39 HOMILÍAS MÁS PARA EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
28-39

28.

La oración es el primer paso para la renovación santificadora de las prácticas cuaresmales. Es también la primera lección que Cristo nos ofreció en su vida pública. Sus cuarenta días de oración, en diálogo entrañable con el Padre, fortalecido con el Espíritu Santo, constituyen el ejemplo a seguir en este santo tiempo de Cuaresma. Si queremos tomar en serio nuestra vocación y condición cristianas, si queremos salir victoriosos de la tentación, debemos orar como Cristo hizo en el desierto.

Deuteronomio 26,4-10: Profesión de fe del pueblo escogido. Con la ofrenda anual de las primicias, Israel evocaba el acontecimiento más evidente de toda la historia de la salvación: que es siempre el amor de Dios el que toma la iniciativa para librarnos de toda esclavitud. En la ofrenda de las primicias el israelita declara la motivación de su gesto ofertorial: el  recuerdo de las intervenciones de Dios en favor de sus padres y de todo el pueblo, que culminan con la entrega de la Tierra Prometida.

Nosotros tenemos muchos motivos, más aún que los antiguos israelitas, para alabar a Dios y ofrecerle toda nuestra vida: Él nos creó, pero más aún nos redimió, en prueba de su amor inmenso y gratuito, que está suscitando siempre nuestra correspondencia de amor, de adoración, de entrega total. Todo cuanto tenemos es de Él, y nosotros, llenos de amor, se lo devolvemos, con toda nuestra voluntad, libremente. Igual que el pueblo de Israel, y con mayor razón, nosotros, que vivimos en la época de la técnica, del progreso y del bienestar, debemos ofrecer a Dios nuestras cosas, y, sobre todo, nuestras vidas.

–Con el Salmo 90 tenemos la seguridad de que Dios nos ayuda y nos pone al amparo de Cristo en la tentación, según la lectura evangélica de hoy:  «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, Dios mío, confío en Ti. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te  guarden en tus caminos. Te llevarán en su palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí; lo librarás; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré».

Romanos 10, 8-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo. Por la fe en Cristo nos es posible a todos los hombres la regeneración y la reconciliación con Dios entre nosotros mismos. San Agustín comenta este pasaje:

«Creamos en Cristo crucificado, pero resucitado al tercer día. Esta fe, la fe por la cual creemos que Cristo resucitó de entre los muertos es la que nos distingue de los paganos... El Apóstol dice: “Pues si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10,9). Creed en vuestro corazón... Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios...

«Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responderá: “Ciertamente”. Pregúntale si resucitó y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo y te confesará el crimen de sus antepasados. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes... Si nos distinguimos en la fe, distingámonos, de igual manera, en las costumbres, en las obras, inflamándonos la caridad» (Sermón 234,3).

Lucas 4,1-13: Jesús fue conducido por el Espíritu en el desierto y tentado por el diablo. El naturalismo de la vida, las ambiciones del corazón y el orgullo idolátrico son las tres tentaciones que nos acechan a diario y que Cristo Jesús nos enseñó a superar con su propio ejemplo redentor.

San Agustín afirma que el diablo se sirvió de la Escritura para tentar a Cristo y el Señor también le respondió con la Escritura (cf. Sermón 313 E,4). En todo tiempo, como individuos y como colectividad, estamos sujetos a la tentación de servirnos del poder, del prestigio, de la organización, del privilegio, de las riquezas..., para imponernos a los demás y subyugarlos.

Hemos de estar alerta y superar todas las dificultades que se nos presentan en nuestro caminar hacia Dios, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, tan apropiado para la revisión de vida, para cambiar de mentalidad, para el dolor de nuestros pecados .

Fuente: Fundación GRATIS DATE
 Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.


29. DOMINICOS 2004

Al comenzar a leer las lecturas de este Domingo, el primero de Cuaresma, encontramos en las tres primeras una clara coincidencia: con maravillosa certeza, como una caricia para el corazón, nos aseguran que el Señor escucha a quien lo invoca, que quien invoque su nombre no será nunca defraudado, que quien invoque su nombre se salvará.
Comenzamos hoy, sin embargo, el tiempo de Cuaresma, tiempo de oración, penitencia y limosna, según nos ha enseñado siempre la Iglesia. ¿Por qué reflexionar, pues, sobre la fidelidad de Dios, que no abandona a quienes lo invocan, en lugar de dirigirnos a lo más específico de este tiempo?

Nos dirigimos al Evangelio, y nos encontramos con el relato de Lucas sobre las tentaciones de Jesús en el desierto... Más cuaresmal, ciertamente. ¿Pero qué tiene que ver con las tres lecturas anteriores? Evidentemente, existe un hilo conductor más profundo. O tal vez varios. El que me parece encontrar y quisiera compartir con ustedes, al comenzar esta Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua, es el siguiente: estamos llamados a volver a confesar que sólo Dios es Dios. Que es nuestro Dios ("El Dios de nuestros padres"). Mi Dios... de una manera muy íntima. Y que nosotros (yo) somos de Dios. Y solo suyos. Estamos llamados a confesarlo con los labios, a creerlo con el corazón. A vivir en consecuencia.

Comentario Bíblico
La fidelidad a Dios nos otorga la liberación de la Pascua


La Cuaresma es uno de los tiempos litúrgicos más determinantes de la vida cristiana porque nos prepara para celebrar la Pascua: es decir, la muerte y la resurrección del Señor. Alguna vez hemos oído que se llama “cuaresma” porque recuerda el número cuarenta, bien los cuarenta años del pueblo en el desierto antes de entrar en la tierra prometida y gustar definitivamente la liberación de Egipto; o bien los cuarenta días en que Jesús se nos presenta en el desierto preparándose, como el pueblo, para su gran misión.



Iª Lectura: Deuteronomio (26,4-10): Dios libera a su pueblo
I.1. En este primer domingo de Cuaresma nos encontramos, primeramente, con una lectura muy significativa, porque es uno de los textos más primitivos del Antiguo Testamento. En esa lectura se nos da un “confesión de fe”, lo que el pueblo creía y repetía frecuentemente: que ellos son descendientes de un arameo errante, un hombre oriental, nuestro padre Abrahán, que lo dejó todo por el Dios que se acercó a los hombres para reconducir la historia de la humanidad, que había perdido su rumbo. La confesión de fe, aparentemente, es pobre, porque es un fórmula y como tal no ofrece detalles; pero tiene la fuerza de la experiencia vital, de los que consideran que su vida tiene una orientación determinada y determinante. El pueblo descendiente de Abrahán ha pasado por numerosas vicisitudes hasta ser un pueblo, una nación.

I.2. Importante es poner de manifiesto también que todo se lo deben a Dios. No a un dios innominado, sino a un Dios que se compromete en la historia de un pueblo concreto y de una comunidad concreta. Ese pueblo es Israel, quien ha dado a la humanidad una de las experiencias religiosas más radicales: porque es un pueblo que ha sentido la liberación de Dios. Ha sido Dios quien se ha hecho notar primero, quien buscó a este pueblo, no ha sido el pueblo quien buscó a Dios. Es verdad que éste no es un privilegio de elección para encerrarse en él mismo, ni para presumir orgullosamente, ya que debe abrirse a todos los demás pueblos y naciones para que conozcan a ese Dios: Yahvé, liberador de Israel y liberador de todos los hombres. Todo lo expresa el Deuteronomio en esa formulación de su fe más radical.



IIª Lectura. Romanos (10,8-13): Toda la humanidad, en Cristo
La segunda lectura es muy expresiva, es confesión de fe también, pero va mucho más allá de lo que Dios puede hacer por nosotros. Lo que hizo con Israel es solamente una pequeña manifestación de lo que ha proyectado sobre todos los hombres. Y eso que piensa hacer con nosotros, lo ha hecho con Jesucristo, su Hijo, a quien ha resucitado, lo ha liberado de la muerte. Es eso lo que nos espera a todos de parte del Dios de Israel y del Dios de Jesucristo. Todos, judíos y paganos, deben encontrarse en ese Dios resucitador, porque hemos sido llamados a la vida verdadera. Ese es el sentido de la Pascua cristiana que marca todo el horizonte de este tiempo cuaresmal.



Evangelio: Lucas (4,1-13): En las manos de Dios
III.1. La lectura del evangelio de Lucas nos expone el relato de las tentaciones, una de las narraciones más expresivas, aunque bien es verdad que no exenta de dificultades. Podemos resumir así el significado del evangelio: Jesús afronta tres tentaciones. Esto viene de la tradición. No es que el número tres sea determinante y no se explica solamente recurriendo al pueblo en el desierto, aunque es posible que esa es la inspiración de este relato. Pero en definitiva son el simbolismo de toda la lucha entre el bien y el mal, entre la elección de uno mismo y la opción por Dios. Todas las tentaciones tienen como objetivo, en definitiva, romper la "comunión" con Dios. Para Lucas, Jesús es el nuevo Adán, como se expresa por su genealogía (Lc 3,1ss), por eso no tiene otro proyecto de vida que el vivir la comunión con Dios, que el primer Adán había perdido.

III.2. Lucas ha leído esta escena de la tradición según su perspectiva personal. Para él no se trata especialmente de releer en Jesús las pruebas del desierto (como en el caso muy evidente de Mateo) y ni siquiera de contemplar a Jesús vencedor sobre Satanás como el Mesías que rechaza el mesianismo glorioso y político. Lo que él considera en Jesús en el desierto es esencialmente el designio del Padre que está cumpliéndose. Y esto lo interpreta según la mentalidad de que no puede suceder sin que se encuentre en su camino al adversario, el que trabaja para que la humanidad se pierda en sí misma.

III.3. Este encuentro es solamente la anticipación de otro que será definitivo: en la Pasión y la Cruz, que es la consecuencia de su vida. De ahí que haya reorganizado la tradición primitiva para que todo acabe en Jerusalén, donde Jesús vivirá su Pasión. En el caso de Mateo el orden de las tentaciones es distinto y termina en un monte muy alto, que es toda una figuración. Ambos han leído este episodio en el evangelio galileo de Q (algunos prefieren llamarlo así). En Lucas todo termina en Jerusalén porque para este evangelista Jerusalén es el final y el comienzo de la vida de de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Es en Jerusalén, además, donde han de tener lugar las experiencias del Resucitado a los discípulos y, por lo mismo, este triunfo de Jesús en lo más alto del Templo es todo un apunte de la victoria sobre la muerte que ha de anunciarse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.

III.4. Si Lucas ha querido presentar la filiación divina de Jesús en la dimensión del nuevo Adán (como en la genealogía), su relato de las tentaciones debe leerse en esa clave. De ahí que su cristología, con sus intereses parenéticos, no es descriptiva, sino que busca llevar a la comunidad las posibilidades de vivir una experiencia como la de Jesús. La Iglesia que escucha este relato, la comunidad, vive también bajo el Espíritu, como Jesús, y es conducida por El. Por eso, bajo esa experiencia, los poderes del mal también quieren envolverla en una carrera ciega hacia una desobediencia radical a Dios. En definitiva: Lucas quiere que aprendamos a ser personas libres, como Jesús, en nuestra fidelidad a Dios. Porque Dios es para el hombre, como para Jesús, el que garantiza nuestra libertad y nuestra realización.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


"Ofrezco las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me diste".

Sabiendo que se trataba del primer domingo de Cuaresma, sorprende un poco la invitación del texto del Deuteronomio: ¿comenzar la Cuaresma dando gracias? ¡Cierto que siempre hemos de dar gracias, pero no se me había ocurrido relacionarlo con la Cuaresma en particular! ¿comenzar la Cuaresma ofreciendo primicias? ¿comenzar la Cuaresma, largo camino de preparación para la Pascua, la fiesta de nuestra Salvación, reconociéndonos ya salvos?

Se nos relata en el Evangelio de Lucas que Jesús, "lleno del Espíritu Santo", "fue conducido por el Espíritu al desierto". Esto ya nos suena más cuaresmal... históricamente los cristianos hemos utilizado, inspirados en este episodio tal vez, la palabra "desierto" para metaforizar el tiempo de silencio, el tiempo de retiro, de encuentro con uno mismo y con Dios que nos habla "en lo secreto". Solemos relacionar a la Cuaresma con un tiempo para ello: para el retiro, para el encuentro con nosotros mismos y con Dios en nuestro corazón y en los demás (¡difícil encontrar ese tiempo en nuestra apurada vida cotidiana, al menos los que vivimos en ciudades!). Como medios para ayudarnos en esta empresa, la Iglesia nos propone intensificar la oración, la penitencia, la limosna.

En el desierto, vemos a Jesús orando y ayunando durante cuarenta días. Y luego nos encontramos con el drama de la tentación. El demonio lo tienta con el poder, y con la propuesta de demostrarle a todos que Él es el Hijo de Dios, cayendo en la soberbia. El demonio utiliza la mismísima Palabra de Dios para hacer parecer "buenas" sus propuestas: "esta escrito...", le dice, antes de enunciar cada tentación. Jesús, con la misma Palabra, lo desarma. Ni su hambre ni su orgullo ni su amor propio lo hacen caer en la trampa. Tiene claro que está aquí para cumplir la voluntad del Padre, y no la suya. Sabe que viene del Padre y que volverá a Él. Tal vez por eso, con tanta calma, ofrece sus primicias: anteponer la confianza en el Padre, que da todo alimento a sus hijos, al hambre y al orgullo. Anteponer la sujeción al Padre al poder fácilmente asequible. Anteponer su identidad con el Padre al que ésta sea reconocida y alabada. Y son primicias, pues su ofrenda total será hasta las últimas consecuencias, en la cruz.

Podríamos tal vez decir que Jesús, que ha orado y ayunado, se ha encontrado consigo mismo y con el Padre. También se ha encontrado con su hambre, y el demonio lo ve y se aprovecha de él para tentarlo. Pero Jesús, que se sabe "en la tierra que le dio el Señor" (sabe que su vida, que su ser, es en Dios y es Dios) le ofrece al Padre sus primicias de humildad, de amor, de obediencia. No se guarda para él, celosamente, como diría San Pablo, "su identidad con Dios". No hace uso de ella en provecho propio.

En la Cuaresma el Espíritu nos llama al desierto. Seguramente nos encontraremos con nuestro hambre (¿de reconocimiento? ¿de poder? ¿de justificación? ¡tantos hambres tenemos dentro los hombres y mujeres!). Pero también hemos de encontrarnos firmemente "anclados" en Dios. Ofrecerle con Jesús nuestras primicias es, frente a cualquier hambre, elegir ponernos en sus manos y no tomar nosotros, como quien dice, "la sartén por el mango".

La Cuaresma será un tiempo para ir haciendo este camino, y reconociéndonos parados y vivos "en la tierra que nos dio el Señor": salvados por Cristo. Y un tiempo para, por ello, dar gracias y ofrecer nuestras primicias, "postrándonos delante de Él".



"El que cree en Él no quedará confundido".

Hoy en día podemos confundirnos mucho. Tal como el demonio buscó confundir a Jesús en el desierto (y permítaseme repetir esto) haciendo parecer buenas, utilizando incluso la misma Palabra de Dios, cosas que en realidad eran malas, porque apelaban sólo al orgullo, la soberbia y el ejercicio del poder humano; hoy nos confunde de la misma manera. Las dos últimas guerras emprendidas contra hombres, niños y mujeres indefensos (que fueron en su mayoría quienes murieron en Afganistán y en Irak) se escudaron en enunciados tan "buenos" como "Justicia infinita" y "Desarme". El aborto es presentado por muchos de sus defensores como un "derecho de la mujer". Los debates en torno de qué debe hacerse con los refugiados que llegan al así llamado primer mundo, con el embargo de EEUU a Cuba, con la actual rebelión en Haití, contra los campesinos que cultivan coca en Colombia, etc.,también escudan atrocidades cometidas contra los más débiles bajo discursos de aparente "bondad". En nuestros tiempos, es muy fácil quedar confundidos. Sobre todo porque cualquiera de estos temas es complicado y difícil de resolver, porque la solución ideal no existe y porque "demonizar" a quienes detentan el poder tampoco lo es. Y porque muchas personas sufren, de un lado y del otro de cualquier argumento.

Las respuestas de Jesús son claras y concisas. En ningún momento duda, nunca queda confundido. Eso es, seguramente, porque Jesús le cree a Aquél con cuya Palabra desarma, una a una, las tentaciones del demonio. San Pablo habla de "la palabra de la fe que nosotros predicamos". Los cristianos sabemos que nuestra fe no es "creer en algo". Nuestra fe, muy por el contrario, tiene una base mucho más sólida: es creerle a alguien. Creerle a Jesús, creerle a rajatabla, creerle contra toda esperanza, creerle siempre, en la alegría y en la tristeza; y aún en la famosa adversidad, que es cuando todo parece indicar que en realidad era mentira y él no está a nuestro lado, a juzgar por las apariencias. Creerle a Jesús. Como Jesús le cree al Padre, tanto como para no quedar confundido. Y desde ahí dar nuestras respuestas.



"El Espíritu lo llevó al desierto"

Sólo dos palabras para concluir: es tiempo de Cuaresma. Lo empezamos sabiéndonos salvos, sabiéndonos en la tierra que nos dio el Señor. En estos tiempos de confusión, el Espíritu nos conduce al desierto de la oración, de la penitencia, de la limosna atenta a quienes necesitan nuestra ayuda, de la forma en que podamos vivirlas. Que ellas nos ayuden a descubrir muy adentro nuestro la vida de Dios. A invocar siempre su nombre. A creerle. Para que no quedemos confundidos, y "confesemos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creamos en nuestro corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos", con las consecuencias prácticas que ello tenga en la vida de cada uno y cada una.

Carola Arrue. Argentina
carolaarrue@eircom.net


30.

El miércoles de ceniza ha sido como el puerto de salida para toda la Cristiandad. Más de mil millones de cristianos de toda condición, clase social y cultura.   Mil millones que nos hemos embarcado en una aventura valiente, esperanzada, pero arriesgada, porque aunque el triunfo está asegurado, hay que luchar para conseguir ese equilibrio de nuestro ser y desde ya, comenzar a ser felices  y hacer felices a cuantos nos rodean y a los que no te rodean, a  los de cerca y los de lejos.

La travesía dura 40 días. Al pueblo de Israel le costó 40 años. A Jesús le costó también cuarenta días, hacer la prueba del desierto. A ti, lo que dure tu vida, que es también, como un cuarenta.

 

El número 40 significa en la Biblia, un periodo largo de prueba.  En realidad, toda tu vida. Tu vida es un cuarenta. Y durante este periodo de cuarenta, como número o cantidad simbólica andamos buscando el sentido de nuestra condición humana: ¿Quién me ha traído a la vida? Mis padres. Es una respuesta infantil, porque mis padres no son dueños de la vida, que no me la han dado, sino tan solo me la han transmitido. Son como los cables de la luz eléctrica: por ellos pasa la electricidad, pero ellos no son la electricidad. Por ellos pasa la vida, pero ellos no son la vida, no la tienen en propiedad, porque ellos se mueren. ¿Por qué me han traído a esta vida y en este país, y en este siglo, y con estos padres y con esta familia? Y ¿para qué me han traído?  Y nos hacemos estas preguntas o las pensamos, de vez en cuando, porque dejarse vivir, y vivir sin sentido, nos resulta un sin sentido, una estupidez. ¿Qué tengo que hacer, qué se espera de mí, si algo se espera? ¿ Y cuándo acabará esto? ¿Y después? ¿Hay algo? ¿No hay nada? ¿Qué soy, en definitiva? Y ¿cómo soy?     

 

El miércoles de ceniza, ya se nos perfiló un poco la respuesta a esta última pregunta y hoy en el Evangelio se nos completa esta respuesta. El miércoles se nos declaraba y se nos daba el programa de cuaresma. Para lograr ser lo que somos tenemos que  equilibrar nuestras tendencias, mediante la limosna, la oración y el ayuno.

 

Este slogan o enunciado tradicional, de la catequesis cuaresmal se presta a quedarnos con  una interpretación elemental e infantil, y no alcancemos su verdadero valor, fuerza y sentido. Procuraremos aclararlo y profundizarlo en la medida de lo posible.

 

Hoy en el Evangelio, hemos visto al mismo Jesucristo, que en cuanto hombre, ser humano, como cada uno de nosotros, vence y equilibra las tres tendencias que todos sentimos, experimentamos y con ellas vivimos. Son TENDENCIAS BÁSICAS, APTITUDES  NATURALES. Son fuerzas de nuestra propia naturaleza humana, ciegas, instintivas. Son medios privilegiados para realizarnos y hacer que seamos lo que somos.   Esas fuerzas naturales, que todos tenemos, son: el deseo de tener, el deseo de ser, y el deseo de gozarPero estas fuerzas o tendencias se pueden desequilibrar, se pueden desbocar.  Jesús sintió, como ser humano que era, la fuerza desordenada de estas tendencias que tienden entonces a destruir al hombre. Sintió la tentación del desorden de estas fuerzas. Y lo venció con la limosna, la oración y el ayuno, entendidos de manera profunda y no de modo superficial, elemental e infantil.

 

Intentemos verlo y reflexionar sobre este programa, porque es para toda la cuaresma; aun más, es para toda la vida.

 

Todo ser humano está constituido por una triple fuerza vital, de la que Dios le ha dotado.

1º.- Todos experimentamos una tendencia natural a TENER o poseer para vivir: alimentos, vestidos, vivienda o espacio vital etc. Pero esta tendencia con más o menos frecuencia experimenta la tentación de desbordarse. Y así es una tentación para el ser humano, la AVARICIA: que es querer  tener y tener, poseer todo, y se traduce en el egoísmo, que es quererlo toda para sí. San Juan llama a esta tendencia desordenada la concupiscencia de los ojos. Todo lo que vemos, lo queremos. Es la ley que rige el mundo: la ley del dinero, con el que nos parece se consigue todo. Te daré todo este poder material y la gloria de estos reinos, si te postras delante de mi”, le dijo el diablo a Jesús. Y caemos de rodillas ante el becerro de oro, como los israelitas en el desierto, junto al Sinaí , caemos por nuestro egoísmo, la avaricia y ansias posesivas.

 

El remedio para vencer esta tentación es la LIMOSNA, que consiste en comenzar a dar lo que tienes. Si mucho, mucho; si poco, poco, pero hay que dar. Da tu tiempo, tu dinero, tus bienes. Así, por ese camino podrás llegar a dar lo que tu eres, que es la verdadera limosna, el verdadero remedio para la primera tentación de poseer  y tener. Da amor, da cariño, da compasión, da indulgencia, da perdón, DATE TÚ. Descubrirás así la dimensión divina de tu grandeza.

 

La 2ª tendencia, es el deseo, tendencia o fuerza vital, con la que Dios nos dotó, es el deseo de ser; de ser alguien en la vida y  no un mequetrefe; de tener el prestigio debido, en mi familia, entre mis amigos, en mi centro de estudio o de trabajo, que me respeten, que no me traten como a un payaso. Deseo y búsqueda del valor de mi vida, del sentido de mi ser Es el problema fundamental de nuestra vida, De nada sirve comer y gozar, si no nos tienen en cuenta, en consideración. “Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que dijo aquel famoso marino, Hernán Cortés, al destruir su flota, en la conquista de  México. Perdió los barcos, pero salvó la honra.

Cuando esta tendencia se desborda, se despierta en nosotros la actitud contraria: la SOBERBIA, el ORGULLO. Nos creemos dueños y señores de todo, determinando a nuestro aire y conveniencia, lo que es bueno y justo, y lo que es malo e injusto. Tírate de aquí abajo, como si fueras dueño y señor de las leyes del mundo, como si fueras Dios”, le dijo Satán a Jesús, Prescindimos de Dios, negamos a Dios. Nos constituimos en señores del mundo. Y así, de esta manera, nos destruimos nosotros a nosotros mismos y aniquilamos el orden del mundo.

Un solo ejemplo escandaloso de nuestros días a nivel mundial. Los Parlamentos de muchas naciones han dictado y aprobado leyes sobre la vida y la muerte. Aprueban y autorizan el aborto, como dueños y señores de la vida, que se la dan así, por ley, al que quieren. Da tal manera, que hoy, nacer no es un derecho de la naturaleza del ser humano, es un capricho, que depende de la omnímoda voluntad de los partidos políticos y de los Parlamentos que forman.

Aprueban también el divorcio absoluto, como señores y jueces del amor y quieren determinar el fin de la vida humana, por ley de la eutanasia, que dicen es más humana y justa, y se hacen y nos hacen dueños y señores y dioses de una vida humana, que no nos hemos dado, sino que todos hemos recibido. y nos engañan y nos engañamos, cuando no aceptando nosotros, que somos contingentes y no necesarios para el mundo. Nos morimos y el mundo y la humanidad no necesita de cada uno de nosotros, siguen adelante, como si no hubiéramos existido, por muchos homenajes que nos hagan después de nuestra muerte.

             El miércoles de ceniza se ponía en nuestras manos el remedio: la ORACIÓN, que es un reconocimiento de que yo no soy nada y el Señor lo es todo. Es la aceptación de mi condición humana, de ser contingente, de criatura y por consiguiente, limitada y mortal. Así, reconozco a Dios como el único Señor. Dejaré, entonces de avasallar a mis semejantes con mi prepotencia, soberbia y orgullo. Donoso Cortés decía, que “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”. La oración es, pues, la grandeza del hombre

Y finalmente, cuando entro en diálogo con Dios en un trato diario, a través de la oración y desarrollando así un espíritu de humildad y no de soberbia, Jesús mismo se convierte para mí como en un espejo, un modelo y al mirarme en El, me veo desfigurado por el exceso en el placer, en el gozar. Empiezo a sentir la necesidad de purificar mi vida de placeres y sensaciones desordenadas, que me degradan y desfiguran toda la grandeza de mi ser con que he sido creado.

Buscaré y sentiré la necesidad de emplear el remedio infalible para el equilibrio de mi ser. Es el tercer medio: AYUNO Y ABSTINENCIA.

Ayunar y abstenerse de todo aquello que no me deja “ser señor” y que por el contrario te esclaviza y embrutece. No se trata, con esto de ayuno y abstinencia, de comer poco o no comer carne los viernes, que eso es solo signo y señal de lo que realmente encierran esas palabras de ayuno y abstinencia. De lo que se trata es de no comer, es decir, de abstenerme de todo aquello que te degrada y no te deja ser lo que tu eres: criatura de Dios, hijo de Dios.

Come toda la carne que quieras, pero abstente de la relación carnal del concubinato o de la prostitución. De esa carne es de la que debo abstenerme y ayunar, porque me degrada, y destruye mi vida y mi hogar. Así llegaré a “ser señor” e “hijo de Dios.

La Eucaristía que vamos a celebrar será nuestra fuerza para recorrer ese camino. Cristo va delante, camino de su triunfo, de su Pascua, de la nueva vida, de la RESURRECCIÖN, luchando como cualquier hombre contra el deseo desmedido de poder, de prestigio y de bienestar, mediante la limosna, la oración y el ayuno.  

amén

P. Eduardo Martínez Abad, escolapio

edumartabad@escolapios.es


31.

Fuente: es.catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

Las lecturas de hoy son toda una profesión de la fe, un "credo". Los israelites profesan su credo en el templo: "Mi padre fue un arameo errante...Él (el Señor) nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos que tú, Señor, me has dado". (Primera Lectura). Jesús responde tres veces a Satanás como reafirmación de lo que él cree: "no sólo de pan vive el hombre". "Al Señor, tu Dios, adorarás y él solo darás culto" "No tentarás al Señor, tu Dios". Finalmente la segunda lectura contiene una antigua profesión de la fe cristiana: "Jesús es el Señor".


Mensaje doctrinal

1. Jesús afirma la fe. El momento de la tentación es un momento existencial. Es un momento en que las circunstancias inclinan hacia una caída. Jesús conquista en su momento la tentación afirmando la palabra de Dios vivo. En la primera tentación, material y económica (Dile a esta piedra que se convierta en pan), Jesús afirma que hay bienes mayores que el alimento, y que el hombre no es sólo un consumidor, un oeconomicus homo. En la segunda tentación, una invitación de utilizar medios ilícitos e injustos para ganar el poder y la influencia (Todos los reinos de la tierra te daré), Jesús afirma que solamente el poder de Dios es absoluto (Adorarás al Señor, tu Dios). En la tercera tentación, Satanás lo provoca, con la Escritura y la religión, a forzar un milagro de Dios, y Jesús afirma que nunca se debe poner a Dios a prueba (No tentarás al Señor, tu Dios). Las tentaciones que Jesús experimenta en este texto del Evangelio son las tentaciones de los israelitas en el desierto y las tentaciones de toda la humanidad. Los israelitas sucumbieron, pero Jesús conquistó las tentaciones y nos permite a nosotros conquistarlas si aceptamos el misterio de la Redención.

2. La fe cristiana es historia, no sólo una serie de ideas. La profesión de fe que hacemos en la liturgia no está compuesta de una serie de ideas elevadas de la esencia de Dios, de las cualidades, de los conceptos del hombre o del mundo. El credo de los israelitas, de Jesús y de la comunidad cristiana refleja los altibajos de la historia. El credo de Israel comienza con la historia de Jacob, un arameo errante, y sus descendientes, conducidos por Dios, a través de los siglos, a la tierra prometida. El credo de los cristianos está fundado en la historia de Jesús de Nazaret, resucitado de entre los muertos y hecho Señor por su Padre. Las ideas están para pensar, no para creer. La historia de la salvación debe ser ambas cosas: alimento para el pensamiento y una profesión de fe.

3. Dios quiere dos fidelidades unidas. La liturgia claramente demuestra la increible fidelidad de Dios hacia el hombre. En medio de los tiempos oscuros y de los momentos aparentemente desesperados de la historia, Dios camina fielmente con su gente en Egipto, en el desierto, y en la tierra le prometió a Abraham (primera lectura). Cuando Cristo es tentado por el diablo y más adelante cuando parece derrotado por la muerte, su Padre le fue fiel. Dios desea unir su fidelidad con la del hombre; Jesús unió su fidelidad a la del Padre de una manera extraordinaria.


Sugerencias pastorales

1. Afirmando la fe en un mundo de tentación. La tentación nos acompaña a través de nuestra vida. El tentador está solo, y es tan arrogante que no tiene ningún escrúpulo en tentar incluso al Hijo de Dios. Mientras que las culturas y las costumbres cambian él ha ido cambiando sus tácticas, pero los ingredientes son siempre iguales: poder, conocimiento y placer. La sociedad moderna ofrece al tentador una avalancha de posibilidades para influir en la humanidad, y a menudo estamos indefensos y desprotegidos. Como creyentes afirmamos con orgullo nuestra fe en un mundo que se olvida a ratos de ella, la sofoca, o la deja de lado. Las tentaciones son una oportunidad de dar testimonio de Jesucristo, nuestro Señor y Dios, y a través de nuestro testimonio conquistar la tentación con el poder de Dios. No debemos asustarnos de la tentación. "Tu fe es la victoria que conquista el mundo".

2. No nos dejes caer en la tentación. Los cristianos somos débiles como cualquier persona y lo sabemos. Pero también sabemos que tenemos gran poder de Dios, y que si confiamos en él podemos estar seguros que los ataques del tentador, no importa cuan poderosos sean, no pueden derrotarnos. ¿Por qué si no, pediríamos al Padre en nuestra oración diaria "No nos dejes caer en la tentación"? El supermercado de la religión y de lo sagrado está hoy día lleno de dioses y de ídolos que prometan todo pero no lo cumplen, y mucha gente escoge y elige basándose en sus caprichos o gustos. Hay muchos católicos "culturales" que adoran el trabajo, la ciencia y la política más que a Dios. Como individuos y miembros de la Iglesia debemos rezar fervientemente el Padre Nuestro cada día, pidiendo al Señor humildemente "no nos dejes caer en la tentación".


32. Fluvium.org 2004

 La escena que contemplamos en este primer domingo de Cuaresma es un diálogo real entre Jesús y el diablo. Este personaje desdichado se apartó de Dios definitivamente, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, y procura siempre el mal de los hombres: Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios.

El diablo no fue malo desde el principio. Enseña el concilio cuarto de Letrán que el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos. San Pedro, en efecto, dice en su segunda carta que pecaron y fueron arrojados por Dios al infierno. La sugerencia: seréis como dioses, con la que Satanás tentó a nuestros primeros padres, manifiesta la verdad de las palabras de Jesús de que es padre de la mentira y homicida desde el principio.

Es verdaderamente homicida puesto que con su seducción mentirosa induce, desde el principio, al hombre a desobedecer a Dios; en lo que consiste nuestra perdición, más terrible que la muerte física. Pero Dios, que es Padre bueno, nunca consiente que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Jesucristo venció para nosotros definitivamente al maligno, pues, como dice san Juan, el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Y la gracia de Dios se difunde como fuerza en nosotros para vencer las tentaciones, cuando nos unimos al Señor por la oración y los sacramentos.

Recordemos que es otra criatura –aunque poderosa por ser puro espíritu– y que no puede impedir el triunfo del Reino de Dios establecido en Jesucristo. Nos dice el Catecismo que su acción, real en el mundo, es un misterio para nosotros que aceptamos confiando en Dios, pues, como afirmaba san Pablo a los Romanos, todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios.

Iluminados por el Paráclito le suplicamos aprender, con más segura firmeza, que fuimos creados para Dios y que Dios ha querido ser también para cada uno. El tentador, en cambio, según observamos en el fragmento evangélico de hoy, no acepta el señorío del Creador sobre el mundo. Intenta establecer su criterio personal y que prevalezca sobre el de Dios, su Creador.

Vigilemos para no caer en esa locura de la soberbia que, aunque no se nos presente de ordinario tan descaradamente como este pasaje de san Lucas, sí está presente en esa cultura, demasiado extendida, según la cual se puede llevar a cabo y es correcto todo aquello posible en el ámbito de la propia libertad; con tal de que no interfiera inmediatamente con el orden social. El hombre sería señor de sí mismo. Sus capacidades y talentos podría emplearlos con toda justicia –al ser libre para hacerlo– en lo que considere más oportuno, sin referencia a otra instancia superior, pues él mismo, como señor de sí, establecería los criterios de bondad y maldad.

Con diversos matices en cada una, es eso lo que el diablo mantiene frente a Jesús en las tres tentaciones. Podemos afirmar, sin ningún miedo a equivocarnos, que el problema de Satanás, como el de la cultura aludída, es el orgullo vano de considerarse autónomo, independiente de Alguien superior que tiene el derecho a ser Señor de la existencia, por ser Creador de los seres y del bien.

¡Qué absurda, por su arrogancia, se manifiesta la actitud de la criatura diabólica tentando al Creador! Así son algunos que se consideran señores, porque se reconocen con libertad para olvidarse de Dios y para dictar ellos las normas de conducta. Sucede no pocas veces en las grandes cuestiones sociales, como las relativas a la vida humana o a la distribución de la riqueza a nivel mundial. Esta pretendida autonomía tiene las lamentables consecuencias que bien conocemos: todo tipo de injusticias, graves lesiones a la dignidad personal, aunque tantas veces se cometan apelando, de modo sorprendente, a esa dignidad.

También en la vida privada –la corriente y sin más relevancia de cada uno– podríamos sentirnos excesivamente autónomos si no mirásemos de continuo a Dios y al Evangelio por el que nos habla. No es lo nuestro vivir una libertad sin condiciones, ni nos corresponde determinar los límites de esa libertad.

Nuestra Madre Inmaculada nunca tuvo relación con Satanás. Invocándola notaremos su misteriosa pero siempre eficaz protección ante las insidias del diablo y nos reconoceremos, como Ella, criaturas de Dios, felices de ser sus hijos muy queridos.


33. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

El texto de Deuteronomio 26 revela, claramente el uso de los “dos tiempos” que usa con frecuencia el autor: el tiempo de Moisés, y el tiempo del autor, sea este exílico o post-exílico, como piensan los estudiosos. Comienza con una frase que es muy frecuente en Dt: “cuando entres en la tierra que Yahvé te da” (6,10; 7,1; 11,29; 17,14; 18,9), sea porque es una tierra que hemos perdido por no haber hecho eso, o porque señale lo que debemos hacer cuando regresemos a ella, o insista particularmente en la reconstrucción del Templo, el “lugar que “Yahvé ha elegido” (cf. 12,5.11.14)... Es interesante notar que el sacerdote es mencionado pero no juega aquí ningún papel más que depositar la cesta en el altar (e incluso en v.10b el que deposita es el mismo oferente).

Esta ofrenda se hace con unas palabras que debe pronunciar el “tú” al que se dirige. Este texto: “mi padre era un arameo errante” fue motivo de arduas discusiones entre los estudiosos hace muchos años. Hoy parece que las aguas se han aquietado. Se afirmó -el gran biblista alemán G. von Rad- que estamos ante un “credo primitivo”, pronunciado en el santuario de Guilgal en la liturgia, y que representa el corazón histórico de Israel. Todo el Hexateuco, sigue diciendo, de formula a partir de este texto. Hoy tenemos muchos elementos para cuestionar su antigüedad, y podemos pensar que otros “credos” (como quizás el de Núm 20,14b-16) son más antiguos. Por otra parte, el esquema opresión-clamor-liberación es muy característico del autor deuteronomista (particularmente del libro de los Jueces) como para pensar en una pura originalidad. La importancia de la tierra, como lugar del descanso, tierra dada por Yahvé también es muy importante en el deuteronomista por lo que no parece fácil seguir sosteniendo lo que von Rad decía, pero sin embargo hay un elemento que es característico de los credos israelitas, y no debiera discutirse, y es la mordiente histórica. El Dios de Israel es un Dios que se revela en la historia de su pueblo, en la de ayer y la de hoy. En este sentido es muy importante notar, por un lado los usos de las primeras personas del singular, y los plurales: el orante se planta personalmente ante Dios (“mi padre”, “traigo”...) pero cuando debe hacer memoria de su pecado y la intervención salvadora de Dios recurre al plural: “nos maltrataron”, “nos oprimieron”, “nos impusieron servidumbre”, “clamamos”, “escuchó nuestra voz”... “nos trajo”). Ese cambio de personas puede resumirse diciendo “mi padre era Israel, por lo tanto nosotros somos Israel”.

Esa latencia de pasado y presente, singular y plural mantiene vivo a Israel, y haciendo presente todo esto, presentado como reconocimiento de los dones de Dios, el mayor de los cuales es la tierra, esa ofrenda se transforma en un pueblo que se postra ante su Dios y reconoce que de él, y no de los dioses de la fecundidad o la tierra le vienen los dones. Postrarse ante Dios, bienes en mano, es reconocer que la idolatría es estéril, y que Yahvé es el único ante el cual es sensato agradecer, y a quien es justo adorar.

La Iglesia nos propone el Salmo 91 (90) por ser, precisamente, el que utilizará el diablo en la tentación. Quizá para que podamos ver cómo sacar un texto de contexto puede ser diabólico.

El Salmo parece manifestar una predilección por las parejas de cuatro cosas, y aquí las encontraremos abundantemente. Comienza con cuatro nombres divinos (vv.1-2), la protección se da en cuatro momentos del día (vv.5-6), los adversarios son imaginados como cuatro calamidades en esos mismos momentos (vv.5-6), o como cuatro bestias (v.13); y a esto deben agregarse otras imágenes tanto de la adversidad (red, cazador, peste, imágenes bélicas, malvados, tropiezo,) como de la protección divina (plumas, alas, manos de ángeles, escudo y armadura, refugio, morada, tienda). Como se ve en el juego de las metáforas, encontramos elementos propios de la guerra, de la hospitalidad, de la vida campesina e incluso mitológica, todos en conflicto unos con otros (por ejemplo, mientras a derecha e izquierda caen mil y diez mil, y vuela la flecha, el fiel es protegido con escudo y armadura; mientras amenazan leones, víboras y dragones, lo protegen alas y plumas; mientras lo amenazan dragones lo cuidan querubines...).

No es unánime la opinión de frente a qué tipo de Salmo nos encontramos, y esto condiciona la interpretación. Unos piensan en un diálogo litúrgico, otros en una homilía sapiencial. Veamos brevemente la estructura que el mismo Salmo nos da de sí mismo para así descubrir su “movimiento” interno.

Tres veces se repite kî + pronombre (v. 3: “porque él”, referido a Dios; v.9: “porque tú”, referido al que confía en Dios; v.14: “porque a mí”, es Dios el que habla), y esto permite estructurar el texto. Pensar en un diálogo litúrgico entre un animador y un orante tiene el problema de que en v.9a debe modificar “hiciste del Señor tu refugio” poniendo a cambio “tú, Señor, eres mi refugio”, que tiene ligero apoyo documental, pero además, no da una explicación satisfactoria a la intervención de Dios en v.14. Lo que sí es evidente es que estamos ante un Salmo de confianza.

Después de una presentación de esta confianza expresada con cuatro verbos: habitar, hospedar, decir ‘refugio y fortaleza’, confiar se pasa a una doble motivación que introducen sendas sub-unidades: v.3, porque él, v. 9, porque tú; y la resistencia a los adversarios expresados en la primera con simbología bélica (flecha, caída de mil y diez mil, escudo, armadura) y en la segunda con simbología animal (leones, víboras, leones y dragones). Esta segunda estrofa recuerda algunos elementos del comienzo repitiendo algunos términos (Yahwéh, Elyón, refugio). Toda esta confianza tiene una conclusión salvífica en la intervención de Dios a modo de oráculo (tercera sub-unidad: porque a mí); ésta ya venía preparada por una serie de imágenes, y se expresa con verbos que se aglutinan al final en gran cantidad: liberar (v.3 _mr), custodiar (v.14), liberar (v.14 sgb), poner en alto (v.14), liberar (v.15 hls), hacer triunfar (v.15), salvar (v.16). Después de dejar esto claro, la simbología de la destrucción puede ser todo lo terrible que pueda imaginarse que no causa temor alguno: así red de cazador, peste funesta, espanto nocturno, flecha, peste, epidemia, malvados, plaga, desgracia, piedra, león, víbora, león (el hebreo parece conocer o bien cuatro tipos de leones, o sino cuatro modo de nombrarlos; aquí utiliza shl y kpyr) y el dragón... nada de esto hace temer al que se mantiene fiel a Dios, al que conoce su nombre, al que lo quiere (está enamorado de él). Es el Dios que siempre estuvo con su pueblo, desde que fue conocido como Elyón (Altísimo) en los tiempos muy antiguos (ver Gen 14), hasta en los primeros asentamientos en la tierra, recordado como _adday (su etimología no es clara; la Biblia griega lo tradujo por “todopoderoso”, pero no parece provenir de _dd, fuerza, poder; parece tener que ver con el monte, _adû, `_l del monte; ver Gen 17,1; 28,3; 35,11; 43,14; 49,5; Ex 6,3), es reconocido como Yahwéh, nombre revelado a Moisés en el desierto y con el que se lo llamará en adelante (Ex 3,15), o sencillamente “Dios mio” (Eli). Dios mismo, o sus mensajeros, protegen al amigo, o huésped (pluma y alas “de Dios”, no de los ángeles -que tienen manos- parece remitir a la imagen de los querubines del templo, (Sal 17,8; 36,8; 57,2; 63,8; ver Ex 19,4; Dt 32,11; Rt 2,12; con mucha frecuencia encontramos el término en Ez 1 refiriéndose a la gloria de Dios, en 28,14 habla del “querubín protector de alas desplegadas”, y el Sal 61,5: “¡Que sea yo siempre huésped de tu tienda, y me acoja al amparo de tus alas!”). La confianza está puesta en Dios, y por tanto es él mismo el que protege a quien se vuelve a Él. “Interpreta mal las Escrituras el diablo” comenta san Jerónimo con ironía. Orígenes agrega: “¿por qué no citas también ese versículo?”, refiriéndose al que alude a pisar la víbora: “¡no lo citas porque el áspid sobre la cual Cristo camina eres tú!”...

Luego de la sección teológica de la carta (caps 1-8) y antes de la sección parenética (caps. 12-15), Pablo introduce en la carta a los Romanos un paréntesis sobre Israel (caps. 9-11). Paréntesis que no es ajeno a la totalidad de la misma ya que desde el comienzo nos dijo quela salvación es para todos, pero “primero para los judíos” (1,16; 2,10). Sin embargo, sus “hermanos de raza” demoran en reconocer a Cristo, y Pablo manifiesta su dolor por ello; de todos modos lo ve como un tiempo pedagógico de Dios para dar oportunidad a la conversión de los paganos. Después -quizá movidos por los celos- todo Israel se salvará (11,26). Pero esto no exime de responsabilidad a los judíos ya que miran la justicia que les viene de ellos mismos y no la que viene de Dios. La iniciativa de Dios (gracia) es uno de los temas centrales de la teología paulina, y es grave creer que de nosotros depende. Ese es el motivo, además, por el que Pablo abunda en citas de la Escritura en esta unidad. Este es el marco del párrafo que hoy nos propone la liturgia. Es evidente, y el manejo de los textos lo confirma, que Pablo es conciente de estar polemizando.

El texto, en realidad es una unidad desde el v.1, pero que en v.5 comienza a desarrollar lo que hasta allí había anunciado. En una clásica lectura midrásica, Pablo integra Lev 18,5 expresamente citado según la fórmula clásica de pésher como encontramos en Qumrán, junto con Dt 9,4 y 30,12 unido al Sal 107,26. La lectura cristológica de estos párrafos señala la cercanía de la palabra de fe que nos alcanza la justicia. La relación corazón, sede del pensamiento y boca, sede de las palabra es estrecha. Con el corazón creemos y con la boca proclamamos esa fe, fe que se expresa en la sencilla fórmula fundamental: “Jesús es Señor”, confesión decisiva para el creyente (1 Cor 12,3; 2 Cor 4,5; Fil 2,11), y en el reconocimiento de que “Dios lo resucitó” (1 Cor 6,14; Gal 1,1). En un interesante quiasmo en el que aparecen confesar - boca -creer - corazón / corazón - creer - boca - confesar se deja en el centro el ser salvos por esa fe confesada.

“Todo el que crea en él” es un texto de Is que con mucha frecuencia ha sido leído cristológicamente (piedra elegida, preciosa, angular y fundamental...), que se refiere a Yahwéh presente en Jerusalén. Poner la confianza en Jerusalén era algo verdaderamente idolátrico, era una búsqueda de seguridad no puesta exclusivamente en Dios. De allí que esta piedra sea a su vez de tropiezo y de salvación. Depende dónde esté puesta la confianza, si en Dios, o en las cosas de Dios manipuladas idolátricamente (“no hay una sola verdad de fe que no podamos manipular idolátricamente”, G. von Rad). Y también de la Ley el pueblo puede hacerse un ídolo. No es la ley la que salva, sino Yavé, o Jesucristo, en quien Dios interviene salvando. Y por eso es salvador de todos, tanto judíos como paganos. Una nueva lectura cristológica lo confirma: “el que invoque el nombre del Señor se salvará”; el texto de Joel se refería al “nombre de Yavé”, pero acá Señor es el resucitado, el que ha sido proclamado “Jesús es Señor”. La salvación no llega por obras o acciones humanas sino por la iniciativa de Dios, el cual debe ser creído y proclamado para la salvación de todos, salvación que comienza en el bautismo y nos compromete en la evangelización de proclamar lo hemos creído... .

Ya el Evangelio de Marcos, en un relato mucho más abreviado nos había informado de la tentación de Jesús en el desierto . En este caso, tentado durante cuarenta días. Mateo y Lucas, presentan un relato mucho más detallado, expresado en tres tentaciones. Siendo que el momento transcurre a solas entre Jesús y el tentador, la pregunta podría imponerse: ¿cómo se entera el narrador de los acontecimientos y palabras que se sucedieron allí? Las respuestas casi exclusivamente bíblicas del Señor nos llevan a una primera conclusión: la comunidad cristiana, sus “escribas”, presenta a Jesús sometido íntegramente al plan de Dios.

Siendo común a Mateo y Lucas, el relato nos remite a la fuente que tienen en común (Q), aunque en este caso no se limita a solo “dichos” sino que también presenta “hechos”. Una pregunta sería cuál es más fiel a la fuente, o -para ser más claro- ¿cuál la modifica y cuál puede ser su intención teológica para hacerlo? En primer lugar, Mateo y Lucas presentan en orden inverso la segunda y tercera tentación. ¿Mateo lleva al final la referencia a la “montaña alta”, que le interesa teológicamente o bien Lucas hace lo propio con Jerusalén por el mismo motivo? Veamos brevemente las otras diferencias: Mateo da un sentido a los 40 días sin alimento, de los que Marcos no habla, presentándolos como “ayuno”. Lucas, quizás pensando en Moisés (Ex 34,28; cf-1 Re 19,1-8), dice simplemente “no comió nada”. Lucas destaca el papel que juega el Espíritu en este momento, y presenta a Jesús como en movimiento por el desierto (era conducido por el Espíritu). El tentador es presentado como “el diablo”, y la primera tentación está en plural ante el singular de Mateo (piedra, pan). No es evidente quién modificó y cual fue el motivo para hacerlo. Por esta parte, la comparación con Moisés puede haber estado fácilmente en el relato original ya que la tipología del desierto, el número 40, y las referencias a las tentaciones del pueblo en el desierto conducido por Moisés son ciertamente el marco de la unidad. Mateo -le sabemos- revaloriza para su comunidad la práctica judía del ayuno aunque enfocada de un nuevo modo. Es, por tanto, más probable que sea él quien da un sentido nuevo al dicho “no comió nada” que encontró en su fuente.

La tentación en la que el diablo le muestra los reinos del mundo presenta también algunas diferencias, además de la ya mencionada de la montaña alta, de Mateo. La visión de los reinos de la tierra habitada (oikoumene) se da “de un golpe de vista”, en Lucas. Se aclara que el poder y la gloria de ellos le ha sido dado al diablo (aparentemente, por Dios) que a su vez lo entrega a quien quiere. Mateo agrega “márchate, Satanás”, la única frase propia de Jesús y no del libro del Deuteronomio en esta unidad. En este caso, Lucas parece presentar una visión pesimista, satánica, del mundo político. En este caso parece ser él quien ha modificado la fuente.

La siguiente tentación ocurre en la “Ciudad Santa”, que Lucas precisa: “Jerusalén”. La cita del Salmo que realiza el tentador es ligeramente ampliada en Lucas, como lo era la erespuesta con una cita de Deuteronomio en la primera de Mateo.

Mateo concluye asemejándose a Marcos con referencia al servicio angélico a Jesús, Lucas, en cambio, prefiere una enigmática frase: “habiendo acabado toda tentación, el diablo se retiró hasta un tiempo”. Sabemos, concretamente, que el diablo entra en Judas, en Jerusalén, en el momento final de la Pascua (22,3).

Podemos sintetizar diciendo que la gravedad de las tentaciones en Mateo van en aumento: pan, espectáculo, adoración en la montaña, en cambio la referencia final a Jerusalén parece claramente reformada por Lucas. Digamos, entonces, que parece muy probable que el Tercer Evangelio haya cambiado el orden de la segunda y tercera tentación por tu preocupación geográfica centrada en Jerusalén.

Parece que el autor Q expresó en tres tentaciones tomadas de las tentaciones del pueblo en el desierto, las tentaciones que tuvo Jesús en su ministerio, al menos las dos últimas aparecen destacadas. Allí donde Israel no supo hacer la voluntad de Dios, Jesús surge fiel, verdadero “Hijo” como ya el Bautismo lo había mostrado. Esto confirma la intención cristológica del relato, y también su probable intencionalidad polémica con el Israel de su tiempo.

Dado que la primera hace referencia a la “palabra de Dios”, la segunda a lo político y la tercera al Templo, algunos han pensado que se estaría ante una triple tentación profética, real y sacerdotal, pero no parece que eso esté en juego aquí. Sólo la tentación real aparece clara, mientras que la profética y más aún la sacerdotal no se revelan, y más aún, parecen muy improbables. Las respuestas apuntan en otra dirección.

Detengámonos, ahora, en el relato de Lucas; a diferencia de Juan, Jesús va del desierto a la ciudad, y en la ciudad comienza su ministerio, como en la ciudad culminará todo para desde allí comenzar, siempre conducido por el Espíritu el tiempo nuevo de la Iglesia. En las primera tentación, el diablo no discute que Jesús sea el Hijo de Dios, lo da por supuesto, y lo tienta a convertir en pan una piedra ya que lógicamente tiene hambre. Más que un “nuevo pueblo”, Jesús es “hijo de Dios”, “el Hijo de Dios”. ¿Por qué Jesús no obra el milagro? Porque los milagros que Jesús hace son siempre para los otros, como la multiplicación de los panes: allí Jesús mismo se preocupa: “denles ustedes de comer” (9,13). La segunda es la tentación de poder (exousía) política. En tiempos donde todo el mundo conocido está sometido al imperio romano, se puede ver de un golpe de vista todo: el imperio mismo es diabólico y perverso. E idólatra. La tercera tentación no sólo tiene como característica que ocurre en Jerusalén, sino también que el diablo cita la escritura. La escritura mal citada, o mal leída, también puede ser diabólica, o idolátrica. Por otra parte, Jesús deja muy claro que su ministerio es para otros, no para él. No es salvarse a sí mismo, como tampoco en la cruz: “si eres ... sálvate” (23,35.37.39).

Como dos rabinos, Jesús y el diablo discuten con citas bíblicas. Y nos queda claro que es falso servidor de Dios el que se sirve de su ministerio en su propio provecho, que no es propio de los fieles a Dios reclamar milagros ya que Dios puede salvar sin necesidad de estas obras “maravillosas” o “teatrales”. Jesús nos muestra -con su vida- el camino de la obediencia de hijo conducido por el espíritu.

Comentario

Tiempo lindo la Cuaresma. Tiempo de "parar la máquina", de serenidad, de "mirar para adentro"... y ¡¡¡preguntarnos tantas cosas!!! En nuestros días, ¡cuántas caídas! ¡cuántas infidelidades! ¡cuántas injusticias! Es tiempo de descubrir cuánto tenemos que cambiar.

El Evangelio de Lucas, nos pone a Jesús en paralelo con el pueblo de Israel. En las mismas circunstancias en las que el pueblo fue infiel, Jesús sale adelante; y para resaltar el paralelo entre ambas situaciones, el evangelista recurre al desierto y a citas del Deuteronomio. Allí donde Israel cayó, allí Jesús sale adelante. Más que un acontecimiento es una plataforma, un programa: unidos a Jesús nada tenemos que temer, sólo el amor cuenta. Deberíamos aprovechar la Cuaresma para revisar cuántos desencuentros, cuántas infidelidades, cuántas injusticias... Pero, al revisarlas, corregirlas; es que la Cuaresma es tiempo de conversión, y conversión significa caminar, camino de vuelta al Padre.

Cuaresma, ¡tiempo lindo! Tiempo de volverse a Dios, y de volverse a tantos hermanos despreciados, olvidados, oprimidos... Tiempo de justicia, de verdad, de liberación...

Mientras el pueblo de Israel, en la tentación no fue fiel y cedió, ahora nos encontramos a Jesús en la misma situación, en la misma tentación. ¡Y triunfa! Jesús aparece en el Evangelio de hoy como el que vence la tentación. Porque es posible vencerla. Muchas voces, de dentro y de fuera buscan separarnos de Dios, de sus proyectos, de sus caminos. Pero hay una voz más fuerte, más firme, que puede vencer esas otras voces si disponemos el corazón para escucharla. Hace falta tener un oído muy fino, un silencio atento, un corazón dócil.

Para eso existe la Cuaresma, para que sepamos mirar la vida, y mirarnos en la vida; para que sepamos prestar atención a los caminos y proyectos que nos rodean, y enfrentarlos con los caminos y proyectos de Dios. Para eso existe la Cuaresma, para que apaguemos los ruidos que aturden y ensordecen, para que acallemos las voces que esconden la voz de Dios, para no escuchar cantos de sirenas que nos hablan de la felicidad de comprar, de poseer o de determinados caminos, sino que podamos oír la voz del amor, la voz que se grita en el silencio y el desierto. Para eso existe la Cuaresma, para dejarnos seducir por Dios en el desierto, para volver a las fuentes, para volver a la fidelidad primera, “como un niño frente a Dios". Para eso existe la Cuaresma.

¿Y nuestra Cuaresma? Tantas veces habremos dicho: “Cuaresma, tiempo de confesión” pero ¿de qué sirve si no es un cambio de vida, un cambio de camino? ¿Qué Cuaresma vive el que no vive? La Cuaresma es tiempo de desierto, pero de desierto en medio del ruido y del mundo, en medio del pecado y la infidelidad, en medio de la gente... Es allí donde estoy invitado a encontrarme con Dios y los hermanos, allí donde debo retomar la fidelidad... El recuerdo del desierto, terminó siendo recuerdo de la fidelidad de los israelitas: tiempo de fe, como recuerda el "Credo primitivo" de la primera lectura; se nos invita a creer de corazón en la Palabra (2a. lectura), no con los labios, sino con la vida, una vida de fidelidad y servicio. Aquí tenemos el centro, el corazón de la Cuaresma: ¡los hermanos! Revisemos nuestro servicio, nuestro amor, nuestro compromiso liberador; así revisaremos nuestra fe; así viviremos religiosamente nuestra Cuaresma.

Quien afirme no tener pecado es un mentiroso dice san Juan. Quien se reconoce pecador, y se decide a devolverle a Dios su lugar, empieza a preparar el camino para una vida coherente con los proyectos de Dios. El problema con los que no se reconocen pecadores, o con quienes no están dispuestos a dejar entrar a Dios en sus vidas, es que permanecen en el pecado. El tiempo de la cuaresma que comenzamos, es un ¡detente!, un mirar para adentro, es reconocer que hemos caminado sin Dios buena parte de nuestra vida... Pero, casi podemos decir que a Dios no le importa: no le importa la gravedad de nuestra ruptura, no le importa qué tan dios nos sentimos. Le importa que estemos decididos a vencer el pecado en el seguimiento de Jesús, a vencer el pecado con la Palabra de Dios.

En toda historia hay tiempos y momentos de fidelidad, y momentos de caídas. La Cuaresma es tiempo de recobrar fuerzas para retomar el camino, para "hacer camino al andar”. La Cuaresma es el tiempo oportuno para revisar, corregir y fortalecer todo esto; es tiempo de desierto, tiempo de encuentro con Dios frente a tantos desencuentros. Pero ¡cuidado! "¿Cuántas veces se ha empujado a las multitudes hacia el desierto, como si Tú sólo fueses accesible allá... Abrenos los ojos para irte encontrando en cada rostro, para comulgarte cada vez que estrechamos una mano o sonreímos" (Luis Espinal).



Para la revisión de vida

¿Cuál es la tentación de fondo, mayor, en mi vida? ¿Qué debo hacer para superarla?
¿Cuáles son mis tentaciones menores, diarias? ¿Qué debo hacer?



Para la reunión de grupo

-Jesús fue plenamente humano, una persona completa y real, como cualquiera de nosotros, y sintió en su propia persona las mismas dificultades que nosotros sentimos. La predicación de los tiempos clásicos propagó una idea de Jesús desencarnada, meeramente divino, sin tentacionas humanasŠ Comentar
-El Evangelio de hoy nos presenta un relato teológicamente elaborado más que realísticamente histórico de las tentaciones de Jesús. Para ello las agrupa en tres tentaciones-símbolo, o tres dimensiones mayores de la vida humana. ¿Cuáles son? Describámoslas, a partir del comentario exegético hecho más arriba.

-¿Cuál sería el equivalente de esas tentaciones en la situacion actual de nuestra sociedad y nuestro mundo?



Para la oración de los fieles

Hoy vamos a responder "Te lo/a expresamos, Señor".


-Nuestra alegría por recordar, en la lectura del evangelio de hoy, que Jesús fue plenamente humano y experimentó nuestras mismas tentaciones te la expresamos, Señor.

-Nuestra admiración hacia Jesús, que permanece como modelo de Persona Nueva, incorruptible, firme ante el mal, fuerte ante la tentación te la expresamos, Señor.

-Que queremos preocuparnos no sólo por el pan, sino por toda Palabra que sale de tu boca te lo expresamos, Señor.

-Que queremos tener un corazón incorruptible que, ni por todo el oro del mundo, sea capaz de vender su conciencia te lo expresamos, Señor.

-Que no queremos tentar a Dios, ni ponerte a nuestro servicio te lo expresamos, Señor.

-Que queremos vivir esta Cuaresma, como "tiempo litúrgico fuerte" que es, unidos a la comunidad cristiana dispersa por todo el mundo, en espíritu de reflexión, oración y compromiso, preparando la celebración anual de la Pascua te lo expresamos, Señor

Oración comunitaria

Dios, Madre-Padre nuestro, que en Jesús nos has dado un modelo de persona completa y lograda, en lucha contra el mal y plenamente humana, tentada pero victoriosa. Queremos seguir ese modelo de firmeza y fidelidad, de humanidad y fortaleza, de fidelidad a ti y a los hermanos. Te lo pedimos a Ti que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén


34. El demonio, ¿Sólo un mito?

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova

Reflexión:

El año 1926 George Bernanos publicó su primera obra literaria, “Bajo el sol de Satán”, que le ganó gran prestigio como novelista. En esta obra, el escritor francés nos presenta una visión dramática de la vida, una lucha trágica entre el bien y el mal, entre el pecado y la gracia. Y en el Evangelio de hoy encontramos reflejada esta lucha.

En este primer domingo de cuaresma, la Iglesia nos ofrece para nuestra meditación el pasaje de las tentaciones de Cristo. “Jesús, lleno del Espíritu Santo –nos cuenta Lucas— volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado por el diablo durante cuarenta días. Estuvo sin comer y, al final, tuvo hambre”. Aquí aparecen los elementos más importantes de la cuaresma: el desierto, los cuarenta días, la oración, el ayuno y la lucha contra la tentación. Hoy quisiera reflexionar un poco en esta última.

“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” –le dice el demonio a Jesús—. Ante todo, hemos de notar que las tres tentaciones comienzan con la misma premisa: “Si eres Hijo de Dios…”. Pero, ¡qué insolente es el demonio! Se atreve no sólo a tentar al Hijo del Dios bendito, sino que, además, pone en duda su condición divina. O, al menos, trata de “provocarlo” y lo reta con tamaña desfachatez. Así hace siempre Satanás. Su táctica es la mentira insolente, la suspicacia, la insinuación de la duda. Y termina en abierta rebeldía. Así actuó también con Eva en el paraíso, haciéndola dudar de la bondad de Dios y arrastrándola luego a la desobediencia frontal. “Diablo” es un vocablo griego y significa “mentiroso, calumniador”. Y “Satán”, en hebreo, es el “adversario”, el acusador. Por eso nuestro Señor lo llama “padre de la mentira” porque es “mentiroso desde el principio”, desde la creación del mundo.

Es obvio que, después de cuarenta días de ayuno, nuestro Señor tuviera hambre. Y el “adversario”, sumamente astuto, se aprovecha de esta coyuntura para tentarlo precisamente por aquí. Satanás siempre nos tienta por nuestra parte más débil. Pero ésta no es una tentación de “gula”, como muchos comentaristas del Evangelio han explicado. ¿Qué pecado de gula podía haber en nuestro Señor después de tantos días sin comer? En todo caso, sería aprovecharse de una necesidad de Cristo. Además de mentiroso, es un “aprovechado” y un oportunista.

Pero también es terriblemente insidioso. La verdadera tentación no es el mero hecho de saciar su hambre, sino que lo que pretende Satanás es algo muchísimo más grave: apartar a Cristo de su misión. El Padre había mandado a su Hijo al mundo como Siervo paciente, para redimir a la humanidad a través de la cruz y del sufrimiento. Y el demonio quiere que haga uso de su poder taumatúrgico en provecho propio y que se sirva de su mesianismo para su servicio, comodidad y complacencia personal.

Luego, llevándolo al pináculo del templo, le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…pues Dios encargará a sus ángeles que cuiden de ti”. Tentación de vanagloria. No se trataba de hacer dudar a Cristo de la asistencia de Dios, sino de ponerlo en una situación tal que obligara a Dios a hacer un milagro. Otra vez, lo mismo: quería que Cristo se sirviera de Dios para servirse a sí mismo, y no al revés. Nuesto Señor nos diría que Él había venido “no para ser servido, sino para servir”. Debía salvar al mundo por su condición de “Siervo de Yahvé”. Y el demonio quiere que tergiverse totalmente su misión.

Y después, llevándolo a la cima de un monte, le muestra todos los reinos de la tierra y le hace esta obscena proposición: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te postras ante mí, todo será tuyo”… ¿Verdad que es insolente este demonio? ¡Vuelve otra vez a lo mismo, y de qué manera! Además de que no es cierto que el mundo es de él y de presentarse como si fuera suyo, vuelve por tercera vez a insistir en su misma estratagema: apartar a Jesús de la misión redentora que le había encomendado el Padre. Pero no sólo. Le promete en un abrir y cerrar de ojos todo el poder y la gloria del mundo. Quiere cambiar el Reino que él traía –un Reino de cruz, de humildad y de servicio— por un reino de dominio, de poder, de fausto, de esplendor. ¡Lo más radicalmente opuesto a lo que Él había venido! Su predicación estaba en total antagonismo con estos criterios… y el demonio quiere vencerlo precisamente por aquí. Y eso sin contar que su propuesta era un pecado de apostasía, de abierta idolatría, de rebelión contra Dios. ¡Ése es Satanás! Pecó por su soberbia y su rebeldía contra el Creador.

Éstas siguen siendo las tentaciones con las que Satanás quiere hacernos sucumbir también a nosotros. Su plan es siempre el mismo: la mentira, la vanagloria, el camino fácil, los triunfos fulminantes y espectaculares, la comodidad, el uso de nuestras cualidades para nuestra propia gloria y honra, para que los demás nos alaben, se “impresionen” y nos sirvan… ¿No son éstos nuestros puntos más flacos? ¡Y cuántas veces el demonio nos derrota por aquí!

Aprendamos hoy la lección de Cristo y no le sigamos al juego a ese mentiroso y estafador. El demonio siempre nos pinta las cosas de “color de rosa” y nos engaña, como las sirenas a los navegantes. Nos vamos de bruces contra los acantilados y nos destroza. Ojalá aprendamos de nuestro Señor a afrontar la tentación como Él: con la oración, la vigilancia, el sacrificio –eso es el ayuno—, y la lucha tajante contra la tentación. No juguemos ni dialoguemos con Satanás. No permitamos las dudas ni las insinuaciones. Cortemos enseguida, como Cristo, poniendo por delante la obediencia pronta a la Palabra de Dios y al cumplimiento amoroso de su Voluntad en las pequeñas circunstancias de nuestra vida de todos los días. ¡Éste puede ser un buen propósito para iniciar la Cuaresma!


35. La tentación de los panes

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la narra el Evangelio es la tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno, un ayuno que realmente le prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse, por así decir, al desierto, y el demonio le llega con la tentación de los panes, que no era otra cosa sino decirle: déjate de cosas raras, se más realista, baja un poquito a la vida cotidiana. Es decir, materialízate, no seas tan espiritual. Es una tentación, que nosotros podemos tener en nuestra vida cuando llegamos a perder toda dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos. Es la tentación del querer hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios. Tengo un problema, y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces olvidamos de la dimensión sobrenatural que tienen las dificultades.

Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la tentación de querer arreglar yo todos los problemas.

Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la propia impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay otra salida más que la de decir: aquí está la impotencia, podríamos decir la impotencia santificadora. Cuando en nuestro trabajo personal sentimos una lucha tremenda en el alma, un desgarrón interior por tratar de vivir con autenticidad la vida cristiana, en esos momentos en los que a veces el alma no puede hacer otra cosa sino simplemente sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa impotencia y no la quiero ver, y no quiero tener ese“sintió hambre” en la propia vida, es donde aparece la necesidad de acordarse de que Cristo dijo: No sólo de pan, no sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no sólo de ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca de Dios.

Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los consuelos humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la oscuridad, a veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo en mi alma. En ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi actividad la eficacia de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos es lo que Dios quiere, cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos momentos esta situación no vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo me pregunto: una dificultad, un problema ¿lo transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se convierta en eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los problemas por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo vencer con la Palabra de Dios? ¿O caigo en la tentación?

Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se vea reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre la Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y la propia vida al enemigo de Dios. “Todo esto lo tendrás si postrándote me adoras”, no es el poder que nace de haber conquistado el reino de Cristo, es el poder que nace de haberse vendido. A veces este poder se puede meter sutilmente en el alma cuando pierdes tu conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene de haber puesto la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final total de las cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la gloria de Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria y no para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué? Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no critica.

Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su vida, sus amistades, sus personas, su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido crítico, para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?, porque ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas pequeñas. ¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo me despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas sólo y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los criterios del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi identidad cristiana?

Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los demás.

Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula, ha perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.

Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre enfrentado esta tentación piensan: qué gracia tendría el de tirarse del pináculo del templo y que los ángeles te agarrasen. La idea central de esto es una exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta del templo y lo están viendo abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y lo depositaren el suelo. Todo mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían inmediatamente. Es la tentación que tiene un particular delito porque ofrece la conciliación entre las pasiones humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la gloria que se debe al Creador.

Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos cuando les dice: “les gusta ser vistos y admirados de la gente y que la gente les llame maestros... cuando oren no lo hagan como los hipócritas que oran en medio de las plazas para ser vistos por la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el corazón humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida de oración, con el propio orgullo y egoísmo. Revisemos bien nuestra conciencia para ver si esta tentación no se ha metido en nuestras vidas.

Recordemos que nuestra vida sólo tendrá un auténtico sentido cristiano en la medida en que aceptemos a Cristo vencedor de la tentación del pan, de los reinos y del templo.


36. CLARETIANOS 2004

Tentación y gratitud

Sí. ¡Tentación y gratitud! o mejor ¡Gratitud y tentación! El mensaje de este domingo primero de Cuaresma, globalmente considerado, nos pide que seamos agradecidos. Pero, con una observación decisiva: ¡cuidado con apropiarte indebidamente de aquello que te ha sido dado! La tentación se reduce a una sola cosa: ¡desagradecimiento!

Si todo es gracia (Bernanos), si nos encontramos envueltos en la Compasión, en el Amor y en la Belleza, ¿qué menos que vivir en actitud de agradecimiento? Creo que era Chesterton el que decía que el momento más desconcertante de un ateo es aquel "en el que debe dar gracias y no sabe a quién". "Gracias a la vida, que me ha dado tanto...". En todo caso, quien da gracias, aunque no lo sepa se sitúa delante del Creador, del Dios Padre-Madre del Universo, se postra ante la Fuente de la Vida.

Qué mala sombra es la de quien se adueña de la Gracia y hace del regalo una propiedad sin referencia al donante, quien solo muestra interés por el don y se olvida de su fuente. Somos prontos para recibir y tardos para dar. Nos ensimismamos fácilmente en lo recibido y nos olvidamos de quien a través de esa mediación quiso entregarnos su corazón.

Cuentan que cuando Dios creó los cielos y la tierra, se le acercaron los ángeles para felicitarlo por tanta maravilla. Dios, sin embargo, percibió que uno de los Serafines, el más sabio, quedaba retraído y no se sumaba a la alabanza angélica. Dios se dirigió a él y en cierta manera se lo reprochó. El Serafín le dijo: "Perdona, Dios del Universo, si soy inoportuno. Pero yo creo que a toda tu maravillosa creación le falta un detalle". Extrañado, muy extrañado, el sabio Creador le dijo: ¿Y cuál es ese detalle que se me ha pasado por alto? Y él le respondió: "Si yo hubiera sido el Creador, habría colocado en cada uno de los cuatro puntos cardinales, coros de ángeles que constantemente dieran gracias". Sonriendo, el buen Dios, le dijo: "Lo tenía pensado, pero no para ahora. Llegará un momento en que enviaré a la tierra a mi Hijo y él se encargará de ello, cuando instituya la Eucaristía, que se celebrará en todas las partes de la tierra. Entonces contaré con la acción de gracias no solo de los ángeles, sino también de los hombres".

El Maligno, esa realidad misteriosa que nos tienta y pervierte, nos quiere desconectar del Creador. Nos invita, como a Jesús, a convertir la piedra en pan para saciar el hambre (economía), a la adoración de quien tiene el poder aquí en la tierra para ser poderoso (política), a realizar algo espectacular en el contexto religioso y así probar si Dios es fiel a sus palabras (religión). El Maligno quiere desligar a Jesús, hijo de Dios, de su Alianza con Dios Padre. Le pide que utilice sus poderes y sus posibilidades, sin contar directamente con el Creador, con el Padre. No invita a Jesús al agradecimiento, a la acogida humilde del don, sino a la rebelión silenciosa, a la actuación unilateral.

Jesús ve la realidad a la luz de la Palabra de Dios. Siempre le viene a la mente un texto adecuado, que introduce con: "Está escrito... está dicho... No solo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios... Al Señor tu Dios sólo adorarás... No tentarás al Señor tu Dios". El agradecimiento de Jesús es total, su fidelidad a la Alianza es perfecta.

Como aquel que ofrece a Dios la primicia de su cosecha, de sus ganados, de sus hijos... así Jesús le ofrece al Abbá toda su vida, como primicia y está dispuesto a vivir "entregado sin reservas" a su voluntad. Padre, he aquí que vengo para cumplir tu voluntad.

Toda tentación es, ante todo, una ofuscación que nos impide ser agradecidos y nos sitúa en un puesto que no nos es debido, tanto en el ámbito económico, como político, como religioso. Todo funciona mal, cuando la inspiración fundamental viene del Maligno. Lo que nace como obediencia a la tentación es un virus contagioso, que produce perversión. Las tentaciones son fuertes en esos tres ámbitos y, si no estamos alerta, caeremos en la tentación y seremos cómplices de un mundo que va hacia la perdición.

¡Qué extraño! Las tentaciones que sufre Jesús, no son las que nosotros nos esperaríamos: como la tentación sexual (malos pensamientos, deseos, o actos), o la tentación de no asistir a un rito religioso. Las tentaciones que Jesús padece, se refieren a la escala personal de valores donde un deseo individual (¡hambre!) se convierte en la única clave de lo que hay que hacer, olvidando lo más importante; se refieren a la obediencia a las autoridades y poderes de este mundo, una obediencia servil, adulatoria, cultual, que concede una buena colocación en la escala social; se refiere a la tentación del prestigio religioso, donde uno se apropia hasta del mismo Dios y hace que Dios sea como una mera cita que avala las propias decisiones.

Jesús nos enseña a acoger la Palabra de Dios en nosotros, como el mejor consejo para ser agradecidos, como la voz interior que nos conduce por el camino del Agradecimiento. Y es que la Palabra de Dios está cerca. La tenemos en la boca y en el corazón. La Palabra nos ha sido dada y ella tiene un poder inmenso. Quien proclama que Jesús es el Señor será salvo.

Cuanto más agradecidos, menos tentados. La tentación tiene miedo de la Gracia y el Agradecimiento.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES


37. ARCHIMADRID 2004

LA MANERA DE VER DIOS LAS COSAS

“Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia”. Por mucho que digan algunos, la Cuaresma no es un tiempo ni triste, ni oscuro. Estos cuarenta días, que tienen su cumplimiento en la intensidad litúrgica de la Semana Santa, son la culminación gozosa de la esperanza cristiana. De hecho, el misterio de la Encarnación que tan dichosamente vivimos en la Navidad, supone la continuación de esa expectación serena a la que nos invitaba el Adviento. Ahora, en la Cuaresma, lo divinamente carnal que Dios introdujo en el mundo, se nos hace tan patente y tan cercano a nuestro propio sufrimiento, que deja de ser tal padecimiento, para convertirse en auténtica liberación. Ése es el mensaje de Moisés que anuncia al pueblo de Israel, en el libro del Deuteronomio y que, después de transcurridos tantos siglos, los cristianos hemos recogido como testigo a través de los “signos y portentos” que Jesús, el Hijo de Dios, nos reveló.

Durante estas semanas escucharemos lamentos, quejas, suspiros y tribulaciones. Pero este lenguaje, que puede ser derrotista a los ojos del mundo, supone para el cristiano la memoria de algo que no solamente pasó, sino que, desde nuestra filiación divina, adquiere un tono muy distinto. El propio apóstol San Pablo nos lo recuerda en la carta que dirige a los romanos: “Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás”. No se trata de algo que haya que venir, sino que se encuentra aquí, en este preciso momento en el que yo escribo estas líneas, o tú las lees. “Nadie que cree en Él quedará defraudado”, nos dice el apóstol de los gentiles aludiendo a la Sagrada Escritura; y esta confianza no es poner nuestros deseos e ilusiones en un ciego destino, sino que, abiertos los ojos al corazón de Cristo, reconocemos en cada una de sus palabras lo que siempre hemos ambicionado: sabernos queridos, comprendidos… y por siempre salvados… ¡para siempre!

¡Sí!, es cierto, vendrán momentos en que la tentación será más fuerte que otras veces. Pero, ni siquiera Cristo quiso evadirse de ella. Padeció en su propia carne, y en su espíritu, lo que significa la promesa de la adulación del mundo, la incitación a la soberbia de la mentira, y la instigación a sustituir a Dios por dioses de barro y frustración. Pero, ¡fíjate!, Él ha pasado por ello antes que tú y que yo; es más, nos ha dicho la manera de vencer lo que otros sólo asumen como derrota y fracaso.

Jesús nunca dialoga con el mal. Sabe que existe, que aparece en ocasiones con forma de luz e, incluso, “razonablemente juicioso”: “¿No ves que todo el mundo lo hace?”; ¿no entiendes que son cosas que pertenecen al pasado?; “¿no percibes el mal que hay en el mundo y lo poco que hace Dios por evitarlo”; “todos esperan a que des el paso para triunfar y que vean lo que vales”… Curiosamente, todas estas insinuaciones hacen referencia a lo cualitativo y accidental. Dios, en cambio, “ve” las cosas de otra manera. Él penetra el mundo desde la eternidad, y nos presenta a su Hijo, no como una solución a nuestros problemas, sino para que éstos dejen de ser tales en su raíz, que no es otra cosa sino el pecado.

¡Mira!, el mundo pasará, los terremotos terminarán, el hambre cesará, las ideologías acabarán… sólo Dios continuará en nuestra existencia. ¿Que todo esto es una excusa para evadirme del sufrimiento de otros, y sólo pensar en mi egoísta salvación…? Perdóname, pero si lo ves de esta manera, aún no has entendido el motivo por el que Jesús se dejó coser en una cruz. Y recuerda: lo esencial viene de arriba para iluminar lo de abajo y enaltecerlo; lo accidental, en cambio, morirá (“no sólo de pan vive el hombre”). Lo que ve Dios, por tanto, es posible verlo con nuestros propios ojos… tan solo es necesario decir, una vez más: “Dios mío, confío en ti”.


38.

 LECTURAS: DEUT 26, 4-10; SAL 90; ROM 10, 8-13; LC 4, 1-13

CONDUCIDO POR EL ESPÍRITU SE INTERNÓ EN EL DESIERTO

Comentando la Palabra de Dios

Deut. 26, 4-10. Nos encontramos ante una de las profesiones de fe del Pueblo de Israel. Los Egipcios oprimieron con duras cargas a los hijos de Dios; pero estos clamaron al Señor, Él escuchó su voz y los libró de las manos de sus enemigos, y los condujo a la tierra que mana leche y miel, que prometió darles a sus antiguos padres y a sus descendientes. Al inicio de la Cuaresma debemos ser conscientes de que somos el Nuevo Pueblo de Dios. Que somos hijos de Dios no sólo de nombre, sino que en verdad lo tenemos por Padre, pues por medio de la fe y del Bautismo nos hemos unido al Hijo Único de Dios hecho hombre, como los miembros de un cuerpo se unen a la cabeza. Vivimos en el mundo sin ser del mundo; no seremos sacados del mundo, pues el Señor nos envió a él para que seamos fermento de santidad en el mundo, procurando que la santidad y el Reino de Dios se hagan realidad en todas las personas, hasta el último rincón de la tierra. Sin embargo sabemos que continuamente estamos sometidos a una diversidad de tentaciones; y tal vez vivimos sujetos a algunas maldades que nos impiden manifestar con claridad el Rostro amoroso de Dios a los demás. Por eso, como los Israelitas, hemos de clamar con fe al Señor para que nos libre de la mano de nuestros enemigos y nos fortalezca para encaminar, con firmeza, nuestros pasos hacia la posesión de los bienes definitivos.

Sal. 90. No basta con invocar el Nombre del Señor para decir que somos sus hijos. El Señor en este Salmo nos recuerda que lo hemos de conocer y lo hemos de amar. Cuando realmente el Señor se convierta en el centro de nuestra vida, de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y de nuestras obras, entonces podremos esperarlo todo de Él, pues Él nos contemplará, nos protegerá y nos amará como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. No busquemos al Señor sólo para que nos libre del mal y del autor del mal. Busquémoslo porque deseamos reconocerlo como nuestro Dios y Padre. Cuando unamos nuestra vida a Él entonces, aún en las grandes pruebas, sabremos que toda nuestra existencia tiene el sentido de camino que nos lleva a Él, bajo la protección amorosa de Aquel que es nuestro Padre del Cielo.

Rom. 10, 8-13. En Jesucristo Dios se hizo cercanía salvadora para todos los hombres. Desde Cristo Dios no es un Dios lejano, sino el Dios-con-nosotros, que camina con nosotros en medio de nuestras pruebas y en medio de nuestras victorias. Él se convierte en fuente y origen de todo lo bueno que hay en nosotros, de tal forma que eleva a una gran perfección todas las aspiraciones legítimas del hombre. Creer en Jesús nos ha de llevar a aceptarlo como nuestro único Dios en el centro de nuestros corazones. Si Él ha hecho su morada como luz en nosotros, todo será luz en nuestra vida. Y puesto que de la abundancia del corazón habla la boca, quienes tengamos a Dios con nosotros confesaremos su Nombre ante las naciones con nuestras palabras y con nuestras obras. Así nuestra vida se convertirá en un fiel testimonio del amor salvador de Dios, y de cómo el Señor se hizo cercanía a nosotros; más aún, de cómo Dios ha hecho su morada en el hombre, para desde él dirigirse como Dios, como Padre, como Salvador, como Amor a todas las gentes. Confiemos en el Señor y dejemos que Él lleve a buen término la obra de salvación que ya ha iniciado en nosotros.

Lc. 4, 1-13. Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán; y, mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. Pero Jesús no es sólo el Hijo amado del Padre; también es verdadero hombre como nosotros. Esto nos lo recuerda el Evangelio cuando, después de narrarnos el acontecimiento del Bautismo de Jesús, nos narra su genealogía humana que lo lleva hasta Adán y, de él, a Dios, diciéndonos que estos son los ascendientes de Jesús. Este Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, es conducido por el Espíritu al desierto antes de iniciar lo que conocemos como su vida pública. Y es tentado por el diablo; pero Jesús, dándonos un anticipo de su resurrección, se levanta victorioso sobre el tentador. Quienes creemos en Cristo, quienes, por nuestra unión a Él, somos hijos amados del Padre, sabemos que continuamos siendo verdadero hombres, que viven en el mundo trabajando por el Reino de Dios a impulsos del Espíritu Santo. Sin embargo no podemos negar que el tentador muchas veces quisiera que nuestro trabajo por el Reino se realizara, más que para buscar la Gloria de Dios, para buscar nuestra propia gloria. Por eso, sólo la oración humilde, sencilla, amorosa y confiada a Dios hará que nuestra vida esté constantemente con sus raíces hundidas en Dios. Entonces saldremos siempre victoriosos sobre el pecado y la muerte, y esto, no por nuestras fuerzas, sino gracias a Aquel que nos amó y entregó su vida como rescate por nosotros.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Cristo nos ha convocado a esta Eucaristía para que estemos en intimidad con Él, lejos del mundanal ruido. Lo alabamos como su pueblo santo, que lo reconoce sólo a Él como su Dios, y que está dispuesto no sólo a amarlo sobre todas las cosas, sino a escuchar su Palabra, no sólo para recitarla de memoria sino para ponerla en práctica, pues sólo así su Palabra nos santifica, pues su Palabra no es un libro, sino una Persona: el Hijo amado del Padre. Confrontemos nuestra vida ante esa Palabra de Dios que ha sido pronunciada sobre nosotros. Reconozcamos que somos pecadores y, si hemos venido con fe ante el Señor, estemos dispuestos a dejarnos liberar por Él de todas nuestras esclavitudes al Malo. Dios nos quiere hijos suyos; Él está dispuesto a caminar con nosotros y no sólo a dejarse adorar por nosotros. Cuando dejemos que Él sea nuestro Camino y que Dios esté en nosotros y nosotros en Él, entonces podremos disfrutar de su Salvación y de su Victoria sobre el pecado y la muerte. Esto es, no sólo lo que celebramos, sino lo que aceptamos con gran fe, con gran amor y con una gran esperanza al celebrar este Memorial de la Pascua de Cristo, que es la Eucaristía.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

No podemos vivir con los ojos cerrado ante el mal que ha dominado muchos corazones y ha destruido, no sólo su vida sino su entorno social, laboral o familiar. Ante la difusión de tantas noticias que nos hablan de faltas de amor al prójimo, de falta de fidelidad a los compromisos adquiridos, de la mala utilización del poder en todos los niveles, de la violación de los derechos fundamentales del hombre, de la corrupción, de la deshonestidad en el uso por unos cuantos de los recursos que pertenecen a todos, de la incongruencia entre fe y vida incluso de algunos Ministros consagrados a Dios, de la difusión de la droga y del enviciamiento de las personas aún a temprana edad; ante este constante bombardeo de noticias que llenan los Medios de Comunicación Social, muchas mentes han perdido la capacidad de discernimiento entre lo bueno y lo malo. Se va creando una sociedad no inmoral, sino amoral; es decir: que ya no es consciente de que hay cosas, actitudes, obras que son pecaminosas, y que comienza a ver como algo normal aquello que se opone a los criterios, incluso, de la ley natural en la que se nos pide a todos hacer el bien y evitar el mal.
Quienes pertenecemos a la Iglesia de Cristo no podemos perder nuestra relación con el Señor, que se ha de hacer especialmente mediante la oración sincera y a través de la meditación humilde y amorosa de su Palabra. Si queremos que nuestra vida y nuestro mundo retomen el camino del amor fiel, de la lealtad a los compromisos adquiridos y del amor sincero al prójimo, hemos de saber caminar a impulsos del Espíritu Santo, para que, llegando todos a la unión en Cristo, podamos construir su Reino entre nosotros esforzándonos por pasar haciendo el bien y no el mal a los demás.
Al inicio de esta Cuaresma decidámonos a vivir como hijos de Dios. Si creemos en Él y lo tenemos por Padre no nos conformemos con arrodillarnos ante Él, sino que iniciemos una vida que manifieste la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte; pues por medio de nuestras obras, y no sólo con nuestras palabras, hemos de manifestar que realmente vivimos en Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo con la lealtad de quienes sabiéndose hijos de Dios trabajan constantemente para que su Reino se haga realidad entre nosotros, de tal forma que su Iglesia, en una continua purificación, pueda manifestar cada día con mayor claridad el Rostro Glorioso de su Señor ante el mundo. Amén.

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39. HOMILÍA de Juan Pablo II en la santa misa celebrada en la parroquia romana de San Andrés Apóstol, domingo 4 de marzo 2001