39 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
1-10

1. 

-Situación.

-El evangelio de hoy es el segundo de los "bautismales", con los que Juan presenta simbólicamente a Cristo, esta vez en clave de "luz".

La curación de la vista corporal le sirve para construir toda una catequesis de la luz espiritual, con la que Cristo nos ilumina a nosotros y nosotros le reconocemos a Él como el Enviado. Esta clave es la central de la Palabra de hoy, y convendrá ponerla en relación con la Pascua que preparamos (también la celebraremos con el simbolismo de la Luz), con el Bautismo que recordamos y renovamos (el simbolismo del Cirio y los cirios también es propio de este sacramento), con la vida pascual que queremos vivir...

Convendrá leer íntegro el evangelio, aunque sea largo. Vale la pena. Es una catequesis dramática, progresiva, de la persona de Cristo como Luz (el domingo pasado, como Agua verdadera, y el próximo como la Resurrección y la Vida).

A la hora de la homilía convendrá que renunciemos a tantos matices y comentarios que se nos ocurren, al leer el evangelio (la vivacidad del relato, las diversas reacciones de las personas, la pedagogía progresiva que conduce al ciego a la fe, el contraste con la ceguera también creciente de los fariseos...) y nos centremos en el tema principal: Cristo como Luz y el programa de Luz bautismal y pascual que se nos ofrece a nosotros.

-Los caminos de Dios, distintos.

-La primera lectura no sigue la temática de los evangelios, sino, como ya indicamos al principio de la Cuaresma, la dinámica de la Historia de la Salvación. Hoy leemos un gran regalo de Dios a su pueblo: un rey según su corazón, David, que dio a Israel su unidad política y su prestigio, además de su fervor religioso. No es cuestión que a toda costa relacionemos este pasaje con el evangelio. Pero sí con la Pascua que preparamos. Es una lección de Dios a su pueblo: además de tomar Él la iniciativa, sorprende a todos, no eligiendo al hijo mayor, al más alto y fuerte, sino a un muchacho débil, en quien nadie había pensado. Los instrumentos más débiles son los que parece elegir Dios a lo largo de la historia. Es un modo desconcertante de actuar. También ahora, cara a la Pascua, vemos a un hombre de pueblo, hijo de un obrero, pobre, que no pertenece a la nobleza ni a las clases sacerdotales: pero Él es el Enviado de Dios, y el que con su muerte (aparentemente un fracaso trágico) salva a la humanidad. Los planes de Dios son distintos de los nuestros, ciertamente. El Salmo nos invita a cantar a Dios como nuestro Pastor y mostrar nuestra confianza en Él.

J/LUZ-MUNDO.-Cristo, Luz para nuestro mundo.

-Juan nos retrata hoy a Jesús como Luz verdadera, en una revelación progresiva, muy típica de este evangelio, que culmina en el "yo soy" en boca de Cristo (cap. 9, "yo soy la Luz"; cap. 10, "yo-soy el Pastor... la Puerta"; cap. 11, "yo soy la Vida"...). El hombre de hoy está falto de luz. Quién más quién menos, todos estamos en una situación de penumbra o de tiniebla: dudas, soledad, desorientación, búsqueda, confusión de ideas. La respuesta de Dios es su Hijo, Jesús, la Luz que disipa toda tiniebla, vence a la muerte, orienta y dirige, comunica la verdad, conduce a la salvación y la alegría. Esto es lo que celebramos en Pascua. La verdadera Luz está en Dios mismo, "luz sobre toda luz", como decimos en la Plegaria IV. Pero Cristo es el reflejo de esa Luz inaccesible: "oh Luz gozosa de la santa gloria del Padre...". Él es "el Sol que nace de lo alto". Pero en el evangelio vemos que no sólo es Luz, sino también "juicio", o signo de contradicción. El ciego, que es tenido por pecador, llega gradualmente a la luz y cree en Cristo. Los fariseos, los que eran tenidos por "los justos", se van encerrando en sí mismos y en su oscuridad, en su pecado, y no aceptan a Cristo. Ahí está el "juicio" y la división: los que no ven, llegan a ver; los que creen ver, se quedan ciegos. La Pascua próxima nos pondrá también a nosotros en la encrucijada de una opción: luz o tiniebla.

CR/LUZ.-Nosotros, hijos de la luz.-

Pablo, en la segunda lectura, nos ayuda a aplicar a nuestra existencia el simbolismo de la luz. Lo del ciego que recobra la vista y camina en la luz, es una pauta para entender que nosotros -todos un poco ciegos- vamos a ser iluminados por Cristo en esta Pascua. Y eso nos compromete a vivir como "hijos de la luz", a dejar la tiniebla y dejarnos llevar por la Luz.

BAU/ILUMINACION: Y el Bautismo fue nuestra primera "iluminación" ("iluminados" fue durante siglos sinónimo de "bautizados"). Cada Pascua, recordándonos el Bautismo y haciéndonos sintonizar con la nueva Vida en Cristo, nos invita y urge a que en nuestra vida se noten los "frutos de la luz" (Pablo enumera la bondad, la justicia, la verdad), abandonando las "obras de las tinieblas".

También nosotros, los cristianos, tenemos el peligro de rechazar en la práctica la Luz de Cristo. Todo el evangelio de Juan está como impregnado de aquella afirmación primera: "los suyos no le recibieron" (1. 14), a pesar de que el Enviado era la Luz que ilumina a todos. Seguramente no le rechazaremos en teoría, pero sí en la práctica, no obrando como "hijos de la luz". Vida Pascual es sinónimo de vida en la Luz. Y esa es la meta de toda la Cuaresma.

Todavía hay otros aspectos: los que somos "iluminados" por la Luz de Cristo (en el Bautismo, en esta Pascua), debemos ser por nuestra parte "iluminadores" de los demás. Como el ciego, que dio testimonio de su fe en Cristo, a pesar de que le costó la expulsión de la sinagoga.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1987/07


2. SIGNO/MILAGRO  LUZ/TINIEBLAS.

En el evangelio de Juan los milagros son siempre hechos luminosos que tienen un significado, los milagros de Jesús son como palabras visibles. Así, por ejemplo, la multiplicación de los panes en el desierto nos habla de otro pan que se da y se multiplica para todos los creyentes: la vida abundante que Jesús vino a traer al mundo. Jesús mismo es el pan y la vida, el que coma de ese pan no morirá para siempre. También el milagro de la curación del ciego de nacimiento tiene su otra dimensión y no es un hecho desnudo o simple beneficio que Jesús hace a un pobre hombre; es un hecho revelador de la verdad de Jesús y tiene su mensaje propio que debemos escuchar. En este caso, Juan desarrolla dramáticamente, a lo largo de todo el capítulo noveno de su evangelio, lo que ya ha proclamado en su prólogo con precisión: que la luz vino al mundo y las tinieblas no la recibieron. Jesús aparece aquí como luz del mundo, todos los que no quieren ver la luz del mundo son tinieblas. Entre la luz y las tinieblas no hay reconciliación posible.

Todos los hombres somos ciegos de nacimiento y necesitamos ver, todos somos mendigos de la luz. Pero esto, más que un pecado, es una situación y una carencia. Pecado es la mentira, la mala fe, la obcecación, la incredulidad..., y no la simple ceguera. El que comete pecado, el que resiste a la luz, es ciego por voluntad y castigo, su ceguera ya no es simple situación sino actitud premeditada y consciente contra la luz. Para Juan, el único pecado es la incredulidad entendida como una contra-fe. Este es el pecado del mundo: que las tinieblas no reciben la luz.

Todos los hombres somos ciegos de nacimiento, pero no todos somos tinieblas. Los hombres que quieren ver y reconocen su ceguera ya comienzan a ver algo, al menos lo suficiente para que la luz visite sus ojos y los vaya conduciendo poco a poco a su divina presencia. Juan describe magistralmente este proceso en el milagro de hoy. Un día pasa Jesús junto a un ciego de nacimiento y se detiene ante él, lleva en sus manos un poco de barro y una promesa en sus labios: "Anda -le dice-, lávate en la piscina de Siloé". Y el ciego fue, se lavó y comenzó a ver. Pero lo que sabe el ciego de Jesús, lo que sabe de la "luz", es todavía muy poco. Cuando le pregunten los vecinos cómo es que ahora ve, responderá: "Ese hombre que se llama Jesús...", y no sabrá dar razón de quién le ha curado: "No sé dónde está". Después llevarán al hombre que ha comenzado a ver ante los fariseos para que lo interroguen, y entonces dirá que Jesús es un "profeta". Su vista se va clarificando en la lucha. Y ahora un paso definitivo al comparecer de nuevo ante el tribunal de los judíos: el testigo privilegiado de los hechos se convierte en confesor de la verdad, en testigo de la "luz" que lucha contra las tinieblas.

Por eso contestará y replicará: "Jamás se ha oído decir que un hombre haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada". En consecuencia, lo arrojan de la sinagoga y lo maltratan; es la suerte de los testigos de Jesús. Todo el proceso de iluminación del ciego culmina en el encuentro cara a cara con Jesús: "Creo, Señor".

Los que no quieren ver también progresan en su ceguera, poco a poco llegan a la obcecación. El punto de partida es el mismo: un ciego ha sido curado... en día de sábado. Pero mientras el ciego vuelve una y otra vez a la experiencia de su curación y se va aclarando en la lucha a partir de la experiencia, los que no quieren ver se fijan ya desde el principio en las circunstancias del hecho y acusan a Jesús de transgredir el descanso sabático. Evidentemente, les interesa más el sábado que el hombre, el orden -su orden- que el bien. Desde sus prejuicios juzgan, amedrentan al pueblo, condenan, desfiguran los hechos... Porque no es posible el bien fuera del orden. Y ellos se consideran los defensores del orden.

¡Qué difícil es que vean los que no quieren ver, los que presumen de ver, los que están interesados en que no haya más luz que la de sus ojos, los que no saben dudar ni preguntar...! Sobre todo es difícil que vean los que aman mucho más su prestigio que la verdad, los que están poseídos de su autoridad y pretenden no equivocarse nunca hasta el extremo de exigir obediencia ciega, los ciegos que se constituyen a sí mismos en guías de ciegos... Esos tales sacralizan su causa y llegan a perseguir en nombre de Dios a los hijos de la luz. ¡Qué manera ésta de usar en vano el nombre de Dios, esta manera de usarlo perversamente en provecho propio! Todos los que se empeñan en juzgar el bien desde su legalidad y no cuestionan nunca su legalidad desde el bien, son tinieblas: No ven, no quieren ver, no dejan ver.

Decir que la autoridad no se equivoca nunca es admitir que el que manda no puede nunca corregir su visión, que no puede arrepentirse de sus decisiones. Y esto es decir demasiado. Y si esto lo afirma precisamente el que tiene autoridad, entonces él mismo se condena al declararse por principio impenitente.

En todos nosotros hay zonas oscuras que se ocultan, muchas veces por miedo, a la luz de Cristo. La luz y las tinieblas no dividen a los hombres en buenos y malos. ¡Ay de aquél que se considere ser únicamente luz y sólo luz! ¿Cómo podrá ser iluminado por la luz del mundo? Recordemos lo que dice Jesús a los fariseos: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: 'Vemos`, vuestro pecado permanece". Reconozcamos nuestra ceguera y Cristo nos iluminará, poco a poco hasta llegar al pleno día de su divina presencia.

EUCARISTÍA 1975/18


3. CEGUERA/VISION 

De ciego a ciego, poca diferencia exterior aparece. La misma pobreza Pero en su mundo interior puede haber diferencias abismales. No es lo mismo el ciego que busca ver, que el ciego instalado en su ceguera. Un ciego que perdió la vista de adulto, ha de añorar lógicamente la visión como no puede hacerlo el de nacimiento.

Aparecen ciegos en el Evangelio, que suplicaban a Jesús con auténtico agobio: "Jesús, Hijo de David ten compasión de mí". El ciego de nacimiento entra en el relato de hoy impertérrito. No suplica. Sólo oye cómo los teóricos discuten su caso: ¿Quién pecó: éste o sus padres?, preguntan los discípulos Y Jesús responde con una tercera vía: "Este está ciego para que sobre su ceguera aparezca la obra de Dios". Y de pronto un gesto insólito, algo extravagante: Jesús hace barro con tierra y saliva y se lo pone en los ojos: "Vete a lavarte a la piscina del Enviado". ¿Qué iba a hacer el pobre y desconcertado ciego sino lavar aquel maldito barro de su cara? Fue, se lavó y vio. Sensacional catequesis bautismal que nos legó para Cuaresma la Iglesia primitiva. Ningún catequista o pedagogo moderno la igualará. Plenamente actual. Un tesoro en manos de la Iglesia de hoy, para llamar a los hombres de hoy a la vida, a la esperanza, a la conversión.

Vamos a dejar por hoy el caso de los hombres conscientes de su ceguera, de su sufrimiento, de su sinsentido. A los que buscan afanosamente salida, encuentren o no encuentren, en la religión, en la filosofía, en la psicología o en la política. El Señor tiene con ellos otra pedagogía. El Evangelio de hoy parece retratar al hombre sin esperanzas, postrado en el fatalismo, que se conforma con pequeñas limosnas de afecto, dinero, droga o sexo: ¿Qué más vas a esperar de la vida? Ir tirando.. "No te empeñes en buscar soluciones al hombre; no las tiene; está condenado a vivir entre la angustia y el absurdo", me decía días pasados un viejo amigo de otros tiempos. La Iglesia de hoy anda sobrada de análisis sociológicos y escasa de análisis bíblicos. ¿Por qué la droga? ¡Culpa de la juventud!, dicen unos: no quieren sufrir, no quieren responsabilidades... ¡Culpa de los adultos!, replican otros: la sociedad capitalista los ha preparado en exclusiva para el consumo. ¿Quién pecó...? Dichoso el profeta que, atento a la Escritura, sepa iluminar con el eco de la Palabra de Jesús la vida del hombre de hoy, instalada en la falta de esperanza, pero molesto al tiempo por la lista de males que se multiplican en la sociedad posmoderna:

-Ni éste pecó ni pecaron los otros. No pienses en castigos divinos. No pienses en culpabilidades. Piensa más atinadamente que Dios pone en los ojos de la humanidad un barro que le desinstale, que le obligue a moverse, a salir de su postración y buscar las aguas del Enviado: el Bautismo de JC, donde los hombres se curan, se salvan y resucitan. No es un planteamiento muy intelectual que digamos. Pero me parece vital y certero, porque nos mete en la verdad de un Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva; de un Dios-Amor que está empeñado en hacer una historia de salvación con el hombre, y que sabe de la cruz -del sufrimiento- como piedra angular de la realización del hombre. Si la cruz oscurecida puede aplastarlo, la cruz iluminada puede devolverle la vida.

Se buscan hoy demasiado los testigos de propias virtudes que den la talla. Pero pienso que lo que el mundo necesita son testigos del poder salvador de Dios que lo proclamen desde su experiencia: "Estaba ciego, me lavé y veo". Y que mientras los teóricos discuten mil teologías, el creyente proclame donde se precise:

-"Me echaron barro en los ojos, fui a la Iglesia me lavé en el Bautismo y veo". Y si los teóricos arrecian la polémica, responda él con simplicidad: "Yo sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo".

Dichosos los ciegos a quienes Dios, en su historia, marcó con la cruz: de ellos es el Reino de los Cielos y ¡ay de los hombres que se creen expertos en visión! porque se quedarán ciegos.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989 .Pág 67


4. 

¿El relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro es un par de versículos de los 41 del relato. Narra despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. (...) El ciego sale de la noche: "¡Creo en ti Señor!". Los judíos se sumergen en la noche: "Ese Jesús es un pecador".

¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que "saben", y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Juan escribe aquí su página más viva, salpicada de preguntas y sobresaltos: ¿Quién es ése? ¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? ¿Quién es? Y tú, ¿qué dices de él? ¡Ese hombre no viene de Dios! Pero, ¿cómo puede hacer signos semejantes? ¿Eres tú discípulo de ese hombre? ¡Desde el nacimiento eres pecador! Ellos dicen "nosotros sabemos", y se ciegan a sí mismos. Él responde: "Yo no sé nada", y ve surgir poco a poco la luz; dice: "el hombre"; luego: "viene de Dios"; y finalmente: "¡Señor!". Puede leerse una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús.

Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: "La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz" (Jn 1. 5). Ante el ciego que lo "ve" y los fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: "Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos".

¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; "intentamos" ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y luego para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: "Jesús, dame ojos para verte".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 202


5. CRISTIANO.LUZ.

"En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor", nos decía san Pablo en la segunda lectura. Acercarnos a Jesús, creer en él, nos hace revivir la experiencia de iluminación del ciego de nacimiento del evangelio, nos conduce de las tinieblas a la luz.

-Nuestra ceguera Debemos empezar reconociendo nuestra ceguera. Las deformaciones de nuestro modo de ver las cosas, la superficialidad y la mezquindad de nuestra visión. A menudo, en nuestras relaciones con la gente nos formamos una IMAGEN FALSEADA, SUPERFICIAL, UTILITARIA DE LOS DEMÁS. Y esta deformación nos lleva a ser injustos, duros, cerrados, a juzgar por las apariencias, a renunciar a llegar al fondo de la otra persona. Y cuando miramos el mundo, la sociedad, tampoco somos objetivos. Resbalamos por encima de los problemas y creemos que hemos ido hasta el fondo. Confundimos NUESTRO PUNTO DE VISTA con la VERDAD. Nuestros intereses, nuestro mundo no nos deja ver el Mundo. Y, si lo preferís, también nuestra visión de nosotros mismos y de Dios resulta al fin y al cabo una imagen deformada.

Tendemos a ver, como Samuel, SOLO LA APARIENCIA Y LA ESTATURA. Y juzgamos por lo que vemos. Dios nos recuerda que SU MIRADA ES DISTINTA de la nuestra, porque Él llega al fondo, porque Él ve el corazón. A menudo somos ciegos y, lo que es peor, ciegos satisfechos o resignados a nuestra ceguera. Ciegos que nos dejamos guiar por otros ciegos confundiendo de este modo un engaño, compartido por muchos, con la verdad. Por ello, el PRIMER PASO que debemos dar es reconocer que no vemos lo suficiente, que no vemos bien, que necesitamos que ALGUIEN NOS AYUDE A VER CLARO. Hacerlo sería ya un gran paso. Jesús nos lanza hoy su afirmación capital: YO SOY LA LUZ. La luz que viene a iluminar nuestras tinieblas. Debemos abrirnos a su luz. Si lo hacemos así, poco a poco, adquiriremos una nueva visión de las cosas, una mirada más profunda, más real, más clara, más parecida a la de Dios. SI LO HACEMOS ASÍ: NOSOTROS QUE NO VEMOS, EMPEZAREMOS A VER. Pero si cerramos los ojos, SI NO DEJAMOS QUE SU LUZ NOS PENETRE, si preferimos seguir aferrados a nuestro mundo de figuras fantasmales y deformadas, tomándolas por la auténtica realidad, seguiremos ciegos. ES LA POSICIÓN DE LOS FARISEOS: "Como decís que véis, vuestro pecado persiste". Es el juicio paradójico que introduce en el mundo el estallido de luz y de verdad de Jesús: los ciegos ven y los que ven quedan ciegos.

Aceptar la luz de Jesús es EMPEZAR UN CAMINO Y UN ESTILO DE VIDA NUEVOS. "Caminad como hijos de la luz", nos decía san Pablo. Y él mismo nos aclaraba lo que esto significa: vivir y luchar por la BONDAD, por la JUSTICIA, por la VERDAD, que son los frutos de la luz. Vivir en nuestras vidas todos estos valores nuevos que nuestros ojos alcanzan y sacarnos de encima las obras estériles de las tinieblas. Esa es la tarea de CONVERSIÓN, de RENOVACIÓN que estamos llamados a emprender.

Al propio tiempo, si de verdad nos dejamos iluminar por la luz de Jesús, si caminamos en la luz, SEREMOS LUZ. Esta es nuestra grandeza y nuestra responsabilidad. Estamos llamados -siguiendo el ejemplo de Jesús- a reflejar en el mundo su luz. "Vosotros sois la luz del mundo". Lancémonos de verdad a ser TESTIGOS DE LA LUZ frente a toda la oscuridad que hay en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Y hagámoslo SIN MIEDO. La luz pone en EVIDENCIA A LAS TINIEBLAS. Y las tinieblas SE REBELAN CONTRA LA LUZ. En la medida en que vivamos de la luz veremos que se nos cierran muchas puertas, que somos expulsados de muchas sinagogas. Pero ese fue el camino que el ciego del evangelio siguió. Un camino difícil y a veces duro de seguir, pero, al fin y al cabo, FUE TAMBIÉN EL CAMINO DE JESÚS, el único camino en el que le podemos encontrar si lo buscamos de corazón.

...........

Renovemos en esta eucaristía el compromiso de nuestro bautismo cuando el cirio encendido simbolizaba la luz de Jesús que ha de iluminar nuestros ojos y nuestra vida. Preparémonos, de este modo, para la celebración de la noche de Pascua cuando la luz de Jesús surgirá de nuevo para deshacer y vencer toda tiniebla. Caminemos en nuestra vida de cada día como hijos de la luz.

ELISEO BORDONAU
MISA DOMINICAL 1975/05


6.

De nuevo Juan va a traernos un personaje-simbólico para ayudarnos a afianzar nuestra fe: el mendigo ciego que es curado por Jesús. El cuarto Evangelio se plantea en este episodio fundamentalmente estas dos cuestiones: ¿qué le ocurre al que llega a creer en Jesús?, ¿qué te espera, creyente, si de veras la fe germina en tu vida? Y lo primero y fundamental es que te encuentras con Jesús y éste transforma tu vida. Con El pasas de la ceguera a la luz, de la muerte a la vida. Del ir mendigando por el mundo a poder vivir autónomamente, por ti mismo. Ya no necesitas báculos. Se terminaron los lazarillos. Te mueves a la luz del día y en tu camino no vas solo: lo haces con el Señor.

Para Juan el creyente recién convertido, como el antiguo ciego, "está en la luz", sólo que la palabra luz hay que escribirla con mayúscula, porque Cristo Jesús es la Luz destinada a "iluminar a todo hombre que viene a este mundo".

Aunque se la pueda rechazar: "Este es el juicio que se da en este mundo: que los hombres amaron más las tinieblas que la Luz". El segundo efecto es que pasa a ser un elegido, un "testigo de la Luz". Una persona de una especie rara y singular en nuestro planeta, integrante de esa Comunidad de salvados que es la Iglesia. Formas parte de un Pueblo Nuevo, de una ciudad puesta sobre una montaña; como un anuncio luminoso que no puede dejar de ser visto y leído por cualquiera que no marche de aturdido por la vida.

En consecuencia, la existencia diaria del creyente es una primera evangelización. Una cuestión abierta a todos los que le rodean. Pablo VI lo describió muy bien en la "Encíclica sobre la Evangelización de los Pueblos".

FE/REACCIONES.Y así ocurre a nuestro ciego. Su nueva visión, su nuevo vivir libre, cuestiona a todos. Les lleva a diferentes posturas ante él. -"Es el mismo. No es él, pero se le parece". Es la primera reacción, la de quienes te conocen y comentan descomprometidamente lo extraño de ciertas acciones u omisiones que vives, precisamente por ser cristiano. "Hay de todo en la vida. Hemos visto a uno que cree de veras en Jesús, y aunque es igual a todos, a ratos, ¡es tan diferente!". Y es cierto. El creyente es un vidente: ve las cosas en su verdad.

No se deja engañar por las apariencias o por palabras justificativas. Como el ciego ya vidente, sabe quién es y reconoce a los demás: "El respondía: Yo soy". Ante los descomprometidos dirá, vivirá su verdad, pero sólo cosechará comentarios. Los coleccionistas de novedades necesitan siempre de nuevas noticias en las que ahogar la anterior, si quieren estar a la última.

Hay otro tipo de reacciones ante la vida del creyente, observa Juan. Está personificada por los padres del ciego. Han sentido la vida nueva de su hijo y participan de su alegría. Pero, pobres hombres como son, se sienten incapaces de entrar en el riesgo que entrañaría el declararse por Jesús. No quieren creer, no pueden hacerlo por las consecuencias de excomunión de la Sinagoga que entraña. Es mejor quedarnos adonde estamos aunque la fe prometa nuevas zonas de vida y de alegría. Más vale ir trampeando en el día a día, por mediocre que sea, que entrar en la aventura en la que no sabemos adónde iremos a parar.

Escribo esto desde un recuerdo doloroso. Hace poco desertaban de una Comunidad naciente de buscadores de la fe, algunos jóvenes valiosos y lúcidos que dijeron con toda nobleza: no queremos complicarnos la vida: cumpliremos mejor con lo que manda la Iglesia -misa dominical, algunas limosnas...-, ¿a qué buscar más? Para este tipo de gentes la fe se presenta como un riesgo, una amenaza. No quieren merecer la soledad del excomulgado por la sociedad, aunque esto suponga el encuentro inigualable con Cristo. Como los padres del exciego, se excusarán: "Edad tiene; preguntádselo a él".

El Evangelio nos presenta un tercer tipo de reacciones. La de los hombres de la Religión, los piadosas fariseos. Son aquéllos que ante la vida del creyente tienen ya unos parámetros y cánones que les permiten juzgar de la calidad de la fe. Están las normas, las leyes, los sábados.. "No puede venir de Dios el que así se comporta, dirán cuando vean cosas que les extrañan. Como pueden ser radicalismo que no entienden en materias de pobreza o de compromiso liberador que lleva a asumir riesgos y críticas. Tal vez tampoco pueden comprender que la conversión genera un cambio de valores que no se hace sino muy lentamente. No se puede, de la noche a la mañana, decir adiós a puntos de vista o modos de vivir que hemos profesado durante años. Agustín de Hipona reconocía antes de morir que todavía no había integrado muchos aspectos del Evangelio.

Quisiera terminar destacando la parte final de este Evangelio. Jesús ha seguido vivamente el dramático conflicto del joven curado. Y se le aproxima y se le da a conocer. El Evangelio no habla desde la psicología y por eso el acto de fe omite las expresiones de gozo y las lágrimas de reconocimiento que debieron brotar de esos ojos nuevos. El acto de fe pone de manifiesto la conexión de la nueva fuente con su manantial original. ¡Cristo debió llorar de alegría!

FEDERICO Mª SANFELIU
DABAR 1990/20


7. J/MIRADA.

"Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento" (Jn 9, 1). Admiremos una vez más esta capacidad que tiene Jesús de vernos pasar. En el relato de San Juan se advierte hasta qué punto la escena se ha grabado profundamente en el espíritu de los apóstoles y ha renovado su manera de observar a los otros y de observarse a sí mismos. Y más especialmente su observación del pecado y de los pecadores.

Según las concepciones de la época, una enfermedad o un mal crónico sólo podían ser resultado directo del pecado. No sólo del pecado de los orígenes sino también del pecado personal. "Rabbí ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?" (Jn 9, 2). La mirada que los contemporáneos de Cristo dirigen a las personas es una mirada que juzga. ¿Es diferente la mirada que nosotros dirigimos a nuestros contemporáneos? En el momento mismo en que negamos el pecado. (¿Acaso, según el pensamiento moderno, no nos encierra en un universo mórbido y destructivo? ¿La libertad a la que el hombre tiene derecho no exige la liberación de las reglas y de los tabúes al mismo tiempo que la negación de todo valor?). Clasificamos a los hombres en buenos y malos, justos e injustos, pecadores y sin pecado. Nos presentamos como justos ante los demás. Me hago el justo ante mi cónyuge si me obstino en considerar que en las dificultades de nuestra vida en común los errores le corresponden a él de modo principal. "¡Si me prestara más atención! ¡Si no fuese tan egoísta! ¡Si no me llevara siempre la contraria!". Me hago justo ante mi hijo, cuando sólo tomo en consideración los comportamientos que chocan con mi sensibilidad tradicional. "Fíjese, vive con una sin haberse casado" en lugar de: "¿Qué imagen le hemos dado acerca de la perennidad de la pareja?". Me hago el justo ante mi parroquia cuando desdeño todas las iniciativas. "Los que frecuentamos tal o cual grupo, quienes vivimos en tal o cual corriente, sabemos bien qué mediocre y carente de impulso es la parroquia. ¡Sólo van unos cristianos sociológicos, adeptos a la misa de once. Y además llegan tarde!".

Sabemos... Este arte de saberlo todo nos permite juzgar a los demás y distinguirnos de ellos. Aquí resuenan las afirmaciones de los fariseos. "Sabemos que ese hombre es un pecador" (Jn 9, 24). Y el justo por excelencia rebajado al nivel de las gentes poco aconsejables. "Has nacido en pecado ¿Y nos das lecciones a nosotros?" (Jn 9, 34). Así queda barrido de un plumazo un testimonio verídico.

P/COSA-AJENA: Nos situamos también como el justo de nuestra familia y de nuestro entorno profesional. "Ellos", decimos, para marcar muy bien la distancia que nos separa. El sindicalista se hace el justo ante el patrono, el patrono se hace el justo ante el asalariado, el hombre de izquierda se hace el justo ante el hombre de derechas, el incrédulo se hace el justo ante el cristiano, el provinciano se hace el justo ante el extranjero y así continuamente.

El pecado es cosa de los demás. Hace unos años participé en una marcha nocturna colectiva de París a Longpont "en reparación de las faltas cometidas contra el amor". Rápidamente advertí que las faltas que había que reparar eran las de los demás, las de los que se habían quedado. Como en una cierta concepción, felizmente superada, cuando uno se hacía carmelita para expiar los pecados de los demás. ¿En qué criterios nos apoyamos para separar así el buen trigo de la cizaña? En los criterios más legalistas. "Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado". (Jn 9, 16). Este no va a misa, aquel es adúltero, este vive en concubinato, aquel es un ladrón. La observación que dirigimos a los demás les reduce a estereotipos. En la época de Cristo se designaba para la reprobación del pueblo al publicano y a la prostituta. Los fariseos juzgan en función de lo que quieren demostrar y no en función de una realidad humana: "Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado"... "¿Pero cómo puede un pecador realizar semejantes señales?" (Jn 9, 16). Hoy designamos a nuestros prójimos en función de lo que queremos demostrar: al patrono (explotador, inhumano, arbitrario, que sólo vive para el dinero), al sindicalista (mentiroso, falsario, demagogo, agitador a sueldo de Moscú), a los padres (atrasados, conservadores, hipócritas, intolerables, mantenedores de la sociedad de consumo), a los hijos (rechazan las obligaciones, perezosos, no respetan valores). ¿Cómo llegar a la gente con esas pancartas? ¿Cómo conocer a un hombre, a una mujer, siempre en cambio? Pero si llega a faltarnos uno de nuestros criterios de clasificación, ya no sabemos en donde estamos. Esta es la teoría de los vecinos del ciego y de "los que solían verle antes" -¡Las palabras hablan por sí mismas!- "Unos decían: "Es él". "No", decían otros, "sino que es uno que se le parece". Pero él decía: "Soy yo"" (Jn 9, 9). Soy yo, nos responde el patrono, el sindicalista, los padres, los hijos; yo, una persona y no un estereotipo.

Pero en esto no tenemos remedio. Nos ocupamos de los pecadores con actitud de superioridad y condescendencia protectora. Es cierto, pero no arregla nada sino todo lo contrario que los que aceptan reconocerse como pecadores actúan del mismo modo respecto a ellos. Su existencia personal, con sus trastornos y sus sombras, desaparece tras unos pecados reducidos a conceptos. "He faltado a tal mandamiento... He cometido adulterio... Soy un ladrón... Soy orgulloso". San Ignacio de Loyola nos pone en guardia contra esta intelectualización, esta reducción del pecado a un concepto. Nos dice: "Repasa los lugares, repasa las personas. Busca entonces el mal de que eres autor". Es totalmente opuesta nuestra mirada habitual, al candor ingenuo y fresco de un niño que respondía a su catequista cuando preguntaba: "¿Somos pecadores? Yo soy pecador, pues desde hace una semana no me hago la cama por llevar la contraria a mi mamá que se ocupa demasiado de mi hermanita". El observador rígido hubiese dicho: "Es perezoso"; el testigo más perspicaz hubiese dicho; "Es malo con su madre"; el psicólogo experto hubiese dicho; "Tiene celos", pero el niño aporta una observación completamente distinta, una maravillosa observación espiritual sobre un fragmento de la existencia real. Una observación que reconoce que hay comportamientos, pensamientos y abstenciones que destruyen a su autor y que destruyen, o quieren destruir, a los demás. (PECADOR/VICTIMA) Esto es el pecado; una destrucción de los demás y de sí mismo; es echar a perder una parte de la propia vida bajo el pretexto de querer vivir una vida distinta de la vida plena y superabundante que Dios propone. Los mandamientos, al calificar como pecado tal o cual comportamiento, extraen las consecuencias de una constatación previa: tal comportamiento destruye la vida en nosotros y en nuestro entorno.

Intelectualizar, conceptualizar y reducir nuestros pecados a etiquetas es una manera de negar el pecado, de acusar una especie de fatalidad, de sacarlo de la realidad. O también de minimizarlo: aceptamos reconocernos pecadores, pero pecadores mejorados. El pecado de los creyentes consiste en querer abandonar la realidad humana. No se reconocen miembros de una humanidad pecadora. Están por encima, por debajo, al margen, en otro lugar, pero no dentro. Como familiares de Dios que son, creen tener derechos sobre él, como los fariseos creían tener derechos sobre Yahvé: "Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos" (Jn 9, 14). ¿Es preciso, pues, ser depositarios de la voluntad de Dios al precio de suprimir al hombre? ¿Servir al cristiano y a la ley en lugar de servir al hombre? El drama de los fariseos y de numerosos creyentes, estriba en no ver que si Dios manifiesta por el pecado y sus consecuencias una repulsión invencible, siente por los pecadores una ternura invencible. Jesús manifiesta con ellos una preferencia que causa escándalo. "Los publicanos y los pecadores corrían hacia él para escucharle". "¿Por qué comes y bebes con publicanos y pecadores?".

J/P  P/MISERICORDIA  P/ACEPTACION: Si me creo justo y sin pecado, yo mismo me excluyo de la solicitud de Dios que es la única que puede justificarme. "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado pero como decís: "Vemos", vuestro pecado permanece" (Jn 9, 41). Pues " yo he venido por los pecadores" y "he venido a este mundo para que los que ven se vuelvan ciegos" (Jn 9, 39). En el pecador, Jesús encuentra al hombre y el pecado se convierte en una provocación a la misericordia de Dios. Cualquier sufrimiento o miseria cobran sentido en la medida en que permiten manifestarse a la potencia de Dios; nuestros pecados no son signos de catástrofes sino una posibilidad de manifestación de amor divino. Cuando sus discípulos le preguntan quién ha pecado, el ciego o sus padres, Jesús rechaza este debate destructor que hace converger la mirada sobre el pecado. Nos pide que miremos hacia la potencia de Dios: "Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9, 3).

Además el Señor apela a la dignidad de la persona humana, a su libre colaboración, al invitar al ciego a que vaya él mismo a lavarse a la piscina de Siloé. El ciego lo comprendió y en el milagro que le entrega la vista vio el beneficio de Dios. Su ceguera curada es ocasión de rendir gloria a Dios y de detenerse a la realidad de su obra: "Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo... Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada" (Jn 9, 25 y 33). Lo mismo puede decir el pecador al pie de la cruz: "Sólo sé una cosa: yo era pecador y ahora estoy salvado... Si este hombre no viniera de Dios nada podría hacer". Sólo él me justifica, pero no debe eliminarme de la lista de los pecadores y de los ciegos. Qué verídica era la actitud de Santa Teresa de Lisieux que escribía en su diario: "Me he sentado a la mesa de los pecadores...". Pero esa frase causó tal escándalo que su superiora la censuró hasta que una visión más verdadera nos la entregó en su verdad espiritual. ¿Habría leído Santa Teresa a San Pedro Crisólogo en el Sermón 30?:

"¿Quién es pecador sino el que se niega a verse como tal? ¿Acaso no es hundirse en su pecado y, a decir verdad, identificarse con él, ese dejar de reconocerse pecador? ¿Y quién es injusto sino el que se estima justo?... Vamos, fariseo, confiesa tu pecado y podrás acudir a la mesa de Cristo; Cristo para ti se hará pan, pan cortado por el perdón de los pecados; Cristo se convertirá para ti en la copa, copa que se vertirá por la remisión de tus faltas. Vamos, fariseo, comparte la comida de los pecadores y Cristo compartirá tu comida". ·CRISOLOGO-Pedro-SAN

Señor, debo convencerme de que soy pecador. No un "pobre pecador" en el sentido de que la palabra "pobre" minimice la situación, como se dice "mi pobre amigo" o "es un pobre tipo", sino como un pecador en el sentido pleno, sin apreciar el grado o la importancia de mi pecado. Plenamente participante en el pecado del mundo en el que me hallo sumido a través del erotismo, de la mentira, de la guerra y la violencia, del deslizamiento en la comodidad y en el placer. Plenamente responsable de mi pecado personal. Pero, en mi situación de pecador, eres tú el que acude a mí, diciéndome: "Te amo tal como eres. Este es el hombre que veo en ti, el hijo de mi Padre que me mira. No quiero ver en tu pecado más que la ocasión de mi amor. Pero tú mismo, ámame tal como eres. No te complazcas en la contemplación morbosa de tu falta ¿No sabes que yo tengo todo poder sobre los demonios? No esperes a ser perfecto, ni un santo para amarme porque de ese modo no me amarás nunca". Con Pedro, pecador perdonado, me es posible decirte: "Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero" (Jn 21, 17). Y eres tú, Señor Jesús, quien me solicita, quien me ruega, a fin de que te preste mi colaboración, recorriendo voluntariamente el camino hasta Siloé para bañarme en el agua purificadora de mi bautismo.

Ya no te acuerdas de mi pecado, mis faltas han desaparecido ante tu rostro. Además, me invitas a una alegría total, la de contemplar al Hijo del hombre en toda su gloria. Los fariseos no se interesaron por el júbilo del ciego curado. Rebosantes de su rencor y cegados por sus designios, sólo tuvieron un propósito: echar en cara a Jesús que ha violado el sábado. Al ciego "le echaron fuera" (Jn 9, 347). Curiosidad egoísta por no decir malsana. Formalismo incapaz de leer la verdad del hombre, de respetar al hombre. Señor, tú te interesas por el ciego al que has curado, te interesas por mí. En una relación de persona a persona, tú eres el primero en interesarte por la capacidad de ver que tú me has entregado, tú eres el primero en apelar a mi reciente júbilo, en penetrar en mi júbilo para que yo penetre en el tuyo. "Tú crees en el Hijo del hombre?... ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?... ¡Le has visto!" (Jn 9, 36-37). Sí, eres tú quien me hablas, Señor. Acudes a mi mesa, la mesa del ciego curado, para que tenga la alegría de verte, yo, que soy pecador, pero pecador salvado por tu amor. Tú me das el alimento de la misericordia y la copa de la benevolencia. La Vida acude a esta mesa de condenados a muerte para que vivan con la vida. El Juez va a la comida de los culpables para sustraer a los culpables de la sentencia. Vienes a mí para que yo llegue hasta Dios. Me postro y digo: "Creo, Señor" (Jn 9, 38).

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 80ss


8.

Hemos escuchado hoy, como el domingo anterior, un largo texto del evangelio. Y, también como el domingo anterior, el texto nos ha contado la historia de un HOMBRE QUE SE ENCONTRÓ A CRISTO EN SU CAMINO, Y SALIÓ TRANSFORMADO de ese encuentro. El domingo pasado fue la samaritana, que iba a sacar agua del pozo, y se encontró con que Jesús le ofrecía un manantial de agua que no se terminaría nunca, el agua renovadora, capaz de dar una vida nueva, que venía del propio Jesús. Y hoy, de nuevo, nos encontramos con la historia de un hombre que busca: un ciego de nacimiento, que buscaba la luz.

-Jesús, luz para los ciegos. Jesús se encuentra en mitad de su camino al ciego -que lo era de nacimiento, que nunca había visto la luz, que debía vivir de la limosna pública, y que encima la gente decía que aquello le ocurría por castigo de Dios-, se acerca a él, y le da la vista. Y todo se convierte entonces en algo nuevo: la vida de aquel hombre ha cambiado, su encuentro con Jesús lo ha hecho un hombre distinto, y parece como si VOLVIERA A NACER: porque va a empezar una vida más plena, más libre, más feliz.

De momento, sin embargo, todo van a ser DIFICULTADES, y eso de empezar una vida distinta chocará con muchísima gente: desde sus padres -que no quieren líos y se desentienden del hijo-, hasta, sobre todo, los fariseos, los responsables religiosos -porque esos creen que lo que se trata de salvar por encima de todo es lo que está mandado, las normas de la Ley, y tanto les da la vida renovada que allí ha comenzado. Pero todos los tropiezos y dificultades no podrán apagar lo que se ha encendido en el ciego: la luz de sus ojos curados, la luz que descubre en aquel que se los ha abierto. Y, poco a poco, a base de aguantar firme llega a comprender que Jesús, el que le ha abierto los ojos, TIENE MUCHA MAS LUZ PARA DARLE: él, el propio Jesús, es la luz: él, Jesús, es la luz que nunca se apaga, la luz que vale la pena seguir, porque es la respuesta a toda oscuridad, es la esperanza en toda inseguridad. Y el ciego cree.

-La luz de nuestro bautismo. TAMBIÉN EN NOSOTROS SE HA ENCENDIDO ESTA LUZ QUE ES JESUCRISTO. Es nuestro bautismo, cuando Jesús hizo nacer dentro de nosotros aquel manantial de agua que había prometido a la samaritana, nuestros padres o nuestros padrinos encendieron, por nosotros, un cirio, una llama que era signo de la luz que Jesucristo ha prendido en nosotros. Nosotros no lo recordamos, pero las veces que hayamos asistido a un bautizo lo habremos visto y sabemos lo que significa. Y, cada año, en la noche de Pascua, encendemos también, del cirio que significa Jesucristo, el cirio que lleva cada uno. Y esta llama encendida, SIGUE -debe seguir- ardiendo en nuestra vida. Debemos seguir viviendo de la luz que Jesús nos ha dado, porque reconocemos que, sólo siguiendo su camino, sólo aceptándolo a él como guía, sólo amando -en definitiva- como él ha amado, nos podremos sentir realmente llenos, realmente felices, realmente libres.

Su camino lo llevó a la cruz. Pronto lo vamos a celebrar, en los días santos que se aproximan. Pero de aquella cruz, de aquel signo de total amor, de total fidelidad, nació la vida para siempre, la victoria para siempre sobre todo mal, sobre toda tiniebla, sobre toda oscuridad. De aquella cruz, de la gloria de aquella cruz, TODOS HEMOS RECIBIDO la fuerza y la esperanza. Un don de luz y de Espíritu Santo que nos hace caminar, que nos conduce, que no deja que nos perdamos.

-Caminar como hijos de la luz. Este tiempo de Cuaresma es una llamada para que revisemos y renovemos nuestra vida, para que cada vez esté MAS DE ACUERDO CON EL CAMINO DE JESUCRISTO QUE NOS HA ILUMINADO, para poder así celebrar con toda sinceridad la noche de Pascua, la renovación de nuestro bautismo.

San Pablo nos lo ha recordado en la segunda lectura: "Hermanos, en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz".

Ahora que vivimos en el Señor, hermanos, ahora que hemos recibido la luz de Jesucristo, somos luz. CAMINEMOS, PUES, SEGÚN ESA LUZ. Y que el alimento de la eucaristía que vamos a celebrar, sea para todos una gracia de esperanza y de fuerza para el camino.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/05


9. VISION/CEGUERA  V/SENTIDO  J/LUZ

-Planteamiento del tema.

¿No tenemos la experiencia de que nacemos como si fuéramos ciegos y de que a lo largo de la vida nos envuelven las tinieblas? ¡Qué pocas personas llegan a verse, a conocerse a sí mismas! Cuántos, en medio de la sociedad en que vivimos, no descubrimos las enormes montañas de injusticia, sus males, los defectos radicales de su organización. Si se trata de ver al otro, de respetarlo, conocerlo, tenerlo en cuenta, somos verdaderamente ciegos. A veces sólo sabemos que el otro pasa a nuestro lado porque tropezamos con él o nos molesta. El hermano se nos ha convertido en un bulto, un obstáculo o una sombra compacta que hemos de evitar. En las pocas ocasiones que tenemos la oportunidad de encontrarnos con otro, pensamos tan exclusivamente en nosotros mismos, que creemos que nos hemos encontrado con nosotros, y si entramos en relación con él y le amamos es bajo el impulso del espejismo de pretender amarnos a nosotros mismos.

Cuando nos paremos a reflexionar sobre el sentido y el destino de nuestra vida, las tinieblas se hacen más densas en las cavidades de nuestros ojos interiores. ¿Con qué luz podremos encontrar una salida a la calle de esta vida, que se nos antoja a la vez ilimitada y cerrada por un muro? El mundo de la fe o el planteamiento de Dios nos lanza también a un caos sin forma, a una especie de oscuridad que se precipita y desmelena sobre la nada. ¡Cuántos no esperan nada y temen dar un paso, el último, en un vacío en el que nunca, nunca, se llegará al fondo! Así somos los hombres, ciegos de nacimiento (Jn 9. 1). Misteriosamente ciegos. No pecamos nosotros, "no pecaron sus padres", ni tampoco nos cegó Dios. Al contrario en nuestra ceguera brilla el amor de Dios (Jn 9. 2-3). Somos ciegos, pero hemos hecho del mundo un campo de videntes.

No vemos, pero creemos ver. Pretendemos vernos a nosotros mismos bajo nuestro ángulo de visión, aunque sea desfigurados, esperpénticos, irreales; hemos llegado a formarnos una imagen de nosotros mismos. Vemos también esa sociedad que palpamos, nos hemos acostumbrado a ella, la hemos hecho a medida de nuestra visión y nos parece bien. Hemos construido también las teorías sobre nuestro destino, sin percibir siquiera el camino, y hasta creemos en un Dios ciego como nosotros.

Todos estos ciegos están convencidos de que ven, pero no ven (Mt 13. 13). Esto supone para nosotros dos exigencias: reconocer que no vemos y aceptar que nos ayuden a comenzar a ver.

Nuestra falta de visión consiste en que vemos mal, tergiversamos la realidad de las cosas, somos superficiales, creemos haber llegado hasta el fondo de los problemas, cuando en realidad vemos sólo la superficie de las cosas y de las situaciones. La visión verdadera dista de la nuestra en la medida que lo expresan estas palabras: "No mires su apariencia, ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón" (/1S/16/07).

-Jesús, Luz del mundo La salvación que Dios ofrece al hombre es como una nueva mirada, la posibilidad de tener sobre las cosas la visión que tiene el mismo Dios. Dios escruta la profundidad de todas las cosas, las conoce tal cual son, por eso puede descubrirnos el sentido que ellas tienen. La visión fundamental que Dios nos ofrece somos nosotros mismos desde su perspectiva. Por eso la revelación nos verifica, nos ayuda a reconocernos, a entrar en lo más hondo de nuestro ser y escrutar allí toda la entrañable riqueza y sentido de la vida. "JC, revelación de un misterio, mantenido en secreto durante siglos eternos... pero manifestado al presente... y dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16. 25-26).

Esta visión de Dios ha aparecido en el mundo en Jesús de Nazaret. Esta mirada nueva que es como una palabra que inusitadamente describe al hombre, al mundo y a Dios mismo, es de tal manera esclarecedora que podemos afirmar que nos ilumina. Esa mirada es luz para nosotros, nos cura de la ceguera, nos libera de todas las visiones deformadas. Esta Palabra esclarecedora es la Luz verdadera (Jn 1. 8) que ilumina a todo hombre que sea capaz de aceptarla (Jn 1.10-11).

"Yo soy la Luz del mundo" (Jn 9. 5). Una luz que está en el mundo y para el mundo; cura por contacto, por encuentro. Es una luz que va directamente a nuestra retina para bañar con su resplandor purificador las intensas tinieblas que nos oscurecen (Jn 9. 7). Jesús es una Luz activa, revelante: su vida y su obra dicen tan claramente lo que es ser hombre en el mundo, que quien lo mira con fe ya es vidente. Jesús es de tal manera clarificador con su vida que nos libera de la ceguera.

-Actitudes del hombre ciego

El hombre que quiera liberarse de la ceguera interior tiene que dejarse inundar por el resplandor de la Luz que nos sale al encuentro gratuitamente. El ciego de nacimiento ni le pide a Jesús que le cure, sino que es el mismo Jesús el que inesperadamente se acerca al ciego y le cura (Jn 9. 1-6).

El hombre, para llegar a la curación, tiene que pasar primero por la operación de la fe: se ha de aceptar que la visión que vamos a recuperar es más honda que la mera visión física; los "ojos untados de barro" nos sugieren el paso que debemos dar del mundo engañoso de los "ciegos videntes" a un mirar interior que sea capaz de iluminar todo nuestro ser (Jn 9. 6).

Además de aceptar la prueba a esta contradicción de empezar a ver cegando, es necesario recorrer todo un camino de purificación, de ir despejando las tinieblas interiores, de "lavar" lo oscuro al contacto con la palabra de Jesús (Jn 9.7). Aquel que ha llegado a ver tiene que dar testimonio de lo que ve: primero de sí mismo; el ver es tan importante que, cuando somos curados, los demás llegan a dudar de si somos los mismos (Jn 9. 8-9). Esta nueva situación exige dar testimonio o confirmar: se es el mismo, pero renovado, regenerado. También se ha de dar testimonio de lo que se va viendo: la experiencia de la curación (Jn 9. 11/17), el descubrimiento de la personalidad de Jesús (vv. 17/31), narrar ante los demás las obras de Dios que aparecen en la historia concreta de los hombres, interpretar los acontecimientos (vv.32-33).

Tener una visión nueva, comportarse como creyente en medio de la sociedad, trae muchas y graves consecuencias: interrogatorios, desprecios y hasta ser expulsados de la sociedad en que se vive (Jn 9. 34); el mundo de los ciegos somos incapaces de aceptar a los videntes, a los clarividentes.

El ciego de nacimiento, además, se propone la profundización en el conocimiento (Jn 9. 35ss) y compromiso de la fe: "Los que son hijos de la luz tienen que caminar como hijos de la luz" (Ef 5. 8). Esto supone trabajar y luchar por "el amor, la justicia y la verdad" (v. 9). La exigencia de la nueva visión supone no aceptar dar pasos de ciego, huir de las obras equivocadas y estériles de las tinieblas (v. 11). Pero además todo vidente tiene que realizar una acción profética: "Poner en evidencia, denunciar, contestar las obras de las tinieblas", "de esta manera se iluminan, se ponen al descubierto" (vv. 12-13).


10.

El comentario de este evangelio, sin embargo, no es fácil. Su riqueza de hechos, personajes, enseñanzas, podría provocar o bien una predicación dispersa o bien el limitarse a aspectos secundarios. De ahí que la preparación de la homilía requiera hoy un esfuerzo para descubrir y concretar lo fundamental (sin alejarse demasiado de la fuerza simbólica de la misma narración pero sin perderse en sus meandros).

1. Todo empieza con la actuación gratuita de JC. Que actúa por propia iniciativa (nótese que no hay ni petición de curación), o mejor dicho, que actúa para realizar las obras de Dios. Es la acción de Dios siempre presente en la vida del hombre.

2. Sin embargo la actuación de JC reviste un carácter de signo cuyo sentido debe descubrirse. No se impone: inicia un camino de encuentro. Un inicio de algún modo ambiguo: J. obra como podría hacerlo un curandero, pide la confianza y colaboración del ciego, y así éste "volvió con vista". Nótese que el "milagro" es, por tanto, un primer paso, que en sí mismo ni requiere ni obra la fe propiamente dicha. Es una obra de Dios pero cuyo sentido más profundo deberá descubrirse y exigirá para ello un seguir adelante. (Entre paréntesis: el agua de la piscina tiene una relación simbólica pero no puede identificarse simplemente con el agua bautismal: su lugar en el itinerario del ciego es previo a la fe, mientras el bautismo es un signo de fe).

3. Ante la obra de Dios, los pareceres se dividen. Nadie niega lo evidente, pero fácilmente el hombre se encierra en sus seguridades, en su medio, en su rutina, hasta no percibir la luz que se revela en la realidad. Los fariseos (o "los judíos", que en Juan significan "los suyos que no recibieron la luz": cfr. c. 1) porque optan por sus seguridades doctrinales que son al mismo tiempo su "yo", su verdad es lo que "nosotros sabemos" y se cierran a lo que "no sabemos", no hay posibilidad de camino hacia la fe. Los padres del ciego por una simple inhibición ante el temor de las consecuencias.

Es uno y otro caso -es lo que convendrá subrayar en la homilía- no hay camino hacia la fe no porque se niegue el mismo contenido de la fe (ni se llega a plantear, como tampoco se plantea en nuestra resistencia a la fe), sino porque no hay disponibilidad, no hay apertura a la acción de Dios. Dicho de otro modo: porque se evita la cuestión de fondo -la más real- y se sitúa el problema en cuestiones marginales -moral, Ley, etc.

4. En cambio en el ciego sí hay esta apertura. Y la misma persecución que le ocasiona la acción de Dios en él, le ayuda a recorrer este itinerario. Podría hablarse de una crisis de sus apoyaturas humanas -los padres, los dirigentes religiosos... la amenaza a ser excluido de la "sinagoga" que implica una exclusión de la sociedad de los "buenos"- que le desnuda de obstáculos para percibir mejor la luz que ha obrado en él, que él va descubriendo: Jesús es para él sucesivamente "ese hombre", "un profeta", "el que viene de Dios". Y finalmente, el "Señor".

5. Pero este final del itinerario de fe del ex-ciego -es decir, su fe en J. Señor, que será a su vez inicio de una nueva etapa-, no se produce sin un nuevo encuentro con JC. El sentido simbólico de este encuentro quizá sea especialmente interesante subrayarlo actualmente: la fe explícita en JC es algo más que una apertura a percibir el sentido de la actuación de Dios en la vida del hombre. Un algo más que es precisamente creer que la "luz" para percibir esta actuación de Dios la halla el cristiano en JC. Por eso creer en JC es creer que él es "la luz del mundo". Afirmación de fe que es término de un itinerario de búsqueda ejemplificada en este evangelio- pero que es inicio del camino propiamente cristiano: a abrirse a esta luz, creer en ella, vivir de ella.

Y ahí cabe recordar lo que hemos leído en san Pablo: "sois luz, caminad como hijos de la luz".

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1981/07

HOMILÍAS 8-14