29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
10-16

10.

-Jesús crucificado, escándalo para el mundo

La 2a lectura (1 Co. 1,22-25) da al testimonio cristiano todo su vigor y subraya también su problema: Cristo, locura y escándalo. No se trata de que el cristiano ame lo que es insensato. Sería inimaginable que Dios espere insensatez por parte de quienes quieren seguirle. Lo que resulta incomprensible es el amor de Dios que llega hasta a enviar a su Hijo. San Pablo nos sitúa ante un hecho: los Judíos exigen signos, los Griegos buscan sabiduría; y nosotros predicamos a Cristo crucificado. El kerigma de la Iglesia consiste, pues, en esta proclamación de Cristo crucificado. La Iglesia conservará este kerigma hasta el fin de los tiempos como un deber que le es querido, pero que no le granjea simpatías.

Para los que son "llamados", sean judíos o griegos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. "Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres". Los términos son enérgicos y provocan la atención: "lo necio y lo débil de Dios.. ". Nosotros no podemos escamotear este mensaje y esta realidad que condiciona nuestra vida. No tenemos otra cosa que transmitir, y el contenido de este mensaje es exigente. En efecto, todos aquellos que creen en este Cristo deben seguirle, lo cual supone contradicciones y desarraigamientos radicales. En esos momentos la locura de Dios es la nuestra.

Pero es evidente que semejante actitud no sería justificable sin una fe absoluta en la resurrección de Cristo. Cuando San Pablo escribe en su carta a los Romanos: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm. 10,9), está recogiendo una antigua fórmula de confesión de fe, y de una fe elemental, sin la que el cristianismo es inexistente. Conocer a Cristo resucitado, creer en aquel que le ha resucitado es la base sobre la que los evangelios presentan como cargados de vida la vida misma, las obras, los sufrimientos y la muerte de Jesús. Si la crucifixión de Cristo es escándalo, hoy día hay quienes se escandalizan de su resurrección. No es el momento de plantearnos los problemas que serán suscitados el día de Pascua; pero tendremos que preguntarnos cuál es la realidad de esta resurrección y si esta realidad condiciona nuestra propia existencia. A condición de que esta resurrección sea una realidad en todos los sentidos posibles, y sólo con esta condición, podemos anunciar a Cristo crucificado, sacrificado a la voluntad del Padre para salvarnos.

-La señal del Templo

Esta es la razón de que el evangelio de este 3er. domingo proponga un pasaje de San Juan (2,13-25), en el que el propio Cristo anuncia su resurrección. También aquí es preferible que no nos recarguemos de detalles históricos-exegéticos; no que éstos sean despreciables, sino que nuestro propósito es descubrir el ángulo de la lectura litúrgica de la Escritura de este domingo de Cuaresma. El punto central que ha ocasionado la elección de este relato es la afirmación de Jesús que anuncia su resurrección: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré". Se acusará a Jesús de haber querido destruir el templo (Mt. 25,61, Mc. 14, 58). Para que se entienda bien lo que Jesús había querido decir, añade Marcos: "...este Santuario hecho por hombres y en tres días levantaré otro no hecho por hombres" (Mc. 14, 58). Es evidente que Jesús aludía a una reedificación de un nuevo templo escatológico. San Juan, siempre más exacto y más rico en la elección de sus términos, prefirió emplear aquí la palabra griega "egeirein", hacer levantar, despertar; y este término se aplica tanto a la reconstrucción material del templo como a la resurrección del cuerpo de Jesús. Los oyentes de Cristo no pueden entender y se pasan a la burla: ¿cómo reconstruir un templo como éste en tres días?

El mismo San Juan explica el significado de las palabras de Jesús: "Hablaba del templo de su cuerpo". Lo cual no significa que los apóstoles entendieran inmediatamente el significado de las palabras de Jesús. Existen todos los motivos para pensar que lo comprendieron después de la resurrección e iluminados por el Espíritu.

El cuerpo de Cristo resucitado será el nuevo templo, el templo espiritual en el que se celebrará el culto en espíritu y en verdad (Jn. 4, 21). Es Juan el primero que ha visto en el cuerpo resucitado de Cristo el templo; todo el Nuevo Testamento utiliza también este símbolo, y particularmente Pablo, cuando habla de la Iglesia (Ef. 2,19-21, etc.).

Una vez más Juan subraya la fe de los que vieron los signos realizados por Jesús. Es sabido cómo en sus escritos y particularmente en su evangelio desarrolla una teología viva del signo. El signo se opera en recompensa de la fe, o bien, por el contrario, el signo provoca la fe. En este caso, la fe es perfecta o insegura aún. Tal sería el caso en este pasaje del evangelio en el que Juan escribe que "muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos porque los conocía a todos". Hay, pues, una fe provocada por la palabra y una fe provocada por los signos. .

-La ley que libera

San Pablo habla del yugo de la Ley; nos encontrábamos cercados bajo su vigilancia (Ga. 3,23). Pero la Ley no contenía sino la sombra de las riquezas futuras (Heb. lO, 1). Es conocida la insistencia de Pablo en el paralelismo Ley y Fe. Nosotros no dependemos ya de la Ley (Rm. 6,14), estamos muertos respecto de la Ley (Rm. 7, 4), estamos muertos a la Ley a fin de vivir para Dios (Ga. 2,19); Cristo nos ha rescatado de la maldición de la Ley (Ga. 3,13); Cristo anuló en su carne la Ley (Ef. 2,15). Escribirá también acerca del cristiano frente a la Ley (Rm. 7), sobre la salvación mediante la fe y no por la Ley (Ga. 3). Por su parte, San Juan escribe: "La Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn. 1, 16- 17).

Sin embargo, el pasaje del Éxodo que la Iglesia nos hace proclamar este domingo expresa la liberación, la vía de la libertad para el pueblo de Dios. En la Biblia tenemos varios codigos de leyes, pero este de Éxodo 20 es el principal y sabemos que el mismo Jesús recuerda algunos pasajes al rico que vino a interrogarle que había que hacer para tener la vida eterna (Mc. 10, 19). No obstante, el texto, tal como lo tenemos, es discutido por los especialistas hoy día (3). En realidad, los diez mandamientos son signos de amor y obra de liberación. El salmo 81 recuerda el decálogo y evoca el nacimiento de Israel a la libertad (Sal. 81, 7). El comienzo de la lectura de hoy nos dice: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saque de Egipto". La Ley promulgada por el Señor da vida, hace resucitar al pueblo de Dios.

En este sentido puede entenderse el nexo de esta lectura con las otras dos, sin insistir en ello. La Ley es intermediaria y transitoria, y no puede vivificar o dar la justicia y el don de Dios (Ga. 3, 21). Está hecha, pues, para prever las transgresiones y para evitarlas. La Ley es, por lo tanto, imperfecta, ya que no se interesa más que por las transgresiones. Es Cristo el que vino a realizar cabalmente le Ley; por eso hay que reconocer que la Ley conducía a Cristo. El término de la Ley es Cristo que ofrece la justicia prometida a cualquiera que cree (Rm. lO, 4). Pero Cristo pone fin a esa Ley cumpliendo todos sus preceptos con su solo acto de obediencia (Ga. 3, 13). Cristo se hizo hombre entre los Judíos para someterse a la Ley con el fin de rescatarlos de su esclavitud a ella (Ga. 4,45).

El salmo escogido como respuesta a esta lectura engrandece la Ley del Señor que es perfecta, segura y que hace sabios a los ignorantes (Sal. 18). Un texto de Orígenes muestra cómo para conocer de verdad el decálogo hay que haber alcanzado ya un cierto grado de santidad: "Al que aprende a despreciar el siglo presente (en lenguaje figurado se nombra a Egipto), que, para decirlo como la Escritura, se deja arrastrar por el Verbo de Dios, "de tal forma que ya no se vuelve a él" porque camina aprisa hacia el siglo futuro, el Señor le dice: Yo soy el Señor tu Dios, que te ha hecho salir de Egipto, de la casa de esclavitud. Estas palabras no van dirigidas sólo a los que antiguamente salieron de Egipto; lo son mucho más a vosotros que las escucháis ahora en caso de que salgáis de Egipto y no seáis esclavos de los Egipcios. "Yo soy el Señor tu Dios, que te ha hecho salir de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud". Ved si los quehaceres del siglo y las acciones de la carne no serán esta casa de esclavitud, y si, por el contrario, la huida de las cosas del siglo y la vida según Dios no serán una casa de libertad, según lo que el Señor dice en el Evangelio: "Si permanecéis en mi palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (·ORIGENES, Homilías sobre el Éxodo, SC. 16, 184-185)

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980. Pág. 143-147


11.

«¿PIENSA MAL... Y ACERTARAS?»

Cuando Jesús condenó aquello de «ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio»; cuando a continuaci6n añadió: «no juzguéis y no seréis juzgados», no sólo estaba empleando un estilo refranero, propio de la sabiduría popular, sino que estaba demostrando un profundo conocimiento de la psicología humana.

En efecto, el hombre tiende a emitir juicios precipitados sobre las personas y las conductas ajenas. Contempla un suceso, una desgracia, e inmediatamente se atreve a deducir culpabilidades buscando rápidos argumentos de causa-efecto: «Le ha ocurrido esto a Fulano... Luego, algo habría hecho».

Con un juicio temerario de este estilo «acudieron algunos a Jesús». Pilatos, en una redada claramente represiva, había mandado matar a un grupo de galileos, nacionalistas exaltados, de ésos que concebían la «implantación del Reino de Dios» incluso por las armas. Pilatos no lo dudó: «Cuando estaban ofreciendo el sacrificio a Dios», los sacrificó a ellos también. Los que acudieron a contar el suceso a Jesús, veían ya en el hecho «el castigo de Dios». Eran, por tanto, culpables.

No, amigos. Jesús no quiere que veamos las cosas así. Ya, en otra ocasión, cuando ante un ciego de nacimiento le preguntaron: «¿quién pecó: éste o sus padres?», Jesús contestó tajantemente: «Ni éste pecó ni sus padres». Dios no es un guardia de tráfico que esté al acecho tratando de «cazar» infracciones para poner después un castigo. El principio que dice: «ha ocurrido después de esto, luego ha sido por eso» no casa con la idea de un Dios que vuelve año tras año a ver si la higuera ha dado fruto. La imagen de Dios está retratada, más bien, en aquel padre que salía cada tarde a la puerta esperando que, por fin, el hijo pródigo volviese. No para castigarlo, sino para abrazarlo y hacer una fiesta. Por eso Jesús enfoca su dialéctica en otra dirección, en la del corazón de cada hombre. No sólo en el de aquellos galileos, para que se convirtieran, sino en el de todos: el de Pilatos, el de los guardias que los mataron, el de los que lo vieron y el de quienes vinieron con la pregunta a Jesús. «Porque, si no nos convertimos, todos igualmente pereceremos».

No puede el hombre ir por la vida haciendo juicios definitivos sobre nadie: «Este es bueno, aquél malo». Es muy expuesto constituirse en fariseos irreprochables y salir lanzando anatemas a diestra y a siniestra desde la pura letra de la legislación: «Tus discípulos comen espigas; luego son pecadores»; «esa mujer ha sido sorprendida en adulterio, luego debe ser apedreada»; «nosotros cumplimos la ley con pelos y señales, por lo tanto somos "los maestros de Israel"».

Cuando Jesús se encontraba con ejemplares de ésos, o arremetía contra ellos llamándoles «raza de víboras» y «sepulcros blanqueados», o se distraía escribiendo con el dedo en el suelo, sin hacerles ni caso, para levantar después su cabeza y decir como quien no dice nada: «El que de vosotros esté sin pecado, que tire sobre ella la primera piedra». ¡Ahí queda eso!

Por eso Jesús -no lo dudemos- no era partidario de ese refrán que dice: «Piensa mal y acertarás». Toda su doctrina sobre nuestros «juicios» acerca del prójimo podrían condensarse, más bien, en otro refrán que dijera: «Piensa bien, aunque te equivoques y no aciertes».

ELVIRA-1.Págs. 209 s.


12.

-Alianza: en el Hombre y en los hombres Para los judíos, el templo de Jerusalén era la expresión más clara de la presencia de Dios en el pueblo. Lugar de encuentro y lugar de culto. Hablar en contra del templo era hablar contra Dios.

Pues bien, hermanos, todo el esfuerzo cuaresmal de cara a Dios (oración), de cara a los demás (limosna) y de cara a uno mismo (ayuno), queda concentrado en el mensaje del evangelio de hoy. El verdadero templo no es el construido por manos humanas, sino el hombre, creado por Dios. Es en el hombre donde Dios quiere ser venerado. Es en el hombre donde Dios quiere ser reconocido. Es en el hombre donde Dios construye su único e indestructible templo.

Jesucristo es el templo verdadero. Y en él estamos incluidos todos los hombres. En Jesucristo, el creyente comprende la unión indisoluble que existe entre Dios, el hombre y los demás hombres. El aglutina la armonía que debe existir entre la persona, los hermanos (todos) y Dios. Cualquier intento de separación provoca el vacío en la persona. Luchar para que nuestra vida cristiana responda a la alianza que Dios ha sellado con el hombre en Jesucristo, implica aceptar que Dios ejerció su poder y sabiduría en un hombre llamado Jesús, y que a partir de entonces, cada persona que se cruza en nuestro camino es el templo de Dios donde quiere ser acogido y venerado. A pesar de lo absurdo que pueda parecer.

Hermanos, ¡cuántos criterios, cuántas posturas, cuántas actuaciones debemos convertir para aproximarnos al Hombre Nuevo, Jesucristo!

Vivamos en fe esta eucaristía, reforcemos nuestro sentido de comunión mutua, comulguemos finalmente con Cristo. Son la garantía de nuestra transformación, de nuestra conversión.

ÁNGEL M. ·BRIÑAS
MISA DOMINICAL 1994/04


13.

Templos vivos

El templo era el corazón y el pulmón del pueblo judío. Cuando vemos aún hoy las peregrinaciones y oraciones que se hacen ante lo que queda de aquel magnífico templo, el muro de las lamentaciones, podemos imaginar algo de lo que entonces era y significaba aquel lugar sagrado.

Era la casa de Dios, la ampliación gloriosa de aquella humilde «tienda del encuentro» que mandó construir Moisés en el desierto. ¡Con qué devoción y júbilo se acercaban a la colina sagrada para encontrarse allí con el Dios vivo! Nadie podía contar las oraciones, ofrendas y sacrificios que diariamente se ofrecían a Yahveh. Panes, aceite, incienso, siempre ante el Señor; corderos inmolados todos los días, mañana y tarde. Todo tipo de ofrendas: frutos, regalos, monedas. Sacrificio de toda clase de animales, desde las humildes tórtolas hasta los enormes toros. Aquello resultaba un lugar de sangre. Sacrificios para expiar por los pecados, para alabar, para pedir gracias o para darlas. Siempre había algo que ofrecer al Señor.

Demasiados intereses

Pero toda esta impresionante estructura religiosa se fosilizaba y resquebrajaba. Jesús anunciaría su destrucción total. Adolecía el templo de mercantilismo. Demasiados intereses controlados por la carta sacerdotal. Adolecía de nacionalismo: que la casa de Dios sólo pudiera abrirse a un pueblo escogido resultaba angustioso e insoportable. ¿Qué pueblo o qué Dios? Adolecía de ritualismo: cultos rutinarios, vacíos, casi mágicos, tratando casi de controlar a Dios. Adolecía de territorialismo, como si a Dios se le pudiera encerrar en algún lugar.

¿Dios sólo ama a una clase de hombres?

Hay que decirlo con fuerza, como dijo Natán a David o Esteban a los sacerdotes o Jesús a la samaritana: Dios no necesita ni quiere templos. Por eso Jesús no podía callar: levantó la voz y el látigo en un gesto único de violencia.

No se podía rebajar tanto ni manchar tanto ni vaciar tanto la idea de Dios: un Dios que necesita de una casa y unos sacrificios, que sólo ama a una clase de hombres. El templo que Dios quiere no está «fuera del campamento», como hizo Moisés, sino dentro, muy dentro del corazón. El templo que Dios quiere no es de piedras, sino de carne y sangre; no tiene muros o velos de separación, sino que está abierto de par en par. En el templo que Dios quiere no se permiten ofrendas de sangre, sólo de amor.

Gesto profético

El gesto violento de Jesús tiene un valor profético. No va solamente contra los abusos del templo, sino contra la misma idea materializada del templo. Jesús quiere defender a todos los templos vivos, verdaderos templos de Dios, de toda profanación, de todo mercantilismo, de toda mixtificación e impureza religiosa.

Mercaderes de «templos vivos»

Siento que el látigo de Jesús sigue levantado contra todos los mercaderes de nuestros templos actuales. ¡Ah!, no penséis en los comercios religiosos adosados como lapas a los santuarios e iglesias y en tantos negocios en torno a lo sagrado. La amenaza de Jesús es mucho más ambiciosa, y va dirigida contra todos los profanadores de templos humanos, y contra todos los mercaderes de templos vivos. El látigo de Jesús sigue levantado contra los que compran por placer el cuerpo humano, contra los que arruinan por egoísmo los cuerpos humanos, contra los que destrozan por odio y tiranía los templos.


14. RIQUEZA/DINERO: EL CULTO AL DINERO

No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca denunciaremos lo bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de pensamiento y criterio de actuación, la secreta convicción de que lo importante y decisivo no es lo que uno es sino lo que tiene. Se ha dicho que el dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización» (Miguel Delibes). Y de hecho, son mayoría los que le rinden y sacrifican todo su ser.

J. Galbraith, el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su obra «La sociedad de la abundancia». El dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico gracias a su riqueza».

Cuantas personas, sin atreverse a confesarlo, saben que en su vida, lo decisivo, lo importante y definitivo es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un prestigio económico.

Aquí está sin duda, una de las quiebras más graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.

Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero se puede montar un piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se puede adquirir nuevas relaciones pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer pero no felicidad.

Pero, los creyentes hemos de recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta de nuestro corazón a Dios.

No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes con un azote en las manos. Y, sin embargo, ésa es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa sino su propio negocio.

El templo deja de ser lugar de encuentro con el Padre cuando nuestra vida es un mercado donde sólo se rinde culto al dinero. Y no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones con los demás están mediatizadas sólo por intereses de dinero.

Imposible entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios a los hombres cuando uno vive comprando o vendiéndolo todo, movido únicamente por el deseo de «negociar» su propio bienestar.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 157 s.


15.

1. «Destruid este templo».

En medio de la Cuaresma se narra la purificación del templo, para que reflexionemos sobre lo que es el verdadero culto a Dios y la verdadera casa de Dios. El evangelio tiene dos acentos principales: el látigo inexorable con el que Jesús expulsa a todos los traficantes de la casa de oración de su Padre, y la prueba que da de su autoridad cuando los judíos le preguntan por qué obra con tanto celo: el verdadero templo, el de su cuerpo, destruido por los hombres, será reconstruido en tres días. Hasta que esto no suceda (la muerte y la resurrección están todavía por venir), la antigua casa de Dios ha de servir únicamente para la oración. El Dios de la Antigua Alianza no podía tolerar a dioses extranjeros a su lado, sobre todo no podía soportar al dios Mamón.

La dos lecturas aclaran en parte lo dicho en el evangelio: la primera, el primer acento principal, y la segunda, el segundo.

2. «Porque soy un Dios celoso».

La gran autorrevelación del Dios de la alianza, en la primera lectura, tiene dos partes (y una interpolación): en la primera parte, Dios, que ha demostrado su vitalidad y su poder haciendo salir a Israel de Egipto, se presenta como el único Dios (cfr. Dt 6,4); por eso ha de reservarse para sí toda adoración y castigar el culto tributado a los ídolos. En la segunda parte exige al pueblo con el que pacta la alianza que se comporte, en los «diez mandamientos», como corresponde a una alianza pactada con la única y suprema Majestad. Todos estos mandamientos no son prescripciones del derecho natural o preceptos puramente morales (aunque puedan ser también eso), sino exigencias de cómo ha de comportarse el hombre en la alianza con Dios. Ha sido incluida en la lista la ley del sábado, que en este contexto indica ante todo que entre los días de los hombres uno está reservado para el descanso, día que está caracterizado como propiedad privada de Dios y obliga a los hombres, con el descanso del trabajo cotidiano, a ser conscientes permanentemente de ello.

3. "Los judíos exigen signos".

La segunda lectura aclara el segundo motivo principal del evangelio, en el que los judíos exigen una prueba del poder de Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». La exigencia de signos para creer es rechazada por Jesús y al mismo tiempo escuchada, mediante la única señal que se les dará: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra» (Mt 12,38-4O). Exactamente lo mismo que en el evangelio: el templo destruido y reconstruido. El único signo que Dios da es para los hombres «lo necio», «lo débil», la cruz: se requiere la fe para poderlo captar, mientras que los judíos primero quieren ver para poder después creer. Por eso el signo que se les da aparece como un «escándalo», mientras que para los llamados a la fe es «Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios», que se manifiesta en el signo único y supremo de la muerte y resurrección de Jesús.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 144 s.


16.

1. Un panorama que debe clarificarse

Nos escandalizamos frecuentemente porque no acabamos de comprender la muerte de un hombre joven colgado de una cruz. Sería mejor decir que creemos comprender la muerte del Cristo de hace dos mil años, pero no entendemos tantas muertes violentas o lentas del momento actual por fidelidad a un ideal o porque estorban a los intereses de las personas y países poderosos. Pensamos que son procesos distintos: la muerte de Jesús y las muertes de los que luchan hoy por un mundo justo. ¡Como nos han dicho que Cristo murió para redimirnos...!

Dice el Documento de Puebla (Méjico), número 49: "Desde el seno de los diversos países que componen América Latina está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos". Es un dato de lo que pasa en el mundo.

Mientras tanto, en nuestra sociedad del progreso y del bienestar, unos pocos -y entre ellos nosotros, los cristianos- vivimos aburguesados en medio de nuestras comodidades y de espaldas al sufrimiento de cientos de millones de niños, adultos y ancianos; seres humanos como nosotros, que mueren sin fuerzas para gritar la injusticia que padecen.

No todos los cristianos viven alienados y ajenos a los sufrimientos de los hombres. Van surgiendo, cada día con mayor claridad, dos "tipos" de cristianos, enfrentados radicalmente: unos luchando por mantener sus privilegios de clase al precio que sea, y tranquilizando sus conciencias con algunas prácticas religiosas y ayudas a la Iglesia oficial, o perteneciendo a alguna organización de carácter religioso..., y otros que, junto con el pueblo explotado, luchan por liberarlo hasta dar la vida, y que en muchos casos han tenido que salir del montaje de la Iglesia porque creen que desde él es imposible luchar junto al pueblo oprimido.

De esta forma, ser cristiano comprometido con los más pobres y marginados se está convirtiendo, también en los países llamados cristianos, en algo más peligroso que ser delincuente: por una parte, los obispos marginan -casi en general- al sacerdote o al laico que lo único que quieren es un mundo más justo y una Iglesia fiel al evangelio; y por otra, ser cristiano nos aparta de todos los movimientos de liberación del pueblo, porque no se fían de nosotros al ver las actuaciones de nuestros dirigentes. Parece como si hubiéramos de ir por el mundo diciendo: "Soy cristiano, usted perdone".

Proclamar la paz y la justicia con todas sus consecuencias, trabajar por la libertad de todos y contra la explotación del hombre por el hombre, equivale a condenarse a la marginación, que es una forma de morir lentamente. Y que conste que no hablo de memoria.

ORDEN-ESTABLECIDO: La todopoderosa doctrina del "orden establecido" -ese soterrado terrorismo de los poderosos para defender sus intereses económicos y de casta- garantiza celosamente un cristianismo domesticado. Y a los que manejan los hilos de este poder demoníaco no se les cae la cara de vergüenza al declararse, muchos de ellos, cristianos.

2. Hace dos mil años las cosas no eran mejores

En las bodas de Caná de Galilea, Jesús anunció el fin de la antigua alianza y comienza su actividad. Y lo hace, según Juan, denunciando las instituciones que pertenecían a aquella alianza.

La primera institución con la que se declara incompatible es el templo, centro religioso y símbolo nacional de Israel, cuya corrupción denuncia en este pasaje.

Al principio, el templo era el lugar de la presencia de Dios y donde se celebraban el culto y las fiestas. Al mismo tiempo, en él se reunía el Sanedrín, órgano supremo de poder en la sociedad judía. Las grandes polémicas de Jesús con los dirigentes judíos se van a desarrollar en el templo (Jn 7,14 - 8,59;10,22-39) y es en él donde Jesús hará sus grandes denuncias.

Los hombres tenemos muchos recursos para escaparnos de los verdaderos problemas de la vida. Los mecanismos de defensa nos hacen detenernos en cuestiones superficiales, enzarzarnos en cosas sin importancia. Las cuestiones fundamentales no las afrontamos, normalmente.

La religión, el culto y las fiestas han sido usados por los hombres para encubrir su falta de compromiso ante la vida. El culto ha santificado el egoísmo, la opresión, el abuso de las personas, la explotación del obrero, la falta de responsabilidad social... Muchos creyentes relegan los verdaderos problemas y ponen todo su interés en discutir las formas del culto, lo que se puede y no se puede hacer, por ejemplo. A la vez que se despreocupan de la justicia.

En tiempos de Jesús, el culto desplegaba todo su esplendor en las fiestas. Juan menciona seis, y cada una provoca un conflicto entre Jesús y los dirigentes de los judíos o partidarios del régimen.

CULTO/V: El culto verdadero no está en las formas, sino en la vida. El culto y la religión que no se refleja en las actitudes ante la vida y en las situaciones humanas es un culto falso.

3. Ya en tiempos de los profetas

"Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén".

En su origen, la Pascua era continuación o celebración de la instituida en Egipto como signo de la liberación del pueblo hebreo (Ex 12,1-28). Para Juan, esta Pascua "de los judíos" no era ya heredera de aquélla, sino una fiesta manipulada por los dirigentes para, con el pretexto del culto a Dios, explotar al pueblo. Por eso menciona a continuación el comercio del templo.

Es la primera de las tres Pascuas "de los judíos" que se mencionan en este evangelio (las otras dos en 6,4 y 11,55). A partir del capítulo 12 omitirá "de los judíos" (12,1; 13,1; 18,28-39; 19,14). Será ya la Pascua de Jesús, del Mesías, cuya persona va a sustituir a todas las instituciones del antiguo Israel.

Las antiguas fiestas israelitas celebradas en honor de Dios, en las que el pueblo era protagonista, han pasado a ser fiestas oficiales, impuestas, en las que el pueblo no tiene nada que celebrar, dada la opresión en que se encuentra. Su sentido genuino se ha desvirtuado: sólo queda la fachada de la fiesta, porque el pueblo ha vuelto a la esclavitud. De esto saben mucho los dictadores.

Jesús escoge una ocasión muy propicia para comenzar su vida pública: al estar Jerusalén llena de peregrinos, su actuación tendría rápidamente repercusión en toda la nación.

"Encontró en el templo a los vendedores..." En el atrio de los gentiles, los administradores del templo permitían recaudar la contribución del mismo y colocar puestos para vender lo que se necesitaba en los sacrificios. Naturalmente, cobraban unos impuestos. De esta forma surgió un comercio con el ruido y ostentación propios de los orientales en sus compras y ventas. Y son los dirigentes del templo los que están detrás de todo este negocio.

Jesús va al templo y no encuentra en él gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta convertida en un medio de lucro para los dirigentes, en un gran mercado que comenzaba tres semanas antes de la Pascua. Había tiendas que pertenecían a la familia del sumo sacerdote.

Pero el templo es la casa de Dios. Ante todo debe ser lugar de silencio y oración para los visitantes de Israel y para los pueblos del futuro

"A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. (Is 56,6-7)

Aquel ruido y regateo no podía atraer a los gentiles a adorar al Dios verdadero. "Haciendo un azote de cordeles..." Jesús los expulsa empleando palabras muy duras. El lugar de la presencia de Dios lo han convertido en un "mercado", en una "cueva de ladrones" (Mt 21,13).

La casa de Dios se convierte en un "refugio de ladrones" (Mc 11,17) cuando no coinciden en la persona su vida y su fe: Palabra del Señor que recibió Jeremías: --Ponte a la puerta del templo y grita allí esta palabra: ¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor! Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: --Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: "Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor". Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones; si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo; si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda; si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde hace tanto y para siempre. Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: Estamos salvos, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?

Atención, que yo lo he visto --oráculo del Señor.(Jr/07/01-11)

Jesús no sólo acusa como Jeremías, sino que actúa. El gesto de Jesús se inserta en la denuncia que los profetas habían hecho del culto expresado en los sacrificios; un culto hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión del pobre: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? --dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no las aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia, defended al oprimido: sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. (/Is/01/11-17)

4. Jesús va más lejos que los profetas

Al expulsar del templo a los animales, material de los sacrificios, declara la invalidez del culto entero. No denuncia sólo el culto que encubre la injusticia, sino el culto que es en sí mismo una injusticia, por ser un medio de explotación del pueblo. No propone, como los profetas, la reforma, sino la abolición.

"Los cambistas" ofrecían la oportunidad de cambiar moneda para pagar el tributo del templo, prescrito en moneda legítima.

Jesús, "volcando sus mesas", denuncia como un abuso el tributo al templo, una de sus principales fuentes de ingresos.

El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del templo. El gesto de Jesús le iba a costar muy caro al enfrentarse con el sistema económico del templo.

El "dios" del templo es el dinero. El culto se ha convertido en un pretexto para el lucro. Al llamar a Dios "Padre" nos indica que, siendo el templo casa de familia, todo pertenece a todos.

El comercio y la oración no pueden estar juntos en la casa de Dios. Jesús "limpia" la casa del Padre de ídolos. Su objetivo es terminar con aquella liturgia blasfema.

Nuestra mediocridad, nuestro reducir el cristianismo a dimensiones "razonables", o sea a las dimensiones de nuestra cobardía y comodidad; nuestro continuo recortar los horizontes infinitos de Cristo, nuestras vidas que van desmintiendo cada uno de los artículos del credo, nuestro andar cansino y vacilante, nuestra falta de auténtico sentido escatológico, nuestra negativa a mancharnos las manos con las realidades terrenas, nuestras fáciles condenas, nuestra alergia a la cruz, nuestra incapacidad para vivir el evangelio hoy..., son armas que apuntamos contra el templo, contra la Iglesia de Jesús.

Es mucho mejor sentir en la propia carne los reproches de Cristo que seguir llevando sobre nosotros un título comprometedor junto a un alma ruín y un corazón cobarde. Jesús de Nazaret aboga por la destrucción de toda liturgia farisaica, y establece un culto que sea la celebración de las ilusiones del hombre ante la vida; un culto que lleve a establecer unas condiciones de vida justas en las que sea posible la fraternidad, la libertad y la justicia para todos, la opción por los más débiles, el desarrollo de todas las posibilidades humanas...

El cristianismo no es para esclavizar, sino para liberar. Eso fue en tiempos de Jesús y eso debe ser ahora. Sólo si entendemos el camino cristiano como un camino hacia la libertad seremos fieles a la voluntad de Dios, escrita en lo más profundo del corazón humano. Si lo entendemos como un camino de normas y leyes -de esclavitud, en definitiva-, no hemos comprendido nada.

Este camino de liberación que Dios quiere para nosotros no es fácil. De ahí la necesidad de una lucha personal. Porque para ser libres debemos luchar contra todos los "dioses", contra todos los "ídolos", contra todos los "señores" que nos esclavizan. Todo lo que se encierra bajo el nombre de "dinero", de "placer", de "poder"... y, sobre todo, nosotros mismos si nos constituimos en centro del mundo -en "dios" (Gén 3,5)-, nos está esclavizando.

P/ESCLAVITUD: Y esta lucha es difícil. Es una tarea de cada día, que nunca debe darse por terminada. Todos somos pecadores, es decir, "esclavos" de algo o de alguien. Cada uno debemos descubrir nuestras propias esclavitudes y luchar por liberarnos de ellas. Pero debemos tener presente que no es fácil tampoco descubrir las propias esclavitudes, a causa de los mecanismos de defensa que todos tenemos.

Aunque veamos a Jesús actuando con violencia, no podemos deducir que fuera partidario de ella; pero sí que ante ciertos hechos no transigía ni se limitaba a hablar, sino que actuaba con fuerza.

Jesús protesta contra cualquier utilización del nombre de Dios, de su palabra o de su Iglesia en provecho propio.

Convertir el templo en lugar de negocios es lo mismo que utilizar la eucaristía para tranquilizar conciencias, o para celebrar actos oficiales convirtiendo una comida fraternal en un acto diplomático, o para celebrar sacramentos -bautismos, matrimonios, primeras comuniones...- como tapaderas de actos de sociedad, o utilizar la palabra de Jesús para defender privilegios personales o de casta... En definitiva, siempre que tratemos de poner a Dios al servicio de nuestras conveniencias.

Contra esto Jesús es radical. No tolera que la relación de amor entre Dios y el hombre y entre los hombres se convierta en un negocio interesado.

Necesitamos una Iglesia, unas comunidades y unos cristianos pobres, sin oro, sin plata (He 3,6), sin cuentas corrientes, sin ornamentos fastuosos, sin objetos de culto costosos.

Una Iglesia que reparta todo lo que reciba. Una Iglesia más cercana a todos los desgraciados del mundo, enfermos no sólo de miseria, sino también de confianza, de soledad, de tristeza... ¡Cuántos volverían a Dios ante el ejemplo de una Iglesia, de unas comunidades y de unos cristianos pobres, sin términos medios, en lugar de dar la impresión de todo lo contrario!

La señal más evidente de que la Iglesia ha dejado de ser un "mercado" es que los pobres se encuentren en ella como en su casa, y que los ricos desaparecieran. La presencia de los pobres anunciaría el cese del mercado.

5. Jesús, nuevo templo

Los discípulos interpretan mal el gesto de Jesús: ven en él la afirmación del ideal nacionalista y en su persona al sucesor de David. Pero Jesús no se presenta como un reformista, no pretende apoderarse del templo ni destituir a sus dirigentes. Denuncia la situación para hacer comprender al pueblo el verdadero carácter del culto oficial. Pero El viene a sustituirlo; no va a devolver las instituciones a su pureza original, sino que éstas han de desaparecer ante la nueva realidad que El representa.

Los dirigentes no hacen caso de sus palabras y se identifican con los vendedores. Le piden signos para actuar así. Ni por un momento dudan de la legitimidad de su posición. Su seguridad les pierde. No admiten que la crítica de Jesús es evidente por sí misma.

Le han pedido una señal y Jesús les da la de su muerte. Los desafía a suprimir el templo que es El mismo. Lo matarán, pero no lograrán destruirlo. Volverá a levantarlo en "tres días". Por su cruz, Jesús nos ofrece el mayor signo y nos revela el sentido supremo de la vida. La verdadera realidad de la cruz, la verdadera razón de la muerte de Jesús en ella, sólo la comprenden los dóciles a la llamada, los que viven disponibles para los demás, porque también a ellos les estará cayendo encima. La táctica aparentemente necia de Dios de triunfar en el fracaso supone una infinita sabiduría; la aparente debilidad de Dios contiene la máxima fortaleza. Lo van experimentando los que siguen de cerca el camino de Jesús.

J/TEMPLO: Los dirigentes no pueden entender este lenguaje; se fijan sólo en el templo como edificio. Jesús se refiere al "templo de su cuerpo". Jesús "es templo" porque contiene la plenitud del Espíritu (Jn 1,32). Anuncia que ya no será un templo de piedra el lugar de encuentro del hombre con Dios. El templo será el mismo hombre:

¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. (1 Co 3,16-17)

Dentro de sí mismo será donde el hombre podrá encontrarse con su Dios. Oprimir, despreciar, maltratar a un hombre, es un sacrilegio, porque cada hombre es templo de Dios.

Jesús suprime el templo, sustituyéndolo por el "templo de su cuerpo". Esta sustitución es una de las causas más importantes que provocan su muerte: acababa con el negocio del Sanedrín.

La persona de Jesús, y por extensión cada comunidad y cada persona, serán el único camino de acercamiento al Padre (/Mt/25/31-46).

Todo lo demás -sacramentos, actos religiosos, leyes, Iglesia -son ayudas para ir descubriendo a Jesús en la vida de cada día, puesto que Jesús resucitado ya no es visible.

Jesús es el único que ha vivido plenamente según el espíritu de la ley, que consideraba a Dios como único absoluto. Y por haber vivido así, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones de poder o de sabiduría, ha chocado con este mundo, que se fundamenta en otro tipo de valores, y ha muerto. Pero Dios, resucitándolo, nos ha mostrado que el suyo era el único camino válido.

6. "Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron..."

Comprenden lo erróneo de su primera interpretación. Los hechos iluminan las palabras. Si falta la experiencia personal, el conocimiento no es completo.

"Muchos creyeron en su nombre". La actuación de Jesús en el templo se extendió con rapidez. Además, su actividad continuó durante las fiestas, lo que hace que muchos crean en El. Juan no nos dice en qué consiste esta actividad. La intervención en el templo nos da la clave para interpretar el resto de su actuación durante las fiestas.

Esta adhesión será equivocada: aceptan un Mesías poderoso que desafía al poder; no pueden imaginar que el poder de Jesús sea un amor hasta la muerte. Han interpretado su gesto como un enfrentamiento con los dirigentes como enemigos.

"Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos..." No acepta el papel que le atribuyen ni se deja instrumentalizar. No estima válidos los motivos por los que creen en El.

Seguirlo no significa adherirse a un triunfador humano, sino aceptar al que va a dar su vida para salvar al hombre y estar dispuesto a unirse a El hasta la entrega de la propia vida.

"Sabía lo que hay dentro de cada hombre". Su conocimiento no procedía de información, sino de su penetración en las aspiraciones y tendencias del hombre. Sabe que se le interpreta -y se le sigue interpretando- a partir de ideologías que deforman la realidad, que lo identifican con sus intereses nacionalistas y discriminatorios, desde categorías de poder y dominio.

Pero Jesús no viene a condenar ni a excluir, sino a ofrecer a todos una posibilidad de salvación (Jn 3,17). El Dios de Jesús no es el Dios del templo o de la nación, sino el Dios del hombre.

Los evangelios sinópticos colocan este pasaje hacia el final de la vida pública de Jesús, mientras Juan lo sitúa al principio.

¿Cuándo tuvo lugar realmente? No lo podemos afirmar con certeza. Lo que sí es claro es que los sinópticos no lo pudieron poner al principio porque Jesús, según ellos, no fue a Jerusalén más que una vez durante su vida pública -que narran valiéndose del símil de un largo viaje de Jesús a la ciudad, durante el cual suceden gran parte de sus episodios-, y ésta fue al final de ella. En Juan, por el contrario, viajó varias veces a Jerusalén y fue en su templo donde tuvo los enfrentamientos más graves con los dirigentes. Parece más lógico que Jesús fuera a Jerusalén varias veces.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 240-249