SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Mt 4,1-11: La tentación de Cristo es enseñanza para el cristiano

¿Qué cosa se dijo, hermanos, qué cosa se dijo de nuestra Cabeza? Tú, Señor, eres mi esperanza; muy alto has colocado tu refugio. El mal no se te acercará ni el azote se aproximará a tu tienda (Sal 90,2-3). Es lo dicho hasta ahora. Él ha mandado a tus ángeles que te guarden en todos tus caminos (Sal 90,1 l). Son las mismas palabras que acabáis de oír cuando se leyó el evangelio. Prestad atención. Después de haber sido bautizado, el Señor ayunó (Mt 4,2).¿Por qué quiso ser bautizado? Para que no desdeñásemos serlo nosotros. En efecto, cuando Juan decía al Señor: ¿Vienes tú a mí para que te bautice? Soy yo más bien quien debe ser bautizado por ti, el Señor le respondió: Deja eso ahora; conviene que se cumpla toda justicia (Mt 3,14-15). Quiso ejercitar la humildad, dejándose bautizar él que no tenía mancha alguna. ¿Con qué fin? Para salir al encuentro de la soberbia de los venideros. Sucede a veces que un catecúmeno supere a muchos fieles en ciencia y buenas costumbres. Ve que muchos bautizados son ignorantes; que muchos otros no viven como él, es decir, con la misma castidad o continencia; mientras él es capaz de pasar sin la mujer, ve a veces a bautizados que, si no se entregan a la fornicación, al menos usan de la propia sin moderación alguna. Este catecúmeno podría engreírse y decir: «¿Qué necesidad tengo de ser bautizado? Lo más que puedo recibir es lo que tiene este fiel al que ya supero por mis costumbres y mi ciencia». A tal soberbio dice el Señor: «¿A quién eres superior? ¿En qué medida eres superior? ¿Acaso eres tú superior respecto de él como yo respecto de ti? No es el siervo más que su señor ni el discípulo más que su maestro. Al siervo le basta ser como su señor y al discípulo como su maestro (Mt 10,24-25).

¡No te engrías hasta el punto de rehusar el bautismo! Busca el bautismo del Señor, como yo he buscado el del siervo». Ahora bien, el Señor fue bautizado; después del bautismo fue tentado y, por último, ayunó durante cuarenta días, para cumplir un misterio del que os he hablado con frecuencia. No se puede decir todo a la vez, para no emplear un tiempo precioso. Después de cuarenta días el Señor sintió hambre. Hubiera podido no sentirla nunca; pero, ¿cómo hubiera podido ser tentado? Y si él no hubiese vencido al tentador, ¿cómo hubieras aprendido tú a luchar contra él? Sintió hambre; e inmediatamente se presentó el tentador: Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan (Mt 4,3). ¿Acaso era gran cosa para el Señor convertir las piedras en pan? ¿No fue él quien con cinco panes sació a tantos miles de personas? (Mt 14,17-21). En aquella ocasión creó el pan de la nada. ¿De dónde salió tan gran cantidad de alimento que bastó para saciar a tantos miles de personas? Las fuentes del pan estaban en las manos del Señor. Nada hay de extraño en ello; de hecho, quien de cinco panes sacó tantos que pudieron saciarse aquellos miles de personas, es el mismo que cada día trasforma los pocos granos ocultos en la tierra en mieses inmensas.

También aquí nos hallamos ante un milagro del Señor, mas, como acaece cada día, pierde importancia para nosotros. Entonces, hermanos, ¿era imposible para el Señor el convertir las piedras en pan? Fue capaz de hacer hombres de las piedras, como decía el mismo Juan Bautista: Poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abrahán (Mt 3,9). ¿Por qué entonces, no hizo el milagro? Para enseñarte cómo debes responder al tentador. Suponte que te hallas afligido. Se te acerca el tentador y te sugiere: «Si fueras cristiano y en verdad pertenecieras a Cristo, ¿te abandonaría en este apuro? ¿No te hubiese enviado su socorro?». Quizá el médico está todavía sajando, y por eso te abandona; pero no te abandona. De la misma manera Pablo no fue escuchado porque fue escuchado. En efecto, Pablo dice que no se le escuchó a propósito del aguijón de su carne, el ángel de Satanás, por quien decía que era abofeteado: Por lo cual rogué tres veces al Señor que me lo quitase y me respondió: Te basta mi gracia, pues la fortaleza llega a su plenitud en la debilidad (2 Cor 12,7-9).

Es como si el enfermo dijera al médico que le aplicó una cataplasma: «Este emplasto me molesta; te ruego que me lo quites». El médico le respondería: «No, es necesario que lo tengas aún más tiempo; de otro modo no podrás curar». El médico no escuchó al enfermo en ese deseo, porque le escuchó en su ansia de salud. Por tanto, hermanos, sed fuertes. Si alguna vez os veis tentados por alguna estrechez, es Dios quien os azota para probaros, él que os ha preparado y os reserva la herencia eterna. No permitáis que el diablo os diga: «Si fueses justo, ¿acaso no te mandaría Dios el pan por medio de un cuervo como lo mandó a Elías? (1 Re 17,6) ¿Acaso no has leído las palabras: Nunca he visto al justo abandonado, ni a su descendencia mendigar el pan?» (Sal 36,25). Responde el diablo: «Es verdad lo que dice la Escritura: Nunca he visto a un justo abandonado, ni a su descendencia mendigar el pan; de hecho, tengo un pan que tú desconoces». ¿Qué pan? Escucha al Señor: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿No crees que la palabra de Dios es pan? Si no fuese pan la palabra de Dios, no diría el Señor: Yo soy el pan vivo, yo que he descendido del cielo (Jn 6,41). Así, pues, has aprendido qué responder al tentador cuando te halles en estrecheces a causa del hambre.

Y ¿qué dirás si el diablo te tienta diciéndote: «Si tú fueses cristiano harías milagros como muchos cristianos los hicieron». Engañado por esta perversa sugerencia, serías capaz de tentar al Señor tu Dios diciéndole: «Si soy cristiano, si lo soy ante tus ojos y me cuentas en el número de los tuyos, concédeme hacer algo semejante a lo que hicieron tus santos». Has tentado a Dios, pensando que no eres cristiano si no haces tales cosas... ¿Qué debes, pues, responder para no tentar a Dios, si el diablo te tienta diciéndote: «Haz milagros»? Responde lo mismo que el Señor. El diablo le dijo: Arrójate al suelo, porque está escrito que él ha mandado a sus ángeles que se ocupen de ti, que te tomen en sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra (Mt 4,6). Si te tiras, los ángeles te recogerán. Podía suceder así, hermanos, de forma que si el Señor se hubiese arrojado, los ángeles hubiesen recogido devotamente su carne. Pero ¿qué le respondió? Está escrito también: No tentarás al Señor tu Dios (Mt 4,7). Tú me crees un hombre. Para esto precisamente se había acercado el diablo, para probar si era o no el Hijo de Dios. Él veía sólo la carne, pero su majestad la manifestaban sus obras. Los ángeles habían dado su testimonio. El diablo, pues lo veía mortal y por eso lo tentó; pero la tentación de Cristo es gran enseñanza para el cristiano. ¿Qué está escrito, pues? No tentarás al Señor tu Dios. No tentemos, pues, al Señor diciendo: « Si pertenecemos a ti, concédenos el hacer milagros».

Comentario al salmo 90, II 6-7