TRANSFIGURACIÓN
SIGNOS Y SIGNIFICADOS

 

Después de la vuelta de los doce, Jesús dice: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansad un poco..." (6, 31).

Aquí tenemos: "...subió con ellos solos a una montaña alta y apartada" (9, 2). Quizá no es casual la coincidencia entre el "vosotros solos a un sitio tranquilo..." y este "ellos solos a una montaña alta y apartada".

El motivo puede ser el mismo: el cansancio y la consiguiente necesidad de descanso. En el primer caso es el cansancio físico después de la misión apostólica. Aquí es otro cansancio, al que podemos dar el nombre de desilusión, abatimiento, desconcierto, incertidumbre. Jesús ha hablado con extrema claridad de la propia pasión y muerte, ha subrayado sin medias tintas la exigencia para los discípulos de recorrer el mismo itinerario doloroso.

El choque provocado por aquel anuncio debió ser fuerte y no había sido aún asumido. Los apóstoles tienen necesidad de "rehacerse", reanimarse, recobrar fuerza y coraje, de ser capaces de un «sí» después de este cambio imprevisto. Así también en esta circunstancia, como en la anterior, el descanso se da en torno al Maestro. Que se trata de un reposo benéfico y agradable en todos los sentidos, lo demuestra Pedro, que querría prolongarlo quién sabe por cuanto tiempo.

Por tanto, interrupción-pausa en vista de un largo itinerario.

En este sentido se puede también interpretar la presencia de Moisés y Elías, dos personajes que han tenido una experiencia excepcionalmente íntima de la divinidad en momentos dramáticos, de cansancio, incluso de crisis, de su misión.

Interrupción pero también inicio. El anuncio explícito de la pasión señala, como hemos dicho, un cambio decisivo en el ministerio de Jesús, así como en el seguimiento de sus discípulos.

Al comienzo de la primera fase se coloca el bautismo. Aquí la transfiguración. Dos manifestaciones epifánicas.

Los puntos comunes entre los dos episodios son numerosos. Sobre todo hay un elemento central: la voz-relación. El Padre es siempre quien acredita a Jesús como Hijo, el amado (agapetos) y quien garantiza, por tanto, su misión divina. La única diferencia es que se pasa de la segunda persona («tú eres mi Hijo") a la tercera ("éste es mi Hijo"). En el bautismo la revelación se diría que está destinada esencialmente a Jesús. Aquí es, sobre todo, para los discípulos, que tienen necesidad de ser "confirmados" para seguir al Maestro a lo largo de ese camino extraño a su mentalidad y a sus perspectivas, que había sido indicado hacía poco.

Muy bonito es el comentario de X. L. León-Dufour: «Es Dios quien responde al anuncio de la pasión que Jesús ha hecho un poco antes. Con ocasión del bautismo Dios había declarado que Jesús, presentado ante Juan Bautista como cualquier otro pecador israelita, era auténticamente el propio hijo predilecto. En la transfiguración, a los discípulos que habían comprendido hacía poco cómo Jesús se atribuía el destino del siervo sufriente, Dios les confirma que es realmente su propio hijo».

Otro paralelismo digno de tener en cuenta. El episodio del bautismo va seguido del de la tentación por parte del diablo en el desierto. Después de la narración de la transfiguración, tenemos el episodio del muchacho epiléptico poseído por un espíritu mudo. En ambos casos, después de la teofanía, Jesús afronta las fuerzas del mal.

(...) Los tres discípulos son los mismos que serán testigos "adormilados" de la agonía de Jesús, en Getsemaní, epifanía de la humillación del hijo del hombre. También habían asistido a la resurrección de la hija de Jairo. «Siempre que aparecen como comparsa en estas escenas es porque se da siempre una revelación importante y secreta concerniente a la persona de Jesús. En estos tres pasajes se trata siempre de cuestiones de pasión y muerte» (·Becquet-G).

(...) El prodigio es expresado con el característico verbo pasivo "se transfiguró" (v. 2). La expresión significa, literalmente, cambio de forma, de semblante. Indica, por tanto, que Jesús aparece bajo un aspecto diverso del habitual.

Pero es algo más que una irradiación de luz, como podía ser el caso de Moisés cuando bajó del monte con el rostro radiante. Jesús no refleja simplemente un rayo de la luz divina. Revela, más bien, su ser profundo, la propia naturaleza divina.

«Decir que Jesús se ha transfigurado significa expresar su vida íntima; la realidad profunda de lo que se transparenta a través de su humanidad» (G. Becquet). La gloria de Jesús es expresada mediante el candor deslumbrante de los vestidos. Mc no hace referencia a la cara.

El detalle «como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (v. 3) quiere subrayar que esta luminosidad es de origen celeste. «Penetrando hasta los vestidos, esta gloria significa que la carne de Jesús es su vestido», como en el paraíso, antes de la caída (X. L. Dufour).

Estamos ante el fulgor de las realidades celestes. La gloria pertenece únicamente a Dios porque él solo es santo.

Algunos ven también un signo de las dos naturalezas asumidas por la persona del hijo de Dios: "Hoy, sobre la montaña, el que se había revestido de estas miserables y tristes túnicas de piel, se ha puesto un vestido divino, "la luz le envuelve como un manto" (Sal 103, 2)" (san Anastasio el Sinaíta).

Jesús aparece como el «Señor de la gloria» (1 Tim 3, 16).

Esteban podrá contemplarlo así durante el propio martirio y Saulo será deslumbrado en el camino de Damasco.

Pero de esta gloria pueden también participar los creyentes, llamados a "revestirse de Cristo" (Gál 3, 27).

Se realiza ya en esta tierra la profecía descrita por el Libro de Enoc para el juicio universal: "Y el Señor de los espíritus vendrá a habitar en medio de ellos. Y comerán, se sentarán y tendrán un sitio con este hijo del hombre. Y los justos y los elegidos serán levantados de su postración en tierra y serán revestidos con el vestido de gloria. Porque así será su vestido: el vestido de vida del Señor de los espíritus. Y su vestido no envejecerá y su gloria no pasará ante el Señor de los espíritus» (62, 14-16).

El blanco será también el color de los salvados. "Es el color de los seres transfigurados, de los santos que, purificados de su pecado, blanqueados con la sangre del cordero, participan del ser glorioso de Dios. Ellos forman la "blanca escolta" del vencedor, multitud inmensa y triunfante que exterioriza su alegría en una eterna fiesta de luz: el cordero se une a la esposa revestida de "lino de un candor esplendoroso"».

La liturgia ha adoptado siempre el lino blanco como vestido e impone una vestidura blanca al neobautizado que, por medio de la gracia, participa en la gloria del estado celeste con la inocencia y la alegría que eso implica.

Las figuras de Moisés y Elías aparecen aquí, no solamente porque estos dos personajes han subido a la montaña santa de la revelación (Horeb o Sinaí) y ni siquiera porque, según la literatura bíblica, eran esperados para el final de los tiempos. Sino que, a mi juicio, estas dos figuras sirven para concentrar mayormente la atención sobre el personaje principal. Jesús es la realización de las promesas de Dios, el compendio de la Ley, la actuación de las profecías. El plan de Dios encuentra en él su cumplimiento.

La "conversación" entre ellos quizá nos indique la continuidad del designio divino, el paso de la antigua a la nueva alianza. La arquitectura del plan divino de salvación encuentra aquí su perfecta unidad.

"Las dos grandes figuras del Antiguo Testamento se inclinan ante el hijo del hombre; la ley y las profecías rinden homenaje al evangelio" (Loisy).

(...) -El equívoco de Pedro quizá tenga un nombre: separación. El cree que la luz elimina completamente las tinieblas (pasión, humillación, muerte, sufrimiento). Y piensa que la obscuridad no tiene ninguna relación con la luz. En definitiva entiende la propia existencia en términos o de luz o de obscuridad. El episodio de la transfiguración sirve para hacerle comprender que la luz no elimina definitivamente las tinieblas. Aquella luz le ha sido regalada más bien para que sea capaz de caminar en la obscuridad.

¿Seré capaz de convencerme de que el cristiano debe llegar a la luz sin pretender evitar la obscuridad? ¿Que la luz es un punto de llegada, no un confort habitual? ¿Que debo recurrir a ella con mucha frecuencia no para estancarme, sino para salir y afrontar el mundo de la sombra y caminar en la esperanza de encontrarla?

Señor, haz que un rayo me baste para vivir sin miedo la noche interminable. Que la memoria del acontecimiento sea suficiente para guiarme hacia el futuro, sin dudar.

Es curioso cómo el hombre se preocupa siempre de construir una casa a Dios que, en cambio, ha descendido sobre la tierra precisamente para habitar en la casa del hombre.

Mucha gente religiosa, cuando quiere honrar a Dios, cuando cree agradarle, no encuentra nada mejor que construirle una iglesia. No se les pasa por la imaginación que él quiere instalarse en nuestra casa, en nuestra vida, en el centro de nuestros «trabajos» cotidianos.

"Dios tiene necesidad de metros cuadrados" se leía en un anuncio publicitario, aparecido en los periódicos para la construcción de nuevas iglesias.

Es probable que se contente con menos y, al mismo tiempo, exija mucho más. El corazón del hombre es el "lugar" preferido por Dios.

Y no es cuestión de ladrillos ni de metros cuadrados.

"No encontraron sitio en la posada" (Lc 2, 7). Hay gente que evidentemente se siente aún culpable de aquella descortesía y quisiera compensar.

Pero Jesús en este momento no acepta ya posada. La hospitalidad que pretende es la doméstica.

El proyecto de la tienda quizá responde al deseo inconsciente de tener a Dios a distancia, circunscribir su presencia en lugares y tiempos bien definidos. Pero él no sigue nuestro juego. Con la encarnación ha elegido otro juego, que es más bien serio, el de nuestra realidad de todos los días.

Me decía un cura viejo: «Créeme, el misterio más difícil de digerir no es el de la Trinidad -no cuesta nada-, sino la encarnación. Comprende, quién acepta tener un Dios siempre entre manos...». Probablemente tenía razón.

Demasiados cristianos prefieren ir a buscar a Dios en su casa, más bien que dejarse encontrar por él en la propia habitación miserable. Prefieren permanecer de rodillas por un cierto tiempo y después, una vez que se han levantado, hacer su vida sin el riesgo de encontrárselo cerca a cada momento. Ciertamente, un Dios bajo la tienda no se interfiere ni estorba a nadie. Permanecer con Dios en la montaña puede ser bonito.

La pena es que él desciende rápido. Nos lleva al asfalto, al olor de los tubos de escape, a la multitud que te pisa. Y en medio de esa confusión, te lanza allí una propuesta: «Me gusta estar aquí» (o «es bueno que yo esté aquí contigo»). «Si quieres, entro bajo tu tienda...». El sabe lo que dice... Quizá por esto me molesta.

-El discípulo no es un original La escucha es lo que define al discípulo. Su ambición no es la de ser original, sino la de ser esclavo de la verdad, en actitud de escucha. De acuerdo con toda la concepción bíblica, la palabra de Dios que hay que escuchar no tiene sólo un aspecto cognoscitivo, vehículo de ideas y conocimientos (en este sentido revela el plan de Dios: quién es Dios, quién somos nosotros, cuál es el sentido de la historia en la que estamos insertos); sino también, como consecuencia, un aspecto imperativo (lo que tenemos que hacer, la regla a seguir, el punto de vista que hay que asumir ante nosotros y ante la historia): finalmente la palabra de Dios es una fuerza, una promesa fiel que logra, a pesar de todos los obstáculos, su objetivo. Comprendemos entonces cómo la escucha de la que se habla es el resultado de la obediencia, conversión y esperanza. Requiere no sólo inteligencia para comprender, sino coraje para decidirse: la palabra que escuchas es de hecho una palabra que te envuelve y te arranca de ti mismo

MAGGIONI-PRONZATO