37 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DE ADVIENTO
(26-37)

 

26.«CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA»

No hay cosa más bella en el mundo que comunicar alegría. «¡Bastantes penas tiene la vida!», solemos decir. Cuando alguien consigue contagiar alegrías a los demás, hacerle esbozar una sonrisa, arrancarle una buena carcajada, tengo para mí que algún nuevo lucero se ha encendido en el firmamento nocturno de la Humanidad. Contar un buen chiste, hacer un comentario inocentemente jocoso a su tiempo, aliviar con humor una pena, es aumentar en los hombres el caudal de la esperanza. Todo el evangelio es alegría porque todo él es esperanza. Por eso se llama «buena noticia». Y, si no, que se lo pregunten al ciego, al mudo, al paralítico, a los leprosos, a la samaritana, a la adúltera. Estoy seguro que ellos, por toda respuesta, nos contestarían: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Pues, bien, ved a María en el evangelio de hoy. Acaba de recibir la visita del ángel que le ha traído la «buena noticia»: «Concebirás y darás a luz un hijo, le pondrás por nombre Emmanuel, será grande y se llamará Hijo de Dios...».

Ella se dio cuenta de que la larga esperanza de Israel podía convertirse en realidad, si ella se comprometía a aquellos planes. No podían traerle una alegría mayor. Y se abandonó en el abismo de Dios: ¡Sea!

Pero, ¡ojo! que ella no se guardó la alegría en el paladeo personal de la maravilla. Ella, tan intimista y amiga de «guardarlo todo en su corazón», se desbordó. Consciente de que la alegría, como el bien, es difusiva, se fue a la montaña de Ain-Karín, a casa de su prima. Y aquel encuentro fue el triángulo de la alegría, un sin par «aleluya, a tres voces»: el Niño «dio saltos de gozo en sus entrañas»; Isabel no pudo menos que cantar: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Y María... ¡Bueno! María salmodió la «Oda de la Alegría» por excelencia: «Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

Andando el tiempo, San Pablo dirá: «Estad alegres en el Señor...». Y es natural. Una vez que «el Verbo se hizo carne», con todo lo que esto supone, y que «pasó por la vida haciendo el bien», la tristeza no puede tener cabida en el cristiano. «Un santo triste es un triste santo», decía dolorosamente Santa Teresa. Por eso, como oro en paño, guardan aún sus monjas, en el convento de San José, unas alpargatas, unas castañuelas y unas chirimías, con las que la santa bailaba para alegrar su conventico. Ejemplos como los de la castiza santa castellana echan por tierra los ataques de todos los «Nietzsches» que han afirmado que el cristianismo es «una religión pesimista que entenebrece el mundo con su tristeza». ¡Mentira!

Hombre, no podemos negar que ha sólido haber «aguafiestas» de tres al cuarto, que han confundido «santidad» con «sequedad». Sé yo que, en seminarios y noviciados, más de una vez, se dudaba de la «vocación» de quienes eran «demasiado abiertos, joviales y dicharacheros».

Pero esas posturas no pasaron de ser desenfoques del verdadero evangelio que, lo repito, es alegría. Oídme una cosa. Las tres virtudes teologales son cuatro: fe, esperanza, caridad y alegría. Lo que pasa es que el hombre confunde la alegría con el follón, la gamberrada y otros sucedáneos aberrantes. Pero, claro, como decía Walton: «Nuestras alegrías no pueden ser ésas que obligan a nuestros amigos, a la mañana siguiente, a mirarnos avergonzados». Evidente. ¡La alegría que llevó María a su prima Isabel, ya os dais cuenta, era otra cosa! Por eso, la llamamos «Causa de nuestra alegría».

ELVIRA-1.Págs. 201 s.


27.

Frase evangélica: «¡Dichosa tú, que has creído!»

Tema de predicación: LA VISITA DEL SEÑOR

1. BENDICIÓN:BENDECIR

Por lo general, percibimos como «bendición» la bendición descendente que el sacerdote imparte al final de la misa; naturalmente, todos necesitamos el favor de Dios o su protección, y queremos que Dios nos bendiga. Pero somos menos sensibles a la bendición ascendente, la dirigida a Dios para alabarlo o glorificarlo. Sin embargo, esta bendición es más importante que la primera, ya que el centro cristiano está en Dios, o en los otros en cuanto necesitados, no en nosotros mismos. En definitiva, sabemos pedir mejor que agradecer, reconocer o alabar.

2. Bendecir (bene-dicere) significa hablar bien, ensalzar, glorificar. Con anterioridad al nacimiento de Jesús, aparecen en los evangelios bendiciones por parte de Zacarías, Simeón, Isabel y María. Todos bendicen a Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo Jesús bendice a los niños, a los enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda bendición, en última instancia, va dirigida a Dios. La oración de bendición es, sobre todo, alabanza y acción de gracias. De este modo celebramos la eucaristía. Pero también la bendición se extiende a todas las criaturas, incluso a las inanimadas: ramos, ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos, y especialmente «bendita» es María, madre del Señor y madre nuestra.

3. El Espíritu Santo ayuda a Isabel a pronunciar una bendición: «¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!». Desde entonces, millones de veces lo hemos dicho todos los cristianos en el Ave María. Son benditos, bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra, los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos cuesta tanto dar las gracias y bendecir?

¿Dónde encontramos hoy la «visita» del Señor?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 244 s.


28.

Estamos a punto de entrar en la Navidad. El miércoles por la noche, resonará en esta iglesia, y en todas las iglesias del mundo, aquel cántico gozoso de los ángeles que resume toda nuestra esperanza, toda nuestra ilusión, todo lo que la humanidad puede desear: en un niño pequeño se hace presente la gloria más grande, la gloria de Dios; y esta gloria, esta presencia divina, es la paz, la paz para todos los hombres y mujeres de todo el mundo, la paz que es amor, y confianza, y fraternidad, y empuje para vivir. Esto es lo que estamos a punto de celebrar.

- (María: la embajada de la paz)

Y hoy, las lecturas ya nos lo anuncian. Nos lo anuncia la primera lectura, con una profecía antigua que nos habla de un Mestas que nacerá en Belén y que conducirá en la paz a su pueblo: vivirán en paz, porque él mismo será la paz, decía el profeta. Y nos lo anuncia también, sobre todo, el evangelio. Qué gozo produce ver a María embarazada de su hijo, atravesando el país desde su tierra galilea hasta Judea, la región de la capital, para llevar a su prima Isabel su compañía, sus ganas de compartir la espera de los hijos que ambas llevan en su vientre, y por encima de todo, compartir la certeza de la salvación de Dios, del amor de Dios, del Dios que viene a ser paz, luz y vida para la humanidad.

La cara de María, los ojos de María, el corazón de María, son hoy la cara, los ojos y el corazón que sólo pueden tener las madres cuando esperan con ilusión un hijo. Es lo que habéis vivido vosotras, las madres. Y es lo que los que no hemos sido madres hemos visto en vosotras. Es todo esto. Pero es todo esto -digámoslo así- elevado a la máxima potencia. Es todo esto vivido con la presencia más plena de Dios. Porque aquel niño que María lleva es Dios mismo que viene a compartir la vida humana. Por eso Isabel, que también está llena de alegría por el hijo que espera, rompe en entusiasmo y alaba a María; la ensalza porque en ella está el Señor y, por la fe con que María ha creído en el Dios que ama y salva desde la debilidad y la pequeñez.

Hoy, en este último domingo de Adviento, estamos esperando la celebración gozosa de la Navidad. Escuchamos el anuncio de los profetas que nos hablan del Mesías que es la paz para su pueblo, y miramos a María que lleva -en los ojos, en el corazón, en el vientre- ese niño que es paz, vida, fraternidad. Escuchamos y miramos, y nos llenamos de alegría, y tenemos ganas de celebrarlo sinceramente, en comunión con nuestros hermanos y con este Dios que nos ama y se nos acerca.

- (La otra cara de la moneda: la paz que no llega)

Vale la pena que demos gracias por todo esto. Pero permitidme decir al mismo tiempo que si nos quedásemos aquí, el panorama sería un poco falso, sería un panorama incompleto. Y aunque sea echar agua al vino, dejadme mirar también ahora, en esta vigilia de Navidad, la otra cara de la moneda.

Porque ahora, hoy, en aquella tierra de Jesús, en aquella tierra que María atravesó como embajadora de paz y de alegría, en aquella tierra donde los ángeles proclamaron la paz y el amor de Dios, en aquella tierra ahora no existe la paz. Hombres y mujeres árabes e israelíes están en guerra, y parece que les resulte imposible convivir; hombres y mujeres cristianos, musulmanes y judíos, creyentes en un único Dios, se pelean cruelmente por una tierra que, con buena voluntad, podrían compartir y convertir en un símbolo y un ejemplo del mundo de hermanos que Dios quiere. Y, en cambio, ahora es todo lo contrario. Jerusalén, Belén, Palestina, es un trágico símbolo de la incapacidad humana para seguir esta luz, este grito gozoso de los ángeles que anunciaron la Buena Noticia a los pastores. Un trágico símbolo, porque guerras hay en otros muchos lugares del mundo. Y dolor, tristeza, marginación, pobreza. En muchos lugares del mundo, y también aquí, muy cerca de nosotros.

Ya he dicho antes que recordar estas cosas, ahora en las puertas de las fiestas, seria un poco como echar agua al vino. Pero es que si no lo hiciésemos, si no recordásemos esa otra cara de la moneda, nuestra Navidad sería falsa. María nos trae hoy la paz, la alegría, el gozo del Hijo de Dios que viene a hacerse uno de los nuestros. El miércoles por la noche esta alegría se desbordará, porque realmente Dios está con nosotros. Pero, al mismo tiempo, sabemos que este niño, el Hijo de Dios, será perseguido, poco después de nacer, por la arbitrariedad de Herodes, y años después acabará muriendo en una cruz.

- (Navidad: vivirla vida como Dios la vive)

Recordar esto no enturbia la alegría de Navidad, ni el gozo que nos produce mirar el rostro y el vientre de María, que está a punto de tener un hijo. Decir esto nos ayuda a vivir nuestra vida entera, y la de todos nuestros hermanos, como Dios mismo la ha vivido: haciéndola completamente suya, y trabajando con todas las fuerzas para combatir el mal y el dolor, y para llenarla de todo el amor posible. Éste será el verdadero gozo de la Navidad.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1997, 16, 17-18


29. 

Mq 5, 2-5a: De ti, Belén, saldrá el jefe de Israel

Hb 10, 5-10: Aquí estoy para hacer tu voluntad

Lc 1, 39-45: Visita de María a Isabel

Estamos en el "último domingo de adviento". El hombre y la mujer de la calle entienden mejor si les decimos que estamos a las puertas de la Navidad. Y esto no hace falta que se lo digamos nosotros: son los comercios o los vendedores del semáforo, los adornos de la calle, la sociedad toda, la que hace ya semanas que se ha puesto en situación de Navidad y hasta en el último hogar se ha entronizado en algún lugar unas lucecitas de colores que se encienden y apagan sin cesar, o un árbol de Navidad, o un tradicional pesebre o "Belén". Estamos en plena atmósfera de Navidad, que no puede dejar de respirarse. Puede ser bueno reflexionar hoy sobre la Navidad. ¿Qué es esta fiesta cristiana? Y más: ¿qué tiene de cristiano esta fiesta?

Es bueno hacerse la pregunta, porque de hecho quizá no todo en la Navidad es explícitamente cristiano. No es malo que así sea, pero es bueno tomar conciencia de la distinción.

Caigamos en la cuenta de un primer desfase: la Navidad, en efecto, es hoy una fiesta universal, mundial, mientras la celebración del nacimiento de Jesús no lo es. El cristianismo no pasa hoy en el mundo de una tercera parte de la población. La Navidad ha llegado mucho más allá.

En Japón, por ejemplo, donde el número de cristianos es casi insignificante, la Navidad se celebra: se adornan los hogares con los adornos típicos occidentales (el abeto o pino de Navidad, las hojas de boj con sus bolitas rojas, Papá Noel o Santa Klaus, y sus renos con el trineo por la nieve...); los parientes se juntan y se celebra una reunión familiar. Pero Japón, en su casi totalidad, no es cristiano, ni celebra el nacimiento de Jesús; ¿qué celebra en la Navidad? ¿Celebra lo mismo que nosotros los cristianos?

Dicen las estadísticas de los estudios sociológicos sobre el suicidio que en las sociedades europeas noratlánticas es en el tiempo de la Navidad cuando más suicidios se registran: muchas personas que se encuentran solas, que no pueden reunirse con seres queridos en esas fechas en las que toda la sociedad lo hace, desisten de seguir viviendo sin el calor del hogar y del amor.

Es decir, de hecho la Navidad es algo más que una simple fiesta cristiana, más que una celebración del nacimiento de Jesús. Hay en ella una celebración social cargada de significado: la ternura, el amor fraterno, la solidaridad familiar, las relaciones humanas...

Y no sólo ahora es que en la Navidad se sobrepongan dos celebraciones: ya se procedió así cuando se instituyó la fiesta: se situó la celebración en el día 25 de diciembre para "cristianizar" así la fiesta (pagana) romana del dies solis natalis, es decir, el solsticio de invierno en el hemisferio norte, la fecha en que los días comienzan a crecer, después de haberse acortado hasta el límite. Si Cristo es el "sol de Justicia", como la Biblia alguna vez lo titula, la fiesta pagana del sol naciente podría cristianizarse en la celebración del nacimiento de Jesús. Una celebración religiosa se sobrepuso a otra pagana, en una dinámica muy común en el origen de muchas fiestas cristianas.

De la celebración pagana del sol hoy no hay recuerdo ya prácticamente en el ámbito del antiguo imperio romano. Pero sí ha entrado poco a poco, bajo la celebración del nacimiento de Jesús otra celebración que no llamaremos "pagana" (gracias a la valoración diferente que ahora hacemos en el campo de las relaciones entre naturaleza y Gracia) pero sí catalogaremos como principalmente humana y social. Fue creciendo poco a poco la costumbre de ubicar en este tiempo de Navidad la reunión familiar, el encuentro con los seres queridos geográficamente distantes (en competencia clara con las vacaciones laborales veraniegas, para quienes tienen vacaciones laborales) y acabó por instaurarse socialmente, y por prender con fortuna en las sociedades occidentales primero, y después en muchas otras por efectos de la "mundialización".

Entiéndasenos bien: reunirse con la familia, celebrar el sentido de la amistad y de la ternura, la gratuidad de los obsequios y regalos, la perdida inocencia infantil... no es malo; por el contrario, es muy bueno; pero no es explícitamente cristiano, ni hace falta ser cristiano para tal celebración. También otras religiones, y otras sociedades, incluso ateas, pueden celebrar y de hecho celebran esos valores. Valores, que, por cierto, son muy humanos, profundamente humanos, y por tanto, muy valiosos también para el punto de vista cristiano.

No estamos queriendo establecer contraposiciones maniqueas que aquí no caben, ni despreciando siquiera todo lo que no sea "explícitamente cristiano". Nuestras celebraciones cristianas no son "químicamente puras", en primer lugar porque el cristianismo no es una religión "sólo sobrenatural", con un purismo de laboratorio. Es encarnada e integral: Todo es gracia y todo es camino a Dios y presencia suya. Pero ser conscientes de la distinción de planos -aunque en la realidad estén integrados- nos puede ayudar a no quedarnos en uno solo de los planos.

Tiene sentido pues la invitación a examinar nuestra disposición a la celebración navideña antes de entrar en ella. En estos días en que vemos ya a toda la sociedad "en trance de Navidad", es bueno preguntarnos: qué queremos celebrar en esta Navidad, qué sentido cristiano tiene para nosotros la celebración navideña: la amistad, la reunión familiar, los obsequios, todo este ritual navideño con que la sociedad me rodea inevitablemente...

Por una parte, Jesús, que predicó y dio la vida por un Reino que habría que construir con amor, incluso con ternura, estaría muy de acuerdo -en principio- con esta compleja celebración (es decir, no sólo la de su nacimiento, sino la de todo lo que con él se ha aparejado tradicionalmente en estas fiestas navideñas). Porque la ternura, las relaciones fraternas, inocentes, gratuitas... son una victoria del Reino de Dios sobre toda la malicia interesada que nos convierte en compraventa en estos tiempos de "mercado total".

Pero a la vez, Jesús nos pediría que no dejáramos de encuadrar la celebración de la Navidad en el marco de lo que para él constituyó el punto de referencia permanente y centralizador, precisamente el mismo Reinado de Dios. La solidaridad con los pobres, la austeridad, la responsabilidad y la visión crítica, no deben dejar de estar presentes aun en medio de la fiesta, la alegría y la gratuidad.

Tiempo pues para vivir a fondo todos esos valores tan humanos y cristianos que nos recuerda la Navidad, y tiempo para no dejar de referir esa celebración a la Causa de Jesús, de ese recién nacido que nos revela el sentido de nuestra vida.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


30.

2. El texto de San Lucas que se acaba de proclamar nos invita a mirar a María para ver en ella la primera evangelizada y la primera evangelizadora o «evangelista»[54], por usar expresiones del Papa Juan Pablo II.

Según narra el mismo San Lucas en los versículos anteriores a los que hemos escuchado[55], el ángel San Gabriel fue enviado por Dios a evangelizar a la Virgen de Nazaret; es decir, a anunciarle la gran noticia: la Encarnación del Hijo de Dios o Verbo del Padre, en «sus Purísimas entrañas», como aprendimos en el catecismo: inefable evento, sublime misterio.

Así María fue la primera evangelizada.

Pero apenas aconteció este hecho formidable en su vida juvenil, Ella, María, después de pronunciar el sí de la suprema generosidad, «se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel»[56]. Nos recuerda el Prefacio de esta Misa que lo hizo «conducida por el Espíritu Santo», llevando «presurosa en su seno a Jesús hasta Juan, a fin de que fuera para él motivo de santificación y de gozo». De esta manera María evangelizó a su prima; es decir, le anunció lo acaecido y así evangelizó, santificó, también, a la criatura que Isabel llevaba en su seno: Juan el Bautista, aquel que había de ser el Precursor del Mesías.

Así, pues, vemos que María fue también la primera evangelizadora, después de Jesús, quien es --como afirma Pablo VI en la Evangelii nuntiandi-- «el primero y el más grande evangelizador»[57], «Evangelio del Padre» y «Evangelizador viviente en su Iglesia», según las felices expresiones del documento final de la Conferencia de Santo Domingo.

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4. Poco nos dicen los Evangelios de la tarea evangelizadora de María como educadora de Jesús, en Nazaret, y luego acompañándolo por los caminos de Galilea y de Judea. En realidad, con el Salvador y junto al Salvador, María evangelizó con su fino testimonio y con su elocuente silencio.

En Caná de Galilea, cuando la Virgen pidió a su Divino Hijo una intervención en favor de los jóvenes esposos que se habían quedado sin vino para sus invitados, Ella, María, pronunció unas palabras que son como la síntesis de la filosofía pastoral y de toda la pedagogía de la evangelización: «Haced lo que Él os diga»[62].

Fue una invitación de María a centrar la atención en Cristo y en su palabra. Ahora bien, ¿qué dijo Jesús a la Iglesia naciente, a los Apóstoles, en el Monte de los Olivos, al terminar su misión terrena, antes de subir al Padre? Recordemos el final del Evangelio de San Mateo[63] o también la conclusión del Evangelio de San Marcos. Dice el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura»[64].

En estas palabras que escuchamos ahora aquí como si nos las repitiera, con especial énfasis, el Jesús del mosaico del ábside que habla desde la Jerusalén celeste representada en dicho mosaico y desde la cual descienden los cuatro desbordantes ríos que son los Evangelios, en estas palabras: «Id... y predicad la Buena Nueva», «está contenida la proclama solemne de la evangelización»[65]. Así lo afirma Juan Pablo II.

Contienen esas palabras la profecía de la evangelización, pronunciada por Jesús en el Monte de los Olivos, el día de su Ascensión a los cielos.

Después de este episodio, María aparece de nuevo, como nos ha recordado la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles[66], evangelizando en el Cenáculo a los discípulos enviados por el Señor a predicar la Buena Nueva a todos los hombres y a todas las mujeres del mundo: la Virgen ora, reza --dice la Oración Colecta y también el Prefacio de esta Misa-- con «los pregoneros del Evangelio, los inflama en el amor», los «impulsa con su ejemplo», alienta su esperanza, preparándolos para la venida del Espíritu Santo y para la realización del mandato misionero de Cristo; es decir, «para que no cesen de anunciar a Cristo el Salvador».

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[54] Juan Pablo II, Catequesis del 2/10/1996, 2.

[55] Ver Lc 1,26-38.

[56] Lc 1,39-40.

[57] Evangelii nuntiandi, 7.

[62] Jn 2,5.

[63] Ver Mt 28,19-20.

[64] Mc 16,15.

[65] Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 2.

[66] Ver Hch 1,12-14.


31.

Nexo entre las lecturas

¿Cuáles son las justas relaciones entre el hombre y Dios? Una respuesta a este interrogante nos viene de la liturgia de hoy. Los textos nos indican principalmente las relaciones de Jesús y de María. Relación de Jesús con su Padre (segunda lectura), con Juan Bautista en el seno materno (Evangelio), con la profecía (primera lectura), con el sacerdocio levítico (segunda lectura). Relación de María con el Espíritu Santo, con Isabel, su prima (Evangelio), y sobre todo con el Verbo (Evangelio).


Mensaje doctrinal

1. Relaciones de Jesús. Ser y existir como hombre es estar y entrar en relación. Las relaciones humanas pueden ser sumamente variadas, pero al final se reducen a tres fundamentales: relación con Dios, con el hombre y con el mundo que lo rodea. A la liturgia interesan las dos primeras relaciones. La relación fundamental de Jesús es con su Padre. Es una relación filial de obediencia: "Yo vengo para hacer, oh Dios, Tu voluntad" (segunda lectura). Es la obediencia de un hijo que trata de agradar en todo a su padre. Esta obediencia filial llegará hasta el extremo del sacrificio. No se puede separar, en el misterio cristiano, la Navidad de la Pasión, la Navidad de la Pascua. Jesús mantiene su obediencia al Padre mediante su relación con la profecía, una relación de cumplimiento. El profeta Miqueas apostrofa a Belén, diciéndola que no será la ciudad más pequeña de Judá, porque en ella nacerá el dominador de Israel. Jesús, naciendo en Belén, lleva a cumplimiento la profecía, en actitud de obediencia a la historia salvífica trazada por el Padre. La relación de Jesús con María es una relación oculta, extraordinaria: La de quien alimenta su fe y se alimenta de su sangre. El Evangelio nos habla, finalmente, de una relación misteriosa de Jesús, en el seno de María, con Juan Bautista, en el seno de Isabel. En la presencia de Dios en la historia, mediante María santísima, llena de gozo al último de los profetas de Israel y representante último y cualificado del Antiguo Testamento, Juan Bautista. Es el gozo mesiánico, que preanuncia la hora de la salvación. La obediencia filial de Jesús, que asume la condición del tiempo y de la historia, fructifica en la alegría redentora que aporta a los hombres.

2. Relación de María. Hay dos relaciones de María, que no aparecen en los textos litúrgicos, pero que están implícitas: la relación con el Espíritu Santo y con el Verbo encarnado en su seno. Sin estas dos relaciones no se explica el episodio de la visita de María a su prima Isabel. La relación íntima y personal del Espíritu Santo con María ha hecho posible que el Verbo de Dios asuma carne y se vaya formando hombre en su seno materno. La relación de María con el Verbo de Dios es extremamente misteriosa y delicada: Misteriosa porque la fecundación de su seno es obra de Dios mismo; delicada, porque está dando a Dios su carne y su sangre, pero sobre todo su amor, su dedicación, su entrega total. La relación de María con Isabel es de servicio. Viene a ayudarla en los últimos meses de embarazo. Viene movida por los lazos naturales, pero sobre todo por el Espíritu de Dios y por el Verbo que siente presente en su seno: un movimiento natural y pneumático, al mismo tiempo. En el canto del Magnificat, María eleva su voz a Dios para alabarle y agradecerle con gozo el misterio que encierra en su seno, a pesar de su pequeñez y de su humildad. ¿Cómo no alabar a quien se ha dignado acudir a ella para llevar a cumplimiento su designio de salvación, y la aspiración más sublime e intensa de los hombres? Por último, en María se lleva a cabo también la profecía de Miqueas: Ella es aquélla que "dará a luz cuando deba dar a luz" al Mesías. La relación de maternidad, a través de la cual se expresa toda la feminidad de María en relación con Jesús.


Sugerencias pastorales

1. Saber relacionarse. En la conversación humana es frecuente escuchar: "Hay que saber relacionarse". Con ello se quiere decir que es bueno tener muchas relaciones, y sobre todo relaciones con gente influyente. La razón es evidente: así se tiene la posibilidad de que se abran muchas puertas en los diversos ámbitos de la vida humana: político, financiero, social, profesional, educativo, religioso...Yo quiero invitar a mis hermanos en la fe y en el sacerdocio a saber relacionarse con personas de extraordinaria influencia: con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; con María santísima, nuestra madre y nuestra reina; con los santos, nuestros hermanos y protectores desde el cielo. Estas relaciones no te dan acceso, claro está, a excelente puesto de trabajo, ni a un negocio redondo. Estas relaciones, más bien ejercen su influjo en tu interior, transformándolo; en tu visión de las cosas y de la vida, haciendo que sea según Dios; en tu relación con los hombres y con las cosas, de forma que esté siempre inspirada por el amor y por el servicio; en tu relación con tu propia historia, convirtiéndola, tal vez, de una historia sin sentido a un sentido con historia. ¡Cuántos bienes nos pueden venir -y podemos obtener para los demás-, si sabemos relacionarnos con Dios, con la Virgen, con los santos! En el campo de la historia es importante saber relacionarse, ¿no lo va a ser igualmente en el campo del espíritu? Bienaventurados los que saben relacionarse, porque serán como un árbol frondoso que dé frutos en sazón: frutos de bien, de felicidad, de salvación.

2. Relacionarse por el Reino. Los cristianos vivimos en el mundo, en el reino de la historia, aunque pertenecemos al Reino de Dios. Y en el reino de la historia no poco cuentan las relaciones humanas. No tenemos por qué despreciarlas. Tampoco hemos de abusar de ellas, poniéndolas al servicio de nuestros intereses egoístas. Hemos de servirnos de ellas para la edificación del Reino de Dios. Hemos de relacionarnos con quienes tienen poder, para que nos ayuden en favor de quienes no sólo no tienen poder, pero ni siquiera alimento, casa, vestido, derechos. Hemos de relacionarnos con los necesitados, para que tomen conciencia de que el Reino de Dios les pertenece y les invita a poner todos los medios para hacer más humana su existencia, más digna, más libre, más feliz. Hay que relacionarse con las fuerzas vivas y poderosas de un pueblo, de una ciudad, de un estado, de un país, para convencerlas, si no lo están todavía, de que son hijos del Reino de Dios en la medida en que utilizan sus fuerzas y su poder en beneficio de los más necesitados. Y una vez convencidos, que pongan manos a la obra. Si todos los cristianos utilizáramos nuestras relaciones para ponerlas al servicio del Reino, seguramente que el mundo caminaría por derroteros más humanos, y más marcados por nuestra fe en Jesucristo. Jesucristo entró en contacto con la historia para instaurar el Reino de su Padre. Después de más de 2000 años, ¿qué hacemos nosotros los cristianos?

P. Antonio Izquierdo


32. DOMINICOS 2003

A las puertas ya de la Navidad, la liturgia de este domingo invita a inspirarse en el gesto y en la actitud de María, que es saludada por su prima Isabel como “la que ha creído”.

Sigue presente el fondo bíblico de la promesa, puesta en relación en la primera lectura con una ciudad humilde: ella recibirá la salvación, que se extiende más allá de sus fronteras. Trasladado al tiempo de Navidad, éste y otros textos nos recuerdan la debilidad de los signos en que se nos hace presente el Señor.

Por otra parte, el gesto de María se ha entendido siempre como modelo de la actitud cristiana, cuando el creyente se siente visitado por Dios: salir al encuentro del otro. Eterna lección de la Navidad.

Comentario Bíblico
El silencio de María en la fe y la esperanza


Iª Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño
I.1. Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David. Por lo mismo, el Mesías debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

I.2. Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial"; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

I.3. Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Éfrata es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del profeta Miqueas.


IIª Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios
II.1. En la carta a los Hebreos (10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

II.2. El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.


Evangelio: Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios
III.1. El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.

III.2. Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.

III.3. Porque hoy también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

En estos días que preceden la fiesta de Navidad, enviamos nuestra felicitación a mucha gente. Lo hacemos intentando expresar nuestros mejores sentimientos sin caer en los tópicos de siempre, y buscando una palabra personal, a ser posible nueva, que muestre a nuestros amigos la verdad y la sinceridad con las que queremos acompañarles estos días. Será poco probable que la encontremos y que no acabemos recurriendo a los deseos más comunes: queremos ofrecer paz y felicidad, y nos sentimos afectados por dimensiones y valores muy elementales de nuestra vida. Al poeta Gerardo Diego le ocurrió algo parecido. En un cierto momento se propuso escribir cada año un villancico: “todos los años, un villancico. Un vaivén nuevo, la cuna nueva”. Y, sin embargo, al final de su vida, en el último villancico que publicó confiesa –él, maestro de la palabra- que, a la hora de la verdad, siempre que escribió poemas de Navidad no hizo más que repetirse: “A ver si aprendo ritmo de amores. Viejas palabras, música eterna”.

Viejas palabras sobre la Navidad. Son las palabras que nos trae la liturgia de este último domingo de Adviento, volcado ya sobre el misterio de la Encarnación, que hoy interpretan para nosotros sobre todo dos mujeres, María e Isabel. Pero, a través de las viejas palabras de siempre, llega a nosotros audible la música eterna, imperecedera, que canta la novedad de Dios.


"Dichosa tú, que has creído"

La celebración cristiana de la Navidad no renueva ningún mito del “niño eterno”, no es un ritual de la regeneración de la naturaleza, ni una exaltación del “sol invicto” en el solsticio de invierno... Todas estas expresiones culturales pueden tener algún valor simbólico, son en cierto modo emblemas de nuestra común condición humana. En ellas podremos apoyarnos para buscar analogías con la experiencia religiosa de la Navidad. Pero reducir su sentido a un caso más de la necesidad universal de regeneración, como insinúan hoy tantos movimientos gnósticos, es sencillamente condenar al ser humano a seguir encerrado en su soledad. Por este camino el hombre no se encontrará con el Dios que salva, sino –en el mejor de los casos- a sí mismo en sí mismo.

Si la fe cristiana es una “respuesta”, referida al misterio de la Navidad nos invita sobre todo a aceptar que la rueda de nuestro mundo, que da vueltas sobre sí mismo, ha sido rota. Una Palabra de bendición, garantía del amor de Dios, se nos hace presente hasta compartir nuestra misma vida y ya nunca más será desmentida.


"María se puso en camino"

La tradición cristiana ha visto siempre, en el gesto de María, una expresión del amor y del interés por los demás que brota de un encuentro transformador con la Palabra de Dios. Lo hemos recordado ya domingos anteriores, y es necesario repetirlo aquí. La verdad de nuestra aceptación de Dios no se reduce a solidaridad, pero sin ella nos engañaríamos a nosotros mismos. Hay que salir al encuentro del otro, para llevarle la buena noticia de la cercanía de Dios.

Ponerse en camino tiene hoy, como probablemente lo tenía ya para el evangelista, un sentido añadido que nos habla de fidelidad, de firmeza en medio de las pruebas. Porque los signos de la presencia de Dios no son evidentes, y nuestra experiencia personal y colectiva pueden aliarse con frecuencia para poner en duda la Palabra que anunciamos. Ponerse en camino, seguirlo y subir a la montaña, peregrinos siempre hasta la manifestación de Dios, son expresiones que recuerdan al cristiano que su fidelidad será puesta a prueba y que deberá sostener fielmente su esperanza en medio de la opacidad de este mundo.


"Tú Belén, pequeña entre las ciudades"

Lo más desconcertante de toda nuestra fe es la debilidad de los signos y de los acontecimientos a través de los cuales se nos hace presente el Señor, su Palabra y sus designios. Nunca aprenderemos la lección de la Navidad, que es la lección de la Encarnación entera. Y, sin embargo, si es posible aislar alguna peculiaridad en este tiempo del año litúrgico, esta debilidad es sin duda lo más destacado y característico.

Sin retórica de ninguna clase, y sin caer en simplismos que deshonrarían la seriedad de nuestra fe, este es un capítulo que nos pide, tal vez más que otros, la conversión del corazón y de la mente. Si repasamos los relatos del nacimiento e infancia de Jesús, nos damos cuenta de que el anuncio lo captan los débiles, los que apenas cuentan, los que buscan y preguntan, los que esperan y piden... ¿Aprenderemos alguna vez esta lección en nuestra vida y en la Iglesia?

Estas son algunas de las viejas palabras sobre la Navidad, que seguimos repitiéndonos año tras año. Ellas nos remiten a una historia, que en estos días será parcialmente recordada en forma de belenes, villancicos y pesebres. Ojalá sepamos contárnosla fielmente a nosotros mismos, y podamos así contársela también a nuestro mundo.

Fr. Bernardo Fueyo Suárez, op
bernardofueyo.es@dominicos.org


33.

El adviento se nos va, queridas hermanas y hermanos. El adviento finaliza de una manera rápida. Todo acaba en esta vida, porque todos somos temporales. Esa es nuestra dimensión. Ese es nuestro haber, nuestro caudal, nuestra riqueza para comprar una eternidad, una vida feliz y dichosa. Precio: un poco de tiempo, tu tiempo.

También se nos echará encima la Navidad, y cantaremos ese villancico que nos habla de nuestro tiempo, que se nos va de las manos: "La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va. Y nosotros nos iremos y no volveremos más".

¿Hemos comprado con nuestro tiempo un nuevo corazón? ¿Nos hemos convertido? ¿Hemos despertado en nosotros esas actitudes de cambiar nuestra vida: de vaciar nuestro corazón de egoísmo y llenarle de la bondad de Dios, que a todos quiere, que a todos perdona, que a todos ama?

Esta última semana de adviento, nos queda reducida este año litúrgico a tres días nada más. Estos tres días, antes de que llegue la Misa de Gallo, a las 12 de la noche del 24, nos tienen que servir para dar la última pincelada, el toque maestro, que acabe esta empresa grandiosa en la que nos hemos metido: la de este adviento, que lo queremos diferente, muy diferente, porque no queremos quedarnos tan solo en el andamiaje, que mal no está: de almacenes llenos de regalos, restaurantes con comidas y cenas espléndidas, las calles y monumentos, abigarrados de luces, de todos los colores, con adornos sobrecargados, cantos hogareños de villancicos y tiernas melodías familiares.

No, no queremos quedarnos en todo este andamiaje, sino entrar un poco más, para vivirlo mejor, este misterio de encarnación y lograr así una nueva dimensión y sentido a nuestra vida, teniendo un nuevo corazón. Porque sabemos, que si no lo logramos, nos quedaremos con una hermosa jaula de barrotes dorados, pero sin pájaro, o si queréis un globo hermoso, grande y lleno de colores, pero sin aire. ¿Para qué sirve?

* * * * *

Cerramos este adviento con el broche de oro, que es como una última pincelada maestra, de las actitudes de María para dar a luz al mundo al Emmanuel: Dios con nosotros y nosotros con Dios.

Ella nos da la clave para lograr entrar en este Misterio de la Encarnación: Dios que se hace hombre para que el hombre se divinice.

María parte aprisa a casa de Isabel ¿por qué tanta prisa? Para compartir su alegría y su gozo, su sorpresa y su suerte: Dios la ha escogido para ser su madre, Madre de lo Divino y poder así hacerse Él, hombre, como cualquiera de nosotros, que de una mujer y madre hemos nacido. Compartir, pues, es una de las palabras clave del espíritu y misterio de la Navidad. Compartir lo que tienes y compartir lo que eres.

Parte también aprisa para confirmar su fe en la Palabra de Dios, anunciada por el ángel. La fe no es una creencia infantil, boba o supersticiosa. La fe es como un obsequio, que yo hago a Dios de mi propio razonamiento, de tal manera que cuando llego a los límites de mi razonar, sigo caminando, fiado de la Palabra de Dios. Y ella fue, entonces, a comprobar la señal que el ángel la había dado, que su prima Isabel, estéril y ya anciana, había concebido por la primera vez y ya estaba en el sexto mes de gestación, porque para Dios nada hay imposible. Confirmada su fe, ella podía ser también la madre de Dios encarnado.

Y en tercer lugar, constatamos que ella parte aprisa a casa de Isabel y se queda allí para ayudarla y servirla. Sirvió primero a Dios, diciendo sí a su voluntad de quererse hacer hombre y ahora sirve a los hombres, ayudando a su prima. Y comienza esa ayuda, llenando de alegría y gozo la casa y las personas. Al entrar en la casa de Isabel, ésta dijo: "en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre".

La clave de la Navidad está, pues, en compartir; en confirmar y reforzar la fe; y en servir.

Un buen corazón tuvo también María. Primero se dio por completo a Dios: "Aquí está la esclava del Señor". ¿Te has dado tú a Dios, como se nos invitaba en la primera semana del adviento, en que se te dijo y se nos dijo, que estuviéramos siempre despiertos y vigilantes en la oración? ¿Has hablado más con Dios? ¿Has asistido, al menos, algunos días a la meditación de los misterios de Jesús, acompañando a María, en el rezo del santo rosario, que se reza en tu Parroquia todos los días de semana, o lo has podido rezar en casa solo o en familia? ¿ Has dialogado con Dios con todo tu corazón? ¿Lo vas a hacer? El te está aún esperando. Quedan tres días para ...

María, Madre del adviento, es también nuestro modelo, porque no solo dio su corazón a Dios, también se lo dio a los hombres. El relato de hoy nos lo declara con pincela maestra. Es como el broche de oro de todo el adviento que finaliza con esta cuarta semana corta y rápida.

"María se puso en camino, aprisa, y se fue a visitar con urgencia a su prima Isabel. ¿Por qué razón? Las razones y motivos son muchos, abundan.

Primero, porque María no es egoísta y por ello quiere compartir con los demás su gozo y su alegría de haber sido designada y escogida por Dios para colaborar en su proyecto gigante: La Encarnación. Hay que compartir nuestras alegrías, hermanos, para tener corazón de carne, de amores y no de piedra, y egoísta: mis alegrías solo para mí.

Compartir también mis riquezas con los pobres de toda raza y condición y de toda clase de pobreza. María, pues, primero comparte sus alegrías, que es su mayor riqueza; no las guardas para ella sola. Y esto lo hace aprisa.

Y aprisa también, sin demora, subió a la montaña para ayudar a su prima que esperaba un niño como ella. Dar y ayudar. Ayudar y dar son las claves para que Dios nazca en tu corazón. Si esta última semana, que se reduce prácticamente a tres días, nos damos y ayudamos, como María, y lo hacemos sin tardanza, sin demora, seguramente que también, llenaremos nosotros nuestro hogar, nuestra Patria, del amor de la reconciliación, para que el futuro de nuestro país no sea incierto; y diremos asombrados como Isabel a María": ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mis Señor a visitarme? Sabe Interpretar Isabel los signos de la presencia de Dios. Ve a una simple mujer y reconoce en ella la presencia del Señor.

Esta es la lección que nos da María a los cristianos en este adviento para entrar un poco más en el misterio de la Encarnación y vivir de verdad la Navidad: Dios es el Emmanuel, es el Dios con nosotros. La consecuencia es doble: que nosotros queremos ser nosotros con Dios, pero también nosotros con los demás.

Que en esta Eucaristía se dé la triple dimensión: Dios con nosotros, nosotros con Él y nosotros con los demás, que esto es Navidad.

A M E N

P. Edu Martínez Abad, escolapio

E-mail: edumartabad@escolapios.es


34. «Dichosa tú, que has creído»

Próximos ya a las fiestas de Navidad, la Palabra de Dios nos habla del misterio de la Encarnación del Señor: el Hijo de Dios se hace hombre, nace entre nosotros, en un pueblo y en una familia como nacemos todos los humanos; así lo expresa el profeta Miqueas cuando dice que el Mesías nacerá en Belén y que «pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios». Al hacerse hombre, el Hijo de Dios asume una vida del todo humana, desde el principio hasta el final, y ejerce para nuestro bien el oficio de sumo sacerdote, intercediendo por nosotros, actuando nuestra salvación y cumpliendo así la voluntad del Padre. Contemplamos así el gran amor que Dios tiene para con nosotros, amor del que participamos y que hemos de compartir con los demás.

Compartir el amor que Dios nos tiene: he aquí lo que hizo María al visitar a su prima Isabel. María, que llevaba en su seno al Hijo de Dios hecho hombre, se puso en camino hacia la casa de sus parientes que la necesitaban y enriqueció la vida de aquel hogar con la presencia del Salvador que llevaba en su seno: «Dichosas las entrañas de la Virgen María, que trajeron al mundo al Hijo del Padre Eterno», dice una bella antífona llena de encanto. El viaje de María a casa de Isabel y Zacarías en Ain-Karim evoca el traslado que unos siglos antes había hecho el rey David del Arca de la Alianza: Primero la llevó a casa de Obededom, donde estuvo tres meses, y Dios bendijo a aquella familia; después la trasladó definitivamente a Jerusalén. Por medio de María, el Arca de la Nueva Alianza, Dios bendijo el hogar de Zacarías e Isabel, y Juan Bautista experimentó ya una gran alegría en el seno de su madre. Cuarenta días después de su nacimiento, María y José llevaron al Niño Jesús a Jerusalén para que Dios entrara en su templo. De hecho, era la primera vez que materialmente, por así decirlo, Dios entraba en su templo.

Gracias al gran misterio de la Encarnación, Dios puede hacerse presente en cada uno de nosotros, ¡abramos nuestros corazones al don del Espíritu Santo y dejémonos llenar por la fuerza de su amor! Así como María, antes que en sus entrañas, concibió al Hijo de Dios en su corazón y en su mente, concibámoslo también así nosotros, para que Dios tome cuerpo en nuestro ser y podamos transformarnos en Arca de la Nueva Alianza. Si nuestra vida encarna la presencia de Jesucristo, lo llevaremos y lo manifestaremos a los demás con nuestras palabras, obras y actitudes, y nuestra vida se convertirá en un Evangelio manifiesto para los demás. Todos podemos preguntarnos hoy: ¿He permitido que el Hijo de Dios se haga presente en mí?, ¿lo he manifestado a los demás como lo hizo María con Isabel? Quienes conviven conmigo, ¿se han sentido amados por Dios a través de mi persona?


35. Preparando el Nacimiento con María

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova

Reflexión

Hay un hermoso poema de José María Pemán que inicia así: “El Evangelio empieza ante una puerta/ de una fonda en Belén y un posadero./ -¿No habrá una habitación para esta noche?/ - Ninguna cama libre; todo lleno./ Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”.

Hace algunos días me llegó un mensaje de internet, que me gustó mucho. Me escribió una prima mía, muy querida, que me contaba esta experiencia: La semana pasada, una amiga me pidió que fuera a su casa a ayudarle con las decoraciones navideñas. Fui con mucho gusto y, cuando entré a su casa, me di cuenta de que ya tenía más o menos todo preparado –el árbol con las esferas, los adornos, las luces, etc.– pero no encontraba lugar para el Nacimiento. Yo me paré en seco y le dije: “mira, mi niña, yo lo siento mucho, pero al festejado me lo tienes que poner en el centro de todo. Quita todas esas cosas y pon al Niño Dios, y comienza por hacerle un lugar en tu corazón”.

Yo le di un aplauso en mis adentros. Efectivamente, así debe ser. Es muy triste que la gente se dedique a hacer tantas decoraciones y deje el nacimiento para el final. Pero esto es sólo una señal indicativa. ¿No será que muchas veces también nosotros dejamos de preparar nuestro “nacimiento” interior porque tenemos el corazón lleno de tantas bagatelas y vanidades, de tantas distracciones y consumismo, que ya no hay espacio para Dios? Es como si, al ser invitados a una fiesta de cumpleaños, nos dedicáramos a comprar regalos para todos los amigos y conocidos, y nos olvidáramos de comprar el regalo para el festejado… ¿Verdad que sería ridículo y un descuido imperdonable, una gravísima falta de cariño y hasta de la más elemental educación y cortesía? ¡Pues eso es lo que muchas veces hacemos nosotros con el Niño Jesús en la navidad! Muchos adornos, muchos regalos para todo el mundo… ¡menos para Él! Ojalá que no nos pase eso a nosotros.

Ya sólo faltan tres días para el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra. Pero, si queremos que su venida deje un fruto real y duradero en nuestras vidas, debemos preparar nuestro corazón para que encuentre un lugar digno para nacer. Sin embargo, necesitamos que alguien nos eche una mano. ¿Quién nos podrá ayudar?

En este período del adviento, dos son los personajes centrales que aparecen en escena: san Juan Bautista, el precursor del Mesías, que juega un papel muy importante en nuestra preparación espiritual. Y María Santísima. Es ella quien ocupa, sin lugar a dudas, el puesto preeminente. Ella es su Madre y, sin ella, no habría navidad. Es ella quien lo trae en su regazo virginal, quien lo dará a luz en muy pocos días y nos lo ofrecerá para nuestra adoración. Ella es quien mejor puede ayudarnos a preparar nuestro corazón. Y es ella quien aparece hoy en el Evangelio como protagonista.

María va a la montaña de Galilea a visitar a su prima Isabel, que está ya esperando a su hijo, el futuro Precursor. Y ese maravilloso encuentro en la fe realiza un milagro: Juan Bautista, todavía en el seno de su madre, siente y reconoce a Jesús, el Mesías, también en el seno purísimo de su Madre Virgen; y es tal su regocijo –nos cuenta el evangelista— que “la criatura saltó de alegría” en el vientre de Isabel. Su madre, llena del Espíritu Santo, le dirige a María aquellas palabras tan inspiradas que los cristianos rezamos miles de veces desde que aprendimos a rezar cuando éramos chiquitos: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!”. Bendita es María por su fe y por su aceptación amorosa de la Voluntad de Dios en su vida; bendita porque creyó en el anuncio que Dios le dirigía a través del ángel y porque lo abrazó con todo su corazón. Ésta es la mejor manera de prepararnos para el nacimiento del Niño Jesús.

Ojalá también nosotros, como María, le hagamos un lugar a Dios en nuestra alma. Más aún, que le demos el lugar más importante, el primero. Que sea su santísima Voluntad, la fe y el amor a Él lo que verdaderamente cuente en la balanza de nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos en el quehacer diario y en las mil circunstancias concretas de cada día. Que sea la caridad, la humildad, el servicio, la alegría lo que nos caracterice como cristianos.

Ojalá que no atiborremos nuestro corazón de egoísmo y de vanidad, de cosas inútiles y superfluas; más bien, procuremos ser generosos con Dios y con los demás. De lo contrario, Dios pasará de largo y también a nosotros nos sucederá lo que le ocurrió al posadero de aquella primera Navidad de la historia, en Belén: que no tuvo lugar para ellos –para Jesús, para María y para José— porque su posada estaba ya completamente llena.

El poema que mencionaba al inicio, continúa así: “Todo hubiera empezado de otro modo:/ las estrellas columpiándose en tus aleros,/ los ángeles cantando en tus balcones,/ los reyes perfumando tu patio con incienso,/ y, en tu fonda, el divino alumbramiento./ Pero, “no queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”./ Y Dios pasó de largo… ¡qué pena, posadero!”.


36. 2003

LECTURAS: MIQ 5, 1-4; SAL 79; HEB 10, 5-10; LC 1, 39-45

DICHOSA TÚ, QUE HAS CREÍDO, PORQUE SE CUMPLIRÁ CUANTO TE FUE ANUNCIADO DE PARTE DEL SEÑOR.

Comentando la Palabra de Dios

Miq. 5, 1-4. Para el Señor no importa la humildad del origen humano de las personas. Para Él todos somos sus hijos y tenemos la misma dignidad, pues el hombre ve lo externo, pero Dios ve nuestros corazones. Él nos ha llamado para hacernos un signo de su poder salvador y de su paz. A nosotros corresponde no sólo escuchar su Palabra, sino tener la apertura necesaria para que su Espíritu conduzca nuestros pasos por el camino del bien. Dios quiere hacer su obra en nosotros; Dios quiere transformarnos en hijos suyos. Si le vivimos fieles, Él hará que mediante nosotros, por voluntad suya, llegue a todos su Vida y su amor, que nos renueva. La Iglesia del Señor, nacida del costado abierto del Redentor, debe trabajar constantemente para que la grandeza de quien nació hecho uno de nosotros ,llene la tierra y sea, así, la paz para todas las naciones.

Sal. 79. El Señor mismo, nacido de mujer, hecho uno de nosotros, se ha convertido en Pastor de su pueblo, para que quienes le pertenecemos no desvalaguemos como ovejas sin pastor. Muchas veces hemos vivido lejos del Señor, pues tal vez no hubo quién nos orientara, quién se preocupara de nosotros. Más bien algunos falsos pastores se aprovecharon de nosotros, destruyeron nuestra fe y nuestras esperanzas. Y vivimos lejos del Señor, envueltos en la oscuridad del pecado. Pero Dios se ha compadecido de nosotros, y ha salido a buscarnos incansablemente para manifestarnos el amor que nos tiene. Quienes nos hemos dejado encontrar por Él; quienes escuchamos su Palabra y le permitimos dar fruto abundante en nosotros, hemos de tomar la firme determinación de ya no alejarnos del Señor, y pedirle que nos conserve la vida para que se convierta en una continua alabanza de su Santo Nombre. Vivamos tras las huellas de Cristo, siguiendo el buen ejemplo de aquellos que Él ha puesto como un signo de su servicio y entrega a su Iglesia pues los ha constituido en Cabeza, Esposo, Siervo y Pastor en ella. Roguémosle al Señor por ellos para que sean siempre buenos Pastores al estilo de Jesús y conforme a su corazón.

Heb. 10, 5-10. Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad. De un modo decidido y por voluntad propia, el Señor viene a nosotros como Salvador, dando Él su vida por nosotros. Nadie le quita la vida; Él la da porque esa es su voluntad; y hasta ese extremo llega su amor por nosotros, pues nadie tiene amor más grande que quien da la vida por los que ama. La encarnación del Hijo de Dios tiene un carácter sacrificial; ese es su último sentido: ser la única ofrenda mediante la cual nosotros somos santificados. Por eso la celebración Eucarística, en que celebramos el Memorial de la Pascua de Cristo, se convierte para nosotros en el culmen y en la fuente de la vida de toda la Iglesia. Una Iglesia que no conduzca a sus fieles a unirse a Cristo en la Eucaristía sería una Iglesia con una apostolado inútil, pues la Iglesia se construye en torno a la Eucaristía; y se construye en torno a ella no sólo porque se reúne para celebrarla, sino porque, unida a Cristo, entrega su cuerpo y derrama su sangre para el perdón de los pecados de todos los hombres, a imagen del amor de su Señor. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo continúa encarnándose en la historia por medio de su Iglesia. Ojalá y quienes la conformamos, en una auténtica alianza con el Señor podamos realmente decir junto con Él, de un modo continuo, amoroso y comprometido hasta sus últimas consecuencias: Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad.

Lc. 1, 39-45. Tal vez haya muchas cosas y actitudes muy lejanas a nosotros que están en María, y que nos sería imposible imitar: como su concepción inmaculada, y su vida sin pecado. Pero hoy el Señor propone a su Iglesia el ejemplo de esa Mujer amorosa y fiel a Dios para que lo imitemos. Ella es una mujer de fe. Muchas cosas grandiosas le anunció el ángel acerca del Hijo de Dios que, por obra del Espíritu Santo, se haría hombre en su seno; recordemos: Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin. Aquellas palabras de Isabel: Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor, ¿qué sentido tendrían cuando retumbaran en los oídos de María cuando estaba de pie junto a la cruz en que moría su Hijo como si fuera un malhechor, traicionado cobardemente por todos? Pero María estaba de pie, no se derrumbó a pesar de que las corrientes de las aguas golpearon fuertemente sobre Ella. Después de la resurrección las palabras de Isabel cobran su auténtico sentido y su justa dimensión en la vida de María. Este es el camino de fe de la Iglesia, sometida muchas veces a persecuciones y pruebas que, si no son vistas desde la esperanza que tenemos, podrían hacernos derrumbar y dar marcha atrás en la fe que hemos depositado en Cristo. Ojalá y su glorioso nacimiento, ojalá y su cercanía, su ser Dios-con-nosotros, nos haga levantar la cabeza para permanecer firmemente anclados en nuestra fe en Cristo, de tal forma que, aunque tengamos que pasar por la prueba amarga de la muerte, sepamos que, no la muerte, sino el Señor de la Vida tiene la última palabra sobre nosotros, pues su Resurrección será, para quienes nos unimos a Él en comunión de vida, un renacer eternamente como criaturas nuevas para Dios.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

El Señor se hace cercanía a nosotros en esta Eucaristía para llenarnos de su Espíritu Santo, y hacernos brincar de gozo. La vida a veces pudo habérsenos complicado; incluso nuestra fe confesada con valentía pudo habernos acarreado demasiados problemas. Sin embargo, el Señor se ha acercado a nosotros y nos ha pedido levantar la cabeza y contemplarlo lleno de amor por nosotros, puesto de parte nuestra como nuestro poderoso protector. Ante esta realidad ¿Acaso no nos llenaremos de alegría y daremos brincos de gozo, pues el Señor, en su amor por nosotros ha dado incluso su vida para perdonarnos nuestros pecados y participarnos de su vida y de su Espíritu, que nos santifica? Ojalá y le creamos a Dios de tal forma que sepamos que, suceda lo que suceda, Dios está dispuesto a cumplir en nosotros cuanto nos ha dicho y prometido: Que nos libraría, para siempre, de la mano de nuestros enemigos y que nos haría partícipes de su Victoria y de la Herencia que le corresponde como Hijo Unigénito del Padre Dios. Y esto hoy se hace realidad para nosotros mediante esta Celebración del Memorial de la Pascua de Cristo.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Creerle a Dios es aceptar en nosotros el mensaje de salvación; y, más aún, es convertirnos en colaboradores suyos para que la salvación llegue a todos los hombres. Dios ha tenido misericordia de nosotros y nos ha perdonado nuestras infidelidades, pecados y miserias. Él, por medio de su Hijo, ha destruido el documento acusador que nos condenaba y lo hizo desaparecer clavándolo en la cruz. Si nosotros le creemos a Dios, hemos de llevar una vida conforme a esa fe. En cambio, si no le creemos, probablemente profesemos nuestra fe con los labios y con algunos actos de culto, incluso público, pero nuestras obras serán malas; pues en lugar de ser un signo de la cercanía de Dios para los que sufren y viven oprimidos o sin esperanza, podríamos convertirnos en causa de todos esos males para ellos. Si le decimos al Señor: Aquí estoy para hacer tu voluntad, no podemos decirle a nuestro prójimo: Aquí estoy para hacer mi voluntad de modo egoísta haciéndote daño, destruyéndote, persiguiéndote y asesinándote. Si nos consideramos dichosos por cuanto nos ha dicho el Señor: de que somos sus hijos amados, y que estamos llamados a vivir eternamente en su Gozo y en su Gloria, no podemos pasar la vida convirtiéndonos en ocasión de angustia, tristeza y persecución para los demás, para brillar nosotros a costa de pisotearlos a ellos. Por eso tratemos de ser congruentes con nuestra fe. Que el Señor, que se acerca, nos ayude para que realmente seamos renovados en Cristo, y el mundo alcance a entender que la Iglesia del Señor tiene en su seno a quienes han nacido como criaturas nuevas que, alejadas de sus antiguos modos de proceder, ahora viven, guiadas por el Espíritu Santo, como un Signo del amor de Dios que Él nos manifestó por medio de su Hijo Jesús, al Cual prolonga su Iglesia en el mundo y su historia.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir haciendo en todo la voluntad de Dios, para que su Espíritu nos moldee día a día a imagen del Hijo de Dios; así podremos darlo a conocer desde el testimonio de la propia vida, y no sólo desde palabras, tal vez muy elaboradas, pero huecas de un compromiso fiel y amoroso con el Señor, en quien decimos creer. Si vivimos fieles al Señor será posible que todos experimenten el amor de Dios y vuelvan a Él para alabarlo, ya desde ahora, con una vida intachable y con un auténtico amor fraterno hasta participar, juntos, de la salvación eterna a la que Dios nos ha llamado. Amén.

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37. CLARETIANOS 2003

El saludo de la Vida Lc 1, 40

Hay personas que no se saludan. Saludar, como dice la palabra, implica un deseo de “salud” para la otra persona, de “vida”. Saludar a alguien es como decirle: ¡que tengas vida y vida abundante! El deseo de salud es también como una oración al autor de la Vida. Por eso, todo saludo es sagrado. De eso trata el Evangelio de este último domingo de Adviento: de un deseo profundo de vida.

En el relato evangélico que acabamos de escuchar todo gira en torno a la fuerza imprevisible de un saludo. María “entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. No se trataba de un saludo meramente convencional. María desea salud, vida a su pariente. María, invadida por la Vida de Dios, portadora de la Vida con mayúsculas, desea salud y vida a la anciana que ha recibido un hijo en su ancianidad y tras su horrible experiencia de esterilidad.

La palabra es mediadora del saludo. Las palabras de María estaban cargadas de energía poderosa. Eran “dabar”, acontecimiento –como decían los hebreos-. Y esa palabra vigorosa produce en Isabel una transformación. Isabel, al oír este saludo, quedó llena del Espíritu Santo. Se da una admirable comunicación y contagio entre el Espíritu que habita en María e Isabel, la estéril ahora fecunda. A partir de ese momento, la estéril también es morada del Espíritu.

En Isabel el Espíritu es poderoso. En primer lugar, influye en su palabra. Su palabra se torna enérgica, fuerte, reveladora. En cuanto portavoz del Espíritu, Isabel bendice a María. Proclama que ella es “bendita de Dios” y que es “bendito” también el fruto de su vientre. La bendición era para un hebreo, ante todo, bendición del vientre. Un vientre sin fruto, un seno estéril, era considerado una maldición. En cambio, un vientre fecundo, era una bendición, tal como lo canta el salmo 127 –y nosotros mismos hemos cantado tantas veces-: “la herencia del Señor son los hijos, su salario el fruto del vientre, son saetas en manos de un guerrero los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que llena con estas flechas su aljaba” (Sal 127).

Isabel responde al saludo de María con no menos energía y fuerza. Se convierte en intérprete del gran acontecimiento de la Vida que se está produciendo en María. Hay quienes comentan y dicen que estas palabras de Isabel son la primera antífona mariana, el primer canto dirigido a María.

El saludo de María produce en Isabel un segundo efecto. La criatura que lleva en su seno, apenas oída la voz del saludo salta de alegría, de agallíasis –se dice en griego-. Se trata de la alegría de la victoria final, de la alegría por haber conseguido lo definitivo. El movimiento de su hijo en su vientre, es interpretado por la madre Isabel como una reacción de estremecida alegría ante la llegada de la Vida definitiva. Los Santos Padres comentaban y decían que en ese mismo momento el pequeño Juan el Bautista, quedó santificado en el seno de su Madre.

Jesús nos pidió que no negáramos el saludo a nadie: “si sólo saludáis a los que os saludan, ¿qué mérito tenéis? (Mt 5,46-47). El saludo era el inicio de la buena noticia de los mensajeros de Jesús: cuando entréis en una casa, en una ciudad ¡saludad! El saludo inaugura la llegada de la vida. Por eso, también –como María- los discípulos y discípulas de Jesús tenían salir a toda prisa, a anunciar el Evangelio.

Nosotros también nos preguntamos: ¿qué estamos haciendo con nuestros saludos? ¿Acontece en ellos algo que tenga que ver, de verdad, con la vida? ¿No somos conscientes de nuestro poder, de la capacidad que tenemos de dar vida a los demás, si, como María, estamos llenos de vida, de vitalidad, de Espíritu Santo? Quien está vacío transmite –en su saludo- vacío y puro formalismo, quien está lleno de Espíritu, transmite espíritu.

Puede parecer banal el mensaje de este día. Pero este último domingo de Adviento nos hace comprender cómo saluda quien es mensajero de la esperanza. Sus saludos estremecen, cambian la vida, abren la puerta a la novedad esperada.