35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DE ADVIENTO
1-10
 

1. J/VENIDA/ALEGRIA 

El texto de Sofonías apenas tiene relación literal con las frases lucanas que acabamos de  leer. Sin embargo, sería una pena que este texto no se leyera un día y otro a los cristianos y  se comentara brevemente ante ellos. Este ardiente texto profético dice en términos de  Antiguo Testamento lo que la fe cristiana misma enseña. En Jesús, Yahvé-Dios está  presente en medio de su pueblo; reina entre su pueblo, al que da señales de su amor. Su  presencia, en la medida al menos en que es reconocida por su pueblo, es fuente de una  alegría extraordinaria que ha de poder expresarse en la danza, la fiesta, los cantos.

He ahí lo que Jesús aporta a su pueblo con su venida. El que el Bautista subrayara sobre  todo las exigencias que comporta esta venida, no puede impedirnos entrever que, como  Buena Noticia, esta venida debe suscitar en nosotros la confianza, la paz, la alegría..., temas  que ciertamente no hubiera rechazado san Lucas, sino todo lo contrario.

Temas que también a san Pablo gustaría comentar, tal como se explica en la 2ª lectura. La  venida del Señor, sea cualquiera el ángulo desde el que se la considere, no puede hacer  brotar en nosotros sino alegría, bondad comunicativa, fraternidad universal. Ha de promover  en todo creyente confianza y paz. En el momento del nacimiento de Jesús, los ángeles  pregonan el acontecimiento como fuente de paz para los hombres. Esa paz, don de Dios, es  la que debe llenar el corazón de todo el que cree en Jesús.

El comportamiento cristiano está hecho a la vez de fidelidad a unas exigencias rigurosas  aceptadas dentro de la perspectiva de un encuentro temible, y de una apacible confianza en  una presencia amante que es fuente de paz, de serenidad y de alegría.

Contrariamente a lo que muchos imaginan, no es la primera actitud la más difícil de  observar, sino la segunda. Es relativamente fácil creer en un Dios exigente; más difícil es  creer en un Dios cuya cálida ternura comunica paz y alegría. 

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 119


2.

Se acerca Navidad. Ya -en el ambiente- muchas cosas nos hablan de las celebraciones  navideñas. Lástima que quien nos habla con mayor insistencia es la publicidad comercial,  los anuncios televisivos (colocando el mensaje de Navidad al servicio de la promoción de  ventas o del "super lujo" de los ricos).

Nosotros nos hemos reunido aquí una vez más en la espera de la venida del Señor  Jesús. Nosotros somos una comunidad expectante, una gente que espera a Alguien. Esto  resume el qué es ser cristiano: creemos que el Señor vino, que viene ahora y que vendrá  definitivamente. No es sólo un hecho pasado; es también una espera actual y para el  mañana.

Por eso el cristiano es un hombre que siempre espera. Pero quizá convenga que  busquemos en la Palabra de Dios, que hoy hemos leído, quién es este Alguien que  esperamos. No fuera a suceder que entre tanta gente que nos habla de la Navidad, no  reconociéramos a Aquel que esperamos.

-La 1. lectura -por ejemplo- nos ha hablado de El como de un luchador, de un guerrero.  Ciertamente se trata de un guerrero que no viene a matar, sino a salvar. Pero... es Alguien  que viene a luchar, a combatir. Aquel que esperamos -"Aquel que por la fe está en  nosotros- no viene a dejar las cosas tal como están, no es Alguien a quien no importen las  realidades de mal, de opresión, de injusticia, de falta de amor o de triunfo de la mentira. El,  el Señor Jesús, el niño de Belén y el crucificado de Jerusalén, es un combatiente de la  verdad, del amor, un guerrero de la justicia.

Tengámoslo en cuenta al preparar la Navidad. La alegría, la paz que repetidamente nos  anuncian las lecturas de hoy tienen un motivo: el Señor está cerca, el Señor está entre  nosotros. Pero fijémonos bien: es Alguien que salva porque lucha contra todo mal y en  favor de todo bien. No salvaría si se despreocupara de aquello que duele al hombre, si no  trabajara por aquello que le da vida.

Que el Señor está entre nosotros significa que lucha en nosotros y con nosotros. No  contra nadie -El quiere salvar a todos- pero sí contra todo lo que hay en todos -en cada  hombre- de mal, de pecado, de muerte.

-Se nos pide, por tanto, una elección, una opción: luchamos con El o le abandonamos y  cerramos nuestra puerta a su salvación. Con otras palabras: la preparación a la Navidad es  una llamada a la conversión.

Por esto, en este tiempo de Adviento, se nos muestra la figura de aquel hombre radical  que fue Juan el Bautista, el que preparaba el camino del Señor. Hoy hemos escuchado  cómo la gente del pueblo iba a él para preguntarle: "¿qué hemos de hacer?". Y sus  respuestas -sencillas- son acciones concretas que conducen a un obrar según la verdad y  el amor, es decir, conducen a la conversión.

La figura de Juan Bautista, a las puertas de la Navidad, nos puede ayudar a no errar el  camino. NO nos hagamos falsas ilusiones: es preciso una preparación que conduzca a una  auténtica conversión. También nosotros debemos preguntarnos: ¿Qué hemos de hacer?  Seguramente la respuesta será también distinta para cada uno, pero estará siempre en la  línea del combate que el Señor viene a realizar. Se trata de crecer en nuestro camino de  fidelidad más radical a Aquel que esperamos, de compartir con mayor generosidad su lucha  en nosotros.

Alegrémonos, hermanos, porque el Señor de bondad está entre nosotros. En nuestra  vida. Por eso nos hemos reunido: para afirmar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro  anhelo de vivir según el amor que de El proviene. Pero para que nuestra alegría sea  auténtica y duradera (más auténtica y duradera que todo aquello que nos prometen los  anuncios o el bla-bla tópico de tantas palabras vacías que hablan de la Navidad en estos  días) escuchemos con deseo de sinceridad la insistente y personal llamada a la conversión  y a la lucha que nos dirige a Jesucristo.

Con la esperanza, con la confianza, que nos da el hecho de creer en la fuerza de su amor  vivo en nosotros. De este amor que celebramos en la eucaristía.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 6


3.

* La tremenda sinceridad que se adivina en la pregunta: "Entonces, ¿Qué hacemos?" se  ve correspondida por el evidente realismo operativo de la contestación que da Juan el  bautista.

Quienes crean que se trata de una escena precristiana, pueden cambiarla por otras  narraciones de conversión contenidas en el Nuevo Testamento, que presentan la misma  pregunta vital y se acompañan de inmediatas consecuencias prácticas en la misma línea. * No se trata sólo de pensar, sino de hacer. La esperanza nacida de la fe en Jesús no es  una cuestión de mirada, de ojos nuevos, sino también de manos nuevas y trabajo adecuado  y eficaz en la construcción de la ciudad terrena. La fe cristiana, como esperanza del futuro,  no puede servir de coartada para evadirse del presente y ser opio del pueblo en lugar de  actuar como aguijón y motor.

El bautista cree que las cosas pueden y deben cambiar. No le cortaron la cabeza por ser  un predicador abstracto e intimista.

El anuncia la llegada de lo "nuevo" y aviva el fuego que dinamiza nuevas posibilidades  sacudiendo lo establecido.

* El seguimiento de Jesús se hace solidaridad práctica y creativa con los hermanos más  necesitados, porque la esperanza cristiana, para no ser un ídolo, ha de encarnarse en la  realidad concreta.

La tentación acecha: el creyente puede convertir la esperanza en una fábrica de ilusiones  vanas. Entonces elabora sueños sin mediaciones, que son huidas de la realidad. El deseo  expresado en el "venga a nosotros tu reino" prueba su sinceridad con la acción  comprometida para que así sea.

La esperanza cristiana es preferible que se equivoque a que quede paralizada. Es más  deseable que nuestro sudor se mezcle con el de los hombres que empujan la historia que  permanecer al margen con las manos limpias. La esperanza tiene que ser operativa o, de lo  contrario, se niega a sí misma. Requiere creyentes sumergidos en las aguas turbias de los  movimientos sociales, políticos, científicos, culturales.... de la época.

Es verdad que el cristiano no posee una  utopía definida, si entendemos estos términos como un proyecto político-social y  económico. En este sentido, no existe el partido cristiano, el sindicato cristiano, la empresa  cristiana o la familia cristiana.

Aunque sí han de notarse las repercusiones de su fe en la política, la acción sindical,  empresarial o familiar que lleven a cabo los cristianos. No poseemos soluciones técnicas  concretas a la hora de organizar la ciudad terrestre, lo que no quiere decir que debamos  sobrevolar por encima de todo proyecto político-social concreto. Sin proyectos  anticipadores del mañana, no hay cambio de la realidad, y la esperanza permanece  congelada.

Es en este punto cuando surgen las preguntas: ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Parece  claro que puede decirse lo que es malo en la sociedad actual, pero no lo que sería bueno.  Ningún programa político, social o económico será capaz de instaurar la sociedad definitiva,  libre de toda injusticia. No existe un modelo de análisis científico de la realidad que asegure  de modo incontrovertible su objetividad. Por tanto, habremos de aceptar que entre los  creyentes se puede dar una inevitable pluralidad de caminos hacia una misma meta.

Si aceptamos estos presupuestos, que conllevan su parte de necesidad y de dificultad,  nos veremos a nosotros mismos en la tarea de constructores de puentes (pontífices) entre  el ideal del reino y la realidad del hoy. Situados en este empeño, sentiremos como más  acuciante la urgencia de "cristificarnos", de aumentar en nosotros el Espíritu de Jesús y  también la de conocer más profundamente la realidad de nuestro mundo. Nuestra mente y  nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra palabra, nuestro corazón y nuestras manos habrán  de mantenerse activos, de forma que nuestra capacidad de ver y recorrer nuevos caminos  sea operativa y eficaz.

Encontraremos entonces, como fuente inagotable de energía, el contacto con el Maestro,  íntimo y personalizado, pero no intimista ni individualizante. La oración y el "rumiar" la  palabra nos descubrirán, más allá de los aciertos o los fracasos, el permanente horizonte  de un reino "que no es como los de este mundo". 

EUCARISTÍA 1988, 59


4.

* "El Señor está cerca": El anuncio de la venida del Señor es para los creyentes motivo  de inmensa alegría: "Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres... El  Señor está cerca".

Y lo mismo que Pablo, así también el profeta Sofonías: "Regocíjate, hija de Sión..." Y es  que se trata de una buena noticia, de la mejor de todas las noticias que podemos recibir. Como la lluvia que alegra los campos después de una pertinaz sequía y los hace  reverdecer, así es la palabra de Dios, la promesa y el anuncio de su venida, que estimula la  esperanza en el corazón de los creyentes. Esta alegría, esta esperanza, esta "moral" que  nos da el evangelio, es su primer fruto y la primera manifestación de la fe en un mundo  desmoralizado.

* "¿Entonces, qué hacemos?": Pero el anuncio de lo que aún está por ver y por venir, de  lo que será y de lo que seremos cuando venga el Señor sobre las nubes, descubre también  ante nuestros ojos la situación real en la que todavía nos hallamos y, por tanto, la  necesidad de un cambio en nuestras vidas, en nuestras costumbres, en nuestras relaciones  humanas, individual y colectivo. Porque todo puede y debe cambiar ante la venida del  Señor que se acerca. La esperanza que nos infunde la promesa es el motor del cambio, es  la fuerza de la conversión. Una fuerza que nos permite sobreponernos a la situación y  tomarla a nuestro cargo con alegría, responsablemente. Que nos ayuda a salir de ella hacia  adelante. La conversión siempre es hacia adelante, hacia el Señor que se acerca, y en  modo alguno consiste en detenerse ni tan siquiera para llorar o lamentar un estado de  cosas. El que espera de verdad no se hace constantemente la pregunta de qué es lo que  ha hecho, sino que se pregunta qué debe hacer: "¿Entonces, qué hacemos?".

* "El que tenga dos túnicas...": Convertirse al evangelio, responder al anuncio de la  venida del Señor, es algo tan concreto como dar una túnica al que no la tiene, o compartir  lo que tenemos para que haya igualdad entre unos y otros.. "El que tenga dos túnicas, que  se las reparte con el que no tiene". La conversión es muy personal, pero no se queda en el  corazón y se expresa y se realiza como acercamiento y conversión a las necesidades del  prójimo.

A los publicanos o cobradores de impuestos, representantes de la administración pública,  Juan Bautista les dice que no cobren más de lo que es justo. Y a los soldados que no  hagan extorsión a nadie, ni se aprovechen con denuncias y se contenten con la soldada.  Son tres ejemplos que bien podrían aplicarse hoy a nuestra sociedad: ¿Hay algo más  urgente en España, y no sólo en España, claro está, que nivelar y compartir, que acabar  con las desigualdades, que repartir el trabajo y el fruto del trabajo, para que cada  ciudadano tenga su túnica y su dignidad? ¿Y qué diremos de la corrupción administrativa y  de la necesidad inaplazable de reformar la administración pública? Y lo mismo del ejército,  que no ha de ser un cuerpo extraño y en contra de la sociedad, sino para su servicio: "No  hagáis extorsión a nadie", no os aprovechéis de la fuerza.

* Hagamos un mundo más humano: Este mundo no es el reino de Dios sino el reino del  egoísmo. Este mundo no es bueno, porque no es bueno para todos, porque no hay  igualdad, ni fraternidad, ni libertad, porque cada uno va a lo suyo y el hombre es como un  lobo para el hombre. Los cristianos no estamos en este mundo para ganarnos el cielo, sino  más exactamente para hacer que este mundo sea más humano y más conforme a la  voluntad de Dios. Porque no estamos de paso por el mundo, sino que llevamos con  nosotros el mundo, a espaldas de nuestra responsabilidad, y no podemos peregrinar y  llegar a la presencia de Dios y entrar en su reino si perdemos el hato, si no entramos con el  mundo que nos ha confiado.

Desentenderse del mundo es desentenderse de los hombres, que son nuestros  hermanos. Es pasar de largo ante los que sufren y lloran, ante los que son tratados  injustamente, ante los marginados, ante el hambre, la violencia... En este sentido, no sólo la  propiedad privada puede ser un robo o una retención injusta de lo que debemos compartir  con los demás, sino también la vida privada, aunque ésta se llene de oraciones y  soliloquios divinos. Porque la vida privada, y en nuestro caso la privatización de la fe, sería  despojar a los hombres del amor y de la ayuda que les debemos por voluntad de Dios. 

EUCARISTÍA 1982, 57


5. RC/DIMENSION COMUNITARIA

La palabra "penitencia" sugiere muchas veces, inmediatamente, las dos o tres avemarías  que nos manda rezar el confesor antes de darnos la absolución por nuestros pecados.  Otras, pensamos en sacrificios, ayunos y abstinencias, y hasta en alguna limosna que es  menester hacer para pagar por los pecados pasados. Es posible que entendamos incluso  que la penitencia cristiana es ante todo el sacramento de la confesión y que en este caso,  después de hacer el recuento de las condiciones que se requieren para confesarse bien,  lleguemos a la conclusión de que lo más importante es el dolor de los pecados. En  cualquier caso, la penitencia, para nosotros, tiene que ver con la vida pasada, y esto es  correcto; pero no nos damos cuenta de que sólo con lamentaciones y lágrimas no podrá  cambiar nuestro pasado y que éste sólo puede superarse si entramos resueltamente en un  futuro mejor. Una penitencia entendida sólo en función del examen de nuestra vida pasada  y entretenida únicamente en lamentarla, no es todavía la auténtica penitencia cristiana y no  resuelve nada.

Por otra parte, la práctica de la penitencia, si se quiere de la confesión, ha llegado a ser  un asunto entre Dios y mi alma, tan privado como una ducha y tan rutinario como ella  misma.

Difícilmente descubriríamos en el rito actual de la confesión, y mucho menos en la  conciencia de los que se confiesan, aquella dimensión comunitaria que tuvo la penitencia  en otros tiempos. Y, sin embargo, el sacramento de la penitencia es el sacramento de la  reconciliación con Dios, que solamente es posible sobre la base de una reconciliación con  los hombres: Así como en realidad no existe más que un solo mandamiento, el  mandamiento del amor a Dios, y éste es menester cumplirlo siempre amando también a los  hombres; así como en el fondo no existe otro pecado que el que se opone a este  mandamiento del amor, rompiendo nuestra paz con Dios al enfrentarnos egoístamente a  nuestros hermanos, así también el restablecimiento de la paz con Dios ha de estar  necesariamente unido al restablecimiento de la paz con nuestros hermanos ofendidos.

La paz con la Iglesia es el signo de la paz con Dios, pero en esta paz con la Iglesia  celebramos nuestra reconciliación con todos los hombres. ¡Qué lejos está nuestra rutina de  todas estas verdades cristianas! Se ve, por ejemplo, en el caso chocante de un marido que  habiendo roto con su mujer se reconcilia con el sacerdote en privado. Naturalmente, esta  ruptura a nivel de comunidad familiar afecta negativamente a la unidad de la Iglesia y es  perfectamente comprensible que se dé también la reconciliación con toda la comunidad  cristiana representada por el sacerdote; pero esto no excluye, antes al contrario, exige un  restablecimiento de la unidad allí donde esta unidad se ha roto.

Es decir, en este caso en el seno de la comunidad conyugal. Y resulta no menos ridículo  e ineficaz el que un empresario haga las paces con la Iglesia y no precisamente con los  obreros a los que él haya podido explotar.

Cuando la confesión no supera las lamentaciones en privado sobre la propia vida pasada  y no apunta hacia un futuro, cuando no sale de esta esfera individual de los cuatro ojos y  se hace eficaz en medio del mundo apuntando hacia un futuro mejor, la confesión no es ya  la auténtica penitencia cristiana.

La penitencia es ante todo renovación de la mente y del corazón, es decir, conversión, y  no es posible convertirse uno a sí mismo: por eso es salir siempre al encuentro del hermano  ofendido y, en definitiva, al encuentro del "Primogénito entre muchos hermanos", que es  Cristo. En este sentido, la penitencia cristiana, si ha de ser eficaz, no puede ser  simplemente saldar las deudas del pasado y esto de una manera privada, sin que nadie se  entere, sino realizar un futuro mejor: "Hacer frutos dignos de penitencia".

Ahora bien, estos frutos dignos de penitencia son frutos de justicia y de caridad. Escuchemos el Evangelio de hoy: San Juan nos resume brevemente, en los versículos  10 al 14, todo el contenido positivo y humano del mensaje de Juan Bautista. San Juan es  un penitente en el sentido tradicional: va vestido con piel de camello, se alimenta de  langostas y miel silvestre. Sin embargo, San Juan, al predicar la penitencia, no exige a  nadie que se retire con El al desierto, sino que cada uno cumpla con sus deberes en medio  del mundo: "La gente le preguntaba: ¿Pues qué debemos hacer? Y él les respondía: ¿El  que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene..." Es decir, el que tenga dos  abrigos de piel... Y se acercaron también unos recaudadores de impuestos, y a éstos les  decía: "No cobréis más de lo establecido"; y también a unos soldados: "No hagáis extorsión  a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada". San Juan tiene una  palabra para cada uno de estos estamentos sociales: para los ricos, para los que  desempeñan cargos en la administración pública, para los soldados, etc. En cada uno de  estos casos, la penitencia no es lamentarse de lo que han hecho, sino comenzar desde  ahora a cumplir fielmente con sus obligaciones. La penitencia que San Juan predica es una  penitencia dirigida hacia el futuro. No es la penitencia de las tres avemarías, sino una  penitencia realmente eficaz que se acredite en buenas obras. Y es, en tercer lugar, una  penitencia con una marcada dimensión social: una conversión a la justicia y a la caridad. Y  toda esta penitencia, para San Juan, está situada en la perspectiva de la venida del Señor.  En realidad, el Señor viene cuando los hombres convierten sus vidas hacia el futuro y hacia  sus hermanos.

EUCARISTÍA 1970, 4


6.

La pregunta se planteaba a todos. A las gentes en general, a los publicanos, a los  soldados, en el momento en que adivinaban que habían llegado los tiempos mesiánicos:  "Entonces, ¿qué hacemos? A menudo, la pregunta recoge casi exclusivamente la  preocupación por una práctica que sería como una receta para la vida eterna. La respuesta  de Juan Bautista es sencilla. A todo tipo de personas que le preguntan, responde: Haced  vuestro trabajo con justicia. Y esa es, de hecho, la única respuesta verdadera: continuad  viviendo con autenticidad, con justicia y con sentido de los demás. Por eso el cristiano debe  estar siempre alegre y su serenidad debe ser conocida por todos los hombres. No puede  estar continuamente preocupado, sino en todas las circunstancias debe orar y dar gracias  dirigiendo a Dios sus súplicas. Esta es la fuente de paz del creyente "que sobrepasa todo  juicio". Por otra parte, Juan Bautista predica la inminente llegada del Mesías; está entre  nosotros. "El rey de Israel está en medio de ti..., el Señor tu Dios, en medio de ti, es un  guerrero que te salva". Es el alegre poema de Sofonías en este día. 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 131


7. ALEGRIA/NOTAS.

-ALEGRÍA POR LA LIBERACIÓN

Iniciamos este tiempo de Adviento escuchando el gran anuncio, el anuncio de esperanza:  "Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". HOY, en este tercer domingo de  Adviento, toda la liturgia nos invita a alegrarnos por la cercanía de la realización de este  anuncio.

Es una invitación a la alegría. Y, si se me permite el juego de palabras, quisiera deciros  que ESTO DE LA ALEGRÍA ES ALGO MUY SERIO. Dicho de otro modo: no podemos  acoger la venida del Señor a nuestra vida sin abrirnos a la alegría. Es lo que intuye aquel  dicho popular: "un santo triste es un triste santo". Más seriamente: es lo que hemos  escuchado en la carta de San Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad  alegres".

Y si san Pablo -hombre serio y realista, también apasionado y también lúcido- pensaba  que era menester decirlo y repetirlo, era probablemente porque ya entre los primeros  cristianos debía ser frecuente la tentación de la tristeza, del pesimismo. Por eso él,  apasionado predicador de la Buena Noticia de la salvación, de la liberación, no podía  entender ni tolerar que los seguidores del liberador Jesucristo fueran gente triste. De ahí  que insistiera: "os lo repito: estad alegres".

Con una alegría que debe reunir dos condiciones (si es que la alegría puede reunir  condiciones). La primera , es que SURJA DE LO HONDO de nuestro vivir cristiano. Que no  sea superficial, impuesta, sino radical, de corazón. Y ahí podríamos hallar un elemento de  revisión de nuestra vida cristiana: si nuestro cristianismo no nos hace alegres -así,  espontáneamente, como en santa Teresa o en san Francisco- muy alegres, casi diría  "divertidos", es que algo falla en nuestro vivir cristiano.

Porque, de nuevo, seamos serios: ¿cómo puede entenderse que gente que creemos en  el gran anuncio salvador y liberador de Dios, en su amor volcado por Jesucristo a todos los  hombres, presente en nosotros por la acción viva y renovadora de su Espíritu, cómo puede  ser que quien cree en esta maravilla de la Buena y Evangélica Noticia, viva triste, pesimista,  negativamente? Pero hay, además, otra condición de esta alegría para que sea realmente  cristiana. Y es que esté ABIERTA A LOS DEMÁS, a todos.

Como nos decía Pablo: "que la conozca todo el mundo". Ciertamente, en nuestra vida  -personal y social- no faltan preocupaciones.

Pero el apóstol nos ha dicho -y vale la pena que lo escuchemos-:"Nada os preocupe".  ¿Por qué? Porque "el Señor está cerca". Cerca ahora que nos preparamos a la celebración  de la Navidad -fiesta que debe ser para todos-, pero cerca siempre, en todo momento y  circunstancia. En el dolor y en la esperanza, en la lucha y en el amor. Siempre DIOS  COMPARTE nuestra vida. Por eso siempre nuestra alegría -insisto: no superficial sino  surgida de una fe honda- debe ser real y comunicativa, abierta a todos.

-EXIGENCIA DE LIBERACIÓN

Sin embargo esta alegría no debe en absoluto ser una EXCUSA PARA DESATENDER  LA EXIGENCIA DE RESPUESTA al don de Dios. Porque el amor que Dios vuelca en  nosotros es la base de esta alegría pero pide trabajo -y trabajo también serio- en favor de  todos los hombres. Si nuestra alegría debe basarse en la liberación de todo mal que Dios  nos ofrece, ello mismo exige que cada uno de nosotros -según sus posibilidades- se  empeñe en colaborar en este camino de liberación querido por Dios. Con fe y esperanza,  con optimismo y alegría (a pesar de todas las dificultades).

¿Cómo hacerlo? En el evangelio hemos escuchado la respuesta de JUAN BAUTISTA a  esta pregunta. Podríamos resumirlo en dos cosas: cumplir con el deber propio -cada uno en  su situación y trabajo, en su responsabilidad- y saber compartir lo que tenemos.

Resumiendo: trabajar por la liberación es AYUDAR, es SERVIR. Y ello debería ser  también característica del cristiano, como la alegría. Servicio y alegría, alegría y servicio,  son los dos caminos -que uno debería ayudar al otro- propios del cristiano llamado a vivir la  salvación y comunicar la liberación Porque -y termino- esto es ser fieles a la BUENA  NOTICIA que anunció Juan y que realizó Jesús. Aquella Buena Noticia que celebraremos  con fe y esperanza en la próxima Navidad. Aquella Buena Noticia que proclamamos y  celebramos cada domingo en la Eucaristía. Nos lo ha recordado Pablo: "en toda ocasión,  en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a  Dios". Que hoy nuestra petición -con acción de gracias- sea especialmente pedir al Padre  más alegría para todos y mayor exigencia para cada uno de nosotros en nuestro servicio a  todos. Para que Jesús esté con todos, hoy y siempre.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1982, 23


8.

-INVITACIÓN A LA ALEGRÍA

Las lecturas de hoy nos han invitado insistentemente a la ALEGRÍA. En el mundo de hoy, con tantos quebraderos de cabeza para la sociedad y para cada  persona, no deja de ser extraño que se nos proclamen unas palabras tan optimistas y llenas  de esperanza.

Pero es que estamos oyendo en verdad la Buena Noticia, el Evangelio de Cristo Jesús,  en la preparación de la Navidad.

SOFONÍAS, con un lenguaje poético, ha entonado un canto a la alegría, que hoy  escuchan miles y miles de comunidades cristianas en todo el mundo: "regocíjate, Hija de  Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén..." El motivo es  claro: "el Señor estará en medio de ti, y no temerás... el Señor tu Dios, en medio de ti, es un  guerrero que salva: El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en  día de fiesta" Lo que el profeta veía como promesa, nosotros lo celebramos con la  convicción de que Dios nos ha mostrado su cercanía y su amor enviándonos ya, hace dos  mil años, a su Hijo como nuestro Señor y Salvador.

SAN PABLO lo ha dicho con más fuerza todavía: "estad siempre alegres en el Señor: os  lo repito, estad alegres... El Señor está cerca. Nada os preocupe... y la paz de Dios  custodiará vuestros corazones".

Os he repetido esta frases que habíamos escuchado ya en las lecturas, porque en  verdad éste es un mensaje que vale la pena proclamar en medio de una comunidad  cristiana y de una sociedad tan falta de esperanza. Hoy y aquí, a nosotros, Dios nos ha  dirigido una Palabra de ánimo, diciéndonos que no tengamos miedo, que nuestro corazón  esté en paz, porque El nos está siempre cerca.

La celebración de la Navidad, a la que nos estamos preparando, es todo un pregón de  confianza y optimismo: nos asegura que Dios perdona, que ama. No estamos solos en  nuestro camino, aunque muchas veces nos lo parezca.

La situación de cada uno, o de la humanidad, puede ser preocupante. Al igual que la del  pueblo de Israel en tiempos de Sofonías o la de la comunidad cristiana en los de Pablo. Y  sin embargo a ellos y a nosotros nos ha sido proclamada una palabra de amor y de alegría.  Cristo Jesús, desde su nacimiento en Belén, está con nosotros, en medio de nosotros,  aunque no le veamos. El día de la Ascensión se despidió de los suyos con una promesa: yo  estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo... Por eso lo que celebramos en  estos días nos llena de serenidad y de esperanza.

-JUNTO A LA ALEGRÍA, EL ESFUERZO

Pero a la vez hemos escuchado OTRA VOZ MAS SERIA.

El profeta precursor de Jesús, Juan el Bautista, que también "anunciaba la Buena  Noticia" al pueblo, les propuso, y nos propone hoy a nosotros, un programa de vida  exigente para preparar la venida del Mesías.

El Bautista, a orillas del río Jordán, ha sido muy concreto en su exigencia: "el que tenga  dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo...  no exijáis más de lo establecido... no hagáis extorsión a nadie..." Muchos esperan la  Navidad por las vacaciones, por los regalos, por la fiesta; ojalá sea en verdad tiempo de  felicidad para todos. Pero los cristianos vemos esos días con unos ojos especiales:  celebramos la venida del Hijo de Dios a nuestra historia, y eso da una profundidad nueva a  la fiesta. Y a la vez, esta mirada cristiana nos hace pensar: si queremos celebrar bien la  Navidad, hemos de acoger a Cristo Jesús en nuestras vidas, en nuestro proyecto  existencial. Algo tiene que cambiar en nuestro estilo de vida.

¿No nos convendría pensar cómo cumplir estos días el programa del Bautista? ¿cómo  compartiremos nuestros bienes con el más necesitado, cómo seremos más amantes de la  justicia y de la verdad? Hoy se nos invita a la alegría, pero también al trabajo y a la  seriedad en nuestro camino, como cristianos que quieren vivir conforme al evangelio de  Cristo Jesús.

-EUCARISTÍA Y VIDA

Que se note este tono de esperanza alegre EN NUESTRA EUCARISTÍA, elevando a  Dios, con más convicción que nunca, nuestra acción de gracias y nuestro canto de  alabanza.

Que se note también EN NUESTRA VIDA este mayor optimismo, esta alegría y esta paz  interior que nos da al sabernos salvados por Dios. Que se note sobre todo en nuestra  actitud de mayor comprensión y cercanía para con los demás, como nos ha dicho el  Bautista.

Entonces, seguramente, la Navidad del año 85 será para todos una gracia y una felicidad  verdadera. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1985, 24


9.

-CRECER EN ALEGRÍA

El mensaje que el Adviento nos está queriendo transmitir para que lo asimilemos es ante  todo uno de alegría.

Sofonías, y precisamente en tiempo de calamidad para Israel, cuando se notaba una  triste descomposición en lo social, en lo político y también en lo religioso, con la inminente  amenaza del destierro, dice palabras de alegría para todos. Alegría, fiesta, libertad para los  "condenados", confianza para los que tienen la tentación del temor, ánimos para los  desfallecidos.

El motivo, ya para el profeta del A.T., es que Dios está en medio de su pueblo, que lo  ama, que se complace en él: "qué grande en medio de ti el Santo de Israel" (salmo). Pablo, ya desde la perspectiva del N.T., con mayor motivo, nos invita también a la actitud  de alegría. Dios se ha acercado definitivamente a nuestra historia en Cristo Jesús. Por eso  los cristianos, los que creemos en el Salvador enviado por Dios, nos llenamos de alegría,  dejamos que nos inunde la confianza y la paz interior, superando todas las tentaciones de  angustia o de miedo, que abundan también en nuestra historia.

Si en este Adviento y esta Navidad creciéramos en alegría cristiana...  Alegría que no es superficialidad, ni despreocupación, ni pasividad. Pero sí convicción de  que Dios nos ama, que estamos en sus manos, que en Cristo Jesús está muy presente a  nuestras vidas. Es un mensaje que pueden entender y asimilar los niños y los mayores.  Como experimentamos la alegría de la amistad y del sentirnos aceptados por otros, o la del  sacrificio hecho para bien de los demás, o la de un éxito en la construcción común de algo o  en una victoria personal o comunitaria en tantos campos de la vida: así somos invitados a  una alegría cristiana, cristológica, dejándonos ganar por la visión positiva de una Navidad  que es la convicción del Dios-con-nosotros.

-UN PROGRAMA CONCRETO Y EXIGENTE

Ya Pablo, en la segunda lectura, unía al anuncio de la alegría una invitación a que  "vuestra mesura la conozca todo el mundo".

Un cristiano tiene un estilo de vida que tiene su origen precisamente en el que Dios ha  enviado para salvarnos, Jesús. Pero hoy es sobre todo el Bautista, en el evangelio, el que nos confronta con un  programa ético de vida, con un estilo de actuación, que es según él lo que demostrará en  verdad que nos convertimos al Salvador y que queremos prepararle los caminos en nuestra  vida.

A la vez que nos dejamos convencer por la invitación a la alegría y la superación del  miedo, nos debemos sentir interpelados, cada uno desde sus circunstancias concretas, por  esta llamada del Precursor a una vida de acuerdo con el programa del Salvador. No hay  nada que espabile y comprometa más a una acción diligente de preparación, orden y  limpieza, que el anuncio de la llegada de una persona muy importante o muy querida. Lo que nos propone el Bautista no es algo extraordinario: huir al desierto, como él; o  hacer milagros; o pasarnos el día rezando o haciendo penitencia. Sencillamente, desde la  vida de cada día, nos dice que vivamos una actitud de caridad, justicia y no-violencia. Es interesante que él haga aplicaciones concretas de este programa, que nosotros,  desde la homilía, podemos insinuar todavía con mayor concretez. La caridad que sabe  compartir lo que uno tiene con el prójimo. La justicia que nos urge a ser honrados, sin  trampas ni exigencias fuera de lo señalado. La no-violencia, que a los que tienen alguna  clase de poder, les frena ante la tentación de la extorsión o del abuso de poder... Publicanos, soldados, gente del pueblo: para todos tiene el Bautista su palabra  exhortativa y pedagógica para que se preparen a la salvación de Dios.

Todos tenemos estas tentaciones: el egoísmo que nos encierra en nuestro propio bien, la  ambición que nos impulsa a aprovecharnos de los demás con injusticia, la tentación  dictatorial que nos hace abusar del poco o mucho poder que tenemos, aplastando de  alguna manera a los demás. Por tanto es una lección que todos debemos tomar hoy en  serio: niños y estudiantes, religiosos y casados, trabajadores y empresarios, militares y  civiles, todos tenemos algo para compartir, aspectos en los que practicar la justicia,  tentaciones de dominio que superar. Y tal vez serán los pobres y humildes los que más  atenderán, como casi siempre, la llamada a la solidaridad y sencillez de corazón ante la  cercanía del Dios que viene. Porque muchas veces lo que se trata de compartir no son las  riquezas, sino nuestro tiempo, nuestra buena cara, nuestra mano que sabe ayudar.

-UN ECO ENTRAÑABLE: LA VIRGEN EN EL ADVIENTO

Reciente todavía la fiesta de la Inmaculada, no deberíamos olvidar que, sobre todo desde  la "Marialis Cultus" de Pablo VI, el tiempo mariano por excelencia del año cristiano es el  Adviento-Navidad.

Las lecturas de hoy nos recuerdan, como un eco, la actitud de la Virgen frente al misterio  del Dios que viene: la alegría de Sofonías o de Pablo está encarnada en ella ("se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador"); el "regocíjate, hija de Dios" del profeta parece tener un  paralelo en el "alégrate, llena de gracia" del ángel a María; y la invitación del precursor a  una actitud de caridad y solidaridad mutua, que luego se convertirá en labios de Jesús en el  primer mandamiento cristiano, ha tenido una discípula excelente en María, la que tuvo  tiempo (meses) para ayudar a su prima Isabel, o la que estuvo atenta al problema de los  novios de Caná.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 24


10. CR/ALEGRIA/DEBER.

-LA PRESENCIA DEL SEÑOR ES LA CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA.

Existe un claro  paralelismo entre las dos primeras lecturas de hoy: la lectura profética, perteneciente al  libro de Sofonías, es una invitación al regocijo y a la exultación, dirigida al pueblo de Israel,  abatido por los sufrimientos y las pruebas; la lectura del apóstol Pablo es una invitación a  los cristianos de Filipo para que vivan siempre alegres, a pesar de las inquietudes  cotidianas. Debe remarcarse que el motivo profundo de la alegría es el mismo en ambos  casos: la presencia vivificante del Señor en medio de su pueblo. "No temas, Sión -dice  Sofonías al pueblo de Israel-, no desfallezcan tus manos. El Señor, en medio de ti, es un  guerrero que salva". "El Señor está cerca -dice Pablo a los Filipenses-. Nada os  preocupe".

Aquí radica, por tanto, el auténtico motivo de la alegría cristiana: la fe en la presencia,  invisible pero eficaz, del Señor. Se dice con frecuencia que los cristianos no damos  muestras de mucha alegría (ya Nietzsche nos lo recriminaba), y es posible que la acusación  obedezca a una lamentable realidad.

Incluso las reuniones cristianas que teóricamente deberían ser eminentemente festivas  -como las celebraciones eucarísticas- dan la impresión normalmente de encuentros  aburridos, sin muestra alguna de aquella alegría que la oración de la misa de hoy pide  como preparación de las fiestas de Navidad. Debemos preguntarnos seriamente si esta  falta de alegría es fruto de motivos circunstanciales o bien si obedece a la causa profunda  de una mengua alarmante de nuestra fe en la presencia viva del Señor.

Realmente, a veces cuesta creer que a pesar de todas las apariencias contrarias, "el  Señor está cerca", "en medio de nosotros". Pero es la condición indispensable para que  nuestra existencia cristiana se presente ante los hombres con toda su carga de gozo  profundo.

-LA PRESENCIA DEL SEÑOR EXIGE UNA CONVERSIÓN CONTINUADA.

Juan Bautista,  figura predominante del Adviento, se presenta como el predicador de la conversión. Y no de  una conversión abstracta e ineficaz, sino de un cambio de mentalidad que se traduce en  actuaciones concretas. Sus oyentes lo entienden de este modo, y por esto le preguntan qué  tienen que hacer para convertirse ante la inminencia de la venida del Señor. Juan no les  propone cosas espectaculares, ni les exige que abandonen su respectiva situación  humana. Sencillamente les dice que procuren vivirla sin concesión alguna al egoísmo: que  compartan con los demás los propios bienes, que no cometan extorsiones ni chantajes, que  no opriman a nadie.

Esta superación del egoísmo es una condición básica de toda verdadera conversión y  supone una actitud constante. Pero sólo constituye el primer paso. Juan se contenta con  esto porque la auténtica conversión será predicada por otro, más poderoso que él. Las  exigencias de Jesús, que suponen el nivel inicial señalado por Juan, van mucho más allá.  De una manera gráfica lo expresa el propio Juan diciendo: "yo os bautizo (sólo) con agua...  El os bautizará con Espíritu Santo (con viento) y fuego".

Es decir, Jesús va a hacer una selección mucho más rigurosa -comparable a la que se  hace en la era para aventar la mies- y su juicio será definitivo -como el fuego que quema la  paja-. De hecho, Jesús exige a quien desea seguirle, además de la lucha constante contra  el egoísmo, una actitud de entrega total al servicio de los demás: no sólo no hacerles  ningún daño, sino darles todo lo que tenemos, incluso la propia vida. Jesús puede exigirlo  porque lo dijo y lo hizo. Su muerte, que conmemoramos en esta celebración eucarística, es  el ideal de nuestra conversión. 

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1979, 23