39 HOMILÍAS MÁS PARA EL PRIMER DOMINGO DE
CUARESMA
28-39
28.
La oración es el primer paso para la renovación santificadora de las prácticas cuaresmales. Es también la primera lección que Cristo nos ofreció en su vida pública. Sus cuarenta días de oración, en diálogo entrañable con el Padre, fortalecido con el Espíritu Santo, constituyen el ejemplo a seguir en este santo tiempo de Cuaresma. Si queremos tomar en serio nuestra vocación y condición cristianas, si queremos salir victoriosos de la tentación, debemos orar como Cristo hizo en el desierto.
–Deuteronomio 26,4-10: Profesión de fe del pueblo escogido. Con la ofrenda anual de las primicias, Israel evocaba el acontecimiento más evidente de toda la historia de la salvación: que es siempre el amor de Dios el que toma la iniciativa para librarnos de toda esclavitud. En la ofrenda de las primicias el israelita declara la motivación de su gesto ofertorial: el recuerdo de las intervenciones de Dios en favor de sus padres y de todo el pueblo, que culminan con la entrega de la Tierra Prometida.
Nosotros tenemos muchos motivos, más aún que los antiguos israelitas, para alabar a Dios y ofrecerle toda nuestra vida: Él nos creó, pero más aún nos redimió, en prueba de su amor inmenso y gratuito, que está suscitando siempre nuestra correspondencia de amor, de adoración, de entrega total. Todo cuanto tenemos es de Él, y nosotros, llenos de amor, se lo devolvemos, con toda nuestra voluntad, libremente. Igual que el pueblo de Israel, y con mayor razón, nosotros, que vivimos en la época de la técnica, del progreso y del bienestar, debemos ofrecer a Dios nuestras cosas, y, sobre todo, nuestras vidas.
–Con el Salmo 90 tenemos la seguridad de que Dios nos ayuda y nos pone al amparo de Cristo en la tentación, según la lectura evangélica de hoy: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, Dios mío, confío en Ti. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en su palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí; lo librarás; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré».
–Romanos 10, 8-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo. Por la fe en Cristo nos es posible a todos los hombres la regeneración y la reconciliación con Dios entre nosotros mismos. San Agustín comenta este pasaje:
«Creamos en Cristo crucificado, pero resucitado al tercer día. Esta fe, la fe por la cual creemos que Cristo resucitó de entre los muertos es la que nos distingue de los paganos... El Apóstol dice: “Pues si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10,9). Creed en vuestro corazón... Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios...
«Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responderá: “Ciertamente”. Pregúntale si resucitó y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo y te confesará el crimen de sus antepasados. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes... Si nos distinguimos en la fe, distingámonos, de igual manera, en las costumbres, en las obras, inflamándonos la caridad» (Sermón 234,3).
–Lucas 4,1-13: Jesús fue conducido por el Espíritu en el desierto y tentado por el diablo. El naturalismo de la vida, las ambiciones del corazón y el orgullo idolátrico son las tres tentaciones que nos acechan a diario y que Cristo Jesús nos enseñó a superar con su propio ejemplo redentor.
San Agustín afirma que el diablo se sirvió de la Escritura para tentar a Cristo y el Señor también le respondió con la Escritura (cf. Sermón 313 E,4). En todo tiempo, como individuos y como colectividad, estamos sujetos a la tentación de servirnos del poder, del prestigio, de la organización, del privilegio, de las riquezas..., para imponernos a los demás y subyugarlos.
Hemos de estar alerta y superar todas las dificultades que se nos presentan en nuestro caminar hacia Dios, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, tan apropiado para la revisión de vida, para cambiar de mentalidad, para el dolor de nuestros pecados .
Fuente: Fundación GRATIS
DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
29. DOMINICOS 2004
Al comenzar a leer las lecturas de este Domingo,
el primero de Cuaresma, encontramos en las tres primeras una clara coincidencia:
con maravillosa certeza, como una caricia para el corazón, nos aseguran que el
Señor escucha a quien lo invoca, que quien invoque su nombre no será nunca
defraudado, que quien invoque su nombre se salvará.
Comenzamos hoy, sin embargo, el tiempo de Cuaresma, tiempo de oración,
penitencia y limosna, según nos ha enseñado siempre la Iglesia. ¿Por qué
reflexionar, pues, sobre la fidelidad de Dios, que no abandona a quienes lo
invocan, en lugar de dirigirnos a lo más específico de este tiempo?
Nos dirigimos al Evangelio, y nos encontramos con el relato de Lucas sobre las
tentaciones de Jesús en el desierto... Más cuaresmal, ciertamente. ¿Pero qué
tiene que ver con las tres lecturas anteriores? Evidentemente, existe un hilo
conductor más profundo. O tal vez varios. El que me parece encontrar y quisiera
compartir con ustedes, al comenzar esta Cuaresma, tiempo de preparación para la
Pascua, es el siguiente: estamos llamados a volver a confesar que sólo Dios es
Dios. Que es nuestro Dios ("El Dios de nuestros padres"). Mi Dios... de una
manera muy íntima. Y que nosotros (yo) somos de Dios. Y solo suyos. Estamos
llamados a confesarlo con los labios, a creerlo con el corazón. A vivir en
consecuencia.
Comentario Bíblico
La fidelidad a Dios nos otorga la liberación de la Pascua
La Cuaresma es uno de los tiempos litúrgicos más determinantes de la vida
cristiana porque nos prepara para celebrar la Pascua: es decir, la muerte y la
resurrección del Señor. Alguna vez hemos oído que se llama “cuaresma” porque
recuerda el número cuarenta, bien los cuarenta años del pueblo en el desierto
antes de entrar en la tierra prometida y gustar definitivamente la liberación de
Egipto; o bien los cuarenta días en que Jesús se nos presenta en el desierto
preparándose, como el pueblo, para su gran misión.
Iª Lectura: Deuteronomio (26,4-10): Dios libera a su pueblo
I.1. En este primer domingo de Cuaresma nos encontramos, primeramente, con una
lectura muy significativa, porque es uno de los textos más primitivos del
Antiguo Testamento. En esa lectura se nos da un “confesión de fe”, lo que el
pueblo creía y repetía frecuentemente: que ellos son descendientes de un arameo
errante, un hombre oriental, nuestro padre Abrahán, que lo dejó todo por el Dios
que se acercó a los hombres para reconducir la historia de la humanidad, que
había perdido su rumbo. La confesión de fe, aparentemente, es pobre, porque es
un fórmula y como tal no ofrece detalles; pero tiene la fuerza de la experiencia
vital, de los que consideran que su vida tiene una orientación determinada y
determinante. El pueblo descendiente de Abrahán ha pasado por numerosas
vicisitudes hasta ser un pueblo, una nación.
I.2. Importante es poner de manifiesto también que todo se lo deben a Dios. No a
un dios innominado, sino a un Dios que se compromete en la historia de un pueblo
concreto y de una comunidad concreta. Ese pueblo es Israel, quien ha dado a la
humanidad una de las experiencias religiosas más radicales: porque es un pueblo
que ha sentido la liberación de Dios. Ha sido Dios quien se ha hecho notar
primero, quien buscó a este pueblo, no ha sido el pueblo quien buscó a Dios. Es
verdad que éste no es un privilegio de elección para encerrarse en él mismo, ni
para presumir orgullosamente, ya que debe abrirse a todos los demás pueblos y
naciones para que conozcan a ese Dios: Yahvé, liberador de Israel y liberador de
todos los hombres. Todo lo expresa el Deuteronomio en esa formulación de su fe
más radical.
IIª Lectura. Romanos (10,8-13): Toda la humanidad, en Cristo
La segunda lectura es muy expresiva, es confesión de fe también, pero va mucho
más allá de lo que Dios puede hacer por nosotros. Lo que hizo con Israel es
solamente una pequeña manifestación de lo que ha proyectado sobre todos los
hombres. Y eso que piensa hacer con nosotros, lo ha hecho con Jesucristo, su
Hijo, a quien ha resucitado, lo ha liberado de la muerte. Es eso lo que nos
espera a todos de parte del Dios de Israel y del Dios de Jesucristo. Todos,
judíos y paganos, deben encontrarse en ese Dios resucitador, porque hemos sido
llamados a la vida verdadera. Ese es el sentido de la Pascua cristiana que marca
todo el horizonte de este tiempo cuaresmal.
Evangelio: Lucas (4,1-13): En las manos de Dios
III.1. La lectura del evangelio de Lucas nos expone el relato de las
tentaciones, una de las narraciones más expresivas, aunque bien es verdad que no
exenta de dificultades. Podemos resumir así el significado del evangelio: Jesús
afronta tres tentaciones. Esto viene de la tradición. No es que el número tres
sea determinante y no se explica solamente recurriendo al pueblo en el desierto,
aunque es posible que esa es la inspiración de este relato. Pero en definitiva
son el simbolismo de toda la lucha entre el bien y el mal, entre la elección de
uno mismo y la opción por Dios. Todas las tentaciones tienen como objetivo, en
definitiva, romper la "comunión" con Dios. Para Lucas, Jesús es el nuevo Adán,
como se expresa por su genealogía (Lc 3,1ss), por eso no tiene otro proyecto de
vida que el vivir la comunión con Dios, que el primer Adán había perdido.
III.2. Lucas ha leído esta escena de la tradición según su perspectiva personal.
Para él no se trata especialmente de releer en Jesús las pruebas del desierto
(como en el caso muy evidente de Mateo) y ni siquiera de contemplar a Jesús
vencedor sobre Satanás como el Mesías que rechaza el mesianismo glorioso y
político. Lo que él considera en Jesús en el desierto es esencialmente el
designio del Padre que está cumpliéndose. Y esto lo interpreta según la
mentalidad de que no puede suceder sin que se encuentre en su camino al
adversario, el que trabaja para que la humanidad se pierda en sí misma.
III.3. Este encuentro es solamente la anticipación de otro que será definitivo:
en la Pasión y la Cruz, que es la consecuencia de su vida. De ahí que haya
reorganizado la tradición primitiva para que todo acabe en Jerusalén, donde
Jesús vivirá su Pasión. En el caso de Mateo el orden de las tentaciones es
distinto y termina en un monte muy alto, que es toda una figuración. Ambos han
leído este episodio en el evangelio galileo de Q (algunos prefieren llamarlo
así). En Lucas todo termina en Jerusalén porque para este evangelista Jerusalén
es el final y el comienzo de la vida de de Jesús y de la comunidad cristiana
primitiva. Es en Jerusalén, además, donde han de tener lugar las experiencias
del Resucitado a los discípulos y, por lo mismo, este triunfo de Jesús en lo más
alto del Templo es todo un apunte de la victoria sobre la muerte que ha de
anunciarse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.
III.4. Si Lucas ha querido presentar la filiación divina de Jesús en la
dimensión del nuevo Adán (como en la genealogía), su relato de las tentaciones
debe leerse en esa clave. De ahí que su cristología, con sus intereses
parenéticos, no es descriptiva, sino que busca llevar a la comunidad las
posibilidades de vivir una experiencia como la de Jesús. La Iglesia que escucha
este relato, la comunidad, vive también bajo el Espíritu, como Jesús, y es
conducida por El. Por eso, bajo esa experiencia, los poderes del mal también
quieren envolverla en una carrera ciega hacia una desobediencia radical a Dios.
En definitiva: Lucas quiere que aprendamos a ser personas libres, como Jesús, en
nuestra fidelidad a Dios. Porque Dios es para el hombre, como para Jesús, el que
garantiza nuestra libertad y nuestra realización.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
"Ofrezco las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me diste".
Sabiendo que se trataba del primer domingo de Cuaresma, sorprende un poco la
invitación del texto del Deuteronomio: ¿comenzar la Cuaresma dando gracias?
¡Cierto que siempre hemos de dar gracias, pero no se me había ocurrido
relacionarlo con la Cuaresma en particular! ¿comenzar la Cuaresma ofreciendo
primicias? ¿comenzar la Cuaresma, largo camino de preparación para la Pascua, la
fiesta de nuestra Salvación, reconociéndonos ya salvos?
Se nos relata en el Evangelio de Lucas que Jesús, "lleno del Espíritu Santo",
"fue conducido por el Espíritu al desierto". Esto ya nos suena más cuaresmal...
históricamente los cristianos hemos utilizado, inspirados en este episodio tal
vez, la palabra "desierto" para metaforizar el tiempo de silencio, el tiempo de
retiro, de encuentro con uno mismo y con Dios que nos habla "en lo secreto".
Solemos relacionar a la Cuaresma con un tiempo para ello: para el retiro, para
el encuentro con nosotros mismos y con Dios en nuestro corazón y en los demás
(¡difícil encontrar ese tiempo en nuestra apurada vida cotidiana, al menos los
que vivimos en ciudades!). Como medios para ayudarnos en esta empresa, la
Iglesia nos propone intensificar la oración, la penitencia, la limosna.
En el desierto, vemos a Jesús orando y ayunando durante cuarenta días. Y luego
nos encontramos con el drama de la tentación. El demonio lo tienta con el poder,
y con la propuesta de demostrarle a todos que Él es el Hijo de Dios, cayendo en
la soberbia. El demonio utiliza la mismísima Palabra de Dios para hacer parecer
"buenas" sus propuestas: "esta escrito...", le dice, antes de enunciar cada
tentación. Jesús, con la misma Palabra, lo desarma. Ni su hambre ni su orgullo
ni su amor propio lo hacen caer en la trampa. Tiene claro que está aquí para
cumplir la voluntad del Padre, y no la suya. Sabe que viene del Padre y que
volverá a Él. Tal vez por eso, con tanta calma, ofrece sus primicias: anteponer
la confianza en el Padre, que da todo alimento a sus hijos, al hambre y al
orgullo. Anteponer la sujeción al Padre al poder fácilmente asequible. Anteponer
su identidad con el Padre al que ésta sea reconocida y alabada. Y son primicias,
pues su ofrenda total será hasta las últimas consecuencias, en la cruz.
Podríamos tal vez decir que Jesús, que ha orado y ayunado, se ha encontrado
consigo mismo y con el Padre. También se ha encontrado con su hambre, y el
demonio lo ve y se aprovecha de él para tentarlo. Pero Jesús, que se sabe "en la
tierra que le dio el Señor" (sabe que su vida, que su ser, es en Dios y es Dios)
le ofrece al Padre sus primicias de humildad, de amor, de obediencia. No se
guarda para él, celosamente, como diría San Pablo, "su identidad con Dios". No
hace uso de ella en provecho propio.
En la Cuaresma el Espíritu nos llama al desierto. Seguramente nos encontraremos
con nuestro hambre (¿de reconocimiento? ¿de poder? ¿de justificación? ¡tantos
hambres tenemos dentro los hombres y mujeres!). Pero también hemos de
encontrarnos firmemente "anclados" en Dios. Ofrecerle con Jesús nuestras
primicias es, frente a cualquier hambre, elegir ponernos en sus manos y no tomar
nosotros, como quien dice, "la sartén por el mango".
La Cuaresma será un tiempo para ir haciendo este camino, y reconociéndonos
parados y vivos "en la tierra que nos dio el Señor": salvados por Cristo. Y un
tiempo para, por ello, dar gracias y ofrecer nuestras primicias, "postrándonos
delante de Él".
"El que cree en Él no quedará confundido".
Hoy en día podemos confundirnos mucho. Tal como el demonio buscó confundir a
Jesús en el desierto (y permítaseme repetir esto) haciendo parecer buenas,
utilizando incluso la misma Palabra de Dios, cosas que en realidad eran malas,
porque apelaban sólo al orgullo, la soberbia y el ejercicio del poder humano;
hoy nos confunde de la misma manera. Las dos últimas guerras emprendidas contra
hombres, niños y mujeres indefensos (que fueron en su mayoría quienes murieron
en Afganistán y en Irak) se escudaron en enunciados tan "buenos" como "Justicia
infinita" y "Desarme". El aborto es presentado por muchos de sus defensores como
un "derecho de la mujer". Los debates en torno de qué debe hacerse con los
refugiados que llegan al así llamado primer mundo, con el embargo de EEUU a
Cuba, con la actual rebelión en Haití, contra los campesinos que cultivan coca
en Colombia, etc.,también escudan atrocidades cometidas contra los más débiles
bajo discursos de aparente "bondad". En nuestros tiempos, es muy fácil quedar
confundidos. Sobre todo porque cualquiera de estos temas es complicado y difícil
de resolver, porque la solución ideal no existe y porque "demonizar" a quienes
detentan el poder tampoco lo es. Y porque muchas personas sufren, de un lado y
del otro de cualquier argumento.
Las respuestas de Jesús son claras y concisas. En ningún momento duda, nunca
queda confundido. Eso es, seguramente, porque Jesús le cree a Aquél con cuya
Palabra desarma, una a una, las tentaciones del demonio. San Pablo habla de "la
palabra de la fe que nosotros predicamos". Los cristianos sabemos que nuestra fe
no es "creer en algo". Nuestra fe, muy por el contrario, tiene una base mucho
más sólida: es creerle a alguien. Creerle a Jesús, creerle a rajatabla, creerle
contra toda esperanza, creerle siempre, en la alegría y en la tristeza; y aún en
la famosa adversidad, que es cuando todo parece indicar que en realidad era
mentira y él no está a nuestro lado, a juzgar por las apariencias. Creerle a
Jesús. Como Jesús le cree al Padre, tanto como para no quedar confundido. Y
desde ahí dar nuestras respuestas.
"El Espíritu lo llevó al desierto"
Sólo dos palabras para concluir: es tiempo de Cuaresma. Lo empezamos sabiéndonos
salvos, sabiéndonos en la tierra que nos dio el Señor. En estos tiempos de
confusión, el Espíritu nos conduce al desierto de la oración, de la penitencia,
de la limosna atenta a quienes necesitan nuestra ayuda, de la forma en que
podamos vivirlas. Que ellas nos ayuden a descubrir muy adentro nuestro la vida
de Dios. A invocar siempre su nombre. A creerle. Para que no quedemos
confundidos, y "confesemos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creamos en
nuestro corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos", con las
consecuencias prácticas que ello tenga en la vida de cada uno y cada una.
Carola Arrue. Argentina
carolaarrue@eircom.net
30.
Intentemos verlo y reflexionar sobre este programa, porque es para toda la cuaresma; aun más, es para toda la vida.
Todo ser humano está constituido por una triple fuerza vital, de la que Dios le ha dotado.
1º.- Todos experimentamos una tendencia natural a TENER o poseer para vivir: alimentos, vestidos, vivienda o espacio vital etc. Pero esta tendencia con más o menos frecuencia experimenta la tentación de desbordarse. Y así es una tentación para el ser humano, la AVARICIA: que es querer tener y tener, poseer todo, y se traduce en el egoísmo, que es quererlo toda para sí. San Juan llama a esta tendencia desordenada la concupiscencia de los ojos. Todo lo que vemos, lo queremos. Es la ley que rige el mundo: la ley del dinero, con el que nos parece se consigue todo. “Te daré todo este poder material y la gloria de estos reinos, si te postras delante de mi”, le dijo el diablo a Jesús. Y caemos de rodillas ante el becerro de oro, como los israelitas en el desierto, junto al Sinaí , caemos por nuestro egoísmo, la avaricia y ansias posesivas.
El remedio para vencer esta tentación es la LIMOSNA, que consiste en comenzar a dar lo que tienes. Si mucho, mucho; si poco, poco, pero hay que dar. Da tu tiempo, tu dinero, tus bienes. Así, por ese camino podrás llegar a dar lo que tu eres, que es la verdadera limosna, el verdadero remedio para la primera tentación de poseer y tener. Da amor, da cariño, da compasión, da indulgencia, da perdón, DATE TÚ. Descubrirás así la dimensión divina de tu grandeza.
La 2ª tendencia, es el deseo, tendencia o fuerza vital, con la que Dios nos dotó, es el deseo de ser; de ser alguien en la vida y no un mequetrefe; de tener el prestigio debido, en mi familia, entre mis amigos, en mi centro de estudio o de trabajo, que me respeten, que no me traten como a un payaso. Deseo y búsqueda del valor de mi vida, del sentido de mi ser Es el problema fundamental de nuestra vida, De nada sirve comer y gozar, si no nos tienen en cuenta, en consideración. “Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que dijo aquel famoso marino, Hernán Cortés, al destruir su flota, en la conquista de México. Perdió los barcos, pero salvó la honra.
Cuando esta tendencia se desborda, se despierta en nosotros la actitud contraria: la SOBERBIA, el ORGULLO. Nos creemos dueños y señores de todo, determinando a nuestro aire y conveniencia, lo que es bueno y justo, y lo que es malo e injusto. “Tírate de aquí abajo, como si fueras dueño y señor de las leyes del mundo, como si fueras Dios”, le dijo Satán a Jesús, Prescindimos de Dios, negamos a Dios. Nos constituimos en señores del mundo. Y así, de esta manera, nos destruimos nosotros a nosotros mismos y aniquilamos el orden del mundo.
Un solo ejemplo escandaloso de nuestros días a nivel mundial. Los Parlamentos de muchas naciones han dictado y aprobado leyes sobre la vida y la muerte. Aprueban y autorizan el aborto, como dueños y señores de la vida, que se la dan así, por ley, al que quieren. Da tal manera, que hoy, nacer no es un derecho de la naturaleza del ser humano, es un capricho, que depende de la omnímoda voluntad de los partidos políticos y de los Parlamentos que forman.
Aprueban también el divorcio absoluto, como señores y jueces del amor y quieren determinar el fin de la vida humana, por ley de la eutanasia, que dicen es más humana y justa, y se hacen y nos hacen dueños y señores y dioses de una vida humana, que no nos hemos dado, sino que todos hemos recibido. y nos engañan y nos engañamos, cuando no aceptando nosotros, que somos contingentes y no necesarios para el mundo. Nos morimos y el mundo y la humanidad no necesita de cada uno de nosotros, siguen adelante, como si no hubiéramos existido, por muchos homenajes que nos hagan después de nuestra muerte.
El miércoles de ceniza se ponía en nuestras manos el remedio: la ORACIÓN, que es un reconocimiento de que yo no soy nada y el Señor lo es todo. Es la aceptación de mi condición humana, de ser contingente, de criatura y por consiguiente, limitada y mortal. Así, reconozco a Dios como el único Señor. Dejaré, entonces de avasallar a mis semejantes con mi prepotencia, soberbia y orgullo. Donoso Cortés decía, que “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”. La oración es, pues, la grandeza del hombre
Y finalmente, cuando entro en diálogo con Dios en un trato diario, a través de la oración y desarrollando así un espíritu de humildad y no de soberbia, Jesús mismo se convierte para mí como en un espejo, un modelo y al mirarme en El, me veo desfigurado por el exceso en el placer, en el gozar. Empiezo a sentir la necesidad de purificar mi vida de placeres y sensaciones desordenadas, que me degradan y desfiguran toda la grandeza de mi ser con que he sido creado.
Buscaré y sentiré la necesidad de emplear el remedio infalible para el equilibrio de mi ser. Es el tercer medio: AYUNO Y ABSTINENCIA.
Ayunar y abstenerse de todo aquello que no me deja “ser señor” y que por el contrario te esclaviza y embrutece. No se trata, con esto de ayuno y abstinencia, de comer poco o no comer carne los viernes, que eso es solo signo y señal de lo que realmente encierran esas palabras de ayuno y abstinencia. De lo que se trata es de no comer, es decir, de abstenerme de todo aquello que te degrada y no te deja ser lo que tu eres: criatura de Dios, hijo de Dios.
Come toda la carne que quieras, pero abstente de la relación carnal del concubinato o de la prostitución. De esa carne es de la que debo abstenerme y ayunar, porque me degrada, y destruye mi vida y mi hogar. Así llegaré a “ser señor” e “hijo de Dios.
La Eucaristía que vamos a celebrar será nuestra fuerza para recorrer ese camino. Cristo va delante, camino de su triunfo, de su Pascua, de la nueva vida, de la RESURRECCIÖN, luchando como cualquier hombre contra el deseo desmedido de poder, de prestigio y de bienestar, mediante la limosna, la oración y el ayuno.
amén
P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
31.
Fuente: es.catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
Las lecturas de hoy son toda una profesión de la fe, un "credo". Los israelites
profesan su credo en el templo: "Mi padre fue un arameo errante...Él (el Señor)
nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y
miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos que tú, Señor, me
has dado". (Primera Lectura). Jesús responde tres veces a Satanás como
reafirmación de lo que él cree: "no sólo de pan vive el hombre". "Al Señor, tu
Dios, adorarás y él solo darás culto" "No tentarás al Señor, tu Dios".
Finalmente la segunda lectura contiene una antigua profesión de la fe cristiana:
"Jesús es el Señor".
Mensaje doctrinal
1. Jesús afirma la fe. El momento de la tentación es un momento
existencial. Es un momento en que las circunstancias inclinan hacia una caída.
Jesús conquista en su momento la tentación afirmando la palabra de Dios vivo. En
la primera tentación, material y económica (Dile a esta piedra que se convierta
en pan), Jesús afirma que hay bienes mayores que el alimento, y que el hombre no
es sólo un consumidor, un oeconomicus homo. En la segunda tentación, una
invitación de utilizar medios ilícitos e injustos para ganar el poder y la
influencia (Todos los reinos de la tierra te daré), Jesús afirma que solamente
el poder de Dios es absoluto (Adorarás al Señor, tu Dios). En la tercera
tentación, Satanás lo provoca, con la Escritura y la religión, a forzar un
milagro de Dios, y Jesús afirma que nunca se debe poner a Dios a prueba (No
tentarás al Señor, tu Dios). Las tentaciones que Jesús experimenta en este texto
del Evangelio son las tentaciones de los israelitas en el desierto y las
tentaciones de toda la humanidad. Los israelitas sucumbieron, pero Jesús
conquistó las tentaciones y nos permite a nosotros conquistarlas si aceptamos el
misterio de la Redención.
2. La fe cristiana es historia, no sólo una serie de ideas. La profesión
de fe que hacemos en la liturgia no está compuesta de una serie de ideas
elevadas de la esencia de Dios, de las cualidades, de los conceptos del hombre o
del mundo. El credo de los israelitas, de Jesús y de la comunidad cristiana
refleja los altibajos de la historia. El credo de Israel comienza con la
historia de Jacob, un arameo errante, y sus descendientes, conducidos por Dios,
a través de los siglos, a la tierra prometida. El credo de los cristianos está
fundado en la historia de Jesús de Nazaret, resucitado de entre los muertos y
hecho Señor por su Padre. Las ideas están para pensar, no para creer. La
historia de la salvación debe ser ambas cosas: alimento para el pensamiento y
una profesión de fe.
3. Dios quiere dos fidelidades unidas. La liturgia claramente demuestra
la increible fidelidad de Dios hacia el hombre. En medio de los tiempos oscuros
y de los momentos aparentemente desesperados de la historia, Dios camina
fielmente con su gente en Egipto, en el desierto, y en la tierra le prometió a
Abraham (primera lectura). Cuando Cristo es tentado por el diablo y más adelante
cuando parece derrotado por la muerte, su Padre le fue fiel. Dios desea unir su
fidelidad con la del hombre; Jesús unió su fidelidad a la del Padre de una
manera extraordinaria.
Sugerencias pastorales
1. Afirmando la fe en un mundo de tentación. La tentación nos acompaña a
través de nuestra vida. El tentador está solo, y es tan arrogante que no tiene
ningún escrúpulo en tentar incluso al Hijo de Dios. Mientras que las culturas y
las costumbres cambian él ha ido cambiando sus tácticas, pero los ingredientes
son siempre iguales: poder, conocimiento y placer. La sociedad moderna ofrece al
tentador una avalancha de posibilidades para influir en la humanidad, y a menudo
estamos indefensos y desprotegidos. Como creyentes afirmamos con orgullo nuestra
fe en un mundo que se olvida a ratos de ella, la sofoca, o la deja de lado. Las
tentaciones son una oportunidad de dar testimonio de Jesucristo, nuestro Señor y
Dios, y a través de nuestro testimonio conquistar la tentación con el poder de
Dios. No debemos asustarnos de la tentación. "Tu fe es la victoria que conquista
el mundo".
2. No nos dejes caer en la tentación. Los cristianos somos débiles como
cualquier persona y lo sabemos. Pero también sabemos que tenemos gran poder de
Dios, y que si confiamos en él podemos estar seguros que los ataques del
tentador, no importa cuan poderosos sean, no pueden derrotarnos. ¿Por qué si no,
pediríamos al Padre en nuestra oración diaria "No nos dejes caer en la
tentación"? El supermercado de la religión y de lo sagrado está hoy día lleno de
dioses y de ídolos que prometan todo pero no lo cumplen, y mucha gente escoge y
elige basándose en sus caprichos o gustos. Hay muchos católicos "culturales" que
adoran el trabajo, la ciencia y la política más que a Dios. Como individuos y
miembros de la Iglesia debemos rezar fervientemente el Padre Nuestro cada día,
pidiendo al Señor humildemente "no nos dejes caer en la tentación".
32. Fluvium.org 2004
La escena que contemplamos en este primer
domingo de Cuaresma es un diálogo real entre Jesús y el diablo. Este personaje
desdichado se apartó de Dios definitivamente, como explica el Catecismo de la
Iglesia Católica, y procura siempre el mal de los hombres: Satán o el diablo y
los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a
Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al
hombre en su rebelión contra Dios.
El diablo no fue malo desde el principio. Enseña el concilio cuarto de Letrán
que el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza
buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos. San Pedro, en efecto, dice en
su segunda carta que pecaron y fueron arrojados por Dios al infierno. La
sugerencia: seréis como dioses, con la que Satanás tentó a nuestros primeros
padres, manifiesta la verdad de las palabras de Jesús de que es padre de la
mentira y homicida desde el principio.
Es verdaderamente homicida puesto que con su seducción mentirosa induce, desde
el principio, al hombre a desobedecer a Dios; en lo que consiste nuestra
perdición, más terrible que la muerte física. Pero Dios, que es Padre bueno,
nunca consiente que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Jesucristo
venció para nosotros definitivamente al maligno, pues, como dice san Juan, el
Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Y la gracia de
Dios se difunde como fuerza en nosotros para vencer las tentaciones, cuando nos
unimos al Señor por la oración y los sacramentos.
Recordemos que es otra criatura –aunque poderosa por ser puro espíritu– y que no
puede impedir el triunfo del Reino de Dios establecido en Jesucristo. Nos dice
el Catecismo que su acción, real en el mundo, es un misterio para nosotros que
aceptamos confiando en Dios, pues, como afirmaba san Pablo a los Romanos, todas
las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios.
Iluminados por el Paráclito le suplicamos aprender, con más segura firmeza, que
fuimos creados para Dios y que Dios ha querido ser también para cada uno. El
tentador, en cambio, según observamos en el fragmento evangélico de hoy, no
acepta el señorío del Creador sobre el mundo. Intenta establecer su criterio
personal y que prevalezca sobre el de Dios, su Creador.
Vigilemos para no caer en esa locura de la soberbia que, aunque no se nos
presente de ordinario tan descaradamente como este pasaje de san Lucas, sí está
presente en esa cultura, demasiado extendida, según la cual se puede llevar a
cabo y es correcto todo aquello posible en el ámbito de la propia libertad; con
tal de que no interfiera inmediatamente con el orden social. El hombre sería
señor de sí mismo. Sus capacidades y talentos podría emplearlos con toda
justicia –al ser libre para hacerlo– en lo que considere más oportuno, sin
referencia a otra instancia superior, pues él mismo, como señor de sí,
establecería los criterios de bondad y maldad.
Con diversos matices en cada una, es eso lo que el diablo mantiene frente a
Jesús en las tres tentaciones. Podemos afirmar, sin ningún miedo a equivocarnos,
que el problema de Satanás, como el de la cultura aludída, es el orgullo vano de
considerarse autónomo, independiente de Alguien superior que tiene el derecho a
ser Señor de la existencia, por ser Creador de los seres y del bien.
¡Qué absurda, por su arrogancia, se manifiesta la actitud de la criatura
diabólica tentando al Creador! Así son algunos que se consideran señores, porque
se reconocen con libertad para olvidarse de Dios y para dictar ellos las normas
de conducta. Sucede no pocas veces en las grandes cuestiones sociales, como las
relativas a la vida humana o a la distribución de la riqueza a nivel mundial.
Esta pretendida autonomía tiene las lamentables consecuencias que bien
conocemos: todo tipo de injusticias, graves lesiones a la dignidad personal,
aunque tantas veces se cometan apelando, de modo sorprendente, a esa dignidad.
También en la vida privada –la corriente y sin más relevancia de cada uno–
podríamos sentirnos excesivamente autónomos si no mirásemos de continuo a Dios y
al Evangelio por el que nos habla. No es lo nuestro vivir una libertad sin
condiciones, ni nos corresponde determinar los límites de esa libertad.
Nuestra Madre Inmaculada nunca tuvo relación con Satanás. Invocándola notaremos
su misteriosa pero siempre eficaz protección ante las insidias del diablo y nos
reconoceremos, como Ella, criaturas de Dios, felices de ser sus hijos muy
queridos.
33. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano
Análisis
El texto de Deuteronomio 26 revela, claramente el uso de los “dos tiempos” que
usa con frecuencia el autor: el tiempo de Moisés, y el tiempo del autor, sea
este exílico o post-exílico, como piensan los estudiosos. Comienza con una frase
que es muy frecuente en Dt: “cuando entres en la tierra que Yahvé te da” (6,10;
7,1; 11,29; 17,14; 18,9), sea porque es una tierra que hemos perdido por no
haber hecho eso, o porque señale lo que debemos hacer cuando regresemos a ella,
o insista particularmente en la reconstrucción del Templo, el “lugar que “Yahvé
ha elegido” (cf. 12,5.11.14)... Es interesante notar que el sacerdote es
mencionado pero no juega aquí ningún papel más que depositar la cesta en el
altar (e incluso en v.10b el que deposita es el mismo oferente).
Esta ofrenda se hace con unas palabras que debe pronunciar el “tú” al que se
dirige. Este texto: “mi padre era un arameo errante” fue motivo de arduas
discusiones entre los estudiosos hace muchos años. Hoy parece que las aguas se
han aquietado. Se afirmó -el gran biblista alemán G. von Rad- que estamos ante
un “credo primitivo”, pronunciado en el santuario de Guilgal en la liturgia, y
que representa el corazón histórico de Israel. Todo el Hexateuco, sigue
diciendo, de formula a partir de este texto. Hoy tenemos muchos elementos para
cuestionar su antigüedad, y podemos pensar que otros “credos” (como quizás el de
Núm 20,14b-16) son más antiguos. Por otra parte, el esquema
opresión-clamor-liberación es muy característico del autor deuteronomista
(particularmente del libro de los Jueces) como para pensar en una pura
originalidad. La importancia de la tierra, como lugar del descanso, tierra dada
por Yahvé también es muy importante en el deuteronomista por lo que no parece
fácil seguir sosteniendo lo que von Rad decía, pero sin embargo hay un elemento
que es característico de los credos israelitas, y no debiera discutirse, y es la
mordiente histórica. El Dios de Israel es un Dios que se revela en la historia
de su pueblo, en la de ayer y la de hoy. En este sentido es muy importante
notar, por un lado los usos de las primeras personas del singular, y los
plurales: el orante se planta personalmente ante Dios (“mi padre”, “traigo”...)
pero cuando debe hacer memoria de su pecado y la intervención salvadora de Dios
recurre al plural: “nos maltrataron”, “nos oprimieron”, “nos impusieron
servidumbre”, “clamamos”, “escuchó nuestra voz”... “nos trajo”). Ese cambio de
personas puede resumirse diciendo “mi padre era Israel, por lo tanto nosotros
somos Israel”.
Esa latencia de pasado y presente, singular y plural mantiene vivo a Israel, y
haciendo presente todo esto, presentado como reconocimiento de los dones de
Dios, el mayor de los cuales es la tierra, esa ofrenda se transforma en un
pueblo que se postra ante su Dios y reconoce que de él, y no de los dioses de la
fecundidad o la tierra le vienen los dones. Postrarse ante Dios, bienes en mano,
es reconocer que la idolatría es estéril, y que Yahvé es el único ante el cual
es sensato agradecer, y a quien es justo adorar.
La Iglesia nos propone el Salmo 91 (90) por ser,
precisamente, el que utilizará el diablo en la tentación. Quizá para que podamos
ver cómo sacar un texto de contexto puede ser diabólico.
El Salmo parece manifestar una predilección por las parejas de cuatro cosas, y
aquí las encontraremos abundantemente. Comienza con cuatro nombres divinos (vv.1-2),
la protección se da en cuatro momentos del día (vv.5-6), los adversarios son
imaginados como cuatro calamidades en esos mismos momentos (vv.5-6), o como
cuatro bestias (v.13); y a esto deben agregarse otras imágenes tanto de la
adversidad (red, cazador, peste, imágenes bélicas, malvados, tropiezo,) como de
la protección divina (plumas, alas, manos de ángeles, escudo y armadura,
refugio, morada, tienda). Como se ve en el juego de las metáforas, encontramos
elementos propios de la guerra, de la hospitalidad, de la vida campesina e
incluso mitológica, todos en conflicto unos con otros (por ejemplo, mientras a
derecha e izquierda caen mil y diez mil, y vuela la flecha, el fiel es protegido
con escudo y armadura; mientras amenazan leones, víboras y dragones, lo protegen
alas y plumas; mientras lo amenazan dragones lo cuidan querubines...).
No es unánime la opinión de frente a qué tipo de Salmo nos encontramos, y esto
condiciona la interpretación. Unos piensan en un diálogo litúrgico, otros en una
homilía sapiencial. Veamos brevemente la estructura que el mismo Salmo nos da de
sí mismo para así descubrir su “movimiento” interno.
Tres veces se repite kî + pronombre (v. 3: “porque él”, referido a Dios; v.9:
“porque tú”, referido al que confía en Dios; v.14: “porque a mí”, es Dios el que
habla), y esto permite estructurar el texto. Pensar en un diálogo litúrgico
entre un animador y un orante tiene el problema de que en v.9a debe modificar
“hiciste del Señor tu refugio” poniendo a cambio “tú, Señor, eres mi refugio”,
que tiene ligero apoyo documental, pero además, no da una explicación
satisfactoria a la intervención de Dios en v.14. Lo que sí es evidente es que
estamos ante un Salmo de confianza.
Después de una presentación de esta confianza expresada con cuatro verbos:
habitar, hospedar, decir ‘refugio y fortaleza’, confiar se pasa a una doble
motivación que introducen sendas sub-unidades: v.3, porque él, v. 9, porque tú;
y la resistencia a los adversarios expresados en la primera con simbología
bélica (flecha, caída de mil y diez mil, escudo, armadura) y en la segunda con
simbología animal (leones, víboras, leones y dragones). Esta segunda estrofa
recuerda algunos elementos del comienzo repitiendo algunos términos (Yahwéh,
Elyón, refugio). Toda esta confianza tiene una conclusión salvífica en la
intervención de Dios a modo de oráculo (tercera sub-unidad: porque a mí); ésta
ya venía preparada por una serie de imágenes, y se expresa con verbos que se
aglutinan al final en gran cantidad: liberar (v.3 _mr), custodiar (v.14),
liberar (v.14 sgb), poner en alto (v.14), liberar (v.15 hls), hacer triunfar
(v.15), salvar (v.16). Después de dejar esto claro, la simbología de la
destrucción puede ser todo lo terrible que pueda imaginarse que no causa temor
alguno: así red de cazador, peste funesta, espanto nocturno, flecha, peste,
epidemia, malvados, plaga, desgracia, piedra, león, víbora, león (el hebreo
parece conocer o bien cuatro tipos de leones, o sino cuatro modo de nombrarlos;
aquí utiliza shl y kpyr) y el dragón... nada de esto hace temer al que se
mantiene fiel a Dios, al que conoce su nombre, al que lo quiere (está enamorado
de él). Es el Dios que siempre estuvo con su pueblo, desde que fue conocido como
Elyón (Altísimo) en los tiempos muy antiguos (ver Gen 14), hasta en los primeros
asentamientos en la tierra, recordado como _adday (su etimología no es clara; la
Biblia griega lo tradujo por “todopoderoso”, pero no parece provenir de _dd,
fuerza, poder; parece tener que ver con el monte, _adû, `_l del monte; ver Gen
17,1; 28,3; 35,11; 43,14; 49,5; Ex 6,3), es reconocido como Yahwéh, nombre
revelado a Moisés en el desierto y con el que se lo llamará en adelante (Ex
3,15), o sencillamente “Dios mio” (Eli). Dios mismo, o sus mensajeros, protegen
al amigo, o huésped (pluma y alas “de Dios”, no de los ángeles -que tienen
manos- parece remitir a la imagen de los querubines del templo, (Sal 17,8; 36,8;
57,2; 63,8; ver Ex 19,4; Dt 32,11; Rt 2,12; con mucha frecuencia encontramos el
término en Ez 1 refiriéndose a la gloria de Dios, en 28,14 habla del “querubín
protector de alas desplegadas”, y el Sal 61,5: “¡Que sea yo siempre huésped de
tu tienda, y me acoja al amparo de tus alas!”). La confianza está puesta en
Dios, y por tanto es él mismo el que protege a quien se vuelve a Él. “Interpreta
mal las Escrituras el diablo” comenta san Jerónimo con ironía. Orígenes agrega:
“¿por qué no citas también ese versículo?”, refiriéndose al que alude a pisar la
víbora: “¡no lo citas porque el áspid sobre la cual Cristo camina eres tú!”...
Luego de la sección teológica de la carta (caps 1-8) y antes de la sección
parenética (caps. 12-15), Pablo introduce en la carta a los Romanos un
paréntesis sobre Israel (caps. 9-11). Paréntesis que no es ajeno a la totalidad
de la misma ya que desde el comienzo nos dijo quela salvación es para todos,
pero “primero para los judíos” (1,16; 2,10). Sin embargo, sus “hermanos de raza”
demoran en reconocer a Cristo, y Pablo manifiesta su dolor por ello; de todos
modos lo ve como un tiempo pedagógico de Dios para dar oportunidad a la
conversión de los paganos. Después -quizá movidos por los celos- todo Israel se
salvará (11,26). Pero esto no exime de responsabilidad a los judíos ya que miran
la justicia que les viene de ellos mismos y no la que viene de Dios. La
iniciativa de Dios (gracia) es uno de los temas centrales de la teología
paulina, y es grave creer que de nosotros depende. Ese es el motivo, además, por
el que Pablo abunda en citas de la Escritura en esta unidad. Este es el marco
del párrafo que hoy nos propone la liturgia. Es evidente, y el manejo de los
textos lo confirma, que Pablo es conciente de estar polemizando.
El texto, en realidad es una unidad desde el v.1, pero que en v.5 comienza a
desarrollar lo que hasta allí había anunciado. En una clásica lectura midrásica,
Pablo integra Lev 18,5 expresamente citado según la fórmula clásica de pésher
como encontramos en Qumrán, junto con Dt 9,4 y 30,12 unido al Sal 107,26. La
lectura cristológica de estos párrafos señala la cercanía de la palabra de fe
que nos alcanza la justicia. La relación corazón, sede del pensamiento y boca,
sede de las palabra es estrecha. Con el corazón creemos y con la boca
proclamamos esa fe, fe que se expresa en la sencilla fórmula fundamental: “Jesús
es Señor”, confesión decisiva para el creyente (1 Cor 12,3; 2 Cor 4,5; Fil
2,11), y en el reconocimiento de que “Dios lo resucitó” (1 Cor 6,14; Gal 1,1).
En un interesante quiasmo en el que aparecen confesar - boca -creer - corazón /
corazón - creer - boca - confesar se deja en el centro el ser salvos por esa fe
confesada.
“Todo el que crea en él” es un texto de Is que con mucha frecuencia ha sido
leído cristológicamente (piedra elegida, preciosa, angular y fundamental...),
que se refiere a Yahwéh presente en Jerusalén. Poner la confianza en Jerusalén
era algo verdaderamente idolátrico, era una búsqueda de seguridad no puesta
exclusivamente en Dios. De allí que esta piedra sea a su vez de tropiezo y de
salvación. Depende dónde esté puesta la confianza, si en Dios, o en las cosas de
Dios manipuladas idolátricamente (“no hay una sola verdad de fe que no podamos
manipular idolátricamente”, G. von Rad). Y también de la Ley el pueblo puede
hacerse un ídolo. No es la ley la que salva, sino Yavé, o Jesucristo, en quien
Dios interviene salvando. Y por eso es salvador de todos, tanto judíos como
paganos. Una nueva lectura cristológica lo confirma: “el que invoque el nombre
del Señor se salvará”; el texto de Joel se refería al “nombre de Yavé”, pero acá
Señor es el resucitado, el que ha sido proclamado “Jesús es Señor”. La salvación
no llega por obras o acciones humanas sino por la iniciativa de Dios, el cual
debe ser creído y proclamado para la salvación de todos, salvación que comienza
en el bautismo y nos compromete en la evangelización de proclamar lo hemos
creído... .
Ya el Evangelio de Marcos, en un relato mucho más abreviado nos había informado
de la tentación de Jesús en el desierto . En este caso, tentado durante cuarenta
días. Mateo y Lucas, presentan un relato mucho más detallado, expresado en tres
tentaciones. Siendo que el momento transcurre a solas entre Jesús y el tentador,
la pregunta podría imponerse: ¿cómo se entera el narrador de los acontecimientos
y palabras que se sucedieron allí? Las respuestas casi exclusivamente bíblicas
del Señor nos llevan a una primera conclusión: la comunidad cristiana, sus
“escribas”, presenta a Jesús sometido íntegramente al plan de Dios.
Siendo común a Mateo y Lucas, el relato nos remite a la fuente que tienen en
común (Q), aunque en este caso no se limita a solo “dichos” sino que también
presenta “hechos”. Una pregunta sería cuál es más fiel a la fuente, o -para ser
más claro- ¿cuál la modifica y cuál puede ser su intención teológica para
hacerlo? En primer lugar, Mateo y Lucas presentan en orden inverso la segunda y
tercera tentación. ¿Mateo lleva al final la referencia a la “montaña alta”, que
le interesa teológicamente o bien Lucas hace lo propio con Jerusalén por el
mismo motivo? Veamos brevemente las otras diferencias: Mateo da un sentido a los
40 días sin alimento, de los que Marcos no habla, presentándolos como “ayuno”.
Lucas, quizás pensando en Moisés (Ex 34,28; cf-1 Re 19,1-8), dice simplemente
“no comió nada”. Lucas destaca el papel que juega el Espíritu en este momento, y
presenta a Jesús como en movimiento por el desierto (era conducido por el
Espíritu). El tentador es presentado como “el diablo”, y la primera tentación
está en plural ante el singular de Mateo (piedra, pan). No es evidente quién
modificó y cual fue el motivo para hacerlo. Por esta parte, la comparación con
Moisés puede haber estado fácilmente en el relato original ya que la tipología
del desierto, el número 40, y las referencias a las tentaciones del pueblo en el
desierto conducido por Moisés son ciertamente el marco de la unidad. Mateo -le
sabemos- revaloriza para su comunidad la práctica judía del ayuno aunque
enfocada de un nuevo modo. Es, por tanto, más probable que sea él quien da un
sentido nuevo al dicho “no comió nada” que encontró en su fuente.
La tentación en la que el diablo le muestra los reinos del mundo presenta
también algunas diferencias, además de la ya mencionada de la montaña alta, de
Mateo. La visión de los reinos de la tierra habitada (oikoumene) se da “de un
golpe de vista”, en Lucas. Se aclara que el poder y la gloria de ellos le ha
sido dado al diablo (aparentemente, por Dios) que a su vez lo entrega a quien
quiere. Mateo agrega “márchate, Satanás”, la única frase propia de Jesús y no
del libro del Deuteronomio en esta unidad. En este caso, Lucas parece presentar
una visión pesimista, satánica, del mundo político. En este caso parece ser él
quien ha modificado la fuente.
La siguiente tentación ocurre en la “Ciudad Santa”, que Lucas precisa:
“Jerusalén”. La cita del Salmo que realiza el tentador es ligeramente ampliada
en Lucas, como lo era la erespuesta con una cita de Deuteronomio en la primera
de Mateo.
Mateo concluye asemejándose a Marcos con referencia al servicio angélico a
Jesús, Lucas, en cambio, prefiere una enigmática frase: “habiendo acabado toda
tentación, el diablo se retiró hasta un tiempo”. Sabemos, concretamente, que el
diablo entra en Judas, en Jerusalén, en el momento final de la Pascua (22,3).
Podemos sintetizar diciendo que la gravedad de las tentaciones en Mateo van en
aumento: pan, espectáculo, adoración en la montaña, en cambio la referencia
final a Jerusalén parece claramente reformada por Lucas. Digamos, entonces, que
parece muy probable que el Tercer Evangelio haya cambiado el orden de la segunda
y tercera tentación por tu preocupación geográfica centrada en Jerusalén.
Parece que el autor Q expresó en tres tentaciones tomadas de las tentaciones del
pueblo en el desierto, las tentaciones que tuvo Jesús en su ministerio, al menos
las dos últimas aparecen destacadas. Allí donde Israel no supo hacer la voluntad
de Dios, Jesús surge fiel, verdadero “Hijo” como ya el Bautismo lo había
mostrado. Esto confirma la intención cristológica del relato, y también su
probable intencionalidad polémica con el Israel de su tiempo.
Dado que la primera hace referencia a la “palabra de Dios”, la segunda a lo
político y la tercera al Templo, algunos han pensado que se estaría ante una
triple tentación profética, real y sacerdotal, pero no parece que eso esté en
juego aquí. Sólo la tentación real aparece clara, mientras que la profética y
más aún la sacerdotal no se revelan, y más aún, parecen muy improbables. Las
respuestas apuntan en otra dirección.
Detengámonos, ahora, en el relato de Lucas; a diferencia de Juan, Jesús va del
desierto a la ciudad, y en la ciudad comienza su ministerio, como en la ciudad
culminará todo para desde allí comenzar, siempre conducido por el Espíritu el
tiempo nuevo de la Iglesia. En las primera tentación, el diablo no discute que
Jesús sea el Hijo de Dios, lo da por supuesto, y lo tienta a convertir en pan
una piedra ya que lógicamente tiene hambre. Más que un “nuevo pueblo”, Jesús es
“hijo de Dios”, “el Hijo de Dios”. ¿Por qué Jesús no obra el milagro? Porque los
milagros que Jesús hace son siempre para los otros, como la multiplicación de
los panes: allí Jesús mismo se preocupa: “denles ustedes de comer” (9,13). La
segunda es la tentación de poder (exousía) política. En tiempos donde todo el
mundo conocido está sometido al imperio romano, se puede ver de un golpe de
vista todo: el imperio mismo es diabólico y perverso. E idólatra. La tercera
tentación no sólo tiene como característica que ocurre en Jerusalén, sino
también que el diablo cita la escritura. La escritura mal citada, o mal leída,
también puede ser diabólica, o idolátrica. Por otra parte, Jesús deja muy claro
que su ministerio es para otros, no para él. No es salvarse a sí mismo, como
tampoco en la cruz: “si eres ... sálvate” (23,35.37.39).
Como dos rabinos, Jesús y el diablo discuten con citas bíblicas. Y nos queda
claro que es falso servidor de Dios el que se sirve de su ministerio en su
propio provecho, que no es propio de los fieles a Dios reclamar milagros ya que
Dios puede salvar sin necesidad de estas obras “maravillosas” o “teatrales”.
Jesús nos muestra -con su vida- el camino de la obediencia de hijo conducido por
el espíritu.
Comentario
Tiempo lindo la Cuaresma. Tiempo de "parar la máquina", de serenidad, de "mirar
para adentro"... y ¡¡¡preguntarnos tantas cosas!!! En nuestros días, ¡cuántas
caídas! ¡cuántas infidelidades! ¡cuántas injusticias! Es tiempo de descubrir
cuánto tenemos que cambiar.
El Evangelio de Lucas, nos pone a Jesús en paralelo con el pueblo de Israel. En
las mismas circunstancias en las que el pueblo fue infiel, Jesús sale adelante;
y para resaltar el paralelo entre ambas situaciones, el evangelista recurre al
desierto y a citas del Deuteronomio. Allí donde Israel cayó, allí Jesús sale
adelante. Más que un acontecimiento es una plataforma, un programa: unidos a
Jesús nada tenemos que temer, sólo el amor cuenta. Deberíamos aprovechar la
Cuaresma para revisar cuántos desencuentros, cuántas infidelidades, cuántas
injusticias... Pero, al revisarlas, corregirlas; es que la Cuaresma es tiempo de
conversión, y conversión significa caminar, camino de vuelta al Padre.
Cuaresma, ¡tiempo lindo! Tiempo de volverse a Dios, y de volverse a tantos
hermanos despreciados, olvidados, oprimidos... Tiempo de justicia, de verdad, de
liberación...
Mientras el pueblo de Israel, en la tentación no fue fiel y cedió, ahora nos
encontramos a Jesús en la misma situación, en la misma tentación. ¡Y triunfa!
Jesús aparece en el Evangelio de hoy como el que vence la tentación. Porque es
posible vencerla. Muchas voces, de dentro y de fuera buscan separarnos de Dios,
de sus proyectos, de sus caminos. Pero hay una voz más fuerte, más firme, que
puede vencer esas otras voces si disponemos el corazón para escucharla. Hace
falta tener un oído muy fino, un silencio atento, un corazón dócil.
Para eso existe la Cuaresma, para que sepamos mirar la vida, y mirarnos en la
vida; para que sepamos prestar atención a los caminos y proyectos que nos
rodean, y enfrentarlos con los caminos y proyectos de Dios. Para eso existe la
Cuaresma, para que apaguemos los ruidos que aturden y ensordecen, para que
acallemos las voces que esconden la voz de Dios, para no escuchar cantos de
sirenas que nos hablan de la felicidad de comprar, de poseer o de determinados
caminos, sino que podamos oír la voz del amor, la voz que se grita en el
silencio y el desierto. Para eso existe la Cuaresma, para dejarnos seducir por
Dios en el desierto, para volver a las fuentes, para volver a la fidelidad
primera, “como un niño frente a Dios". Para eso existe la Cuaresma.
¿Y nuestra Cuaresma? Tantas veces habremos dicho: “Cuaresma, tiempo de
confesión” pero ¿de qué sirve si no es un cambio de vida, un cambio de camino?
¿Qué Cuaresma vive el que no vive? La Cuaresma es tiempo de desierto, pero de
desierto en medio del ruido y del mundo, en medio del pecado y la infidelidad,
en medio de la gente... Es allí donde estoy invitado a encontrarme con Dios y
los hermanos, allí donde debo retomar la fidelidad... El recuerdo del desierto,
terminó siendo recuerdo de la fidelidad de los israelitas: tiempo de fe, como
recuerda el "Credo primitivo" de la primera lectura; se nos invita a creer de
corazón en la Palabra (2a. lectura), no con los labios, sino con la vida, una
vida de fidelidad y servicio. Aquí tenemos el centro, el corazón de la Cuaresma:
¡los hermanos! Revisemos nuestro servicio, nuestro amor, nuestro compromiso
liberador; así revisaremos nuestra fe; así viviremos religiosamente nuestra
Cuaresma.
Quien afirme no tener pecado es un mentiroso dice san Juan. Quien se reconoce
pecador, y se decide a devolverle a Dios su lugar, empieza a preparar el camino
para una vida coherente con los proyectos de Dios. El problema con los que no se
reconocen pecadores, o con quienes no están dispuestos a dejar entrar a Dios en
sus vidas, es que permanecen en el pecado. El tiempo de la cuaresma que
comenzamos, es un ¡detente!, un mirar para adentro, es reconocer que hemos
caminado sin Dios buena parte de nuestra vida... Pero, casi podemos decir que a
Dios no le importa: no le importa la gravedad de nuestra ruptura, no le importa
qué tan dios nos sentimos. Le importa que estemos decididos a vencer el pecado
en el seguimiento de Jesús, a vencer el pecado con la Palabra de Dios.
En toda historia hay tiempos y momentos de fidelidad, y momentos de caídas. La
Cuaresma es tiempo de recobrar fuerzas para retomar el camino, para "hacer
camino al andar”. La Cuaresma es el tiempo oportuno para revisar, corregir y
fortalecer todo esto; es tiempo de desierto, tiempo de encuentro con Dios frente
a tantos desencuentros. Pero ¡cuidado! "¿Cuántas veces se ha empujado a las
multitudes hacia el desierto, como si Tú sólo fueses accesible allá... Abrenos
los ojos para irte encontrando en cada rostro, para comulgarte cada vez que
estrechamos una mano o sonreímos" (Luis Espinal).
Para la revisión de vida
¿Cuál es la tentación de fondo, mayor, en mi vida? ¿Qué debo hacer para
superarla?
¿Cuáles son mis tentaciones menores, diarias? ¿Qué debo hacer?
Para la reunión de grupo
-Jesús fue plenamente humano, una persona completa y real, como cualquiera de
nosotros, y sintió en su propia persona las mismas dificultades que nosotros
sentimos. La predicación de los tiempos clásicos propagó una idea de Jesús
desencarnada, meeramente divino, sin tentacionas humanasŠ Comentar
-El Evangelio de hoy nos presenta un relato teológicamente elaborado más que
realísticamente histórico de las tentaciones de Jesús. Para ello las agrupa en
tres tentaciones-símbolo, o tres dimensiones mayores de la vida humana. ¿Cuáles
son? Describámoslas, a partir del comentario exegético hecho más arriba.
-¿Cuál sería el equivalente de esas tentaciones en la situacion actual de
nuestra sociedad y nuestro mundo?
Para la oración de los fieles
Hoy vamos a responder "Te lo/a expresamos, Señor".
-Nuestra alegría por recordar, en la lectura del evangelio de hoy, que Jesús fue
plenamente humano y experimentó nuestras mismas tentaciones te la expresamos,
Señor.
-Nuestra admiración hacia Jesús, que permanece como modelo de Persona Nueva,
incorruptible, firme ante el mal, fuerte ante la tentación te la expresamos,
Señor.
-Que queremos preocuparnos no sólo por el pan, sino por toda Palabra que sale de
tu boca te lo expresamos, Señor.
-Que queremos tener un corazón incorruptible que, ni por todo el oro del mundo,
sea capaz de vender su conciencia te lo expresamos, Señor.
-Que no queremos tentar a Dios, ni ponerte a nuestro servicio te lo expresamos,
Señor.
-Que queremos vivir esta Cuaresma, como "tiempo litúrgico fuerte" que es, unidos
a la comunidad cristiana dispersa por todo el mundo, en espíritu de reflexión,
oración y compromiso, preparando la celebración anual de la Pascua te lo
expresamos, Señor
Oración comunitaria
Dios, Madre-Padre nuestro, que en Jesús nos has dado un modelo de persona
completa y lograda, en lucha contra el mal y plenamente humana, tentada pero
victoriosa. Queremos seguir ese modelo de firmeza y fidelidad, de humanidad y
fortaleza, de fidelidad a ti y a los hermanos. Te lo pedimos a Ti que vives y
haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén
34. El demonio, ¿Sólo un mito?
Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova
Reflexión:
El año 1926 George Bernanos publicó su primera obra literaria, “Bajo el sol de
Satán”, que le ganó gran prestigio como novelista. En esta obra, el escritor
francés nos presenta una visión dramática de la vida, una lucha trágica entre el
bien y el mal, entre el pecado y la gracia. Y en el Evangelio de hoy encontramos
reflejada esta lucha.
En este primer domingo de cuaresma, la Iglesia nos ofrece para nuestra
meditación el pasaje de las tentaciones de Cristo. “Jesús, lleno del Espíritu
Santo –nos cuenta Lucas— volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al
desierto y tentado por el diablo durante cuarenta días. Estuvo sin comer y, al
final, tuvo hambre”. Aquí aparecen los elementos más importantes de la cuaresma:
el desierto, los cuarenta días, la oración, el ayuno y la lucha contra la
tentación. Hoy quisiera reflexionar un poco en esta última.
“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” –le dice el
demonio a Jesús—. Ante todo, hemos de notar que las tres tentaciones comienzan
con la misma premisa: “Si eres Hijo de Dios…”. Pero, ¡qué insolente es el
demonio! Se atreve no sólo a tentar al Hijo del Dios bendito, sino que, además,
pone en duda su condición divina. O, al menos, trata de “provocarlo” y lo reta
con tamaña desfachatez. Así hace siempre Satanás. Su táctica es la mentira
insolente, la suspicacia, la insinuación de la duda. Y termina en abierta
rebeldía. Así actuó también con Eva en el paraíso, haciéndola dudar de la bondad
de Dios y arrastrándola luego a la desobediencia frontal. “Diablo” es un vocablo
griego y significa “mentiroso, calumniador”. Y “Satán”, en hebreo, es el
“adversario”, el acusador. Por eso nuestro Señor lo llama “padre de la mentira”
porque es “mentiroso desde el principio”, desde la creación del mundo.
Es obvio que, después de cuarenta días de ayuno, nuestro Señor tuviera hambre. Y
el “adversario”, sumamente astuto, se aprovecha de esta coyuntura para tentarlo
precisamente por aquí. Satanás siempre nos tienta por nuestra parte más débil.
Pero ésta no es una tentación de “gula”, como muchos comentaristas del Evangelio
han explicado. ¿Qué pecado de gula podía haber en nuestro Señor después de
tantos días sin comer? En todo caso, sería aprovecharse de una necesidad de
Cristo. Además de mentiroso, es un “aprovechado” y un oportunista.
Pero también es terriblemente insidioso. La verdadera tentación no es el mero
hecho de saciar su hambre, sino que lo que pretende Satanás es algo muchísimo
más grave: apartar a Cristo de su misión. El Padre había mandado a su Hijo al
mundo como Siervo paciente, para redimir a la humanidad a través de la cruz y
del sufrimiento. Y el demonio quiere que haga uso de su poder taumatúrgico en
provecho propio y que se sirva de su mesianismo para su servicio, comodidad y
complacencia personal.
Luego, llevándolo al pináculo del templo, le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate
de aquí abajo…pues Dios encargará a sus ángeles que cuiden de ti”. Tentación de
vanagloria. No se trataba de hacer dudar a Cristo de la asistencia de Dios, sino
de ponerlo en una situación tal que obligara a Dios a hacer un milagro. Otra
vez, lo mismo: quería que Cristo se sirviera de Dios para servirse a sí mismo, y
no al revés. Nuesto Señor nos diría que Él había venido “no para ser servido,
sino para servir”. Debía salvar al mundo por su condición de “Siervo de Yahvé”.
Y el demonio quiere que tergiverse totalmente su misión.
Y después, llevándolo a la cima de un monte, le muestra todos los reinos de la
tierra y le hace esta obscena proposición: “Te daré el poder y la gloria de todo
eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te postras
ante mí, todo será tuyo”… ¿Verdad que es insolente este demonio? ¡Vuelve otra
vez a lo mismo, y de qué manera! Además de que no es cierto que el mundo es de
él y de presentarse como si fuera suyo, vuelve por tercera vez a insistir en su
misma estratagema: apartar a Jesús de la misión redentora que le había
encomendado el Padre. Pero no sólo. Le promete en un abrir y cerrar de ojos todo
el poder y la gloria del mundo. Quiere cambiar el Reino que él traía –un Reino
de cruz, de humildad y de servicio— por un reino de dominio, de poder, de
fausto, de esplendor. ¡Lo más radicalmente opuesto a lo que Él había venido! Su
predicación estaba en total antagonismo con estos criterios… y el demonio quiere
vencerlo precisamente por aquí. Y eso sin contar que su propuesta era un pecado
de apostasía, de abierta idolatría, de rebelión contra Dios. ¡Ése es Satanás!
Pecó por su soberbia y su rebeldía contra el Creador.
Éstas siguen siendo las tentaciones con las que Satanás quiere hacernos sucumbir
también a nosotros. Su plan es siempre el mismo: la mentira, la vanagloria, el
camino fácil, los triunfos fulminantes y espectaculares, la comodidad, el uso de
nuestras cualidades para nuestra propia gloria y honra, para que los demás nos
alaben, se “impresionen” y nos sirvan… ¿No son éstos nuestros puntos más flacos?
¡Y cuántas veces el demonio nos derrota por aquí!
Aprendamos hoy la lección de Cristo y no le sigamos al juego a ese mentiroso y
estafador. El demonio siempre nos pinta las cosas de “color de rosa” y nos
engaña, como las sirenas a los navegantes. Nos vamos de bruces contra los
acantilados y nos destroza. Ojalá aprendamos de nuestro Señor a afrontar la
tentación como Él: con la oración, la vigilancia, el sacrificio –eso es el
ayuno—, y la lucha tajante contra la tentación. No juguemos ni dialoguemos con
Satanás. No permitamos las dudas ni las insinuaciones. Cortemos enseguida, como
Cristo, poniendo por delante la obediencia pronta a la Palabra de Dios y al
cumplimiento amoroso de su Voluntad en las pequeñas circunstancias de nuestra
vida de todos los días. ¡Éste puede ser un buen propósito para iniciar la
Cuaresma!
35. La tentación de los panes
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez
La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la narra el Evangelio es la
tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno, un ayuno que realmente le
prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse, por así decir, al desierto,
y el demonio le llega con la tentación de los panes, que no era otra cosa sino
decirle: déjate de cosas raras, se más realista, baja un poquito a la vida
cotidiana. Es decir, materialízate, no seas tan espiritual. Es una tentación,
que nosotros podemos tener en nuestra vida cuando llegamos a perder toda
dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos. Es la tentación del querer
hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios. Tengo un problema,
y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces olvidamos de la dimensión
sobrenatural que tienen las dificultades.
Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que
transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento
interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese
tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la
tentación de querer arreglar yo todos los problemas.
Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la propia
impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay otra
salida más que la de decir: aquí está la impotencia, podríamos decir la
impotencia santificadora. Cuando en nuestro trabajo personal sentimos una lucha
tremenda en el alma, un desgarrón interior por tratar de vivir con autenticidad
la vida cristiana, en esos momentos en los que a veces el alma no puede hacer
otra cosa sino simplemente sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa
impotencia y no la quiero ver, y no quiero tener ese“sintió hambre” en la propia
vida, es donde aparece la necesidad de acordarse de que Cristo dijo: No sólo de
pan, no sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no
sólo de ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca
de Dios.
Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras
dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos
resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir
muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos
que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los consuelos
humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la oscuridad, a
veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo en mi alma. En
ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi actividad la eficacia
de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos es lo que Dios quiere,
cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos momentos esta situación no
vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo me pregunto: una dificultad,
un problema ¿lo transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se
convierta en eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los
problemas por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo vencer con la Palabra
de Dios? ¿O caigo en la tentación?
Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los
reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se vea
reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su
poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre la
Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y la
propia vida al enemigo de Dios. “Todo esto lo tendrás si postrándote me adoras”,
no es el poder que nace de haber conquistado el reino de Cristo, es el poder que
nace de haberse vendido. A veces este poder se puede meter sutilmente en el alma
cuando pierdes tu conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene
de haber puesto la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final
total de las cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la
gloria de Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria
y no para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro
comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo
primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué?
Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no
critica.
Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra
voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A
quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su vida, sus amistades, sus personas,
su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido
crítico, para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?,
porque ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas
pequeñas. ¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo
me despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas
sólo y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los
criterios del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi
identidad cristiana?
Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando
nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en
otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te
exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo
descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los
demás.
Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula, ha
perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el
dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios
podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.
Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que
Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de
intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta
tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre
enfrentado esta tentación piensan: qué gracia tendría el de tirarse del pináculo
del templo y que los ángeles te agarrasen. La idea central de esto es una
exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta del templo y lo están viendo
abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y lo depositaren el suelo. Todo
mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían inmediatamente. Es la tentación
que tiene un particular delito porque ofrece la conciliación entre las pasiones
humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la gloria que se debe al Creador.
Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil
de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos cuando
les dice: “les gusta ser vistos y admirados de la gente y que la gente les llame
maestros... cuando oren no lo hagan como los hipócritas que oran en medio de las
plazas para ser vistos por la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará”. Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el
corazón humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida
de oración, con el propio orgullo y egoísmo. Revisemos bien nuestra conciencia
para ver si esta tentación no se ha metido en nuestras vidas.
Recordemos que nuestra vida sólo tendrá un auténtico sentido cristiano en la
medida en que aceptemos a Cristo vencedor de la tentación del pan, de los reinos
y del templo.
36. CLARETIANOS 2004
Tentación y gratitud
Sí. ¡Tentación y gratitud! o mejor ¡Gratitud y tentación! El mensaje de este domingo primero de Cuaresma, globalmente considerado, nos pide que seamos agradecidos. Pero, con una observación decisiva: ¡cuidado con apropiarte indebidamente de aquello que te ha sido dado! La tentación se reduce a una sola cosa: ¡desagradecimiento!
Si todo es gracia (Bernanos), si nos encontramos envueltos en la Compasión, en el Amor y en la Belleza, ¿qué menos que vivir en actitud de agradecimiento? Creo que era Chesterton el que decía que el momento más desconcertante de un ateo es aquel "en el que debe dar gracias y no sabe a quién". "Gracias a la vida, que me ha dado tanto...". En todo caso, quien da gracias, aunque no lo sepa se sitúa delante del Creador, del Dios Padre-Madre del Universo, se postra ante la Fuente de la Vida.
Qué mala sombra es la de quien se adueña de la Gracia y hace del regalo una propiedad sin referencia al donante, quien solo muestra interés por el don y se olvida de su fuente. Somos prontos para recibir y tardos para dar. Nos ensimismamos fácilmente en lo recibido y nos olvidamos de quien a través de esa mediación quiso entregarnos su corazón.
Cuentan que cuando Dios creó los cielos y la tierra, se le acercaron los ángeles para felicitarlo por tanta maravilla. Dios, sin embargo, percibió que uno de los Serafines, el más sabio, quedaba retraído y no se sumaba a la alabanza angélica. Dios se dirigió a él y en cierta manera se lo reprochó. El Serafín le dijo: "Perdona, Dios del Universo, si soy inoportuno. Pero yo creo que a toda tu maravillosa creación le falta un detalle". Extrañado, muy extrañado, el sabio Creador le dijo: ¿Y cuál es ese detalle que se me ha pasado por alto? Y él le respondió: "Si yo hubiera sido el Creador, habría colocado en cada uno de los cuatro puntos cardinales, coros de ángeles que constantemente dieran gracias". Sonriendo, el buen Dios, le dijo: "Lo tenía pensado, pero no para ahora. Llegará un momento en que enviaré a la tierra a mi Hijo y él se encargará de ello, cuando instituya la Eucaristía, que se celebrará en todas las partes de la tierra. Entonces contaré con la acción de gracias no solo de los ángeles, sino también de los hombres".
El Maligno, esa realidad misteriosa que nos tienta y pervierte, nos quiere desconectar del Creador. Nos invita, como a Jesús, a convertir la piedra en pan para saciar el hambre (economía), a la adoración de quien tiene el poder aquí en la tierra para ser poderoso (política), a realizar algo espectacular en el contexto religioso y así probar si Dios es fiel a sus palabras (religión). El Maligno quiere desligar a Jesús, hijo de Dios, de su Alianza con Dios Padre. Le pide que utilice sus poderes y sus posibilidades, sin contar directamente con el Creador, con el Padre. No invita a Jesús al agradecimiento, a la acogida humilde del don, sino a la rebelión silenciosa, a la actuación unilateral.
Jesús ve la realidad a la luz de la Palabra de Dios. Siempre le viene a la mente un texto adecuado, que introduce con: "Está escrito... está dicho... No solo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios... Al Señor tu Dios sólo adorarás... No tentarás al Señor tu Dios". El agradecimiento de Jesús es total, su fidelidad a la Alianza es perfecta.
Como aquel que ofrece a Dios la primicia de su cosecha, de sus ganados, de sus hijos... así Jesús le ofrece al Abbá toda su vida, como primicia y está dispuesto a vivir "entregado sin reservas" a su voluntad. Padre, he aquí que vengo para cumplir tu voluntad.
Toda tentación es, ante todo, una ofuscación que nos impide ser agradecidos y nos sitúa en un puesto que no nos es debido, tanto en el ámbito económico, como político, como religioso. Todo funciona mal, cuando la inspiración fundamental viene del Maligno. Lo que nace como obediencia a la tentación es un virus contagioso, que produce perversión. Las tentaciones son fuertes en esos tres ámbitos y, si no estamos alerta, caeremos en la tentación y seremos cómplices de un mundo que va hacia la perdición.
¡Qué extraño! Las tentaciones que sufre Jesús, no son las que nosotros nos esperaríamos: como la tentación sexual (malos pensamientos, deseos, o actos), o la tentación de no asistir a un rito religioso. Las tentaciones que Jesús padece, se refieren a la escala personal de valores donde un deseo individual (¡hambre!) se convierte en la única clave de lo que hay que hacer, olvidando lo más importante; se refieren a la obediencia a las autoridades y poderes de este mundo, una obediencia servil, adulatoria, cultual, que concede una buena colocación en la escala social; se refiere a la tentación del prestigio religioso, donde uno se apropia hasta del mismo Dios y hace que Dios sea como una mera cita que avala las propias decisiones.
Jesús nos enseña a acoger la Palabra de Dios en nosotros, como el mejor consejo para ser agradecidos, como la voz interior que nos conduce por el camino del Agradecimiento. Y es que la Palabra de Dios está cerca. La tenemos en la boca y en el corazón. La Palabra nos ha sido dada y ella tiene un poder inmenso. Quien proclama que Jesús es el Señor será salvo.
Cuanto más agradecidos, menos tentados. La tentación tiene miedo de la Gracia y el Agradecimiento.
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
37. ARCHIMADRID 2004
LA MANERA DE VER DIOS LAS COSAS
“Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra
voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia”. Por mucho que
digan algunos, la Cuaresma no es un tiempo ni triste, ni oscuro. Estos cuarenta
días, que tienen su cumplimiento en la intensidad litúrgica de la Semana Santa,
son la culminación gozosa de la esperanza cristiana. De hecho, el misterio de la
Encarnación que tan dichosamente vivimos en la Navidad, supone la continuación
de esa expectación serena a la que nos invitaba el Adviento. Ahora, en la
Cuaresma, lo divinamente carnal que Dios introdujo en el mundo, se nos hace tan
patente y tan cercano a nuestro propio sufrimiento, que deja de ser tal
padecimiento, para convertirse en auténtica liberación. Ése es el mensaje de
Moisés que anuncia al pueblo de Israel, en el libro del Deuteronomio y que,
después de transcurridos tantos siglos, los cristianos hemos recogido como
testigo a través de los “signos y portentos” que Jesús, el Hijo de Dios, nos
reveló.
Durante estas semanas escucharemos lamentos, quejas, suspiros y tribulaciones.
Pero este lenguaje, que puede ser derrotista a los ojos del mundo, supone para
el cristiano la memoria de algo que no solamente pasó, sino que, desde nuestra
filiación divina, adquiere un tono muy distinto. El propio apóstol San Pablo nos
lo recuerda en la carta que dirige a los romanos: “Porque, si tus labios
profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre
los muertos, te salvarás”. No se trata de algo que haya que venir, sino que se
encuentra aquí, en este preciso momento en el que yo escribo estas líneas, o tú
las lees. “Nadie que cree en Él quedará defraudado”, nos dice el apóstol de los
gentiles aludiendo a la Sagrada Escritura; y esta confianza no es poner nuestros
deseos e ilusiones en un ciego destino, sino que, abiertos los ojos al corazón
de Cristo, reconocemos en cada una de sus palabras lo que siempre hemos
ambicionado: sabernos queridos, comprendidos… y por siempre salvados… ¡para
siempre!
¡Sí!, es cierto, vendrán momentos en que la tentación será más fuerte que otras
veces. Pero, ni siquiera Cristo quiso evadirse de ella. Padeció en su propia
carne, y en su espíritu, lo que significa la promesa de la adulación del mundo,
la incitación a la soberbia de la mentira, y la instigación a sustituir a Dios
por dioses de barro y frustración. Pero, ¡fíjate!, Él ha pasado por ello antes
que tú y que yo; es más, nos ha dicho la manera de vencer lo que otros sólo
asumen como derrota y fracaso.
Jesús nunca dialoga con el mal. Sabe que existe, que aparece en ocasiones con
forma de luz e, incluso, “razonablemente juicioso”: “¿No ves que todo el mundo
lo hace?”; ¿no entiendes que son cosas que pertenecen al pasado?; “¿no percibes
el mal que hay en el mundo y lo poco que hace Dios por evitarlo”; “todos esperan
a que des el paso para triunfar y que vean lo que vales”… Curiosamente, todas
estas insinuaciones hacen referencia a lo cualitativo y accidental. Dios, en
cambio, “ve” las cosas de otra manera. Él penetra el mundo desde la eternidad, y
nos presenta a su Hijo, no como una solución a nuestros problemas, sino para que
éstos dejen de ser tales en su raíz, que no es otra cosa sino el pecado.
¡Mira!, el mundo pasará, los terremotos terminarán, el hambre cesará, las
ideologías acabarán… sólo Dios continuará en nuestra existencia. ¿Que todo esto
es una excusa para evadirme del sufrimiento de otros, y sólo pensar en mi
egoísta salvación…? Perdóname, pero si lo ves de esta manera, aún no has
entendido el motivo por el que Jesús se dejó coser en una cruz. Y recuerda: lo
esencial viene de arriba para iluminar lo de abajo y enaltecerlo; lo accidental,
en cambio, morirá (“no sólo de pan vive el hombre”). Lo que ve Dios, por tanto,
es posible verlo con nuestros propios ojos… tan solo es necesario decir, una vez
más: “Dios mío, confío en ti”.
38.
LECTURAS: DEUT 26, 4-10; SAL 90; ROM 10,
8-13; LC 4, 1-13
CONDUCIDO POR EL ESPÍRITU SE INTERNÓ EN EL DESIERTO
Comentando la Palabra de Dios
Deut. 26, 4-10. Nos encontramos ante una de las profesiones de fe del Pueblo de
Israel. Los Egipcios oprimieron con duras cargas a los hijos de Dios; pero estos
clamaron al Señor, Él escuchó su voz y los libró de las manos de sus enemigos, y
los condujo a la tierra que mana leche y miel, que prometió darles a sus
antiguos padres y a sus descendientes. Al inicio de la Cuaresma debemos ser
conscientes de que somos el Nuevo Pueblo de Dios. Que somos hijos de Dios no
sólo de nombre, sino que en verdad lo tenemos por Padre, pues por medio de la fe
y del Bautismo nos hemos unido al Hijo Único de Dios hecho hombre, como los
miembros de un cuerpo se unen a la cabeza. Vivimos en el mundo sin ser del
mundo; no seremos sacados del mundo, pues el Señor nos envió a él para que
seamos fermento de santidad en el mundo, procurando que la santidad y el Reino
de Dios se hagan realidad en todas las personas, hasta el último rincón de la
tierra. Sin embargo sabemos que continuamente estamos sometidos a una diversidad
de tentaciones; y tal vez vivimos sujetos a algunas maldades que nos impiden
manifestar con claridad el Rostro amoroso de Dios a los demás. Por eso, como los
Israelitas, hemos de clamar con fe al Señor para que nos libre de la mano de
nuestros enemigos y nos fortalezca para encaminar, con firmeza, nuestros pasos
hacia la posesión de los bienes definitivos.
Sal. 90. No basta con invocar el Nombre del Señor para
decir que somos sus hijos. El Señor en este Salmo nos recuerda que lo hemos de
conocer y lo hemos de amar. Cuando realmente el Señor se convierta en el centro
de nuestra vida, de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y de nuestras
obras, entonces podremos esperarlo todo de Él, pues Él nos contemplará, nos
protegerá y nos amará como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. No
busquemos al Señor sólo para que nos libre del mal y del autor del mal.
Busquémoslo porque deseamos reconocerlo como nuestro Dios y Padre. Cuando unamos
nuestra vida a Él entonces, aún en las grandes pruebas, sabremos que toda
nuestra existencia tiene el sentido de camino que nos lleva a Él, bajo la
protección amorosa de Aquel que es nuestro Padre del Cielo.
Rom. 10, 8-13. En Jesucristo Dios se hizo cercanía salvadora para todos los
hombres. Desde Cristo Dios no es un Dios lejano, sino el Dios-con-nosotros, que
camina con nosotros en medio de nuestras pruebas y en medio de nuestras
victorias. Él se convierte en fuente y origen de todo lo bueno que hay en
nosotros, de tal forma que eleva a una gran perfección todas las aspiraciones
legítimas del hombre. Creer en Jesús nos ha de llevar a aceptarlo como nuestro
único Dios en el centro de nuestros corazones. Si Él ha hecho su morada como luz
en nosotros, todo será luz en nuestra vida. Y puesto que de la abundancia del
corazón habla la boca, quienes tengamos a Dios con nosotros confesaremos su
Nombre ante las naciones con nuestras palabras y con nuestras obras. Así nuestra
vida se convertirá en un fiel testimonio del amor salvador de Dios, y de cómo el
Señor se hizo cercanía a nosotros; más aún, de cómo Dios ha hecho su morada en
el hombre, para desde él dirigirse como Dios, como Padre, como Salvador, como
Amor a todas las gentes. Confiemos en el Señor y dejemos que Él lleve a buen
término la obra de salvación que ya ha iniciado en nosotros.
Lc. 4, 1-13. Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán; y, mientras oraba, el
cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma visible, como una
paloma, y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco. Pero Jesús no es sólo el Hijo amado del Padre; también es verdadero
hombre como nosotros. Esto nos lo recuerda el Evangelio cuando, después de
narrarnos el acontecimiento del Bautismo de Jesús, nos narra su genealogía
humana que lo lleva hasta Adán y, de él, a Dios, diciéndonos que estos son los
ascendientes de Jesús. Este Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, es conducido
por el Espíritu al desierto antes de iniciar lo que conocemos como su vida
pública. Y es tentado por el diablo; pero Jesús, dándonos un anticipo de su
resurrección, se levanta victorioso sobre el tentador. Quienes creemos en
Cristo, quienes, por nuestra unión a Él, somos hijos amados del Padre, sabemos
que continuamos siendo verdadero hombres, que viven en el mundo trabajando por
el Reino de Dios a impulsos del Espíritu Santo. Sin embargo no podemos negar que
el tentador muchas veces quisiera que nuestro trabajo por el Reino se realizara,
más que para buscar la Gloria de Dios, para buscar nuestra propia gloria. Por
eso, sólo la oración humilde, sencilla, amorosa y confiada a Dios hará que
nuestra vida esté constantemente con sus raíces hundidas en Dios. Entonces
saldremos siempre victoriosos sobre el pecado y la muerte, y esto, no por
nuestras fuerzas, sino gracias a Aquel que nos amó y entregó su vida como
rescate por nosotros.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
Cristo nos ha convocado a esta Eucaristía para que estemos en intimidad con Él,
lejos del mundanal ruido. Lo alabamos como su pueblo santo, que lo reconoce sólo
a Él como su Dios, y que está dispuesto no sólo a amarlo sobre todas las cosas,
sino a escuchar su Palabra, no sólo para recitarla de memoria sino para ponerla
en práctica, pues sólo así su Palabra nos santifica, pues su Palabra no es un
libro, sino una Persona: el Hijo amado del Padre. Confrontemos nuestra vida ante
esa Palabra de Dios que ha sido pronunciada sobre nosotros. Reconozcamos que
somos pecadores y, si hemos venido con fe ante el Señor, estemos dispuestos a
dejarnos liberar por Él de todas nuestras esclavitudes al Malo. Dios nos quiere
hijos suyos; Él está dispuesto a caminar con nosotros y no sólo a dejarse adorar
por nosotros. Cuando dejemos que Él sea nuestro Camino y que Dios esté en
nosotros y nosotros en Él, entonces podremos disfrutar de su Salvación y de su
Victoria sobre el pecado y la muerte. Esto es, no sólo lo que celebramos, sino
lo que aceptamos con gran fe, con gran amor y con una gran esperanza al celebrar
este Memorial de la Pascua de Cristo, que es la Eucaristía.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
No podemos vivir con los ojos cerrado ante el mal que ha dominado muchos
corazones y ha destruido, no sólo su vida sino su entorno social, laboral o
familiar. Ante la difusión de tantas noticias que nos hablan de faltas de amor
al prójimo, de falta de fidelidad a los compromisos adquiridos, de la mala
utilización del poder en todos los niveles, de la violación de los derechos
fundamentales del hombre, de la corrupción, de la deshonestidad en el uso por
unos cuantos de los recursos que pertenecen a todos, de la incongruencia entre
fe y vida incluso de algunos Ministros consagrados a Dios, de la difusión de la
droga y del enviciamiento de las personas aún a temprana edad; ante este
constante bombardeo de noticias que llenan los Medios de Comunicación Social,
muchas mentes han perdido la capacidad de discernimiento entre lo bueno y lo
malo. Se va creando una sociedad no inmoral, sino amoral; es decir: que ya no es
consciente de que hay cosas, actitudes, obras que son pecaminosas, y que
comienza a ver como algo normal aquello que se opone a los criterios, incluso,
de la ley natural en la que se nos pide a todos hacer el bien y evitar el mal.
Quienes pertenecemos a la Iglesia de Cristo no podemos perder nuestra relación
con el Señor, que se ha de hacer especialmente mediante la oración sincera y a
través de la meditación humilde y amorosa de su Palabra. Si queremos que nuestra
vida y nuestro mundo retomen el camino del amor fiel, de la lealtad a los
compromisos adquiridos y del amor sincero al prójimo, hemos de saber caminar a
impulsos del Espíritu Santo, para que, llegando todos a la unión en Cristo,
podamos construir su Reino entre nosotros esforzándonos por pasar haciendo el
bien y no el mal a los demás.
Al inicio de esta Cuaresma decidámonos a vivir como hijos de Dios. Si creemos en
Él y lo tenemos por Padre no nos conformemos con arrodillarnos ante Él, sino que
iniciemos una vida que manifieste la Victoria de Cristo sobre el pecado y la
muerte; pues por medio de nuestras obras, y no sólo con nuestras palabras, hemos
de manifestar que realmente vivimos en Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo con la lealtad de quienes
sabiéndose hijos de Dios trabajan constantemente para que su Reino se haga
realidad entre nosotros, de tal forma que su Iglesia, en una continua
purificación, pueda manifestar cada día con mayor claridad el Rostro Glorioso de
su Señor ante el mundo. Amén.
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39.
HOMILÍA
de Juan Pablo II en la santa misa celebrada en la parroquia romana de San Andrés Apóstol, domingo
4 de marzo 2001