REFLEXIONES
 

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

La liturgia de este Domingo nos recuerda que nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de la salvación hecha por el Padre para todos los hombres de todos los tiempos. Y que el camino que nos conduce hasta Cristo es también de iniciativa divina. Los grandes profetas de Dios no han tenido otra misión en la Historia de la Salvación que preparar ese camino bajo la luz esplendorosa de la Revelación, es decir, abriendo las conciencias a la Palabra de Dios, renovadora de los corazones para el misterio de Cristo.

Bar 5,1-9: Dios mostrará su esplendor sobre Jerusalén. El profeta Baruc anunció la salvación mesiánica como un retorno gozoso a la patria por los caminos de la justicia y de la piedad, de la humilde esperanza y de la rectitud del corazón, preparados por el mismo Señor que nos redime.

Ha pasado la hora del duelo y de la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Jerusalén va a ser en adelante como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de Dios… Es una idealización de los tiempos mesiánicos. La justicia es la característica de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el cinturón de la justicia. Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.

El reino del Mesías es ante todo de un orden espiritual. «Desde Sión reverbera el esplendor de su belleza»: el Señor hace su entrada en el divino reino de su Iglesia. Aquí vuelve de nuevo a vivir su vida. La vida de la Iglesia es la vida de Cristo. El que quiera participar de la vida de Cristo tiene que asimilar por los sacramentos la vida de la Iglesia. Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo  para que nosotros vivamos por Él (Jn 4,9). «En Él, en el Hijo de Dios, estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4). Él vino y nos dio también a nosotros, los gentiles, «la potestad de ser hijos de Dios» ¡Una nueva vida, una vida divina! Los profetas, al prever los tiempos mesiánicos, se quedaron muy cortos. La realidad es mucho mayor que lo que ellos previeron y anunciaron con imágenes sublimes.

–El Salmo 125 canta el gozo de esta salvación tan admirable: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres».

Filipenses 1,4-6.8-11: Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. El ideal de la perfección cristiana y de la caridad creciente son las garantías evangélicas que nos pueden llevar santos e irreprochables hasta el Día del Señor. ¡Hasta el encuentro definitivo con el Corazón del Redentor! En el contexto del Adviento hemos de subrayar en esta lectura la idea del crecimiento, del desarrollo de la vida cristiana. Hemos de advertir como un deber imperioso e improrrogable que es necesario desarrollar la propia vida cristiana hacia formas más concretas y encarnando testimonios de los valores que ella encierra. No podemos contentarnos con una actitud de mera observancia de prácticas y preceptos. El cristiano no es solo un observante, sino también y principalmente un testigo de la vida de Cristo en toda su plenitud desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos. Este tiempo litúrgico nos ofrece la ocasión de una revisión del modo cómo somos testimonio cristiano en medio del mundo.

Lucas 3,1-6: Todos verán la salvación de Dios. Ni el pesimismo enervante, ni la temeraria autosuficiencia, ni las conductas tortuosas son senderos que nos llevan a Cristo. Solo la renovación interior puede abrir nuestras vidas al mensaje del Evangelio y al Amor santificador de Cristo. Si el Adviento ha introducido en la historia humana la Época última y se identifica con ella, ha de ser por esto una actitud constante de la vida cristiana. El creyente ha de sentirse siempre en estado permanente de conversión. Oigamos a San León Magno:

«Demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida de Cristo (Ef 2,5) para que fuésemos en Él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus acciones (Col 3,9) y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4) y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1,13) se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el  sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas» (Homilía 1ª sobre la Natividad del Señor 3).

Para poder crecer en la caridad y desarrollar el discernimiento (1ª lect.), para saber leer en los acontecimientos de la historia (1ª y 3ª lect.) la presencia salvífica de Dios, es menester que el creyente se abra continuamente a Dios y a la historia.

De ahí la actualidad de la predicación del Bautista como programa de apertura penitencial a Cristo y a la gracia del Evangelio en cuantos buscan sinceramente los designios divinos de la salvación cristocéntrica. Es nuestra vida íntegra la que habrá de llevar a los demás hombres la autenticidad de nuestra fe y de nuestra comunión con Cristo, el Señor, más allá del altar y del templo. Hemos de ir por la vida abriendo a los hombres senderos para Cristo.


N-1. Jordan/Tierra prometida:

Juan convoca al pueblo al desierto, le invita a entrar en el agua. Ese rito bautismal, en el  lugar y en las circunstancias en que se verifica, adquiere un valor simbólico. Juan conduce a  Israel a través del desierto hasta el Jordán, cuyo paso permitirá la entrada en la Tierra  prometida. Y él, Juan, se queda en las orillas del río, como si su misión, semejante a la de  Moisés, se detuviera a las puertas de esa tierra en la que no entrará el pueblo sino bajo la  dirección de otro. En efecto, dice el autor, Juan recorre "toda la comarca del Jordán,  predicando un bautismo de agua", mientras que a Jesús le corresponderá introducir por fin  al pueblo, salido del Jordán, adonde Juan lo había conducido, hasta el interior mismo de la  Tierra deseada. Y así, Jesús irá a predicar a Galilea. A través de este juego de alusiones al  valor simbólico de los lugares, se muestra la diversidad de las personas y de las misiones.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 112


2.

En la biblia se nos habla del "día-de-Yahvé", fecha en la que se dará un cambio drástico  en la trayectoria histórica de Israel.

Las infidelidades a su Dios terminarán porque los malos serán eliminados y sólo quedará  un "resto" fiel. Por supuesto, ese día no finalizará la existencia del cosmos, ya que este  "resto" de fieles vivirá feliz en la tierra. Será un mero viraje en la historia del hombre. Al "fin  de los tiempos", acabará el mundo del pecado.

Los cristianos convirtieron el día del Yahvé en el "día de Jesús", en su venida futura  (parusía), y se entendieron a sí mismos como el "resto" fiel. En un principio, la fecha les  pareció inminente, aunque tampoco llevaba consigo una desintegración cósmica, sino un  nuevo organigrama existencial. 

MUNDO/FIN. Debió ser la presencia de cristianos no judíos lo que condujo más tarde a  un planteamiento teológico más profundo que los desinteresase del aspecto cronológico.  Entendieron que cuanto más cristificadas fuesen las vivencias y más total la aceptación del  patrón crístico, más próximo estaría el fin del pecado y más cercana la vida plena. Así  dejaron de otear el futuro y centraron su interés en las realidades presentes. En este  sentido, el fin de este mundo del pecado se va alcanzando en el interior de cada creyente.

¿Cuándo acabará este mundo? Si nos referimos a la fecha en que ha de terminar la  existencia del cosmos material, preguntémosle a la astrofísica. Si la pregunta es más  teológica y pone su acento en el "éste", ya conocemos la respuesta de las primitivas  comunidades. Como creyentes, nuestro interés está en hacer llegar el reino y que la  voluntad del Dios que ama a los hombres se haga en la tierra y en el cielo.

EUCARISTÍA 1988, 57


3. PARUSIA/ACTUAL.

En un primer momento, la comunidad primitiva, que había convertido el "día" de Yahvé en  el "día" de Jesús, pensó que ese "día" no se había realizado con la resurrección de Jesús,  por lo que siguió esperando su segunda venida triunfal (parusía). Mas acabó  comprendiendo que tal "parusía" iba presencializándose en cuantos creyentes conseguían  cristificar su existencia.

Así pues, más que suspirar por una futura venida de Jesús al hombre, éste debía  esforzarse por ir a Jesús. ¿Cómo? Ajustando su existencia al módulo de vida marcado por  el anuncio evangélico, donde Jesús invitaba a encarnar una dinámica de entrega y amor.

El la vivió ofreciéndola al hombre como módulo existencial. Por eso, quien se adecúe al  mensaje evangélico irá aproximándose a Jesús, dando forma en su vivencia personal a esa  "parusía" que el cristiano naciente envuelve siempre en un ropaje mítico.


4. CAMINO/CR:

-NÚCLEO POSIBLE DE LA HOMILÍA: Podría ser hoy el tema del camino.

Quizá ninguna otra palabra mejor define la dinámica de la vida cristiana (recordemos que  en el libro de los Hechos se define a la Iglesia con esta expresión: el camino). P. Tena, al  comentar la primera lectura de hoy (cf."Phase" n. 95) dice: "notemos aquí ya el tema del  camino, que será central en el evangelio de Lucas que leeremos este año: el camino de  retorno de los pecadores-salvadores hacia Jerusalén-Iglesia-gloria que es posible gracias al  camino eficaz realizado por JC Salvador hacia Jerusalén-misterio pascual-evangelización  universal".

El tema del camino al que es llamado el cristiano, siguiendo a JC, es  simultáneamente el camino de la esperanza. Y también, todo va unido, el tema de la alegría  de vivir en comunión con el amor de Dios.

El resumen es: el cristiano es un hombre con una peculiar vocación: caminar  esperanzadamente y alegremente en comunión con el amor salvador de Dios. Un caminar  que significa respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, que se concreta en un difundir este  amor salvador -difundirlo gozosamente-, más allá de las dificultades de la vida de cada día,  impulsado por la gran esperanza que tenemos en nosotros.

-TRASFONDO LITÚRGICO:El Adviento es el tiempo típico de la esperanza.  La colecta de  hoy (podría repetirse como final de la homilía) habla precisamente de salir "animosos al  encuentro de tu Hijo" y pide "participar plenamente del esplendor de su gloria".

Es una invitación a caminar con alegría y esperanza, basándonos en la fe en el Dios que  libera, que salva. 

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 22


5.

-La alegría, compañera de la esperanza, es un motivo característico del Adviento. Bueno  es que comunique su tono a nuestras celebraciones y a nuestra predicación; y que  exhortemos a la alegría profunda en un tiempo que no puede parecer muy propicio a ello:  como la Jerusalén a quien se dirigía Baruc, los creyentes tenemos que saber mirar siempre  hacia oriente y discernir las maravillas de Dios. Porque es en Dios donde se enraiza y se  alimenta nuestra alegría: en aquel que tiene como propias la justicia y la misericordia.

-El evangelio es un texto clásico y bien conocido. El relato de la Buena Nueva se abre  con la figura y la predicación de Juan, y Lucas nos enmarca al Bautista, con toda precisión,  en su tiempo.

La salvación de Dios se ha hecho presente en nuestra vida y en nuestra historia humana:  no son esperanzas etéreas, sino realidades concretas que tienen lugar en un lugar del  espacio y en un momento del tiempo. Dios sale a nuestro encuentro del único modo posible:  con realismo.

-Recojamos otra idea que va apareciendo estos días con cierta  insistencia y con la que ya nos encontrábamos hace una semana: "que los afanes de este  mundo no nos impidan salir animosos al encuentro de tu Hijo" (colecta); "danos sabiduría  para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo" (postcomunión). 

Cuidado con hacer una lectura espiritualista o evasiva de estas frases, porque solamente  en medio de las preocupaciones, las luchas y las alegrías de cada día corremos al  encuentro del Salvador y es únicamente valorando las cosas de la tierra (como Jesús las  valoraba, y no siguiendo otros criterios) como tenemos el corazón puesto en las del cielo.

-Dios conducirá a Israel, lleno de alegría, a la luz de su gloria, con aquella justicia y  aquella misericordia que le son propias. La justicia y la misericordia son propias de Dios.

También nosotros caminamos a la sombra de sus alas bajo su protección como la de un  escudo. El nos conduce. Reavivar este dato básico de nuestra fe nos llena de alegría:  estamos siempre en las manos del Padre.

-El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el  Día de Cristo Jesús. A veces nos cansamos, o bien nos desanimamos porque hemos  perdido el fervor que habíamos tenido tiempo atrás. La vida nos gasta y el paso del tiempo  y de los años nos comunica su rutina. Pero el cristiano sabe que, cada día que pasa,  avanza hacia el Día de Jesucristo. Y que es aquel mismo que inauguró en él la empresa  buena quien, ahora, le conduce hacia adelante y quien un día va a coronarlo.

-En el año quince del reinado del emperador Tiberio... La historia  sigue su curso y tiene sus puntos de referencia en los grandes imperios y sus soberanos y  en los jefes de la institución religiosa. Pero entretanto Dios comunica su Palabra a quien  quiere y va cumpliendo su promesa de salvación universal. De este modo nuestra historia  humana se convierte en historia santa, porque la salvación de Dios nos llega por caminos  de encarnación.

Durante el Adviento renovamos la esperanza escatológica de la consumación y la  plenitud; pero ésta se nos ha ido acercando en la historia, hasta el punto que no será otra  cosa que la segunda venida de aquel que vino "en la humanidad de nuestra carne"  (prefacio).

-Todos verán la salvación de Dios. La salvación es universal: aquel que nace en Navidad  es el salvador de todos los hombres (recordemos:"omnis caro" toda carne). La iglesia,  decimos, es el "sacramento" (el signo sensible) de esta salvación universal, el lugar donde  se hace accesible y visible. Baruc decía a Jerusalén: "Dios mostrará tu resplandor a  cuantos viven bajo el cielo". Este mensaje universalista debería conducirnos a revisar si no  tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación individual; o si no convertimos  nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, de un único color, poco abiertos y  proclamadores de esta salvación universal. El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas  partes. Pero ¿es realmente signo sensible de aquel que vino "en la humildad de nuestra  carne"?

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1982, 23


6.

1) Salir animosos al encuentro del Señor  Este segundo domingo continúa en gran parte la perspectiva del anterior. Así reza la  oración colecta: "Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al  encuentro de tu Hijo...". La perspectiva primitiva del Adviento parece que fue ésta: la espera  vigilante y activa del Señor, Juez de todo el universo. El Adviento presenta las realidades  definitivas como culminación de una historia de amor (por parte de Dios) y de fidelidad e  infidelidades (por parte del hombre). El final, la venida última del Hijo del Hombre (Evang.I  Dom.) es la culminación de la Historia de salvación, el juicio misericordioso pero justo por  parte de Dios, a los hombres, los pueblos, las culturas, los progresos y regresos humanos. 

Todos reconocerán al Jesús humillado y glorificado como el Señor, enviado del Padre para  salvar, acogido por unos, desconocido por otros, rechazado por algunos. Ante la venida definitiva del Señor los cristianos han de ir a su encuentro con buen  ánimo, no impedidos por los afanes justos de este mundo, sino guiados por la sabiduría  iluminadora de Dios. En este contexto se encuadra la 2ª lectura, que habla de un crecer "en  penetración y en sensibilidad para apreciar los valores", con limpieza "e irreprochables,  cargados de frutos de justicia", con la mirada puesta en el "Día de Cristo el Señor".

2) El equilibrio y sabiduría de la espera cristiana 

La espera del Señor y la preparación para su encuentro, por parte de los cristianos,  implica la sabiduría, fruto del Espíritu de Dios. Por eso la oración colecta pide a Dios:  "guíanos hasta él (Señor) con sabiduría divina"... Es la sabiduría para discernir los valores,  para proceder de modo que agrademos a Dios (2ª lect. domingo I), para no flaquear y seguir  adelante (Ibid.), "para apreciar los valores" (2ª lect. de este dom.), para tener confianza en  "que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante"... (Ibid.). 

Pero es sobre todo la poscomunión la que pide: "... nos des sabiduría para sopesar los  bienes de la tierra amando intensamente los del cielo". Esta es la verdadera sabiduría de  quien se deja conducir por el Espíritu Santo. Valorará las cosas en su justa medida; utilizará  los progresos como "medios", a veces óptimos, al servicio de la humanidad y del bien. 

Sabrá distinguir la ambigüedad y manipulación en que están envueltos. Pero el corazón de  estas personas sólo descansará en los valores que permanecen. Esta sabiduría acompañó  a los santos, por eso comprometidos con su tiempo, no les sorprendió la venida del Señor.

3) La alegría del Adviento 

El Adviento es un tiempo marcado por la alegría. No es la alegría de Navidad o de  Pascua, pero es el gozo de caminar en la presencia del Señor, de estar abiertos a su  venida, de mantenerse fieles a su iniciativa de amor. La antífona de entrada (Is 30,19.30)  proclama: "El Señor hará oír su voz gloriosa en la alegría de nuestro corazón". Es la alegría  que irradian los que viven de él, los que lo esperan todo de su misericordia, quienes no  adoran a los ídolos de hoy: dinero, placer, poder, vanagloria, influencia, consumismo...

La antífona de comunión expresa estos mismos sentimientos: "Levántate, Jerusalén;  ponte sobre la cumbre y mira la alegría que te va a traer tu Dios". Pero es sobre todo el  salmo (125) el que ahonda en los sentimientos de alegría. Su estribillo es: "El Señor ha  estado grande con nosotros, y estamos alegres". Es el canto de los deportados que  retornan; prefigura la alegría de la era mesiánica. La alegría llegará a plenitud cuando el  Dios-con-nosotros se haga presente (Navidad).

R. GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1994, 15


7.

EL DESIERTO DEL ADVIENTO 

El desierto es un lugar que hace cambiar en  lo físico Y en lo espiritual. Tras una experiencia  de desierto muchos se han sentido  trastocados. Juan Bautista vivió en el desierto,  forjó y templó su espíritu en el desierto. Juan  Bautista cambió en lo físico y en lo espiritual.  Seguro que su figura sería de ceño duro, de  piel curtida, de cabellos enredados por el  viento del desierto; su figura sería  terriblemente amenazante. Y es que Juan  Bautista es profeta por la palabra recibida en  el desierto, lugar de escucha. Sobre él vino la  Palabra de Dios. Nos lo ha situado el  Evangelio dentro de un marco histórico. 

Juan Bautista nos habla del Adviento:  "enderezad lo torcido, allanad lo escabroso";  este gran mensaje del adviento primero y de  nuestro adviento de hoy, tiene un sentido  actual, vivo, palpitante en nosotros.  Evidentemente Dios no viene a nosotros por  lo fácil, sino por lo difícil; y nosotros los  cristianos debemos hacer fácil lo difícil; y  porque resuena en nosotros la palabra  incesante de Dios, tenemos que lanzarnos y  comprometernos, tenemos que asimilar todo lo  que es trascendente, que no es fruto de  ilusiones o filosofías humanas, sino del fiarnos  de Dios. 

Si escuchamos la Palabra de Dios sentados,  en actitud de acogida, es para ponernos en  pie. Nos lo ha dicho el profeta Baruc: "Ponte  en pie, Jerusalén". "Ponéos en pie, cristianos:  Basta ya de sentadas. Basta ya de  pasividades, de pacifismos cómodos, estemos  en pie. Seamos signos, en nuestra nación, en  todo el mundo, en nuestra ciudad, de  testimonio fiel y justo de una verdad, de una  esperanza. Ser cristiano es recibir la Palabra y  trasmitir la Palabra. No es silencio, no es  callar, no es conformarnos con todo. 

Hubo un mensaje en el desierto de Juan el  Bautista. Hay un mensaje, hoy, para nuestro  mundo, para los que esperan y para los que  aún no han abierto su corazón a la esperanza:  "Dios viene, Dios nos salva. Dios está  presente en nuestra historia". Sepamos salir  de bloqueos, de cerrazones, de fracasos, de  pesimismos, de tinieblas. Comprometámonos a  ser signos de la verdad de Dios, de la justicia  de un nuevo nacimiento, un nuevo mundo, una  nueva sociedad; sólo así haremos posible la  salvación de Dios. 

Andrés Pardo


8.

Juan el bautista aparece hoy como el gran  protagonista en la página del Evangelio de  Lucas, pero su protagonismo es en función del  Mesías, de Jesús el Señor ¨Y a ti niño te  llamarán profeta del Altísimo, porque irás  delante del Señor a preparar sus caminos... ¨  (Lc 1, 76-77). Juan se dio por entero a crear  en el pueblo una viva esperanza en la  salvación de Dios, creó gran expectativa,  convenciendo al pueblo de que era necesario,  indispensable prepararse para la venida de  Dios. "Preparen el camino del Señor... y todos  verán la salvación de Dios".

Esta profecía de Isaías que Juan encarnó  perfectamente, debe introducirnos en el  auténtico sentido del Adviento que busca  suscitar en nosotros una actitud  profundamente espiritual.

Hay que vivir el Adviento en una gozosa  espera del Señor, no permitiendo que la mente  se embote por la preocupación de las fiestas  navideñas, el gasto económico o la pena por  no tener dinero para gastar y comprar.

Es Dios el que viene, a él hay que celebrarlo  y glorificarlo, no a las cosas ni a los regalos;  es la fiesta de la familia cristiana que debe  escuchar su voz para celebrar gozosa su  venida y vivir las fiestas navideñas en un  auténtico espíritu evangélico.

La llegada de Dios se comunica con alegría,  pero nos exige enderezar lo torcido; en este  tiempo pidamos al Espíritu Santo que armonice  nuestra existencia adecuándola a la voz del  Señor para que podamos como familia  cristiana decir a una sola voz: ¡Ven Señor  Jesús!.

CE de Liturgia PERU


9. Abrir caminos

La liturgia de este segundo domingo de Adviento está marcada por el conocido grito  profético: "Una voz grita en le desierto: Preparad el camino del Señor" y que Lucas  recuerda para describir la misión del Bautista como precursor del Mesías.

Al resonar estas palabras en nuestra celebración hemos de reconocernos como  encargados de continuar la tarea de abrir caminos para que el Señor pueda encontrarse  con nosotros y con los demás hombres.

La lectura evangélica nos ofrece una buena pista: la introducción histórica que hace san  Lucas está llena de los nombres altisonantes de los protagonistas de la historia en aquel  momento y lugar. Sin embargo, el evangelista sabe dónde se está jugando la verdadera  historia de Dios y del hombre y descubre el camino del Señor en un lugar apartado de los  grandes de este mundo: "Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el  desierto".

Minúsculo en el concierto de las naciones era el Israel que volvía del destierro y, sin  embargo, para Dios merecía toda la atención que describe Baruc: "Dios ha mandado  abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas... para que Israel camine  con seguridad".

Un puñado de cristianos era la comunidad de Filipo y san Pablo estaba convencido de  que era una empresa inaugurada por el mismo Cristo. Así, nosotros hemos de afianzarnos en los valores evangélicos, como recomienda san  Pablo, "que vuestro amor siga creciendo en penetración y sensibilidad para apreciar los  valores" y así podremos descubrir los caminos por donde quiere acercarse el Señor a  nuestro entorno social, grupo parroquial, etc.

Antonio Luis Mtnez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 233 - Año V - 7 de diciembre de 1997