COMENTARIO AL EVANGELIO
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Palabra "evangelio" y su significado.
El helenismo consideraba como "alegre noticia" el nacimiento de un príncipe, de un heredero del trono. El día del nacimiento del divino Augusto significó para el mundo el comienzo de la alegre noticia, se lee en una famosa inscripción de aquella época.

Pero no es así como piensa Marcos. Para él el evangelio -o sea, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza- es Jesús, su persona, su historia, su predicación. Podemos entonces traducir de este modo: comienzo de la alegre noticia que consiste en el hecho de que Jesús de Nazaret (ese Jesús que llevó una vida humilde, que escogió el servicio y la cruz) es el Mesías, es el Hijo de Dios.

Así, pues, Marcos pone al comienzo de su narración dos profesiones de fe, en torno a las cuales se desarrollará toda su meditación sucesiva: Jesús es el Mesías (este título lo explicará en su sentido exacto en 8, 29) y Jesús es el Hijo de Dios (para comprender su significado profundo y sorprendente hay que leer 15, 39). Al leer 8, 29 (y su contexto) nos vemos invitados a pasar del Mesías al hijo del hombre: Jesús es Mesías, pero no en la línea política y nacionalista, sino de la cruz. Al leer 15, 39, llegamos a comprender que Jesús es verdaderamente un Hijo de Dios para nosotros, un Dios que ama al hombre y que se revela en el amor (así es como lo comprende el centurión, ejemplo de catecúmeno que ha logrado captar el misterio).

Pero insistamos un poco más. El título de Hijo de Dios tiene claramente el sentido teológico tan denso que le atribuía la comunidad postpascual del tiempo de Marcos. Es un título que Marcos utiliza con cierta sobriedad. Lo utiliza sobre todo en tres textos importantes: en el bautismo (1, 11), en la trasfiguración (9, 7) y en la profesión de fe del centurión al pie de la cruz (15, 39). Hay diversas maneras de pensar en el Hijo de Dios. Parecería lógico, por ejemplo, concebirlo únicamente en la línea de la gloria y del poder. Pero Marcos nos cuenta más bien unos hechos que nos obligan a concebirlo en la línea de la pobreza y del sufrimiento. Esta es la tesis central de su evangelio, como veremos. Pero ya los tres textos citados -bautismo, trasfiguración, la cruz- son, a este propósito, muy significativos. El bautismo coloca la vocación mesiánica de Jesús en la línea del Siervo de Dios, de quien habló Isaías: un proyecto de salvación que pasa a través del servicio y de la muerte por los demás. La trasfiguración se coloca después del anuncio de la pasión y tiene la finalidad de revelar de antemano a los discípulos que la cruz encierra la resurrección.

Finalmente, es precisamente ante Jesús moribundo donde se convierte el primer pagano: el centurión reconoce en Jesús al Hijo de Dios no porque vea algún prodigio, sino porque lo ve morir. El título programático del evangelio de Marcos no se limita a presentar a Jesús como Hijo de Dios. Quiere demostrar que el hecho de que Jesús sea Hijo de Dios es evangelio para nosotros, es una buena noticia esperada y sorprendente a la vez.

Jesús no es un Hijo de Dios para él, sino para nosotros. La prerrogativa de ser hijos de Dios no se refiere sólo a él, sino también a nosotros. En el hecho de que Jesús sea Hijo de Dios está encerrada nuestra liberación.

En definitiva, la "alegre noticia" consiste precisamente en la continuidad entre el Jesús de Nazaret y el Señor resucitado; consiste en el hecho de que el Hijo de Dios y su salvación se han manifestado en Jesús y en lo que ocurrió con él (en su solidaridad con los hombres, con los más humildes; en su amor obstinado, derrotado, pero victorioso). Si el Hijo de Dios se hubiera manifestado en las formas espléndidas del emperador, no habría sido una "alegre noticia": no habría sido ninguna novedad, ninguna liberación ni esperanza. Y si la historia de Jesús de Nazaret (su amor, sus opciones, su anuncio) se hubiera detenido en la cruz, tampoco habría sido una alegre noticia: habría sido una prueba más de que el amor es derrotado, de que la esperanza de los humildes y de los mártires es inútil. La "alegre noticia" está en el hecho de que Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado (16, 6), es el Hijo de Dios, es el Señor.

Es importante mantener unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado y resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está la buena noticia. Es tarea de la Iglesia (y esto es lo que Marcos quiere explicar) no solamente hablar de Dios, sino del Dios que se ha revelado en Jesús de Nazaret, en el amor, en la solidaridad, en el gesto del hermano que se siente tan afectado por nosotros que llega a dar su vida por rescatarnos. Es que a Dios se le puede proclamar de diversas maneras. Pero tampoco es tarea de la Iglesia el hacer simplemente comunión, solidaridad y fraternidad; es preciso indicar en la comunión la presencia de Dios, como lo hizo el centurión, cuando "al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente era Hijo de Dios".


BRUNO MAGGIONI