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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
(29-39)
29. COMENTARIO 1
EL VERDADERO MESÍAS
Tras dar de comer pan y pescado a la gente, Jesús se retiró a orar. Lo solía
hacer siempre que el ruido y el clamor de la muchedumbre le suponía un obstáculo
para seguir el camino de servicio sin triunfalismos que se había trazado.
A la gente no le cabía en la cabeza la imagen de un Mesías -nombre con que se
designaba en el Antiguo Testamento al rey, ungido de Yahvé- que no entendiera de
triunfo, fuerza, poder, gloria, fama, desquite... Por otra parte, Jesús temía
que también su grupo de discípulos participara de la mentalidad del pueblo en
este punto.
Por eso, «una vez que estaba orando solo en presencia de sus discípulos, les
preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo? Contestaron ellos: Juan Bautista;
otros, en cambio, Elías, y otros, un profeta de los antiguos que ha vuelto a la
vida. El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la
palabra y dijo: El Mesías de Dios. El les prohibió terminantemente decírselo a
nadie» (Lc 9,28ss).
La respuesta de Pedro parecía exacta. Pero a Jesús le dio la impresión de que
sus discípulos entendían por 'mesías' lo de siempre: un rey, al estilo de David,
capaz de unir al pueblo dividido, liberándolo -mediante una buena operación
militar- de la opresión de los enemigos (en tiempos de David, los filisteos; en
aquel tiempo, los romanos).
Por eso Jesús se apresuró a puntualizar: «-Este hombre tiene que padecer mucho,
tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser
ejecutado y resucitar al tercer día. Y dirigiéndose a todos, dijo: -El que
quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su
cruz y me siga...»
El grupo de los doce debió de entrar en crisis al oír estas palabras, que les
resultarían difíciles de entender. Y del grupo, Pedro, Santiago y Juan, famosos
por su tozudez e intransigencia, estarían especialmente necesitados de
aclaración. Por esto, «Jesús se los llevó a un monte a orar». Sólo con la ayuda
divina entenderían a su Maestro.
La tradición identificó este monte con el Tabor, monte sagrado para las tribus
israelitas del norte y célebre por la victoria de Barac contra Sísara;
impresionante cono de 588 metros de altura que se yergue majestuoso sobre la
hermosa llanura de Jezrael, al sudeste de Nazaret. Una tradición antigua, que
parte de Orígenes (s. III), sitúa en este monte la escena de la Transfiguración
del Señor. Según otros, ésta habría tenido lugar más al norte del país, en el
monte Hermón.
En el transcurso de la oración, «el aspecto del rostro de Jesús cambió, y sus
vestiduras refulgían de blanco. De pronto hubo dos hombres conversando con él:
eran Moisés y Elías, que aparecieron resplandecientes y hablaban de su éxodo,
que iba a completar en Jerusalén». Con estas imágenes se da a entender que Jesús
contaba con el apoyo divino.
«Pedro y sus compañeros -apunta el evangelio- se caían de sueño.» Es curioso
observar que los discípulos se duermen cuando algo no les interesa. También se
dormirán en Getsemaní. La idea de un salvador-rey-ungido que salva muriendo,
dando la vida, dejándose matar, no les interesaba demasiado.
Precisamente éste era el tema de que estaban conversando Jesús, Moisés y Elías.
«Hablaban de su éxodo», palabra esta que ya desde el libro de la Sabiduría
(4,10) designa la muerte del justo como salida (= éxodo) hacia Dios.
Al ver lo sucedido, los discípulos se despabilaron, y «mientras Elías y Moisés
se alejaban, Pedro dijo: -Maestro, viene muy bien que estemos aquí nosotros;
podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Jesús no le hizo caso. Según los incomprensibles planes de Dios, ese Jesús -que
bajaría del monte para subir al Calvario- es su Hijo a quien hay que escuchar.
Los demás mesías esperados y soñados son falsos.
30.
COMENTARIO 2
HASTA EL FINAL
Aunque a veces sea necesario un alto en el camino para recobrar fuerzas, hay que
completar el camino, hay que llevar a su término la tarea que corresponde a cada
uno en este proceso de liberación personal y colectivo al que Jesús nos invita.
Y más jugando con la ventaja de saber con certeza cuál será ese final.
COMPLETAR SU EXODO
Ocho días después se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar.
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos refulgían de
blancos En esto se presentaron dos hombres que conversaban con él:
eran Moisés y Elías, que se habían aparecido resplandecientes y hablaban de su
éxodo, que iba a completar en Jerusalén.
Jesús acababa de anunciar a sus discípulos dos cosas muy difíciles de aceptar:
el primer anuncio decía que él, al que ellos acababan de reconocer como el
Mesías de Dios (Lc 9,20), tenía que completar un camino que acababa en la vida
definitiva, pero que antes tenía que pasar por el rechazo de los dirigentes que
lo llevarían a la muerte (9,22); el segundo era que el camino de sus seguidores
tenía que pasar por las mismas etapas para acabar en la misma meta (9,23-24). En
su anuncio queda claro que el final será la vida, el triunfo, la gloria; pero
por lo que después se ve en los relatos evangélicos, los discípulos se dejaron
impresionar mucho más por lo que, a los ojos humanos, constituía una derrota, un
fracaso: la muerte.
Siempre que Jesús ve en peligro la fe de los suyos se va a orar, a compartir el
problema con el Padre. El anuncio de que iba a ser un mesías bastante distinto
de lo que las tradiciones judías hacían esperar, sin buscar ni, por tanto,
alcanzar ninguno de los triunfos que todos esperaban -no llegaría a ser rey, no
engrandecería a la nación israelita, ni siquiera vería con sus propios ojos cómo
se establecía la justicia en su pueblo...-, debió hacer temblar los cimientos,
poco firmes todavía, de la fe de los discípulos. A Pedro, Juan y Santiago, que
debieron mostrar más resistencia que los demás a sus palabras, se los lleva
Jesús consigo con la intención de asociarlos a su oración y de ofrecerles por
anticipado la experiencia de la vida en plenitud junto al Padre: el verdadero
triunfo del verdadero Mesías.
HAGAMOS TRES TIENDAS
Pedro y sus compañeros estaban amodorrados por el sueño, pero se despabilaron y
vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se
alejaban, dijo Pedro a Jesús:
-Jefe, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
La experiencia que Jesús les ofrece la aprovechan bastante mal: están
amodorrados por el sueño; no son dueños de sí mismos, pues, por el momento, no
están dispuestos a aceptar otro camino que el que les viene impuesto por sus
tradiciones. Jesús les hace ver que él pertenece a la esfera de la divinidad -el
monte, el resplandor blanco- y que junto a Dios está su meta. Moisés y Elías
-que representan a la Ley y los Profetas, el conjunto de las tradiciones de
Israel- se presentan claramente subordinados a Jesús, y ratifican en su
conversación la necesidad de que Jesús complete su éxodo en Jerusalén. Pero
ellos se mantienen en sus trece y, por boca de Pedro, le piden a Jesús que
detenga la historia, que se olvide de su compromiso, que plante allí su
campamento sin poner en cuestión todo lo que ellos habían creído hasta ahora.
Tres chozas: para Moisés, Elías y, al mismo nivel, para Jesús. Todo quedaba así
resuelto: habían llegado a la meta sin tener que esforzarse en completar el
camino; podrían quedarse del lado de Jesús sin tener que renunciar a sus viejas
creencias. Allí, en el valle, quedaban olvidados los hombres y su historia, sus
sufrimientos y sus luchas: ellos ya habían llegado, ¿para qué seguir luchando?
Allí tenían todo lo que querían, el pasado -Moisés y Elías-, el presente -Jesús-
y su futuro asegurado por aquellas tres chozas que pretendían hacer definitiva
una experiencia que era sólo un medio para recuperar fuerzas con las que
atreverse a completar el camino.
ESCUCHADLO A EL
Mientras hablaba, se formó una nube y los fue cubriendo con su sombra.
... Y hubo una voz de la nube que decía:
-Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él.
Desde una nube, señal de la presencia de Dios en el primer éxodo (Ex 13,21;
14,19), se escucha una voz: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él». Lo
que Jesús les había anunciado se ve así ratificado por el mismo Dios. Pero,
además, esas palabras tienen otras consecuencias más.
En primer lugar, la pretensión de poner al mismo nivel a Moisés y Elías queda
desautorizada por el mismo Dios liberador, que eligió a Moisés y a Elías como
portavoces suyos en otro tiempo: ahora el único que puede hablar con autoridad
en nombre de Dios es Jesús, y su mensaje será el criterio último para aceptar o
rechazar cualquier otro mensaje, para discernir la validez de cualquier otra
tradición anterior o posterior.
En segundo lugar, no se puede detener la historia en favor de unos pocos: el
camino del que Jesús les había hablado hay que completarlo, el proceso de
liberación que él ha iniciado hay que llevarlo a término. Aunque cueste sangre.
Y -esto hay que repetirlo siempre que se hable de la muerte de Jesús- no porque
Dios exija sufrimiento para otorgar a cambio su favor; Dios ofrece la vida
gratuitamente. Es la injusticia establecida la que provoca la muerte. La de los
pobres y oprimidos y la de Jesús.
31.
COMENTARIO 3
Abrahán huye de su tierra por la realidad de violencia que se vivía en
Mesopotamia, y se encuentra con una realidad nueva, la realidad que le propone
el Dios Yahvé que se le aparece: una comunidad humana en la que la base sea la
justicia social y donde no haya desigualdad, un pueblo en el que haya tierra
para todos. El naciente pueblo de Israel tiene esa experiencia de Dios, de un
Dios cuya gloria consiste en la vida digna de sus hijos. Como dirá más tarde
Ireneo de Lyon, "la gloria de Dios consiste en que el ser humano viva".
Dios en el AT busca la humanización de sus hijos todos. Y este mismo es el
objetivo del proyecto que el Nuevo Testamento nos presenta. Ahora, en el Nuevo
Testamento, todo gira en torno a la persona y a la obra de Jesús, quien se ha
convertido en el fundamento de la fe para quienes han aceptado su vida, muerte y
resurrección como norma de vida nueva. El escritor de la carta a los Filipenses
nos presenta al cristiano como un hombre o una mujer que es miembro de un pueblo
santo donde todos tienen cabida y donde no existen las diferencias entre las
personas. El cristiano debe caminar a la dignificación total y real de sus
hermanos. Dios nos ha creado en dignidad y, por lo tanto, debemos caminar
conscientes de que nuestra vida debe ir mejorando hasta que Dios manifieste
plenamente su gloria en nosotros sus hijos.
Lucas coloca el relato de la transfiguración -como Marcos y Mateo- antes de la
llegada de Jesús a Jerusalén. En el acontecimiento de la transfiguración se
muestra con claridad la gloria plena de Jesús, el enviado del Padre. El
acontecimiento de la transfiguración anima la vida de los discípulos para que la
muerte del Mesías, ya tan cercana, no acabe con la esperanza del pueblo de los
santos, de los elegidos.
Es importante detenernos en los que aparecen en el relato transfigurados al lado
de Jesús. Nos cuenta el evangelio que a su lado aparecen Moisés, quien recibió
la Ley o el decálogo, y Elías el profeta, de quien se escribió que debía volver
antes de que llegara el día de Dios. Esto le da a Jesús todo el respaldo:
Moisés, por el peso que esta figura ejercía en la tradición judía, y Elías, por
representar la realidad que antecede a la llegada del Reino de Dios.
La gloria del Padre, que en el pasado era bastante nebulosa, a veces no
entendida, es revelada ahora en Jesucristo, y es manifestada plenamente ahora
para que todos los que en él coloquen su esperanza no queden defraudados. Aunque
esta manifestación de la gloria de Jesús es verdadera, será plena y definitiva
en la parusía, en la realidad del Reino de Dios. Allí "le veremos tal cual es".
No sabemos cuál es el contenido materialmente histórico de este relato
teológico, ni es importante conocerlo; este relato del evangelio, en efecto, no
está escrito tanto "para que sepamos" un dato material de la vida de Jesús,
cuanto para alimentar nuestra fe, "para que creamos" de un modo determinado.
Lo que en el sentido profundo se describe en el texto es una vivencia
fundamental para toda persona humana, y lo fue sin duda para Jesús: la necesidad
de transcender la superficie de las cosas y captar su sentido hondo. En un
momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más
profunda de lo que significaba aquel Jesús humilde que les acompañaba. Y eso les
dio ánimos y les fortaleció para continuar la "subida a Jerusalén".
La fe es la que opera esa "transfiguración"; por ella la vida real, tantas veces
chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se transfigura,
mostrándonos su sentido, su trasfondo de dimensiones divinas, hasta revelarnos
-como captó Bernanos- que "todo es gracia"... Ante esa visión uno se extasía y
siente el deseo de detenerse a contemplar y saborear. Pero los momentos
privilegiados son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos
montes Tabor. La fe es la que debe suplir y hacer habitual en el fondo del
corazón la gracia excepcional del monte Tabor, incluso cuando lleguemos al monte
Calvario.
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).
32. DOMINICOS 2004
Nos encontramos de nuevo caminando con Jesús hacia
Jerusalén. Para el evangelista Lucas, lugar donde debe tener cumplimiento la
salvación: la Pascua.
El camino hacia la Pascua, es el camino hacia la plena manifestación de Dios. Y
aunque no sabemos como será, la fe nos dice, como a al Evangelista Juan “que
sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él porque le veremos tal
cual es” (I Jn,3,2). Pero es también el lugar de la pasión y la muerte.
El camino hacia la pascua es un camino de fe, y en la fe. La primera lectura nos
muestra a Abraham, nuestro padre en la fe, luchando, pidiendo explicaciones,
“Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla” y fiándose de Dios. En la segunda
lectura es San Pablo el que nos indica que la fe mira al cumplimiento de una
esperanza, de la que podemos apartarnos si no nos lo tomamos en serio, cosa que
al apóstol le produce gran tristeza por eso contempla: “con lágrimas en los ojos
como muchos se alejan de la esperanza a la que hemos sido llamados. a la
transformación de nuestra humilde condición. Nosotros que vivimos en este tiempo
de increencia tenemos que tomar el pulso a nuestra fe.
El Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta la transfiguración
de Jesús. Dios se manifiesta, resplandece en el hombre Jesús, mostrando un
anticipo de su gloria. Este acontecimiento situado por el Evangelista Lucas
inmediatamente después del anuncio de la pasión, ilumina la perspectiva desde la
que tenemos que mirar “la subida a Jerusalén”.
Comentario Bíblico
La Transfiguración: una experiencia intensa de
Dios
Las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma están enmarcadas en unos
simbolismos que son propios de unos tiempos lejanos, donde lo religioso, lo
legendario, lo mítico y lo real se dan cita en la búsqueda constante por el
sentido de la vida, por el futuro y por aquellos aspectos que nos trascienden,
que van más allá de lo que cada día sentimos y vivimos.
Iª Lectura: Génesis (15,5-18): Promesa y Alianza a los que se fían de Dios
I.1. En esta lectura de hoy se nos presenta a Abrahán al que se le da a contar
las estrellas del cielo para significar que todos los que se fíen de Dios serán
su pueblo, su familia. Eso es lo que se quiere representar muy especialmente y
ese es el sentido de la “alianza” que Dios hace con él. La narración es muy del
estilo bíblico, recuerda incluso la revelación de Yahvé en el Éxodo, pero
aplicada a Abrahán llamándolo desde su tierra babilónica. El drama del padre del
pueblo lo resuelve Dios prometiéndole alianza, y en ella, un hijo, porque la
alianza no puede perdurar sino de generación en generación. Es un relato
ancestral en algunos aspectos, pero actualizado con el tema del compromiso de
Dios por medio del berit (alianza). La teología se impone, desde luego, a la
narrativa, en todos los aspectos. La “intriga” del relato se resuelve en
promesa; la angustia del padre creyente encuentra en Dios lo que la vida de cada
día no le ofrece: un hijo, un futuro, un nombre de generación en generación.
I.2. Algunos elementos de esta narración solamente pueden ser del narrador
creyente, el elohista, (aunque los vv. 5-6 sean de la tradición yahvista) que
adelanta en Abrahán una experiencia y un sentido de lo religioso que es muy
posterior en Israel. Otro texto de la alianza con Abrahán lo tenemos en Gn 17
(pero este relato es de la tradición sacerdotal). Abrahán no podía ser tan
definidamente “monoteísta”, pero eso no quiere decir que el relato no tenga
todos los ingredientes religiosos de la antigüedad para poner de manifiesto que
en la vida lo religioso cuenta mucho. La fe tiene que ver con el ser humano y
con el misterio de la vida y de la descendencia. El hombre no puede darse un
futuro por sus propias fuerzas. Abrahán, desde su religión de dioses o Dios
familiar no le queda más que contemplar las estrellas; es un signo de que
Alguien conduce nuestra existencia. Bajo el símbolo del animal dividido, en rito
ancestral, pasa Dios bajo el símbolo de la brasa encendida.
I.3. Vemos, en nuestra lectura, una iniciativa exclusivamente divina; es lo que
se ha llamado un compromiso “unilateral” de Dios; aunque bien es verdad que se
cuenta con la confianza (emunah) del padre del pueblo. La teología de la
alianza, como sabemos, es determinante en el pueblo bíblico, y aunque la alianza
más originaria es la del Sinaí, para sellar la liberación de Egipto, tampoco
podía faltar un signo que expresara la alianza y el compromiso de Dios con el
padre de un pueblo de creyentes. Así lo verá muy acertadamente San Pablo en su
carta a los Gálatas (Gal 3) cuando considera que las promesas que se hicieron a
Abrahán se cumplen cuando todos los hombres, judíos o paganos, puedan formar
parte de ese pueblo, sencillamente por la fe en Dios, como Abrahán.
IIª Lectura: Filipenses (3,17-4,1): La Transfiguración de Pablo por la cruz
II.1. Nuestra lectura tiene unas resonancias bien características: Pablo invita
a la comunidad a que sea imitadora de sus sentimientos, y no seguidora de sus
adversarios, que son enemigos de la cruz de Cristo. Porque es la cruz de Cristo,
a pesar de su aparente fracaso, lo único que nos garantiza una vida verdadera,
una vida que va más allá de la muerte, y que nos hará ciudadanos del cielo. El
Dios de la cruz es el único que puede transformar nuestra historia, nuestros
anhelos, nuestros fracasos, nuestra debilidad en un grito de libertad y de vida
más allá de esta historia, porque es el único Dios que se ha comprometido con la
humanidad.
Evangelio: Lucas (9,28-36): La Transfiguración desde la oración
III.1. ¿A dónde nos lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus
inicios: subió al monte a orar. Esto es muy propio de Lucas y siempre en
momentos importantes de la vida de Jesús. No hay nombre para el monte en ninguno
de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su
manera, quiere asomarnos, por un pequeño instante, con los discípulos, a esa
vida que no está limitada por nada ni por nadie. Quien escucha, hoy, en este
domingo de Cuaresma este pasaje del evangelio, quedará sorprendido, porque no le
será fácil entender todo lo que en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas,
recogiendo la tradición de Marcos, que es el primer evangelista que la asumió de
otros, sabe que en su comunidad habrá dificultades para entenderla. De todas
formas ha limado un poco su lenguaje y su intención catequética. La
Transfiguración es una escena llena de contenidos simbólicos. Es como un respiro
que Dios le concede a Jesús en su camino hacia Jerusalén, hacia la pasión y la
muerte, con objeto de que alcance a experimentar previamente la meta. Solo desde
la oración, entiende Lucas, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de
Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene con los personajes del Antiguo
Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y los Profetas y con ellos se
entabla un diálogo en profundidad sobre su “partida” (éxodo), sobre su futuro,
en definitiva, sobre su muerte.
III.2. La Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan
decisiva que le espera a Jesús. Los discípulos más conocidos acompañan a Jesús
en este momento, como sucederá también en el relato de Getsemaní, en el momento
de la pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús,
porque es él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha
predicado. No obstante, aquí los discípulos se ven envueltos en una experiencia
profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes,
Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse
con Dios, ahora se hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos
personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En realidad la escena se llena
de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí
es alguien más importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es
decir! En realidad la escena se configura sencillamente con un “hombre” que ora
intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su “éxodo”, en su ida a
Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo,
aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.
III.3. Todo ha sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es
especialmente significativo. Estas cosas intensas, espirituales,
transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la
dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los
discípulos han vivido algo intenso, algo que no se esperaban (aunque de ellos no
se dice que oren y esa es una diferencia digna de tener en cuenta); pero Jesús,
que ha vivido esta experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que
debe bajar del monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino,
para acercarse a los necesitados, para dar de beber a los sedientos y de comer a
los hambrientos la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le hubiera
gustado a Pedro, a sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda
mucho por hacer, y dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas
espirituales y misteriosas de la Transfiguración, sería como abandonar su camino
de profeta del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos
experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser
una de ellas, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No
obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar
hasta dar la vida por el Reino.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Buscar la meta antes de iniciar el camino
¿Qué nos espera al final del camino?. Es bueno preguntárnoslo ahora que acabamos
de iniciar la marcha. Difícilmente conseguiremos llegar si no sabemos hacia
donde vamos.¿Qué sentido tiene iniciar otra cuaresma?. Tenemos que hacer un
esfuerzo por concretar esos tópicos que repetimos siempre cuando llega este
tiempo litúrgico: tiempo de conversión, tiempo de penitencia, tiempo de
preparación a la Pascua, pero en realidad como se concreta esto. Llevamos
contabilizadas tantas cuaresmas, tantas pascuas.
El Dios de nuestro Señor Jesucristo no es un abuelito de barbas blancas. Él es
la FUERZA, el AMOR, la COMPASIÓN, la BONDAD, el FUNDAMENTO DE TODO SER. Por eso
puede “transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición
gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (2ª lectura).
Abrahán le busca, le obedece, habla con él y le pide explicaciones sobre el
futuro, sobre el modo en que piensa concretar esa promesa, pero no consigue
verlo, no puede ver con quien está pactando, realizando una alianza. “Le invade
un sueño profundo, un terror intenso y oscuro” descubre luego que un fuego ha
pasado sobre los animales descuartizados, dice la primera lectura.
Experimentar y manifestar a Dios para mantenerse en camino
La manifestación de Dios en nosotros exige caminar “como amigos de la cruz de
Cristo”,(2ª lectura) y eso requiere algo más que apreciar el símbolo cristiano,
llevarlo al pecho o colocarlo en lugares públicos. La cruz de Jesús es la
expresión máxima de la manifestación de Dios, es el AMOR sin límites, hasta las
últimas consecuencias. Jesús, desde su profunda experiencia de Dios Padre se
entrega a la liberación de sus hermanas y hermanos. Se enfrenta a todo poder que
niegue al ser humano la dignidad de hijo de Dios: religión, política,
ignorancia, enfermedad, pecado. Y ello lo conduce a la cruz. Ser amigos de la
cruz, es no temerla cuando a ella nos conduce el amor, la compasión, la
justicia, la libertad, de cualquier persona. Empresa nada fácil para la
fragilidad de cualquier humano si no es desde la experiencia profunda de Dios.
El Dios Padre de Jesucristo. Se manifiesta en nosotros a lo largo del camino.
“el que fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado” nos llama a experimentarlo en lo profundo de nosotros mismos para ser
manifestación de su gloria: (su paz, amor, bondad, libertad). La plenitud de
esta manifestación en Jesús llegó con la Pascua, pero a lo largo del camino,
Jesús experimenta la fuerza y el poder, la gloria del que lo sostiene y orienta.
En el Evangelio de hoy esta gloria del Padre en Jesús es percibida también por
sus amigos, a los que acaba de anunciarles lo que le esperaba en Jerusalén. Ver
a Jesús transfigurado junto a Moisés y Elías es como una inyección que los ayuda
a mantenerse fieles en el difícil camino. El Dios de Jesús es el Dios de los
antepasados, de los profetas.
El encuentro con Dios
Estos momentos se dan en la intimidad de la oración. Ahí va descubriendo el
sentido salvífico de su pasión. Jesús en la oración se reconoce Hijo del mismo
Dios revelado por Moisés y los profetas, culminando aquella revelación y en Él
Dios se hace visible a los ojos de los otros, de sus discípulos, aunque tuvieron
que dejar pasar un tiempo antes de comprender la realidad de lo que ocurría.
El encuentro con el Señor, la manifestación de su gloría en la vida de cada uno
y en la sociedad, exige que nuestra fe sea algo más que una adhesión a las
verdades reveladas y aprendidas. Necesitamos la experiencia vital, personal de
sabernos hijos e hijas de Dios, a camino en la realización de un proyecto
salvador que no empieza en nosotros y va mucho más allá. El test nos lo darán
nuestros compañeros de camino. ¿Reconocerán en nosotros la gloria de Dios?
Javier Martínez Real, OP
jmartinezreal@dominicos.org
33. 2004
Fuente: es.catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
Sugiero como centro unificador de las lecturas el concepto de plenitud.
Jesucristo en el evangelio revela la plenitud de la Ley y de la Profecía
apareciendo a los discípulos entre Moisés y Elías; revela igualmente su plenitud
más que humana que resplandece en su ser resplandeciente y transfigurado. En
Jesucristo llega también a su plenitud la promesa extraordinaria hecha a Abrahán
(primera lectura). En la segunda lectura san Pablo nos enseña que la plenitud de
Cristo es comunicada a los cristianos, ciudadanos del cielo, que "transformará
nuestro mísero cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo".
Mensaje doctrinal
1. Jesucristo, plenitud sublime. Sabemos que el término "plenitud" es
relativo a la capacidad del objeto o de la persona a que se refiere. Por otra
parte, no es sólo un término con valor cuantitativo (capacidad de un vaso o de
una jarra), sino principalmente con valor cualitativo (plenitud del amor, de la
salvación...). Finalmente, el concepto de plenitud no está al margen de la
historia, sino que está íntimamente ligado a ella (plenitud de un ciclo
histórico, de un imperio...). Todo lo dicho nos proporciona una ayuda para
captar mejor lo que significa decir que Jesucristo es plenitud sublime. Ante
todo, su plenitud humana ha llegado al grado máximo en la transfiguración, en la
que el resplandor de la divinidad ha penetrado toda su humanidad, y una voz del
cielo le confiesa su "Hijo predilecto". En esa misma experiencia de la
transfiguración, Jesús alcanza la plenitud de la revelación, concentrada en dos
figuras del Antiguo Testamento, representantes de las dos grandes partes en que
se dividía la revelación divina: la Ley o tradición escrita, cuyo representante
es Moisés, y la profecía o tradición oral, representada por Elías. Jesucristo es
el vértice hacia el que se orientaban tanto la Ley como la profecía. Cristo es
también la plenitud de la promesa hecha a Abrahán: bendición, tierra,
fecundidad. En efecto, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
en Cristo, nos ha hecho partícipes de un cielo nuevo y una tierra nueva, ha
hecho de nosotros un pueblo nuevo fecundado con su sangre redentora. Jesucristo
es, igualmente, plenitud de la historia. La marcha de la historia ha llegado a
la terminal en la vida histórica de Jesús de Nazaret. Antes de su presencia
histórica, todos los acontecimientos marchaban y miraban hacia Él; después de su
partida de este mundo, Jesús es el portaestandarte de la historia y los hombres
marchan tras él con la conciencia de no poder sobrepasarle en su plenitud humana
y divina. Jesucristo, finalmente, llena con su plenitud no sólo la historia,
sino también el más allá de la historia. En efecto, la plenitud de Cristo, de la
que ya participamos en el tiempo por la gracia, nos inundará y nos dará la
plenitud correspondiente a nuestra capacidad de ser hijos en el Hijo. El cielo
en realidad no es otra cosa sino la plenitud de Cristo presente en cada uno de
los salvados.
2. La plenitud de Cristo nos interpela. Interpela al mismo Abrahán,
porque la promesa y la alianza de Dios para con él sólo tendrá el cumplimiento
pleno en Jesucristo. Abrahán creyó en Dios, le obedeció y de esta manera abrió
las puertas de la historia a Cristo. Interpela a Moisés, cuyo Decálogo anhela,
por así decir, su plenitud en la Ley de Cristo, coronamiento del decálogo y de
toda ley humana. Interpela a Elías, el fiel intérprete de la historia, como lo
serán todos los verdaderos profetas, cuyo sentido más genuino y definitivo será
dado por Cristo desde el madero de la cruz y de la salvación; Cristo, en efecto,
no es un intérprete más de una parcela de la historia, sino el intérprete último
y definitivo de la historia, de toda la historia humana. Interpela a Pedro, Juan
y Santiago, a quienes fue concedida una experiencia singular del misterio de
Cristo en orden a su misión futura; en ellos nos interpela a todos los
discípulos y apóstoles. Interpela a Pablo y a los cristianos que, habiendo sido
elevados por Cristo a ciudadanos del cielo, han de vivir en conformidad con lo
que son, y no convertirse en "enemigos de la cruz de Cristo". Cristo, de cuya
plenitud todos hemos recibido, interpela a todo hombre, porque él es el hombre
en plenitud y él es a la vez la plenitud del hombre.
Sugerencias pastorales
1. De su plenitud todos hemos recibido... La plenitud total de Cristo y
la participación de todo hombre a esa plenitud no se la han inventado ni el Papa
ni los obispos; forma parte de la revelación cristiana. Si a un budista, a un
judío, a un musulmán se le pidiese renunciar a parte de sus libros sagrados, o a
una doctrina que ellos consideran revelación divina, ¿cómo reaccionarían? ¿Se
puede renunciar a algo en lo que el mismo Dios está comprometido? A nosotros,
cristianos, se nos pide ser los primeros en mostrar coherencia con la revelación
cristiana, que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento. Nosotros, cristianos,
por coherencia con nuestra fe, hemos de ser respetuosos con los creyentes de
otras religiones, pero hemos de pedir también a los no cristianos el respeto
debido a nuestra fe. Sería una buena iniciativa por parte de los cristianos
explicar, de modo sencillo y convincente, la pretensión cristiana de la plenitud
de Jesucristo: qué es lo que significa, cómo influye en la relación con las
otras religiones, en qué manera explica la salvación universal querida por Dios,
cómo podemos conocernos mejor unos a otros para evitar así malentendidos,
confusión, manipulación... Se habla de diálogo ecuménico, interreligioso, y esto
es estupendo, pero, es bien sabido que la base de todo diálogo no puede ser otra
sino el respeto de la persona y de la identidad del interlocutor. Digamos la
verdad cristiana con caridad, con respeto. Sólo entonces podrá comenzar el
diálogo auténtico y fructuoso con quienes busquen y amen la verdad.
2. Una vida transfigurada. La experiencia de Pedro, Juan y Santiago duró
sólo un rato. Sus efectos, sin embargo, permanecieron a lo largo de toda la
vida. ¿No fue algo inolvidable y eficazmente transformante? En nuestra vida ha
habido y podrá haber momentos también de "transfiguración", de experiencia viva
y gratificante de Dios. A veces esa experiencia de Dios se prolonga por un
tiempo o incluso una vida, pero con no poca frecuencia la intensidad con que se
ha experimentado a Dios pasa. Debe, sin embargo, dejar su huella. A esta huella
llamo yo "vida transfigurada". En otras palabras, vida de quien ha visto y ve el
rostro de Dios en las realidades y acontecimientos de la existencia. Ve el
rostro de Dios en ese niño sonriente y activo, como lo ve igualmente en ese otro
pequeño minusválido. Mira a Dios en los ojos transparentes de una joven limpia
de alma, que ha consagrado a Dios su vida entera; pero lo mira también en los
ojos de una prostituta, obligada a ese trabajo forzado para sobrevivir y
sostener a sus padres y hermanos. Descubre al Viviente en las especies del pan y
del vino, no menos que en las chispas de redención que saltan del pedernal de
una conciencia endurecida y pecadora. Todo está transfigurado, porque todo porta
consigo de alguna manera la marca original: made in God.
34.
La cuaresma es un caminar hacia la Pascua, que es victoria sobre todas las esclavitudes, que padecemos, para alcanzar y conseguir la NUEVA VIDA DE LA RESURRECCIÓN, que nos ha ganado Jesucristo con su Pasión, Muerte y Resurrección. “Si Cristo ha resucitado, nosotros también resucitaremos”, porque somos hombres, como él es también hombre.
Una vez mas, hemos sido llamados e invitados, todos los cristianos del mundo entero y también todos los hombres de buena voluntad, que buscan el bien, la justicia y la paz; hemos sido, pues, llamados e invitados a correr esta aventura de la Pascua del año 2004. Conseguir una nueva victoria en la cuaresma de este año, en esta lucha de cada día, contra la avaricia y el egoísmo, contra la soberbia y el orgullo, contra las sensaciones placenteras desordenadas y desequilibradas, llegar a ser al menos, esa persona humana, que salió de las manos de Dios y para tener ese señorío de nosotros mismos, de nuestras vidas y poder ser así seguidores de Jesucristo. Para ser, en una palabra, CRISTIANOS. Así nos preparamos a la Pascua grande, la última, la definitiva. Se habrán acabado de esta manera todos los ensayos que hacemos cada año. Que el ensayo de este año sea mucho mejor que el anterior.
Será el triunfo de Dios y el nuestro sobre la esclavitud del pecado y de la muerte eterna. Se muere como se vive. Si hoy vives triunfador sobre tus pecados de muerte, morirás triunfando de la muerte. Podremos entonces decir: "¿Muerte, dónde está tu victoria? ¿Muerte, dónde está tu aguijón?”
Se nos está proponiendo, durante este periodo de lucha, que es la Cuaresma enfrentarnos a esa triple tentación, como Jesucristo, que lo contemplamos el domingo pasado: contra la concupiscencia de la carne, contra la concupiscencia de los ojos, y contra la soberbia de la vida, de las que nos habla San Juan. La concupiscencia de la carne, que es el placer desordenado en el comer, en el beber y demás sensaciones corporales, drogas incluidas. La concupiscencia de los ojos, que es el deseo desordenado de todo poseer y todo para mí y nada compartir. Y la soberbia de la vida o deseo de poder, de prestigio, sea como sea y de dominio sobre los demás para estar por encima de ellos, y esclavizarles.
- ¿Qué hemos hecho durante esta primera semana de Cuaresma? ¿He compartido con los demás lo mucho bueno que hay en mí: mi simpatía, mi tiempo, mis conocimientos y cultura, mi dinero, LO QUE TENGO, en una palabra, para acabar dando lo que más vale, que es LO QUE SOY? ¿He vencido en alguna de esas batallas contra el deseo desordenado de todo poseer y nada compartir? San Juan de la Cruz nos dirá: “Para venir a tenerlo todo, no quieras tener algo en nada. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro”.
- Y en mi oración ¿he procurado dedicar un poco más de tiempo a la oración y a la lectura de la Palabra de Dios en la Biblia? ¿Asisto algún día de la semana al rezo del rosario, al vía crucis o a la celebración de la Eucaristía? ¿o solo asisto, nada más, que cuando hay un muerto por delante, no sabiendo, entonces, si asisto por quedar bien con la familia del difunto o por amor y agradecimiento a Jesucristo, que actualiza su muerte:”sangre, derramada para la remisión de los pecados”, salvarme, pues, que eso es lo esencial en la Eucaristía?
- ¿ He hecho el esfuerzo de hacer mejor, sobre todo mi oración bocal, para no ir aprisa y corriendo, como un charlatán y parlanchín, como nos corrige el mismo Jesús, al decirnos, “cuando recéis no seáis como los charlatanes?”. He de procurar no empezar antes de que acabe el que preside la oración, de la misa o del rosario y procurando ir al ritmo de todos, escuchándoles, para ir a la par, y no precipitar así el rezo. ¿Ha habido una mejora de la calidad de mi relación e intimidad en este diálogo con Dios, a partir de una fe más viva y más operativa?
- ¿He vencido en alguna de estas batallas que luchamos contra nuestra soberbia y orgullo? Y mi ascesis o mortificación ha sido sincera, humana e inteligente para equilibrar mis pasiones, los instintos y deseos, cuando se desordenan? O ¿he tenido relaciones, deseos y pensamientos deshonestos, viendo, por ejemplo, programas de telebasura, o he comido y bebido sin moderación?
- Pues, hoy, hermanos, al comenzar la segunda semana, se nos llena de esperanza a todos aquellos que hayamos fracasado en nuestro empeño, en nuestra lucha o nos sintamos defraudados por nuestra insignificante o pírrica victoria. Dios nos sigue esperando, nos sigue amando y sigue siendo fiel. Fiel a una Alianza, llena de promesas, que hizo con Abraham y que hoy la hace y la renueva con cada uno de nosotros.
Dios nos sigue esperando, nos sigue amando y sigue siendo fiel. Fiel a una
Alianza, llena de promesas, que hizo con Abraham y que hoy la hace y la renueva
con cada uno de nosotros. Y de nosotros no espera la fidelidad, no nos la exige,
al menos. Es todo un gran Señor. Algo grande hay en nosotros, cuando se empeña
Él de ese modo, sin exigirnos ninguna contrapartida, ningún compromiso.
Seguramente, sólo espera nuestro amor. ¿Recordáis las palabras de Jesucristo en
la sentencia del Juicio Final?:
“Venid, benditos de mi Padre a poseer el Reino que os está preparado desde la creación del mundo”. Fijaros bien, desde la creación del mundo Dios ya había pensado en ti para darte un premio enorme, como tú nunca pudiste imaginar.
Abraham no concibe que Dios pueda hacer una Alianza, un contrato sagrado, con él, que es pobre, débil y solo. ¿Cómo Dios puede prometer tanto a un hombre así?. Por eso Abraham le pide un signo o señal de esa Alianza descomunal. ¿Cómo sabré que voy a poseer cuanto me prometes? Y Dios le jura fidelidad a su Palabra, a su Alianza, con ese rito de la tea encendida, que era el mismo con que los socios de un contrato, aceptaban quedarse convertidos cual aquellos animales descuartizados y abrasados por el fuego, si dejaban de ser fieles al contrato sellado.
Pero, fijaros bien, la categoría, el talante, la entrega, el enamoramiento pudiéramos decir, de este Dios para esta criatura, Abraham, que somos cada uno de nosotros:
“Cuando iba a ponerse el sol, nos han proclamado hoy en la primera lectura del Génesis, un sueño profundo invadió a Abraham y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. Una humareda de horno y una antorcha ardiente pasaban entre los miembros descuartizados de los animales”. Y Abraham ve a Dios-Yahvé pasar con la tea encendida por entre las víctimas, pero a Abraham no se le exige que se comprometa de esa manera. Es sorprendente. ¿Por qué Dios no le exige, prácticamente nada en ese contrato, en esa Alianza? ¿Tanto le quiere? ¿Tanto te quiere?. ¿Tanto nos quiere?
Verdad es, que, antes, Dios le había solicitado a Abraham, abandonar su país corrompido de Ur, para hacerle padre de un pueblo inmenso como las arenas del mar y más numeroso que las estrellas del cielo. Y después se vio obligado a abandonar su descendencia, al ir a sacrificar a su único hijo, Isaac, según sus tradiciones, y tal y como Dios se lo había pedido. Así quedó vacío de su pasado y de su futuro y solo le quedó el abandonarse totalmente a Dios.
-¿Has sido tú infiel esta semana a tu cuaresma, a tus promesas bautismales: “Renunció a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometo seguir a Jesucristo”, dijiste en tu bautismo y lo has repetido otras muchas veces. ¿Has sido infiel a tu Alianza con Dios? Pues Dios sigue siendo fiel a su promesa, también para esta segunda semana. Te puedes llenar de esperanza, porque Dios te sigue esperando.
Si la lucha de tu
cuaresma es dura, auténtica y sincera, la recompensa y la gloria son inmensas.
La Iglesia nos lo manifiesta enseguida, en el segundo domingo, para que nadie se
desanime. Todos acabaremos transformados, transfigurados, glorificados como
Jesús en el monte Tabor. Vale la pena seguir luchando en ese
triple frente
de
compartir lo que tengo y lo que soy;
orar
con toda el alma
y
dominarse a sí mismo,
que lo decimos tradicionalmente con las palabras de:
LIMOSNA, ORACIÓN Y AYUNO.
¿Cómo hacer esta segunda semana para sentirnos transformados, transfigurados por este amor de Dios, que descubrimos en su Palabra?
Jesucristo, al bajar del monte de la Transfiguración, anuncia a sus discípulos su fracaso total, su muerte. Ese es el camino misterioso que lleva a la resurrección. Entonces ese debe ser tu camino en esta segunda semana: no creerte imprescindible. No sentirte el mejor de todos, aplastándolos con tu poder y prestigio, hasta de buena persona. No humillarlos con tu saber, sino poniéndote en las manos de Dios, como Abraham, para servir a tus hermanos. Porque cuando venga el Señor, si te encuentra así velando en oración y sirviendo a tus hermanos, él mismo, sin quitarse las ropas, se las recogerá, para que tu te sientes a la mesa y servirte una buena cena, su cena. El, el Señor, será tu servidor. Y tú, servidor, será un gran señor.
En esta Eucaristía te lo encontrarás, enseñándote el camino de este triunfo de la cuaresma, que es triunfo de resurrección, o nueva vida.
AMEN.
P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
35. Fluvium 2004
Vivir en la fe
Conducidos por la narración de san Lucas, nos encontramos con un momento
especialmente sobrenatural de la vida del Señor. No sólo nos muestra Jesús en
esta ocasión un poder por encima de las fuerzas humanas, como sucede, por
ejemplo, en las curaciones milagrosas, sino que, sustraídos, por así decir, de
este mundo, los Apóstoles acompañados por Jesús se asoman de algún modo al
"mundo" de la Trinidad.
Consideremos lo que, para nuestra enseñanza, el Espíritu Santo nos transmite a
través de este Evangelio y procuremos, a continuación, aplicarlo a la vida de
cada uno, puesto que nada se nos ha revelado inútilmente. Nos encomendamos al
Paráclito para que, con su luz, aprendamos una vez más lo que Dios nos sugiere a
partir de esta escena de la Transfiguración.
La felicidad de Pedro, que con toda sencillez le propone a Jesús instalarse en
la cumbre del monte, manifiesta que es un gozo grande el trato con los santos y
participar de la Gloria de Dios. Lo mejor para los hombres es vivir santamente:
según Dios y con Él. Descubrir esta realidad constituye un éxito sin igual para
la persona. No podía ser de otro modo, siendo Dios Nuestro Creador, el Artífice
de los elementos que nos configuran y de la plenitud en que consiste nuestra
felicidad. Diríamos que nadie sino Dios sabe lo que nos conviene y cómo seremos
felices.
Pero esta felicidad, como se nos muestra por el relato evangélico, es de otro
orden: no se debe a estímulos humanos agradables, como sucede con las cosas que
nos hacen gozar en esta vida. El misterio que envuelve toda la escena indica que
Jesús y sus acompañantes están de algún modo sustraídos de este mundo, y ahí es
donde Pedro exclama: Maestro, qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas.
Por unos instantes esos tres hombres, sin saber cómo, han compartido con Moisés
y con Elías la vida de los que habitaban en el seno de Abraham, que –sin gozar
todavía de la contemplación de Dios– vivían ya felizmente predestinados,
esperando aún la muerte de Cristo que les abriera las puertas del Paraíso, para
vivir en la intimidad de Dios. Por unos instantes Pedro, Santiago y Juan se
sintieron tan felices que no echaban de menos nada del mundo. No gozaban
plenamente de Dios, pero aquel estado de plenitud nuevo, que experimentaron en
la cumbre del monte, no tenía precedentes para ellos. No valía la pena, según
Pedro, seguir buscando la felicidad en otra parte: instalémonos aquí, viene a
decirle a Jesús.
En un momento –continúa diciéndonos el relato– los cubrió una nube y ellos se
atemorizaron. De la nube se oyó la voz del Padre: Este es mi Hijo, el elegido,
escuchadle. Contrasta ese temor con la felicidad de sólo un instante antes. Tal
vez se deba a que no eran aún aquellos hombres dignos de estar ante la Trinidad,
significada por la Voz, Jesús y la Nube que envolvía a todos. Siendo discípulos
fieles del Señor, todavía debían purificarse. Como tendremos ocasión de
comprobar, estaban llenos de afanes humanos. Dentro de poco, por ejemplo, los
veremos discutiendo sobre cuál de entre ellos sería el mayor.
Además las palabras que habían escuchado les imponían una grave responsabilidad.
El Maestro, al que venían siguiendo desde tiempo atrás, era, en efecto, Maestro
y debían escucharle, no tanto por el atractivo que ellos habían descubierto en
Él, sino, desde ahora, por un mandato de lo Alto. Su vocación –llamada– de
seguir a Jesús para vivir con Él, se refrendaba así con ese imponente, exigente
e imperativo testimonio sobrenatural. Jesús aparecía además confirmado como
Mesías, en continuidad y sintonía con dos importantes figuras del antiguo
Israel: Moisés y Elías.
La Transfiguración es un importante acontecimiento de la vida de Jesús, que
debemos incorporar a nuestra idea de Cristo, para que no disminuya, por
contemplarle en ocasiones tan humano, el convencimiento que tenemos de su
divinidad y trascendencia del mundo: Uno con el Padre y el Espíritu Santo.
Agradezcamos a Dios que haya querido hacerse tan próximo a los hombres en
Jesucristo. Deseemos apreciar más y más esta cercanía que el Creador ha querido
tener en el mundo sólo con el hombre, en lo que radica nuestra grandeza: nuestra
dignidad de personas. Procuremos que muchos más se admiren con nosotros cada día
de poder compartir la propia existencia en intimidad con nuestro Dios y Señor.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseña, proclamando que hizo en
Ella cosas grandes el Todopoderoso, porque se fijó en la humildad de su esclava.
36. 7 de marzo de 2004
La cara oculta de Jesus
1. La Buena Noticia de Jesús se resume en su Exodo, que termina en la
Resurrección. Moisés sacó al pueblo de Egipto. Hizo su Exodo. Elías alentó al
pueblo en su fe y esperanza, a costa de su descanso y tranquilidad. Fueron
actores principales, ministros de la Palabra. Pero Jesús está ahora ya en su
lugar, es su confirmación y su relevo. Su complemento y cumplimiento. El Padre
habló por los profetas, pero últimamente el Padre habla por Cristo, el hombre
que va a la muerte, obediente al Padre: "Escuchadle". La vida no va a terminar
con la muerte. Repetidas veces ha dicho Jesús a los discípulos que va a morir,
pero al tercer día va a resucitar. ¿Es un fracaso su vida? Aparentemente sí.
Allí están los tres discípulos elegidos y más representativos y con ellos la
Iglesia, que extenderá y propagará su mismo mensaje de amor hasta la muerte que
termina en la gloria cuyo preludio es la Trasfiguración.
2 Antes estuvo Abraham: "Abraham creyó al Señor y se le contó en su haber"
Génesis 15,5. Dios, que había sacado a Abraham de Ur de los Caldeos, le dice:
"No temas, Abraham, yo soy tu escudo y tu paga será abundante". Abraham,
desilusionado, expone al Señor su situación de fracasado: "¿De qué me sirven tus
dones, si no me has dado hijos?". Entonces Dios le promete una descendencia
numerosa, "como las estrellas", la posesión de aquella tierra, y la bendición.
La descendencia es signo de poder. Los hijos son la riqueza de los pobres, por
eso en la actualidad los pueblos con descendencia más numerosa son los del
tercer mundo. Le promete la posesión de la tierra, que es el sueño de un nómada
errabundo sin patria. Y le garantiza la bendición con la acumulación de grandes
riquezas.
3. Bajo el cielo luminoso tachonado de un ejército de estrellas innumerables
como testigos de la promesa, Dios garantiza a Abraham la descendencia numerosa.
Abraham acepta la descendencia. Es ley biológica y seguro de defensa humana.
Pero pregunta al Señor cómo sabrá que va a poseer la tierra. El Señor le pide
que le ofrezca unos animales en sacrificio. Por entre los animales
descuartizados pasó una antorcha ardiendo y una humareda de horno. En el fuego
de la antorcha encendida Dios se hace presente y se compromete a cumplir la
palabra, como diciendo: que me suceda lo que a estas víctimas sacrificadas.
Cuando estos animales vuelvan a vivir, dejaré yo de cumplir mis promesas.
¡Nunca!. A Abraham le invadió un sueño profundo en el que interiormente vio el
compromiso, la lealtad y la fidelidad de Dios. Dijo Dios: "Tu descendencia
vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión
durante cuatrocientos años, pero saldrá con grandes riquezas". "Aquel día el
Señor hizo alianza con Abraham". Abraham vio, creyó, confió y se sometió
incondicionalmente a Dios, con lo que consiguió una descendencia innumerable, la
posesión de la tierra y la bendición de Dios.
4. "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida" Salmo 26. El salmo
trasciende la materialidad de la descendencia, de la posesión de la tierra y de
la bendición de la prosperidad, y los eleva a la dimensión de la patria a que
están apuntando: el "país de la vida". Donde la vida no tiene muerte, la
participación de la vida de Dios que heredaremos con Jesucristo y por él.
5 "Una voz desde la nube decía: <Escuchadle>" Lucas 9,28. ¿El hombre Jesús ha
quedado afectado tras su lucha con Satanás y su opción por el camino de la cruz?
A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la
suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también
sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre? Jesús necesita afirmarse y
afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso:
"Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Mientras oraba
se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que
permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro. Entrar en oración
es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su
manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue
confortador y estimulante.
6. Hoy nos elige a nosotros; nos elige para subir con él. El no esperaba la
Transfiguración. El esperaba orar. Conversar con el Padre. Manifestarle su
estado, sus luchas, contarle el combate con Satanás, pedirle fuerza, sus Dones
del Espíritu, su paciencia.. Se los llevó a orar con él. Nos elige y nos llama y
acompaña a orar. Tal vez llegue la transfiguración. Seguro la paz y los efectos
del contacto con el sol que vigoriza, acrece las defensas, en defintiva,
transfigura nuestra vida. Nos elige a nosotros. Podemos poner excusas. El
trabajo, la ignorancia, lo que queda al pie de la montaña. Depende de nosotros.
El estaba reluciente con vestidos blancos y rostro bellísimo y radiante. No se
ha maquillado. Su hermosura brota de dentro. Su alegría es clara y visible. El
Verbo Dios que llevaba escondido, sólo viajaba de incógnito. Ahora se ha
manifestado apenas. La belleza que hoy se cotiza es pura baratija. Belleza de
fachada. No es que sea rechazable en sí misma, pero puede serlo en la intención,
comercio, azuzamientos de los instintos menos nobles del ser humano. De ahí que
haya necesidad de un autodominio, una lucha para aprender el lenguaje del amor,
que es el lenguaje de Dios, que tiene sus propiedades y normas, para que en el
diálogo y en la comunicación nos podamos entender, porque la carne habla un
idioma distinto al del Espíritu de Dios.
7. Dos personas conversan con él de su "éxodo". Son Moisés y Elías. Los dos
guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado,
ahora, como compañeros suyos. Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el
Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En
estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y
su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como
decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único
camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no
sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el
camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una
glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais.
Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la
oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida y portentosaa. Como Israel salió
de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo, va de la
muerte a la resurrección. "Escuchadle a El". Moisés y Elías prpararan su camino.
Ahora sólo a El debéis escuchar y seguir
8. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El
recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se
le hizo llegar esta voz: <Este es mi hijo, a quien yo quiero, mi predilecto>.
Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña
sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y
el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones"(2 Pe 1,19).
9. El nexo de unión donde coinciden la 1ª y 3ª lecturas, es la respuesta de la
fe de Abraham a la palabra de Dios y la obediencia del cristiano a Jesús, cuya
vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para
caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y
escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará
nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa
energía que posee para sometérselo todo" (2Cor 3,18).
10. Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más
numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el
hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de
tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?"(GS
10). El mensaje de las lecturas da respuesta a estas preguntas, porque "cree la
Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su
fuerza por el Espíritu Santo"(Ib), para que la humanidad pueda salvarse.
11. "Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la
meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar
por la muerte. Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte,
desciende y predica la palabra...Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por
el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los
vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la
tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida
descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar,
la Fuente a tener sed (S. Agustín). «Pedro y sus compañeros -apunta el
evangelio- se caían de sueño.» Es curioso observar que los discípulos se duermen
cuando algo no les interesa. También se dormirán en Getsemaní. La idea de un
salvador-rey-ungido que salva muriendo, dando la vida y dejándose matar, no les
interesaba demasiado. Jesús no le hizo caso. Según los incomprensibles planes de
Dios, ese Jesús -que bajaría del monte para subir al Calvario- es su Hijo a
quien hay que escuchar. Los demás mesías esperados y soñados son falsos.
12. Aunque a veces sea necesario un alto en el camino para recobrar fuerzas, hay
que completar el camino, hay que llevar a su término la tarea que corresponde a
cada uno en este proceso de liberación personal y colectivo al que Jesús nos
invita. Y más jugando con la ventaja de saber con certeza cuál será ese final.
Jesús, Moisés y Elías. «Hablaban de su éxodo», palabra esta que ya desde el
libro de la Sabiduría,4,10, designa la muerte del justo como salida = éxodo
hacia Dios.
13. Siempre que Jesús ve en peligro la fe de los suyos se va a compartir el
problema con el Padre. El anuncio de que iba a ser un mesías bastante distinto
de lo que las tradiciones judías hacían esperar, sin buscar ni alcanzar ninguno
de los triunfos que todos esperaban -no llegaría a ser rey, no engrandecería a
la nación israelita, ni siquiera vería con sus propios ojos cómo se establecía
la justicia en su pueblo...-, debió hacer temblar los cimientos, poco firmes
todavía, de la fe de los discípulos. A Pedro, Juan y Santiago, se los lleva
Jesús consigo para asociarlos a su oración.
14. No olvidemos en el día de la celebración de la vida transfigurada, que
estamos celebrando su vida resucitada, y que, aunque velado ahora por los
accidentes del pan y del vino, vamos a ver al Jesús que se transfiguró. Su
acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de
entonces. "Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8).
Jesús Martí Ballester
37. Del Tabor al Calvario
Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en
Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles
quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les
da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el
huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su
glorificación
I. Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en
Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles
quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les
da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el
huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su
glorificación. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se
volvió blanco, resplandeciente (Lucas 9, 29). Y le ven conversar con Elías y
Moisés, que aparecían gloriosos. Pedro exclama: Señor, ¡bueno es permanecer
aquí! Hagamos tres tiendas... El Evangelista, refiriéndose a este suceso,
comenta “no sabía lo que decía”: porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse
aquí o allá, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de
las circunstancias en las que nos encontramos. Si permanecemos con Jesús,
estaremos muy cerca de los demás y seremos felices en cualquier lugar o
situación en que nos encontremos.
II. La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (2
Corintios 5, 2). Caminar en ocasiones es áspero y dificultoso, porque con
frecuencias hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos
enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor
confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más
duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El atisbo
de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. El
pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha
diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo.
III. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor sin especiales
manifestaciones gloriosas, lo excepcional fue verlo transfigurado. A este Jesús
debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en
la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando nos perdona en la
Confesión, y sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera,
real y sustancialmente presente. Pero no se nos muestra con particulares
manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo
ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario.
Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor
aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día,
ahora mismo. Esta Cuaresma será distinta si nos esforzamos en actualizar esa
presencia divina en lo habitual de cada día.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
38. Meditación diaria
Autor: P. Cipriano Sánchez
La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo
que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se
manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,
además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a
indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra
vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus
vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo,
sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que
San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la
eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad
en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la
explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la
garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no
desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de
plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser
felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad
está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una
manifestación de la verdadera felicidad.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el
Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer
lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el
alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice
Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Pero, al mismo tiempo, tener a
Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con
nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas
veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de
tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la
auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una
decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos
auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué
bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia
de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son
simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y
el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como
Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La
plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo
falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo,
no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra
alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio
todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone
tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre
una ausencia; no hay plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no
existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias.
Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de
tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras;
ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o
ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo.
El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para
resucitar con Él cada día. “Si con Él morimos —dice San Pablo— resucitaremos con
Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él”. La Transfiguración viene a
significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como
un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino
que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra
identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser
capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a
través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa
sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra
vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo
todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en
todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de
felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para
aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo
mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
39.
La Cuaresma camina hacia la meta triunfal de la
Pascua. Ese día, con el Espíritu del Resucitado, renovaremos nuestro Bautismo.
Afirmaremos nuestra fe en Jesucristo, el Señor y renunciaremos al mal: al pecado
y todas sus seducciones... Naceremos como hombres nuevos, que quieren hacer un
mundo nuevo. Y hoy, para animar nuestro camino, el Evangelio nos manifiesta un
vislumbre de la gloria del Señor, en la Transfiguración.
El Evangelio de Lucas
"Unos ocho días después..." Así empieza Lucas su pasaje. Relaciona la
Transfiguración como el acto de fe de Pedro: "Tú eres el Mesías de Dios"
y la crisis de los discípulos cuando les anuncia su Muerte y Resurrección Jesús
quiso enriquecer la fe de los suyos.
"Se llevo a Pedro, Juan y Santiago a lo alto de una montaña para orar" En la
Biblia muchas veces Dios se manifiesta en la Montaña. Cercanía de Dios, soledad
y oración. Hace solo unas semanas pude estar físicamente en estas montañas de
Israel y en ella hay sin lugar a dudas un aló de cercanía de lo Divino. Como en
este Evangelio. Los tres elegidos habían sido los únicos testigos de otros
momentos como: Cuando resucitó a la hija de Jairo y en Getsemaní. Sólo los tres,
porque había que mantener el misterio de la gloria de Jesús hasta la revelación
Pascual y tres testigos eran más que suficientes.
"Mientras oraba.... su rostro cambió... sus vestidos brillaban de blancos..."
El mundo de Dios contado con nuestras palabras: blancura, luz, esplendor,
asombro. La oración era el mejor momento para esta transformación. San Lucas
también habla de Jesús que reza en el Bautismo y en la Cruz.
"Conversaban con El.... Moisés y Elías, que aparecieron con gloria y hablaban de
su muerte en Jerusalén" Son dos figuras señeras del A.T. También habían pasado
horas difíciles y ahora están glorificados. Sólo Lucas nos dice el tema de su
conversación: su próxima muerte en Jerusalén
"Pedro y sus compañeros se caían de sueño y espabilados vieron su gloria"
También se dormirían en Getsemaní. En el Tabor despertaron más agradablemente
"Maestro que hermoso es estar aquí. Haremos tres tiendas" El propio evangelista
nos dirá que "No sabían lo que decían"
"Una nube les cubría... una voz decía... Este es mi Hijo... el escogido,
escuchadle" La nube era una señal bíblica de la presencia del Señor (Exo 40. 35)
El Padre presenta a su Hijo con palabras de Isaías (42. 1) Destaca su misión
profética, por lo que dice: "Escuchadle" San Lucas termina diciendo que los
discípulos se callaron de momento.
Consignas para la Cuaresma.
1.- Ante todo Jesucristo. "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle" Es el
objetivo primero de la Cuaresma y de siempre. Un Jesucristo creído, conocido,
vivido, celebrado, comunicado. Tenemos que estar con el oído abierto a toda
Palabra del Señor.
2.- Oración y contemplación. "Los llevó a lo alto de la montaña para orar" La
Cuaresma tiene mucho monte que invita a la oración . El ritmo de silencio y de
oración tiene que marcar este tiempo. Madrugar un poco, la Misa de cada día, el
Rosario, el Vía Crucis de los viernes.... cada uno sabe que es lo que mejor le
va en estos días para preparar la Pascua.
3.- Dios en la calle. "Que hermoso es estar aquí Hagamos tres tiendas. No sabía
lo que decía" San Pedro quiso encerrarse en ese momento. No seguir adelante. A
Dios no se le encierra en el Templo. Hay que encontrarlo en la vida: en el
trabajo, en los hermanos. Mucha gente no pisa nunca la Iglesia. Solo puede
conocerlo en la calle. Necesita muchos testigos como nosotros.
Queridos hermanos de la Lista. Recordemos siempre lo que hoy San Pablo nos
promete y que se cumplió a las mil maravillas en María, nuestra Madre
"El transformara nuestra condición humilde, según el modelo de su condición
gloriosa, con esa energía que posee para someter todo"
Con mis pobres oraciones.
P. Rodrigo