COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 5. 1-2/5-8

1. 

Los exegetas hacen del cap. 5 de la carta a los romanos unas veces la conclusión de los cuatro primeros capítulos y otras veces la introducción a los capítulos siguientes. Probablemente no hay lugar a escoger entre estas dos posiciones: este capítulo prosigue y supera lo que antecede al mismo tiempo que anuncia lo que sigue. Los once primeros versículos, una muestra de los cuales nos ofrece la lectura de este día, describen el proceso del pensamiento de Pablo: partiendo de la experiencia presente (vv. 1-2) de la paz, de la gracia y de la esperanza, descubre en ella dos signos del amor eterno de Dios (vv. 3-8): la morada del Espíritu en nosotros y la muerte por nosotros del Señor Jesús. Finalmente (vv. 9-11), el apóstol pasa a la descripción del futuro de la salvación.

* * * *

a) La primera afirmación de Pablo es la de nuestra justificación mediante la fe (v. 1). Pero habla en aoristo, como de un hecho ya pasado cuya realidad sigue dejándose sentir. En la primera parte de su carta, Pablo presentaba la idea de justificación en el centro de su pensamiento y veía en ella el acto de Dios más decisivo para la suerte de la humanidad. Con el v. 1, el apóstol ha pasado de una exposición intemporal sobre la justificación (sus principios: Rom. 3, 21-26; su universalidad: Rom. 3, 27-4, 25) a la afirmación concreta de su realización presente en nosotros desde Cristo.

JUSTIFICACIÓN: Los judíos esperaban la justificación para el futuro escatológico: la conjugaban en el futuro. Al conjugarla en el aoristo, Pablo pone de manifiesto toda la diferencia que separa la fe del judío de la del cristiano. La justificación no es ya objeto de esperanza; es un hecho pasado que se vive en realidades presentes y que desemboca en una nueva esperanza, insospechada por Israel.

b) Entre los frutos actuales de la justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia (v. 2a).

La paz sucede al estado de enemistad en la que pagano y judío estaban sumergidos antes de Cristo (cf. el sombrío cuadro que de todo eso dibujan los primeros capítulos de la carta); la gracia es la correspondencia de la cólera divina (Rom. 1, 18-3, 20); la gracia hace que vivan en la amistad de Dios quienes habían estado apartados.

La paz entre judíos y paganos es uno de los "leitmotiv" de la carta a los romanos. Todo lleva incluso a creer que Roma tenía en aquel entonces dos Iglesias distintas: una, la judeo-cristiana, compuesta por antiguos judíos que habían huido de la persecución; la otra, de origen griego o romano.

Estas dos Iglesias debieron tener una vida totalmente separada (la carta a los romanos es además la única que no se dirige a la "Iglesia de Roma").

De esta forma, la finalidad de la carta aparecía claramente: Pablo quiere que las dos Iglesias no sean más que una y que judíos y paganos se den cuenta de que son tan pecadores los unos como los otros (cap. 1-4) y por tanto gratuitamente reconciliados con Dios por Cristo (cap. 5 y sgs.); por tanto, no deben esperar ya la mutua paz del justo, sino que deben vivirla inmediatamente.

c) Pero el goce de los bienes presentes acarreado por la justificación queda, a su vez, superado por la esperanza.

Leyendo el v. 8 podría incluso creerse que la fe es superada por la esperanza, porque el apóstol mantiene sobre todo la tensión escatológica de la fe y la justificación. La fe, acto de Dios, es en nosotros certidumbre de la gloria.

d) Sin embargo, esta esperanza de gloria pone muy de relieve la distancia que separa todavía al cristiano en el mundo y la gloria cuya manifestación espera. Los judíos expresan fácilmente esta distancia entre el presente y el futuro hablando de tribulaciones y de las persecuciones que serán la nota característica del paso de un estado a otro. Tras este tema se oculta la dolorosa depuración que produce siempre la trascendencia. La prueba experimentaDa aquí abajo, cuando se vive de un alto ideal, pone primero en juego la existencia misma de la fe en ese ideal: la virtud de constancia la mantiene en actividad (v.

3). Pero el tiempo y su extensión están expuestos a poner a prueba la solidez de la fe: la "virtud sometida a prueba" viene en apoyo de la esperanza para ayudarla a mantenerse firme a pesar y por encima de todo (v. 4). Pero ¿qué pueden unas simples virtudes como la constancia y la solidez si el Espíritu mismo de Dios no le sitúa dentro de unas relaciones personales indisolubles con el Padre? (v. 5).

Así, pues, la fe y la esperanza se alimentan mutuamente de la caridad que vive en nosotros (1 Cor. 13, 7-13).

* * * *

Los cristianos de Roma están divididos en dos iglesias que no llegan a hacer las paces entra sí. Sin duda, cada cual tomó su propio partido remitiendo esta paz a las calendas griegas cuando Dios conceda al hombre su justicia. Pablo reacciona contra esta mentalidad aún demasiado judía; la justicia de Dios ya ha sido dada y por tanto la paz debe ser ya buscada y vivida porque es el fruto de la mutua conciencia de nuestra justificación en Jesús.

Pero los cristianos de Roma no están muertos. También nosotros dejamos para las calendas griegas la reconciliación que nos cuesta conseguir de inmediato. Por ejemplo, rezaremos por la unidad entre los cristianos olvidándonos de que la unidad ya nos ha sido dada y de que de lo que se trata es de realizarla sin dejarla para una fecha lejana y sin convertirla, exclusivamente en un don de Dios. La paz en los hogares y entre las naciones debe ser buscada y realizada con el mismo espíritu: la esperanza no puede hacernos prescindir del presente.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 109-111


2.

Grandes o pequeñas esperanzas, el hombre no puede rehuir el esperar. Sin embargo, la vida no nos empuja hacia el optimismo. Pero el fundamento de la esperanza cristiana es sólido, capaz de resistir a las fluctuaciones de la vida: Dios nos ama. La prueba de esta convicción nos la ha dado Cristo muriendo por nosotros. La cruz de Cristo es la prueba de que Dios es más sensible a la sangre de su Hijo que a nuestro pecado. La señal irreversible es que lo resucitó.

DABAR 1978/16


3.

Rom. 5, 1-11, en su conjunto, es una exhortación y motivación a la esperanza, partiendo de los hechos ya acontecidos y que fundamentan esa actitud. Por eso predominan en el texto los pasados, comenzando por la primera palabra y continuando hasta el final con la consideración de la obra de Cristo por nosotros.

San Pablo dice una vez más que estamos en buenas relaciones con Dios, que nos encontramos en un estado positivo respecto a El. La acción de Cristo no sólo es valiosa en sí misma, sino se nos ha aplicado a quienes hemos creído en El. Tenemos la fe, estamos en la Iglesia, participamos en los sacramentos.

Este es un dato inolvidable para un cristiano y sólo a partir de él se pueden plantear las otras cuestiones de moral, etc.

Efectivamente, el Espíritu es un hecho en el cristiano y es señal inequívoca del amor de Dios a los hombres que ha sido el motor de toda su acción salvífica. Amor que comenzó a ser activo no por méritos nuestros, sino por pura iniciativa suya (vs, 6,8,10). Es otro recuerdo de la gratuidad.

EP/CONCRETA. Pero todo esto tiene consecuencias hacia adelante: debe crear una actitud de confianza, seguridad, paz y tranquilidad. O sea, de esperanza total. La diferencia entre una esperanza abstracta, actitud humana que confía en que las cosas mejoren, y la cristiana concreta en que nosotros tenemos pruebas pasadas y presentes que nos permiten confiar con motivos, no simplemente por deseo o necesidad. El proceso no ha culminado para quienes viven y para la comunidad, pero tenemos la seguridad de su final feliz en virtud de la experiencia pasada y presente. Es importante vivirla.

DABAR 1981/20


4.

Esta lectura viene a ser una respuesta a los interrogantes anteriores. "La prueba de que Dios nos ama", de que no nos deja tirados, de que está con nosotros, es la muerte de Cristo, el Hijo. Sin merecer nada, Dios nos lo da todo en el Hijo: reconciliación, paz, justificación, salvación.

Pero hay más. Dios nos ha llegado a dar su misma intimidad, su amor personal. No es que nos ame, sino que pone en nosotros su Amor, el Espíritu Santo. Este será el surtidor de agua que salte hasta la vida eterna, para que ya nadie muera de sed. Es la mejor respuesta a los incrédulos del desierto y la mejor oferta a la samaritana del pozo.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 62


5.

Una prueba de que Dios está con nosotros y nos ama, diría San Pablo, es que Cristo murió por nosotros y resucitó para nosotros. La señal de Jonás.

Y no sólo está entre nosotros, sino que está en nosotros, porque «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Es una revelación asombrosa. Es el culmen de la donación de Dios. No sólo dará agua en el desierto o maná o codornices o victorias, sino que se da a sí mismo para saciar nuestras insatisfacciones y colmar nuestras esperanzas.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 59


6.

En la parte primera de esta carta (caps. 1-8), donde Pablo expone la obra salvadora de Cristo y sus efectos en la condición humana, este párrafo tiene un lugar muy importante en cuanto habla de la acción divina, su motivación más profunda y su repercusión en el ser humano descrita como justificación entre otros términos centrales.

En primer lugar encontramos un recuerdo de este tema, ya expuesto anteriormente. Estamos realmente en buenas relaciones con Dios. Este sería, prescindiendo de otros importantes detalles, el significado más básico de la justificación. Tales buenas relaciones nos hacen estar en paz con Dios, lo cual es enormemente importante. Tenemos acceso al don y podemos apoyarnos («gloriarnos») en él. Es un resumen muy corto, pero muy profundo de la situación cristiana ante Dios.

Como Pablo se toma en serio esta situación, saca una consecuencia fundamental a la que exhorta a todos los creyentes: una esperanza que no falla. En efecto, quien se siente en esa relación con Dios, no tiene temor alguno. Todavía no habrá sacado todas las consecuencias y efectos de ella, por lo cual habla de esperanza. Pero es algo ya presente y actuante en nuestra vida. Nos hace vivir de otra manera ante Dios, evidentemente, pero también ante nosotros mismos, los demás, la historia y el mundo.

Ampliando el fundamento de esa actitud, el Apóstol pasa a hablar del fundamento de todo ello: el amor de Dios. Sobre todo del que Dios nos tiene a nosotros y le ha hecho actuar como lo ha hecho. Se trata de unos de los párrafos más bellos y esperanzadores de todas las teologías cristianas, mejor, de todas las vivencias del creyente. Es un amor también presente en nosotros, real, no dependiente de nuestros comportamientos, sino previo a ellos e incondicional. Por eso menciona algo muy evidente para todo ser humano: la muerte de Cristo por nosotros pecadores. No es un suceso merecido ni preparado por nuestra forma de responder. Es la versión paulina de parábolas como las del Buen Pastor o el Padre del Hijo Pródigo, entre otros temas sinópticos. Y que coincide, como no podía ser menos, con todo el pensamiento de la obra de Juan.

Es evidente también que hablar del amor de Dios es una analogía. Pero una analogía clara. Y, especialmente, no se trata de especulación, sino de vivencia. Sentirse amado por Dios de forma real y cercana hace vivir de otra manera. Porque, si Dios nos quiere, pasan cosas. No es como el amor humano, impotente muchas veces para lograr el bien del amado. En definitiva, puede decirse que el que Dios nos ame es lo que constituye la esencia de la salvación.

Ahora bien, el amor es una relación. Prolongando la analogía: si no respondemos a ese amor de la misma manera, y dado que Dios no nos fuerza, los efectos no serán los mismos. No por fallo de Dios, sino porque no ponemos la mano para recibir el don. Pero, si uno se abre, recibe todo lo que ese Amor da. Y, entre otras muchas cosas, una esperanza que, de algún modo, ya está realizada en el presente.

F. PASTOR
DABAR 1996/18