COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Ex 3, 1-8a. 13-15

1.

Moisés recibió en la escuela real egipcia de administración una formación que le capacitaba sin duda alguna para aceptar un puesto directivo entre los hebreos (Ex. 2, 11-15). Sus primeras gestiones como jefe no debieron de ser, sin embargo, un éxito y tuvo que huir rápidamente de la venganza del Faraón, tras haber dado muerte a uno de sus agentes, y del odio de los hebreos que no reconocían la autoridad de los funcionarios del Faraón aunque fuesen, como en el caso de Moisés, uno de los suyos (Ex. 2, 14).

Entonces nos encontramos a Moisés en el desierto del Sinaí, en la tribu de Madián, en donde se casa con la hija del jefe y en donde recibe seguramente una formación religiosa y jurídica conforme a las tradiciones de los nómadas. Cabe pensar también que Moisés encontró al lado de Jetró hasta el nombre del Dios de sus padres y algunos ritos como la circuncisión (Ex. 4, 24-26). Esta experiencia debió de ser particularmente interesante para Moisés, que enriquecía así su formación jurídica y administrativa egipcia con una vuelta a las fuentes tradicionales y una preparación más apropiada al estado nómada que habría de compartir con su pueblo.

a) Dentro de este contexto se sitúa una experiencia religiosa particularmente decisiva. Cuando estaba apacentando los ganados de su suegro, Moisés, que sin duda no estaba suficientemente iniciado en las costumbres religiosas de Madián y desconocía la localización de sus lugares sagrados, penetra casualmente, quizá para ponerse al abrigo de una tormenta (v. 5), en uno de esos lugares, cerca de Horeb (allí donde un día volverá a sellar la alianza; al redactor le gustan estas premoniciones). El recinto rodea un árbol sagrado que es repentinamente fulminado por un rayo (vv. 2-3).

Moisés medita sobre estos acontecimientos misteriosos y esta experiencia mística le lleva a comprender que el Dios de sus antepasados es también el Dios de la promesa (v. 6). La profundización del contenido de esa promesa permite a Moisés abrir los ojos respecto a la desgraciada situación de los hebreos en Egipto y le hace comprender que esa situación no puede eternizarse sin que Yahvé quede por mentiroso. De todo eso llega Moisés a una conclusión: Yahvé no tardará ya en venir en ayuda de los hijos de aquellos a quienes ha prometido una tierra y una descendencia numerosa (vv. 7-8).

El encuentro entre Moisés y Dios es real. Pero Dios está menos en la zarza fulminada que en el corazón de Moisés, que busca un significado a los sucesos que está viendo. 

b) YAHVE/NOMBRE: Pero un enviado no tiene probabilidad alguna de ser bien recibido si no dice en nombre de quién cumple su misión (v. 13).

El nombre que Moisés revelará a sus hermanos es el de Yhwh-Yahvé (v. 15); quizá se trate del nombre de uno de los dioses del panteón de aquella época, especialmente venerado en el Sinaí. Lo que importa es que designe al Dios, un tanto olvidado, de los patriarcas y de las promesas.

El texto da una etimología nueva de la palabra "Yahvé": "Yo soy el que soy" (v. 14). No se trata de una definición metafísica de la naturaleza de Dios, sino de una afirmación de doble vertiente: una vertiente evasiva en primer lugar (como cuando decimos en castellano: "hay que hacer lo que hay que hacer"): Dios, de todas formas, está por encima de todo nombre y no puede ser aferrado, y también una vertiente histórica: podría traducirse, en efecto, con mayor exactitud: "seré el que seré", que vendría a decir: me conoceréis en lo que haré por vosotros: "es la historia la que me desvelará".

Así, pues, el nombre de Dios salvaguarda su misterio y su trascendencia y descubre al mismo tiempo su inmanencia a la historia y a la misión del patriarca. El hombre actual apenas si ha progresado sobre Moisés cuando quiere nombrar a Dios. Posiblemente experimenta con más fuerza la vanidad de los esfuerzos del mundo y de la metafísica para dar a Dios un nombre válido. Dios no está a merced de los proyectos míticos, ni de los fracasos o de los éxitos de la empresa metafísica. Sin embargo, nosotros sabemos que Dios no puede ser encontrado más que en la condición del hombre, sobre todo desde que esta condición encontró en Jesucristo su clave y finalidad.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 107 s


2.

Hay en el relato cuatro temas: manifestación de Dios en el monte santo a Moisés; Moisés encargado de llevar a los oprimidos la noticia de su liberación; revelación del nombre divino Yahveh y un adelanto del proceso de la actuación de Moisés.

La manifestación de Dios a Moisés, que pastorea en el monte, es en forma de fuego, un fuego que no se apaga y desde el cual Dios habla. Es el recurso preferido del yahvista para presentar una teofanía (Gén 15, 17; Ex 19, 18). El encuentro allí con Dios hace que Moisés caiga en la cuenta del carácter sagrado del lugar.

Dicho de otro modo, tenemos aquí la etiología de un santuario, es el Sinai-Horeb, semejante a la de los santuarios patriarcales.

Moisés presenta aquí rasgos claros de la figura de un patriarca. Pero los tiene también de un profeta, en cuanto que recibe palabra de Dios y el encargo de llevarla a su pueblo: es la noticia de su liberación. Dios se autopresenta como el Dios de los padres, que en este momento escucha el clamor de sus descendientes. Con ello la liberación anunciada no se presenta como acción sin precedentes, sino como muestra de la fidelidad de Dios a la promesa hecha a los padres.

La vocación y la misión de Moisés constituyen el verdadero centro del capítulo. Son la legitimación de Moisés como mediador de una liberación que es salvación de Dios. Para expresar esta dimensión el relato no da a Moisés relieve de verdadero protagonista. Es como un profeta que escucha el propósito de Dios y lleva como mensajero su noticia al pueblo oprimido y al pueblo opresor. El mismo se retrae y se confiesa radicalmente incapaz de esa empresa. Ello fuerza la aclaración de que Dios estará con él y de que será él quien realice esa obra. Si por momentos parece que se atribuye a Moisés el papel de "sacar", es que se le considera como la encarnación de la fuerza de Dios, que ha comenzado por sacarlo a él primero. Todo el relato del éxodo afirma una sola cosa: Dios libró a su pueblo de servidumbre en Egipto. Dios es, en efecto, según el relato proclama quien ve la opresión, quien escucha el clamor, quien se comprometió con este pueblo en sus padres, quien desciende y quien salva. La promesa a los padres es el fundamento de esta obra.

La tradición elohista sitúa en este contexto (Madián, monte santo, Moisés, éxodo) la revelación del nombre propio con el que Israel conoce e invoca a su Dios: Yahveh. En la contextura del relato esta revelación tiene el objeto de legitimar al mediador. Moisés hará con ese nombre creíble su misión, pues en el nombre le acompaña la realidad del Dios nombrado. También viene a marcar el salto, históricamente grande, entre la tradición de los patriarcas y la tradición mosaica.

D/NOMBRE: El relato no se contenta con el dato del nombre, inseparable del contexto madianita y de la persona de Moisés, sino que intenta también dar una explicación de lo que el nombre significa. Con esta explicación crea el relato problemas al intérprete, porque el sentido dado no se deduce con claridad de la contextura morfológica del nombre. Sin duda que la explicación del nombre es posterior al nombre mismo, que seguramente era ya conocido y usado por otros grupos nómadas y no original de este momento ni conocido en primer lugar por Israel. Pero la explicación aclara lo que el nombre vino a significar o a revelar a Israel, y en ello está su valor y también su originalidad.

La explicación supone que el nombre Yahveh deriva de la raíz hayah, ser, en su forma verbal de imperfecto. A tenor de ello interpreta: "Seré el que seré" o puesto en presente. "Yo soy el que soy". Cual sea el matiz preciso de esta frase es objeto de discusión. No parece, en todo caso, que deba entenderse como una salida evasiva para rehusar revelar el nombre, fundándose en que Yahveh no tiene contextura nominal; en el contexto no se entiende como evasiva, sino como nombre. Tampoco parece que el nombre sea una afirmación del ser en el sentido ontológico: el ser por esencia; ni siquiera que deba entenderse en el sentido de el que causa el ser (forma hifil), pues esas honduras filosóficas están aquí fuera de verosímil lugar. Más bien parece que el nombre quiere afirmar el ser en el sentido existencial y de presencia: estar efectivamente con y para.

YAHVE/LIBERADOR: En este caso el nombre hace referencia a la obra y a la acción; es en éstas en donde Dios revela su ser, su nombre. La definición que Dios da de sí mismo sería, por lo tanto, la obra que va a realizar y por la cual le van a conocer. Para poner la discutida expresión en una glosa muy larga, leeríamos: "Yo soy el que me manifestaré ser en la obra que haga, por la cual sabréis quien soy". En el contexto esta obra es la liberación de servidumbre. Y así toda la historia del éxodo, con sus señales de presencia y de poder salvador de Dios, se torna la verdadera explicación de lo que significa para Israel la palabra Yahveh: ése es el nombre de Dios revelado a Moisés. Dios no tiene otro nombre que su misma obra salvadora. Así viene también a ser aclaración del nombre el estribillo repetido en la gesta del éxodo: "Sabréis, sabrán los israelitas, sabrán los egipcios, que yo soy".

La obra de Dios es la revelación de su nombre Yahveh. Este nombre no se queda así anclado en una forma nominal, que sería una imagen prohibida o un ídolo, sino que en esa forma verbal dinámica se afirma como el que se está siempre descubriendo a quienes ven la obra de Dios. Si es así, el nombre de Dios no terminaría nunca de revelarse, pues está para revelarse siempre de nuevo en su presencia activa a la fe de los creyentes, los cuales lo están conociendo siempre de nuevo en su acción salvadora.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 165 ss.


3.

Contexto: Sólo el que es capaz de contemplar la vida real de un pueblo puede llegar a ser su liberador.

-"Hartos de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos penosos y les amargaron la vida con dura esclavitud, imponiéndoles los duros trabajos del barro, de los ladrillos y toda clase de trabajos del campo" (1, 13 ss). Esta es la penosa situación de un pueblo que bajó a Egipto buscando un tipo de vida más digna y menos arrastrada.

-Salvado y adoptado por la hija del faraón (2, 1-10), Moisés crece en la corte del soberano, pero, según el relato bíblico, su pueblo no es el egipcio, ya que "...salió a donde estaban sus hermanos y los encontró transportando cargas..." (2, 11 ss). Y al contemplar la dura realidad en que viven los suyos comete un acto de violencia que provoca su huida de la corte del faraón, refugiándose en el desierto (2, 11-25).

Texto: En el desierto Moisés adquiere conciencia de líder.

-Ex. 3, 1 - 4, 17 es una perícopa de gran importancia en la tradición de la salida, relato entretejido por dos tradiciones diversas (J y E) y diversos elementos redaccionales muy difíciles de separar (cfr. la tradición paralela de P en 6, 2-13).

-En este texto aparece Moisés como pastor de ovejas en tierra de Madián. La meditación y vida apartada en el desierto madianita van a despertar su vocación y misión: así el inquieto y violento fugitivo va a transformarse en el auténtico liberador de su nación, el incomprendido por los suyos llegará a ser su jefe y caudillo.

a) Vs. 1-6: vocación. La fecunda soledad del desierto es el momento propicio para la irrupción del Espíritu, para recoger la copiosa cosecha interior (curiosamente en el desierto empieza también la actividad de Elías y de Jesús). En una de sus incursiones por el desierto Moisés llega al Horeb (=Sinaí), donde un ángel del Señor (=Dios) se le aparece en medio de una zarza ardiendo (el fuego que arde sin consumirse es símbolo, ya clásico en Israel, para indicar la presencia divina: cfr. Ex. 19, 16 ss.:Dt. 4, 24; 5, 22-27...). Nunca podremos saber en qué consistió esta experiencia religiosa, ya que la vivencia interior no puede traducirse al lenguaje humano. Ante lo numinoso el hombre siente miedo.

El nombre hebreo de "zarza" (seneh) evoca por aliteración el nombre del "Sinaí", lugar sagrado donde Dios se aparecerá al pueblo; así la visión de Moisés parece prefigurar la futura visión y vocación del pueblo (Ex. 19). El Dios que se aparece y habla (v. 6) no es un Dios desconocido, sino el que ya hizo las promesas a los padres; de esta manera la historia actual está en relación muy estrecha con la pasada.

b) Vs. 7-10: misión. La copiosa cosecha interior que ha recogido en el desierto no es sólo para utilidad "del propio ánimo", como decían casi todos los antiguos -y poco bíblicos- directores de ejercicios espirituales, sino también para utilidad y beneficio de los demás. Es lo que se afirma en los vs. 7 ss.: Dios quiere liberar a su pueblo de la opresión y conducirlo a la tierra de sus antepasados. La liberación implica romper el yugo de la servidumbre para servir libremente al Señor (v. 12), ésta es la misión de Moisés. Ante la dificultad éste se siente perplejo, pero Dios le promete su ayuda y protección (vs. 10 ss).

Reflexiones: -Moisés sale de la corte egipcia y contempla la dura realidad de los suyos; el pueblo de Israel debe salir de la servidumbre para dedicarse al servicio. También la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, debe salir de su egoísmo, del hombre viejo, de todas sus esclavitudes..., a la nueva existencia de los hijos libres de la nueva alianza. Esta es la liberación o conversión de la que nos habla el Evangelio de hoy. Conversión individual y colectiva... que debe abarcar todo nuestro ser y operar el cambio de actitudes mentales monolíticas y estereotipadas, de nuestro comportamiento individual y colectivo, de...

-Pastor o líder de un pueblo no es el político que hace promesas electorales y luego se olvida de sus electores, tampoco lo es el eclesiástico que se conforma con hablarles a sus fieles de la vida eterna y se desentiende de la existencia concreta de todos y cada una de ellos... El auténtico pastor es el que sabe bajar al ruedo de la vida, a la dura arena de la realidad cotidiana y jugarse el tipo compartiendo la vida de los hombres y luchando por liberarlos de todas sus esclavitudes.

-Nuestra sociedad está hambrienta de desierto, anhela la apertura al Espíritu. Nuestros líderes políticos y religiosos hablan mucho, demasiado: pronuncian muchos discursos, editan documentos, hacen grandes promesas, presentan muchos proyectos y organigramas..., y total ¿para qué? Las ovejas continúan insatisfechas, no ven la realización de ningún proceso de liberación. Todos necesitamos pensar, reflexionar, sumergirnos en la dura y fructífera etapa de desierto..., para estar abiertos al Espíritu que obre nuestra propia liberación y nos impulse a liberar a los demás. El desierto no se reduce al egoísmo del propio ánimo (=religión como opio del pueblo).

A. GIL
DABAR 1992, 20


4.

Dios ha esperado varios años (Moisés ya es un hombre maduro) antes de llamar a Moisés. Lo hace en un tiempo en que éste tiene encaminada su vida como padre de familia y pastor de ovejas. Lo hace en el desierto, donde aparentemente Moisés se ha marginado de las desgracias de sus hermanos, perdiendo día tras día la esperanza de que pudiera servir a su pueblo. Así, muchas veces, Dios espera a los hombres en tal o cual desierto de su vida. Son esos tiempos, aparentemente vacíos, en que Dios prepara a sus servidores, mientras el corazón y la generosidad permanecen intactos.

Dios quiere intervenir en favor de su pueblo liberándole de la opresión y conduciéndole a la tierra prometida a los padres. La liberación implica quitar el yugo de la "servidumbre" para "servir" libremente al Señor en el culto. Para ello, Dios envía a Moisés; el pastor de ganado se siente perplejo, pero el Señor le promete su ayuda, convirtiéndole así en pastor= jefe o dirigente del pueblo. Deber de Moisés será despertar la conciencia del pueblo oprimido y hacerle ver su condición de pueblo libre consagrado al Señor.

Sabemos que el hebreo se escribía originariamente sin vocales. La transcripción del tetragrama del nombre de Dios sería Yahveh, pero hacia el siglo XVII se puntuó defectuosamente este tetragrama y se comenzó a leer Jehová. Yahvé significa: "Yo soy". Pero el verbo ser tiene aquí un sentido activo, dinámico y no estático. Yahvé no quiere decir "el que es por sí mismo" (el ser absoluto de los filósofos), sino el que verdaderamente es y hace sentir su existencia actuando en la historia. En contraposición a todos los dioses de los que se dice que son, pero no son, de los que se dice que salvan, pero no salvan, Yahvé es el que en verdad es y salva.

EUCARISTÍA 1992, 14


5.

Se presenta la imagen de Moisés como pastor con vistas a la misión que se le va a confiar. Moisés se encuentra vagando por el desierto no para encontrar a Dios sino en busca de pasto para el ganado. Dice un adagio mahometano: Nadie puede llegar a profeta si primero no ha sido pastor.

Yahvé se ha manifestado en algunos lugares determinados, pero nunca se dice que Yahvé more en ellos. Son lugares de aparición o encuentro. La experiencia de Moisés en la zarza ardiendo y del pueblo en el Sinaí tienen como contenido fundamental la presencia de Dios. El fuego es una manifestación que acompaña la epifanía de Dios y signo que indica su presencia.

Quitarse las sandalias como en Rut 4,7 indica el derecho de posesión o de dominio. También se quitan las sandalias para significar que se cede a alguien la propia libertad. En los vv. 7-8 la liberación del pueblo la realiza Dios. Moisés es el mensajero encargado de comunicar al pueblo el designio salvífico de Dios. Es un texto de procedencia yahvista. Según el elohista, vv. 13-15, Moisés es enviado a sacar al pueblo de Egipto. Moisés no se siente a la altura de esta misión (v. 11), pero Dios le asegura que "estará con él". El v. 14 es una autodefinición de Yahvé que interviene con poder en la historia.

Nada ni nadie puede obstaculizar la realización de su plan. El nombre de Yahvé suena para todo israelita como la expresión de la fidelidad de Dios. El nombre de Yahvé es para Israel lo que para las otras religiones son las imágenes cultuales. Israel ha regulado el uso del nombre de Yahvé. En la alianza del Sinaí se estipula que sea santificado (Ex 20,2) y nos queda así en la oración cristiana del Padre nuestro.

Este texto presenta una imagen nueva de Dios. Dios es simplemente salvador. He visto la opresión del pueblo... y se presenta la "kenosis" de Dios. "Voy a bajar". Se presenta a Yahvé como un Dios para los hombres, para su pueblo. No teme llamarse el Dios de los hombres. Se inicia la relación Yo-Tú en la historia de Israel.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 5


6.

-"Moisés, llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios": Moisés se dirige al monte de Dios, denominado Horeb en la tradición eloísta y Sinaí en la tradición yahvista. ¿Era ya un lugar sagrado anteriormente? ¿O bien es denominado "el monte de Dios" en referencia a los hechos que sucederán en él?

-"El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas": La aparición de Dios es descrita de forma indirecta: se habla del "ángel del Señor" y se hace presente a través del simbolismo del fuego: visualmente en movimiento, inaferrable, purificador... Todo conduce hacia la expresión de su santidad.

Como en la vocación de los profetas, Moisés experimenta la llamada de Dios, pero al mismo tiempo el peso de su santidad.

Notemos la tensión de las frases: "Aquí estoy" y "No te acerques". El signo de quitarse las sandalias lo subraya: el llamado por Dios debe vaciarse de sus propias seguridades para ponerse humildemente a la disposición de la santidad absoluta de Dios.

-"Yo soy el Dios de tus padres...": Dios no se revela a Moisés como un dios nuevo, sino en continuidad con la revelación dada a los antiguos patriarcas. Dios no es indiferente a la situación de los hombres: "He visto la opresión", "he oído sus quejas", "me he fijado en sus sufrimientos". Y ante esto, actuará: "Voy a bajar a librarlos... a sacarlos...". El término de la liberación de Egipto será la posesión de una tierra descrita con los signos de la abundancia, tanto para el pastor como para el campesino: "tierra que mana leche y miel". Canáan era, comparada con el desierto, un lugar fértil; pero es, además, una imagen estereotipada para indicar los bienes futuros mesiánicos que Dios promete.

-"Soy el que soy": La acción de Dios pide la colaboración del hombre, en este caso de Moisés. Moisés plantea dificultades de capacidad personal y también pide una aclaración sobre el nombre de Dios, que ahora se le manifiesta. La respuesta de Dios halla dificultades de interpretación. Tres han sido las soluciones: a) Se trataría de una respuesta evasiva: Dios no desea decir su nombre porque no está a disposición del hombre. Pero el contexto siguiente desaconseja esta lectura; b) Dios es el que es, mientras que los demás dioses no son. Pero Dios como el Ser fundamental es una lectura demasiado filosófica, alejada de la mentalidad bíblica; c) debemos darle un sentido dinámico: Dios es el que hace existir a su pueblo y se hace presente en medio de él.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 5


7.

Dios ve que su pueblo es "pobre" y que está "afligido" y "humillado".

-Dios "ve" y "oye" y "conoce" las angustias de su pueblo. Para decirlo con otras palabras: Dios entra en la historia dolorosa de su pueblo, para intervenir en ella. Y así dice: "mi pueblo". Israel es el "pueblo de Dios", este es su nombre más hermoso.

-Dios "desciende". Es fácil comprender que aun las personas que creen y saben que Dios está en todas partes, dicen que El mora "en lo alto", "en los cielos", conforme a un simbolismo que está inscrito en nuestra naturaleza. Dios viene a "sacar" a Israel de entre las manos que lo tienen apresado. Este es el programa de la liberación y el tema mismo del Éxodo. Pero la declaración va más allá; el Éxodo debe ir seguido de la entrada en Palestina, hacia la cual hay que "subir", porque es un país montañoso: un "país bueno y ancho", mientras que Egipto, a pesar de ser fértil, no ha sido bueno a causa de la servidumbre y también de la falta de espacio. Un "país que fluye lecho y miel", símbolo de la tierra prometida.

-El hombre no nace libre. Nace con el instinto de las cadenas, con un deseo loco de presión, con la querencia irresistible de tener un amo. El hombre puede llegar a ser libre. Pero cuánto trabajo para infundirse este gusto por la libertad, se ha dicho que la esclavitud, más que un estado , es una mentalidad. Algunas personas no son libres y no lo serán nunca, no porque no puedan serlo, sino porque no sienten este deseo.

-Se necesitan más de 40 años de escuela obligatoria en el desierto para hacer que los israelitas abandonen la mentalidad de la esclavitud -cuántas lágrimas, lamentaciones, cuántas nostalgias durante aquellos años- y lograr que adquieran la mentalidad de pueblo libre.

-La bajada auténtica de Dios fue la Encarnación; "no hizo alarde de ser como Dios".


8.

Para escuchar el llamamiento de Dios es necesario imponer silencio a todos los ruidos del mundo y de la vida. En este desierto es donde Dios habló a Moisés.

En el plan de Dios frente a su Pueblo, el desierto jugó indudablemente un importante papel. El fue para los hijos de Jacob una cuna y una escuela: allí fueron engendrados a la vida social, allí recibieron las instrucciones de Dios, su Maestro y Legislador, y allí se formaron en las cualidades y virtudes que engendran la prueba y las lecciones tan sorprendentes y múltiples de la Providencia. Sacados de la tierra de los faraones sin tener entre sí otros lazos de unión que los de la sangre y el sufrimiento y los de algunas tradiciones comunes, junto al monte Sinaí ellos llegan a constituir un pueblo admirablemente organizado, con un código de leyes religiosas y civiles que subsistirá inmutable a lo largo de muchos siglos. Si Dios mantuvo durante algún tiempo su nación elegida en contacto con la brillante civilización egipcia, sin embargo, no es en el seno de este pueblo maravilloso donde aquélla quedará definitivamente configurada. Dios la conduce a través del desierto, aislada de toda influencia, y la hace verdaderamente suya, única en el mundo... David entiende en el desierto las rudas lecciones de la adversidad pero también es en él donde aprende de una forma eficacísima la confianza en Dios. Elías busca en el desierto un cobijo contra las persecuciones, y en él es sostenido por el Señor (/1R/19/03-04: "Temió pues, Elías y se levantó y huyó para salvar su vida; y siguió por el desierto durante un día de camino"). Juan Bautista crece en el desierto y a él atrae después a las multitudes que bautiza, instruye y prepara para el reino mesiánico. El mismo Salvador, al iniciar su ministerio público, va al desierto para orar, ayunar y luchar contra Satán; más tarde, El aconsejará la soledad, practicándola insistentemente. Así, por ejemplo, ante la noticia de la muerte de Juan Bautista, sin duda para meditar en las lecciones de esta muerte y antes de la primera multiplicación de los panes (Mt. XIV, 13). También en el momento en que abandona Cafarnaum, la villa donde se había establecido, para predicar en Galilea (Mc. I, 35). Otro tanto realiza antes de la elección de sus doce apóstoles (Lc. VI, 12). Finalmente San Pablo, después de su conversión, se aísla en las regiones inhóspitas de Arabia, para recibir allí las instrucciones de Aquel que le derribó en el camino de Damasco (Gál. I, 17).

Después del Bautismo, Dios nos llama a cada uno de nosotros; no cesa de llamarnos con el fin de que cada uno de nuestros días, cada una de nuestras acciones respondan a lo que El espera de nosotros.

El Adviento es la ocasión de situarnos ante este problema fundamental, permanente, de nuestra vocación. Para ello es indispensable que nosotros guardemos silencio. La agitación nos vuelve sordos al llamamiento de Dios. A veces, instintivamente buscamos el aturdimiento para huir de Dios; la Cuaresma es la ocasión de poner fin a esta sucesión de cobardías.

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 18


9. /Ex/03/01-20:

El autor sagrado nos hace asistir ahora a los inicios de la transformación del hombre Moisés. Podríamos hablar de conversión en el sentido propio y genuino de cambio de mentalidad, a pesar de que este cambio no esté exigido por una anterior situación de pecado, sino por un estado de apertura constante a la revelación de Dios. En este sentido, Moisés es el modelo del hombre que se mantiene constantemente a disposición de la acción salvífica de Dios, sin clausuras egoístas. En efecto, poco a poco, Moisés, el hombre salvado, el hombre privilegiado que ha recibido una doble educación -en el corazón de su pueblo y en la corte del faraón-, el hombre generoso que compromete su bienestar en la lucha por la justicia, el perseguido y fugitivo, el exiliado, el pastor del desierto, se convierte en el conductor del pueblo, en el instrumento del Dios que está aquí liberando (vv 7-8).

El proceso de conversión, si bien ha de ser recorrido íntegramente por el hombre concreto, es obra de Dios. Por eso, en un lenguaje antropomórfico, Dios aparece como el protagonista de estas escenas. Dios se dispone a entrar en la historia de los hombres oprimidos (2,25): por eso se fija en la opresión de los israelitas y los toma bajo su protección. Aquí tenemos formulada, pues, una verdad muy importante: a pesar de la aparente ausencia de Yahvé, a la manera de un Dios alejado de los intereses humanos, de hecho mira a los hombres, los conoce, sabe qué les pasa, y su voluntad eficaz le impulsa a revelarse presente como salvador (vv 7 y 8a). Pero todo esto pasa en la intimidad de Dios.

Los hombres no sabrían nada si Dios no se revelase tal como es (4-6). Por eso el autor sagrado nos va a introducir ahora en la manifestación de Dios. Dios sale al encuentro de Moisés (2). La visión es presentada de una manera muy sobria, como moviéndose en dos planos realmente diferentes pero complementarios. En el plano de la realidad objetiva, de aquello que sucede y es registrable a través de los sentidos, la visión es un hecho que llama la atención: la zarza arde. Es muy posible que la zarza fuese un lugar sagrado, una especie de santuario en plena naturaleza. El lugar sagrado, es decir, la residencia de Dios, está en llamas. ¿Por un rayo? Es posible. Recordemos que los rayos son considerados como fuego de Dios, manifestación de su presencia. En el plano de la realidad subjetiva, Moisés es atraído hacia Dios, que se manifiesta y penetra su pensamiento, su corazón. su voluntad, su ser entero. Se trata, pues, de una experiencia mística importante, que transformará a este hombre, lo cambiará de dirección y lo encaminará a ser instrumento de la salvación de Dios. Es la vocación de Moisés (4ss)

Notemos cómo en esta revelación-vocación toda la iniciativa es de Dios. El es el que ve a su pueblo (7), lo toma bajo su protección (2,25), se manifiesta a Moisés (2ss), capta su atención (3), lo admite en su intimidad (4-6) y lo envía a liberar al pueblo (10). Dios es también el que ha bajado hacia su pueblo, el pueblo de los oprimidos, para liberarlo y hacerlo subir a la tierra de la libertad (8ss). Dios, pues, se manifiesta presente en el corazón del pueblo y marcha con ellos, a su paso, como un gran pedagogo. Moisés será el instrumento de Dios, el lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, el que hará visible a Dios en medio de los suyos.

En este contexto maravilloso nos ofrece el elohísta la tradición sobre la revelación del nombre de Dios. En el momento de tomar su misión, Moisés pide credenciales al Dios que lo envía. Este le revela, simplemente, su nombre: el que le envía es Yahvé. La revelación del nombre de Dios nos manifiesta la acción de Dios, su obra, lo que es capaz de hacer y hace, aunque nos deja en la ignorancia de su ser íntimo. Según pensaban los antiguos, el hombre es capaz de conocer el nombre de Dios como manifestación de sus relaciones con nosotros, pero los hombres no pueden llegar hasta los íntimos secretos de la divinidad: no nos podemos poner en pie de igualdad con Dios y, mucho menos, manipularlo. Por eso Moisés no se atreve a mirar a Dios (6). El conocimiento del nombre de Dios nos ha llegado por la revelación de su presencia en la historia de los hombres y por su compromiso de liberación que comporta esta revelación. Yahvé no es simplemente aquel que ha venido, sino el que ha venido y viene constantemente, el que vendrá siempre sin fallar nunca, el que nos salva y nos salvará en cualquier lugar y tiempo. La respuesta que se da a Moisés y que garantiza la realidad auténtica de su experiencia de Dios es ésta: Yahvé es el único que puede liberar y que liberará a los oprimidos por los poderosos porque tomó partido por ellos. Estas son las únicas credenciales que podrá mostrar el enviado de Dios. Con la garantía de Yahvé: ellos te escucharán (18), porque, en definitiva, éste es el lenguaje que el pueblo es capaz de entender y el que realmente entiende.

Yahvé significa "Yo soy el que soy y seré". Es el que ha estado siempre, el que estará con Moisés, el que estuvo con Abrahán, con Isaac y con Jacob, el que sacará a los israelitas de la opresión de Egipto, el que los hará subir hacia la tierra de la libertad. Yahvé es el Dios de la historia, que hace camino con los hombres y se revela en los acontecimientos Por eso es preciso que estemos atentos y sepamos leer, desde la fe, los signos de los tiempos.

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 117 ss.


10.

Esta página del Éxodo es más para orarla que para explicarla. Narra experiencias tan profundas y decisivas, que lo mejor es «descalzarse» y adorar... Forzados a hablar, lo haremos «tartamudeando» como Moisés. Esta página es «uno de los pasajes culminantes del A.T.», no sólo por la revelación del nombre de Dios -su definición teológica-, sino por su manifestación histórica -definición viva y experimental-. Nos interesa saber que Dios «es» y que Dios «es el que es»; pero interesa más saber que Dios «ha visto», «ha oído», «se ha fijado», que «baja a librarnos» y «los lleva a una tierra fértil». Nos interesa saber que Dios no es el Dios de los cielos, las montañas, los ángeles, sino el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios del hombre.

Para Moisés supone el inicio de una vocación, pero tiene que descalzarse, desinstalarse, escuchar la palabra y pasar por el fuego purificador del encuentro. El pastor será profeta; el que conducía rebaños, conducirá a un pueblo.

Para el pueblo es el encuentro con propia identidad: no un pueblo esclavo, sino el pueblo de Dios liberado, el pueblo de la Pascua. Aquí se inicia la historia de su liberación, paradigma de todas las liberaciones.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Pág. 80


11.

Notas exegéticas

lectura: Éxodo 3,1-8a.13-15. "Yo soy" me envía a vosotros

- "Moisés... Ilevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios ": Es el Sinaí de la tradición yahvista. ¿Era ya un lugar sagrado anteriormente? ¿O bien es denominado "el monte de Dios" en referencia a los hechos que sucederán en él?

- "El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas": La aparición de Dios es descrita de forma indirecta: se habla del "ángel del Señor" y se hace presente a través del simbolismo del fuego: visualmente en movimiento, inaferrable, purificador... Todo conduce hacia la expresión de su santidad. Como en la vocación de los profetas, Moisés experimenta la llamada de Dios, pero al mismo tiempo el peso de su santidad. Notemos la tensión de las frases: "Aquí estoy" y "No te acerques". El signo de quitarse las sandalias lo subraya: el llamado por Dios debe vaciarse de sus propias seguridades para ponerse humildemente a la disposición de la santidad absoluta de Dios.

- "Yo soy el Dios de tus padres... ": Dios no se revela a Moisés como un dios nuevo, sino en continuidad con la revelación dada a los antiguos patriarcas. Dios no es indiferente a la situación de los hombres: "He visto la opresión", "he oído sus quejas", "me he fijado en sus sufrimientos". Y ante esto, actuará: "Voy a bajar a librarlos... a sacarlos..." El término de la liberación de Egipto será la posesión de una tierra descrita con los signos de la abundancia, tanto para el pastor como para el campesino: "tierra que mana leche y miel ". Canáan era, comparada con el desierto, un lugar fértil; pero es, además, una imagen estereotipada para indicar los bienes futuros mesiánicos que Dios promete.

- "Soy el que soy". La acción de Dios pide la colaboración del hombre, en este caso de Moisés. Moisés plantea dificultades de capacidad personal y también pide una aclaración sobre el nombre de Dios, que ahora se le manifiesta. La respuesta de Dios halla dificultades de interpretación. Tres han sido las soluciones: a) Se trataría de una respuesta evasiva: Dios no desea decir su nombre porque no está a disposición del hombre. Pero el contexto siguiente desaconseja esta lectura; b) Dios es el que es, mientras que los demás dioses no son. Pero Dios como el Ser fundamental es una lectura demasiado filosófica, alejada de la mentalidad bíblica; c) debemos darle un sentido dinámico: Dios es el que hace existir a su pueblo y se hace presente en medio de él.

J. NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1995, 4


12.

Un texto sagrado que escuchamos con temblor religioso, quitándonos las zapatillas de nuestra rutina y de nuestros prejuicios. Es una de las más importantes manifestaciones de Dios, que marca el principio de una historia salvadora.

El signo utilizado es el fuego que enciende y no destruye, así es Dios. Dios quema, purifica, transforma, transfigura, pero no mata ni aniquila. Es un Dios vivo y para la vida, y el Dios de la vida, de Abraham, de Isaac, de Jacob; no de las montañas, los ríos, los ángeles, sino de los hombres.

Dios manifiesta su nombre secreto: «El que es» y el que está, el que «ha visto», el que «ha oído», el que «se ha fijado», el que «baja a librar». ¡Dios mío, qué buena noticia! Dios tiene ojos, oídos, mano liberadora. Dios oye las quejas y se fija en los sufrimientos. Dios actúa para liberar al oprimido. Dios tiene entrañas. Dios es corazón. ¡Alaba y canta a este Dios!

Para Moisés, toda una vocación: «Ve, yo te envío», haz de dios para tu pueblo; ya no conducirás ovejas, sino personas; no temas, yo estoy contigo. Moisés tiembla y tartamudea, pero Dios es más fuerte. Todas las historias vocacionales son así.

Para el pueblo es el inicio de su vocación, el encuentro con su identidad una prolongada experiencia de Pascua.

CARITAS 1995.Pág. 80