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HOMILÍAS MÁS
PARA EL
DOMINGO IV DE ADVIENTO
(9-16)
Nuestra españolísima María de la O ha caído en un olvido inmerecido: ¿Quién sabe todavía hoy que este nombre se debe a la inicial de las siete antífonas del Magnificat que recitan los sacerdotes a partir del día 17 de diciembre, como un hermoso crescendo de la esperanza que nos lleva a las puertas de Navidad? María de la O es, sencillamente, María de la Esperanza, cuya fiesta se celebraba con gran solemnidad bajo el título de Expectación del Parto, el día 18 de diciembre. La Virgen María es una de las tres figuras señeras que predominan en este tiempo litúrgico de Adviento: las otras dos son Isaías y Juan Bautista. El Evangelio de hoy nos brinda la oportunidad de recoger el mensaje de la liturgia y desentrañar el símbolo de esta Virgen Madre cargada con la esperanza del mundo.
En realidad, siempre es Adviento para el cristiano; pero en estos días la palabra de Dios nos advierte una y otra vez para que vivamos en esperanza, en expectación del advenimiento de Cristo, el Señor. Hay una esperanza humana que es evasión: es aquella esperanza que nace como exigencia de una vida cotidiana, incolora a veces y vacía, y otras, llena de amargura. El hombre, entonces, puede refugiarse en un futuro ilusorio, fantástico, de ensueño; no es la esperanza auténticamente cristiana. La esperanza cristiana es una esperanza bien fundada, es una esperanza fundada en la Palabra de Dios. En la Palabra que se hizo carne en las entrañas de la Virgen María. Es aquella misma esperanza con la que la Virgen madre esperó dar a luz al mundo al Salvador. Ella sentía en sus entrañas cómo se iba realizando poco a poco esta esperanza. La Palabra de Dios, fundamento de nuestra esperanza, no es sólo una palabra en la que se proclame lo que Dios hizo en otro tiempo en favor de su pueblo, ni es solo la palabra que revela su presencia escondida en medio de nosotros, es también la palabra que anuncia y anticipa la venida del Señor al final de los tiempos, porque el Señor volverá. El Señor vuelve, vuelve en ese futuro en el que penetramos minuto a minuto saliendo continuamente del presente.
Vuelve para el hombre que recibe continuamente ese futuro de Dios. El Señor viene, viene a nuestro mundo, viene ya ahora y no sólo después de nuestra muerte, viene llenando la obediencia de nuestra fe con la experiencia de su gracia.
El Señor viene también para un mundo que sólo puede avanzar alentado por la esperanza. Es esta esperanza la que de una parte pone en cuestión nuestro presente y hace posible la crítica de todo lo establecido. Es esta esperanza la fuerza para un nuevo éxodo hacia el futuro. Un pueblo satisfecho es un pueblo sin historia, sin posibilidad de futuro. Un pueblo en el que alienta la esperanza hacia un mañana mejor, es un pueblo en situación de Adviento. EP/FUERZA. La esperanza es una fuerza, la única fuerza que puede renovar el mundo. Un filósofo marxista, Ernst ·Bloch-E, ha descubierto que la realidad más íntima y más dinámica de la humanidad es la esperanza. Lo ha descubierto incluso para nosotros los cristianos, y esto es motivo de vergüenza y de revisión por nuestra parte. ¿Acaso no es el cristiano el hombre de la esperanza, de una esperanza activa, se entiende, y bien fundada, de una esperanza radical? Y sin embargo, da pena pensar que la religión haya podido llegar a ser calificada de opio para un pueblo y de rémora en la marcha de la humanidad, como si la religión cristiana fuera la religión para consagrarlo todo, para bendecirlo todo, todo lo que ya ha sido hecho; como si estando tan convencidos de que el Señor ha venido ya no esperáramos su segunda venida, como si el convencimiento de la venida del Señor pudiera aminorar la fe en su segunda venida. En efecto, la esperanza cristiana es una esperanza bien fundada, porque el Señor ya vino; pero es todavía esperanza, porque el Señor ha de volver. Y en este sentido la fe en Jesús de Nazaret, en su presencia oculta entre nosotros, es el fundamento en el que nos movemos cada vez más deprisa hacia el Señor que ha de volver, lo mismo que una madre nunca espera con tanta impaciencia como cuando siente ya en sus entrañas la presenciar de su hijo que todavía no ha nacido.
Una esperanza así entendida ya no es evasión en un futuro de ensueño, sino una fuerza capaz de hacer estallar en dolores de parto nuestro presente, una fuerza verdaderamente revolucionaria; más aún, podríamos decir que la Iglesia en tanto es pueblo que peregrina, es responsable ante el mundo de una revolución permanente. Una revolución que no puede conformarse con atender individualmente las necesidades del pobre que nos sale al encuentro, sino que debe emprender vigorosamente la reforma de todo lo que es causa de la pobreza en el mundo. Podemos afirmar que es doctrina generalizada ya en la Iglesia Católica que el cristiano no puede conformarse con una limosna individual, sino que ha de hacer lo posible para que resulte inútil esa limosna y todo el paternalismo que esto lleva consigo, atacando las causas de la pobreza. Esto es doctrina, ¿cuándo será praxis?
EUCARISTÍA 1970, 5
10.
-Estamos ya sólo a un paso de la fiesta de Navidad, de la difícil celebración de la Navidad. Porque hoy, para muchos, la celebración de la Navidad se nos ha hecho difícil. ¿No se ha convertido en un estampido de superficialidad y tópicos? ¿No hay mucha trampa y demasiadas palabras vacías? Parece como si nuestra sociedad tuviera miedo de lo que es la Navidad y quisiera defenderse apoderándose de la palabra clave -amor, paz, niño- para vaciarlas de contenido. Dice "niño" pero no tiene alegría ni esperanza; dice"paz", pero quiere que olvidemos la multitud de hombres que sufren y podrían no sufrir, la multitud de hombres sin trabajo o casa dignas; dice "amor", pero no hay voluntad decidida de comprensión, de ayuda, no es un amor que sea darse.
Por ello es necesario que nosotros sepamos bien cuál es la auténtica celebración de la Navidad para el cristiano. Otros podrán vivirla sólo como unos días de fiesta, de vacaciones (y tienen derecho a hacerlo así). O hallar en ella una ocasión para manifestar unos sentimientos de benevolencia (aunque fácilmente estos sentimientos se olviden pronto). Pero el cristiano celebra en la Navidad algo bastante más diferente.
Lo importante no es la forma externa de celebración ¿unos preferirán formas tradicionales, otros buscarán otras porque hallan aquellas ya sin sentido). Pero el criterio de autenticidad cristiana hay que buscarlo en que la celebración de la Navidad esté basada en la verdad de sabernos hermanos, en la alegría de creernos participantes en la vida de Dios, en la esperanza de que seguimos el camino de JC.
La celebración de Navidad tendrá verdad y consistencia si nos ayuda a reconocer sencillamente nuestro pecado; si nos revela la presencia de JC en cada hombre (y más en aquellos que no son tratados ni como hombres); si nos empuja a colocar amor donde hay frialdad, paz donde hay ruptura, justicia donde hay abuso, verdad donde hay hipocresía, libertad donde hay imposición.
La alegría de la Navidad, el felicitarnos sinceramente unos a otros, el ambiente de fraternidad y de comunión, debería ser como un signo, como una semilla activa, del Reino de Dios entre nosotros. Por ello es tan importante que nuestra Navidad tenga fuerza de verdad honda en nosotros: porque es un tiempo privilegiado para vivir el Reino de Dios entre nosotros. Aquel Reino hacia el cual caminamos con esperanza, con alegría. Pero todo lo que hemos dicho podrían ser también sólo palabras.
Para preparar la Navidad necesitamos más. ¿No nos iría bien un modelo de preparación? ¿Y qué modelo mejor que el de aquella joven sencilla del pueblo que fue María? Hoy en el evangelio, hemos escuchado el elogio que de ella hizo Isabel, llena del Espíritu Santo. Después de la figura radical de Juan Bautista, la liturgia de Adviento nos presenta -en el camino de Navidad- esta otra figura también radical pero a la vez con el encanto y la gracia de la joven: es María.
Ella puede enseñarnos cómo celebrar la Navidad. Ella es la que ha creído sin trampa, la que ha dado su sí generoso y abierto para que el Mesías de Dios se hiciera hombre de carne, nacido de mujer. Y ella es la que se lanza a la esperanza absoluta en el Dios que es amor. Por ello no es de extrañar que también ella sea -como hemos leído en el evangelio- ejemplo de amor eficaz, diligente, hacia su parienta Isabel.
Y todo ello con extraordinaria sencillez, sin dejar de ser una joven de pueblo. Es un ejemplo -un camino- al alcance de todos.
En la 2. Lec. hemos leído que toda la grandeza del amor salvador del JC se resume en estas palabras : "Aquí estoy para hacer tu voluntad". Realizar la voluntad del Padre es la obra de JC, es el ejemplo sencillo de María, es lo que Dios espera de nosotros. La voluntad del Padre en nuestra realidad, con verdad y lucha, pero también con sencillez alegría y paz.
Que esta celebración de la eucaristía en vísperas de Navidad, exprese aquella petición que hacemos tantas veces, unidos a JC: Padre, que en la tierra hagamos, cada vez más, tu voluntad. Y que esta oración sincera sea el camino que nos introduzca en una auténtica Navidad cristiana.
JOAQUÍN
GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 6
11. EVS/INFANCIA (RELATOS).
En los tres ciclos, el domingo cuarto de Adviento, es una preparación inmediata para la fiesta de Navidad, a través del tema de la anunciación del nacimiento de Jesús, hecha de un modo maravilloso tanto a José (ciclo A), como a María (ciclo B) y a Isabel (ciclo C). Por tanto, el tema unitario de la homilía, debe relacionarse con la preparación espiritual de las fiestas navideñas, en las que, si tenemos en cuenta el sentido profundo de las lecturas de hoy, no celebraremos tanto el hecho histórico del nacimiento físico de Jesús, cuanto el primer paso del misterio de nuestra salvación y redención.
1. EL MENSAJE DE NAVIDAD COINCIDE CON EL DE PASCUA. NV/PAS Este domingo de las anunciaciones nos conduce a reflexionar sobre el contenido de los mensajes que Dios dirige a José por medio de un sueño, a María a través de un ángel y a Isabel por medio de la visita de María y la iluminación interna del Espíritu Santo. No se trata sólo de anunciar el hecho, en sí mismo banal y ordinario, de que María va a tener un hijo, sino que se trata de proclamar que la obra de salvación, que culminará en la muerte y resurrección de Jesús, se inicia ya en los acontecimientos humildes de la concepción y nacimiento del hijo de María. Como dice Salvador Pié (Per a llegir l` evangeli de Lluc, CPL, Barcelona 1973, p. 18),
"Lucas, en definitiva, en el evangelio de la infancia nos narra una historia teológica, iluminando de este modo retrospectivamente unos recuerdos por medio de la catequesis evangélica y los acontecimientos definitivos de Pascua. No nos narra directamente una historia, sino una "doctrina" en forma de historia".
J/PAZ. La relación de la "historia" del nacimiento de Cristo con el mensaje teológico de Pascua se ve perfectamente si tenemos en cuenta el alcance de las lecturas primera y segunda. En la profecía de Miqueas -que contiene un gran paralelo con el evangelio de la noche de Navidad- hay una frase-clave: "El será la paz" ("ésta sera nuestra paz", traduce el leccionario castellano), que debe interpretarse a la luz de la teología paulina sobre Cristo, que con su muerte y resurrección se convierte en el pacificador de los hombres para con Dios y de los hombres entre sí (cf. Ef 2,11-18). Y el fragmento de la carta a los Hebreos que leemos en la segunda lectura "hace pensar en aquella frase patrística, referida a María. ¡Oh templo en el cual Cristo fue hecho sacerdote!. El acento sacrificial-existencial de este texto enlaza con la tónica cultual-poética de Lucas, en su teología sobre Jesús. A través de este texto, la encarnación y el misterio pascual se perciben en su inseparable identidad; la fiesta de Navidad recibe la hondura de sentido que la impide quedarse en simple alegría porque ha nacido un niño" (Pere Tena, "Guía homilética del leccionario dominical, CPL, Barcelona 1977, p. 68).
2. LA MATERNIDAD ESPIRITUAL DE MARÍA Y DE LA IGLESIA. María, figura central del Adviento, tiene un gran protagonismo en este domingo inmediatamente anterior a la fiesta de Navidad. Y, precisamente, bajo este aspecto que vamos comentando. No se presenta únicamente como aquella que ha sido elegida para ser madre física de Jesús, sino como la sirvienta de Dios, que en una actitud profunda de fe en su palabra, acepta la colaboración espiritual en la obra total de Jesús, y, por tanto, también en la salvación y redención de los hombres. Es significativo que Isabel diga a María: "¡Dichosa tú, que has creído!", y no únicamente: "¡Dichosa tú, que has concebido!". Y continúa aún Isabel: !Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". Y el cumplimiento perfecto del mensaje navideño tiene lugar no cuando Jesús nace en el establo sino cuando muere en cruz.
M/IMAGEN-DE-LA-I. María es tipo de la Iglesia y de todos los cristianos. La colaboración en la obra salvadora y redentora de Cristo afecta a todos los que, por la fe, nos hemos adherido a él. La misión esencial de la Iglesia no puede separarse de su maternidad espiritual, es decir, de la misión de engendrar la luz de la fe en todos los hombres y de hacerlos llegar a los frutos completos de la redención de Cristo. Por eso ·JUAN-PABLO-II, en uno de los mejores párrafos de la encíclica _Redemptor-Hominis (n. 14), afirma: "El hombre es el camino de la Iglesia, camino que en cierto modo conduce al origen de todos aquellos caminos por los que debe avanzar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre, sin excepción- ha sido redimido por Cristo, porque con el Hombre -con cada hombre, sin excepción- se ha unido en cierta manera Cristo, aun cuando este hombre no es consciente de ello". H/CAMINO/I.
JOAN
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1979, 23
12. M/IMAGEN-DE-LA-I M/VISITACION.
La escena de la visitación de María es un paradigma perfecto de la actitud y del esfuerzo evangelizador de la Iglesia. Esta, como María, lleva en sí misma una realidad de salvación que la sobrepasa: Cristo es más que la Iglesia, como es más que María, pero la Iglesia tiene la misión irrenunciable de proclamar y llevar a Cristo en medio del mundo, como María, a la casa de Juan. La presencia de Cristo llega a través de un gesto fraternal, profundamente humano, de María: ayudar a su pariente, que está a punto de dar a luz. La Iglesia sabe que los gestos de fraternidad con todos los hombres, con nuestro mundo que se halla en trance de dar a luz una nueva etapa de la historia, son el paso fronterizo de encuentro para aportar su colaboración.
Todavía, la aportación de María trasciende el gesto fraterno, sin negarlo ni eludirlo: es Cristo el que llega. En el mundo, la Iglesia convida y colabora con plena y decidida conciencia de su originalidad; La evangelización no termina con el gesto homogéneo con el mundo, sino que conduce hasta la proclamación de la salvación en Jesús, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Finalmente María es alabada por su pariente debido a su fe; la identidad de María se comprende en la fe. La Iglesia será tanto más visible y reconocida cuando más haga resplandecer su fe en medio de los hombres; en definitiva, la Iglesia no puede pretender ser reconocida en su identidad más que en la fe en Jesucristo.(...)
La actitud espiritual de Jesús (2. lectura) El texto de la carta a los Hebreos puede parecer, a primera vista, de una pretensión excesiva, y de una cristología muy "descendente": ¿quién puede saber lo que decía Cristo cuando entró en el mundo? Sin embargo, en realidad, el autor no tiene precupaciones cronológicas, ni se plantea cuestiones de biología. Lo que quiere señalar es la actitud fundamental de Jesucristo en su encarnación; si se quiere, su espiritualidad. Y de este modo, para describirla, nada mejor que aportar la realización en Cristo de las palabras del salmista, en las que se valora la oblación personal, la obediencia filial al Padre, por encima de cualquier otra ofrenda.
J/OBEDIENCIA: En este sentido, el fragmento de la carta a los Hebreos enlaza magníficamente con la actitud espiritual de María en la anunciación: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". La actualización en función de la proximidad de la Navidad puede tener diversas formas. He aquí dos:
- La contemplación de la presencia salvadora de Cristo en medio de los hombres no puede quedarse en la admiración boquiabierta de un niño en la cueva de Belén. El sentido del nacimiento sólo se puede descubrir a partir del reconocimiento, en la fe, de la actitud espiritual de Jesús en la encarnación: orientación, desde su principio, hacia el misterio pascual, a través de una vida totalmente entregada a la voluntad del Padre.
- La celebración de la Navidad puede convertirse en la realización de un montón de cosas, incluso buenas, y con buena intención. Pero es importante mantener una constante referencia a la actitud espiritual de Jesucristo. La Navidad es una llamada a la interioridad, a la obediencia profunda a las intervenciones de Dios en nuestra vida.
PEDRO
TENA
MISA DOMINICAL 1973, 2
13. M/DEVOCION.
MARÍA: LA DISPONIBILIDAD PERFECTA
Está de moda hablar de "la crisis de devoción a María". La palabra "crisis" tiene tantos matices que lo primero que hay que hacer es... "matizarla". Si se quiere significar que ahora ya no se dedican a María tantos actos de devoción, tantas palabras altisonantes como en otros tiempos, no cabe duda de que es verdad. Pero hay que preguntarse si aquellos recursos de antaño constituían una auténtica devoción. No es que la ausencia de ellos lo sea, desde luego. Y ahí está precisamente el riesgo de los cambios a que estamos asistiendo. Pasar de la inflación ineficaz al vacío: ese es el peligro. De colocar a María en un pedestal inaccesible y mítico a borrarla del mapa de las preocupaciones cristianas, hay un salto que no debe darse. Se da, a veces, pero ello no justifica una vuelta atrás, un retorno a los novenarios protocolarios y a los manojos de velas que lucen muy cerca de la superstición.
El papel de María en el Misterio de la Redención está perfectamente claro: ella es el vehículo humano de la Divinidad.
M/OBEDIENCIA M/MODELO-VCR. Pocas veces se nos ocurre pensar que María, al ser constituida en Madre de Dios, no "sube" de categoría en la escala social, mantiene su puesto de pobreza y humildad. El misterio de María es, por encima de todo, un misterio de fe y la fe es disponibilidad. Ejemplo de ella da el Mesías, Cristo, tal como queda reflejado en la Carta a los Hebreos (capítulo 10). La fe como actitud de estar dispuesto a todo, de ponerse en manos de Dios, es la clave de todo el misterio de la Virgen María. Desde el "hágase tu voluntad" que abre la puerta de la Encarnación, hasta la aceptación de la muerte en cruz del Hijo, pasando por la apresurada carrera que conduce a María hasta la casa de Isabel, para merecer de ella esa frase clarificadora: "¡Dichosa tú que has creído" (Lc, 1, 45). La vida de María es una constante atención a la voluntad divina.
La colaboración preeminente que la Virgen presta a la Redención está en la participación de María en la fe del Mesías, en participar de la disponibilidad de que Cristo hace gala repitiendo tantas veces lo de "hacer la voluntad de mi Padre". La grandeza de María arranca de su fe y toda "devoción" a la Mujer que prestó su cuerpo y su sangre a la Encarnación debe moverse en el campo de la fe. Ser "devoto" de María es reconocer en ella a la primogénita de la fe, al paradigma de lo cristiano, al modelo de disponibilidad humana. Porque creemos en la Redención y ésta nos da pie para la esperanza, debemos estar dispuestos a todo y manifestar esa disposición por la caridad. Las tres virtudes teologales son el perfecto Evangelio, cumplido, por primera vez y de la forma más alta, en María. Toda la historia posterior del cristianismo no es sino el intento de reconstruir la vida de María, de acercarse a su misterio, pero no como quien se aproxima al tabú de lo inaccesible o al "truco" del único intermediario, sino como quien se acerca a la plenitud humana de vivencia de lo sobrenatural. María no se convierte en diosa por ser madre de Dios. No se hace radicalmente distinta, ni se separa de la humanidad, sino que realiza en lo humano la plenitud evangélica. Esa es su grandeza.
María no es "otra", en el mismo sentido que podemos llamar "Otro" a Dios; es "la misma", es nuestra, radicalmente humana y sólo su absoluta entrega a los planes de Dios la convierte en modelo de vida cristiana.
M/MADRE-DE-LA-I. Madre de la Iglesia, se la llamó en el Vaticano II. Porque la Iglesia, si quiere ser fiel a su misión, deberá realizar y contrastar sus realizaciones con el papel de María. Como ella, debe hacer vivir en su seno a la Vida y transmitir esa Vida a los demás en un acercamiento humilde y presuroso. La Iglesia deber ir a los hombres, como María fue a Isabel. Y se producirá el milagro de que los hombres sientan en lo más profundo de su ser un maravilloso retortijón de vida, el descubrimiento de que en ellos se mueve ya el bien y la verdad. María sirve, para con Isabel, de catalizador, de despertador. Y esa es la misión de la Iglesia -es decir, de todos los que formamos la lglesia-: nuestra mera existencia y actuación tiene que despertar en el mundo el "sonido", el divino ruido de la verdad y del bien. Grávidos de un Mensaje salvador, estamos siempre como dando a luz el Misterio mesiánico. Y de sobra sabemos que nunca se da a luz sin dolor.
María: la disponibilidad perfecta, el modelo de fe. Recorrió la primera el camino de gozos y dolores que lleva desde la Encarnación a la Resurrección, pasando por la Cruz. Nosotros hemos venido después para seguir el mismo sendero. Y, a ser posible, para seguirlo al mismo ritmo que ella. Ese es el sentido de la presencia de María entre nosotros. Es la mejor de nuestra raza.
BERNARDINO
M. HERNANDO
VIDA NUEVA
14.
María se pone en camino "rápidamente". Es el comienzo de las marchas en san Lucas, el evangelista de los caminos. Su evangelio está siempre en movimiento, lo mismo que su segundo libro, los Hechos de los apóstoles. De Nazaret la salvación irá a Jerusalén, luego tras la resurrección comenzará la conquista del mundo: "Seréis, dice Jesús, testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo" (Hch 1, 8). Los testigos, dice Pedro, son esos hombres "que nos acompañaron mientras vivía con nosotros el Señor Jesús" (Hch 1,21).
Y ésta es la primera marcha misionera: María que se pone en camino rápidamente, vibrando todavía por su anunciación: "¡Hágase en mí según tu palabra!". Se apresura a ir a ver la primera maravilla anunciada: "Isabel, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses".
María lo cree. Todo es inaudito, pero ella cree. Le invade el gozo, el gozo de creer, el gozo de entrar en los tiempos mesiánicos y de ser ella la que los abre. "Yo soy la esclava del Señor".
La visitación irradia el gozo de creer. Isabel multiplica las palabras de gozo: "La criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú, que has creído! ¡Qué alegría que me visite la madre de mi Señor!". Y María responderá con el Magnificat, su cántico de alegría.
Lucas nos indica cuál es la fuente de ese gozo tan especial: el Espíritu. El Espíritu vino sobre María, llenó a Isabel, en pentecostés llenará a los apóstoles. Y nos llena a nosotros cuando creemos y proclamamos que Jesús es Señor, es decir, el mesías, el salvador, pero un mesías tal como ningún judío se habría podido imaginar: Dios dándonos a su Hijo. Nuestra fe y nuestro gozo dependen de la fuerza con que creemos en esto. Nos perdemos en cosas secundarias, disputamos entre cristianos sobre cuestión de detalles, en vez de vivir a fondo y de proclamar lo esencial, la revelación fantástica: el niño que va a nacer de María es el Hijo de Dios. Otro cántico viene después del Magnificat, el Benedictus: "¡Bendito sea Dios, que ha visitado a su pueblo! ¡Dios mismo que nos viene a visitar! Hay muchas cosas que creer: la resurrección de Jesús, su presencia en la eucaristía, el perdón de nuestros pecados, el triunfo final de la vida sobre el sufrimiento y la muerte. Pero para todas esas cosas nuestra fe será fácil y sólida si estamos bien enraizados en lo más difícil: creer que Dios ha venido a recorrer nuestros caminos: "Hemos visto los pasos de nuestro Dios cruzándose con los pasos de los hombres"! Y para que viniera a nosotros, necesitaba a María. Nada puede darnos mayor devoción a la Virgen que verla tan dichosa de creer y ofreciendo ya a su Hijo para quien explotan los primeros gozos de la fe. Cuando quiere hablar de María, el concilio tiene estas palabras magnificas: Ella presentó la vida al mundo. Es lo que hizo saltar de gozo al hijo de Isabel y lo que nos hace saltar a nosotros delante de María: ella es la visitación de Dios, nos presenta la vida, hecha para nosotros la vida de un hombre.
Si nuestra alegría es creer en todo esto, no la ocultamos demasiado. Con motivo de alguna visita en donde pueda establecerse un contacto en cierta profundidad. ¿Quién sabe? Al escucharnos, o quizás sólo al mirarnos, puede ser que alguien salte de gozo.
ANDRE
SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág.
122
15.SOBRE LA SEGUNDA LECTURA
«Aquí estoy para hacer tu Voluntad». Esta fue la actitud permanente y la opción fundamental de Cristo, desde que entró en el mundo hasta que salió de él, desde el "Aquí estoy" hasta el «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». La Voluntad del Padre era su música y su comida, era su pasión y su droga. Por eso conoce la Escritura y está siempre a la escucha de su palabra. El aceptar esta Voluntad del Padre, a veces, le resultaba exultante y le sacaba de sí: «Yo te bendigo, Padre... Sí, Padre, tal ha sido tu beneplácito» (Lc. 10, 21). Pero, a veces, le suponía un tormento: «No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc. 14, 36). Era siempre su luz, su fuerza y su defensa. Por eso apelaba siempre a la Escritura: «Así está escrito» (Mt. 4, 5). «¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras...? Todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras» (Mt. 26, 54-56). «¿No era necesario que Cristo padeciera eso...? Y les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc. 24, 26-27).
-Radicalidad
Cristo obedeció siempre de manera perfecta, pero podemos decir que en la cruz se superó a sí mismo, llegando a la consumación: «Aprendió sufriendo a obedecer». (Hb. 5, 8.) Antes había dejado su propia voluntad, ahora la crucifica. Aunque también podíamos decir: «Aprendió sufriendo a amar» o «aprendió obedeciendo a amar», que lo que importa no es tanto sufrir o no sufrir, sino amar a Dios con toda verdad y radicalidad.
Yo no sé si hemos aprendido bien esta asignatura sobre el sacerdocio y el culto, sobre la religión que Dios quiere. Me temo que sea todavía asignatura pendiente y que haya mucho entre nosotros de los conceptos y costumbres antiguas. Por no poner más que un ejemplo, ¿no seguimos diciendo cantidad de veces al Señor: «Aquí tienes», en vez de «aquí estoy»? Aquí tienes, Señor, mi promesa, mi sacrificio, mi limosna; aquí tienes mi velita y mi agua bendita; aquí tienes mi joya y mi ramo de novia; aquí tienes mis visitas y mi peregrinación; aquí tienes mi imagen y mi reliquia; aquí tienes mi medalla y mi escapulario; aquí tienes mi cruz y mis rosarios; aquí tienes mis ayunos y abstinencias; aquí tienes mi certificado de bautismo, confirmación y matrimonio por la Iglesia; aquí tienes mis confesiones y mis misas; aquí tienes, Señor, todos mis méritos. Pero la palabra del Señor nos repite: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas». En nuestras relaciones con Dios, como en todo, tenemos que aprender a conjugar más el verbo «ser» que el verbo «tener»; el verbo «estar» que el «asegurar»; no vayamos a aplicar el consumismo a la religión. No a una religión mercantilista.
CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1988.Pág. 74
16.
-La pequeña
Seguimos admirando las preferencias de Dios. Ahora no se trata del lugar del nacimiento, sino de la persona escogida para ayudarle a nacer. Se trata, sí, del verdadero lugar en el que Dios va a tomar contacto con el hombre; en el que Dios se va a vestir de hombre; donde Dios puso su templo y su cielo.
La madre escogida fue María, una joven nazarena, absolutamente insignificante y totalmente desconocida. Sabemos ya la pintura que nos dejó de ella ·Celso: «Una pobre campesina que vivía de su trabajo... Una mujer sin fortuna ni nacimiento regio... Porque nadie, ni siquiera sus vecinos, la conocían» (Discurso verdadero, 7-8).
Resulta casi escandaloso que Dios escogiera para ser madre una mujer tan vulgar «Repugna a un Dios, dice Celso, que haya amado a una mujer sin fortuna» Los antiguos dioses se peleaban por las mujeres más bellas o más inteligentes o más perfectas. Ahora, el verdadero Dios escoge a la más pequeña. Y es que aquellos dioses elegían según los criterios humanos, como proyecciones del hombre que eran; éste, el Dios verdadero, quiere enseñar a los humanos cuál es el camino que conduce a Dios, y cuáles son los verdaderos gustos de Dios.
-Los caminos de la elección D/ELECCION:
Cuando Dios elige para una misión, cuando quiere iniciar una amistad, cuando desea colmar con su gracia a una persona o un pueblo, lo primero que se fija es en la pequeñez. "Yo soy el Señor que humilla los árboles altos y ensalza a los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos" (Ez/17/24).
Árbol seco eran Abraham y Sara, y Dios los hizo florecer con lluvia de estrellas. Más tarde haría lo mismo con los padres de Sansón, de Samuel, del Bautista (cf. Juc. 13; 1 Sam. 1). Por eso, cantaría Ana: «La estéril da a luz siete hijos y la madre de muchos se marchita... Levanta del polvo al humilde y alza del muladar al indigente» (1S/02/05-08).
--Moisés: «¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel!... yo no he sido nunca hombre de palabra fácil..., sino que soy torpe de boca y de lengua» (Ex. 3, 11; 4, 10).
-- Gedeón: «Perdón, Señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi familia es la más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre» (Jc/06/15)
-- David: «Todavía queda el más pequeño que está guardando el ganado... Levántate y úngelo, porque éste es» (1S/16/11-12).
--Jeremías «¡Ah, Señor Yahveh, mira que yo no sé hablar, que soy un muchacho» (Jr/01/06).
--El pueblo de Israel: «No porque seáis el más numeroso de todos lo pueblos se enamoró Yhaveh de vosotros y os eligió, pues sois el pueblo más pequeño, sino que por puro amor... os sacó...» (Dt/07/07-08).
-El nuevo pueblo de Dios
«Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo... lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios» (1Co/01/26-27).
También María, árbol humilde, «la que no es», fue escogida gratuitamente, «porque miró la pequeñez de su esclava» (/Lc/01/48). María «no es». Como una esclava, toda su personalidad, toda su realidad, viene por la dependencia, por la relación. Sólo es en cuanto que es del Señor y para el Señor. Pero también podemos decir que María es en el Señor, que no sólo es dependencia, sino presencia y comunicación. María es una ánfora, vacía de sí pero rebosante de Espíritu, un vacío lleno de Dios. Por eso, la humildad de María es enteramente radical.
-La respuesta
La respuesta de María a la elección amorosa de Dios, al contrario de Belén y Nazaret, fue enteramente positiva. Conocemos su fiat incondicional: «Aquí me tienes, Señor». Es un eco o un anticipo de las primeras palabras y actitudes del Hijo: «Aquí estoy para hacer tu voluntad». Esta actitud afirmativa de María fue el principio de la restauración.
Por eso "Dichosa tú, que has creído". Has aceptado la palabra y la has guardado en tu corazón. Creer es abrirse a Dios, a su poder y su amor. Creer es echarse en las manos de Dios. Creer es dejar que Dios te "utilice" y disponga de ti. Creer es zambullirse, sin saber nadar, en el océano divino. Creer es ponerse en camino sin saber a dónde, y caminar a ciegas «sin más luz ni guía que la que en el corazón ardía».
-Dichosa tú, que has esperado
Esta joven nazarena formaba parte de ese pequeño «resto» de Israel que seguía esperando el cumplimiento de las promesas de Dios, «como lo había prometido a nuestros padres», porque sabía que Dios «se acordaba siempre de su misericordia». Un tipo encantador -verdadero paradigma- lo encontramos en el viejo Simeón. Sólo que María tenía algo más que hacer para que las esperanzas se cumplieran. Sin su colaboración, Simeón hubiera tenido que seguir esperando.
Hoy se celebra a la Virgen de la Esperanza, la Virgen de la 0, la doncella que está para dar a luz... al Sol. Toda mujer que espera un niño es signo y argumento de esperanza. María, en vísperas del parto, es algo más, es el fundamento de toda esperanza, el ancla que sostiene a todas las anclas, porque su Hijo será el Salvador del mundo, el principio de la nueva humanidad.
CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1991.Págs. 71-73