida inocente y pendiente, el celo apostólico por la salvación de los hombres y el deseo sincero de asemejarse a Jesucristo le han valido el sobrenombre de “Otro Cristo”.  Decía el santo: “No podemos alcanzar la salvación más que conformándonos a Jesucristo. Cuando hayamos muerto, no se nos preguntará si hemos sido sabios, si hemos desempeñado cargos distinguidos, si hemos producido una buena impresión en el mundo; se nos preguntará si nos preocupamos de comprender a Jesucristo e imitarle”.

Dilatar el imperio de Jesucristo en las almas. El misionero, en virtud de la vocación a que ha sido llamado por Jesucristo, ha de desear ardientemente anunciar el Evangelio en cualquier parte del mundo donde todavía no se ha establecido la iglesia. Este fue el ideal de Juan Gabriel.

“Es menester que nos pongamos totalmente al servicio de Dios y de las gentes...; estar en esta disposición si aún no estamos en ella; estar dispuestos y preparados para ir y para marchar a donde Dios quiera, exponernos voluntariamente en el servicio del prójimo, para dilatar el imperio de Jesucristo en las almas. Yo mismo, aunque soy viejo y de edad no dejo de tener dentro de mí esta disposición, aunque tenga que morir por el camino, Dios pide nuestra buena voluntad, una verdadera disposición para abrazar todas las ocasiones de servirle, aunque sea con peligro de nuestra vida, de tener y avivar en nosotros ese deseo del martirio, que a veces le agrada a Dios lo mismo que si lo hubiéramos sufrido realmente.”

Fue beatificado el 10 de noviembre de 1889 por León XIII y el 2 de junio de 1996 canonizado por Juan Pablo II. Su fiesta litúrgica se celebra el 11 de septiembre.

San Luis María Grignion de Montfort

Vida crucificada

Cuando San Luis María habla de la cruz sabe por experiencia de qué está hablando. En efecto, el notable éxito apostólico que él tiene entre los pobres y entre los cristianos del pueblo no le atrae el favor de los altos ambientes eclesiásticos de su tiempo sino la persecución clara o encubierta.

Y la condición itinerante de su vida no se produce solamente por su dedicación a las misiones populares aquí y allá, sino que también se debe a que se vio expulsado , de un modo o de otro, de varias diócesis. En algunas de ellas, incluso, le fueron retiradas las licencias ministeriales.

Una carta de Montfort a su hermana Sor Catalina, del 15 de agosto de 1713 -tres años antes de morir-, expresa bien el ambiente de contradicción continua que hubo de sufrir dentro de la Iglesia local en que le puso el amor de Dios:

«¡Viva Jesús! ¡Viva su Cruz!

«Si conocieras en detalle mis cruces y humillaciones, dudo que tuvieras tantas ansias de verme. En efecto, no puedo llegar a ninguna parte sin hacer partícipes de mi cruz a mis mejores amigos, frecuentemente a pesar mío y a pesar suyo. Todo el que me defiende o se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello y a veces caer bajo la furia del infierno, a quien combato; del mundo, al que contradigo; de la carne, a la que persigo. Un enjambre de pecadores y pecadoras a quienes ataco no me da tregua ni a mí ni a los míos. Siempre alerta, siempre sobre espinas, siempre sobre guijarros afilados, me encuentro como una pelota en juego: tan pronto la arrojan de un lado, ya la rechazan del otro, golpeándola con violencia. Es el destino de este pobre pecador. Así estoy sin tregua ni descanso desde hace trece años, cuando salí de San Sulpicio.

«No obstante, querida hermana, bendice al Señor por mí. Pues me siento feliz en medio de mis sufrimientos, y no creo que haya nada en el mundo tan dulce para mí como la cruz más amarga, siempre que venga empapada en la sangre de Jesús crucificado y en la leche de su divina Madre. Pero además de este gozo interior hay gran provecho en llevar la cruz. ¡Cuánto quisiera que pudieras ver mis cruces! ¡Nunca he logrado mayor número de conversiones que después de los entredichos más crueles e injustos!».

Tan acostumbrado está Montfort a llevar sobre sí su amada cruz, que en sus escasos tiempos de bonanza se siente extraño y a disgusto. Por ejemplo, cuando en 1708 obtiene un éxito notable en la misión de Vertou, exclama: «Ninguna cruz, ¡qué cruz!».

(San Luis María, Carta a los amigos de la Cruz , Introducción, www.gratisdate.org )

La Cruz y los Misioneros

Santos mártires Renato Goupil (+1642) , Isaac Jogues y Juan de La Lande (+1646)

En la expedición de 1636, llegó a las misiones de Améica del Norte el padre Isaac Jogues, nacido en 1607 en Orleans. Él siempre quiso sufrir por Cristo, y así lo pedía una y otra vez en la oración. Aunque de constitución más bien débil, se ofreció para ir a las misiones. Destinado a las de Nueva Francia, permaneció en ellas once años. Y desde que llegó a Quebec, empleándose en expediciones sumamente peligrosas entre indios hostiles, mostró la valentía que nacía de su amor al Crucificado y a los indios.

Una vez al año acostumbraban los jesuitas enviar desde sus puestos misionales algún misionero a Quebec, donde informaba acerca de la misión y compraba provisiones. En 1642, estando el padre Jogues en una misión pacífica establecida entre hurones, se ofreció para hacer él ese viaje, que en aquel momento era muy peligroso. Partió acompañado del hermano Renato Goupil, en una expedición de veintidós personas. Apresados por los iroqueses, y conducidos durante trece días a sus territorios, sufrieron terribles padecimientos, que él mismo contó después: «Entonces padecí dolores casi insoportables en el cuerpo y al mismo tiempo mortales angustias en el alma. Me arrancaron las uñas con sus agudos dientes y después, a bocados, me destrozaron varios dedos, hasta deshacer el último huesecillo».

Así llegaron a la aldea iroquesa de Ossernenon, donde estuvieron cautivos un año. Un día los iroqueses ordenaron a una algonquina cristiana prisionera que con un cuchillo embotado cortase el pulgar izquierdo del padre Jogues. «Cuando la pobre mujer arrojó mi pulgar sobre el tablado, lo levanté del suelo y te lo ofrecí a ti, Dios mío, y tomé esta tortura como castigo amorosísimo por las faltas de caridad y reverencia cometidas al tratar tu sagrado cuerpo en la Eucaristía».

El hermano donado Renato Goupil, quizá presintiendo su muerte, pidió al padre Jogues hacer sus votos para unirse más a la Compañía de Jesús, y los hizo. Enfermero y cirujano, era muy amigo de los niños, y en aquella aldea iroquesa les enseñaba a hacer la señal de la cruz sobre la frente. Dos indios, recelando del significado de aquel signo, le acecharon un día en las afueras del poblado, donde solía retirarse a orar, y allí lo mataron de un hachazo en la cabeza. Era el 29 de setiembre de 1642.

Bosques majestuosos, nieve, silencio, frío... El padre Jogues, medio desnudo, sólo entre los indios, en aquel invierno interminable, hubo de servirles como esclavo, acompañándoles en sus cacerías. Finalmente, en agosto de 1643 pudo escapar, con ocasión de una expedición de holandeses que pasó donde él estaba y puso en fuga a los indios.

Volvió a Francia el padre Jogues, y allí con sus narraciones encendió en muchos el espíritu misionero. El papa Urbano VIII le concedió licencia especial para que pudiera seguir celebrando la misa, a pesar de las terribles mutilaciones de sus manos. No quedó el ánimo del misionero traumatizado con las pasadas pruebas, y a los tres meses, a petición propia , regresó a las misiones. Dos años estuvo en Montreal, y en 1646, a sus 39 años, el superior le encargó nada menos que ir como legado de paz a los iroqueses, ya que conocía bien su lengua. Él aceptó sin dudar la misión, y la desempeñó con éxito.

A su regreso, el superior -que, al parecer, también tenía una idea bastante clara acerca del significado de la cruz de Cristo en la tarea misionera-, le mandó pasar el invierno con los iroqueses, a ver si se podía iniciar alguna evangelización entre ellos... Después de los horrores sufridos, una misión así, en los mismos lugares de su pasión anterior, sólo podía ser aceptada con el valor de un amor sobrehumano, es decir, con el amor del Corazón de Cristo.

El padre Jogues, antes de partir, afirmó: «Me tendría por feliz si el Señor quisiera completar mi sacrificio en el mismo sitio en que lo comenzó». Esta vez le acompañaba otro hermano donado, Juan de La Lande. Llegaron entre los iroqueses justamente cuando éstos se habían alzado contra los franceses y hostilizaban el fuerte Richelieu. Una mala cosecha y una epidemia les fueron atribuídos como efectos de sus maleficios. Apresados, fueron conducidos a la aldea iroquesa de Andagoron. Las torturas fueron horribles: les cortaron carne de hombros y brazos, y la comieron ante ellos, les quemaron los pies... El 18 de octubre de 1646, a golpes de hacha, mataron a San Isaac Jogues, y al día siguiente, del mismo modo, a San Juan de La Lande.

Santo mártir Juan de Brébeuf

Nacido en 1593 de familia noble normanda, Juan de Brébeuf ingresó a los veinte años en el noviciado jesuita de Rouen, donde se distinguió por su vida orante, penitente y humilde. Quiso ser Hermano coadjutor, y sólo por obediencia aceptó la ordenación sacerdotal. Ya ordenado, procuraba siempre emplearse en ayudar a los otros en sus trabajos, o en barrer, traer leña, y hacer de criado de todos. Acentuó su consagración religiosa con varios votos privados, como el de evitar toda falta venial, cualquier infracción de las reglas, y sobre todo el de no rehuir el martirio por amor a Cristo, si se daba la ocasión.

Muchas veces solicitó a su superiores ir a las misiones, y concretamente a Nueva Francia, recuperada por los franceses recientemente. Por fin fue incluido en la primera expedición jesuita al Canadá, en 1625. A los 32 años de edad, cambiaba su vida de profesor por la de misionero. Se adaptó inmediatamente a su nueva dedicación, entregándose a ella en cuerpo y alma.

Después de algún tiempo de misión entre los algonquinos, fue destinado a Toanché, aldea de los hurones, pudo experimentar, como San Pablo, que en la extrema debilidad del hombre halla ocasión de expresarse la plenitud del poder de Cristo (2Cor 12,9). Y así escribió: «¡Qué avenidas de consolación endulzan el alma cuando uno se ve abandonado de los salvajes, consumido por la calentura o a punto de morirse de hambre entre las selvas, y allí puede exclamar: Dios mío, por puro amor tuyo, por cumplir tu santa voluntad, me veo en esta situación!».

Expulsado por los ingleses en 1628, con todos los franceses, pidió volver tras la paz de Saint-Germain. Su regreso entre los hurones, cuya lengua había aprendido perfectamente, es descrito por él mismo: «Cuando me rodearon con tumultuosa alegría para darme la bienvenida, todos me saludaban por mi nombre, y uno me decía: ¿Es posible, sobrino mío, hermano mío, primo mío, que otra vez estés con nosotros?»...

Esta segunda misión fue más dura que la primera. La peste asolaba los poblados hurones, y el padre Brébeuf atiende especialmente a las aldeas más afectadas, Ihonatiria, Ossassane y Onerio. Los indios, atemorizados, piden al misionero que su Dios les salve. Él les explica qué han de hacer: «Primero, no debéis creer más en supersticiones; segundo, sólo podéis contraer matrimonio con una esposa; tercero, desterrad de los banquetes borracheras y desenfrenos; cuarto, deberéis dejar de comer carne humana; quinto, dejaréis de acudir a las fiestas que preparan los hechiceros convocando a los espíritus.

Los indios estimaron que las condiciones eran muy duras, y los hechiceros echaron la culpa de todas las calamidades a los misioneros. Algunos hurones, sin embargo, comenzaron a ver en aquellos hombres abnegados y valientes la imagen de Cristo. La misión de Ossossane, especialmente, llamada luego de la Inmaculada Concepción, floreció en el Evangelio. En 1641 unos 60 indios fueron bautizados, y siete años más tarde eran todos cristianos. Un misionero lloraba de alegría, años más tarde, cuando veía a los indios ir de madrugada a comulgar.

De todos modos, la situación de los misioneros, en general, era sumamente precaria en aquellas regiones, como puede apreciarse en las cartas del padre Brébeuf:

En una de 1636 dice: «¿Sería posible que pusiéramos nuestra confianza fuera de Dios en una región en la que, de parte de los hombres, nos falta todo? ¿Podríamos desear mejor ocasión de practicar la caridad que la que tenemos en las asperezas y dificultades de un mundo nuevo, al que ningún arte ni industria humana ha proporcionado comodidad alguna? ¿Y vivir aquí para llevar hacia Dios a hombres tan poco hombres que diariamente esperamos morir a manos de ellos, si se les ocurre, si les da un arrebato, si no los detenemos y no les abrimos el cielo a discreción, dándoles la lluvia y el buen tiempo según lo demanden?...

«Ciertamente, si el que es la Verdad misma no nos hubiera dicho de antemano que no hay amor mayor que morir una vez por los amigos, yo pensaría como igual, o más generoso, lo que decía el apóstol a los corintios: " Diariamente muero por vosotros, hermanos" [+1Cor 15, 31], llevando una vida tan penosa, en peligros tan frecuentes y ordinarios de morir inesperadamente; peligros que os proporcionan los mismos a los que queréis salvar...

«Termino este escrito diciendo lo siguiente: si en esta vida de sufrimientos y cruces que nos están preparadas, alguno se siente con tanta fuerza de lo alto que puede decir que esto es demasiado poco, o pido como san Francisco Javier: "Más, Señor, más", espero que el Señor le hará decir también, en medio de las consolaciones que le dará, esta otra confesión, que será tanto para él que ya no podrá soportar más alegría: "Basta, Señor, basta"».

Y en 1637 escribe: «Estamos, quizá, ya a punto de derramar nuestra sangre e inmolar nuestra vida en servicio de nuestro buen Maestro Jesucristo... Suceda lo que suceda, le diré que todos los Padres esperan el resultado con gran tranquilidad y alegría de espíritu. En cuento a mí, puedo decir que nunca he tenido el menor miedo a morir por tal motivo. Pero todos sentimos tristeza al ver que estos pobres bárbaros cierran, por su malicia, la puerta al evangelio y a la gracia.

«Sea [el Señor] por siempre bendito por habernos destinado a esta tierra, entre otros mucho mejores que nosotros, para ayudarle a llevar su cruz. Hágase en todo su santa voluntad. Si quiere que muramos ahora, ¡enhorabuena para nosotros! Si quiere reservarnos para otros trabajos, bendito sea.

«Si le llega noticia de que Dios ha querido coronar nuestros pobres trabajos, o más bien nuestros deseos, bendiga al Señor; porque solamente por Él es por quien deseamos vivir y morir, y es Él quien nos da la gracia para ello». Otros padres firmaron con él este testamento espiritual.

(Iraburu, Hechos de los Apóstoles de América , www.gratisdate.org )