29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
1-10

 

1. 

El pasaje más que querer trasmitirnos datos de una relevancia histórica, pretende que ya  en la vida de Jesús podamos arrojar sobre ella LA MISMA MIRADA TEOLÓGICA que los  discípulos sólo fueron capaces de tener después de la Pascua.

Los encuentros con Cristo resucitado que nos trasmiten los evangelistas insisten una y  otra vez en comunicarnos que quien ahora aparece vivo ES EL MISMO a quien  acompañaron en la tierra.

Ahí está su compartir el pan como en los buenos tiempos de la comida con los pecadores,  sus llagas producidas en la cruz, sus palabras. En el Cristo resucitado, había que saber ver  a Jesús, el incansable predicador del Reino.

Pues bien, una mirada teológica -la escena de la transfiguración- intercalada en el  proceso histórico de la vida de Jesús intenta que nos acostumbremos a LO CONTRARIO: EN  AQUEL JESÚS TERRENO, en sus palabra y gestos, en sus pruebas y fracasos, en su  soledad y abandono, HAY QUE SABER VER A DIOS, ES EL HIJO.

-Tentación de Jesús y tentación de los discípulos. 

Este mensaje hay que entenderlo en relación con el del domingo pasado: las tentaciones  de Jesús. En el bautismo Jesús ya había recibido la confirmación de arriba: "Tú eres mi Hijo  amado; en ti me complazco" (Mc 1. 11). Y, sin embargo, en las tentaciones rechazó la  posibilidad de vivir esa RELACIÓN PRIVILEGIADA con el Padre como FORMA  PRIVILEGIADA de ser hombre. Viviría su misión identificándose hasta el fondo con la  condición humana, apurando su cáliz hasta el final incluso en sus dimensiones más  dramáticas y absurdas, su relación con los hombres elegiría el camino del servicio y no del  poder, la humillación sería su estilo de ser Hijo, su manera de trasparentar a Dios. A Jesús  probablemente le costaría aceptarlo, y huellas de esto nos quedan en el relato de las  tentaciones.

Pues bien, ahora les toca a los DISCÍPULOS. Se les exige descubrir al SEÑOR en su  imagen HUMILDE, deben escucharle (como pide la voz del cielo) en su desconcertante  camino de siervo. Al que va a seguir a Jesús se le dice ahora que no encontrará a Dios en  toda su grandeza FUERA de aquel Jesús, que acaba de anunciar su pasión y con el que se  van a quedar al terminar la escena.

La tentación que superó Jesús al comienzo de su misión, van a tener que superarla  continuamente sus discípulos. Si Jesús, Hijo de Dios, actúa como hombre hasta el final, los  discípulos deben ver ya en ese estilo de Jesús que ni siquiera acepta el reto de bajar de la  cruz, la única revelación del Hijo de Dios.

-En nuestra prueba Dios está con nosotros

Si la primera mirada teológica que ilumina la vida histórica del HOMBRE JESÚS revela  cómo Dios está en él, una segunda mirada puede ser iluminadora para toda existencia  humana, que siempre es prueba, pero que en algunas ocasiones lo es de manera dramática  y que puede parecer absurda.

La primera y segunda lecturas de la liturgia de hoy nos orientan en este sentido. La fe  ejemplar de Abraham en el momento de la prueba -ni se reserva a su hijo único- le hace  posible encontrar a un Dios inmensamente generoso en su promesa: "Te bendeciré,  multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo y las orillas del mar... porque me  has obedecido".

Y la perorata de Pablo en su carta a los Romanos no deja lugar a dudas. "Si Dios está  con nosotros ¿quién contra nosotros?" Si estaba con su Hijo amado y no se echó atrás ni  siquiera cuando su entrega le conducía a la muerte, si en la mayor parte de las pruebas, el  Padre estaba allá ¿cómo no va a estar en las nuestras? ¿cómo no nos dará todo quien nos  ha dado a su Hijo? Seguir a Jesús NO ES, pues ahorrarse el sufrimiento y la prueba que  lleva consigo la condición humana, ni tampoco aquella que corresponde a apostar por el  Reino, una utopía, en medio de las realidades a veces tan inhumanas. Pero ES encontrar a  Dios YA en esta situación, y sentirnos ya HIJOS, por quienes intercede el Hijo, que ¡buena  experiencia tiene del camino que nosotros estamos siguiendo en nuestra débil condición  humana!

J. M. ALEMANY
DABAR 1985/16


2. 

En este segundo domingo de Cuaresma, leemos cada año la narración de la  TRANSFIGURACIÓN. Este evangelio ocupa, por tanto un lugar característico en el camino  cuaresmal; lo hemos de entender como una etapa en el camino hacia nuestra Pascua. Y en  los tres evangelios sinópticos la Transfiguración está situada EN UN MOMENTO PRECISO  DEL CAMINO DE JC Y DE LOS APÓSTOLES (cuando ya se produjo la división entre  contrarios, indecisos o seguidores de JC; cuando ya se prevé que el camino de JC lleva  hacia un final trágico.

Es en esta situación no aislada sino como un momento dentro de un camino de  PROGRESIÓN, donde podemos captar el sentido de este evangelio que merecía un  peculiar aprecio en la primitiva Iglesia. No es un hecho maravilloso, como una aparición  legendaria. Por más que los evangelistas utilicen un lenguaje simbólico -el único válido para  reflejar lo que quieren expresar- se trata de un HECHO DECISIVO PARA LA FE DE LOS  APÓSTOLES. Veamos por qué.

-Un camino difícil pero necesario..

Los evangelios nos hablan MUY HUMANAMENTE DE JC. A veces nosotros hablamos de  JC como si fuera UN DIOS DISFRAZADO DE HOMBRE. Pero los evangelios están muy  lejos de esta concepción (que, además, es considerada como herética por la Iglesia). Los  evangelios nos presentan el PROGRESIVO DESCUBRIMIENTO de unos hombres -los  apóstoles, los discípulos- que en el hombre Jesús de Nazaret van descubriendo la  actuación y la presencia de Dios. Pero este progresivo descubrimiento es DIFÍCIL, es un  camino de fe oscura que exige ir siguiendo a JC, paso a paso.

Este camino, este progresivo descubrimiento, NINGÚN CRISTIANO SE LO PUEDE  AHORRAR. Aunque paradójicamente, todos tendemos a ahorrárnoslo. Todos tendemos a  creer que ya conocemos a JC, que ya sabemos bien quién es. Pero lo que sucede a  menudo es que nos contentamos con una imagen parcial, desfigurada de JC.

Este camino -el de los apóstoles y el nuestro- es difícil, es oscuro. Y es natural que sea  así: es un CAMINO DE FE. La realidad de la vida de cada día, mezcla continua de bien y  mal, de grandeza y mezquindad, no permite mucha claridad, mucha seguridad. Pero, en  este camino, de vez en cuando, hemos de buscar unos MOMENTOS PRIVILEGIADOS que  nos permitan TRANSFIGURAR esta realidad, no para evadirnos sino, por el contrario, para  poder encontrarnos, cara a cara, con LO MAS HONDO Y VERDADERO DE ESTA  REALIDAD.

-Un camino de descubrimiento: se llega a la Vida pasando por la muerte

Esto es lo que significa, en el camino de los apóstoles la EXPERIENCIA QUE  SIMBÓLICAMENTE nos ha presentado la narración evangélica. Un momento en que los  apóstoles perciben CON MAYOR CLARIDAD QUIEN ES JC. Un momento decisivo para su  fe: CUANDO ya han dado el paso de reconocer a Jesús de Nazaret como Mesías.

PERO al mismo tiempo CUANDO con MAYOR OSCURIDAD VEN SU CAMINO (ellos  imaginaban un Mesías triunfador y el camino de JC parece dirigirse hacia el fracaso). Y en  este momento INTUYEN ALGO FUNDAMENTAL para su fe. Lo intuyen sólo, porque no  será hasta después de la Resurrección que lo aceptarán y lo creerán plenamente. ¿Cuál es este aspecto? Es el saber UNIR DOS REALIDADES aparentemente  irreconciliables. UNA es su fe en DIOS QUE ESTA PRESENTE en JC, que habla y actúa  en él. En el lenguaje de la Transfiguración esto viene significado por la nube, que  simbolizaba entre los judíos la presencia de Dios, y por la voz que se oye desde el cielo. Y,  además, esta fe incluye el creer que esta acción de Dios en JC CONDUCE A LOS  HOMBRES HACIA LA PLENITUD de vida, hacia aquello que los teólogos llaman "los  tiempos escatológicos", es decir, definitivos, de total realización humana por la  comunicación del amor de Dios, (es lo que significan los símbolos de los vestidos blancos y  deslumbradores).

Pero esta afirmación básica de la fe cristiana, los apóstoles consiguen unirla con OTRA.  Y es que ESTE CAMINO de JC hacia la plenitud de vida, PASA POR LA LUCHA, por el  sufrimiento, por la persecución, por el aparente fracaso. En unas palabras: que JC llegará a  la gloria de la RESURRECCIÓN PERO PASANDO POR LA LUCHA DE LA PASIÓN Y  MUERTE.

-Nuestro camino de cada día

Esta experiencia de fe de los apóstoles, la Iglesia quisiera que LA VIVIÉRAMOS  TAMBIÉN NOSOTROS especialmente en este tiempo de Cuaresma, caminando hacia la  Pascua. Que no nos contentemos con una fe superficial, con una fe sin contenido, sin  camino. Que también nosotros SEPAMOS UNIR la creencia en que Dios está activo en  nosotros para llevarnos hacia la plenitud de vida, con la afirmación de la necesidad de la  lucha, con el reconocimiento de la fuerza liberadora del esfuerzo cotidiano.

Descubrir esta realidad más profunda de nuestra fe, de nuestra vida, es una gracia de  Dios, una gracia de "TRANSFIGURACIÓN". No para evadirnos del camino de cada día sino,  por el contrario, para vivirlo plenamente. Pidámoslo en la eucaristía de hoy.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1979/06


3.

La seguridad de la fe no está en el creyente, sino en aquel en quien hemos puesto  nuestra confianza, en Dios. Por eso su palabra nos llega puntualmente, cada semana, para  levantarnos el ánimo y sacarnos de la duda que nos acosa o del desánimo que nos  agarrota. El evangelio que hemos escuchado, el episodio de la transfiguración del Señor es  hoy para nosotros, como lo fue en aquel tiempo para los apóstoles, una llamada a la  esperanza, a la confianza en el Señor.

Los evangelistas sitúan el episodio de la transfiguración en el camino que hace Jesús,  desde Galilea a Jerusalén para que se cumpla lo dicho por los profetas, la voluntad de  Dios. Porque Jesús se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y Jerusalén, la  ciudad que mata a los profetas, es el sitio elegido para la crucifixión. Jesús lo sabe y está  preparado. Por eso vino al mundo... Pero los discípulos no. Y el camino es más cuesta  arriba para el discípulo que para el Maestro. ¿Cómo consolidar la fe incipiente de aquellos  pescadores? ¿Cómo inspirar confianza a sus seguidores? ¿Cómo sostener la  perseverancia de los cristianos, la nuestra, hoy? Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y  Juan, subió a lo alto del monte y se transfiguró en su presencia. Allí les fue dado entrever lo  que aún está por ver y creemos. La experiencia perduró viva en el recuerdo de sus  discípulos y sigue viva hoy entre nosotros, que hemos escuchado el testimonio de los  testigos de excepción.

FE/ABRAHAN: También la fe de Abrahán tuvo que enfrentarse con la  subida al monte Moria. El autor sagrado advierte que se trataba de probar la fe de Abrahán,  no de ofrecer un sacrificio humano, pues el Señor detesta los sacrificios humanos. Pero la  prueba se perfila en este caso límite. Tenía que sacrificar su único descendiente para  alcanzar la prometida descendencia sin límite. Tenía que renunciar a todo lo que había  deseado, a todo lo que tenía y esperaba, para alcanzar todo lo que se le prometía. Tenía  que renunciar a sí mismo para confiar radicalmente en Dios. Creer es, en última instancia,  creer contra toda esperanza, más allá de toda racionalidad, más allá de la prudencia  humana. Creer es abandonarse sin condiciones en los brazos amorosos del Padre: "Padre,  si es posible...". Pero a veces no es posible.

Abrahán no hizo cuestión del mandato divino, creyó y se dispuso a obedecer. El resto fue  la respuesta de Dios a la fe de Abrahán, poniendo a salvo la vida del hijo y la esperanza del  padre en la promesa. Tampoco Jesús dudó en secundar la voluntad de Dios, sin alardear  de su categoría divina y ofreciéndose a los que le crucificaron. La respuesta de Dios no se  hizo esperar en la resurrección, volviéndole a la vida y devolviendo a sus seguidores la  posibilidad de la fe y la esperanza contra toda esperanza. Y es que la fe, que a veces  mueve montañas. otras parece estrellarse contra el muro de lo irremediable. No es fácil  creer ni ser creyente. El riesgo de la fe hemos de arrastrarlo hasta el límite de la muerte,  porque sólo entonces, tras la muerte, brilla la luz de la resurrección.

-"Este es mi hijo, escuchadle".

Esto es lo principal que tenemos que escuchar y aprender nosotros: la confianza sin  límites en la promesa de Dios, para que nuestra esperanza supere todas nuestras  razonables expectativas humanas y sea esperanza de verdad, fundada sólidamente no en  los cálculos de los hombres, sino en la palabra de Dios. Sólo así sentiremos cómo todas  nuestras posibilidades se crecen y disparan en alas del poder de Dios, que resucitó a Jesús  de entre los muertos.

Así es también como llegaremos a dar crédito a lo que nos dice Pablo en la carta a los  Romanos: que Dios está con nosotros, de nuestra parte, de parte del hombre, y no en  contra nuestra para infundirnos temor. Si Dios no ha dudado en entregarnos lo más  querido, su propio Hijo, ¿cómo va a negarnos cualquier otra cosa que le pidamos? Sólo así,  hermanos, con una fe como la de Abrahán, con una confianza sin límite como la de Jesús,  con una esperanza por encima de todas nuestras razonables elucubraciones, podremos  permanecer en la tarea de ser testigos de Jesús, heraldos de su evangelio en el mundo.  Sólo así nuestra caridad podrá hacer frente a todas las instancias del mundo de los  hombres, en la lucha por la justicia, por la paz y la solidaridad.

EUCARISTÍA 1988/11


4. SC-HUMANOS.

-¿PUEDE DIOS PEDIR ALGO INHUMANO?

Todavía hoy tenemos ejemplos de prácticas religiosas deshumanizantes que piden  auténticas aberraciones en nombre de Dios. La prensa se encarga de recordarnos, de  cuando en cuando, lo que algunos líderes religiosos de pequeños grupos exigen a sus  miembros bajo la pretensión de una voluntad de Dios revelada a ellos para que la  transmitan y la hagan cumplir.

Todos recordamos el suicidio colectivo de una secta, o la exigencia de prostituirse en  otras, o la obligación de recoger dinero para los fondos del líder, que nadie controla, o los  frentes de guerra poblados de voluntarios que acuden a la muerte en nombre de un dios a  quien defender, animados por las promesas de sus líderes y utilizados como mártires que  impulsarán la valentía de otros para seguir su ejemplo.

La Historia está llena de testimonios sobre los peligros de un fanatismo religioso que,  basándose en la obediencia al mandato o la voluntad de Dios, han ocasionado auténticos  desgarros personales y destrozos colectivos.

En la antigüedad era frecuente el rito del sacrificio en su doble vertiente de expiación de  las culpas e imploración de favores con la muerte de víctimas, normalmente animales, pero  que, en ocasiones muy importantes, podía llegar al ofrecimiento de personas humanas  como muestra sublime de acatamiento y subordinación a la divinidad.

-LA PROFUNDIDAD HUMANA DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA Abraham. El hombre de la fe. El padre de los creyentes. El obediente. ¿El sumiso? Poco  o nada sabemos históricamente de él, pero sobre él se ha erigido un tratado de teología  narrativa que supone una profunda reflexión sobre las relaciones Dios-hombre y un avance  enorme en la que entendemos como revelación progresiva de Dios.

Movido por su actitud religiosa Abraham rompe con su pasado. Deja su tierra, su familia,  su cultura, ¿su religión? Y vive, a partir de entonces, en la provisionalidad del nómada,  entendiendo la vida como un camino abierto al futuro donde siempre es posible la  esperanza.

Para Abraham, Dios es la experiencia humana más profunda. Dios convierte la esterilidad  de su matrimonio en fecundidad abundante y el vacío frustrante de su esfuerzo en sentido  de vida y de historia. La vida vacía y estéril que no espera nada se convierte, por la fe, en  vida nueva y llena que va a dar origen a tantos hombres que, movidos por la fe irán  llenando y transformando el mundo.

-LA FE COMO ACTITUD CRITICA. FE/MADURA

Pero además, la fe de Abraham es sorprendente porque rompe sus esquemas religiosos,  rompe con la tradición de ofrecer víctimas humanas bajo ningún pretexto, ni siquiera como  obediencia a Dios.

Desde él entendemos que Dios nunca puede pedir la destrucción de un hombre, desde él  sabemos que Dios sólo quiere el bien y la vida de la humanidad. Atrás quedan los  sacrificios humanos. Atrás queda, definitivamente, la visión deshumanizante y caprichosa  de los dioses que pretenden imponer su voluntad de un modo arbitrario a unos hombres  sumisos.

Desde Abraham comienza la fe a experimentar la necesidad y la responsabilidad de una  madurez y de una actitud crítica para no dejarse engañar por falsas concepciones de Dios  que pretenden tenerle atado y anclado a unas formas religiosas y a una cultura que no  evolucionan.

En Abraham se manifiesta la profundidad humana de una actitud religiosa en permanente  búsqueda, que lleva al descubrimiento de la humanidad de Dios. La prueba, la crisis de  Abraham, expresa en el tenso silencio de su caminar hasta el monte, le abre a la nueva  experiencia del Dios sensible y solidario con su dolor y su esperanza.

Desde Abraham podemos y debemos ser críticos con nuestra fe, preguntarnos por la  meta a la que conduce y desterrar toda forma religiosa deshumanizadora, porque Dios no  pedirá nunca que se mate a nadie para satisfacer su voluntad o aplacar su ira.

-EL PROCESO RELIGIOSO DE PABLO.

Hasta tal punto entendió Pablo, buen judío, el sentido humanizador del Dios de Abraham  que nos dice, asombrado, cómo Dios prefiere ponerse El en nuestro lugar y enviar a la  muerte a su Hijo antes que reclamar la muerte de nadie.

Pablo, educado en la tradición legalista del judaísmo, había experimentado el pavor del  Dios de la ley que exige el cumplimiento estricto de las normas establecidas impuestas como voluntad de Dios e inamovibles por lo mismo y por fidelidad a una tradición mal  entendida.

También Pablo rompe con sus esquemas religiosos, también él tiene que pasar su crisis, "desmontarse de su caballo" y quedarse completamente a oscuras en un proceso de  clarificación de su fe.

Pero también él descubre un nuevo sentido de Dios, el Dios de Jesús, que le apasiona y entusiasma por su humanidad hasta llevarle a decir, en un alarde literario doctrinalmente  sospechoso pero perfectamente acorde con la primera lectura, que para Dios son más  importantes los hombres que su propio Hijo, a quien no perdona, porque por nuestro bien  toleró el sufrimiento voluntario de Jesús que ocupa nuestro lugar en todos los tormentos y  torturas del mundo, se identifica y sufre con todos los sufrimientos para poner fin a todo el  daño que unos a otros nos hacemos los hombres.

-¡QUE MARAVILLA DE DIOS!

¿Cómo desconfiar de este Dios y temerle? ¡Cuántas fobias religiosas hemos provocado  por no dar a conocer el sentido humano de Dios! ¡A cuántos hemos conducido al rechazo  de Dios! Y sin embargo, ¡qué maravilla de Dios el de Jesús!, es como para sentir el mismo  entusiasmo de Pedro, Santiago y Juan, pero... cada uno debe tener acceso a la  experiencia, no es cuestión de contarla simplemente, en eso tiene razón Marcos cuando  pide silencio, lo importante es bajar del monte a la realidad de cada día y allí hacer posible  que otros comiencen el proceso de Abraham y se pongan en marcha hacia el encuentro con  ese Dios siempre novedoso y cada vez más humano que termina produciendo la admiración  de la Transfiguración porque prefiere ofrecerse El a la muerte por los hombres antes que  pedir a nadie ningún sufrimiento o sacrificio, bastante nos tocará sufrir y sacrificarnos si  somos capaces de aceptar su invitación a trabajar en favor de los hombres.

JOSÉ LUIS ALEGRE-ARAGÜES
DABAR 1988/17


5.

1. Jesús sube a Jerusalén, a la ciudad que asesina a los profetas. Sólo hace seis días  que anunció su pasión y muerte y que reprendió severamente a Pedro, que trataba de  apartarle de su camino. Ahora toma consigo a los tres discípulos que serán testigos más  tarde de su agonía en Getsemaní, y sube con ellos a la montaña para manifestarles la  gloria que esconde en su humanidad. Es un momento solemne. Aparecen con él Elías y  Moisés, la ley y los profetas. Pedro toma la palabra y dice: "Maestro, ¡Qué bien se está  aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pero no  sabe lo que dice. La respuesta del cielo no se hace esperar: Este es mi Hijo amado;  escuchadle". El Padre da testimonio de Cristo. Es el Hijo de Dios, el amado, es el Hijo que  el Padre entrega a la muerte por amor a los hombres. Es el Hijo obediente hasta la muerte y  muerte de cruz. Por eso Cristo desciende de la montaña, y con él sus discípulos. No ha sido  más que un alto en el camino que sube a Jerusalén.

Las palabras de San Pedro son el intento de detener la marcha hacia Jerusalén. Pero no  ha llegado aún la hora de complacerse en el triunfo. La Transfiguración del Señor es sólo  un anticipo de la Resurrección y un aliento para seguir caminando hasta que todo se haya  terminado, hasta que toda la voluntad del Padre se haya realizado en el abandono de la  cruz.

Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios, conduce a su Iglesia hoy por el mismo camino. Es  preciso que nos atengamos siempre a su palabra: "El que quiera venir en pos de Mí, tome  su cruz y sígame".

2. La Historia de la Salvación es un diálogo con Dios. No es un idilio, aunque sí es un  diálogo de amor. Pero el amor es exigente. Ahí tenéis el caso de Abrahán: es un hombre  que ha tenido que renunciar a todo su pasado, a su patria y a su parentela. Un hombre que  ahora tiene que renunciar también a su futuro. Es un patriarca para quien la felicidad es el  único hijo de sus entrañas. Isaac no es solamente un hijo, es todo el futuro de Abrahan, el  heredero de todas las bendiciones y de todas las promesas. Y ahora, el mismo Dios que  prometió que Abrahán sería el padre de una gran descendencia, es el que le exige el  sacrificio de su único hijo. Abrahán, esperando contra toda esperanza, pone a su hijo en las  manos de Dios. Es decir, pone todo su futuro en las manos de Dios. Es una prueba.  Abrahán demuestra su fidelidad y se convierte en padre de todos los creyentes. Dios está  en él y con su descendencia. Dios y su amigo Abrahán marcharán en adelante juntos.  Pasarán los años y los siglos, y el descendiente de Abrahán, el verdadero heredero de las  promesas, el hijo de Abrahán y el Hijo de Dios, Jesucristo, subirá a otra montaña y allí  entregará su vida. La alianza se realizará plenamente en la sangre de Cristo. Dios entrega  todo a los hombres. Pero en ese mismo acto supremo se pone también de manifiesto la  radical obediencia de uno de nosotros a Dios: Cristo es también el hijo de Abrahan, uno  entre nosotros.

3. El amor de Dios a los hombres sigue siendo para nosotros un compromiso. Dios  espera nuestra respuesta. El nos ama, pero no es un paternalista que resuelva todos  nuestros problemas sin nosotros. También nosotros tenemos que subir a la montaña,  tenemos que seguir el camino de nuestro hermano mayor, Cristo. Es verdad que en nuestra  marcha hacia la cruz el Hijo de Dios va delante de nosotros. Es verdad que la fe en el amor  de Dios es fuerza, aliento, esperanza y consuelo para el caminante. Hay un "Tabor" también  para nosotros en el camino que sube a Jerusalén.

Pero sería una vana ilusión convertir ese "Tabor" en una morada permanente, en un  refugio, en una evasión de nuestra responsabilidad ante el amor de Dios. Nuestra  respuesta insoslayable ha de ser la de Cristo: fidelidad hasta la muerte a la voluntad del  Padre, que no es otra que morir por la salvación del mundo. También nosotros somos hijos  de Dios por adopción.

También nosotros tenemos que demostrar al mundo que Dios ama a todos los hombres y  tenemos que amar a Dios en nombre de todo el mundo.

4. La Eucaristía que celebramos se convertiría en una simple ilusión y quizá en un  hermoso espectáculo si al celebrar el amor de Dios a los hombres, puesto al descubierto en  la desnudez de la cruz, no confesáramos nuestra fe, la fe que han de tener todos los hijos  de Abrahán, fe contra toda esperanza, en el Dios vivo.

La Eucaristía que celebramos sería un juego de niños si no comprometiéramos nuestras  vidas hasta el final para servir al mundo. 

EUCARISTÍA 1970/16


6.

El relato se escribió más para animar y orientar la fe de la comunidad que para recordar un hecho pasado. Su esquema literario es el típico de una epifanía o manifestación de Dios, por ello encontramos semejanzas simbólicas con lo ocurrido a Moisés (seis días, lo blanco  luminoso, etc.) En la narración, el Jesús habitual se desvanece para tomar otra forma (tal es  el primer sentido del giro verbal "se transfiguró"). El desplazamiento geográfico a la cumbre  del monte introduce esta idea: los actores han pasado desde la llanura, tierra de los  hombres, a la cima de la montaña, universo de Dios.

Esta idea divina es subrayada por esa blancura de los vestidos del Señor, cuya  característica es precisamente no ser humana: "como no puede dejarlos ningún batanero  del mundo". Se trata de un encuentro con Dios, una experiencia de la divinidad. El cuadro es interpretado de dos formas bien distintas: Pedro entiende la situación como  punto de llegada, mientras que la voz divina afirma que se trata de un punto de partida.  Pedro se dispone a servir a los aparecidos ("menos mal que estamos nosotros aquí para  hacer tres tiendas") y permanecer así. El mismo evangelista desautoriza la idea: "no sabía  lo que decía".

La voz, sin embargo, los pone en marcha: ¡Escuchadle! (seguidle, bajad del monte, servid  a los hombres).

Aquí.., Pedro, como en otros lugares del evangelio, personifica a los discípulos que  interpretan con viejos criterios humanos la realidad y la misión de Jesús. Una Iglesia  "petrificada" es la que razona como Pedro (Petrus) en esta ocasión. Contra la voluntad del  apóstol, la visión termina. Los discípulos podrán descubrir el verdadero significado de  Jesús, cuya forma vuelve a ser la de un hombre normal. Comienza el seguimiento con la  bajada del monte. Hay veces que bajar requiere más esfuerzo que subir, se hace cuesta  arriba la cuesta abajo. Los personajes aparecidos hablaban -dice Lucas- del éxodo de  Jesús (de su muerte). Pedro (los discípulos) siempre se ha resistido a aceptar los anuncios  de la pasión y la muerte. Es difícil comprender algo tan nuevo como que Dios, al igual que  el sábado, es para los hombres. Lo normal era que los hombres muriesen por sus dioses,  pero el Dios de Jesús muere por los hombres. Quien lo descubra y lo ame, hará lo mismo.  Como él nos amó, es lógico que amemos a los demás, dirá Juan en sus cartas. Una Iglesia  que no sirve, no vale para nada.

La gran Iglesia, la pequeña comunidad y el fiel concreto deben examinarse a la luz de  este pasaje. En general, la imagen que transmitimos no es la de haber bajado del monte  después de encontrar al Dios de Jesús.

Sin subir al monte, sin encuentro personal con Dios, todo queda en moral y orden. Sin  "bajada del monte", es sumamente probable que nos hayamos encontrado con un ídolo  egoísta y esclavizante, no con el Dios de Jesús. Cuando los códigos del derecho o las  tradiciones disciplinares se anteponen a la necesidad de los hermanos, es obvio que no ha  existido la subida. Cuando se huye del mundo, poniendo como excusa a Dios, no se ha  iniciado el descenso.

Los síntomas están ahí. No son extrañas entre nosotros las frases  espiritualoides de vacuidad manifiesta, los intimismos enfermizos, las rutinarias apelaciones  a la oración para solucionar cualquier problema práctico, las místicas paranormales, las  ascéticas descarnadas, los panegíricos sobre el pasado que siempre fue mejor, las  advertencias a huir del peligro, las palabras totalizantes y rotundas (perenne, inmutable,  etc.), las recetas morales homogéneas como fórmulas de farmacia, los barroquismos  teológicos sustentados por filosofías pasadas.

Hablamos de formarnos, pero sin plan ni sistema (así empleamos muchas horas en hacer  nada). Los contenidos son siempre sobre temas religiosos, no sobre problemas de nuestra  sociedad. ¡Que nos hablen de Dios! Pero, ¿de qué Dios pedimos que nos hablen, cuando  somos tan reacios a escuchar a Jesús? ¿De uno que nos llene nuestras carencias afectivas  y otras frustraciones como una teleserie tipo "Cristal"? En manifiestos y manifestaciones, la  presencia cristiana es escasa (cuando la hay). No hemos bajado del monte. En la práctica,  no creemos en la encarnación de Dios.

Pretendemos colocar a Dios en las nubes, congelar su imagen viva y hacerlo actuar por  lo que nosotros entendemos como cauces reglamentarios de la gracia (ritos, rezos, lugares  y personas).

Sin embargo, la transfiguración no ocurrió en el monte de la oficial Jerusalén. Formando grupo, vamos a bajar con Jesús a la llanura del mundo, sin olvidar la  experiencia que tuvimos en la cumbre. 

EUCARISTÍA 1991/09


7. SC-HUMANOS.

La primera lectura invita a meditar sobre el sacrificio de Isaac. Este relato resulta hoy  difícil de entender. La mayoría de los lectores, quedándose indefectiblemente en la orden dada por Dios a Abraham y sin poder descubrir que lo importante está en otro sitio, de esa orden deducen la imagen de un Dios bárbaro, absolutamente inaceptable.

Bueno será empezar tranquilizando a los oyentes del texto, perturbados cuando no  traumatizados. Nunca ha pedido Dios a nadie, cualquiera que éste sea, que mate a su  propio hijo para ofrecérselo a él en sacrificio. El hecho de que los hombres, llevados por  una generosidad mal entendida y teñida con el colorido de la barbarie de la época, hayan  creído necesario ofrendar a sus dioses -a Dios- lo más querido que tenían, y llegar hasta  sacrificar a alguno de sus hijos, es una realidad bien atestiguada. En el mundo griego, es  conocido el caso de la joven Ifigenia, hija mayor de Jefté; y en los libros del Antiguo  Testamento el de algún "hijo primogénito". Pero no es menos cierta la repulsa de Israel  hacia este género de proeza religiosa. Ante el desconsiderado acto de Jefté, los narradores  se quedan perplejos y los profetas emplean toda la violencia que les inspira la pasión con  que condenan la práctica del sacrificio de los primogénitos, práctica que consideran tan  bárbara como idolátrica.

Si el relato del sacrificio de Isaac ocupa un lugar propio en el Génesis, no se debe a que  el autor quisiera señalar la orden dada por Dios a Abraham; esta orden proviene de una  forma rápida de hablar, que excusa al autor de hacer unas precisiones que ni desea ni  puede proporcionar. El que este relato tenga un lugar en el Génesis, obedece más bien a  otros dos motivos. Por una parte, el autor quiso mostrar que su Dios rechaza los sacrificios  humanos, práctica corriente en el entorno de Israel; por otra, al precio de un esquema menos dificultoso para su espíritu que para el nuestro, quiere hacer meditar sobre la fe de  Abraham.

La fe de Abraham es ejemplar. Al no negarse a dar muerte a su hijo, y al aceptar la  contradicción que la desaparición de su único descendiente constituye para la promesa que  Dios le tiene hecha, de una numerosa descendencia, demuestra que cree a Dios suficientemente poderoso y fiel para cumplir su promesa, a pesar de la muerte, por encima  de la muerte. Esto es la cumbre de la fe cristiana; es imagen de la confianza de Jesús, obstinadamente seguro de la fidelidad de su Padre, capaz de hacerle vivir, más allá de la  muerte y capaz de resucitarle. Es el modelo de la fe evangélica, inclina a confiar en Dios  contra todo, contra la propia muerte.

El pasaje de la epístola a los Romanos propuesto para segunda lectura (¿por qué no leer  hasta el v. 39?), repite algunas palabras de Gn 18: por "temor" de Dios y por "fidelidad" a él,  Abraham "no había perdonado a su propio Hijo"; de igual manera, Dios "no perdonó a su  propio Hijo", por fidelidad a la promesa de salvación hecha a los hombres, y por fidelidad a  su "amor" a ellos. Pero mientras Dios no quiso que Abraham llevara hasta el final su acción,  él llegó hasta la consumación de su propio plan. "Lo que Dios no quiso que hiciera  Abraham, lo hizo él mismo", dice ·Kierkegaard en un estupendo resumen.

No todos los oyentes cristianos están capacitados para contemplar a un Dios que "no  perdona a su propio Hijo" y que "le entrega por nosotros". Para algunos, el parecido con el  texto de Abraham, mal entendido y considerado bárbaro, hace que esta contemplación  resulte más difícil todavía. Para los que no sienten repulsión ante las palabras citadas, el  atribuir a Dios tal proceder, aceptado por él en beneficio de los hombres, conduce a  desembocar en un misterio inefable que no llega a agotarse con la contemplación aunque sea constantemente renovada.

El resto de la reflexión paulina, debería despertar un extraordinario optimismo y una  esperanza inquebrantable. El que Dios haya asumido, en favor nuestro un gesto con el que  el narrador del sacrificio de Isaac expresa hasta qué punto puede costarle ese gesto al corazón de un padre, constituye la más segura garantía de la importancia que Dios concede  a nuestra salvación, y de la solicitud con que se ocupa de ella; tan grande es esta solicitud,  que apenas se ve qué cosa podría impedir la realización de esta obra salvífica. En cuanto a  Jesús, la víctima de esta misteriosa medida divina, vivo de entonces en adelante e  "intercesor nuestro ante el Padre", también él es garante de una obra que costó tan alto  precio.

En lugar de la epístola a los Romanos, algunos versículos de la epístola a los Hebreos  (Hb/11/13-19 ó 17-19 cuando menos) podrían continuar oportunamente el tema de la fe  modélica de Abraham que, no obstante la muerte cree en el don divino de la vida; éste es  también el tema del evangelio. (...).

El texto de la epístola a los Hebreos, sugerido como segunda lectura eventual, ofrece un  elemento para la respuesta. Los patriarcas son admirables, escribe el autor, porque a pesar  de la muerte creyeron en la vida; creyeron que Dios es capaz de hacer vivir, a pesar de una  situación humana absolutamente contraria.

Jesús vivió con esta confianza, todavía mejor que lo hicieran los profetas; en esto  demostró una adhesión a Dios única, que se refleja en el título, único también, de Hijo de  Dios.

Correlativamente, un pasaje del libro de la Sabiduría (leído el 25 domingo ordinario de  este mismo ciclo), junta el título de "Hijo de Dios" a la idea de una asistencia divina  persistentemente mantenida, incluso en la situación más desesperada. La mañana de  Pascua demostrará que esta asistencia de Dios a su "Hijo" fue una realidad para Jesús.  Esa mañana aparecerá Dios más unido que a ningún otro hombre, a quien más que  ninguno se mostró Hijo.

¡Extraño misterio esta revelación evangélica, que supone que la epifanía gloriosa del Hijo  ha de producirse en el corazón de la suprema humillación!.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981. Pág. 116


8. 

Ellos se preguntaban lo mismo que cualquier cristiano de la calle: tiene uno a veces  ráfagas luminosas, recuerdos estupendos de la vida de fe; pero luego aparece la vida con  su rutina vulgar y su cruz de cada día: ¿Qué significa eso de resucitar de entre los  muertos? Hay una, no sé si llamarla enfermiza o satánica, tendencia del hombre a ver la  vida como un amasijo de sufrimientos con los cuales contentar a Dios: a más sufrimientos,  más contento de Dios. El propio cristiano podría interpretar mal la Cuaresma. ¿No  comenzamos el domingo pasado hablando de ayuno? ¡Ya está Dios gozándose con el  sufrimiento humano! Pero no puede ser esto verdad para quien tenga el más mínimo  conocimiento de Dios. El ayuno no puede servir al regocijo divino, sino que ha de ser ayuda  a la vida, a la transformación, a la transfiguración cristiana del hombre.

Por aquí cobran sentido las lecturas de hoy. Abraham, tentado de conformarse -de  aburguesarse- con el don inmenso de un hijo recibido como puro regalo de Dios, es llamado  a bienes mayores.

Necesita, por su propio bien y por el del hijo, colocar a Dios como lo primero, por encima  de su razón y sus afectos. Y Dios no le decepciona.

Caminar hacia la plenitud; caminar sin detenerse, sin aburguesarse, sin instalarse: he  aquí el destino del hombre. Y el camino suele Dios salpicarlo de dones de la naturaleza y  de la gracia que animan el caminar: un hijo para Abraham, el Tabor para los discípulos.  Instalarse ahí, resulta siempre una tentación que pone en riesgo la plenitud anunciada. Un  dinero muy legítimamente conseguido; una familia bien avenida; un defecto corregido;  incluso una oración o liturgia vividas, se convierten, de don de Dios para ayuda del caminar  del hombre, en cómoda butaca para instalarse, para no seguir caminando:

-¡Qué bien se está aquí! Pero no es verdad. El destino de Abraham no estaba en tener  un hijo, sino en ser padre de multitudes. Y el de los discípulos no era gozar de una fugaz  transfiguración, sino verlo definitivamente transfigurado. Aunque en aquel momento ellos no  entendieran qué significaba eso de resucitar de entre los muertos.

Atento pues el cristiano que vive hoy la Cuaresma. Es necesario que se pregunte:  ¿Dónde descansa hoy mi corazón, impidiéndome caminar hacia mayor plenitud? ¿Qué  significa, para mí, Isaac? ¿Cuál es mi Tabor? ¿De qué cómoda instalación me niego a salir?  No se trata de descubrir pecados horrendos, dineros mal adquiridos, lujurias refinadas o  placeres de gula. Isaac y el Tabor son un regalo de Dios para disfrute del hombre. Vivir un  matrimonio enamorado es también un don de Dios, como lo es el vencimiento de un pecado  que antes esclavizaba, o un buen puesto de trabajo, una seria experiencia religiosa, o una  amistad gratificante. Son infinitos los dones de Dios que podemos disfrutar, y que nuestra  burguesía puede malograrlos y hacerlos peligrosos si nos pegamos a ellos, descansamos  en ellos, y renunciando a toda sorpresa de Dios para el futuro, sentimos deseos de decir:

-¡Qué bien se está aquí! Es la burguesía cristiana tan corriente entre nosotros: los  instalados, los acomodados, los que están muy bien así y no quieren líos, los que se quejan  de una Iglesia en movimiento porque "nos van a quitar la fe", los que se niegan a asumir un  puesto de responsabilidad en la sociedad o en la Iglesia, los que se conforman con la  parejita de niños... No sólo se cierran al proyecto salvador que Dios tiene para ellos, sino  que son escándalo para muchos hambrientos de una fe viva y una esperanza de futuro. Atento pues este tipo de cristiano instalado y aburguesado, porque es seguro que Dios  va a hablarle. Ojalá lo escuche. Cuando vea cercana la cruz: un hijo que se le droga, la  familia que parecía modélica y entra en crisis, la muerte del ser querido, los negocios que  quiebran... No piense en maldiciones de Dios, ni diga tonterías como "¿qué pecados he  cometido para que Dios me trate así?". Piense mejor que está invitándole a sacrificar a "su  hijo Isaac" porque quiere para él un futuro más pleno. Y cuando vea el terrorismo que  desestabiliza su sociedad; o le lleguen imágenes de cárceles hacinadas o hambrientos del  tercer mundo... No apague la televisión para que no se le indigeste; o no se ponga a bramar  contra estos o aquellos culpables. Entienda mejor que Dios le está llamando a dejar su  dulce Tabor, a desinstalarse, porque hay que seguir caminando hacia la resurrección de los  muertos.

Dios regala dones, anima y consuela. Pero también desinstala. No quiere al hombre  instalado en el butacón, sino con billete siempre abierto para un viaje al futuro. El futuro es  la plenitud, y el hoy ha de ser siempre precariedad. 

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 59


9.

Se trata de una prueba a la que es sometida la fe de Abrahán. No se entiende el sentido  de esa prueba si se desconoce el marco histórico-religioso de aquella época. En el  paganismo primitivo y especialmente en Canaám, se ofrecían sacrificios humanos. Se  entendía que la mejor ofrenda que se podía hacer a los dioses eran los hombres,  principalmente los primogénitos. El sacrificio de los primogénitos era considerado por los  cananeos como acto supremo de culto.

Los judíos creían que las tradiciones llegaban de Dios y, por tanto, la costumbre de  sacrificar a los niños primogénitos, según la costumbre de los santuarios canaíticos, era algo  ordenado por Dios (Ver nota al Lv 18. 21 en la Biblia de Jerusalén).

Pero si Dios exige a los hombres que estén dispuestos a dárselo todo, hasta la propia  vida, Dios abomina tales sacrificios humanos. La intervención divina en el momento preciso  en que Abrahán se dispone a sacrificar a su propio hijo, es la señal de que Dios muestra a  Israel su desagrado en las terribles prácticas sacrificiales de los cananeos.

-Abrahán, padre de todos los creyentes

Lo deja todo a cambio de una promesa... la tierra, la casa, la familia... y emprende un  camino Dios sabe adónde, "a la tierra que Dios le mostrará".

FE/EXODO. La fe es éxodo, salida, porque es fe en el Dios vivo que marcha  delante de nosotros y que es siempre más; es fe en el Dios que no cabe en casas ni  casillas, en el Dios nómada que nos urge a estar saliendo de todas las metas alcanzadas,  hacia lo que Dios nos va a mostrar.

El patriarca Abrahán, ya anciano y casado con una anciana, engendra a su hijo único,  Isaac, y con este hijo concibe también grandes esperanzas. ¿No le ha dicho Dios que va a  ser padre de un pueblo numeroso? Como respuesta a la promesa de Dios la fe de Abrahán  es esperanza. Pero la esperanza que Abrahán ha puesto en su hijo querido no es aún la  verdadera fe en Dios ni la verdadera esperanza. Porque es esperar al modo humano y en  los medios humanos. La fe auténtica es esperanza contra toda esperanza razonable. Por eso Dios le va a pedir que le ofrezca a Isaac. Y cuando Abrahán abandona sus  planes y acepta los planes de Dios para que éstos se cumplan como Dios sabe y no como  él se había imaginado, entonces es cuando la fe de Abrahán alcanza su cima. La fe es  obediencia radical.

No es fácil renunciar al pasado, aunque éste no sea más que un recuerdo y una nostalgia  del corazón. Más difícil resulta renunciar a lo que se es y a lo que se tiene, aunque  tengamos que hacerlo en ocasiones para alcanzar lo que deseamos con toda el alma. Pero  nada hay tan difícil como renunciar a los propios planes y proyectos, a una esperanza  razonable, a un futuro, porque todo esto es como el hijo querido de nuestras entrañas. Pues bien, creer en Dios supone dejar atrás el pasado que recordamos, el presente que  poseemos y el futuro que proyectamos.

Es el abandono total en Dios de sí mismo y de todas nuestras cosas. Otra vez voy a citar la definición de la fe que da la Biblia de Jerusalén en la nota a Mt 8.  10: "Es un impulso de confianza y de abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse  en sus pensamientos y en sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquél  en quien cree". (CARLOS DE FOUCAULD:Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo  que quieras...).

-Creer como Abrahán significa emprender un camino Dios sabe adónde y Dios sabe  cómo.

La fe de Abrahán es ejemplar. Al no negarse a dar muerte a su hijo y al aceptar la  contradicción que la desaparición de su único descendiente constituye para el cumplimiento  de la promesa que Dios le tiene hecha de una numerosa descendencia, demuestra que  cree a Dios suficientemente poderoso y fiel para cumplir su promesa a pesar de la muerte,  por encima de la muerte.

Esta es la cumbre de la fe cristiana; es imagen de la confianza de Jesús, obstinadamente  seguro de la fidelidad de su Padre, capaz de hacerle vivir más allá de la muerte y capaz de  resucitarle. Es el meollo de la fe evangélica, inclinada a confiar en Dios contra todo, contra  la propia muerte.


10. EXP/DESOLACION 

El astronauta Jeff Hoffman, durante su misión de abril de 1985, leyó desde el espacio  este pasaje del surrealista Daumel, escrito en la década de los veinte:

"No se puede permanecer en la cumbre eternamente, hay que descender de nuevo. Por  eso ¿qué sentido tiene preocuparse por el primer puesto? Precisamente por eso. Lo que  está arriba no sabe lo que está abajo, pero lo que está abajo no sabe lo que está arriba.  Uno escala, ve, desciende. Luego, ya no ve nada más. Pero ha visto. Hay un arte de  conducirse a sí mismo en las regiones bajas por el recuerdo de lo que uno ha visto en las  regiones altas. Cuando no se puede ver ya, se puede seguir sabiendo, por lo menos, que  existen las cosas de arriba".

Totalmente de acuerdo. Es importante haber visto, saber que existen las cosas de arriba.  Aunque ya no se vean. Creo que este texto de Daumel nos sirve para interpretar el mensaje  de la Transfiguración.

Pedro, Santiago y Juan, cuando bajaron del Tabor, sin duda estaban abatidos. Y no era  para menos. Después de haber visto al Maestro lleno de gloria, de esplendor y de luz,  tienen que hundirse de repente en el drama de lo vulgar. Ellos ven a Jesús que desciende  la montaña, solitario. Lento y cotidiano. Tal vez cansado. Es el mismo de siempre y -como  siempre, últimamente- empieza a hablarles de humillación y de muerte. Para colmo, les  prohíbe contar, a los demás, la experiencia única que acaban de vivir. Pedro, Santiago y  Juan están tristes, caminan rezagados.

¡Pobres hombres, cuánto les cuesta descender del monte! De todos modos, ellos han  visto. ¿Quién podrá arrebatarles esa certeza? Pasarán los años, el vendaval del Calvario y  de la Cruz pasará por sus almas, pero allá muy adentro, brillando, quedará un resplandor: el  recuerdo de la Transfiguración. Gracias a él, sabrán conducirse en las regiones bajas por el  recuerdo de lo que han visto en la cima: la luz de Dios y su gloria. Ellos han visto, saben.  Eso es todo.

Qué difícil, bajar de las alturas. Bajar de las certezas, de las seguridades. El que ha estado en la montaña, el que ha admirado panoramas espléndidos, no pude  sufrir la oscuridad del valle. No puede conciliarse con el tráfico, con el asfalto, con el rumor  de la vida ordinaria. El corazón se le estrecha y acongoja. ¡Pero qué mal se está aquí, Dios  mío, en medio de la vida, respirando vulgaridad y mentira! Y buscamos en nuestro corazón  fotografías de la altura, bellas instantáneas que han quedado allí fijas para siempre. Y  vivimos arriba, más que en el asfalto. Y suplicamos otra vez, ¡qué mal se está aquí, Señor!  Volvamos a la cima.

Hagamos tres tiendas para siempre.

Pues no, es urgente bajar. Hay que reconciliarse con los hombres.

Hay que aprender a hablar con el triste, con el solo, con el que tiene las manos  manchadas. Vencer -definitivamente- esa repulsión natural hacia lo feo y lo vulgar. Aprender  a transitar los caminos de la tierra con amor, como el bendito San Francisco. Hacer lo imposible para que el Tabor baje al valle, para que hunda en el valle sus raíces.  Sin apagar nunca, eso sí, el recuerdo de aquella luz de arriba, reconfortante y segura. Convencidos de que la vida cristiana no es comodidad, sino tensión; no es seguridad, sino  riesgo; no es evasión, sino cruz.

El Evangelio del Tabor es una invitación a la esperanza, pero también a la realidad de una  existencia consagrada al cambio, al crecimiento. Al crecimiento y a la transformación del  hombre, de la comunidad y de la Historia.

M. LUISA BREY