COMENTARIOS
A LA SEGUNDA LECTURA
Flp 4, 4-7
1.
Esta parte de Filipenses (4, 4-9.21-23) probablemente empalma con la primera sección de la carta y quizá formaba con ella un único escrito que luego fue amalgamado con otros para dar como resultado nuestra actual epístola. El tono es similar con el del comienzo de la carta y contrasta con otras secciones.
Retoma, pues, Pablo el tema de la alegría, que era muy importante en el comienzo de la carta. Exhortación a la alegría muy clara y repetida. Alegría, paz, serenidad. Tales son los sentimientos que Pablo desea para sus cristianos.
ALEGRIA/RAIZ. Naturalmente da la razón de esta alegría: la oración que ciertamente será escuchada. No son los muchos rezos los que producirán este sentimiento, sino el contacto íntimo y filial con Dios. Sentirse unido con Dios, en sus manos, querido y protegido por El. Esa vivencia, sentida en la oración, producirá una alegría que supera las reales dificultades que tenemos.
Este modo de alegrarse puede parecer espiritualista. Pero si se experimenta, esa objeción desaparece sin más. En una época de alegrías superficiales va siendo hora de vivir de verdad contentos con un gozo que nadie puede quitar. Precisamente porque los cristianos presentamos a menudo poca "cara de salvados" y damos más impresión de tristes, preocupados, deprimidos, es conveniente que nos acordemos y vivamos las profundas motivaciones que tenemos para estar de otra manera.
Por otra parte, la esperanza nos ayudará. "El Señor está cerca". No sólo porque viene y está viniendo continuamente, sino porque ya está aquí. Es cuestión de sentirlo y darse cuenta. Lo demás vendrá por añadidura.
FEDERICO
PASTOR
DABAR 1988, 3
2.
El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos (Hch 2, 46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5, 41; Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Sin embargo, no siempre escuchamos el evangelio como la mejor noticia y, en especial, muchas veces nos parece el anuncio de la venida del Señor una amenaza y un motivo para tener miedo. Pablo no pensó así; antes, al contrario, exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca.
Ya en el versículo primero del c. 3 de esta misma carta, Pablo inicia su exhortación diciendo: "Por lo demás, hermanos, alegraos en el Señor". Pero esta exhortación queda momentáneamente interrumpida. Por eso ahora, al tomar nuevamente el hilo de su discurso sobre la alegría, dice: "estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegre". La esperanza en la venida del Señor ha de levantar el animo de los cristianos y mantener siempre su serenidad y su buen talante.
Conscientes de que todo pasa y nada puede detener la venida del Señor, nada debe quitarnos la alegría de vivir y preocuparnos demasiado.
La petición es la oración del pobre y del caminante, del hombre que no tiene nada y busca lo que le falta, del hombre que busca nada menos que la infinita riqueza del reino de Dios. Por eso los creyentes deben confiar sus cuidados a Dios. Pero deben enmarcar sus peticiones dentro de un contexto de acción de gracias, sabiendo que son amados por Dios y que en cierto sentido han recibido más de lo que esperan.
Hay una paz que el mundo no puede dar, una paz que viene de Dios para los hombres. Esta es la paz que experimentan los cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe en nuestros corazones, es la misma "paz de Dios" en persona.
EUCARISTÍA 1988, 59
3.
La exhortación a la alegría es constante en esta carta (2,17-18; 3,1; 4,4). Pablo escribe desde la cárcel. Los filipenses están ansiosos por la situación de Pablo y de la comunidad. A pesar de esta situación, humanamente desesperada, Pablo invita a la alegría. Insiste, y da por supuesto, que el motivo de esta alegría hay que buscarlo en Dios. Les recuerda que él, a pesar de las cadenas, está lleno de gozo.
Uno de los rasgos de la comunidad ha de ser la afabilidad, el trato cordial con los que hacen el bien a los demás. Deben alejar las preocupaciones, no porque la parusía esté cerca, sino porque sus necesidades están presentes ante Dios. El cristiano no puede dejarse arrastrar por la desconfianza, la desesperación o la resignación fatalista. Cristo está en nosotros y en la comunidad. Su presencia es fuente de alegría.
Para Pablo estar en la cárcel no era en sí ningún motivo de alegría, pero sí lo era el hecho de que estaba en la cárcel por haber aceptado a Cristo con todas sus consecuencias. Las cadenas eran la respuesta que el mundo había dado al anuncio de la paz que Dios le ofrecía. Estad alegres y la paz de Dios custodiará vuestros corazones en Cristo. La paz verdadera proviene de la paz de Dios en Cristo. El Señor que esperamos en Adviento ya está entre nosotros, pero su presencia no es todavía plena y definitiva. Esta presencia está en fase de crecimiento hasta llegar a su plenitud en Cristo.
Somos ahora nosotros, por Cristo y con Cristo, los artífices de la progresiva maduración por la presencia de Dios en el hombre y por tanto de su alegría, gozo y paz.
La historia del cristianismo es la historia del "devenir" del hombre en Cristo. Nuestro ser tiende hacia un futuro que está fuera del alcance del hombre, pero al que podemos llegar si permanecemos en la paz de Dios en Cristo que es la síntesis de todos los bienes mesiánicos.
PERE
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 24
4. ANTÍFONA DE ENTRADA: /Flp/04/04-05
¡El Señor está cerca! De estas simples palabras irradia toda la gozosa intimidad del introito y toda la alegría de la liturgia de hoy. El Señor está cerca; no tenemos que esperarle durante miles de años, no tenemos que buscarle en el lejano cielo. Está aquí, está en medio de nosotros. Nuestro Adviento no es la angustiosa espera de la humanidad anterior a Cristo. El Mesías, el Dios Salvador esperado tanto por judíos como paganos, ha venido ya. Dios ha redimido a su pueblo. Y no se ha apartado de él; se halla en medio de su Iglesia.
Su aliento vital, su vida divina respira en cada bautizado; de su fuerza y amor viven todos los que en El creen. En cada uno de los que participamos de su santo sacrificio, crece su vida ardiente e inmortal. Todos sabemos, y en cada momento lo experimentamos, que "en El vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), que no podemos pronunciar una sola palabra buena, ni concebir ningún pensamiento santo, ni alzar siquiera con fe los ojos al Padre Celestial sin El, el Cristo vivo y presente en nosotros.
Es cierto que, a la vez, es El "el que viene". Se nos presenta cada día de nuevo en la palabra de su Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un eterno presente. Está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.
He aquí la alegría de nuestro canto: ¡El Señor está cerca! La Iglesia se siente feliz en su presencia, como se siente la esposa en la proximidad del amado. Sobre su ser derrama El paz y suavidad, y ella no tiene que preocuparse de nada más, pues sabe que lo tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. En el primer domingo de Adviento le había ella suplicado: ¡Muéstranos tu amor! Este amor que se compadece de las miserias y debilidades humanas. Hoy da las gracias porque su súplica se ha visto atendida. El amor de Cristo se ha difundido en su Iglesia, en las almas, y se pone de manifiesto al mundo en su plácida alegría, en su agradecimiento para con Dios y en su suave y dulce vida (modestia vestra). El señor está cerca; bajo la forma del amor y la modestia llena a su Iglesia.
Y por la misma razón de que le tiene cerca, de que se siente llena de El, la iglesia tiene derecho a no quedarse sola en su alegría; quiere alegrarse con sus hijos; el alma quiere regocijarse con sus hermanas, en quienes vive el Señor lo mismo que en ella. ¡Alegraos... , el Señor está cerca!, exclama. ¡Daos cuenta de la dicha de poder caminar ante El, de poder vivir de El, de tenerle más cerca que nuestro propio cuerpo! Y porque el amor de Cristo está en ella, piensa también en aquellos de quienes el Señor no está cerca. Se compadece de ellos y quisiera poderles aportar la dicha de tal proximidad. Por consiguiente, aconseja a sus hijos: "Vuestra modestia (mesura) sea manifiesta a todos los hombres." Deben hacer que la luz de Cristo penetre en las tinieblas del mundo y las disipe. Quien los vea deberá reconocer, en su divina despreocupación por las cosas temporales, la proximidad del Señor, de Aquel que todo lo posee y que aleja de los suyos todo cuidado.
"¡No os preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en el Señor, "libres para la sabiduría divina en el aula del Espíritu" (San León el Grande, octavo sermón sobre los ayunos del décimo mes), los cristianos hallarán toda su alegría, todo su consuelo, el auténtico porqué de su vida, en el trato con Dios próximo y siempre presente. Todo cuanto hagan, todo su trabajo tiene que ser oración, incesante acción de gracias por su vocación a la Iglesia de Cristo, a la proximidad del Señor. En tal vida de oración se acrecienta su paz, "la paz de Dios, que sobrepuja toda imaginación y que guarda los corazones y las inteligencias en Cristo Jesús" (Flp 4, 7).
Con eso, cada vez se convierten más en lo que ya son: portadores de luz, mensajeros de Cristo, evangelistas de la paz y de la buena nueva: Dominus prope est! "¡El Señor está cerca!" Y eso no con muchas palabras, no con un demasiado obrar, únicamente con su "modestia", con la paz inalterable de su corazón, con la serena alegría de su semblante. (...)
Viviendo tan íntimamente en la presencia del Señor, puede comprobar la Iglesia, y también las almas, cómo el Adviento del Señor es al propio tiempo presencia y venida. En tanto que respira su proximidad, vive ya su vida, penetra en su Ser infinito. Por la misma razón de que le posee, desea poseerle cada vez más. Aun cuando ya le tiene aquí, le llama para que venga; porque su luz ha tomado asiento en ella, aprecia mejor sus propias tinieblas y ruega que la "ilumine con la gracia de su visita" (Oración).
A la luz de su presencia cae la Iglesia en la cuenta de todas las maravillosas visitas del Señor, de los muchos Advientos de los que le permite ya participar en los santos misterios de su Iglesia: "Tú, el pastor de Israel..., guías a José como a una ovejuela" (Sal 79, 2). Trae a su memoria la gran obra salvadora del divino amor que ha redimido al mundo, que ha fundado la Iglesia y que en los acontecimientos místicos, siempre nuevos, de las solemnidades del año, continúa obrando la redención. "Has bendecido, Señor, tu tierra; has puesto término a la cautividad de Jacob; has perdonado los pecados de tu pueblo" (Sal 84, 2s).
Sin embargo, cuanto más toma posesión de su ser la presencia del Señor, tanto más reconoce también lo mucho que le queda aún por realizar dentro de los planes divinos de redención y vida, y que, con haberse llevado realmente a cabo ya la redención, todavía tiene que hacerse realidad para millares y millones de seres, además de que el Señor ha de crecer todavía en los fieles y bautizados. Y así exclama en pleno goce de la divina presencia: "tú, Señor, que estás sentado sobre los Querubines, ¡excita tu poder y ven! ¡Ven y sálvanos!" (Sal 79, 2ss.).
EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITÚRGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 46 ss.
5.
El domingo pasado ya comentábamos la buena relación de Pablo con su comunidad de Filipos, y cómo esto se refleja en la carta que les escribe. Hoy leemos otro fragmento, muy conocido, cuyo inicio en latín ("Gaudete in Domino semper") daba antes nombre a este domingo; este inicio hoy aparece también como antífona de entrada.
El texto tiene un tono exhortativo, homilético, como muchas segundas lecturas (estaría bien, por ejemplo, releerlo después de la comunión), y cada una de las frases es una llamada amable a la manera de vivir cristiana. El motivo de todo es que "el Señor está cerca" y eso hace vivir interiormente con alegría, confianza y paz, y hace que la relación con los demás transmita eso mismo (éste es el sentido de la exhortación "que vuestra mesura la conozca todo el mundo", aunque esta traducción no expresa muy bien todo este sentido: otras biblias traducen "que todo el mundo note lo comprensivos que sois", "que vuestra bondad sea conocida de todos", "que todos os conozcan como personas bondadosas").
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 16