REFLEXIONES
 

 

1. D/PREFERENCIAS

Cuando una madre espera traduce su espera en una gran actividad mental, afectiva y física por prepararse y preparar todo lo necesario para que el nacimiento se dé bien y el que viene tenga preparadas las cosas necesarias y el ambiente adecuado para ser recibido, querido y facilitada su vida.

Según la compresión de Lucas, sin fe no hay esperanza y sin esperanza no hay fe. Esto nos lleva a ver la gravedad de la situación humana, en sentido profundo, del hombre moderno que tiende a prescindir de esta dimensión religiosa de la esperanza. ¿Cómo podrá resolver el problema de las grandes esperanzas sin fe? Porque por encima de las pequeñas ilusiones que todos nos hacemos están las grandes esperanzas personales y globales: de vida y amor, de perdón... de convivencia libre y armónica, de justicia y paz... a las que el hombre desarrollado parece más indiferente a diferencia de las sociedades en desarrollo donde la necesidad abre a la esperanza y a la fe.

No es extraño que si la esperanza genera fe, ésta tenga su futuro entre los marginados del mundo y en los países del tercer mundo y que entre en crisis entre los ricos y las sociedades avanzadas, entretenidos en las ilusiones consumistas y temerosos de novedades que puedan introducir cambios en el actual reparto de beneficios del mundo.

-LA FE, COSA DE MUJERES Y NIÑOS. 
Esta es la extendida frase de quien permite a su esposa y niños la asistencia religiosa mientras él se mantiene al margen. Es el descrédito pretendido por algunos, achacando la fe al hambre, a la ignorancia, a los grupos sociológicos marginales.

¡Afortunadamente, sí! Afortunadamente Dios es más fácil y asequible para pobres que para ricos, para débiles que para fuertes, para necesitados que para satisfechos. Afortunadamente Dios es gratuito, pero hay que esperarlo y preparar su venida y de eso saben los marginados más que los entretenidos consumidores de las sociedades ricas, muy ocupados, ahora en Navidad, de preparar bebidas, turrones, luces, regalos y menos ocupados de prepararse y preparar con ilusión un sitio al Niño que viene.

Lucas tiene razón en poner a dos mujeres, tan marginadas entonces, como expresión plástica de la alegría que aporta la fe.

-DIOS ES PARA QUIEN LE NECESITA. 
En la Biblia, las experiencias más profundas de fe se da, casi exclusivamente, en personas de escasas posibilidades humanas. Un pueblo de esclavos puede a una superpotencia, un muchacho sin armas vence al guerrero más fuerte, un pueblecito pequeño como Belén aporta más que una gran ciudad orgullosa de sí misma como Jerusalén, una mujer marcada por su embarazo y marginada por ser mujer es la gran madre de las posibilidades humanas, un Jesús pobre e impotente sacude al César fuerte y poderoso, un ciego tullido descubre la luz en lugar de Pilatos que permanece en la oscuridad a pesar de todos sus medios, un leproso despreciado que espera puede experimentar la alegría de ver cumplida su esperanza y no Herodes que, sin esperanza, quiere entretenerse en ver realizadas sus ilusiones de pasatiempo y diversión a costa de Jesús.

Es constante en la Biblia la afirmación de que Dios se manifiesta a quien le espera y necesita y que su encuentro provoca una experiencia de alegría como les ocurre a Isabel y María, o como les ocurre a unos padres que quieren y esperan un niño, como a los abuelos que anhelan ver la continuidad familiar.

-¡DICHOSO EL QUE CREE Y ESPERA! 
Dichoso el creyente en una sociedad con poca esperanza. No porque vaya a tener más cosas que es el sentido interesado de nuestra mentalidad materialista. Porque la vida adquiere un sentido radicalmente distinto con la convicción profunda de la confianza, de una actitud tan humana y rica como vivir confiando en el futuro porque Dios, el Dios de la Biblia, el de Jesús, el de los necesitados, está ahí al acecho, para sorprendernos gratamente con sus intervenciones en favor de quien le espera y necesita.

Dichoso el que cree y estos días espera que algo importante ocurra, porque su vida cambiará como la de los padres que esperan a un niño que viene y llena la casa de alegría.

JOSÉ ALEGRE ARAGÜÉS
DABAR 1988, 4


2. MEDITACIÓN SOBRE LA VISITACIÓN: 
    M/ARCA-ALIANZA VISITACION/MEDITACION:

PRIMER MISTERIO

Hemos colocado nuestra peregrinación "bajo el signo de la Alianza" y nos encontramos en la contemplación de este misterio de la Alianza en un momento decisivo. Del mismo modo que el arca de la Alianza va desde Beth-Shemesh (en Galilea) hasta Jerusalén, así la Virgen María -la que porta y acoge a Dios en su seno, para manifestar su presencia y su gloria al mundo- la nueva arca de la Alianza, se pone en camino de Galilea hasta Jerusalén en donde se sellará de un modo definitivo y superabundante por la Sangre del Cordero la alianza de Dios con los hombres. Este camino realizado por la nueva arca de la Alianza es el que vamos a contemplar y más especialmente de las disposiciones que rebosan en el corazón de María.

M/SERVICIO SERVICIO/M En primer lugar la disponibilidad de su corazón. Han bastado unas palabras del ángel tras el anuncio de la extraordinaria noticia: "Mira también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella a quien llamaban estéril, porque nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 36-37). La indicación de la situación de Isabel basta para provocar el movimiento de la Virgen María. En vez de encerrarse exclusivamente en sí misma, en el caso único que representa, en los problemas que se van a suscitar o incluso en el carácter excepcional y milagroso de su relación con Dios, permanece totalmente disponible para las alegrías y las preocupaciones de los demás. Comprende pronto que su prima, de edad ya avanzada, va a necesitar ayuda. María, que sabe leer los signos de los tiempos y que posee un sentido concreto de la llamada de Dios, comprende rápidamente el sentido de la llamada particular que se le dirige: lleva tu ayuda a tu prima.

María, madre siempre disponible, haz que a semejanza tuya, sepamos reconocer en nuestra vida, en los signos concretos, las llamadas de Dios y que respondamos, como tú hiciste, de manera concreta. Tú bien sabes que cuando nos ponemos a rezar, tendemos a quedar tan absortos en nuestros impulsos pseudomísticos que corremos el riesgo de desviarnos de la realidad cotidiana. Ninguna relación de un ser humano con Dios ha llegado tan lejos como la tuya, sin embargo tú permaneces atenta a los hechos menudos que constituyen la vida de los hombres. Ruega a tu Hijo para que me conceda ver esos signos: una parroquia sin sacerdote, un enfermo que necesita ser visitado, un colaborador en apuros, un joven en crisis, y comprender la llamada que Dios puede dirigirme a través de una circunstancia particular. Ruega a tu Hijo para que me otorgue el discernimiento necesario a fin de que sepa distinguir entre lo que es realmente llamada y lo que sería una abnegación intempestiva por mi parte. Porque lo importante no es ser abnegado sino responder a la llamada. La abnegación que sólo es una búsqueda de la valoración de uno mismo hace cometer muchos errores, envenena nuestras relaciones con los demás, falsea lo que realizamos. Basta con que miremos en torno de nosotros: ¡Cuántas personas abnegadas e insoportables en nuestras parroquias, cuántos lugares ocupados en detrimento del amor verdadero!

Que al mirarte, María, sabiéndome llamado y queriendo responder de manera concreta, comprometiendo algo de mi vida y de mi tiempo, vaya yo contigo hacia la tarea que Dios me confía tratando de poner allí mi fidelidad.

Dios te salve, María...

SEGUNDO MISTERIO

María se pone pues en camino y quiero imaginar que va en compañía de José. Las mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran unos cuatro días de marcha. Veo, pues, a María y a José, poniendo la albarda sobre su pequeño asno, reuniéndose de etapa en etapa con grupos de viajeros, porque los caminos son poco seguros. Consideremos este camino que harán juntos como el icono del camino que tenemos que hacer para reunirnos con los demás. Porque es cierto que existe una distancia entre nuestros hermanos y nosotros. Desde los más alejados por la raza, el ambiente, las ideas o la fe, hasta los más próximos. Distancia que crean la timidez, el respeto humano, el orgullo, la negativa a dar el primer paso, la dificultad de comunicarse. O muro de silencios acumulados, de desconfianzas irrazonadas, de golpes bajos de unos contra otros. Estamos llamados a franquear esta distancia...

Para franquearla, María, caminas pobremente. Tu medio de transporte es pobre; tu equipaje es pobre; tu competencia es pobre. Porque bien está eso de ir a ayudar a una prima pero tú no tienes experiencia alguna en la que puedas apoyarte. Vas con lo poco que eres y tienes. Cuántas ocasiones he perdido porque quería franquear la distancia que me separa de mi hermano, pero con la condición de aportarle algo, de hacer algo sonado. Tú aceptas lo poco que eres capaz de dar; te acercas a tu prima con tus pobres medios. El símbolo de la pobreza de este acto es el pequeño asno que te acompaña. Que todos los asnos de Tierra Santa nos recuerden esta esencial disposición interior de pobreza que debe caracterizar nuestro camino hacia los demás: al contemplarte, María, comprendo que debo ir hacia los otros con los pequeños medios de que dispongo. "Nuestra Señora de los pequeños medios, ruega por nosotros".

Dios te salve, María...

TERCER MISTERIO.

María camina no sólo en pobreza sino también en humildad. No es que sufra humillaciones o que trate de infligirse humillaciones. Nadie se burla de su acento galileo ni de su escaso equipaje; pasa desapercibida y eso le parece muy natural. Nadie la presta atención especial en el curso de estas marchas colectivas a ella, que lleva el Mesías esperado del pueblo judío, y que lo sabe, al menos por la naturaleza milagrosa de la concepción virginal, aunque esté lejos de haber comprendido lo que su corazón acoge ya en plenitud.

Mientras, nosotros observamos sin cesar el efecto que causamos. Si tengo un puesto importante, ¿tienen los demás plena conciencia de la importancia de mi misión? Si tengo un puesto modesto, ¿nadie se da cuenta de que valgo para más? Analizo sin cesar y experimento el choque del efecto producido. Tú, María, eres la que soñarían ser todas las mujeres de Israel, eres la Madre del Mesías de una manera simple y gratuita. Eres la Virgen pura y limpia. Consientes en paz al designio de Dios sobre ti y el lugar que ocupas. Que tu oración del Espíritu Santo purifique, María, mi corazón a fin de que me abandone en la paz, confiando en sus manos mis actividades y los trabajos que estoy llamado a desempeñar. Todo está en tus manos y no en las mías. Si me encuentro en tu compañía, María, ¿no me contagiaré sin darme cuenta de tu simplicidad, de tu pureza? ¿Y no es eso el rosario, oración que los hombres de hoy -más aún que las mujeres- preocupados por la eficacia y el rendimiento hasta en la acción apostólica, relegarían de buena gana al almacén de lo accesorio? Ojalá guardemos la fidelidad a esta oración del pobre; estar contigo, en presencia de Dios, sin grandes ideas, sin estremecimientos pseudomísticos, sin otras palabras que las tan perfecta- mente conocidas de la salutación evangélica.

Dios te salve, María...

CUARTO MISTERIO.

María camina silenciosamente. Esto no quiere decir que esté encerrada en sí misma. Hay silencios que están replegados sobre sí y son una negativa a exponerse a los hermanos o simple actitud exterior. No, María no es la promotora de una regla de vida tediosa. Es una mujer radiante, simpática, alegre. Es una mujer enamorada. ¿Quién se atrevería a dudar de su amor a José? Su amor no es un simulacro, aunque generaciones de cristianos hayan querido hacer de San José un hombre sin virilidad, un anciano compasivo. ¡Como si con eso los engrandecieran y agrandaran la decisión de virginidad que los dos tomaron! Esta pareja enamorada se comunica con facilidad y los dos se comunican fácilmente con los demás. Constituyen la alegría de su pequeña caravana pues, al obstáculo que la naturaleza humana aporta desde Adán y Eva para la comunicación fraternal no añaden ese otro que es el pecado personal.

Sin embargo María y José se muestran silenciosos. Tú tienes, María, una larga costumbre de escuchar a Dios; llevas en tu seno el Verbo de Dios y le escuchas en tu corazón; es él quien te dice que vayas a tu prima y hacia los demás. Esa será siempre tu actitud primera: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 51). Tú nos invitas a hacer lo mismo, porque tenemos la tentación de pensar que el silencio es bueno para los monjes. Sin embargo advertimos muy bien que en nuestro caminar hacia los demás en la vida social, en la vida familiar o apostólica, se oye el ruido de nuestra vanidad, nuestros rencores y nuestra voluntad de poder. Tenemos problemas o nos los creamos.

Ojalá podamos imitándote, adquirir el silencio del corazón y comprendamos lo que antes no comprendíamos... "Sí, es cierto, me equivoqué, juzgué con harta precipitación, no comprendí que tenía que hacer esto o aquello. Pero ahora, en el silencio, encuentro el verdadero camino de la comunicación con los demás". Comunícame, María, tu pasión por tener un corazón silencioso para poder amar mejor a mis hermanos.

Dios te salve, María...

QUINTO MISTERIO.

Estamos en Ain Karem donde residían Isabel y Zacarías cuando no estaba al servicio del templo. Isabel (y Juan el Precursor en su seno) y María (y Jesús en su seno) constituyen la primera iglesia y hacen posible la efusión del Espíritu Santo en esta Iglesia naciente. No se veían a menudo pero se querían. Esta escena ha inspirado a muchos escultores de nuestras catedrales: María en los brazos de Isabel, Isabel en los brazos de María. Dos mujeres habitadas por el Espíritu Santo comparten la obra de Dios en un impulso de ternura de donde brota un fuego: Isabel, que practica la virtud del asombro, ejerce el don de la profecía -¿Cómo sabe que María es la madre de su Salvador?- y María que recoge en el Magnificat la riqueza del Antiguo Testamento para proclamar el amor de Dios y revelar su designio sobre los pobres y la liberación de los hombres. Finalmente, Juan el Bautista, que baila en el seno de su madre ante la nueva arca de la Alianza, como bailó David ante el arca de la alianza al entrar en Jerusalén.

¿Cuál es el punto de origen de esta manifestación del Espíritu Santo, de este esplendor divino que estalla? Un acto de amor verdadero, un gesto fraternal verdadero. Verdadero por pobre, humilde, por hecho en el silencio ¡Qué más simple que una ayuda a las madres! Podría creerse que no existe medida entre este acto simple y la gloria de Dios manifestada al mundo. Y sin embargo... Nos sucede lo mismo cada vez que somos capaces de franquear la distancia que nos separa de nuestros hermanos en la pobreza, la humildad y el silencio. Dios se manifiesta cada vez que hacemos un acto de amor verdadero al servicio de nuestros hermanos. Sin duda porque no somos ni María ni Isabel, no se produce la misma manifestación resplandeciente que la Visitación. Al observar a María y a Isabel, sabemos en la fe que Dios se comunica en este acto fraternal, en este camino realizado, en esta distancia franqueada. Dios se comunica con los hombres cada vez que los hombres hacen un verdadero gesto fraternal y por consiguiente, pobre, humilde y silencioso.

Esto es lo que nos confirma San ·Ambrosio-SAN en su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas: "Feliz, le dice, tú que has creído" (Lc 1, 45). Felices vosotros también que habéis oído y creído; pues toda alma que posee la fe, concibe y da a luz la palabra de Dios y reconoce su obra. ¡Que resida en cada uno el alma de María para glorificar al Señor, en cada uno el espíritu de María para estremecerse en Dios! Aunque Cristo no tiene más que una madre según la carne, es el fruto de todos según la fe... El Señor es exaltado no porque la voz humana le añada algo, sino porque es exaltado en nosotros... Por eso, si alguien actúa con piedad y justicia, engrandece esta imagen de Dios, a cuya semejanza fue creado y al exaltarla se eleva hasta una especie de participación en su grandeza".

Que resida en cada uno de nosotros el alma de María. Que por la oración de María se nos otorgue esa pobreza, esa humildad, ese corazón silencioso a fin de que se manifieste en nosotros y en torno de nosotros la gloria de Dios.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 64ss


3.

-El anuncio a Isabel.

-De Judá saldrá el jefe de Israel.

-Viene para cumplir la voluntad de Dios.

Juan Bautista salta en el vientre de su madre al reconocer al Señor en el vientre de la Virgen. Y lo que sale de la boca de Isabel es una profesión de fe: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" Las dos primeras lecturas que describen lo que será este Niño, contrastan entre sí y, sin embargo, están íntimamente unidas: La primera, sacada del libro de Miqueas, presenta al Mesías como aquel que se erigirá como pastor por el poder del Señor... ¡El será nuestra paz!. Después de un tiempo de tranquilidad, el Señor provocará la venida del que debe salvar.

A este poderoso pastor canta el salmo responsorial tomado del salmo 79:

Pastor de Israel, escucha:

tú que te sientas sobre querubines, resplandece.

Despierta tu poder y ven a salvarnos.

Pero, por otra parte, la carta a los Hebreos evoca ya la Pascua y el papel de obediente hasta la muerte del que va a nacer. La venida de Cristo hecho carne suprime todos los sacrificios, que el Padre ya no quiere. Jesús ofrece su propio cuerpo como expiación por los pecados. Se trata, ante todo, de un sacrificio espiritual: cumplimiento de la voluntad del Padre, cuyo signo es la ofrenda del cuerpo hasta la efusión de la sangre y la muerte. San Pablo añade esto y estamos en la plena realidad pascual: "Y conforme a esa voluntad de Dios todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 144 s.


4. La Virgen de Cáritas.

Bien pudiera ser esta Virgen que va deprisa a la montaña, para saludar, para estar y para sentir a Isabel. Cercanía, presencia y servicio. Buenos títulos para Cáritas. Y todo eso "deprisa", con urgencia, porque "la caridad de Cristo nos urge". (2 Cor. 5,14), porque la caridad nunca se retrasa, porque el amor tiene prisas. Y todo hecho con sencillez y respeto. Algo parecido sucederá en Caná: Atenta a los problemas de los demás, los detecta y los asume. No los ignora ni se los sacude. Los comparte. Sea así Cáritas. Sabemos que la caridad más que dar es darse. Esto es lo que hace María: no da plata ni oro, pero sí da tiempo, da amistad, da presencia, da lo que es, se da. Y después nos dará lo mejor que tiene: el fruto de sus entrañas: algo que vale más y quiere más que a su propia vida; algo que es más suyo, más ella que ella misma. Nos lo da niño en Belén, joven en Galilea, maduro en el Calvario. ¡Qué despojo! Generosidad total. Sea así Cáritas.

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1985/85-2.Pág. 63


5.

- POR EL ANUNCIO DEL ÁNGEL, HEMOS CONOCIDO LA ENCARNACIÓN

Desde el día 17 de diciembre preparamos con mayor intensidad la Navidad. Hoy vemos más cercana la fiesta. Ayer precisamente leíamos en la misa diaria el anuncio del ángel a María. Durante este tiempo el Espíritu Santo nos ha ido preparando para el encuentro con el Señor. Él, que "habló por los profetas" (cf. Credo), preparó a los hombres "llevándolos con la esperanza de la salvación" (cf. Plegaria Eucarística IV). Y en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4,4). María acogió a Cristo por obra del Espíritu Santo (cf. Credo/Prefacio del 25 de marzo). De la misma manera, por su inspiración, Juan Bautista proclamó la venida de Cristo y mostró su presencia en medio de los hombres (cf. Prefacio II de Adviento).

En el evangelio de hoy encontramos juntas las dos figuras de la espera: María y Juan Bautista. Y al Espíritu Santo que pone en boca de Isabel la primera bienaventuranza. María es dichosa. Lo es por ser la madre de su Señor. Pero lo es todavía más porque ha creído: ha escuchado la palabra de Dios y la ha guardado. La Iglesia participa de la figura del Bautista porque anuncia la presencia salvadora de Cristo y proclama, a la vez, su retorno. La Iglesia participa también de la figura de María, porque constantemente tiene y da a Jesucristo, ya presente. La Iglesia, y cada uno de los bautizados, escucha y guarda la palabra de Dios; y se hace capaz de descubrir la presencia y la acción de Dios en el mundo. Y esto nos capacita para poner cuerpo y alma al servicio de la voluntad de Dios.

- CONDÚCENOS, POR LA CRUZ, A LA GLORlA DE LA RESURRECCIÓN

Preparación de la manifestación del Señor, celebración de su presencia en el misterio de la Iglesia. Este tiempo de esperanza viene marcado por el misterio pascual. Jesús es el Mesías esperado. Aquel que surgió de la más insignificante familia de Judá, ese será quien rija a Israel. Será el pastor del rebaño disperso. Él reunirá a las ovejas dispersas: las hará vivir en paz porque él es la paz (la lectura). Este pastor es quien salvará la viña robusta y fuerte (salmo responsorial).

Pero por muy anhelado que sea este Mesías, este Salvador, nada puede disminuir el gesto plenamente libre y gratuito de Dios que consiste en hacerse hombre para salvar al hombre. Sólo la Pascua puede ayudarnos a captar el sentido de la Encarnación del Hijo de Dios. Una vida humana vivida según Dios es lo único que puede unir a los hombres y a Dios. Jesús es fiel a la voluntad del Padre; es fiel a su amor hasta la muerte. Él ha unido definitivamente la humanidad a Dios. Su venida suprime todos los sacrificios, que ya no complacen a Dios. Jesús ofrece su propio cuerpo como expiación de los pecados; y lo hace hasta el derramamiento de su sangre y hasta la muerte. Como el autor de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura, hemos de citar el salmo 39: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad". Y añade: "Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre". Ahora ya estamos en plena realidad pascual.

- ¡CIELOS, DESTILAD EL ROCÍO!

El canto de entrada de hoy es la exclamación de Isaías en la espera. Durante el tiempo de Adviento nos hemos unido a los hombres y mujeres de la antigüedad que esperaban al Mesías, a los hombres y mujeres que sólo confiaron en Dios, la única salvación. También puede ser éste nuestro grito, en la tribulación, en la tristeza, en el pecado, en la marginación, en el abandono, en la injusticia. El cielo ya ha dejado caer el rocío. Dios es Dios-con-nosotros, el Enmanuel. Se ha hecho uno de nosotros. Y hemos contemplado su gloria. Pero le esperamos todavía: "y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos" (Credo). Y el deseo se nos pega al alma: "¡Cielos, destilad el rocío!", como también se nos pega la esperanza: "Cuando salga el sol, veréis al Rey de reyes, que viene del Padre, como el esposo sale de su cámara nupcial" (antífona del Magnificat, primeras vísperas de Navidad)

JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1997, 16, 13-14


6. M-DE-LA-O ANTIFONAS O

SANTA MARÍA DE LA O

Aunque esta fiesta mariana no figura hoy en el calendario litúrgico de la Iglesia, al menos en su nomenclatura universal, sí que hunde sus raíces tradicionales, devocionales y emocionales, en la religiosidad navideña del pueblo cristiano.

Bueno será, pues, evocarla en este IV domingo de Adviento, iluminado todo él por la figura de María, a las puertas mismas del Portal de Belén.

Una semana antes de la Nochebuena celebrábase, con ternura y con fe, la Expectación del parto de Nuestra Señora, por ella misma en su momento histórico, y por la Iglesia entera durante siglos.

Entraba así el Pueblo de Dios en el corazón de la Madre del Señor, haciendo propios sus sentimientos penúltimos ante el acontecimiento más sagrado de todos los tiempos. Las ásperas consonantes del vocablo «expectación», fueron gradualmente sustituidas en nuestro idioma por las más suaves y poéticas de Virgen de la Esperanza y Santa María de la O.

Lo primero, se entiende de inmediato; lo segundo requiere una explicación, que paso a darles. En la cuenta atrás de una semana, a partir del 25 de diciembre, y en el Oficio de Vísperas, cantado desde siglos en monasterios y catedrales, figura una septenario de antífonas, o minúsculas estrofas latinas, musicalizadas dulcemente en notas gregorianas, todas ellas de signo admirativo ante el misterio de la Navidad y que, por ello, arrancan con la interjección ¡Oh!, en latín sin hache.

Una ¡O! del asombro, de la adoración silenciosa, del arrobo místico, del amor embobado, que la Iglesia recita en estos términos:

«¡Oh Pastor de la casa de Israel, Sabiduría del Padre, Sol naciente, Hijo de David, Estandarte de las naciones, Emmanuel, Rey nuestro, Esperanza de los pueblos!». Estos y otros aún más bellos requiebros los intuye la Iglesia en el corazón de la Virgen antes del Parto, y los recita con ella mientras prepara, en el corazón de los creyentes, los pañales del Mesías.

En las lecturas de la misa el profeta Oseas (5,1-4a) felicita exultante a la ciudad de Belén de Judá, como cuna del Mesías.

La Carta a los Hebreos (10, 5-10) transcribe el ofrecimiento inaugural del Verbo Encarnado en el seno de María: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Mientras tanto, el evangelista San Lucas (1,39-45) pincela el bello icono de la Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel, musicalizado en el Magnificat. Tres escritos sagrados que incentivan hoy, más que nunca, el anhelo universal de los hombres: ¡Ven, Señor Jesús!.

Monseñor Antonio MONTERO
Arzobispo de Mérida-Badajoz
ABC/DIARIO 20-12-97


7. PREPARAR LA NAVIDAD

Preparar las cosas es signo de madurez en el obrar, es signo de nuestra vida. No podemos dejar las cosas al acaso, a la espontaneidad, a la fortuna. Preparamos aquello que nos interesa: unas oposiciones, un viaje, una comida... tantas y tantas cosas.

Es bueno que en este 4º domingo de adviento, próxima ya la Navidad, nosotros nos preguntemos: ¿hemos preparado la Navidad. ¿hemos preparado el acontecimientos salvador de Dios?

Evidentemente que nuestro mundo brilla ante una preparación, pero quizá una preparación que es fruto de una actividad comercial. Se preparan trenes especiales, se preparan grandes anuncios, programas sugestivos; se preparan nuestros belenes domésticos, nuestro árbol de navidad, la comida de esos días. Preparamos la Navidad con el simple testimonio de "felices pascuas", con unos christmas, ¿pero la preparamos profundamente en nuestro espíritu? ¿Nos quedamos en lo externo, en lo casi anecdótico y superficial, en lo que tiene colorido?

María ante su navidad, se pone en camino y sale de su casa, va a visitar a su prima Isabel y la ayuda con su trabajo. Y esto que puede parecer algo anecdótico y superficial puede sernos muy útil de cara a la Navidad próxima.

Fracasaríamos en nuestra vivencia cristiana si pensáramos sólo de cara a lo nuestro, de cara a nuestra casa, de cara a nuestros problemas y aunque nos ambientemos con villancicos y luces de colores, aunque de verdad vivamos en familia esos días, si nosotros nos encerramos, estamos rompiendo el sentido de la Navidad.

La Navidad es algo que tiene que romper nuestro egoísmo, nuestra cerrazón, para abrirnos a los demás. No tenemos que contentarnos con una colaboración en las campañas de Navidad. Tenemos que hacer algo más: ponernos en camino hacia el otro, sea familiar, amigo o desconocido. Esto es lo que hizo María ante su Navidad: ponerse en camino a casa de Isabel. Y nosotros que todavía estamos a tiempo ahora que todavía faltan unas fechas, podemos preguntarnos: ¿nos hemos puesto en camino por algo, por alguien?

Andrés Pardo


8. Para orar con la liturgia

Dichosa maría que unió virginidad, fecundidad y humildad. "Venerad, pues, los casados la integridad y pureza de aquel cuerpo mortal; admirad vosotras vírgenes consagradas la fecundidad de la Virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios, honrad ángeles santos a la Madre de vuestro Rey... a cuya dignidad sea dada todo gloria y honor". 

S. Bernardo
Homilía 1, sobre el Missus est


9. 

La figura de María tiene un lugar relevante en este domingo de Adviento, María se pone en camino y nos lleva al encuentro del Señor Jesús; se dirige a casa de su pariente Isabel donde escucharemos la magnifica alabanza a nuestra Madre «Dichosa tú que has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

La dicha que experimenta María está motivada por su «Sí» a Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). De su «Sí» dependía no sólo su alegría si no la alegría de toda la humanidad.

Al no poder contener tanto gozo, va al encuentro de Isabel que también ha sido objeto del amor misericordioso de Dios: qué grande es él, al mostrarnos que ha querido valerse de la pequeñez y fragilidad de dos mujeres movidas por el mismo Espíritu y unidas en la acción salvadora de Dios. Pero es la fe de María, su apertura y disponibilidad incondicional, su servicialidad al Hijo de Dios, lo que debe movernos en este día. Necesitamos como Ella, creer firmemente para alcanzar la madurez de una fe adulta. Debemos profundizar, estudiar, ilustrar nuestra fe, no sólo para adquirir conocimientos, sino para iluminarla desde el don del Espíritu que nos es comunicado en la oración, en la meditación; Ella «Todo lo meditaba en su corazón»; necesitamos como Ella salir al encuentro de nuestros hermanos para compartir el gozo de la salvación traída por el Señor; estos días previos a la Navidad deben ir acompañados de gestos concretos y uno de ellos debe ser en torno a la Paz; la mejor manera de celebrar la Navidad cristiana es construyendo la Paz.

Paz entre todos los que la hemos quebrado: las rencillas en la familia, con los amigos, los vecinos, hasta dejar que los derechos humanos sean pisoteados entre nosotros o lejos de nosotros. Abrirnos a este niño que es la Paz, es escoger un estilo de vida sencillo, en el que los valores humanos de la coherencia, la honradez, la fraternidad, la amistad, sean parte de nuestro modo de ser y actuar; es llenarnos de un profundo respeto hacia cada persona por lo que es y está llamada a ser.

El Jesús que nos presenta y nos trae María es la Paz. La Eucaristía de cada domingo es la celebración de la Paz. Celebrémosla preparándonos a recibirla.

CE de Liturgia PERU


10. Carta del Arzobispo

Dime, niño, ¿de quién eres?

Ya suena, ya revolotea por los aires decembrinos de la Navidad este villancico con fortuna, lo mismo en las ondas incansables de la radio, que en la música ambiental de los grandes almacenes, o en el microcosmos luciente y sonoro de los belenes domésticos. Sí, es cierto que hay otros dos villancicos que tal vez lo superan en notoriedad y algarabía: el de Los peces en el río y el de ¡Arre, arre la marimorena! Pero el primero se queda en un sonsonete pegadizo, en tanto que el otro nos suena a barato tirando a ramplón.

En cambio, en el Dime niño, nos dice así, espabilado y sin pestañear, el chiquillo vestido de blanco: "Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo". O sea, nos cuela de rondón en la luz del misterio. Mas, como estamos en un villancico, rompemos a cantar con alborozo, pero sin estridencias (no abusar de los panderos para que se nos oiga): "Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra y ¡viva el Niño de Dios, que nació en la Nochebuena!" Después, sólo nos queda, como contrapunto, la estrofilla final con un deje poético de nostalgia y un guiño, muy español, a la hermana muerte: "La nochebuena se viene, la nochebuena se va; y nosotros nos iremos y no volveremos más".

Trátase aquí, a mi gusto, de una pieza muy lograda, que merece lectura y comentario, como me dispongo a intentar. Ante el terremoto que provocó en la historia humana la venida a este mundo de Jesús de Nazaret, ante el desafío que sigue planteándole a la humanidad, dos mil años después, la figura suprahistórica de Cristo, considero muy puesta en razón la pregunta de siempre: -Jesús, ¿quién eres tú? Ya se la hicieron a Él los discípulos de Juan (Mt. 11, 3), al tiempo que se preguntaban sus paísanos de Nazaret, al comprobar su sabiduría y sus prodigios: ¿No es éste el hijo del carpintero? (Mc. 6,3).

Nacido de una mujer

Recuperemos la gracia inefable de nuestro villancico. En su texto cantado, donde casan tan bellamente la letra con la música, se le pregunta a Jesús, como tantas otras veces a cualquier niño: -¿Y tú, de quién eres? Bonita expresión para preguntarle por los padres. Cualquier niño bien educado contesta que de fulanito y fulanita, de Manolo y Mercedes. En nuestro caso, la respuesta se mantiene en esa misma línea, pero con diferencias muy llamativas. El niño habla primero de su madre y después de un progenitor insólito: Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo. Así lo confesamos en el Credo: Concibió por obra del Espíritu Santo, fundados en las palabras de Gabriel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti. Según los catecismos clásicos, ¡Oh infinito respeto!, el Espíritu Santo entró en el seno de María como el rayo de sol por el cristal, sin romperlo ni mancharlo.

¿No intuiría esto el poeta anónimo, autor de la letra, al presentar al pequeño todo vestido de blanco? La blancura en grado sumo nos remite a la santidad, a la pureza absoluta. La mediación de María merece párrafo propio. Porque aquí radica nuestro parentesco irrenunciable con Jesús de Nazaret, hijo de Dios y salvador del mundo. "Por eso, lo que de ti nacerá, le dijo Gabriel, será llamado el Hijo del Altísimo". Llegada la plenitud de los tiempos, añadiría san Pablo en un texto lapidario, "Envió Dios a su Hijo al mundo, nacido de mujer, sometido a la ley" (Gál 4,4). Semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Todo lo dicho lo compendia hermosamente san Agustín con la afirmación de que Dios se hizo hombre para hacernos dioses a nosotros.

¿De quién es Jesús?

Jugando un poco con las palabras, pero sin violentar su sentido, yo haría también otra lectura de la pregunta del villancico. No me planteo, Jesús, quién eres tú, que ya me lo sé; ni de quién procedes, como Dios y como hombre, lo cual, por tu gracia, también lo profeso. Mis tiros van por otro lado. ¿De quién eres, Señor? Una vez que estás aquí, ¿quién o quiénes son tus propietarios? ¿Cuál es tu grupo? ¿Dónde se te puede encontrar en un mundo tan plural, tan heterogéneo, tan contradictorio, tan caótico? No me atrevo a preguntarte si eres sólo de los nuestros o de todos. Pero, ahí quedan las preguntas.

Pensándomelo bien, encuentro en el Evangelio elementos y vestigios sobrados para intuir, para aproximarme un poco, a las respuestas. Es claro que en el acontecimiento de Belén, tú no le hiciste ascos a nacer en un pesebre. Cierto que tus padres no lo pretendieron adrede, sino que buscaron antes un recinto más idóneo que un establo.

Tampoco es que tú ni ellos hiciérais una opción refinada por la miseria; pero eráis pobres, y entre pobres naciste. Uno deduce, leyendo luego tus Bienaventuranzas y tu propia existencia posterior (no tenías donde reclinar la cabeza) que los pobres, no por sus indigencias, sino por su riqueza interior -humildad, austeridad, ayuda mútua, confianza en el Padre- eran afines a ti y siempre estarás con ellos, porque lo que hagamos con el más pequeño, contigo lo hacemos.

Paso la página de san Lucas y contemplo la escena de los Pastores. No los idealicemos. Eran gente ruda y corriente, digamos que trabajadores por cuenta ajena, que cumplen su deber a la intemperie nocturna, ganando el pan honradamente y llevándose bien entre sí. El sector más numeroso y más sano de la sociedad, que, entonces como ahora, sostiene, construye, en gran medida, lo que llamamos el bienestar común. El pueblo llano, el mundo del trabajo, la clase baja, y quizá la media baja, en los baremos de la época, si es que guardaban los rebaños propios. Ellos escucharon el canto de los ángeles, acudieron presurosos a la cueva, y se llenaron de gozo al ver al Niño y a su madre. Me pregunto: Sin su corazón sencillo, sin su opción por el bien, sin su disponibilidad hacia el prójimo, sin su fe de israelitas, ¿habrían merecido oir el canto de los ángeles, habrían echado a correr para ver al Niño en un pesebre? Gentes de bien, hombres y mujeres del trabajo y la familia, de costumbres honestas, de religiosidad sencilla: todos estuvísteis con los pastores de Belén.

Los buscadores de la Verdad

Caso aparte, pero no menos significativo, fue el de los Magos de Oriente. Su aventura presenta destellos mágicos, perdón por la redundancia. Son gentes de estudio, que miran al cielo. Son sujetos abiertos a la suerte futura de la humanidad de su tiempo. Digamos que intelectuales, con un componente de utopía. Pero, no sólo eso. Hombres nada aburguesados, aunque desahogados en su economía, sin llegar a Reyes, como los ha mitificado la tradición cristiana.

Contrariamente a los intelectuales de salón, aparecen abnegados para afrontar un largo viaje, son constantes en el seguimiento de la estrella, buscan la verdad entre los doctores de Jerusalén, informan ingenuamente a Herodes, caen de rodillas ante el Niño y ante la madre, ofrecen ricos presentes. No era allí donde se rechazaba a Herodes, a los maestros de Israel o a las demás gentes de Belén. La cueva no tenía puertas. Pero, junto a los pobres y sencillos, se hicieron allí presentes los estudiosos de verdad, los inquietos por el porvenir, los remontadores de obstáculos, los del trabajo en equipo, los de corazón ancho y alma fina, dispuestos a regalar lo que tienen.

- Dime, Niño, ¿de quién eres? - Que lo responda el Credo: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". La respuesta es "De todos". ¡Ojo! La cueva, la fe, la Iglesia, son de acceso libre. Todos están invitados a franquearlo y nadie entra a la fuerza.

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 235 - Año V - 21 de diciembre de 1997


11. Navidad: la cercanía del Niño-Dios que vence los temores

La Buena Noticia del nacimiento de Jesús que los ángeles anunciaron en la primera Navidad y cuyo eco recoge cada año esta página navideña, de mano de nuestros sacerdotes poetas, es la mayor de la invitaciones a superar el temor que siempre acecha a la familia humana, marcada tantas veces por desgracias y sufrimiento. Nuestro pueblo las ha sufrido recientemente con la riada Muchas de sus gentes necesitan también oír hoy, en el testimonio y la palabra de los creyentes, el anuncio de los ángeles: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." (Lc 2, 10-12).