29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
25-29

25.

Nexo entre las lecturas

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (segunda lectura). En esta frase veo resumido el mensaje central de los textos litúrgicos de este domingo tercero de cuaresma. Fuerza y sabiduría de Dios que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría del Decálogo (primera lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (Él hablaba del templo de su cuerpo): la persona de Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su paradigma.


Mensaje doctrinal

1. Jesucristo, sabiduría de Dios. La revelación de Dios es un largo y progresivo camino de sabiduría divina. Esa sabiduría se revela adaptándose a los eternos designios de Dios, pero también al desarrollo espiritual y humano de los hombres. Esto no es imperfección de Dios, sino condescendencia, aceptación de la historicidad del ser humano con todos los condicionamientos que ella comporta. Después de largos siglos en que la sabiduría divina se fue manifestando en enseñanzas, instituciones, profetas y sabios, la sabiduría de Dios se encarna en Jesús de Nazaret, pero con caracteres bastante diversos a lo esperado. Jesús dirá que no ha venido a abolir la ley sino a perfeccionarla, por eso no basta el decálogo con su amor a Dios y al hombre, es necesario añadir que se trata de amar a Dios en su misterio trinitario revelado por Jesucristo, y de amar al prójimo, incluso si es nuestro enemigo. Jesús, como nuevo templo, interioriza el culto cristiano, fundado no en sacrificios ni ritos externos, sino en la acción del Espíritu de súplica, alabanza y adoración. Tanto en uno como en otro caso, se trata de una sabiduría que mana del Espíritu de Dios, no obra del hombre ni de sus capacidades superiores.

2. La cruz, sabiduría de Cristo y del Cristiano. La sabiduría de Jesucristo brilla con una fuerza particular en la locura de la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. Para los contemporáneos de Jesús el escándalo debió de ser mayúsculo. ¡A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo! Ciertamente no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Cristo crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. Desde hace veinte siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia de la vida. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el evangelio del sufrimiento.

3. La potencia de Cristo crucificado. Ningún crucificado antes de Cristo pudo hacer de la cruz su trono y su cetro. Solamente Cristo ha podido llevar a cabo esa transformación tan imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de poder. Para los que creemos, en efecto, la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre el Dios soberano e Israel su vasallo; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. Los hombres, generación tras generación, somos reacios a entender un poco al menos este gran misterio. Quienes se dejan seducir por él y en él entran por la fe y la humildad, logran para sí la auténtica sabiduría y son capaces de despertar el interés por ella en los demás.


Sugerencias pastorales

1. Sólo se puede volar con dos alas. El hombre contemporáneo tiene un confianza sin límites en la inteligencia científica, por el hecho mismo de que ve las grandes conquistas a las que ha llegado: en el mundo astronómico, en la técnica biogenética, en la electrónica, y en cualquier forma del saber empírico. La inteligencia humana abarca otros aspectos, que necesitan un desarrollo, como la inteligencia filosófica, o la moral o la religiosa. Desgraciadamente la inteligencia en estos campos en vez de aumentar, ha ido disminuyendo en los últimos lustros. ¡Es un grande déficit en la vida y en la formación del hombre actual! Precisamente porque la inteligencia filosófica, moral o religiosa preparan o facilitan el camino hacia la fe, mientras que la científica no pocas veces lo obstaculiza o peor todavía lo liquida. Es verdad que la sola inteligencia no hace creyentes, se requiere de la fe. Pero sin el soporte de una verdadera inteligencia, la fe se convierte en fideísmo, al igual que la inteligencia sin el complemento de la fe se convierte en puro intelectualismo o en positivismo científico. ¿Cuál es tu mentalidad, la de tus familiares y vecinos? ¿Aceptas la fe como verdadera ciencia de Dios al servicio del bien del hombre? ¿Qué podemos hacer los fieles cristianos para volar, en las tareas de cada día, con las dos alas de la fe y de la razón? ¿No hay muchos cristianos que pretenden volar sólo con un ala? ¡Empresa imposible!

2. El decálogo de la oración. Jesucristo en el evangelio supera el culto ritual del templo, y lo sitúa en el interior del hombre. En 1973 el Papa Pablo VI propuso a los fieles que le escuchaban el decálogo de la oración, una manera práctica de vivir el culto interior y de expresarlo de modo adecuado a nuestro tiempo.

1) Aplicar de modo fiel, inteligente y diligente la reforma litúrgica.

2) Hacer una catequesis filosófica, bíblica, teológica, pastoral, sobre el culto divino.

3) No apagar el sentimiento religioso al revestirlo de nuevas y más auténticas expresiones espirituales.

4) La familia debe ser la gran escuela de piedad, de espiritualidad, de fidelidad religiosa.

5) Considerar el precepto festivo no sólo un deber primario, sino sobre todo un derecho, una necesidad, un honor, una fortuna.

6) Si está permitida una cierta autonomía en la práctica religiosa en grupos distintos, no debe faltar la comprensión del genio eclesial, es decir de ser pueblo, una sola alma socialmente unida, de ser Iglesia.

7) El desenvolvimiento de las celebraciones litúrgicas es siempre un acto de gran seriedad, que se debe preparar y realizar con gran esmero.

8) Los fieles colaboran al fiel cumplimiento del culto sagrado con su silencio, compostura, y sobre todo con su participación.

9) La plegaria tenga sus dos momentos propios de plenitud: el personal y el colectivo.

10) El canto, a través del cual se expresa la riqueza espiritual de los fieles cristianos.

Este decálogo sigue siendo actualísimo después de casi treinta años. El cumplimiento de este decálogo será renovador y enriquecerá la vida espiritual de cada cristiano, de los grupos, de las parroquias.

P. Octavio Ortiz


26. Instituto del Verbo Encarnado

Comentarios al Texto Sagrado  

Primera lectura: Éxodo 20, 1-17:

En este pasaje del Éxodo se nos narra la solemne promulgación del Decálogo:

- El Decálogo (= Diez Palabras = Diez Mandamientos) es el núcleo y síntesis de la Ley mosaica. Se presenta en dos formas o recensiones; La del Éxodo y la del Deuteronomio (4, 13; 10, 4). Hay que leerlo e interpretarlo como las normas que dimanan de la Alianza: Relaciones del Pueblo de la Alianza con su Dios; Relaciones entre los miembros del Pueblo de la Alianza.

- Ellos, Pueblo de la Alianza, nunca deben caer en la servidumbre de La idolatría. Vivirán en el culto del Dios Único Yahvé (1-3 Mandamientos). Dado que forman todos y cada uno la comunidad de la Alianza, comunidad teocrática, convivirán en amor, armonía, paz y libertad, cual cumple al Pueblo de Dios (4-8 Mandamientos). Y para que sean santos y justos en sus obras deben serlo en sus pensamientos y corazón (9-10 Mandamientos).

– Si Israel se mantiene fiel, nunca soya esclavo: ni de los ídolos, ni de las pasiones. ni de las seducciones: Pueblo Santo-Sacerdotal-Regio. Desgraciadamente, Israel no entró en el “espíritu” de esta Ley de la Alianza. Consideró la Ley como código de normas duras y molestas; o como un privilegio racista de inmunidad; o como un artificio mágico para doblegar a Dios y ganarlo a su favor. Los Profetas claman y protestan ante estas desviaciones e hipocresías. Exigen que sean Pueblo de Dios, en verdad, con interioridad, sinceridad y fidelidad. Con la doctrina y con el “Espíritu Santo” que nos dará Cristo de la Nueva Alianza se realizará lo que prenuncia Jeremías (31, 31-34): Renovados y purificados los corazones, el mismo Espíritu Santo será la Ley escrita en ellos: “Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré”.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 1,22-25:

La “Cruz” de Cristo es suma Sabiduría y sumo poder de Dios:

- Para Israel que esperaba un Mesías prepotente, político y dominador, la “Cruz” era un escándalo. En El tropezó también Pablo. Pero la luz de Damasco le transmudó: “He propuesto no saber otra cosa que Jesucristo, y Este crucificado (1 Cor 2, 2)- Humillóse con la oración, el ayuno, el bautismo, y lo elevó la divina misericordia (cf r. Collecta).

- En Corinto, metrópoli de la retórica, elocuencia y filosofía, la “Cruz” es una necedad inaceptable. De hecho, han llegado ya a Corinto predicadores que disimulan el escándalo de la Cruz. Pablo, temeroso de que quede adulterado el mensaje del Evangelio, escribe a los neófitos de Corinto este bello tratado de la “debilidad” y “necedad” de la Cruz, suma Sabiduría y suma Fuerza de Dios. Las formulas paradójicas y concisas que usa pasarán a ser patrimonio universal de la cultura cristiana.

- Plan humano (v 22): Prodigios (judíos) y Sabiduría (paganos). Este plan humano tropieza con Cristo Crucificado: Escándalo (judíos) y necedad (paganos). Plan de Dios: Cristo Crucificado (debilidad y necedad) es Poder superior a todo humano poder, y Sabiduría superior a toda humana sabiduría (v 25): Poder sumo y Sabiduría suma de Dios ( v 23). Es la misma doctrina de las parábolas del “Grano de mostaza” y del “Fermento” (Mt 13,31-32).

 

Evangelio: Juan 2,13-25.

En La Nueva Alianza será Jesús Nuestro Templo y Sacerdote, y Sacrificio, y Culto:

-  Este pasaje evangélico presenta a Jesús dando cumplimiento a las profecías mesiánicas de purificación del sacerdocio levítico (Mt 3, 2-5) y del Templo (Jer 7, 11; Zac 14, 21: “Y no habrá aquel día mercaderes en la Casa de Yahvé de los Ejércitos”).

-  Pero esta purificación y santificación va a tener una plenitud y radicalidad insospechadas. Caerá el Templo y su Culto. Se erigirá un Templo nuevo: El nuevo Templo, y el Nuevo Pontífice de la Nueva Alianza será Cristo. Es la preciosa enseñanza teológica que se desprende del hecho y del diálogo que narran los vv 18-22: A los sacerdotes del Templo que la exigen a Jesús presente los títulos y poderes del auto o “signo” que acaba de realizar (15-16) les responde El remitiéndoles el milagro de su Resurrección: “Destruid este Santuario”. - El “Santuario” es el propio Cuerpo de Cristo, Cuerpo del Verbo de Dios. Lo destruirán ellos. El lo reerigirá en tres días; y será el “Santuario” nuevo del nuevo culto “en espíritu y en verdad” (4, 21-24; Ap 21, 22). Los judíos nada entienden. Los Apóstoles lo entenderán tras la Resurrección y a la luz de Pentecostés (v 22).

-  Ni el Templo de Jerusalén, ni el sacerdocio de Aarón, ni los innumerables sacrificios de animales tienen valor alguno. Cristo Resucitado es el verdadero Santuario-Pontífice y Sacrificio. Cristo es nuestro Templo; y nuestro culto es espiritual, filial, intimo; es verdad, amor, vida. Y “en Cristo somos nosotros Templo santo, morada de Dios en el Espíritu Santo” (Ef 2,22). Cristo nos ha asociado a ser en El un Cuerpo, un Templo: Nosotros somos la Casa-Templo dc Cristo” (Heb 3,6). “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿No sabéis que vuestro cuerpo es Santuario del Espíritu Santo?. Glorificad, por tanto, a Dios con vuestro cuerpo” (1 Cor 6,15.19).

 

Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.

 


 

SANTOS PADRES

(Catena Aurea, cap II, v18-22.)

 

Y los judíos le respondieron, y dijeron: ¿Qué señal nos muestras de que haces estas cosas? Jesús les respondió, y dijo: destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos le dijeron: ¿En cuarenta y seis años fue hecho este templo, y tú lo levantarás en tres días? Mas Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo decía, y creyeron a la Escritura y a la palabra quo dijo Jesús. (v. 18-22)

(TEÓFILO.) Como los judíos veían que Jesús hacía tales cosas con gran poder, y decía: “No queráis hacer la casa de mi Padre casa de negociación”, le piden una señal. Por esto le dicen: “¿Qué señal nos muestras de por qué haces estas cosas?”

(CRISÓSTOMO.) ¿Pero acaso necesitaban de alguna señal para dejar de hacer lo que tan indebidamente hacían? ¿Acaso el estar poseído de este gran celo por la casa del Señor, no era el mayor de todos los signos? Los judíos se acordaban de las profecías, y sin embargo, pedían una señal, sin duda porque sentían que se interrumpiese su ganancia; ¡torpes! ¿Y querían por esto evitar que el Salvador procediese de tal manera? Sin duda querían excitarlo, o bien a que hiciese milagros o a que desistiese de hacer lo que hacía. Por lo tanto, no les da señal alguna, como respondió más adelante a los que también se lo pidieron, diciéndoles lo mismo que a aquellos: “Esta generación mala y adúltera desea una señal, pero no se le dará otra que la del profeta Jonás”. Pero entonces respondió lo mismo con más claridad; ahora se nos dice también, pero con más oscuridad: mas Aquél que se adelanta dando señales a los que no las piden, seguramente no hubiera rechazado aquí a los que las pedían, si no hubiese sido porque conoció su mala intención. Sigue, pues: “Y les dijo: destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.

(BEDA.) Cuando pedían una señal a Jesús, manifestaban que querían conocer por qué arrojaba del templo aquellos comercios acostumbrados. Respondió que aquel templo representaba el templo de su cuerpo, en el cual no habrá mancha alguna de pecado. Como diciendo: Así como purifico a este templo inanimado de vuestros comercios y maldades con mi poder, así resucitaré este cuerpo mío tres días después que haya sido muerto por vuestras manos.

(TEÓFILO) Y no se diga que los excita a que cometan un homicidio, diciendo “destruid”, sino que les da a entender que conoce lo que intentan. Oigan, pues, los arrianos, cómo el Señor es el destructor de la muerte, por cuanto dice: “Levantaré”, esto es, con su propia virtud.

(SAN AGUSTIN) Lo resucitó su Padre en realidad, a quien se dice en los salmos: “Levántame y volveré a ellos”. Pero  ¿qué hizo el Padre sin el Verbo? Por lo tanto, lo mismo que el Padre resucita al Hijo, Éste resucita también, porque el Hijo había dicho: “Yo y el Padre somos uno solo”.

(CRISÓSTOMO) Y ¿por qué les da como signo el de la resurrección? Porque esto era principalmente lo que daba a conocer que Jesús no era un puro hombre; que podía triunfar de la muerte y destruir en poco tiempo su larga tiranía.

(ORÍGENES.) Una y otra cosa, esto es, el cuerpo de Jesús y el templo, me parece que representan la Iglesia, porque ésta se levanta con piedras vivas, se convierte en casa espiritual y en sacerdocio santo por aquellas palabras de San Pablo: “Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros de miembro”.

Mas, aunque parece que se destruye la fábrica levantada con piedras, y que todos los huesos de Jesucristo habían de disgregarse con las contrariedades de las tribulaciones, sin embargo, será reconstruido y resucitado al tercer día, porque estará presente en el nuevo cielo y en la nueva tierra. Así como el cuerpo visible de Jesucristo fue crucificado y sepultado, y resucitó después, así el cuerpo total de Cristo, formado por los Santos, está crucificado con él. Cada uno de ellos en ninguna otra cosa se gloria más que en la cruz de Jesucristo, por medio de la que vive crucificado al mundo; también fue sepultado con Jesucristo, y resucitó con Él porque andaba en cierta novedad de vida, aunque todavía no ha resucitado en cuanto a la bienaventurada resurrección. Por esto no se escribió lo resucitaré al tercer día, sino en tres días; se concluye su levantamiento dentro de los tres días.

(TEÓFILO.) Cuando los judíos creían que hablaba del templo inanimado, se reían de Él. Por esto sigue: “¿En cuarenta y seis años fue hecho este templo y  tú lo levantarás en tres días?.

(ALCUINO) Y debe advertirse que no respondían ellos por la primera edificación, que se hizo en tiempo de Salomón, que duró siete años, sino de la reedificación, que se hizo en tiempo de Zorobabel, que duró cuarenta y seis, a causa de los impedimentos que les oponían los enemigos.

(ORÍGENES.) Dice alguno que deben computarse estos cuarenta y seis años desde el momento en que David habló al profeta Natán, consultándole acerca de la construcción del templo y de los medios de allegar materiales para dicha construcción. Examínese si en el número de cuarenta y seis años que se establece para la construcción del templo podrán entenderse las cuatro decenas por los cuatro elementos de que se compone el mundo, y los seis restantes porque el hombre fue creado en el sexto día. O bien este número responde a la perfección total del cuerpo del Señor; cuarenta y seis veces seis hacen doscientos setenta y seis, que computándolo en días, forma nueve meses y seis días; pero la perfección del cuerpo de Cristo, con arreglo a las tradiciones que de los antepasados ha recibido la Iglesia, comprende precisamente esos mismos días, pues se cree que fue concebido  y padeció el día octavo antes de las calendas de Abril, esto es, el 25 de Marzo, y que nació en el octavo antes de las calendas de Enero, que corresponde al 25 de Diciembre. Desde una a otra fecha se computan doscientos setenta y seis días, que abrazan cuarenta y seis veces el número senario.

(SAN AGUSTIN.) O bien: aunque el Señor tomó su cuerpo de la descendencia de Adán, no tomó su pecado; de él tomó el templo de su cuerpo, pero no la maldad, que había de arrojar de ese templo. Si se combinan cuatro nombres griegos: anatole, que quiere decir Oriente, dysis, que quiere decir Occidente, arktos, que quiere decir Septentrión, mesembria, que quiere decir Mediodía, tenemos las letras que forman e1 nombre de Adán. Se dice que e1 Señor habrá de reunir a sus escogidos de los cuatro vientos de la tierra cuando venga el día del juicio. Las letras del nombre de Adán tienen esto número, según los griegos, y allí se ve que el templo ha sido edificado en cuarenta y seis años. Tiene Adán, a que es uno y d que es cuatro, a que es uno y m que es cuarenta; y así tenemos los cuarenta y seis; pero las judíos, como eran carnales, todo lo interpretaban en sentido material, y Jesús habla en sentido espiritual; mas nos dió a conocer de qué templo hablaba por medio del Evangelista. Sigue, pues: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo”.

(TEÓFILO.) De aquí nació la contradicción de Apolinar, que deseaba demostrar que la carne de Jesucristo era inanimada, por la razón de que inanimado era el templo. Luego hace la carne de Jesucristo semejante a la piedra y a la madera con las que se construye el templo. Y si dice el Salvador, según San Juan: “Mi alma está turbada”, etc., y en otro lugar: “Tengo potestad para poner mi alma”; si no se dice esto respecto del alma racional, como se interpretarán aquellas palabras de San Lucas: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu” No podría entenderse esto en cuanto al alma racional, ni lo que se dice en el salmo 15: “No abandones mi alma en el infierno”.

(ORÍGENES) Por esto se considera el cuerpo del Señor como un templo; porque así como el templo contenía la gloria de Dios, que habitaba en él, así el cuerpo de Jesucristo, representando a la Iglesia, contiene al Unigénito, que es la imagen y la gloria de Dios.

(CRISÓSTOMO) Dos razones había que se oponían a que los discípulos del Señor comprendiesen esto: una, la misma resurrección, y otra, que era la mayor, a saber, que era Dios el que habitaba en aquel cuerpo, y que el Señor estaba oculto cuando decía: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”, etc. Y por lo tanto, añade: “Y cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que esto lo había dicho, y creyeron a la Escritura, y a la palabra que dijo Jesús”, etc.

(ALCUINO) Antes de la resurrección no entendían las Escrituras, porque aún no habían recibido al Espíritu Santo; que aún no les había sido enviado porque Jesús no había sido glorificado todavía. Mas en el mismo día de su resurrección, cuando el Señor se apareció a sus discípulos, les aclaró sus inteligencias para que comprendiesen lo que acerca de Él estaba escrito en la Ley y en los profetas. Y entonces creyeron en las Escrituras, esto es, en los profetas que habían predicho la resurrección de Jesucristo en el tercer día, y en las palabras del Salvador, cuando dijo: “Destruid este templo”.

(ORIGENES) Por analogía tocaremos el complemento de la fe en la gran resurrección del cuerpo total de Jesús, esto es, de su Iglesia, porque la fe, que entonces verá la realidad, se diferencia mucho de aquella que ahora ve por medio de un espejo y en enigma.


TEÓLOGOS

 

Santo Tomás de Aquino:  Suma Teológica, I-II, q. 28, a. 4.

Si el celo es efecto del amor

El celo, bajo cualquier aspecto que se le considere, proviene de la intensidad del amor. Porque es evidente que, cuanto más intensamente la potencia se dirige a una cosa, más fuertemente repele todo lo que a ella es contrario o incompatible; y como el amor es “movimiento hacia el objeto amado”, según dice San Agustín, el amor intenso trata de excluir todo aquello que se le opone.

Esto, sin embargo, acontece de modo distinto en el amor de concupiscencia y en el de amistad. Pues en el amor de concupiscencia el que desea intensamente alguna cosa se mueve contra todo aquello que impide la consecución o fruición pacífica del objeto que ama; y en este concepto se dice que los varones celan a sus esposas, a fin de que por la compañía de otro no se altere la exclusividad que quieren ellas. Asimismo, los que buscan destacar se vuelven contra aquellos que parecen aventajarles, como impidiendo su preeminencia; siendo éste el celo de la envidia, del cual se dice: “No envidies a los malignos ni celes de los que obran la iniquidad” (Salmo 36,1).

Mas el amor de amistad busca el bien del amigo; por lo que cuando es intenso, impulsa al hombre contra todo aquello que es opuesto al bien del amigo; y en este sentido se diece que uno tiene celo por el amigo cuando se esfuerza en rechazar tofdo lo que se hace o dice contra el bien del mismo. E igual se dice que uno tiene celo por Dios cuando procura en lo posible rechazar todo lo contrario al honor o voluntad de Dios, seg{un aquello: “me abrazo en celo por el Señor de lo Ejércitos” (1Cro 19,14). Y sobre estas palabras: “El celo de vuestra casa me devora” (Jn 2,17), dice la Glosa que “es devorado por el buen celo quien se esfuerza en corregir cuanto ve malo; y, si no puede, lo sufre y gime”.


Objeciones

1. El celo es principio de discordia, y así dice el apóstol: “habiendo entre vosotros celos y discordias, etc.” (1Cor 3,3). Pero la discordia es contraria al amor. Luego el celo no es efecto del amor.

Respuesta:  El apóstol habla allí del celo de la envidia, que, en efecto, es causa de discordia no contra el objeto amado, sino a favor de él contra lo que le es opuesto.

 

2. El objeto del amor es el bien, que es comunicativo de si mismo. Pero el celo es opuesto a la comunicación pues a él parece se debe el no sufrir compañía de otro en el objeto amado; como se dice que los maridos tienen celos de sus mujeres, a las cuales no quieren tener en común con los demás hombres. Luego el celo no es efecto del amor.

Respuesta: se ama el bien en cuanto es comunicable al amante, por lo cual todo aquello que impide la perfección de esta comunicación, se hace odioso. Y de este modo el celo es causado por el amor del bien. Más, por defecto de bondad, sucede que ciertos bienes pequeños no pueden ser poseídos íntegramente, y a la vez por muchos, y del amor de los tales resulta el celo de la envidia. Nunca de cosas que pueden ser poseídas íntegramente por los demás. Así no se envidia el conocimiento que otro tenga de la verdad –que también podemos tener nosotros– a no ser en algún caso, la excelencia de tal conocimiento.

 

3. El celo no se da sin odio, como tampoco sin amor; pues se dice: “tienes celos de los inicuos” (Salmo 72,3). No debe, por tanto, decirse que es más bien efecto del amor que del odio.

Respuesta: el que uno tenga odio a las cosas que desagradan al amado procede del amor, por lo cual el celo es, propiamente hablando, efecto del amor más bien que del odio.


AUTORES VARIOS

 

 

Fulton Sheen   

El Templo de su Cuerpo

Un templo es un lugar en el que Dios habita. ¿Cuándo existió, pues, el verdadero templo de Dios? ¿ Fue el gran templo de Jerusalén, con toda su grandeza física, el verdadero templo? La respuesta a esta pregunta habría parecido obvia a los judíos; pero nuestro Señor iba a insinuar precisamente que existía además otro templo. Multitud de peregrinos subían a Jerusalén para celebrar la pascua, y entre ellos se encontraban nuestro Señor y sus primeros discípulos después de haber permanecido breve tiempo en Cafarnaúm. El templo ofrecía una vista realmente magnifica, sobre todo desde que Herodes lo había reconstruido casi por completo y enriquecido con toda riqueza de elementos artísticos. Un año más tarde, los mismos apóstoles, desde el monte de los Olivos, se sentirían tan impresionados por su aspecto esplendoroso en medio del sol matutino, que no podrían menos de pedir al Señor que dirigiera a él sus miradas y admirase su belleza.

Resultaba, por supuesto, un problema para todo el que venía a ofrecer un sacrificio procurarse los materiales para él. Luego, además, había que someter a inspección las víctimas ofrecidas para ver si respondían a las condiciones exigidas por las normas levíticas. Por consiguiente, había un floreciente comercio de reses de sacrificio de todas clases. Poco a poco, los vendedores de ovejas y palomas se habían ido acercando cada vez más a los edificios del templo, llenando las avenidas que a é1 conducían, hasta que incluso algunos de ellos, sobre todo los hijos de Adán, llegaron a ocupar el interior del pórtico de Salomón, donde vendían sus palomas y reses vacunas y cambiaban moneda. Todo el que asistía a las fiestas estaba obligado a pagar medio siclo para contribuir a sufragar los gastos del templo. Como no se aceptaba moneda extranjera, los hijos de Anás, según refiere Flavio Josefo, traficaban con el cambio de monedas, seguramente con beneficios muy considerables. Un par de palomas llegaron a valer en cierto momento una moneda de oro, que en dinero americano representaría aproximadamente dos dólares y medio. Sin embargo, este abuso fue corregido por el nieto del gran Hillel, el cual redujo el precio a una quinta parte aproximadamente del indicado anteriormente. Alrededor del templo circulaba toda clase de monedas de Tiro, Siria, Egipto, Grecia y Roma, siendo ocasión de un próspero mercado negro entre los cambistas. La situación era lo suficientemente deplorable para que Cristo llamara al templo “cueva de ladrones”; efectivamente, el mismo Talmud protestaba contra aquellos que de tal modo profanaban el santo lugar.

Entre los peregrinos se produjo el más vivo interés cuando nuestro Señor entró por primera vez en el sagrado recinto. Ésta era al mismo tiempo su primera aparición pública ante la nación y su primera visita al templo en calidad de Mesías. Ya había obrado su primer milagro en Caná; ahora iba a la casa de su Padre para reclamar sus derechos de Hijo. Nuestro Señor, al encontrarse ante aquella absurda escena, en que los orantes se hallaban mezclados con las blasfemas ofertas de los mercaderes, y donde el tintineo del dinero se confundía con los mugidos de los novillos, se sintió invadido de ardiente celo por la casa de su Padre. Cogiendo algunas cuerdas que había por allí, y que probablemente servían para sujetar las reses por el cuello, hizo un pequeño látigo. Con este látigo procedió a expulsar a los animales y a los aprovechados mercaderes. La impopularidad de tales explotadores y su temor al escándalo público fueron probablemente la causa de que no opusieran resistencia al Salvador. Una escena de indescriptible confusión se produjo entonces, con las reses corriendo de un lado para otro y los cambistas recogiendo afanosos las monedas que habían rodado por el suelo cuando el Salvador les volcó las mesas. Jesús abrió las jaulas de las palomas y las soltó.
 

 ¡Quitad estas cosas de aquí! ¡No hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio! (Juan 2, 16).
 

Incluso las personas que se hallaban más íntimamente unidas al Salvador debieron de mirarle asombrados cuando, con el látigo en alto y los ojos llameantes, decía:

 

Mi casa será llamada casa de oración por todas las naciones; pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones. (Mc 2,17)

 

Y sus discípulos se acordaron de que estaba escrito:

 

El celo por tu casa me consume. (Juan 2, 17)

 

Aquella parte del templo de la cual nuestro Señor expulsó a los mercaderes era conocida como el pórtico de Salomón, la parte oriental del atrio de los Gentiles. Esta sección del templo debía servir como símbolo de que todas las naciones del mundo eran bien recibidas, pero los comerciantes la estaban profanando. Cristo demostró que el templo no era sólo para Jerusalén, sino para todas las naciones; era una casa de oración tanto para los magos como para los pastores, tanto para las misiones extranjeras como para las misiones nacionales.

É1 llamó al templo “la casa de mi Padre”, afirmando al propio tiempo su parentesco de hijo para con el Padre celestial. Los que fueron echados del templo no pusieron sus manos sobre É1 ni le reprocharon que estuviera haciendo algo malo. Simplemente le pidieron una señal de garantía que justificara su manera de obrar. Viéndole allí majestuosamente erguido, en medio de las monedas esparcidas por el suelo y las reses y palomas que huían de un lado para otro, le preguntaron:

 

¿Qué señal nos muestras, ya que haces estas cosas? (Juan 2, 18)

 

Estaban desconcertados ante su capacidad de justa indignación(que constituía el reverso del carácter benévolo manifestado en Caná), y le pedían una señal. Ya les habla dado una señal de que era Dios, puesto que les había dicho que profanaban la casa de su Padre. Pedirle otra cosa era como pedir una luz para ver otra luz. Pero les dio una segunda señal:

 

Destruid este templo, y yo en tres días lo edificaré. (Juan 2,19)

 

La gente que escuchó estas palabras no las olvidó nunca más. Tres años más tarde, durante el proceso, volverán a hacer mención de ellas, tergiversándolas ligeramente, al acusarle de haber dicho:

 

Yo derribaré este templo, que es hecho de mano, y en tres días edificaré otro no hecho de mano. (Mc 14, 58)

 

Recordaron de nuevo sus palabras cuando El pendía de la cruz:

 

¡Ea! , tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas,  ¡sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz! (Mc 15, 29)

  

Estaban obsesionados todavía por sus palabras cuando pidieron a Pilato que tomara precauciones poniendo una guardia en su sepulcro. Entonces comprendieron que se había referido no precisamente a su templo de piedra, sino a su propio cuerpo.

 Nos acordamos de que aquel impostor dijo mientras vivía aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el día tercero; no sea que vengan de noche sus discípulos y le hurten. (Mt 27, 63-64)

 

            El tema del templo resonó de nuevo en el proceso y martirio de san Esteban, cuando los perseguidores le acusaron de que:

 

Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este santo lugar. (Act 6, 13)

 

En realidad, les estaba desafiando al decirles: “Destruid”. No les dijo “Si destruís...”. Les estaba desafiando directamente a que pusieran a prueba su poder de rey y de sacerdote por medio de la crucifixión, y Él les respondería por medio de la resurrección.

Es importante advertir que en el texto griego original del evangelio nuestro Señor no usó la palabra hieron, que era el término griego corriente para designar el templo, sino más bien empleó la palabra naos, que significaba el lugar santísimo del templo. Había estado diciendo, en efecto: “El templo es un lugar en que Dios habita. Vosotros habéis profanado et antiguo templo; pero existe otro Templo. Destruid este nuevo Templo, crucificándome, y en tres días lo levantaré de nuevo. Aunque vosotros queráis destruir mi cuerpo, que es la casa de mi Padre, por medio de mi resurrección yo haré que todas las naciones entren en posesión del nuevo Templo.” Es muy probable que nuestro Señor señalara con ademán hacia su cuerpo al decir tales palabras. Los templos pueden construirse de carne y de huesos de la misma manera que se construyen de piedra y madera. El cuerpo de Cristo era un Templo porque en Él estaba morando corporalmente la plenitud de Dios. Sus provocadores le respondieron al punto con esta otra pregunta:

 

Cuarenta y seis años estuvo edificándose este templo; ¿ y tú en tres días lo levantarás? (Juan 2,21)

 

Probablemente se referían al templo de Zorobabel, cuya edificación había durado cuarenta y seis años. Fue comenzado en el primer año del reinado de Ciro, en 559 a. de J.C., el año noveno de Darío. También es posible que se refirieran a las reformas efectuadas por Herodes, y que quizá habían durado hasta entonces cuarenta y seis años. Las reformas habían empezado hacia el año 20 a. de J.C. y no terminaron hasta el año 63 d. de J.C. Pero, según Juan escribió:

 

El hablaba del templo de su cuerpo;  y cuando hubo resucitado de entre los muertos,  acordáronse sus discípulos de que había dicho esto. (Juan 2, 22)

  

El primer templo de Jerusalén se hallaba asociado a la idea de grandes reyes, tales como David, que lo había preparado, y Salomón, que lo había construido. El segundo templo evocaba los grandes caudillos del regreso de la cautividad; este templo vinculado a la casa real de Herodes. Todas aquellas sombras de templos habían de ser superadas por el verdadero Templo, que ellos destruirían el día de viernes santo. En el momento en que lo destruyeran, el velo que cubría el lugar santísimo sería rasgado de arriba abajo; y el velo de su carne también sería desgarrado, revelando de esta manera el verdadero lugar santísimo, el sagrado corazón del Hijo de Dios.

Usaría la misma figura del templo en otra ocasión en que habló a los fariseos y les dijo:

 

Mas yo os digo que en este lugar hay uno mayor que el templo. (Mt 12, 6)

 

Esta fue la respuesta que les dió cuando le pidieron una señal. Ésta sería su muerte y su resurrección. Posteriormente prometería a los fariseos la misma señal, bajo el símbolo de Jonás. Su autoridad no sería demostrada solamente por medio de su muerte, sino también por medio de su resurrección. La muerte sería producida a la vez por el corazón malvado de los hombres y por la propia voluntad de Él; la resurrección sería únicamente obra del poder omnímodo de Dios.

En aquel momento estaba llamando al templo la casa de su propio Padre. Al abandonarlo por última vez tres años más tarde, ya no le llamó la casa de su Padre, puesto que el pueblo le había rechazado a Él, sino que dijo:

 

Pues bien: vuestra casa quedará desierta. Mt 23, 38

 

Ya no era la casa de su Padre; era la casa de ellos. El templo terrenal deja de ser la morada de Dios tan pronto como se convierte en centro de intereses mercenarios. Sin Él, ya no era templo alguno.

Aquí, como en otras partes, nuestro Señor estaba demostrando que Él era el único que vino a este mundo para morir. La cruz no era algo que viniera al fin de su vida; era algo que se cernía sobre Él desde el mismo comienzo. Él les dijo: “Destruid”, y le dijeron ellos: “Seas crucificado”. Ningún templo fue más sistemáticamente destruido que su cuerpo. La cúpula del Templo, su cabeza, fue coronada de espinas; los cimientos, sus sagrados pies, fueron desgarrados con clavos; los cruceros, sus manos, fueron extendidas en forma de cruz; el santo de los santos, su corazón, fue traspasado con una lanza.

Satán le tentó a que realizara un sacrificio visible pidiéndole que se arrojara desde el pináculo del templo. Nuestro Señor rechazó esta forma espectacular de sacrificio. Pero, cuando los que habían profanado la casa de su Padre le pidieron una señal, Él les ofreció una clase de señal diferente, la de su sacrificio en Ia cruz. Satán le pidió que se precipitara desde lo alto; ahora nuestro Señor estaba diciendo que, efectivamente, sería arrojado al abismo de la muerte. Su sacrificio, sin embargo, no sería una exhibición, sino un acto de humillación de sí mismo, humillación redentora. Satán le propuso que expusiera su Templo a una posible ruina por exhibicionismo, para deslumbrar a la gente; pero nuestro Señor expuso el Templo de su cuerpo a cierta ruina por la salvación y expiación. En Caná dijo que la hora de la cruz le llevaría a su resurrección. Su vida pública daría cumplimiento a estas profecías.

 

Aclaración: Material tomado de Fulton Sheen ,Vida de Cristo, ed. Herder, Barcelona, p. 82 ss


EJEMPLOS PREDICABLES

 

El celo de santa Margarita Maria de Alacoque.

“Al salir de la oración para ir a cortar el pan (era Margarita refitolera) de las esposas de mi Amado, me seguía El con una pesada carga que quería poner sobre mis hombros, y bajo cuyo peso habría ciertamente sucumbido si no fuera El mi fortaleza, y me dijo: “¿Quieres soportar el peso de mi santidad de justicia  que estoy dispuesto a descargar sobre ese religiosa ?” -y me la mostró-.

Me arrojé en el acto a sus pies, y le dije: “Consumidme hasta la medula de los  huesos antes que perder a esa alma, que tanta sangre os ha costado... No perdonéis mi vida; 1a sacrifico a vuestros intereses.”

Me levanté del suelo cargada con un peso tan abrumador, que apenas podía arrastrarme, y me sentí abrasada de un fuego tan ardiente, que me penetraba hasta la médula de los huesos. Tuve dar con mi cuerpo en cama, y sólo Dios sabe lo sabe lo que entonces sufrí . Eran grandes mis males y se acrecentaban con los remedios que me daban y con el excesivo cuidado que tenían de mí. Por mi parte hubiera deseado yo verme abandonada de todas las criaturas para ser semejante a mi amor crucificado” (cf. P. José María Sáenz de Tejada, Vida y obras completas de Santa Margarita María de Alacoque, Bilbao, 1948 p.174).

 “En otra ocasión me mostró la Santísima Virgen al Sagrado Corazón de Jesús como un manantial de agua viva, en donde había cinco caños, por los cuales corría gustosamente hacía cinco corazones de esta comunidad por El  escogidos para llenarlos con aquella divina abundancia. Había otros cinco debajo que recibían también mucha, pero por  su culpa dejaban escapar aquella agua preciosa.

Mostráronseme otra vez cinco corazones que su Corazón amoroso estaba dispuesto a rechazar porque ya no podía mirarlos sino con horror.  Lejos de desear saber yo quiénes eran, pedí, por el contrario, no saber nada. No podía menos, ante semejante cuadro, derramar abundantes lágrimas y clamar: “Bien podéis, Dios mío, destruirme y anonadarme; pero no os dejaré hasta que me  hayáis concedido la conversión de esos corazones.” Mucho tuve que sufrir, sin embargo, antes de conseguirlo. No es más horrible el infierno que un alma privada de amor.”(cf. ibid., p.178-179).

  

La primera oveja de Don Bosco.

Don Bosco vio claro todo esto. Desde entonces preocupóle sin descanso la idea de moralizar los niños -que pululaban en los suburbios de Turín-, apartándolos del abismo del mal, y traerlos al conocimiento, amor y servicio de Dios.

Cuando su cabeza y corazón eran agitados por este gran pensamiento, una circunstancia imprevista, o mejor, la mano de Dios, le presentó la primera oveja. Yendo un día a celebrar, encuentra en la sacristía un muchacho, que, convidado a ayudar a la misa, como quiera que no sabe, se niega a hacerlo. Pero Don Bosco afectuosamente le llama a sí y con él entabla el siguiente diálogo:

-¿Cómo te llamas, mi buen amigo?

-Me llamo Bartolomé Garelli.

-¿De donde eres?

-De Asti.

-¿Vive tu padre?

-No.

-¿Y tu madre?

-Tampoco.

-¿Cuantos años tienes?

-Quince.

-¿Sabes leer y escribir?

-No sé nada.

-¿Has hecho la primera comunión?

-No.

-¿Y no vas al catecismo?

-No, porque, como no sé nada, me daría vergüenza estar entre los demás.

-Y si yo te enseñara la doctrina cristiana,  ¿quisieras aprenderla?

-Con mucho gusto.

Entonces Don Bosco exclama:  ¡Pobres muchachos! por sí  no serían malos, pero se pervierten porque están abandonados, descuidados, solos, ignorantes.

Y en el misma día comenzó a enseñarle a santiguarse y a echar la base de una cristiana educación.

Puede decirse que aquel día nació la obra salesiana, esto es, en la hermosa festividad de la Inmaculada Concepción de Maria Santísima, el 8 de diciembre de 1841.” (cf. Los titanes de la santidad, ediciones Anaconda, Buenos Aires: Don Bosco, p.272-223).

 

Arriba

 


 

GUIONES HOMILÉTICOS

 

 

El templo[1]

 

I. Grandiosidad del templo de Jerusalén.

Jesucristo entra a los doce años al templo de Jerusalén. Contempla con sus propios ojos la magnificencia de aquel edificio: los grandes atrios, el  pórtico de Salomón, el altar de los holocaustos, el candelabro de los siete brazos, el oro y mármol con que estaba construida aquella casa

 

II. La verdadera grandeza por ser casa de Dios.

A. Ni por el oro, ni por el mármol, ni por la arquitectura era grandioso el templo de Jerusalén. La auténtica grandeza era de un orden espiritual, bien que simbólico. Aquel edificio era grande, porque era “la casa de Dios”. “Y dijo David: Esta será la casa de Yahvé Dios y aquí estará el altar de los holocaustos para Israel” (1Cro. 22,1).

B.   Históricamente tal fue la idea que movió a David y Salomón a acumular riquezas en el templo.

a) “Pues el templo que quiero edificar ha de ser grande, ya que grande es nuestro Dios” (2 Cro 2,4).

b) Abundan los pasajes de la Sagrada Escritura donde se dice que el templo era la casa del Señor: así en la sublime plegaria de Salomón al dedicarlo (1Re. 8,13).

c) Cuando acabó de recitarla “descendió del cielo fuego que consumió los holocaustos y las víctimas, y la gloria de Yahvé llenó la casa” (2Cro 7,1).

d) “No podían los sacerdotes estar en la casa de Yahvé, porque la gloria de Yahvé llenaba la casa” (Ibid., 2).

 

III. Caracteres espirituales del templo de Jerusalén.

 En todo el capítulo 7 del libro segundo de las Crónicas se se describe la grandeza espiritual del templo. El temple es:

A. La casa de la gloria y majestad de Dios (v.1.2.16)

B. El lugar del sacrificio, para rey y súbditos, ricos y pobres (v 4 y 12).

C. El lugar de la plegaria, que será escuchada por Dios. En este sentido dice también la escritura: “Tú, Señor, que has elegido esta casa para que en ella fuese invocado tu nombre y fuese casa de oración y de plegaria para tu pueblo” (1Mac. 7,37).

 

IV. Jesucristo aumentó la gloria del templo.

A. El templo de Salomón era la casa de Dios. Allí se guardaba el arca de la alianza. Allí el maná y la vara de Aarón. Todo simbólico.

B.  El templo fue destruido y reedificado. El nuevo templo tendría más gloria.

a) “Haré temblar a las gentes todas, y vendrán las preciosidades de todas las gentes, y henchiré de gloria esta casa, dice Yahvé Sebaot” (Ag. 2,7).

b) “La gloria de esta postrera casa será más grande que la de la primera, dice Yahvé Sebaot, y en este lugar daré yo la paz, dice Yahvé Sebaot” (ibid., 9).

 

V.  Jesucristo y el templo.

A. Jesucristo mira al templo como la casa de su Padre

B.  Jesucristo va a celebrar la Pascua y ofrecer los sacrificios

C. Jesucristo la llama “su casa” (Lc. 19,46).

D. Jesucristo afirma que es casa de oración: “Mi casa es casa de oración” (Lc. 19,46).

E.  Jesucristo echa del templo a sus profanadores y se aira: “El celo de tu casa me consume” (Jn. 2,17).

 

VI. El templo cristiano.

A. Las mismas características del templo del Antiguo Testamento. Es casa de Dios, lugar de la oración y del sacrificio.

B.  Supera en mucho al del Antiguo Testamento:

a) Allí todo era simbólico. Aquí no.

b) Allí está Cristo real y sustancialmente presente.

c) En La cuna de la Iglesia los cristianos tienen que reunirse en las casas particulares para hacer de ellas lugares de oración.

d) Cuando comienzan a edificarse las iglesias, se construyen grandes, ricas y hermosas, porque son la casa de Dios.

e) La liturgia despliega todas sus pompas en la dedicación de los templos.

C. La Iglesia añade una nueva idea que viene a confirmar la anterior: el templo es un cielo en la tierra.

a) “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado de Dios (Apoc. 21,2).

b) En el cielo la Iglesia triunfante en torno al Cordero, y en el temple, la Iglesia militante en torno al Sagrario.

c) En la Iglesia, realmente “Dios está con nosotros”. De aquí su esplendor y su riqueza, que no pueden comprender los enemigos que las censuran. Y de aquí nuestro esfuerzo en llevar a la Iglesia lo mejor.

 

VII. Santidad del templo.

A. El templo exige veneración y respeto. Decencia en el vestido..., recogimiento interior..., compostura corporal..., silencio.

B.  Otras aplicaciones del tema serían:

a) La visita frecuente al templo.

b) La plegaria en el templo, “lugar de oración”. Es la casa donde vive Jesucristo.

c) El verdadero cristiano no solamente debe amar el templo, sino frecuentarlo.


 

El celo vengador

 

I. Dos escenas antagónicas.

A. Se nos refieren en el evangelio de hoy dos escenas distintas y diría que antagónicas.

a) Una de ellas as el llanto de Jesucristo sobre la ciudad de Jerusalén.

b) La otra, la expulsión por parte de Cristo de los mercaderes del templo de Jerusalén.

B.  Lágrimas y látigo.

a) A primera vista, dos cosas contradictorias.

1. Las lágrimas manifiestan amor, misericordia, ternura, bondad.

2. El látigo, justicia, venganza, ira, etc.

b) Las dos, sin embargo, pueden agruparse y conciliarse.

1. Las dos indican maravillosamente que Cristo es hombre perfecto, con aquellas pasiones que no implican imperfección moral alguna.

2. Pero, además, las dos, en este caso, son manifestaciones del celo justiciero o vengador de Jesucristo.

 

II.   La expulsión de los vendedores.

A. Fue un acto de ira.

B.  La ira, como pasión del apetito irascible, ni es buena ni mala.

a) En un hombre cualquiera será buena si es conforme, a la razón, y mala. por el contrario, si es disconforme.

b) En Cristo, todas las pasiones fueron      ordenadas y buenas.

C. La ira o apetito de venganza será, pues, pecado cuando alguno trate de vengarse fuera del orden de la razón. Es claro que en este sentido no pudo existir en Cristo.

D. Pero el apetito de venganza, si es conforme al orden de la razón y de la justicia no solamente no es pecado, sino que es bueno y laudable.

a) En este sentido se llama a la ira celo, ya que “el celo es un amor intenso que no sufre el menoscabo del bien amado y que procura rechazar lo contrario a la persona amada” (cfr. Suma Teológica, I-II, 28, 4.).

b) Este celo o ira existió en Cristo: “El celo de tu casa me devora” (Jn 2,17).

c) Es devorado -dice San Agustín- por el celo de la casa de Dios el que trata de corregir todo lo malo que ve, y si no puede conseguirlo, tolera y gime (Comentario a San Juan, 10).

 

III. Las lágrimas.

A. Son manifestación del celo. Lo acabamos de decir con palabras agustinianas: “Si no puede conseguirlo, tolera y gime”.

B.  ¿Por qué llora Cristo?

a) Llora Cristo porque ama a su pueblo y ve destruido el tesoro artístico e histórico de los suyos.

b) Llora además, y sobre todo, por el celo de la gloria de Dios.

1. El pueblo judío, hijo de Dios, pueblo de Dios, no ha sabido corresponder al amor del Padre... Se ha profanado con monstruosas infidelidades que culminan en la crucifixión de Cristo.

2. Cristo tiene que castigar necesariamente esta profanación. La gloria de Dios exige el castigo. Lo reclama también su justicia “por no haber conocido el tiempo de tu visitación” (Lc. 19,44).

c) Cristo llora porque Él hizo cuanto pudo por salvarle, y el pueblo no quiso: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como el ave a su nidada debajo de las alas, y no quisiste!” (Lc 13,35).

 

IV. Justicia de Cristo.

A. El celo de Cristo está lleno de misericordia y de justicia. Es infinito en ésta como en aquella. Porque es justo, emplea el látigo. Por esto mismo prorrumpe en lágrimas.

B.   Terrible es la justicia de Dios. En la otra vida será perfectísima; en esta es tan solo imperfecta, pero terrible también.

a) La maldición de la higuera (Mt. 21, 19 ss.) enseña elocuentemente que, si no se fructifica con la gracia de Dios, nos hacemos reos de su castigo.

b) La destrucción de Jerusalén es como una confirmación histórica de lo expresado en la parábola.

C. Una y otra constituyen para el cristiano un símbolo de lo quo le está reservado si no corresponde con fidelidad a la gracia de Dios.

a)     Cuanto el cristiano posee lo ha recibido de Dios: La existencia, el cuerpo y el alma, la inteligencia y el corazón...

b) Muchas veces en el decurso de la vida ha enviado el Señor distintos mensajeros para señalarle el verdadero camino: sermones, consejos, lecturas..., sobre todo la conciencia, nuncio o pregonero de Dios, que nos acompaña  inevitablemente y nos marca lo que hemos de hacer o evitar.

c) ¿Cuál ha sido nuestra correspondencia? ¿Somos soberbios, ambiciosos, sensuales? ... Quizás confesamos de palabra al verdadero Dios, pero tenemos nuestro corazón mas apegado a las criaturas. Una vida que apenas ha producido o ha producido muy poco por Dios.

 

V. Exhortación.

A.          Tomando las palabras de la epístola, terminaremos con la misma amonestación que hacia San Pablo a los de Corinto: “Todo lo que sucedió a los judíos, les sucedió en figura y ha sido escrito para nuestra corrección” (1Cor. 10,11).

B. Si queremos evitar la justicia do Dios, sigamos los consejos del Apóstol:

a) “Hermanos, no nos abandonemos a los deseos malvados, llenos de concupiscencia, como hicieron los Judíos. No os hagáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: “Se puso en pie el pueblo para comer y beber, y ellos se levantaron para jugar. Ni cometamos impurezas, corno algunos de ellos las cometieron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos a Cristo, como algunos de ellos lo tentaron, y perecieron por la serpiente. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el exterminador (1Cor 10,6-10).

b) En una palabra: “¡Oh cristianos!, sed fieles a las exigencias de Dios.


[1] Este tema puede dar pie para hablar de las necesidades materiales de la Iglesia, o parroquia en que se predica; para suplicar el donativo de los fieles, con que atender a la construcción reparación o decoración, adorno de altares, etc. Se prescinde, sin embargo, de esta aplicación que fácilmente podrá deducir el predicador del tono espiritual en orienta el guión.


 

27. Por Neptalí Díaz Villán CSsR.

 

EL DECÁLOGO

 

“Las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad” (Francisco de Paula Santander). Dentro del grupo de Hapirú y Shasú (mercenarios, cabreros, campesinos, esclavos, etc) que se agruparon en las montañas de Judea, el más paradigmático fue el liderado por Moisés y Aarón, que llegaba huyendo de la esclavitud en Egipto. Su testimonio de lucha para escapar y para pasar por un inmenso y peligroso desierto, lo convirtió en un ejemplo a seguir.

 

Allí, en las montañas de Judea, estaban alejados de las ciudades estado cananeas y del poderoso imperio Egipcio, pero allí mismo aparecían nuevos amos que intentaban tomarse el poder. Por eso se dieron muchos conflictos entre ellos mismos. Aunque no estaban bajo el dominio de algún imperio, todavía no se podían considerar pueblo propiamente dicho, hasta que se organizaran con una ley que garantizara la justicia y el derecho para todos, y funcionara debidamente.

 

Poner de acuerdo a estos grupos tan diferentes y siempre dispuestos a defenderse de los demás, no debió ser tarea fácil. Sin duda allí la mano de Dios tuvo que actuar.

 

Todo gobierno en el mundo antiguo actuaba en nombre de los dioses. El pueblo de Israel no fue la excepción; por eso la ley se promulgó en nombre del Dios en el cual ellos creían. Los dioses representaban la identidad de un pueblo. Encerraban su historia, sus costumbres, su concepción de mundo, y demarcaban su proyecto.

 

El decálogo quiso ser la hoja de ruta para garantizar que el pueblo en formación viviera independiente de los demás pueblos que intentaban esclavizarlo (los ídolos), y construyera la libertad. El decálogo quiso garantizar un orden generador de libertad y bienestar para todos, empezando por reconocer y seguir el nombre de Dios y por respetar a los demás seres humanos.

 

El Decálogo no es la novedad cristiana, pero sin lugar a dudas es un gran testimonio de organización a partir de una experiencia profunda con el Dios que salva, y sigue teniendo validez ética-moral, aunque sabemos que para nosotros los cristianos nuestra máxima ley es Cristo, y más que la ley escrita debemos descubrir el espíritu de la ley, reinterpretarla a la luz del evangelio y de los acontecimientos, y vivir lo más honestamente posible de cara a Dios y de cara al ser humano.

 

LA TOMA

El Cuarto Evangelio (Juan) nos presenta el relato de la purificación del templo al principio del ministerio público de Jesús, para darle realce a tal acontecimiento y para presentar con Jesús, el nacimiento de una nueva forma de vivir la experiencia religiosa. Recordemos que el evangelio de Juan es el menos histórico y el más simbólico de todos los evangelios.

 

El templo era el centro de las instituciones y el vano orgullo del pueblo dada la fastuosidad de su construcción. Quería ser el símbolo de la unidad nacional, de la gloria y del poder de Dios. Pero se había convertido en un centro de corrupción y en un elemento justificador de la explotación a la gente.

 

Todo el mundo tenía algo que ver con el templo. Desde los 21 años cada persona debía pagar el tributo al templo, aún aquellos judíos de la diáspora, o sea los que vivían fuera de Palestina en diferentes partes del imperio romano, los cuales canalizaban grandes cantidades de dinero. El templo se había convertido en un gran negocio, en una especie de banco antiguo con gran poder. Debido a que la moneda imperial se consideraba sacrílega y no se podía pagar el “sagrado” tributo, el templo imprimía su propia moneda para el cambio, trabajo que unos comisionistas hacían con buenos dividendos para ellos.

 

Había sacrificios de primera, de segunda y de tercera. Los principales sacrificios se hacían con toros y ovejas. Algo a lo cual no todo el mundo podía acceder debido a los costos. El toro era el símbolo del poder, de los hacendados y ganaderos que habían impuesto al primer rey de la historia del pueblo (Saúl) y seguían dominando y excluyendo a los empobrecidos por ellos mismos. Los más pobres mandaban ofrecer su sacrificio con palomas.

 

Todo judío llegaba a Jerusalén con una profunda fe y con la esperanza de encontrarse con Dios. Jerusalén era la ciudad Santa, donde estaba el Santo templo del Altísimo atendido por los santos sacerdotes y levitas. El lugar donde se hacían los santos sacrificios y donde se pagaba el sagrado tributo. El lugar del encuentro con Dios.   

 

Jesús llegó sin duda con esta idea. Como sabemos, él era de Nazareth, a varios días de camino, que recorrían los creyentes con fe y con ánimo de encontrarse con el Señor. Pero todas sus esperanzas fueron frustradas al conocer la cruda realidad, la gran traición a la gente y a Dios. “El celo por tu casa me devora, los insultos de los que te hacen recaen sobre mí” (Sal 69,10). Sabiendo como era Jesús, su reacción no podía ser otra que manifestarse y denunciar, tomarse el templo pacíficamente.

 

La acción se cumplió en el atrio del templo, en el llamado atrio de los gentiles, donde se daba todo el comercio. Fue un mal día para los empleados oficiales y rebuscadores que se ganaban la vida vendiendo una palomita para el sacrificio, algo de comer o de tomar para satisfacer las necesidades primarias o algún producto para llevar de recuerdo. Pero la toma no fue tanto contra los pequeños vendedores que se ganaban la vida rebuscándose unas monedas para comer, sino contra toda la estructura económica e ideológica que sostenía semejante monstruo con piel de oveja.

 

Si era el templo de Dios debía mostrar su rostro misericordioso y generar libertad, pero era elemento de opresión, de engaño. Si era la casa del Padre debería continuar con el proyecto salvador de Dios, debía ser un lugar de encuentro y de acceso libre, donde el pueblo sintiera la presencia de Dios que camina con él en las luchas de cada día. Pero las autoridades lo tenían secuestrado y extorsionaban al pueblo; lo habían aislado y convertido en amenaza mortal, en instrumento que fundamenta el orden discriminatorio y en el medio perfecto para acrecentar las arcas de los comerciantes y de los principales sacerdotes. Además, por orden del imperio, se ofrecían sacrificios por el bienestar del emperador romano. Estaba convertido en una cueva de bandidos, de asaltantes bien organizados, con licencia para robar; en un templo de adoración a Mamón (término con el que designaban el dinero mal habido).

 

La manifestación de Jesús y sus acompañantes provocó una parálisis en las actividades del templo. Algunos estudiosos ven aquí una toma armada del poder al estilo celota (guerrilleros de la época). Pero Jesús no actuó de forma violenta; si hubiera sido violenta habrían intervenido los soldados romanos, pero no fue así. Fue una manifestación pacífica, de rechazo a la opresión, que permitió desenmascarar la estructura excluyente y marginadora del centro judío, que había retenido para sí la alianza y el acceso a ella.

 

¿Quería Jesús acabar con el templo? ¿O quería que el templo fuera un medio para salvar al pueblo? Sobre esto hay opiniones encontradas. Lo que si es claro es el Espíritu con el cual se hizo la toma del templo: un rechazo a toda forma de esclavitud y a la justificación de la opresión en nombre de Dios, para mostrar a un Dios cercano que acompaña al pueblo en sus procesos de salvación. Toda institución religiosa cristiana, toda acción, toda estructura y todo proyecto, debe generar vida. De lo contrario pierde sentido y entonces es mejor acabarlo y construir algo nuevo.

 

En la redacción final del evangelio, esto es muy claro. El templo ya no era lugar de encuentro con Dios. Cuarenta y seis años habían durado construyéndolo y restaurándolo, y no habían terminado. Jugando con los números podríamos decir que era la perfección de la imperfección. Una falacia escondida bajo un manto sagrado.

 

Las autoridades que le reclamaron a Jesús, mantenían semejante mentira, mientras destruían  el templo vivo, el ser humano, como hicieron con él. Pero a partir de esa experiencia extrema y dolorosa surgió algo nuevo. “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. (Es una clara alusión a la muerte y resurrección de Jesús). Tres significa el tiempo en que Dios actúa y lo nuevo que surge a partir de la experiencia con Jesús.

 

Nos corresponde hoy revisar si estamos siendo fieles al Espíritu del Señor. Nos corresponde estar muy atentos y vigilantes, como dice el evangelio, porque en no pocas ocasiones los lobos se visten con pieles de ovejas, porque nuestra debilidad humana puede hacernos utilizar el camino de Jesús, como excusa para satisfacer nuestros mezquinos intereses.

 

Señor: Tú que tienes palabras de vida eterna y penetras el interior de cada uno, arranca de nuestros corazones todo interés mezquino y egoísta. No permitas que con nuestro apoyo ideológico o con nuestra indiferencia, nos convirtamos en legitimadores de la insultante concentración de riqueza de nuestro mundo que condena a la marginalidad a tantos seres humanos[1]. Ayúdanos a ser justos y veraces. Ayúdanos a estar vigilantes ante cualquier desviación de tu proyecto y confiados en tu gracia salvadora que supera nuestras limitaciones humanas. Ayúdanos a construir iglesias renovadas con tu amor misericordioso, templos vivos[2] donde sobreabunde la gracia y familias gestoras de un nuevo mundo donde podamos sonreír.

 

Oraciones de los fieles

1.    Por toda la Iglesia: para que cada día sea un signo más claro de reconciliación, de servicio fraterno y de culto en espíritu y verdad. Roguemos al Señor.

2.    Por los que sufren, los enfermos, los presos, y los que no han podido venir a nuestra celebración: para que participen en la gracia de esta Eucaristía. Roguemos al Señor.

3.    Por los catecúmenos que se preparan para el bautismo: para que el Señor haga de ellos piedras vivas y templo espiritual en su honor. Roguemos al Señor.

4.    Por las naciones del mundo: para que reine la paz y cesen de una vez y por todas: las guerras y el odio. Roguemos al Señor.

5.    Por los que estamos aquí presentes: para que aprovechemos las ocasiones que nos ofrece este tiempo: la Eucaristía diaria, las estaciones cuaresmales, las vigilias, los ayunos y las obras de caridad fraterna. Roguemos al Señor.

 

Exhortación final:

Gracias, Padre, porque tanto amaste al mundo que nos diste

a tu Hijo, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Su pasión y su cruz son escándalo para unos y necedad para otros,

pero fuerza y sabiduría salvadoras de Dios para los que creemos.

Por medio de Jesús estableciste con tu pueblo una alianza nueva

en la que él mismo es la religión, el culto y el templo nuevos.

 

Queremos ser piedras vivas del templo de la Iglesia,

transvasando la fe, el culto y la religión a la vida diaria,

al mundo a la familia, al trabajo, a los hermanos todos.

Así podremos adorarte y darte culto como tú quieres:

con una religión auténtica en espíritu y en verdad.

 

Amén.

 

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 258)

 


 

 

28.

Predicador del Papa: Los mandamientos no son límite, sino clave para ser feliz
El padre Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, jueves, 16 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario de las lecturas de la liturgia eucarística del próximo domingo (III de Cuaresma) del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia—, quien tiene como encargo iniciar el viernes su serie de predicaciones al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana con ocasión de este tiempo litúrgico.

* * *

III Domingo de Cuaresma B

(Éxodo 20, 1-17; 1 Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25)

Los diez mandamientos

El Evangelio del tercer domingo de Cuaresma tiene como tema el templo.
Jesús purifica el antiguo templo, expulsando del mismo, con un látigo de cuerdas, a vendedores y mercaderías; entonces se presenta a sí mismo como el nuevo templo de Dios que los hombres destruirán, pero que Dios hará resurgir en tres días.

Pero esta vez desearía detenerme en la primera lectura, porque contiene un texto importante: el decálogo, los diez mandamientos de Dios. El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre. «Cuida de practicar lo que te hará feliz» (Dt 6, 3; 30, 15 s): éste, y no otro, es el objetivo de los mandamientos.

En algunos pasos peligrosos del sendero que lleva a la cumbre del Sinaí, donde los diez mandamientos fueron dados por Dios, para evitar que algún distraído o inexperto se salga del camino y se precipite al vacío, se han colocado señales de peligro, barandillas o se han creado barreras. El objetivo de los mandamientos no es diferente a eso. Los mandamientos se pueden comparar también a los diques o a una presa. Se sabe lo que ocurrió en los años cincuenta cuando el Po reventó los diques en Polesine, o lo que sucedió en 1963 cuando cayó la presa de Vajont y pueblos enteros quedaron sumergidos por la avalancha de agua y barro. Nosotros mismos vemos qué pasa en la sociedad cuando se pisotean sistemáticamente ciertos mandamientos, como el de no matar o no robar...

Jesús resumió todos los mandamientos, es más, toda la Biblia, en un único mandamiento, el del amor a Dios y al prójimo. «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40). Tenía razón San Agustín al decir: «Ama y haz lo que quieras». Porque si uno ama de verdad, todo lo que haga será para bien. Incluso si reprocha y corrige, será por amor, por el bien de otro.

Pero los diez mandamientos hay que observarlos en conjunto; no se pueden observar cinco y violar los otros cinco, o incluso uno solo de ellos. Ciertos hombres de la mafia honran escrupulosamente a su padre y a su madre; pero se permitirían «desear la mujer del prójimo», y si un hijo suyo blasfema le reprochan ásperamente, pero no matar, no mentir, no codiciar los bienes ajenos, son tema aparte. Deberíamos examinar nuestra vida para ver si también nosotros hacemos algo parecido, esto es, si observamos escrupulosamente algunos mandamientos y transgredimos alegremente otros, aunque no sean los mismos de los mafiosos.

Desearía llamar la atención en particular sobre uno de los mandamientos que, en algunos ambientes, se transgrede con mayor frecuencia: «No tomarás el nombre de Dios en vano». «En vano» significa sin respeto, o peor, con desprecio, con ira, en resumen, blasfemando. En ciertas regiones hay gente que usa la blasfemia como una especie de intercalación en sus conversaciones, sin tener en absoluto en cuenta los sentimientos de quienes escuchan. Además muchos jóvenes, especialmente si están en compañía, blasfeman repetidamente con la evidente convicción de impresionar así a las chicas presentes. Pero un chaval que no tiene más que este medio para causar impresión en las chicas, quiere decir que está realmente mal. Se emplea mucha diligencia para convencer a un ser querido de que deje de fumar, diciendo que el tabaco perjudica la salud; ¿por qué no hacer lo mismo para convencerle de que deje de blasfemar?


[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

29. Fray Nelson

 

Temas de las lecturas: La Ley se dio por medio de Moisés * Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios * Destruid este templo, y en tres días lo levantaré

1. La hermosa simplicidad de los Mandamientos

1.1 Alguien dijo: "Tantos códigos, constituciones, decretos y leyes de los hombres... para explicar lo que ya está en los Diez Mandamientos...". Y así es.

1.2 Los mandamientos son el maravilloso compendio del querer de Dios para el hombre. No han pasado ni se han quedado sepultados en el Antiguo Testamento. Cuando aquel joven (Mt 19) le preguntó a Jesús qué tenía que hacer para tener vida, la primera respuesta de Jesús fue: "cumple los mandamientos". En la Palabra Divina hay vida y ello es particularmente cierto cuando se trata de estas palabras a las que con razón se ha llamado "caminos de libertad".

1.3 ¿Qué dicen en esencia los mandamientos? Aquello que Cristo nos hizo el favor de sintetizar. Pues si todavía nos parecía demasiado que hubiera DIEZ mandamientos, Jesús condensa todo en sólo DOS: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27). Ser bueno es sencillo. Es posible que sea difícil, pero es sencillo.

2. La locura de la Cruz

2.1 Al parecer, Dios se propuso curar la locura de nuestro pecado con la locura de su gracia. Si nos parece absurdo que Dios entregue a su propio y único Hijo por nosotros, meditemos si no es primero absurdo darle la espalda a un Dios tan bueno.

2.2 El mandamiento principal es "amar a Dios sobre todas las cosas". Esto resulta imposible y loco, dado el atractivo y la utilidad que tienen tantas cosas que nos seducen, y dado el poder de la maldad que nos acobarda en la práctica del bien. La razón humana puede descubrir sin esfuerzo la belleza de una vida que tiene a Dios en primer lugar, pero luego resulta que la vida no sigue ese mismo camino que ve la mente, en razón de nuestra debilidad interior, de la cobardía que nos produce la arrogancia del mal y del encanto que tienen las cosas que nos apartan y dividen de Dios.

2.3 Por eso necesitamos una fuerza nueva, un poder invencible, una razón por encima de nuestra razón, que tenga eficacia en nuestras almas flacas y enfermas. Y eso es la Cruz. Es el amor que antecede y sobrepuja a todo amor. Por eso la Cruz, el amor de la Cruz, es el corazón de la predicación cristiana.

3. "No se fiaba de ellos"

3.1 Según lo dicho, podemos fiarnos de Dios. Nos inspira confianza y gratitud infinitas desde el madero de la Cruz. Mas el Evangelio dice que Jesús "no se fiaba" de la gente. Así sucede porque nuestro amor, así esté pegado al templo, no tendrá fortaleza mientras no se una al templo vivo que es el Cuerpo de Cristo. Donde entendemos que también las cosas de Dios en un momento dado pueden apartarnos de Dios. Y que hay ídolos que no tienen cara y manos.

3.2 Esto es bueno recordarlo porque, con referencia a la primera lectura, se gozan los protestantes en criticar a los católicos porque utilizamos imágenes. ¡Como si el tema de la idolatría se superara rompiendo yeso y quemando madera! El problema no está en esas imágenes de nuestros templos, las cuales si son bien utilizados más bien ayudan e inspiran a la piedad: el problema está en la perversa tendencia idolátrica del alma humana, que es capaza de hacer un ídolo incluso del templo de Dios.

3.3 Por eso todos, protestantes y católicos, tenemos que pegarnos a la Cruz de Cristo; todos, todos los seres humanos, hemos de encontrarnos en las entrañas de amor de Jesús y allí recibir y agradecer el regalo de la redención.