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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO - CICLO A
28-35
28.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
Si quisiéramos exponer en una palabra la síntesis de la liturgia de la Palabra
de este cuarto domingo de adviento podríamos decir: "Emmanuel: que significa
Dios con nosotros". Este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la
Navidad. En él se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios. Se subraya que
este niño que nacerá en Belén es el prometido por las Escrituras y constituye la
plena realización de la Alianza entre Dios y los hombres. La primera lectura
(1L) expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Acaz desea aliarse con el rey
de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey
de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yavéh.
Lo que el profeta propone al rey es una respuesta de fe y de confianza total en
la providencia de Dios, verdadero rey de Jerusalén. El rey Acaz debía confiar en
el Señor y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Acaz ve las cosas
desde un punto de vista terreno y naturalista: desea aliarse con el más fuerte,
el rey de Asiria. Isaías sale a su encuentro y lo apremia: "pide un signo y Dios
te lo dará. Ten confianza en Él". Sin embargo, el rey Acaz teme abandonarse en
las manos de Dios y se excusa diciendo: "no pido ningún signo". En su interior
había decidido la alianza con los hombres despreciando el precepto de Dios.
Isaías se molesta y le ofrece el signo: "la Virgen está encinta y da a luz un
hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros". La tradición
cristiana ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una
virgen llamada María (EV). Así lo interpreta el Evangelio de Mateo cuando
considera la concepción virginal y del nacimiento de Cristo: María esperaba un
hijo por obra del Espíritu Santo. Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en
el exordio de la carta a los romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión
de fe en Cristo Señor. Nacido según lo humano de la estirpe de David;
constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios (2L). Pablo subraya el origen
divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana como "nacido de la
estirpe de David". Verdadero Dios y verdadero hombre.
Mensaje doctrinal
1. El cumplimiento de las profecías. El cumplimiento de la Alianza. Tanto
la carta a los romanos como el Evangelio indican que las profecías encuentran su
cumplimiento en Cristo Jesús. "Todo ha sucedido para que se cumpliesen las
Escrituras". Dirijamos nuestra atención al significado de la Alianza que Dios ha
querido establecer con los hombres. El término "Berit"(Alianza) parece
intraducible en nuestras lenguas, pero en todo caso indica esa benevolencia y
compromiso gratuito de amor de Dios con los hombres. Es un pacto que nace del
amor de Dios y encierra un plan de salvación maravilloso para la humanidad. Esta
Alianza anunciada en el protoevangelio (Ge 3,15), expresada en el Arco Iris
después del diluvio (Gen 9,12), establecida en el sacrificio de Abraham (Gen
15,8), llevada a una mayor realización en los eventos del Sinaí (Exodo 24,
1-11), encuentra su culmen en la Encarnación del Hijo de Dios. Dios que nos
había hablado por los profetas, en los últimos tiempos nos ha hablado por medio
del Hijo (Cfr. Hb 1,1). Parece que nada ha hecho desistir a Dios de su amor y de
su alianza con los hombres. Para los Santos Padres estaba claro que el amor a la
humanidad era una marca propia de la naturaleza divina (San Gregorio de Nisa Or.
Cat. XV, PG 45, 47ª), por ello consideran que la razón de la presencia de Dios
entre los hombres (el Emmanuel) se debe al amor de Dios por ellos.
2. El misterio de Cristo. La concepción virginal del Señor conduce la
mirada al misterio de Cristo. La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios
es el signo distintivo de la fe cristiana. El "Emmanuel", es Dios con nosotros,
es Dios mismo quien se reviste de carne humana para poder salvarnos de la muerte
y del pecado. Él ha sido concebido en el seno de la Virgen María por obra del
Espíritu Santo. En Cristo se tiene la plenitud de la revelación. En Cristo se
cumplen todas las promesas y se revela el misterio escondido del que habla San
Pablo. El vaticano II afirma: "La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la
salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación". Y confirma: "Jesucristo, el
Verbo hecho carne, ’hombre enviado a los hombres’, habla palabras de Dios (Jn
3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn
5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo, con su total presencia y manifestación, con
palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección
gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la
verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio
divino. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará;
y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13)". (Conc.
Ecum Vat. II, Const. dogm. Dei verbum, 2). Estas verdades fundamentales hacen
sólida nuestra fe y nos ayudan a comprender la riqueza de nuestra vocación
cristiana de frente a tantas otras propuestas y creencias de salvación.
3. María y José: servidores fieles del plan de Dios. En este domingo
aparece también la figura de María, fiel esclava del Señor, en quien se cumple
el plan salvífico. Ella es la verdadera "arca de la alianza" en cuyo seno
virginal se encarna el Verbo divino. Ella brilla por su disponibilidad perfecta
a la acción del Espíritu Santo. Este fiat de María "Hágase en mí" ha decidido,
desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una
plena consonancia con las palabras del Hijo, que, según la carta a los Hebreos,
al venir al mundo dice al Padre: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo... He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10,
5-7). El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual
María ha pronunciado su fiat: "Hágase en mí según tu palabra", haciendo posible,
en cuanto concernía a ella según el designio divino, el cumplimiento del deseo
de su Hijo." (Redemptoris Mater 14). ¡Qué modelo de obediencia de fe a las
palabras divinas! Aquello que había sido anudado por la virgen Eva, ha sido
desatado por la Virgen María. Aquel abandono de fe que no supo dar el rey Acaz,
se ve fielmente realizado en María que dio su pleno consentimiento a la acción
de Dios. Por otra parte aparece José. El Evangelio nos dice que es el hombre
justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es el hombre
que teme a Dios, el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo es el
hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José advierte que
en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la acción del
Altísimo, su cercanía y su santidad. Experimenta el temor reverencial de la
presencia de Dios, la indignidad de estar en la presencia de Dios. Es la misma
experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel. El ángel lo
conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada Familia, le habla
de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta con sencillez la
revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende todo el plan de
Dios. Se confió en las manos de Dios.
Sugerencias pastorales
1. La amistad de Dios. Este domingo es una cordial invitación para
renovar los lazos de amor y de amistad con Dios Nuestro Señor. "En esto consiste
el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos
envió a Su Hijo como propiciación por nuestro pecados" (1 Jn 4, 10). Al
contemplar cómo Dios nos ama y nos busca y nos envía a su Hijo, debería nacer en
nuestro corazón un sentimiento de gratitud y confianza. El Señor nos ama con un
amor indefectible. Hoy en día hay muchas personas que sufren desesperación,
depresión, abatimiento; han perdido la razón de su vida, situaciones
matrimoniales inconciliables, rupturas familiares, vidas abandonadas en el
pecado. De frente a esta realidad humana con su terrible realismo y dureza, de
frente al misterio del pecado del hombre y de frente al misterio de la muerte,
está el amor de Dios que es más grande que todo mal. El amor de Dios es eterno y
su misericordia es eterna. Hagamos una experiencia profunda del amor de Dios.
Sintamos que nuestras vidas, aunque heridas por el pecado y múltiples
contradicciones, están en las manos de Dios y que lo bueno para nosotros es
"estar junto a Dios".
2. El amor a la voluntad de Dios. La voluntad de Dios se manifiesta de
mil maneras en nuestra existencia. Es voluntad de Dios nuestra creación y el don
inconmensurable de la fe. Es voluntad de Dios mi salvación. Es voluntad de Dios
mi pertenencia a la Iglesia católica. Es voluntad de Dios mi misión en esta
vida, mi familia, mis deberes cotidianos. También es voluntad de Dios mi salud y
los avatares, a veces difíciles, de nuestra vida. Dios me va revelando esta
voluntad progresivamente y es necesario tener la capacidad de leer todo esto en
la fe. Lo verdaderamente importante es conformar la propia voluntad con la
voluntad de Dios como lo hizo María, como lo hizo José. Sólo quien sabe
renunciar a su propio egoísmo para acoger la voluntad de Dios puede ser
verdaderamente feliz. En una oración atribuida a Clemente IX se recoge una bella
expresión del amor a la Voluntad de Dios:
Offero tibi, Dómine,
cogitánda, ut sint ad te;
dicénda, ut sint de te;
faciénda,
ut sint secúndum te;
ferénda, ut sint propter te.
Volo quidquid vis,
volo quia vis,
volo quómodo vis,
volo quámdiu vis.
"Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis
palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu
voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti. Todo aquello que
quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres tú, como tú lo
quieras y durante todo el tiempo que lo quieras".
29. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Llegamos al cuarto y último domingo de adviento. Desde el inicio, la idea que ha atravesado todo este tiempo en las primeras lecturas ha sido la esperanza confiada, pero activa, de que Dios actuará a favor de los débiles, de su pueblo. Mientras que en la lectura evangélica de todos estos días, hemos podido ir contemplando esa promesa de Dios hecha realidad, hecha acción a través de su hijo Jesús.
Precisamente en el pasaje de Isaías que escuchamos hoy resuena ese anuncio esperanzador del nacimiento de alguien que estará permanentemente inserto en medio de su pueblo. Al parecer estas palabras del profeta al rey Acaz se dieron en un contexto en el que las esperanzas del mantenimiento de la seguridad del reino de Judá se centraban más en el poder político y militar, dejando a un lado la confianza en YHWH. Isaías ha visto los afanosos intentos del rey para aliarse con sus vecinos en orden a defenderse de las amenazas del reino del norte, quienes a su vez se han aliado con otros para defenderse del poderoso de turno.
Para despertar de nuevo la confianza en Dios, el profeta se vale de un hecho probablemente histórico, el embarazo de alguna de las doncellas del rey. Así como esa joven dará a luz un primogénito, del mismo modo enviará Dios un descendiente davídico que asuma los destinos del pueblo, en medio del cual estará siempre; por eso su nombre “Emmanuel”, Dios con nosotros. Con base en esta profecía, se fue fomentando la idea de que el Mesías nacería de una virgen. Toda primeriza en Israel albergaba la esperanza de ser la madre del Mesías; todo ello debido a la misma terminología empleada tanto en el hebreo como en el griego y luego en nuestra lengua. Cuando Mateo relata la concepción de Jesús, se hace eco de esta profecía de Isaías y lo cita textualmente.
La segunda lectura está tomada de la carta de san Pablo a los romanos, más exactamente se trata del encabezamiento de la carta. Allí relata Pablo a los cristianos de Roma su vocación al apostolado, para lo cual fue elegido por el mismo Dios. Para Pablo está claro que el evangelio que él predica es Jesucristo mismo, su persona, su obra, su muerte y resurrección. Es muy importante para el apóstol subrayar que este Jesús es descendiente de David en cuanto a lo humano, pero que Dios le otorgó su Espíritu constituyéndolo en Mesías todopoderoso, Señor Único, resucitándolo de entre los muertos. Otra cosa que recalca Pablo es que su actividad evangelizadora le ha sido otorgada por puro don, por vocación; de ahí que su preocupación haya sido durante toda su vida el dar a conocer a la noticia de Jesucristo especialmente a los gentiles.
En el evangelio, Mateo nos narra el origen de Jesucristo. María estaba desposada con José, pero aún no vivían juntos. Ello indica que estaban en un período que llamaban desposorio o compromiso matrimonial, período que podía durar de seis meses a un año, tiempo prudente para el esposo construir o acondicionar la casa en donde recibiría a su esposa. En el entretiempo la novia seguía viviendo con sus padres, dependiendo de su papá hasta que pasara formalmente a depender de su marido. La promesa de matrimonio o desposorio implicaba completa fidelidad al novio; todo acto de infidelidad era adulterio, y como tal podía ser castigado conforme a la ley mosaica.
En esas circunstancias, pues, nos narra el evangelio que María resultó embarazada; pero aclara diciendo “por obra del Espíritu Santo”. El hecho haría sentir muy mal a José; sin embargo, agrega Mateo, que “era un hombre justo, y para no exponerla a la infamia, decidió abandonarla en secreto”. José hubiera podido hacer valer sus derechos, exigir el castigo previsto por la ley; con todo, sin darse cuenta, va colaborando también él con los planes divinos.
En estos planes divinos no todo está garantizado, pues en ellos también están involucradas la libertad y la voluntad humanas. Es una constatación que podemos hacer en toda la historia de la salvación partiendo desde el mismo paraíso. Parece que los planes de Dios caminaran sobre el filo de la navaja! Un ejemplo de ello lo tenemos en el relato que hoy nos cuenta Mateo.
Pero en esos planes hay siempre una cosa muy importante que se llama diálogo. Precisamente en el diálogo con el ángel que le habla en sueños a José se nos muestra cómo Dios va incorporando a su proyecto a sus mismas criaturas. El silencio de aceptación de José es la respuesta que Dios nos pide también a nosotros. Le ponemos muchas trabas y condiciones a la obra de Dios. A veces intentamos “corregir” la manera como Dios actúa; no es necesario! Basta que pongamos nuestra fuerza y voluntad al servicio del plan de Dios, lo demás El sabe cómo lo hace.
Aunque en nuestro pasaje se resalta la figura de
José en su duda, en su aceptación de ser padre de Jesús y de ponerle el nombre,
la verdad es que María, que apenas es nombrada, está también allí recordándonos
su actitud de fe y sumisión a los planes de Dios que son vida para el hombre y
la mujer de todos los tiempos.
Para la revisión de vida
En esta última semana de adviento, trato de hacer una revisión de mi vida sobre cómo me estoy preparando para vivir el nacimiento de Jesús.
¿Qué implicaciones tiene para mí contemplar una
vez más el misterio del Verbo hecho carne?
Para la reunión de grupo
- - Retomar la lectura de todo el cap. 7 de Isaías, una vez leído, discutir y asimilar las notas explicativas que trae la Biblia Latinoamericana.
- - Leer de nuevo el pasaje de Mateo y estudiar la
nota a este pasaje en la Biblia Latinoamericana.
Para la oración de los fieles
- Por los cristianos de todas las confesiones, para que por encima de nuestros intereses de grupo, seamos capaces de transparentar en el mundo la presencia única y permanente de Dios. Oremos...
- Para que nuestra vida personal y grupal sea fiel reflejo del amor del Padre manifestado en su Hijo. Oremos...
- Para que esto en estos días de Navidad no olvidemos a los más necesitados de nuestras comunidades. Oremos...
- Para que la Navidad deje en nosotros frutos de
una conversión sincera y de una adhesión incondicional a los planes del Padre...
Oremos...
Oración comunitaria
Padre bueno y misericordioso, cuando hacemos nuestra propia voluntad nos
perdemos, se diluye el sentido de nuestra vida y arrastramos a muchos a la
perdición; que al contemplar hoy a María y José obedientes a tu voluntad,
sintamos también nosotros el placer y la necesidad de adherir a Ti nuestro ser y
nuestra voluntad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
30. DOMINICOS 2004
¡El Señor está cerca! Mejor podríamos decir que el
que ha de venir ya está aquí; su nombre es Emmanuel, es decir Dios- con-nosotros
(I lectura). Lo confirman las lecturas de este IV domingo de Adviento. En ellas,
San Pablo tiende el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El que nos ha
llamado a formar parte de un pueblo santo, de la Iglesia, es Jesús, prometido
por los profetas en las Escrituras Santas, nacido según lo humano, constituido
por el Espíritu Santo Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección(II
lectura).
Jesús, nacido un día de lo humano – acontecimiento que cada año celebramos en la
alegría de las fiestas de navidad, para las que nos estamos preparando- es
Dios-con-nosotros. Y, si el domingo pasado las lecturas nos sugerían volvernos
al mismo Jesús, ante el desánimo y la dificultad para mantener la fe y la
esperanza en los tiempos difíciles que nos toca vivir, hoy nos invitan a abrir
la mente y el corazón a nuevas perspectivas, no diremos a nuevos paradigmas,
porque el paradigma, o la perspectiva nueva, es la misma a la que ya apuntaba el
profeta Isaías unos 700 años antes del nacimiento de Cristo: abrir los ojos para
descubrir al Emmanuel en aquello que parece insignificante, y creer más en el
Dios-con-nosotros que en el poder militar de los imperios de cualquier tiempo.
El Evangelio, además de confirmar que en Jesús, en su “venida en lo humano” se
cumplen las expectativas mesiánicas, las profecías antiguas, descubrimos las
“señales de pista” que nos indican claramente que la lógica de Dios no es la
lógica aristotélica, que la fuerza del AMOR, de DIOS, tiene otros cauces y no
son precisamente los de la fuerza y el poder.
Comentario Bíblico
Jesús es el "Enmanuel" porque salva
En este cuarto Domingo de Adviento las lecturas nos hacen descubrir
verdaderamente al Esperado de los pueblos, a Jesucristo. Son tres lecturas de
densidad cristológica inigualable que nos hacen tocar con las manos y vivir con
corazón sincero la densidad de lo que significa el que Dios “esté con nosotros”
para siempre, es decir, que sea “Enmanuel”.
Iª Lectura: Isaías (7,10-16): Dios está en nuestra historia
I.1. La primera lectura es probablemente el más famoso y conocido oráculo del
profeta; el que más veces se he reinterpretado en la historia del pueblo judío,
y de las comunidades cristianas. Es un oráculo que tiene un contexto histórico
bien definido: cuando el rey Acaz buscaba apoyos para su monarquía en los
poderosos de este mundo, en Asiria concretamente, un imperio terrible, ante las
amenazas de los reyes de Damasco y Samaría por quitarle el trono. Entonces el
profeta lo afronta con la gallardía que siempre tienen los profetas que saben
leer en la vida las cosas de Dios. Precisamente lo que busca el rey será su
condena; solamente cuando se es capaz de confiar en Dios, Jerusalén será
liberada: “si no creéis, no subsistiréis”.
I.2. Una muchacha muy joven (almah), ha concebido y dará a luz. Es el signo, el
símbolo entrañable de lo que Dios promete por medio del hombre más lucido en la
Jerusalén de aquellos días. Puede parecer irrisorio para el momento dramático y
decisivo que se está viviendo. Está en juego el trono de Judá y, sin duda, el
templo de Dios… si Dios mismo no tiene la respuesta; y desde el realismo
socio-político eso no vale para nada. Pero Dios no es inmune a lo que está
sucediendo. Pide paz y sosiego, confianza y experiencia divina… Porque Dios
puede sacar de la nada lo que los hombres son incapaces. Ahí queda el símbolo y,
si queremos, la leyenda o el mito de lo religioso. Pero cuando se rehace la
historia de las personas, de las familias o de los pueblos… comprobamos que lo
que no tenía sentido sí lo tiene. Estas palabras de Isaías se cumplirían por
medio de la madre joven que habría de dar un descendiente a Ajaz, Ezequías. Los
ejércitos de Israel y Damasco fueron derrotados por los asirios en el 732 a. C.
La guerra sirio-efraimita fue un fracaso, incluso para Judá, que tuvo que pagar
tributo a Asiria; pero la palabra profética se cumplió: un descendiente davídico
seguiría ocupando el trono.
I.3. Es muy importante el contexto histórico de este oráculo de Isaías, pues de
lo contrario perderíamos su perspectiva verdadera de palabra de luz de un
profeta en medio de los miedos y desajustes que conmocionan al pueblo. El
profeta es el único que tiene la luz necesaria para poner de manifiesto el
disparate de Ajaz para echarse en manos de Asiria y de sus dioses implacables;
tiene una mirada más alta para confiar en el Dios vivo y verdadero que libera de
verdad. Es lógico que para un político esto fuera una ignominia: confiar en Dios
cuando Jerusalén puede ser destruida. Su postura es muy crítica frente al rey de
Judá, pero del alma le sale una promesa que es una oferta para un pueblo nuevo.
Porque Dios no abandonará a su pueblo; y le dará un Mesías, el esperado, aunque
éste no venga como se le esperaba. Con ello se pone en juicio toda la tradición
anterior. Es verdad que esto no está directa e inmediatamente en el texto; serán
los cristianos quien lo acomoden en sentido mesiánico a lo que dijo e hizo
Jesús.
IIª Lectura: Romanos (1,1-7): El evangelio de Dios
II.1. La segunda lectura es el comienzo, exactamente, de la carta más
impresionante de Pablo, lo que se conoce técnicamente como el preescrito. El
Apóstol de los gentiles les anuncia la buena nueva de Jesucristo: nacido de
David según la carne y establecido en su poder por el Espíritu de Dios. Las
formulaciones de fe que Pablo recoge de la tradición anterior a él no obstan
para poner de manifiesto la pasión verdadera por el evangelio de Dios;
precisamente este hombre que antes fue perseguidor de los que confesaban a Jesús
como el salvador. Ahora, en el cristianismo, Pablo entiende que en Jesucristo se
han realizado las promesas de sus profetas, los que él había intentado conocer
en profundidad en las escuelas rabínicas en las que se había formado en Damasco
o en Jerusalén. Y se atreve a más: Dios le ha llamado precisamente para que este
nombre sea conocido hasta los confines de la tierra. Él ha dejado su antigua
pertenencia a la fe judía, precisamente para que los paganos oyeran hablar de un
Dios que siempre está con los hombres, y que los paganos, los ateos, los
apóstatas, los que son dioses de ellos mismos, puedan escuchar la bondad y la
generosidad de este Dios verdadero. Por eso no se avergüenza del evangelio.
II.2. Llama la atención la expresión de “evangelio de Dios” que verdaderamente
señala a Jesucristo, nacido de la línea de David y constituido Señor por la
resurrección de entre los muertos. Precisamente el “evangelio de Dios” es lo que
Pablo va a desarrollar en esta carta prodigiosa a los Romanos. Evangelio que,
como buena noticia, no consiste solamente en proclamar que Jesús es el Señor,
sino que es el Señor porque ha dado su vida para que nosotros seamos libres y
vivamos de verdad. Es una gracia esto del evangelio para el apóstol de los
gentiles. Efectivamente “una gracia” que le llega por el evangelio de Dios; una
gracia no solamente para él, sino para todos los hombres. Y como es una gracia,
no puede mantenerla egoístamente para sí, sino que debe proclamarla a todos.
Evangelio: Mateo (1,18-24): Dios está con nosotros, en Jesús
III.1. El evangelio del evangelista que mejor ha tratado las profecías del
Antiguo Testamento, aunque, por razones propias de la mentalidad judeo-cristiana,
aparezca la figura de José como introductora de cumplimiento. En el sueño, José
-una forma bíblica de hablar de experiencias religiosas-, tiene encomendado dar
un nombre al hijo que dará a luz su prometida María; le pondrá por nombre Jesús.
En Is 7 el nombre era Enmanuel: ¿Acaso no es lo mismo? Semánticamente no, pero
teológicamente sí. Su nombre simbólico será una realidad eterna: Enmanuel, Dios
con nosotros. El nombre de Jesús significa: Dios salva. Es posible que este
relato de Mateo no alcance las cimas del relato de la anunciación de Lucas
(1,26-38), entre otras cosas porque se ha debido atener a su mentalidad más
judía, acorde con su comunidad y sus búsquedas. No deja de ser, no obstante, un
relato prodigioso como el de Lucas
III.2. Dicen los especialistas, con razón, que estos relatos han sido escritos
en una forma muy peculiar. Le llaman midrash, en este caso haggada, porque es
narrativo, ya que intenta actualizar un texto del AT y aplicarlo a una situación
nueva. Esto es verdad y muy significativo. No estaban “relatando” en el sentido
más estricto, sino actualizando. No podemos tomar al pie de la letra lo del
sueño, pero sí debemos tomar en consideración su mensaje. José no está herido de
infamia por haber sido engañado por su prometida. Lo importante para Mateo es
que él debe desempeñar una misión, la de ponerle el nombre, ya que el nombre
tiene una importancia decisiva en el lenguaje bíblico. Y el nombre, en este
caso, no es el nombre histórico con el que Jesús ha saltado a la fama. Es el
oráculo de Is 7 el que se quiere actualizar y por ello se le pondrá - ¡que
extraño! - Jesús, cuando en el oráculo era Enmanuel (Dios con nosotros), aunque
también en las palabras de Isaías no hay relación directa entre Enmanuel y el
hijo de Ajaz, Ezequías. El hecho real es que José puso nombre a “su” hijo:
Jesús. Con ese nombre, según el relato midrashico , se estaba cumpliendo la
profecía del Enmanuel.
III.3. No deberíamos pasar por alto cómo Mateo ha querido responder a una
objeción que se le plantea en la genealogía (1,16) cuando, dejando de lado a los
varones (que Jacob engendró a José), debe introducir a María como la madre de
Jesús. En su genealogía de Jesús, Mateo intenta poner de manifiesto que Cristo
desciende realmente de David. Pero, de hecho, no consigue probarlo porque, en el
momento decisivo, en lugar de decir que Jacob engendró a José‚ y éste a Jesús,
interrumpe la sucesión y afirma: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de
la que nació Jesús, llamado Cristo» (1, 16). Intenta decir lo que intenta decir:
que Jesús tiene un origen divino. Según el derecho judío, la mujer no cuenta en
el alcance genealógico. Por consiguiente, a través de María no puede Cristo
insertarse en la casa de David. Sin embargo, para Mateo es evidente que Jesús es
hijo de María y del Espíritu Santo (1,18). Y entonces surge un problema: ¿Cómo
insertar a Jesús, a través del árbol genealógico masculino, dentro de la
genealogía davídica si no tiene un padre humano? Para resolver el problema,
Mateo hace una especie de acotación o glosa (explicación de una dificultad) y
narra la concepción y el origen de Jesús (1,18-25).
III.4. Su intención no consiste en narrar la concepción de Jesús, ni en
describir, como hace Lucas de forma extraodinaria (2,1-20), el nacimiento de
Jesús. El centro del relato lo constituye José, el cual, al considerar la
situación embarazosa de María, pretende abandonarla en secreto. ¿Qué ha
pretendido Mateo en 1,18-25? Sin duda, solucionar el problema que se ha
suscitado; y el esclarecimiento lo tenemos en el versículo 25: José‚ pone al
niño el nombre de Jesús (Yeshúa), un nombre teofórico, eminentemente bíblico
(Josué/Yehoshúa). José, descendiente de David y esposo legal de María, al
imponer el nombre a Jesús se convierte legalmente en su padre, con lo cual lo
inserta en su genealogía davídica. De este modo, Jesús es hijo de David a través
de José, y es también el Mesías. Así se cumple igualmente la profecía de Isaías
(7, 14) de que el Mesías nacería de una virgen (en realidad almah no es virgen,
sino doncella en edad de casarse, aunque los LXX tradujeron por parqenoV -
parthenos, virgen-, y así ha pasado a la tradición cristiana), y el plan de Dios
se realiza de modo pleno. En el fondo, teológicamente hablando, uno y otro
nombre vienen a significar lo mismo: Dios está con nosotros cuando salva y
cuando libera Jesús (porque Yeshúa significa “Dios es mi salvador” o “Dios
salva”. Por tanto, decir Enmanuel y decir Jesús, para el evangelista, es
correspondiente, porque no está Dios con los hombres de otra manera que
salvándolos y liberándolos. La comunidad de Mateo, pues, ha entendido
ajustadamente el texto del profeta Isaías. Porque el oráculo del profeta le
trasciende, va más allá de lo que él mismo podía presuponer. El oráculo se le
escapa al profeta porque es Dios quien lleva a cabo los oráculos de los profetas
verdaderos. Esto lo ha sabido recoger muy bien la comunidad de Mateo y lo ha
plasmado en esta escena llena de contenido teológico. Así, pues, con este
evangelio se nos abren las puertas de la Navidad; termina el Adviento y la
esperanza que genera se debe hacer realidad experimentando de verdad la
salvación que nos llega ya.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Atreverse a soñar con los tiempos mesiánicos
Vivimos, como el Rey Acaz, perdidos entre las manifestaciones de la fuerza y el
poder de algunos que se dicen luchadores por el bien: fundamentalismos de todo
signo que pretenden defender “la pureza” de una religión, de una raza, de una
nación, a través de la imposición a todos, de aquello que a algunos les parece
lo mejor. Son buenas causas, muchas veces religiosas, en nombre de las que se
pueden pisotear los derechos más fundamentales de las personas: la vida, la
dignidad, la libertad, el desarrollo.
Frente a esto, el Dios Padre, manifestado “por la fuerza del Espíritu Santo”
según lo humano en Jesús, el Hijo de Dios, y de Maria, su madre, ha manifestado
que Dios está presente donde se devuelve a las personas la dignidad, la
capacidad de ser aquello que están llamados a ser: hijos e hijas de Dios. Pero
esto no lo descubriremos si continuamos mirando al mundo con las categorías
humanas de la fuerza, del poder, de las guerras, de la violencia que engendra
sufrimiento, muerte y odio que nos hace incapaces para descubrir y experimentar
a Dios que es AMOR, PAZ, VIDA; características de los tiempos mesiánicos y que
continuamos llamados a construir dos mil años después del nacimiento de Jesús.
Mirar la vida con otros ojos
“Mira, la doncella está en cinta, y da a luz un hijo”. La respuesta de Isaías
parece un absurdo. Acaz, preocupado en contar el número de sus efectivos
militares, consternado al comprobar la superioridad de los enemigos, y el
Profeta que le invita a pedir una señal a Dios. La fe es para otras cosas, para
otros momentos, para celebrar fiestas; pero ahora son cosas serias, parece
responder Acaz: “No quiero tentar a Dios”. La broma parece continuar de parte
del hombre de Dios. “¿No os basta cansar a los hombre, sino que cansáis a Dios?
Pues el Señor por su cuenta, os dará una señal. Mirad: La virgen está en cinta y
da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel”.
En momentos tan serios como aquellos se le invita a fijarse en la
insignificancia de una doncella, de una virgen. ¿A quién puede importarle eso?
¡Sólo a quien consigue ver el mundo desde la perspectiva de Dios! Dios cambia el
orden del mundo. Hasta qué punto las doncellas son insignificantes nos lo
muestra una lectura “desde otra perspectiva” del Evangelio, en la narración de
la concepción de Jesús, del Hijo de Dios en lo humano. Mientras Dios, con su
lógica, se fija en una mujer, la llama por su nombre – María-, la confirma que
es llena de gracia y le pide permiso para convertirla en la madre de su Hijo, el
evangelista, en su perspectiva cultural, patriarcal, nos cuenta una historia en
la que el protagonista es José que ciertamente ha tenido un papel bello e
importante, pero que no ha concebido al Hijo de Dios, según lo humano. María es
nombrada una sola vez en el relato, mientras el nombre de José aparece cuatro,
por ejemplo.
Navidad: Manifestar al Dios-con-nosotros
Un cambio de perspectiva. El mismo al que nosotros debemos tender si queremos
hacer realidad los tiempos mesiánicos anunciados por los profetas y realizados
en Jesús, el Dios-con-nosotros. Abrir los ojos a la presencia de Dios que se
manifiesta en el AMOR, LA PAZ, LA VIDA, de todos y todas las personas llamadas a
reproducir la imagen de su Hijo. Teniendo en cuenta que estas características de
Dios no hacen ruido, no buscan propaganda, no se imponen por la fuerza y por
ello no son noticia, pero son las que transformaran el mundo. Curando los
corazones desgarrados, llevando la libertad a los oprimidos y proclamando la
gracia – el perdón – a todos. No se trata de despojar al Evangelio de su enorme
fuerza política. Es más bien reconocerla en otro lado, en el de lo que parece
insignificante: “la doncella que espera un hijo”, los olvidados de la sociedad.
Se trata de comprometerse en la construcción de aquellos tiempos que nos fueron
anunciados desde antiguo, en los que lobo y carnero pasten juntos, que un niño
los apaciente, que la víbora deje de ser peligrosa.
La celebración de la Navidad, ya próxima, nos concede la fuerza y la luz para
comprometernos en hacer presente al DIOS-CON-NOSOTROS.
Hna Clara García, dominica de la Anunciata
clara.dacg@dominicos.org
31.
El adviento se nos va. El adviento finaliza. Todo acaba en esta vida, porque somos temporales. Y con el tiempo nos vamos nosotros también. Este es nuestro “haber”: el tiempo, el poco tiempo. Este es nuestro caudal, nuestro dinero: nuestro tiempo, corto o largo, para comprar una eternidad, una vida feliz.
¿Hemos comprado con nuestro tiempo un nuevo corazón? ¿Nos hemos convertido, como nos lo ha estado pidiendo Juan el Bautista, “como voz que clama en el desierto?”. Hemos despertado en nosotros esas actitudes de cambiar un poco nuestra vida: de vaciar nuestro corazón de egoísmo y llenarle de la bondad de Dios, que a todos quiere, que a todos ama, porque a todos perdona?.
Sentimos y constatamos que la Navidad ha roto las fronteras de lo eclesial y cristiano y algo de su espíritu de “nacimiento”, de querer “nacer” a un nuevo modo de vivir, de querer ser mejores, de renacer, ha invadido la tierra de los hombres, se ha convertido en fiesta de la Comunidad Humana y no sólo de la familia cristiana.
Esta tierra de los hombres, en estas fechas, canta, reunidos en familia, o entre pordioseros y mendicantes, entre emigrantes, solitarios, abandonados, callejeros y excluidos, sin techo, sin amores, canta con alegría y nostalgia un no sé qué que lleva dentro.
Es tiempo de reunirse para sentir y estar juntos, codo con codo. Nos queremos entender mejor, comprendernos y perdonarnos. Los miembros dispersos de la familia vuelven al nido del hogar: hijos, que estudian lejos, miembros en la emigración. Todos vuelven. Todos se quieren ver, abrazar y convivir unos días para restañar, a veces, heridas producidas en el corazón. La Navidad es el mejor sanatorio para curar el amor herido.
La Navidad, su espíritu, ha invadido, pues, esta tierra de los hombres. Y para vivir esta gran liturgia, estos días últimos se llenan de prisas para todos. Prisas de comprar cosas, prisas de adornar las casas y hasta las ciudades, “porque el Señor está cerca”.
San Pablo nos lo ha repetido sin cesar durante el adviento: “El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos”.
Hay prisas para preparar el hogar y crear un ambiente acogedor: adornos, luces, alimentos, bebidas, dulces, golosinas, regalos. Queremos que todos se sientan felices. Queremos sentirnos todos felices; todos unidos, apretados en cariño y amor: padres, hijos, abuelos. Tíos y tías... y una larga letanía armoniosa. También amigos, compañeros, gentes sin casa, ni familia, que en esta noche de la Navidad la quieren formar, haciendo grupo. Soñamos con un momento de felicidad fuerte, aunque sea pasajero.
Pero para que Dios esté con nosotros como lo estuvo en el seno y en la vida de María , es necesario que yo diga “sí” a Dios, como ella lo dijo. Porque ella dijo “sí” a Dios y porque José dijo también “sí” a Dios, hubo Navidad, Emmanuel: Dios con nosotros. Que se haga tu voluntad, aunque muchas veces no la entiendo, como María, que no entendía cómo podía ser madre, siendo virgen; como José, que tampoco entendía cómo una criatura tan buena como María, podía esperar ya un hijo antes de vivir juntos. Y sin entender las cosas y entendiendo tan sólo la voluntad de Dios, María dijo: “He aquí la esclava del Señor”. Y José, al despertar del sueño en que el ángel le manifestó el plan de Dios, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a su casa a María”, cuando lo que él pensaba era no dejarla entrar en su hogar.
Hay que decir “sí” a los proyectos de Dios, aunque no los entendamos, porque sobrepasan nuestros razonamientos, y así comenzaremos a concebir, a gestar una vida nueva, la vida nueva de la encarnación de Dios en mí, que comenzó en María.
Experimentaremos grandes dificultades de todo tipo en esta transformación de la vida humana; nos invadirán y nos sorprenderán, como al rey Acaz ante la invasión de Israel, su pueblo, como a José ante lo incomprensible del fenómeno de maternidad que descubría en su desposada, sin haber cohabitado todavía con ella.
Pero Dios nos quiere curar de nuestras soberbias y autosuficiencias. Nos quiere hacer comprender, que lo nuevo de nuestra vida, la nueva humanidad en que soñamos, la nueva nación que queremos, sobrepasa nuestras fuerzas, está por encima de nuestros planes y elucubraciones o razonamientos filosóficos, económicos, sociales.
La concepción virginal de María confunde nuestros razonamientos, pero el anuncio de lo nuevo, es la invitación a descubrir y empezar en nosotros una nueva vida. DEJARSE INVADIR POR TODAS LAS INSPIRACIONES Y MOCIONES del Espíritu Santo, dejarse invadir por Dios, dejar que Dios se encarne en ti, abandonando sinceramente las obras de la noche y nacerá entonces en ti la Navidad, aunque no lo entiendas, porque se trata de otra cosa, que está más allá de nuestros razonamientos.
Es el mundo nuevo de la fe amorosa, como la fe que tu tienes en tu novio, en tu novia, porque la quieres, porque la amas y el amor te hace confiar en ese ser humano, por encima de todas las dudas y sospechas, que a veces te invaden. ¿me querrá?... ¿Habrá Dios? ¿Será verdad lo que me revela?
Ultima semana, último esfuerzo: de oración íntima, de conversión profunda, de esperanza inmensa de que Dios me puede cambiar esta vida, que no acaba de llenarme. Me la quiere cambiar, para que tu y yo y todos seamos Navidad: Dios en nosotros y nosotros en Dios. Esto es la Encarnación, como misterio, y que es la puerta de la Resurrección.
Lo temporal y pasajero, como dice el villancico, no nos interesa: “la Nochebuena se viene – la Nochebuena se va- y nosotros nos iremos – y no volveremos más”. Lo que nos interesa primordialmente a los cristianos es, sí, irnos, pero con lo que permanece y no se va y tiene valor de eternidad: Dios. Dios naciendo en mi vida, como lo va hacer con nueva fuerza en esta Eucaristía, que nos disponemos a celebrar. Dios en mi y yo en Él. Y “quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”.
Eduardo Martinez Abad, escolapio
32. Fray Nelson Temas de las lecturas: La virgen
concebirá * Jesucristo, nuestro Señor, Hijo de Dios, nació del linaje de David *
Jesús nació de María, desposada con José, hijo de David.
1. La Encarnación del Hijo de Dios
1.1 A las puertas ya de la celebración de la Navidad este cuarto domingo de
Adviento nos permite asomarnos al misterio de la Encarnación. Y como en el ciclo
dominical propio de este año litúrgico leemos especialmente el Evangelio según
san Mateo, el texto central de hoy nos habla de la Encarnación como lo hace este
evangelista, es decir, más desde la perspectiva de José que de la de María. El
relato más conocido, el de la Anunciación, se halla, como sabemos, en el texto
de san Lucas. Nuestra oportunidad esta vez es mirar a Mateo, o mejor dicho,
mirar cómo Mateo introduce el misterio de la Encarnación desde la óptica de
José.
1.2 También aquí, como en el caso de Lucas, interviene un ángel, aunque no se da
su nombre. El mensaje del ángel es importante en cada una de las palabras. Pido
que atendamos muy bien a ellas, porque mi impresión es que no solemos captar
unas resonancias fundamentales de la revelación que recibe José, y estas
resonancias nos ayudan grandemente en la comprensión del misterio del Niño que
ha de nacer y en la comprensión también de la misión absolutamente singular de
José.
2. "María, tu Esposa, Dará a Luz un Hijo"
2.1 El mensaje central está en esta frase: "María, tu esposa… dará a luz un
hijo." La clave está en dos cosas: primera, la reafirmación de que María es
verdadera esposa de José; segunda, las condiciones en que ese Niño viene al
mundo: "ella ha concebido por obra del Espíritu Santo." Estos dos puntos
contienen lo esencial.
2.2 Los dos elementos del mensaje del ángel no se contradicen. No aparece ahí
que ella es menos esposa porque el hijo venga del Espíritu Santo ni tampoco
aparece duda de que el niño tenga tal origen único por que ellos vayan a
convivir. Muy al contrario, las dos cosas se reafirman: "no dudes en recibir a
María tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo." Ese
PORQUE está en el texto griego original y muestra que no hay oposición sino
reafirmación.
2.3 Lo primero que concluimos entonces es que el Espíritu Santo NO reemplazó a
José. Es bastante impropia en ese sentido la expresión piadosa que llama a María
"Esposa del Espíritu Santo," a pesar de que tal expresión tiene su modo de
entenderse rectamente. Si leemos a Mateo, decididamente algo así no cabe. María
no tiene dos esposos. El ángel viene a decirle precisamente que la acción del
Espíritu Santo lo confirma a él en su condición de esposo único, y en cierto
modo, perpetuo, de la Santísima Virgen María.
3. Esposo y Padre Virginal
3.1 El ángel confirma a José, de parte de Dios, en su misión y vocación de
verdadero esposo de María, y por consiguiente de verdadero padre de Jesús. Así
como María no es menos madre por engendrar virginalmente, José no es menos padre
por recibir sobre el amor que tiene a María una bendición de gracia como Dios no
le ha dado a nadie más.
3.2 Y pronto José deberá actuar como verdadero padre. No hemos de llamarlo
"padre putativo," expresión que significa "el que se pensaba que era padre," ni
tampoco "padre adoptivo," como indicando "el que educa hijos ajenos." José es
padre virginal por que Dios hace papás a algunos de una manera y a otros de
otra. Obrando como auténtico papá debe darle un nombre a su hijo, el hijo que ha
recibido desde su condición de amor virginal con María.
3.3 El modo como José llegó a ser papá fue a través de la unción del Espíritu
Santo actuando en el amor de él y su esposa, pues la concepción de Cristo no
sucedió en una persona soltera sino en una mujer desposada, y el desposado con
ella se llama José. El Espíritu obró, pues, no solamente en el cuerpo de ella
sino, incluso antes, en la relación entre ellos. Por eso José es modelo eximio
de esposo y de padre y por eso Jesús le obedece como a imagen en esta tierra del
Padre de los cielos.
33. I.V.E.
Comentarios Generales
Isaías 7, 10-14:
Las circunstancias de este oráculo de Isaías y el vigor y riqueza de su
formulación constituyen uno de los capítulos más importantes de la Escritura y
de las profecías Mesiánicas:
- Ajaz Rey de Judá, Rey de la Dinastía Davídica, merece los más duros reproches
del Profeta Isaías. Para asegurarse en el trono, recurre a medios indignos: la
idolatría (inmola su primogénito a Moloc: cfr 2 R 16, 3) y las alianzas con
Asiria. Incrédulo e impío, olvida a Yahvé y a sus Profetas.
- Isaías se presenta a Ajaz para recriminarle su mal proceder y para ofrecerle
la salvación, a condición de que mantenga su fe y su fidelidad a Yahvé y a la
Alianza (v. 9). Incluso se ofrece a mostrarle con un prodigio o milagro, el que
el Rey escoja, cómo Dios poderoso y fiel va a salvar la dinastía Davídica y el
pueblo de la Alianza. El impío Rey, comprometido ya con Asiria, rechaza con una
fórmula que rezuma hipocresía, la ayuda que en nombre de Dios le promete Isaías
(12).
- Isaías sabe que esta infidelidad sacrílega va a atraer los máximos castigos
sobre el Rey y el pueblo. Pero sabe También que Dios nunca falla. Desde los días
de Natán la Promesa Mesiánica reposa en la dinastía Davídica. Al presente merece
castigo. Pero ya surgirá el “Vástago”, el “Hijo de David”, el Mesías; y con Él
la salvación. Isaías con sus ojos proféticos fijos en este Mesías, pronuncia
ante Ajaz el famoso oráculo: “Por tanto, el Señor mismo os dará la señal: He
aquí que una virgen está encinta y da luz a un hijo al que dará el nombre de
Emmanuel” (14). Este oráculo Mesiánico quedará a plena luz en el N.T. De pronto
el gran profeta promete la llegada del Mesías:
a) Como vástago de David. No es visión nueva. Es, desde Natán, promesa muy
reiterada.
b) Lo maravilloso es: una Virgen es la que nos lo trae. Ya en Génesis sorprende
que el que ha de vencer al Dragón, el Mesías, sea llamado “Hijo de la Mujer” (Gn
3, 15). Isaías califica mejor a esa “Mujer”. El Mesías- Salvador será hijo de su
virginidad. A Ajaz, que se apoya en puntales humanos (Asiria) y rechaza los
“signos” y ayuda de Dios, le responde al profeta con este “Signo” inaudito: Una
Virgen engendra al Mesías. Así, aparece claro que la Salvación en dádiva y obra
divina y no humana. Y quedan transportadas a clave espiritual y no terrena las
Promesas Davídicas: Quem praedixerunt cunctorum praeconia prophetarum (Pref.)
c) El nombre del Hijo de la Virgen “Emmanuel”= “Dios- con- nosotros”. Esta vez
este nombre, Teóforo, no será típico o aproximativo; será del todo propio. El
Hijo de la Virgen es el Hijo de Dios. La Salvación nos viene de Dios, no de
poderes ni de alianzas humanas.
Romanos 1, 1-7:
Esta introducción de la Epístola a los Romanos, tan densamente Cristológica, es
el mejor y más autorizado comentario al Oráculo precedente de Isaías:
- Primeramente nos define Pablo cuál es el “Evangelio de Dios” (2). Es: “Su
Hijo- Cristo- Jesús- Señor” (3). Cierto; no tiene Dios mejor don ni mejor nueva
que darnos y comunicarnos que su Hijo.
- En este Hijo suyo que el Padre envía a nosotros, al que llamamos Jesucristo (=
Jesús- Mesías), debemos reconocer doble naturaleza: Es “del linaje de David
según la carne” (3). Cumple, por tanto, Dios las promesas hechas a los Profetas:
Del linaje de David nacería el Mesías. “Y es constituido Hijo de Dios glorioso
según el Espíritu de santidad (4). Hijo de Dios según el “Espíritu”= Naturaleza
Divina. En su encarnación y vida mortal el Hijo de Dios se anonadó (Flp 2, 7); y
no dejó traslucir esta gloria de su naturaleza divina. Por esto dice San Pablo
que es declarado y reconocido y adorado Hijo de Dios Glorioso y Señor desde su
Resurrección.
- A todos Jesucristo nos ha traído la Salvación. Salva a cuantos en Él creen. De
ahí la urgencia de presentar y predicar al Salvador a todos los hombres. Pablo
tiene vocación especial a ser heraldo de este Mesías- Salvador: “Por Él hemos
recibido la gracia del apostolado para promover a gloria de su nombre la
obediencia a la fe entre las gentes” (5). Cristo se anonadó para redimirnos y
salvarnos. Ahora le glorificamos con nuestra fe y nuestro amor. Dichosos los
que, como Pablo, han recibido la vocación de anunciar a Cristo a todos los
hombres. Ni hay otro Salvador que Jesucristo, ni hay otro camino de salvación
que la fe en su Nombre.
Mateo 1, 18- 24:
El Evangelista nos presenta a Jesús síntesis y plenitud de la Historia
Salvífica, de todos los oráculos de los Profetas. Del modo especial del oráculo
de Isaías que preanunció su maravilloso nacimiento:
- El Ángel desvela a José los Misterios de la Maternidad de María y de la
divinidad del Hijo que Ella engendrará. Su Esposa- Madre- Virgen va a dar a luz
un Hijo. Hijo que es vástago de David e Hijo de Dios. Es obra del Espíritu
Santo. El poder de Dios hace una maravilla nueva y única.
- El nombre de este Hijo de la virginidad es: Jesús = Yahvé-Salva: “Pues Él
salvará de los pecados” (21). Queda claramente insinuada la función no política,
sino salvífica de este Hijo de David. Mateo acentúa: “Emmanuel”= Hijo de Dios;
Jesús = Dios Salvador; Hijo de David = Mesías.
- Ahora Mateo nos hace notar: “Así se cumplió...” (22). Desde su génesis, el
Mesías se nos presenta dando cumplimiento, o mejor, “plenitud” a todo el A. T.
Lo que en el A. T. era esperanza, sombra, preanuncio, profecía, el Mesías, en su
Persona y en su obra salvífica, lo hace realidad a escala inmensamente superior
a cuanto podían los hombres imaginar ni desear. Así sucede ya con el nacimiento
del Mesías. La Madre- Virgen en su Persona y en su función, sobrepasa toda
medida humana. Bien podemos decir que con Ella quedan cumplidos los oráculos del
A. T. ¡Cumplidos! ¡Plenificados! ¡Superados! Como asimismo la Eucaristía
plenifica en la comunidad cristiana y en cada fiel la realidad de Jesús-
Emmanuel = Dios-con-nosotros. ¡Aquel que Virgo Mater ineffabili dilectione
sustinuit!
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
CONGOJAS DE JOSÉ: SE LE REVELA
EL MISTERIO: Mt. 1, 18-25
Explicación. — Es probable que a la vuelta de la Virgen de casa de su prima
Isabel, habiendo transcurrido más de tres meses de la encarnación del Verbo en
su seno, apareciesen ya exteriormente las señales de su maternidad. Llegada
María a Nazaret, donde vivía su esposo José, pudo éste notar, con la natural
congoja, el hecho, para él inexplicable, no sabiendo conciliar lo que parecía
una falta, que la ley castigaba severamente, con la virtud que claramente
resplandecía en su esposa, tanto en sus palabras como en su conducta, virtud que
nunca había dejado de admirar. Este delicado e íntimo episodio es el que refiere
San Mateo, con la explicación de los hechos accesorios, complementándose así los
Evangelistas en un punto capital de los sucesos misteriosos ocurridos antes del
nacimiento de Jesús.
CONGOJAS Y SUEÑO DE JOSÉ (18-21). — Puesta la genealogía humana de Jesús como
preludio de su Evangelio, San Mateo se preocupa inmediatamente de puntualizar el
origen divino del Mesías y su concepción sobrenatural: La generación de Cristo
fue de esta manera..., es decir, de la manera que va a narrar. José y María
habían celebrado sus esponsales, conforme a la costumbre del país; reunidos en
casa de la esposa los amigos y parientes de ambos, habíanse hecho las mutuas
promesas; la principal de ellas era la celebración solemne del matrimonio en el
tiempo estipulado, que oscilaba de unas semanas a un año. Estos esponsales, en
orden a la mutua fidelidad, importaban los mismos deberes que el matrimonio. En
el decurso de este tiempo, y antes que se celebrase la pública y solemne
recepción de los esposos en una misma casa, para empezar la convivencia bajo el
mismo techo, se ofreció a José una sorpresa desagradable: la vista de los signos
externos de la preñez de la esposa. El Evangelista, para evitar la más leve
sombra que pudiese empañar el nombre de la Inmaculada Madre, se apresura a
afirmar que lo que en su seno llevaba María era obra del Espíritu Santo: Siendo
María, su Madre, desposada con José, antes que viviesen juntos fue hallada que
había concebido del Espíritu Santo. María había celado a todo el mundo, incluso
a su esposo, la altísima y ocultísima merced: sierva de Dios como se había
declarado, déjase al cuidado de Dios que ha querido hacerla su madre. Sólo por
divina revelación habían conocido el misterio Zacarías e Isabel. De aquí la
tortura del castísimo y prudentísimo esposo. Varón justo, que amoldaba siempre
sus actos a los dictados de la ley y de la conciencia, no podía recibir por
mujer a la que veía ya madre sin haberla conocido maritalmente. Pero tampoco
podía difamarla, denunciándola a los jueces o dándola el libelo de repudio,
porque estaba seguro de su castidad e inocencia, que ni sospecha de adulterio
podía ocurrirle. Por ello adopta una sapientísima resolución: la de devolverle
la libertad de soltera en forma sigilosa y oculta: Mas José, su esposo, como era
justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente; lo que pudo hacer José
yendo a vivir a otra región, o darle el libelo de repudio ante dos testigos, si
la ley del repudio (Deut. 24, 1) se aplicaba también a los simples desposados,
ignorándose el tiempo que consentiría Dios las terribles dudas.
Pero mientras pensaba en ello, porque ello sería su preocupación de día y noche,
he aquí que, inesperadamente, un ángel del Señor se le apareció en sueños, no
soñando, sino a la hora del sueño, en visión nocturna, diciendo: José, hijo de
David, no temas recibir a María tu mujer. Creen algunos sería el mismo Gabriel,
el ángel de la Anunciación, que aparecería en forma visible y en propia persona
a José; no en simple representación imaginativa. El santo varón debió sentir
emoción profunda al oír que se le llamaba por su propio nombre, señal de amable
familiaridad; que se le indicaba su noble prosapia, lo que presagiaba algo
relacionado con ella; y que se descubrían sus secretos temores, en lo que
aparecía una inteligencia superior. Y vería ya claramente que se le explicaría
por qué podía sin temor recibir solemnemente por mujer a María. Efectivamente,
el ángel, con sencillez sublime y claridad meridiana, le revela el estupendo
misterio: Porque lo que en ella ha nacido viene del Espíritu Santo, es decir, lo
que en ella ha sido engendrado, por nadie lo ha sido, sino que es obra del
Espíritu Santo, que sobre ella ha venido para producir la estupenda obra del
amor de Dios. Cuando llegue el tiempo oportuno, parirá un hijo, no para ti, como
Juan para Zacarías (Lc. 1, 13), sino para todo el mundo: pero tendrás sobre él
los derechos de paternidad, porque tú eres el esposo de su madre y el jefe de la
familia; y, por ello, le darás el nombre de JESUS. Y añade el ángel la razón de
esta denominación del Hijo de María: Porque él salvará a su pueblo de sus
pecados; el pecado es la máxima de las esclavitudes, porque lo es del espíritu
humano al espíritu soberbio e inmundo, el demonio: con ello da a entender el
ángel el carácter espiritual del reino mesiánico.
JOSÉ RECIBE A MARÍA (22-25) -- José no dudó un momento de la verdad que se le
anunciaba: ni pensó más en dejar a su esposa. La aceptación de las palabras del
ángel por parte del esposo es una prueba providencial de la concepción virginal
de Jesús: ¿cómo, si no, hubiese José accedido a recibirla solemnemente en
matrimonio y convivir con ella? A esta prueba histórica de la virginidad de la
santísima Madre añade el Evangelista la prueba de la profecía que se ha
realizado ya: Y todo esto fue hecho para que se cumpliese lo que habló el Señor
por el profeta, que dice: He aquí, la Virgen concebirá y parirá un hijo. La
profecía es de Isaías (7, 14): es absoluta y directamente mesiánica, como la
reconoce toda la tradición judía y cristiana: se trata de una concepción y parto
milagroso y de una virgen que lo será por antonomasia. De hecho, en la historia
del cristianismo la Madre de Jesús es «la Virgen»; es la misma virgen que el
profeta viera en el fondo de su espíritu iluminado por la luz profética; es la
misma creación divina, manifestada entonces por Dios mismo, y realizada ahora. Y
sigue la profecía: Y se le dará el nombre de Emmanuel, que quiere decir: «Dios
con nosotros»; acostumbra la Escritura, y en este caso es Dios mismo quien
impone el nombre, llamar a las personas por sus obras: las obras de Jesús serán
obras de Dios; porque Jesús es Dios: Jesús vivirá y tratará con los hombres: por
consiguiente se llamará Jesús con razón: «Con nosotros Dios».
José obedece pronta y totalmente al ángel: Y despertando José del sueño, hizo
como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Concertó
con su esposa y sus parientes lo relativo a la solemne ceremonia nupcial, y
María, ataviada de sus mejores galas, con el cortejo de costumbre, fue
solemnemente recibida en el hogar de José.
El Evangelista añade una afirmación de la que han tomado pie los herejes para
impugnar la perpetua virginidad de María: Y no la había conocido, tratándola
maritalmente, cuando parió a su hijo primogénito. No la conoció carnalmente
antes ni después del nacimiento de Jesús: vivieron los esposos en absoluta
castidad. Para nosotros es un dogma la virginidad perpetua de la Madre de Dios,
antes del parto, en el parto y después de él. De la negación de San Mateo no
puede deducirse una afirmación contraria para lo sucesivo; como han hecho
Joviniano, Elpidio y otros herejes. La intención del Evangelista es demostrar la
concepción y nacimiento virginal de Jesús, y, por lo mismo, que Jesús no era
hijo de José, según la carne. Excluida la intervención de José en la generación
de Jesús, los lectores del Evangelio de San Mateo, que sabían que no tenía María
más que un hijo, Jesús, sabían que la Señora permaneció virgen, porque el
«primogénito» de la virgen de Nazaret era realmente su «unigénito». De hecho, la
tradición histórica, ya desde el siglo II, es unánime en afirmar la perpetua
virginidad de María, y la tradición teológica ha puesto siempre el dogma de la
concepción virginal de Jesús en el mismo rango de su resurrección. No puede ser
más clara esta verdad de lo que se expresa en las mismas palabras de la
anunciación.
Con todo, esta exclusión de José en la obra de la generación de Jesús no amengua
su dignidad excelsa. Su matrimonio con María es verdadero matrimonio. El es
quien merece guardar el tesoro de la virginidad de la purísima criatura. Es el
jefe de la Sagrada Familia. Tiene sobre el Hijo todos los derechos de la
paternidad, salva la concepción virginal: por ello, como verdadero padre, impone
su nombre al hijo de María por mandato del ángel: Al que dio el nombre de Jesús.
Lecciones morales. — A) v. 18 — Antes que viviesen juntos, fue hallada que había
concebido... — De las terribles congojas de José debemos aprender que no hay
condición alguna de la vida exenta de dolor. Varón justísimo, sin culpa alguna
por su parte, cuando se creía feliz por su próximo matrimonio con la santísima
María, viene a turbar la paz de su corazón la desgracia mayor que puede venir
sobre un santo desposado. Una simple confidencia de María hubiese devuelto la
calma a su corazón. Pero Dios quiere probarle, como el oro en el crisol. El
crisol es el dolor, preciso entre toda vida humana: la visita del dolor es la
visita del amor de Dios. El mismo cuidará, como lo hizo con José, de sacar
provecho de nuestros dolores si los recibimos como venidos de su mano y si en Él
confiamos.
B) v. 19 — Mas José su esposo, como era justo... — Para alabar a José, el
Evangelio condensa su elogio en una palabra: era justo. Por la justicia quiso
dejar a su esposa, porque ni la ley ni su conciencia le consentían vivir con
ella. Como justo no quiso difamarla, porque estaba convencido de su inocencia.
Como justo, adoptó la justísima resolución de separarse de ella. Siempre fue la
justicia su norma de vida. — Tal debe ser también la regla de la nuestra.
Justicia y santidad triunfan siempre en orden a la vida eterna: muchas veces,
como en este trance de la vida de José, ya reciben el premio en esta vida.
C) v. 20 — He aquí que un ángel del Señor se le apareció... — Dios es fiel y no
nos probará jamás sobre nuestras fuerzas, sino que dará con la prueba la fuerza
para resistirla. Prueba de ello es este momento culminante de la vida de José.
Cuando le parecía cerrado todo horizonte, y no había poder humano para
devolverle la calma, Dios le envía oportunamente un ángel del cielo. La congoja
se convierte en dulce calma, y la pena en inefable gozo: el gozo de ser padre
putativo del Hijo de Dios y Jefe de la familia en que nacerá.
D) v. 22 — Y todo esto fue hecho para que se cumpliera lo que habló Dios... —
Admiremos la providencia de Dios en el gobierno espiritual del mundo y la
fidelidad a sus promesas. En ocasión solemne para la historia de Israel, promete
Dios, por boca de Isaías, la venida de Emmanuel, que nacerá de una virgen.
Llegada la plenitud de los tiempos, Dios cumple escrupulosamente los estupendos
vaticinios: Él mismo se hace Emmanuel, conviviendo personalmente con los
hombres, y nace de una virgen purísima, fuera de toda ley natural. «Todo esto,
dice sentenciosamente el Evangelista, fue hecho para que se cumpliese lo que
habló el Señor...» La historia de lo pasado es garantía de lo futuro. En la
historia general de la Iglesia, como en nuestra vida particular de cristianos,
se cumplirán todas las promesas de Dios. Pasará el mundo, pero la palabra de
Dios no pasará.
E) v. 24 — Hizo (José) como el ángel del Señor le había mandado... — Admiremos
la obediencia pronta y exacta de José al mandato del ángel, en quien reconoce el
transmisor de la voluntad de Dios. No importa lo arduo del mandato, ni lo
humanamente inexplicable de las razones que le da el celeste mensajero.
Pensamiento y voluntad de aquel varón justo se doblegan, y sigue la celebración
de un acto público y oficial, contra su resolución anterior de dejar ocultamente
a la esposa. Es en verdad obediencia heroica, a la que dista mucho de asemejarse
la nuestra.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1966, p. 279-284)
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Fr. Luis de León
JESÚS
El nombre de Jesús es el propio nombre de Cristo; porque los demás que se han
dicho hasta ahora, y otros muchos que se pueden decir, son nombres comunes
suyos, que se dicen de Él por alguna semejanza que tiene con otras cosas, de las
cuales también se dicen los mismos nombres. Los cuales y los propios difieren:
lo uno, en que los propios, como la palabra lo dice, son particulares, de uno, y
los comunes competen a muchos; y que los propios, si están puestos con arte y
con saber, hacen significación de todo lo que hay en su dueño, y son, como
imagen suya; mas los comunes dicen algo de lo que hay, pero no todo. Así que,
pues JESÚS es nombre propio de Cristo, y nombre que le puso Dios por la boca del
Ángel; por la misma razón no es como los demás nombres, que le significan por
partes, sino como ninguno de los demás, que dice todo lo de Él, y que es como
una figura suya, que nos pone en los ojos su naturaleza y sus obras, que es todo
lo que hay y se puede considerar en las cosas.
Mas conviene advertir que Cristo, así como tiene dos naturalezas tiene dos
nombres propios; uno según la naturaleza divina en que nace del Padre
eternamente, que solemos en nuestra lengua llamar VERBO o PALABRA; otro según la
humana Naturaleza que es el que pronunciamos JESÚS. Los cuales ambos son, cada
uno conforme a su cualidad, retratos de Cristo perfectos y enteros. Retratos,
digo, enteros, que cada uno en su parte dice todo lo que hay en ella, cuanto a
un hombre es posible. Y digamos de ambos, y de cada uno por sí.
Y presupongamos primero que en estos dos nombres, unos son los originales y
otros son los traslados Los originales son aquellos mismos que reveló Dios a los
profetas, que los escribieron en la lengua que ellos sabían, que era siríaca o
hebrea. Y así, en el primer nombre que decimos PALABRA, el original es DABAR; y
en el segundo nombre, JESÚS, el original es IEHOSUAH. Y porque sea más cierta la
doctrina, diremos de los originales nombres.
De los cuales, en el primero:
1º DABAR [VERBO] digo que es propio nombre de Cristo según la naturaleza
divina... (Fr. Luis de León explica aquí el nombre VERBO, lo cual omitimos)
2º JESÚS, también es nombre de Cristo propio, y que le conviene según la parte
que es Hombre. Porque, así como DABAR es nombre propio suyo según que nace de
Dios, por razón de que este nombre sólo, con sus muchas significaciones, dice de
Cristo lo que otros muchos nombres juntos no dicen; así JESÚS es su propio
nombre, según la naturaleza humana que tiene, porque con una significación y
figura que tiene sola, dice la manera de ser de Cristo Hombre, y toda su obra y
oficio, y le representa y significa más que otro ninguno. A lo cual mirará todo
lo que desde ahora dijere (...)
El original de este nombre Iehosuah tiene todas las letras de que se compone el
nombre Dios, cuatro letras, y además tiene otras dos. El nombre de Dios no se
pronunciaba, por el respeto debido a Dios, y porque es inefable, al no caber
Dios en entendimiento ni lengua humana. Pero el nombre de JESÚS, por razón de
las dos letras que se añaden tiene significación entendida. Para que acontezca
en el nombre de Cristo lo mismo que pasó en su persona: En la persona de Cristo
se junta la divinidad con el alma y con la carne del hombre; y la Palabra divina
que no se leía, junta con estas letras, se lee; y sale a luz lo escondido, hecho
conversable y visible; y es Cristo un JESÚS, esto es, un ayuntamiento de lo
divino y humano, de lo que no se pronuncia y de lo que pronunciarse puede y es
causa que se pronuncie lo que se junta con ello.
(...) JESÚS, pues, significa salvación o salud; que el Ángel así lo dijo (Lc. 1,
31). Pues si se llama salud Cristo, cierto será que lo es; y si lo es, que lo es
para nosotros; porque para sí no tiene necesidad de salud el que en sí no padece
falta, ni tiene miedo de padecerla. Y si para nosotros Cristo es JESÚS y salud,
bien se entiende que tenemos enfermedad nosotros, para cuyo remedio se ordena la
salud de JESÚS. Veamos, pues, la cualidad de nuestro estado miserable, y el
número de nuestras flaquezas, y los daños y males nuestros: que de ellos
conoceremos la grandeza de esta salud y su condición, y la razón que tiene
Cristo para que el nombre de JESÚS, entre tantos nombres suyos, sea su propio
nombre.
El hombre, de su natural, es movedizo y liviano y sin constancia en su ser; y
por lo que heredó de sus padres, es enfermo en todas las partes de que se
compone su alma y su cuerpo. Porque en el entendimiento tiene oscuridad, y en la
voluntad flaqueza, y en el apetito perversa inclinación, y en la memoria olvido,
y en los sentidos, en unos engaño y en otros fuego, y en el cuerpo muerte; y
desorden entre todas estas cosas que he dicho y disensiones y guerra, que le
hacen ocasión de cualquier género de enfermedad y de mal. Y lo que peor es,
heredó la culpa de sus padres, que es enfermedad en muchas maneras: por la
fealdad suya que pone, y por la luz y la fuerza de la gracia que quita, y porque
nos enemista con Dios que es fiero enemigo, y porque nos sujeta al demonio y nos
obliga a penas sin fin. A esta culpa común añade cada uno las suyas; y para ser
del todo miserables, como malos enfermos ayudamos el mal, y nos llamamos la
muerte con los excesos que hacemos. Por manera que nuestro estado, de nuestro
nacimiento, y por la mala elección de nuestro albedrío, y por las leyes que Dios
contra el pecado puso, y por las muchas cosas que nos convidan siempre a pecar,
y por la tiranía cruel y el cetro durísimo que el demonio sobre los pecadores
tiene; es infelicísimo y miserable estado sobre toda manera, por donde quiera
que le miremos. Y nuestra enfermedad no es una enfermedad, sino una suma sin
número de todo lo que es doloroso y enfermo.
El remedio de todos estos males es Cristo, que nos libra de ellos en las formas
que ayer y hoy se ha dicho en diferentes lugares; y porque es el remedio de todo
ello, por eso es y se llama JESÚS, esto es, salvación y salud. Y es grandísima
salud, porque la enfermedad es grandísima. Y nómbrase propiamente de ella,
porque, como la enfermedad es de tantos senos, y enramada con tantos ramos;
todos los demás oficios de Cristo y los nombres que por ellos tiene, son como
partes que se ordenan a esta salud, y el nombre de JESÚS es el todo, según que
todo lo que significan los otros nombres, o es parte de esta salud, que es
Cristo, y que Cristo hace en nosotros, o se ordena a ella o se sigue de ella por
razón necesaria. Que si es llamado Pimpollo Cristo, y si es, como decíamos, el
parto común de las cosas, ellas sin duda le parieron para que fuese su JESÚS y
salud. Y así Isaías (45, 8), cuando les pide que lo paran y que lo saquen a luz
y les dice: Rociad, cielos, dende lo alto; y vos, nubes, lloved al Justo, luego
dice el fin para que le han de parir; porque añade: Y tú, tierra, fructificarás
la salud. Y si es Faces de Dios, lo es porque es nuestra salud, la cual consiste
en que nos asemejemos a Dios y le veamos, como Cristo lo dice (Jn. 17, 3) : Esta
es la vida eterna, conocerte a ti y a tu Hijo. Y también si le llamamos Camino y
si le nombramos Monte, es camino porque es guía, y es monte porque es defensa; y
cierto es que no nos fuera JESÚS si no nos fuera guía y defensa; porque la
salud, ni se viene a ella sin guía, ni se conserva sin defensa. Y de la misma
manera es llamado Padre del Siglo Futuro, porque la salud que el hombre pretende
no se puede alcanzar si no es engendrado otra vez; y así Cristo no fuera nuestro
JESÚS si primero no fuera nuestro engendrador y nuestro padre. También es Brazo
y Rey de Dios, y Príncipe de paz: Brazo para nuestra libertad, Rey y Príncipe
para nuestro. gobierno; y lo uno y lo otro, como se ve, tiene orden a la salud:
lo uno que se le presupone, y lo otro que la sustenta. Y así, porque Cristo es
JESÚS, por el mismo caso es Brazo y Rey. Y lo mismo podemos decir del nombre de
Esposo, porque no es perfecta la salud sola y desnuda sino la acompaña el gusto
y deleite. De arte que diciendo que se llama Cristo JESÚS, decimos que es Esposo
y Rey, y Príncipe de paz y Brazo, y Monte y Padre, ,y Camino y Pimpollo; y es
llamarle, coma también la Escritura le llama, Pastor y Oveja, Hostia y
Sacerdote, León y Cordero, Vid, Puerta, Médico, Luz, Verdad y Sol de justicia y
otros nombres así.
Si le faltaran todos estos oficios y títulos, no fuera JESÚS entero ni salud
cabal, así como nos es necesaria. Porque nuestra salud (...) no podía hacerse ni
venir a colmo si Cristo no fuera Pastor que nos apacentara y guiara, y Oveja que
nos alimentara y vistiera, y Hostia que se ofreciera por nuestras culpas, y
Sacerdote que interviniera por nosotros y nos desenojara a su Padre, y León que
despedazara al león enemigo, y Cordero que llevara sobre sí los pecados del
mundo, y Vid que nos comunicara su jugo, y Puerta que nos metiera en el cielo, y
Médico que curara mil llagas, y Verdad que nos sacara de error, y Luz que nos
alumbrara los pies en la noche de esta vida oscurísima, y finalmente, Sol de
justicia que en nuestras almas, ya libres por Él, naciendo en el centro de
ellas, derramara por todas las partes de ellas sus lucidos rayos para hacerlas
claras y hermosas. Y así el nombre de JESÚS está en todos los nombres que Cristo
tiene porque todo lo que en ellos hay se endereza y encamina a que Cristo sea
perfectamente JESÚS. Como escribe bien San Bernardo, diciendo (In Circumcisione
Domini Sermo II): Dice Isaías (9, 6): "Será llamado Admirable, Consejero, Dios,
Fuerte, Padre del Siglo Futuro, Príncipe de paz." Ciertamente grandes nombres
son éstos; mas, ¿qué se ha hecho del nombre que es sobre todo nombre, el nombre
de Jesús, a quien se doblan todas las rodillas? Sin duda hallarás este nombre en
todos estos nombres que he dicho, pero derramado por cierta manera; porque de él
es lo que la Esposa amorosa dice (Cant. 1, 2): "Ungüento derramado tu nombre."
Porque de todos aquestos nombres resulta un nombre, JESÚS, de manera que no lo
fuera, ni se lo llamara, si alguno de ellos le faltara por caso. ¿Por ventura
cada uno de nosotros no ve en sí y en la mudanza de sus voluntades, que se llama
Cristo ADMIRABLE? Pues eso es ser JESÚS. Porque el principio de nuestra salud
es, cuando comenzamos a aborrecer lo que antes amábamos, dolernos de lo que nos
daba alegría, abrazarnos con lo que nos ponía temor, seguir lo que huíamos, y
desear con ansia lo que desechábamos con enfado. Sin duda, admirable es quien
hace tan grandes maravillas. Mas conviene que se muestre también CONSEJERO en el
escoger de la penitencia y en el ordenar de la vida, porque acaso no nos lleve
el celo demasiado, ni le falte prudencia al buen deseo. Pues también es menester
que experimentemos que es Dios, conviene a saber, en el perdonar lo pasado;
porque no hay sin este perdón salud, ni puede nadie perdonar pecados sino es
solo Dios. Mas ni aun esto basta para salvarnos, si no se nos mostrare ser
FUERTE, defendiéndonos de quien nos guerrea, para que no venzan los antiguos
deseos, y sea peor que lo primero lo postrero. ¿Paréceos que falta algo para
quien es, por nombre y por oficio, JESÚS? Sin duda faltara una cosa muy grande
si no se llamara y si no fuera PADRE DEL SIGLO FUTURO, para que engendre y
resucite a la vida sin fin a los que somos engendrados para la muerte por los
padres de este presente siglo. Ni aun esto bastara si, como PRÍNCIPE DE PAZ, no
nos pacificara a su Padre, a quien hará entrega del reino.” San Bernardo
concluye que los nombres que Cristo tiene son todos necesarios para que se llame
enteramente JESÚS, porque para ser lo que este nombre dice, es menester que
tenga Cristo y que haga lo que significan todos los otros nombres. Y así, el
nombre de JESÚS es propio nombre suyo entre todos.
Y es suyo propio también porque, como el mismo Bernardo dice, no le es nombre
postizo, sino nacido nombre, y nombre que le trae embebido en el ser; porque,
como diremos en su lugar, su ser de Cristo es JESÚS, porque todo cuanto en
Cristo hay es salvación y salud.
La cual, además de lo dicho, quiso Cristo que fuese su nombre propio, para
declararnos su amor. Porque no escogió para nombrarse ningún otro título suyo de
los que no miran a nosotros, teniendo tantas grandezas en sí cuanto es justo que
tenga, en quien, como San Pablo (Col. 2, 9) dice, reside de asiento y como
corporalmente toda la riqueza divina; sino escogió para su nombre propio lo que
dice los bienes que en nosotros hace y la salud que nos da, mostrando
clarísimamente lo mucho que nos ama y estima, pues de ninguna de sus grandezas
se precia ni hace nombre, sino de nuestra salud. Que es lo mismo que a Moisés
dijo en el Éxodo (3, 15), cuando le preguntaba su nombre, para poder decir a los
hijos de Israel que Dios le enviaba; porque dice allí así: De esta manera dirás
a los hijos de Israel: El Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán y Dios
de Isaac y Dios de Jacob, me envía a vosotros; que éste es mi nombre para
siempre, y mi apellido en la generación de las generaciones. Dice que es su
nombre Dios de Abrahán, por razón de lo que hasta ahora ha hecho y hará siempre
por sus hijos de Abrahán, que son todos los que tienen su fe: Dios que nace de
Abrahán, que gobierna a Abrahán, que lo redime y bendice; esto es, Dios que es
JESÚS de Abrahán. Y dice que este nombre es el nombre propio suyo, y el apellido
que Él más ama, y el título por donde quiere ser conocido y de que usa y usará
siempre, y señaladamente, en la generación de las generaciones, esto es, en el
renacer de los hombres nacidos, y en el salir a la luz de la justicia los que
habían ya salido a esta visible luz llenos de miseria y de culpa; porque en
ellos propiamente, y en aquel nacimiento, y en lo que le pertenece y se le
sigue, se muestra Cristo a la clara JESÚS. (...)
Mas: quiso Cristo tomar por nombre propio a la salud, que es JESÚS, porque salud
no es un solo bien, sino una universalidad de bienes innumerables. Porque en la
salud están las fuerzas, y la ligereza del movimiento, y el buen parecer, y la
habla agradable, y el discurso entero de la razón y el buen ejercicio de todas
las partes y de todas las obras del hombre. El bien oír, el buen ver y la buena
dicha y la industria, la salud la contiene en sí misma. Por manera que salud es
una preñez de todos los bienes. Y así, porque Cristo es esta preñez
verdaderamente, por eso este nombre es el que más le conviene. Porque Cristo,
así como en la divinidad es la idea y el tesoro y la fuente de todos los bienes,
conforme a lo que poco ha se decía; así según la humanidad tiene todos los
reparos y todas las medicinas y todas las saludes que son menester para todos. Y
así, es bien y salud universal, no sólo porque a todos hace bien, ni solamente
porque tiene en sí la salud que es menester para todos los males, sino también
porque en cada uno de los suyos hace todas las saludes y bienes, y para cada uno
le es JESÚS de innumerables maneras. Porque, aunque entre los justos hay grados,
así en la gracia que Dios les da como en el premio que les dará de la gloria,
pero ninguno de ellos hay que no tenga por Cristo, no sólo todos los reparos que
son necesarios para librarse del mal, sino también todos los bienes que son
menester para ser ricos perfectamente; esto es, que no hay de ellos ninguno a
quien a la fin JESÚS no les dé salud perfecta en todas sus potencias y partes,
así en el alma y sus fuerzas como en el cuerpo y sus sentidos.
(...) Vamos más adelante. La salud es un bien que consiste en proporción y en
armonía de cosas diferentes; y lo mismo es el oficio que Cristo hace; que es
otra causa por qué se llama JESÚS. Porque, no solamente según la divinidad, es
la armonía y la proporción de todas las cosas; mas también según la humanidad,
es la música y la buena correspondencia de todas las partes del mundo. Que así
dice el Apóstol (Col. 1, 20) que pacifica con su sangre, así lo que está en el
cielo como lo que reside en la tierra. Y en otra parte dice también que quitó de
por medio la división (Efes. 2, 11-17) que había entre los hombres y Dios, y en
los hombres entre sí mismos, unos con otros, los gentiles con los judíos, y que
hizo de ambos uno. Y por lo mismo es llamado piedra en el S. 117,22), puesta en
la cabeza del ángulo. Porque es la paz de todo lo diferente, y el nudo que ata
en sí lo visible con lo que no se ve, y lo que concierta en nosotros la razón y
el sentido; y es la melodía acordada, y dulce sobre toda manera, a cuyo santo
sonido todo lo turbado se aquieta y compone. Y así es JESÚS con verdad.
Demás de esto llámase Cristo JESÚS y salud, para que por este su nombre
entendamos cuál es su obra propia y lo que hace señaladamente en nosotros; esto
es, para que entendamos en qué consiste nuestro bien y nuestra santidad y
justicia, y lo que habemos de pedirle que nos dé, y esperar de él que nos lo
dará. Porque así como la salud en el enfermo no está en los refrigerantes que le
aplican por defuera, ni en las epítimas (fomento que se aplica exteriormente al
corazón o hígado) que en el corazón le ponen, ni en los regalos que para su
salud ordenan los que le aman y curan; sino consiste en que, dentro de él sus
cualidades y humores, que excedían el orden, se compongan y se reduzcan a
templanza debida, y hecho esto en lo secreto del cuerpo, luego lo que parece
defuera, sin que se le aplique cosa alguna, se templa, y cobra su buen parecer y
su color conveniente: así es salud Cristo, porque el bien que en nosotros hace
es como aquesta salud, bien propiamente, no de sola apariencia ni que toca
solamente en la sobrehaz y en el cuero, sino bien secreto y lanzado en las
venas, y metido y embebido en el alma; y bien que no solamente pinta las hojas,
sino que propia y principalmente purifica la raíz y la fortifica. Por donde
decía bien el Profeta (Is., 12, 6): Regocíjate, hija de Sión y derrama loores,
porque el Santo de Israel está en medio de ti. Esto es, no alrededor de ti, sino
dentro de tus entrañas, en tus tuétanos mismos, en el meollo de tu corazón, y
verdaderamente de tu alma en el centro. Porque su obra propia de Cristo es ser
salud y JESÚS, conviene a saber: componer entre sí y con Dios las partes
secretas del alma, concertar sus humores e inclinaciones, apagar en ella el
secreto y arraigado fuego de sus pasiones y malos deseos.
Las cosas externas son cosas que otros muchos, antes de Cristo y sin Él, las
supieron enseñar a los hombres y los inducieron a ellas, y les tasaron lo que
habían de comer, y les ordenaron la dieta, y les mandaron que se lavasen y
ungiesen, y les compusieron los ojos, los semblantes, los pasos, los
movimientos; mas ninguno de ellos puso en nosotros salud pura y verdadera que
sanase lo secreto del hombre y lo compusiese y templase, sino solo Cristo, que
por esta causa es JESÚS.
¡Qué bien dice acerca de esto el glorioso Macario! (Homilía V): “Lo propio,
dice, de los cristianos no consiste en la apariencia y en el traje y en las
figuras de fuera, así como piensan muchos, imaginándose que para diferenciarse
de los demás les bastan estas tres demostraciones y señales que digo; y cuanto a
lo secreto del alma y a sus juicios, pasa en ellos lo que en los del mundo
acontece, que padecen todo lo que los demás hombres padecen; las mismas
turbaciones de pensamientos, la misma inconstancia, las desconfianzas, las
angustias, los alborotos. Y diferéncianse del mundo en el parecer y en la figura
del hábito y en unas obras exteriores bien hechas; mas en el corazón y en el
alma están presos con las cadenas del suelo, y no gozan en lo secreto, ni de la
quietud que da Dios ni de la paz celestial del espíritu, porque ni ponen cuidado
en pedírsela ni confían que le aplacerá dársela. Y ciertamente, la nueva
criatura, que es el cristiano perfecto y verdadero, en lo que se diferencia de
los hombres del siglo es en la renovación del espíritu y en la paz de los
pensamientos y afectos, en el amar a Dios, y en el deseo encendido de los bienes
del cielo; que esto fue lo que Cristo pidió para los que en Él creyesen, que
recibiesen estos bienes espirituales. Porque la gloria del cristiano y su
hermosura y su riqueza, la del cielo es, que vence lo que se puede decir, y que
no se alcanza sino con trabajo y con sudor y con muchos trances y pruebas, y
principalmente con la gracia divina”.
Vamos a lo segundo que dije; que Cristo, llamándose JESÚS y salud, nos demuestra
a nosotros el único y verdadero blanco de nuestra vida y deseo. Que es más
claramente decir que, pues el fin del cristiano es hacerse uno con Cristo, esto
es, tener a Cristo en sí, transformándose en É1; y pues Cristo es JESÚS que es
salud; y pues la salud no es el estar vendado o fomentado o refrescado por
defuera el enfermo, sino el estar reducidos a templada armonía los humores
secretos; entienda el que camina a su bien que no ha de parar antes que alcance
esta santa concordia del alma; porque hasta tenerla no conviene que él se tenga
por sano, esto es, por JESÚS. Que no ha de parar aunque haya aprovechado en el
ayuno, y sepa bien guardar el silencio y nunca falte a los cantos del coro; y
aunque ciña el cilicio, y pise sobre el hielo desnudos los pies, y mendigue lo
que come y lo que viste paupérrimo, si entre esto bullen las pasiones en él, si
vive el viejo hombre y enciende sus fuegos, si se huele en el alma la ira, si se
hincha la vanagloria, si se ufana el propio contento de sí, si arde la mala
codicia; finalmente, si hay respectos de odios, de envidias, de pundonores, de
emulación y ambición. Que si esto hay en él, por mucho que le parezca que ha
hecho y que ha aprovechado en los ejercicios que referí, téngase por dicho que
aún no ha llegado a la salud, que es JESÚS. Y sepa y entienda que ninguno,
mientras que no sanó de esta salud, entra en el cielo ni ve la clara vista de
Dios; como dice San Pablo (Hebr. 12, 14): Amad la paz y la santidad, sin la cual
no puede ninguno ver a Dios. Por tanto, despierte el que así es, y conciba ánimo
fuerte; y puestos los ojos en este blanco que digo, y esperando en JESÚS,
alargue el paso a JESÚS. Y pídale a la salud que le sea salud; y en cuanto no lo
alcanzare, no cese ni pare, sino, como dice de sí San Pablo (Fil. 3, 13-14) :
Olvidando lo pasado y extendiendo con el deseo las manos a lo porvenir, corra y
vuele a la corona que le está puesta delante.
Y como es mentira y error tener por malas o por no dignas de premio las
observancias de fuera, así también es perjuicio y engaño pensar que son ellas
mismas la pura salud de nuestra alma, y la justicia que formalmente nos hace
amables en los ojos de Dios; que esa propiamente es JESÚS, esto es, la salud que
derechamente hace dentro de nosotros y no sin nosotros, JESÚS. Que es lo que
habemos dicho, y por quien San Pablo (Rom., 1, 4), hablando de Cristo, dice que
fue determinado ser hijo de Dios en fortaleza según el espíritu de la
santificación en la resurrección de los muertos de Jesucristo. Que es como si
más extendidamente dijera, que el argumento cierto y la razón y señal propia por
donde se conoce que JESÚS es el verdadero Mesías, Hijo de Dios prometido en la
ley, como se conoce por su propia definición una cosa, es porque es JESÚS; esto
es, por la obra de JESÚS que hizo, que era obra reservada por Dios y por su ley
y profetas para solo el Mesías. Y ésta ¿qué fue? Su poderío, dice, y fortaleza
grande. Mas ¿en qué la ejercitó y declaró? En el espíritu, dice, de la
santificación; conviene, a saber, en que santifica a los suyos, no en la
sobrehaz y corteza de fuera, sino con vida y espíritu. Lo cual se pone por obra
en la resurrección de los muertos de Jesucristo, que es decir los que murieron
en Él cuando Él murió en la cruz, a los cuales Él después de resucitado comunica
su vida. Que, como la muerte que en Él padecimos es causa que muera nuestra
culpa cuando según Dios nacemos; así su resurrección, que también fue nuestra,
es causa que cuando muere en nosotros la culpa, nazca la vida de la justicia (…)
Digo más. No se llama JESÚS así porque solamente hace la salud que decimos, sino
porque es él mismo esa salud. Porque aunque sea verdad, como de hecho lo es, que
Cristo en los que santifica hace salud y justicia por medio de la gracia que en
ellos pone asentada y como apegada en su alma; mas sin eso, como decíamos ayer.
Él mismo, por medio de su Espíritu, se junta con ella, y juntándose, la sana y
agracia; y esa misma gracia que digo que hace resplandor que resulta en ella de
su amable presencia. Así que Él mismo por sí, y no solamente por su obra y
efecto, es la salud. Dice bien San Macario, y dice de esta manera: “Como Cristo
ve que tú le buscas, y que tienes en Él toda tu esperanza siempre puesta, acude
luego Él y te da caridad verdadera: esto es, dásete a sí, que, puesto en ti, se
te hace todas las cosas; paraíso, árbol de vida, preciosa perla, corona,
edificador, agricultor, compasivo, libre de toda pasión, hombre, Dios, vino,
agua vital, oveja, esposo, guerrero y armas de guerra, y finalmente, Cristo, que
es todas las cosas en todos” Así que el mismo Cristo abraza con nuestro espíritu
el suyo, y abrazándose, le viste de sí, según San Pablo (Rom. 13, 14) dice:
Vestíos de nuestro Señor Jesucristo. Y vistiéndole, le reduce y sujeta a sí
misma, y se cala por él totalmente. Porque se debe advertir que, así como toda
la masa es insípida y desazonada de suyo, por donde se ordenó la levadura que le
diese sabor, a la cual con verdad podremos llamar, no sólo la sazonadora, sino
la misma sazón de la masa, por razón de que la sazona no apartada de ella, sino
junto con ella, adonde ella por sí cunde por la masa y la transforma y sazona;
así, porque la masa de los hombres estaba toda dañada y enferma, hizo Dios un
JESÚS, digo, una humana salud, que no solamente estando apartada, sino
juntándose, fuese salud de todo aquello con quien se juntase y mezclase. Y así
Él se compara a levadura a sí mismo (Mt. 13, 33). De arte que, como el hierro
que se enciende del fuego, aunque en el ser es hierro y no es fuego, en el
parecer es fuego y no hierro; así Cristo, ayuntado conmigo y hecho totalmente
Señor de mí, me purifica de tal manera en mis daños y males, y me incorpora de
tal manera en sus saludes y bienes; que yo ya no parezco yo, el enfermo que era,
ni de hecho soy ya enfermo; sino tan sano, que parezco la misma salud que es
JESÚS.
¡Oh bienaventurado salud! ¡Oh JESÚS dulce, dignísimo de todo deseo! ¡Si ya me
viese yo, Señor, vencido enteramente de ti! ¡Si ya cundiese, oh salud, por mi
alma y mi cuerpo! ¡Si me apurases ya de mi escoria, de toda aquesta vejez! ¡Si
no viviese, ni pareciese, ni luciese en mí, sino Tú! ¡O si ya no fuese quien
soy! Que, Señor, no veo cosa en mí que no sea digna de aborrecimiento y
desprecio. Casi todo cuanto nace de mí son increíbles miserias; casi todo es
dolor, imperfección, lepra y poca salud. Y como en el libro de Job (7, 3-8) se
escribe: “Cada día siento en mí nuevas lástimas; y esperando ver el fin de
ellas, he contado muchos meses vacíos, y muchas noches dolorosas han pasado por
mí. Cuando viene el sueño, me digo: “¿Amanecerá mi mañana?” Y cuando me levanto
y veo que no me amanece, alargo a la tarde el deseo. Y vienen las tinieblas, y
vienen también mis ayes y mis flaquezas, y mis dolores más acrecentados con
ellas. Vestida está y cubierta mi carne de mi corrupción miserable; y de las
torpezas del polvo que me compone están ya secos y arrugados mis cueros. Veo,
Señor, que se pasan mis días, y que me han volado muy más que vuela la lanzadera
de la tela; acabados cuasi los veo, y aún no veo, Señor, mi salud. Y si se
acaban, acábase mi esperanza con ellos. Acuérdate, Señor, que es ligero viento
mi vida, y que si paso sin alcanzar este bien, no volverán jamás mis ojos a
verle. Si muero sin ti, no me verán para siempre en descanso los buenos. Y tus
mismos ojos, si los enderezares a mí, no verán cosa que merezca ser vista”. Yo,
Señor, me desprecio, me despojo de mí, me huyo y desamo, para que, no habiendo
en mí cosa mía, seas Tú solo en mí todas las cosas: mi ser, mi vivir, mi salud,
mi JESÚS.
Cristo, pues, se llama JESÚS porque El mismo es salud. Y no por eso solamente,
sino también porque toda la salud es solo Él (...)
Es toda la salud: porque como la razón de la salud, según dicen los médicos,
tiene dos partes: una que la conserva y otra que la restituye; una que provee lo
que la puede tener en pie, otra que receta lo que la levanta si cae; y como así
la una como la otra tienen dos intenciones solas, a que enderezan coma a blanco
sus leyes, aplicar lo bueno, y apartar lo dañoso; y como en las cosas que se
comen para salud, unas son para que críen sustancia en el cuerpo, y otras para
que le purguen de sus malos humores; unas que son mantenimiento, otras que son
medicina: así esta salud que llamamos JESÚS, porque es cabal y perfecta salud,
puso en sí aquestas dos partes juntas: lo que conserva la salud y lo que la
restituye cuando se pierde; lo que la tiene en pie y lo que la levanta caída; lo
que cría buena sustancia y lo que purga nuestra ponzoña.
(...) Son salud sus palabras; digo, son JESÚS sus palabras, son JESÚS sus obras,
su vida es JESÚS y su muerte es JESÚS. Lo que hizo, lo que pensó, lo que
padeció, lo que anduvo; vivo, muerto, resucitado, subido y asentado en el cielo,
siempre y en todo es JESÚS. Que con la vida nos sana, y con la muerte nos da
salud; con sus dolores quita los nuestros, y como Isaías (53, 5) dice, somos
hechos sanos con sus cardenales. Sus llagas son medicina del alma; con su sangre
vertida se repara la flaqueza de nuestra virtud. Y no sólo es JESÚS y salud con
su doctrina, enseñándonos el camino sano y declarándonos el malo y peligroso;
sino también con el ejemplo de su vida y de sus obras hace lo mismo; y no sólo
con el ejemplo de ellas nos mueve al bien y nos incita y nos guía, sino con la
virtud saludable que sale de ellas, que la comunica a nosotros, nos aviva y nos
despierta, y nos purga y nos sana. Llámese, pues, con justicia JESÚS quien todo
Él, por donde quiera que se mire, es JESÚS (...)
Es JESÚS y salud, no para una enfermedad sola, sino para todo accidente malo,
para toda llaga mortal, para todo vicio y para todo sujeto vicioso, ahora y en
todo tiempo JESÚS. Y no sana solamente de un vicio, sino de cualquier vicio que
haya habido en ellos, o que haya, los sana. Que a nuestra soberbia es JESÚS, con
su caña por cetro; y con su púrpura por escarnio, vestida para nuestra ambición,
es JESÚS. Su cabeza, coronada con fiera y desapiadada corona, es JESÚS en
nuestra mala inclinación al deleite; y sus azotes y todo su cuerpo dolorido, en
lo que en nosotros es carnal y torpe, es JESÚS. Lo es, para nuestra codicia, su
desnudez; para nuestro coraje, su sufrimiento admirable; para nuestro amor
propio, el desprecio que hizo siempre de sí.
Y así la Iglesia, enseñada del Espíritu Santo y movida por Él, en el día en que
cada año representa la hora cuando esta salud se sazonó para nosotros en el
lagar de la cruz, como presentándola delante de Dios y mostrándosela enclavada
en el leño, y conociendo lo mucho que esta ofrenda vale y lo mucho que puede
delante de Él, ¿qué bien o qué merced no le pide? Pídele, como derecho, salud
para el Cuerpo. Pídele los bienes temporales y los eternos. Pídele para los
papas, los obispos, los sacerdotes, los clérigos, para los reyes y príncipes,
para cada uno de los fieles según sus estados. Para los pecadores, penitencia;
para los justos, perseverancia; para los pobres, amparo; para los presos,
libertad; para los enfermos, salud; para los peregrinos, viaje feliz y vuelta
con prosperidad a sus casas. Y porque todo es menos de lo que puede y merece
aquesta salud, aun para los herejes, aun para los paganos, aun para los judíos
ciegos que la desecharon, pone la Iglesia delante de los ojos de Dios a JESÚS
muerto y hecho vida en la cruz para que les sea JESÚS (…)
(Fr. Luis de León, De los Nombres de Cristo, Ed. Poblet, Bs. As., 1946, pp.
527-528; 537-581)
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San Juan Crisóstomo
LA PROFECÍA DE ISAÍAS: MIRAD QUE UNA VIRGEN CONCEBIRÁ.
¿Qué texto, pues nos proponemos comentar hoy? todo esto, empero, sucedió por que
se cumpliera la que el Señor había dicho por boca del profeta... Aquí, cuanto le
fue posible, dio el ángel un fuerte grito, digno del milagro que nos contaba:
¡todo esto sucedió! Vio el piélago y abismo del amor de Dios, realizando lo que
jamás se esperaba, suspendidas las leyes de la naturaleza y hacha la
reconciliación; vio cómo el que estaba mas alto de todos descendió al que estaba
más bajo de todos, cómo se había derribado la pared medianera, cómo se habían
eliminado los obstáculos, como se habían cumplido muchas más maravillas, y
cifrando en una sola palabra el milagro, dijo: Todo esto sucedió por que se
cumpliera lo que el Señor había dicho por boca del profeta. No piensas. nos dice
el ángel- que se trata de decretos de ahora. Todos estaba de antiguo
prefigurado. Es lo que Pablo procuraba mostrar en todas partes.
Por lo demás, el ángel remite a José al profeta Isaías para que, al despertarse,
no se olvidara de lo que le había dicho, como de cosa reciente; mas como de los
pasajes proféticos se había él nutrido y los recordaba constantemente, por ellos
retendría también sus palabras. Nada de esto el dijo a la Virgen, que era una
niña y no tenía familiaridad con las textos sagrados; mas con el hombre que era
justo meditaba a los profetas, el ángel puede partir de aquí para su
conversación. Y notemos que, antes de citar a Isaías, le habla de tu mujer;
pero, una vez que ha alegado al profeta, ya no teme el ángel pronunciar ante
José el nombre de virgen. Sin duda, de no haberlo antes oído de Isaías, no
hubiera José escuchado tan si turbación este nombre. Nada nuevo, en efecto, algo
más buen familiar y durante mucho tiempo meditado, iba a oír de boca del
profeta. El ángel, pues alega a Isaías porque quería dar con su testimonio más
crédito a su mensaje. Sin embargo, no se quedó en Isaías, sino que refiere a
Dios su palabra. Por eso no dijo: “Por que se cumpliera lo que había dicho
Isaías”, sino. Por que se cumpliera lo que había dicho el Señor. La boca era de
Isaías, pero el oráculo venía de lo alto.
Mirad que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le llamarán de nombre
Emmanuel. ¿Cómo no se llamó su nombre Emmanuel, sino Jesucristo?. Porque no dijo
“le llamarás”, sino le llamarán así le llamarán las gentes y así lo confirmarán
los hechos. En realidad, aquí se pone nombre a un acontecimiento.
Consiguientemente, le llamarán Emmanuel, n significa otra cosa sino que verán a
Dios este los hombres. Porque, si es cierto que Dios estuvo siempre entre los
hombres, pero nunca t6an claramente.
Mas, si los judíos siguieran porfiando, les preguntaremos: ¿Cuándo se le llamó a
un niño: “Pronto despoja, saquea, a prisa saquea”? Tendrás que contestar que
nunca. Entonces, ¿Cómo es que dijo el profeta: Llámale de nombre “Pronto
despoja”?.
Porque, nacido aquel hijo de profeta, hubo presa y reparto de botín. Lo que fue
un hecho al nacer el niño, se pone por nombre suyo.
En otro pasaje dice el mismo Isaías: La ciudad se llamará ciudad de la justicia;
Sión, metrópoli de la fidelidad. Sin embargo, en ninguna parte llamamos que a
Jerusalén se la llame “Ciudad de la justicia”, sino que siguió llamándose
Jerusalén; pero como así había efectivamente sucedido, transformada ella en
mejor, dijo el profeta que se llamaría así. Y es que, cuando se de un hecho, que
da ha conocer al que lo realiza o al que de él se aprovecha, mejor que su nombre
mismo, la Escritura dice que su nombre es la verdad misma de la cosa.
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Juan Pablo II
San José
La «Madre del amor hermoso» fue acogida por aquel que, según la tradición de
Israel, ya era su esposo terrenal, José, de la estirpe de David. Él habría
tenido derecho a considerar a la novia como su mujer y madre de sus hijos. Sin
embargo, Dios interviene en esta alianza esponsal con su iniciativa: «José, hijo
de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella
es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). José es consciente, ve con sus propios ojos
que en María se ha concebido una nueva vida que no proviene de él y por tanto,
como hombre justo, observante de la ley antigua, que en su caso imponía la
obligación de divorcio, quiere disolver de manera caritativa su matrimonio (cf.
Mt 1, 19). El ángel del Señor le hace saber que esto no estaría de acuerdo con
su vocación, más aún, que sería contrario al amor esponsal que lo une a María.
Este amor esponsal recíproco, para que sea plenamente el «amor hermoso», exige
que José acoja a María y a su Hijo bajo el techo de su casa, en Nazaret. José
obedece el mensaje divino y actúa según lo que le ha sido mandado (cf. Mt 1,
24). También gracias a José el misterio de la Encarnación y, junto con él, el
misterio de la Sagrada Familia, se inscribe profundamente en el amor esponsal
del hombre y de la mujer e indirectamente en la genealogía de cada familia
humana. Lo que Pablo llamará el «gran misterio» encuentra en la Sagrada Familia
su expresión más alta. La familia se sitúa así verdaderamente en el centro de la
nueva alianza. (Carta a las familias).
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Catecismo de la Iglesia Católica
La maternidad divina de María
495 Llamada en los evangelios "la Madre de Jesús" (Jn 2,1; 19,25), María es
aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes
del nacimiento de su hijo (Lc 1,43). En efecto, aquél que ella concibió como
hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo
según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de
la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de
Dios ["Theotokos"].
501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se
extiende a todos los hombres, a los cuales El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo,
al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8,29), es decir, de los
creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre".
502 La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las
razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su
Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la
misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para
con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la
Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios. "La naturaleza humana que
ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre...; consubstancial con su Padre en
la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra humanidad, pero propiamente
Hijo de Dios en sus dos naturalezas".
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen
María porque él es el Nuevo Adán que inaugura la nueva creación: "El primer
hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co
15,47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu
Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3,34). De "su plenitud",
cabeza de la humanidad redimida, "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn
1,16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo
nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. "¿Cómo será
eso?" (Lc 1,34) La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni de
deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1,13). La acogida de
esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El
sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios se lleva a cabo
perfectamente en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe "no adulterada por
duda alguna" y de su entrega total a la voluntad de Dios. Su fe es la que le
hace llegar a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem
Christi quam concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María al
recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo") [San
Agustín].
507 María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta
realización de la Iglesia: "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de
Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una
vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de
Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al
Esposo".
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EJEMPLOS PREDICABLES
San Pedro de Alcántara
Este santo procuró que sus hijos y discípulos fueran muy devotos del misterio de
la Encarnación. De él aprendieron todos a repetir muchas veces las palabras del
Evangelio en que se habla de la Encarnación del hijo de Dios, viendo alguna vez
confirmada esta devota costumbre con milagrosos efectos.
Así lo experimentaron dos religiosos que, habiendo salido de Arenas en dirección
al Convento del Rosario, distante unas tres leguas, a las márgenes del río
Tiétar, se vieron sorprendidos en el camino por una horrorosa tempestad. Temían
los religiosos de Arenas por la vida de los dos caminantes, pero el Santo Padre
los tranquilizo diciendo: “No tengáis pena, que Fray Miguel lleva buen reparo y
con él su compañero. Ahora va diciendo el Evangelio de San Juan: In principio
erat Verbum, y donde con devoción se prenuncian o se oyen estas misteriosas
palabras no puede haber daño ni riesgo alguno”. Y así lo comprobaron los
religiosos, pues ni aun les había tocado una gota de la lluvia que arrojó la
tempestad”
(Vida de San Pedro Alcántara, Apost. de la Prensa, Madrid, 1947, p.52 ss).
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El "Angelus"
“Este piadoso saludo a la Virgen, llamado ordinariamente el “Angelus” por el
incipit de algunos versículos unidos posteriormente a las tres avemarías
primitivas, fué introducido en la Iglesia en épocas diversas. De la más antigua,
la de la tarde, se encontró el primer testimonio en un decreto del capítulo
general de los franciscanos celebrado en Pisa en el 1623 bajo la presidencia de
San Buenaventura, en el que se estableció que fratres in sermonibus populum
inducerent ut in completorio, pulsante campana, beatam Mariam aliquibus vocibus
salutarent, porque, se añadía, era sentencia de graves doctores que en aquella
hora, la Señora, la Virgen Santísima, recibió el anuncio del ángel. No hay duda
de que la propaganda activa de los franciscanos contribuyó eficazmente a
difundir por todas partes la piadosa práctica. En el año 1274 la encontramos
establecida en Maguncia y Wurzburgo, en 1296 en Génova, y en la primera mitad
del siglo siguiente en casi todas las regiones de Europa.
[...] En cuanto al Angelus del mediodía el P. Thurston cree encontrar los
orígenes en aquella plegaria (tres Pater y tres Ave) que el papa Calixto III en
1456 mandó recitar a la cristiandad todos los días al son de la campana, entre
nona y vísperas, para obtener la paz de la Iglesia “contra el peligro de
invasión de los turcos. De todos modos, es cierto que fué adoptado muy tarde, no
antes del siglo XVI. Sé comenzó en Francia en 1472 con una orden de Luis Xl, y
de allí lentamente se extendió al resto de Europa. Los tres versículos Angelus
Domini... Ecce ancilla... Et Verbum... unidos al triple Ave con la creación
Gratiam tuam... aparecen primero en el Exercitium quotidiannm, pequeño manual de
piedad, editado en Roma bajo Pío V (muerto en 1572) y la triple doxología final,
en cl Manuale catholicorum de San Pedro Canisio (1588)”.
(o.c., ibid., p. 206-267).
34.
Por Antonio Rivero
BRASILIA, 17 de diciembre de 2013 (Zenit.org) - P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: ese Dios que nace es Dios-con-nosotros, Emmanu-El. Hagámosle un lugar en nuestro corazón, como María.
Resumen del mensaje: Después de habernos invitado a despertar (primer domingo de adviento), a convertirnos (segundo domingo), a alegrarnos (tercer domingo), hoy Dios nos invita a mirar a María, pues por Ella nos vino el Enmanuel (primera lectura y evangelio), para renovar nuestro mundo y nuestros corazones, cegados por tanto pecado (segunda lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ese Dios que viene a través de María no sólo es “el Dios que es…el que está…el que ve el dolor de su pueblo” sino que es el “Dios con nosotros que nos salva” (primera lectura y evangelio). Dios hecho hombre, de la estirpe de David (segunda lectura), cuyo último eslabón será José. Es Emmanu-El. Jesús es “Emmanu”, es decir, “con nosotros”; es uno de nosotros, nuestro hermano. Pero Jesús también es “El”, es decir, Dios. Si fuera sólo “con nosotros”, pero no fuera “Dios”, no podría salvarnos. Si fuera sólo “Dios”, pero no “con nosotros”, su salvación no nos interesaría; él también habría quedado como un Dios desconocido, lejos de las esperanzas del hombre. Don gratuito de Dios a María y a la humanidad. Esto ha sido posible “por obra del Espíritu Santo”, lo cual significa que está en marcha una “nueva creación”. Este es el misterio teológico y profundo de la Navidad: de Dios Altísimo se ha vuelto un Dios próximo, un Dios para los hombres. En la primera creación, Dios nos hablaba a distancia, por los profetas. Ahora, en la nueva creación, es un Dios que nos habla al corazón por su Hijo.
En segundo lugar, fijemos la mirada en María, de quien nos vino el Emmanuel. Se dejó invadir por el Espíritu y por el misterio. Embarazada de Dios, sin perder la virginidad. Ese Emmanuel fue creciendo en María, gracias a su fe, esperanza y caridad. Ella llevaba a ese Emmanuel en su mente, en su corazón, en su afecto y en su voluntad. Nunca se separó de Él.
Finalmente, si Dios está con nosotros y es el Emmanu-El, nada ni nadie puede separarnos de Él. Eso sí, nosotros podemos volverle la espalda, vivir como si Él nunca hubiera venido, como si no hubiese hablado (segunda lectura). No nos sirve de nada ni siquiera que Dios esté con nosotros, si nos negamos a estar con Él, de su parte. Por eso, la Navidad es una ocasión para volver a sentir la necesidad de este Salvador. Y esta salvación nos la ofrece en cada Eucaristía y en la confesión.
Para reflexionar: Dejar a este Emmanu-El que nazca en nuestra alma y que esté con nosotros en casa, en nuestro trabajo, en nuestras empresas, en nuestros proyectos. Sólo en Él está la salvación y la auténtica liberación. Y con Él alcanzaremos la santidad, la gracia y la paz (segunda lectura). El Espíritu Santo hizo posible este milagro. ¿Cómo es mi relación con el Espíritu Santo?
35.- ÁNGELUS,
23 DE DICIEMBRE
Aprendamos en la escuela de la
Virgen y de san José
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Celebramos hoy el cuarto domingo de Adviento, mientras se intensifican los preparativos para la fiesta de Navidad. La palabra de Dios, en la liturgia, nos ayuda a centrar nuestra atención en el significado de este acontecimiento salvífico fundamental que es, al mismo tiempo, histórico y sobrenatural.
"Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" (Is 7, 14). Esta profecía de Isaías reviste una importancia capital en la economía de la salvación. Asegura que "Dios mismo" dará un descendiente al rey David como "signo" de su fidelidad. Esta promesa se cumplió con el nacimiento de Jesús de la Virgen María.
2. Por tanto, para captar el significado y el don de gracia de la Navidad, ya inminente, debemos aprender en la escuela de la Virgen y de su esposo san José, a quienes en el belén contemplaremos en adoración extasiada del Mesías recién nacido.
En la página evangélica de hoy san Mateo pone de relieve el papel de san José, al que califica como hombre "justo" (Mt 1, 19), subrayando así que estaba totalmente dispuesto a cumplir la voluntad de Dios. Precisamente por esta justicia interior, que en definitiva coincide con el amor, José no quiere denunciar a María, aunque se ha dado cuenta de su embarazo incipiente. Piensa "repudiarla en secreto" (Mt 1, 19), pero el ángel del Señor lo invita a no tener reparo y a llevarla consigo.
Resalta aquí otro aspecto esencial de la personalidad de san José: es hombre abierto a la escucha de Dios en la oración. Por el ángel sabe que "la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo" (Mt 1, 20), según la antigua profecía: "Mirad: la virgen concebirá...", y está dispuesto a aceptar los designios de Dios, que superan los límites humanos.
3. En síntesis, se puede definir a José un auténtico hombre de fe, como su esposa María. La fe conjuga justicia y oración, y esta es la actitud más adecuada para encontrar al Emmanuel, al "Dios con nosotros". En efecto, creer significa vivir en la historia abiertos a la iniciativa de Dios, a la fuerza creadora de su Palabra, que en Cristo se hizo carne, uniéndose para siempre a nuestra humanidad. Que la Virgen María y san José nos ayuden a celebrar así, de modo fructuoso, el nacimiento del Redentor.