42 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO A
17-24

 

17.

La pregunta de Juan

Una pregunta atinada centra, con frecuencia, el tema. Así me parece a mí que sucede con la pregunta de Juan Bautista: «¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?» Juan Bautista, por su austeridad y reciedumbre, es una figura descollante del tiempo de Adviento. Parece que lo fue, también, en su tiempo y siguió teniendo discípulos después de su muerte que se resistían a integrarse en las comunidades cristianas.

No sabemos si Juan necesitaba aclarar la pregunta sólo por sus discípulos o, también, por sí mismo. Algunos creen que necesitaba, también, aclararse él mismo, que él, también, atravesaba su crisis. Que ni la persona, ni el mensaje de Jesús, ni sus obras, le convencían del todo. Que el tiempo del juicio de Dios que él había anunciado con el hacha amenazante al árbol y el bieldo dispuesto a separar la paja del grano no aparecía por ninguna parte. El seguía pudriéndose en la cárcel y expuesto a todos los peligros sin ningún gesto de Jesús para salvarle.

Tal vez se sentía decepcionado por el talante humano y comprensivo de Jesús. Frente a la austeridad y reciedumbre de Juan, la mansedumbre y misericordia de Jesús. O tal vez él lo tenía muy claro y lo hace por sus discípulos.

De todas formas, quedan en el aire las palabras de Jesús: «¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!»

Aunque tampoco se puede olvidar la alabanza de Jesús: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista».

Dios es más grande, y a veces distinto, que la visión y la palabra del profeta. Es el misterio y la sorpresa de Dios que nos desborda. Así es en este caso y así tiene que ser porque la tendencia del hombre es hacer un Dios a su medida. Jesús rompe estos esquemas, nuestros esquemas, en la respuesta que va a dar a Juan y a todos nosotros. Dios viene, está ya ahí, pero es preciso estar muy atentos a ver cómo viene.

La respuesta de Jesús

La respuesta de Jesús es clara, contundente. A los emisarios se les dice que vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo. Y a los hechos se les añade el mensaje de las palabras: «Los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».

La respuesta de Jesús se expresa con palabras bíblicas, buena clave para Juan y para todo israelita. Lenguaje bien explícito, calcado en Isaías y otros textos bíblicos. El hombre tiende a pensar que Dios viene por caminos de poder y prestigio, pero éstos no son los hechos que acompañan a Jesús ni el sentido de sus palabras. Lo que sí destacan las palabras de Jesús es que la venida de Dios es Buena Noticia y camino de salvación para el pueblo. No viene mal la concordancia de esta respuesta de Jesús con el mensaje que expone a sus paisanos en su primera visita pública a Nazaret. Mensaje de esperanza y salvación, dos hermosas palabras de este tiempo litúrgico de Adviento.

Mensaje explícito de salvación para los más pobres y necesitados. No se puede ocultar este detalle. El mismo Jesús aparece y se comporta como uno de ellos. Por eso sus palabras intencionadas con referencia a los que se puedan defraudar con esta actitud. Esta sorpresa de Dios sigue siendo un reto para la Iglesia y los cristianos de hoy. Los hechos de la vida de Jesús y sus palabras están ahí y no se las puede trucar. Dios vino así en la persona de Jesús y sigue viniendo así.

La atinada pregunta de Juan ha recibido una respuesta clara de Jesús. Esto ilumina la pregunta del hombre por Dios y la pregunta más cercana del hombre cristiano de hoy si de verdad quiere que Dios nazca en él en este tiempo propicio de Adviento. Ya sabemos cuáles son los caminos de Dios; ahora es necesario disponernos a recorrerlos.

¿Qué hacer?

Y. al final, la pregunta práctica: ¿Cómo puedo apoyar yo esa venida de Dios a nuestra sociedad y a mi vida personal? Se me ocurren tres cosas que pueden parecer obvias y lo de siempre, pero son oportunas:

-En primer lugar, quitar obstáculos, preparar y allanar los caminos en lenguaje de Adviento, acercarnos con el perdón al hermano y al enemigo, tender la mano con la ayuda económica al necesitado, visitar al enfermo, abrirnos a la comprensión y a la colaboración. Eliminar barreras, hacer algo.

-Escuchar y meditar la Palabra de Dios, tan rica en las celebraciones de estos días en boca de Isaías, Pablo o Juan Bautista, y tan exigente y concreta.

-Dar acogida en nosotros a la espera y a la esperanza frente a tantas prisas y tantas posturas negativas y pesimistas. Adviento siempre será tiempo de esperanza. El cristiano siempre es hombre de esperanza motivada por la venida de Dios en Jesús. Destacar la Buena Noticia como hace Jesús.

-Y optar por los pobres y necesitados como hace el mismo Dios en la persona de Jesús. -¿Acepto a Jesús o, en ei fondo, espero otros salvadores (como el dinero, el poder, el prestigio...)?

-¿Qué mensaje anuncio yo a los hombres, de parte de Dios?

-¿Qué «pruebas» podemos aportar para mostrar nuestra condición de creyentes en Jesús?

-¿Qué puedo hacer yo para apoyar la venida del Reino de Dios a mi vida personal y a mi sociedad?

MARCOS MARTÍNES DE VADILLO
DABAR 1995/03


18.

1. El Reino está donde está la liberación de los hombres A medida que avanza el Adviento (no como tiempo litúrgico sino como tiempo de los cristianos comprometidos en la historia...), los textos bíblicos se hacen cada vez más claros en relación a ciertas preguntas que nos hicimos en reflexiones anteriores. La expresión «Reino de Dios» nos pudo parecer demasiado abstracta o muy «religiosa» y, en cierta medida, como fórmula lo es; pero ya nos vamos dando cuenta de que su realidad tiene muy poco de ese mundillo religioso que tanta alergia nos produce y con toda razón. También la palabra Adviento comienza a tomar colorido a medida que asumimos esa responsabilidad que nos corresponde como agitadores del Espíritu en este tiempo que transcurre.

Pero si alguno aún ha quedado con dudas, al igual que los discípulos de Juan, tendrá que rendirse ante la evidencia de unas palabras, esta vez del mismo Jesús, que no admiten doble fondo ni truco alguno.

El Bautista, profeta del Adviento, está en la cárcel por haber comprendido demasiado bien las lecciones que él mismo enseñaba: empujado por el viento del Espíritu, penetró como fuego en el mismo palacio del rey: "No te es lícito juntarte con la mujer de tu hermano", le espetó al monarca. Conocemos el final. Y su antorcha todavía no ha sido apagada. Pero Juan, aun tras los cerrojos de la temible cárcel de Maqueronte, en pleno desierto de Judá, no dejaba de mirar al horizonte. Su absoluta lealtad y sinceridad lo llevó hasta a cuestionar al mismo Jesús: ¿Eres tú aquel a quien todos esperamos? ¿Ha llegado el Reino de Dios con tu presencia?

Poco nos interesa si realmente hizo la pregunta, o si sólo la hicieron sus discípulos, o si simplemente se trata de un recurso didáctico del evangelista, deseoso siempre de poner de relieve la supremacía de Jesús sobre Juan, aún seguido como Mesías por ciertos grupos hasta finales del siglo primero.

El centro del texto está en la respuesta de Jesús en una de las páginas más importantes de todo el Evangelio. Si Dios interviene en la historia de los hombres por su mediación, ¿cuáles son los signos que lo prueban? Si el Reino ya ha llegado, ¿cuáles son sus manifestaciones como para no correr el riesgo de confundirse?

RD/SIGNOS: En aquella época, como ahora, existían muchos signos religiosos que pretendían ser signos de la presencia de Dios: el Templo, en primer lugar; luego, la Ley, la Biblia, los ritos y sacrificios, las oraciones, los ayunos, el precepto del sábado, etc.

Lo increíble de la respuesta de Jesús es que no alude a ninguno de estos tradicionales signos de la presencia de Dios y presenta, como manifestaciones de su reinado, hechos aparentemente carentes de sentido religioso; hechos, diríamos, profanos; acontecimientos que estaban fuera del ritual y de los manuales de teología.

Su respuesta comienza con un dato de capital importancia: anunciad a Juan esto que estáis viendo y oyendo... ¿Qué se estaba viendo? Que los hombres eran liberados de sus seculares males y ataduras, y comenzaban a ascender a una nueva condición humana, más digna y justa.

No otra cosa había anunciado «Isaías» a los hebreos desterrados en Babilonia; y no otra podía ser la respuesta de Jesús en una cita casi textual del antiguo vidente.

Jesús no hace un largo discurso sobre la tan mentada liberación. La experiencia demuestra que los discursos poco interesan a los pobres, a los ciegos, a los mudos y a cuantos sufren una condición infrahumana. Simplemente tradujo en hechos concretos lo que consideraba como la más clara expresión de la voluntad de Dios, de ese Reinado de dignidad humana al que todos los hombres tienen derecho.

¿Dónde está el Reino de Dios? Hace falta estar muy ciego para no querer verlo: allí donde el hombre pasa de condiciones menos humanas a condiciones más humanas y dignas, allí está actuando Dios; allí está su Reino. Y antes de ponernos a discutir sutilezas sobre el significado de la liberación evangélica, es bueno seguir el consejo de Jesús: abrir los ojos y mirar. Mirad los hechos que he realizado, mirad mis acciones, mirad a esta gente hasta ayer desposeída y marginada: ahora están libres de sus males. Miradlos a la cara. Mirad cómo ven y oyen, cómo hablan y caminan. Han recuperado su dignidad. Miradlos bien... En ellos se ha manifestado la fuerza del Espíritu; en ellos ha obrado el Reino de Dios.

2. La liberación del hombre no admite limitaciones de ninguna especie

Mucho se ha hablado y discutido en los últimos años sobre la liberación del hombre. Nosotros preferimos no perder el tiempo en vanas especulaciones que suelen esconder, en su rincón más profundo, un miedo a comprometerse y cierto pánico a ver claramente lo que es una simple verdad de evidencia. Lo que sí haremos es extraer algunas conclusiones que se desprenden espontáneas del texto evangélico:

a) El Reino se manifiesta con hechos, no con palabras. O si se quiere ser más exactos: primero con hechos; luego, con palabras que los interpretan, explican, aclaran y profundizan. Estos hechos constituyen el Evangelio, palabra que significa "noticia"; y toda noticia lo es en la medida en que anuncia hechos concretos. La noticia sucede aquí y ahora; luego, el periodismo se encarga de divulgarla o profundizarla en sus implicaciones. Pero sin hechos no hay noticia. Una noticia sin hechos es una mentira. Mentira es toda palabra que no va respaldada por hechos.

Pues bien, Jesús anuncia a los «pobres la Buena Noticia». ¡Y feliz el hombre que no se siente defraudado por esa noticia! Es que nadie puede sentirse frustrado cuando puede comprobar, sobre el mismo terreno de los acontecimientos, que la noticia es verdadera porque los hechos hablan por sí solos.

¿Hace falta extraer alguna conclusión de todo esto? ¿Hace falta insinuar que los cristianos lo somos en la medida en que con hechos hacemos presente el Reino y su Justicia? ¿Hace falta afirmar que todas nuestras palabras, aun las más ortodoxas, son mentira y falsedad si no están sostenidas por un real y auténtico compromiso con los hombres marginados?

b) El Reino se hace presente, sobre todo y antes que nada, allí donde los hombres viven cierta condición infrahumana. El texto no admite dudas al respecto. Al contrario, alude a los que viven en los palacios con un lenguaje que no debió de agradar a más de uno de los presentes.

El Reino llega como un movimiento eminentemente social y orienta con ese solo gesto nuestra mirada hacia aquellos sectores que, ¡oh ironía!, fueron quizá los más abandonados por la Iglesia y los menos tenidos en cuenta, al menos en los últimos siglos. El Reino, penetrando en los estratos más humildes de la humanidad, nos señala el sentido de nuestro compromiso, sentido que cabalga sobre la inevitable dirección que tarde o temprano ha de asumir la historia.

¿Hace falta todavía seguir preguntándose si la marcha de la humanidad irá hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia arriba o hacia abajo, cuando Jesús señala con su dedo la única y sola dirección que puede tener una historia que se precie de humana y justa? ¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas se hubieran evitado en estos veinte siglos de cristianismo si no hubiéramos marchado a contramano! Pero aún estamos a tiempo. Aún hoy se nos ha anunciado este Evangelio, siempre nuevo y siempre buena noticia. c) El Reino no se manifiesta en signos precisamente "religiosos" o cultuales. Las Bienaventuranzas del Reino (sobre las cuales reflexionaremos algunos domingos después de Navidad) insisten en el mismo detalle significativo, como asimismo todos los textos de Isaías.

Esto no significa que el culto no tenga ningún valor. Precisamente lo tiene como reunión de los que se sienten liberados por la fe y que proclaman en la asamblea cómo el Reino se ha hecho presente en sus vidas.

Ya hemos visto en nuestra anterior reflexión cómo el Bautismo es válido en la medida en que el Espíritu obra en nosotros su tarea de transformación y cambio. ¿Será acaso otro el sentido de la Eucaristía, comida fraternal en la que ricos y pobres se sientan en pie de igualdad para comer el mismo pan y beber la misma copa?

d) El Reino es anunciado en la calle, antes que en el templo. También Jesús predicó en los pórticos del Templo, pero en forma ocasional. Su evangelio fue realizado y anunciado allí mismo donde vivían los hombres, allí donde trabajaban y sufrían. Su anuncio fue esencialmente callejero y popular. No tuvo miedo de ensuciarse la túnica o las zapatillas; ni se arredró cuando trató con mujeres de vida dudosa o con hombres considerados como corrompidos; tampoco se avergonzó de tratar a los niños (que en aquella época no gozaban de ninguna consideración social) o de sentir en su cara el aliento de los leprosos. En fin, él mismo lo dijo claramente: «No he venido para los sanos, sino para los enfermos.»

¿Hace falta extraer conclusiones de esta modalidad del Reino? ¿No será necesaria una revisión a fondo de toda la tarea pastoral de la Iglesia y de ciertas élites intelectualizadas y con tantos prejuicios sobre el pueblo inculto, supersticioso e ignorante? ¿Tenemos los cristianos un lenguaje directo, simple, comprensible, popular, o seguimos creyendo que cuanto más difíciles son las palabras más profundo es esto que llamamos «el misterio de Cristo»? ¿No tendrá razón aquel pensador chino, Lin Yu Tang, al decir que los occidentales cuando no tenemos nada que decir hablamos con palabras y términos complicados?

¿Hasta cuándo el evangelio y la teología seguirán como patrimonio de una minoría que piensa y habla de espaldas a la cultura del pueblo?

e) El Reino llega como liberación de toda situación que atenta contra la dignidad humana. No se detiene en disquisiciones sobre derechos humanos... Tampoco distingue hipócritamente entre salvación espiritual y salvación temporal, entre la liberación del cuerpo y la del alma. Bastante sufre la gente como para que prolonguemos un minuto más su dolor con nuestras eternas disquisiciones. Jesús no conoció la distinción griega entre cuerpo y alma; sí conoció al hombre, no a través de los libros, sino por su propia experiencia de hombre pobre y por el contacto directo con enfermos, endemoniados, pecadores e indigentes. Tampoco murió «espiritualmente» en la cruz ni sufrió espiritualmente cuando le colocaron la corona de espinas o destrozaron su espalda con 39 latigazos.

Por cierto que conoció una escala de valores: primero el hombre, después la ley y el culto. Primero el hombre que no tiene, después el que tiene; primero el enfermo, después el sano.

También conoció la otra escala: primero el Reino y su Justicia, después el resto que vendrá por añadidura.

Ese fue su lenguaje; ésos sus criterios de acción. Podemos ahora usar la filosofía que nos parezca mejor, pero teniendo mucho cuidado de no terminar colocando nuestra filosofía por delante y al hombre por detrás...

JUSTICIA/QUÉ-ES: La Justicia del Reino (Justicia en lenguaje bíblico es todo el bien que Dios desea del hombre) es interior y exterior, es individual y es social, es hacia dentro y hacia fuera, es para el espíritu y para el cuerpo... Es para el hombre y para la mujer, para el niño y para el adulto, para el negro y para el blanco.

En una palabra: allí donde un hombre, cualquiera que sea, sufre bajo cualquiera de las formas que conoce el sufrimiento humano, allí ha de hacerse presente el cristiano que todavía reza: «Que venga tu Reino... y que se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo.»

3. Servir al Reino: gloria y privilegio de los pequeños

El texto evangélico concluye con una paradoja: mientras Jesús alaba la fortaleza de temple de Juan el Bautista, y después de proclamarlo el más grande entre los nacidos de mujer, concluye con esas extrañas palabras: «Sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.»

¿Qué quiso decir Jesús con esto? Por cierto que no le resta grandeza a Juan ni supone por un instante que Juan no sea uno de los que pertenecen al Reino. Precisamente es todo lo contrario: fue grande porque sirvió con humildad a la causa del Reino.

Tal es la grandeza de todo hombre, cristiano o no cristiano, que se precie de auténtico: servir a los hombres más humildes e indefensos haciendo presente en el mundo la fuerza salvadora de Dios.

Reino de Dios y liberación total del hombre son cara y cruz de la misma moneda; derecho y revés de esta realidad que llamamos historia; historia de salvación, de epifanía del Espíritu.

La última frase de Jesús será explicada por él mismo en la última cena, poco antes de morir: que nadie busque honores ni privilegios, prestigio ni poder. Los cristianos, laicos y jerarquía, hemos de gozar del raro privilegio de sentirnos «los pequeños» en medio de los hombres, los servidores de la comunidad. Esta pequeñez, la pequeñez del Reino, es la mayor grandeza a que puede aspirar un hombre.

Recuerdo ahora a María, tan relacionada con Adviento y Navidad: también ella fue proclamada la más feliz y grande entre las mujeres precisamente por esa su actitud humilde y servicial que constituyó la característica de toda su vida.

De esta manera, el proceso de cambio de mentalidad preconizado por Juan es llevado hasta sus extremas conclusiones por Jesús: lo que antes se consideraba grande, ahora es pequeño; lo que ante los hombres aparece como pequeño, es lo grande.

Todos queremos una Iglesia grande, por eso debemos hacerla pequeña, humilde y pobre. Todos y cada uno de nosotros aspira a ser un hombre mayor, adulto, simplemente grande: nos basta con sentirnos el más pequeño en el Reino. Extraña paradoja del Evangelio que podríamos considerarla locura si la grandeza de Dios no se hubiera hecho tan pequeña en el niño de Belén.

Cerremos ahora esta reflexión, de contenido insondable, extrayendo Algunas conclusiones...

1. I/RD: Nuestro lenguaje y modo de reflexionar pudo haber causado la impresión de que minimizábamos la importancia de la Iglesia, de esta comunidad de la que los cristianos formamos parte. Y tal fue nuestra intención: siguiendo el mismo texto del Evangelio, descubrir que lo primero es el Reino de Dios, distinto de la Iglesia y más allá de la Iglesia. La mayoría de nuestras discusiones llega a un callejón sin salida por no hacer esta clara distinción entre esa realidad absoluta, siempre nueva y siempre por llegar, presente pero siempre un poco o bastante ausente, el Reino o la total liberación de los hombres, y esta otra realidad, limitada, imperfecta, terrena, que conforma la Iglesia. Jesús anuncia el Reino, mientras prepara a un pequeño grupo de gente para que luego continúe esa misión: haciendo presente en el espacio y en el tiempo la realidad del Reino. Ese grupo, los llamados o convocados para una misión que es la misma de Jesús, se llama «iglesia», asamblea o pueblo que dedica todos sus esfuerzos, al igual que Juan el Bautista, no a anunciarse a sí mismo, sino a preparar los caminos para que el Reino penetre como lluvia en tierra sedienta.

¿Cómo ha de cumplir la Iglesia esta misión? No hace falta explicarla después de la reflexión de los textos de hoy: exactamente igual que Jesús: con hechos concretos y con palabras que proclaman e interpretan dichos hechos.

Si alguien pregunta: ¿Sois vosotros los seguidores de Jesús o debemos buscarlos en otra parte?, qué interesante sería que les pudiéramos responder con el texto de Isaias, que Jesús hizo suyo: Sí, somos nosotros; mirad: los hombres son liberados y a todos los pobres les anunciamos la buena noticia del Reino de Dios. ¡Y felices vosotros si no os sentís defraudados por nuestro testimonio!

2.LBC/SENTIDO: Sin embargo, los cristianos tenemos hoy una tarea en cierta forma distinta a la de Jesús, y por lo mismo nueva y original. No somos repetidores del «canal principal».

El concepto de liberación del hombre no es el mismo en cada época, si bien tiene un sentido original que no varía. Siempre será hacer crecer al hombre hasta su máxima dimensión, en el nivel individual y en el social.

Pero, y aquí radica nuestra misión específica y original, también debe crecer el hombre en la comprensión de sí mismo y de su dignidad y, por lo tanto, también crece, digámoslo así, el concepto mismo de liberación.

En tiempos de Jesús, tal como hoy sucede en muchos países del llamado Tercer Mundo o mundo subdesarrollado, había ciertas necesidades humanas primarias que aún no habían sido resueltas ni satisfechas; tal era el caso de la salud e integridad física, de la alimentación, de la vivienda, etc. En otros países las mismas instituciones públicas están minadas por un poder incontrolado y por formas que atentan directamente contra los derechos humanos.

Pero también existen otras situaciones no menos alienantes que las anteriores, que se dan tanto en unos países como en los otros, considerados más ricos o desarrollados. Podemos referirnos así a la dignidad de la mujer en cuanto persona, a la atención de los ancianos o de los deficientes mentales. Podemos también referirnos a ciertos grupos sobre quienes cae aún toda la ira de la sociedad, como los homosexuales o los drogadictos, o las madres solteras o los divorciados. También podemos descubrir a quienes sufren bajo el peso de la angustia, de la soledad, de la depresión; o aquellos que no logran bajo la montaña de las comodidades materiales logradas encontrar un sentido a su vida y un ideal por el cual vivir con alegría y esperanza...

En una palabra: siempre es Adviento para el hombre, cualquiera que sea su situación o nivel de vida. Siempre hay un pobre dentro de cada hombre, porque siempre existe cierta carencia de un bien al que se aspira. Y cuanto más avanza la historia, más necesitado se siente el hombre de ser más y mejor. Así el Reino cada día llega y cada día está por venir. Así la liberación es siempre presente y siempre futura; hoy es logro, y hoy mismo es tarea a realizar.

Tampoco tenemos los hombres la fórmula o receta única para lograr la liberación en cada caso particular. Otra tarea dejada a la capacidad, interés y originalidad de los hombres y grupos sociales, políticos o religiosos.

A los cristianos la fe nos exige esta tarea, porque sólo así el Reino se hace presente. Pero en cada caso debemos buscar la forma y el modo concreto para que la liberación del hombre sea algo más que un bello concepto.

Si es cierto que el Reino llega desde adelante como objetivo a alcanzar, también es cierto que desde atrás se debe empujar la historia para acertar en el blanco. El cristiano está obligado no sólo a rezar y pedir por el Reino, sino también a pensar... ¿No habrá sido éste un grave pecado de omisión del que aún no hemos tomado conciencia? Pensar cómo hacer presente aquí y ahora la obra liberadora del Reino, es nuestro pequeño y gran servicio a los hombres.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 64 ss.


19. PROFETA/QUIÉN-ES

-El ser profeta:

El profeta es "un hombre de Dios"; esto es, un hombre especialmente elegido por Dios y tomado a su servicio para llevar a los otros hombres y a los pueblos un mensaje. Esto quiere decir, en primer lugar, que Dios se da a conocer a sus profetas, que les abre los ojos y los oídos para que vean y escuchen lo que la generalidad de los hombres no vemos ni escuchamos. Pues los profetas ven más y ven diferente, ven detrás de las cosas y en la profundidad de los hechos: la realidad inmediata y superficial adquiere ante sus ojos transparencia y relieve, tiene sentido y se convierte en señal. Los profetas ven señales de la venida del Señor. Precisamente porque viven en el horizonte de esa venida, los profetas ven más y ven diferente. Todos los profetas, lo mismo que Juan el Bautista, son precursores del Señor que ha de venir. Cuando llegue el Señor, se acabará la profecía y se acabará la fe para dar paso a la visión cara a cara. Mientras tanto, los que viven la gran esperanza del adviento peregrinan por el mundo creyendo y profetizando.

Jesús es, efectivamente, el Señor que ya vino, pero es también el que aún ha de volver con poder y majestad. Con su primera venida concluyó la época de los profetas del Antiguo Testamento, pero comenzó el profetismo de la Iglesia hasta que él vuelva. Todos los cristianos somos Iglesia, todos caminamos llenos de recuerdos y esperanzas entre la primera y la segunda venida del Señor. Todos participamos de la misión profética recibida de Cristo, todos tenemos la palabra, porque todos debemos considerarnos presa de la Palabra de Dios que nos envía por caminos y plazas y nos lleva a veces donde nos queremos ir: a los conflictos, a la confrontación con los poderes de este mundo y hasta a los mismos tribunales.

-El camino y la misión del profeta:

El profeta es un hombre que ha de escuchar a Dios antes de comenzar a hablar a los hombres, pues no habla en nombre propio y desde sus prejuicios, sino en nombre de Dios y desde su divina revelación que recibe como gracia y mandato. De ahí que todo profeta sea en principio un solitario. No porque sea un hombre que habla solo o para sí mismo, pues la palabra de Dio es siempre palabra pública, como lo es un pregón, un anuncio y una denuncia, sino porque para escuchar a Dios es preciso hacerlo desde la soledad inalienable de la persona, desde la propia responsabilidad. También, porque el profeta está dispuesto a quedarse solo con la verdad antes que traicionarla. Por eso el camino de los profetas, como el de Juan Bautista, comienza a menudo en el desierto y termina en la cárcel, de soledad a soledad; pero eso sí, el camino de los profetas pasa por el mundo y no pasa en vano. El profeta no es un hombre conformista, más bien es un hombre imposible, innovador. ¿Cómo podría ser de otro modo si anuncia al que ha de venir, al que es verdaderamente Nuevo y enteramente Otro, al que hace nuevas todas las cosas? El profeta predica la justicia, el amor, la paz, la fraternidad... cosas ciertamente nuevas, muy nuevas en un mundo lleno de injusticias, de odios y guerras fratricidas.

-Las dudas de todos los profetas y su esperanza:

El profeta, que es "hombre de Dios", es solamente un hombre y un hijo de mujer como todos nosotros. Y el mayor hijo de mujer puede tener sus dudas y andar desorientado. Es equivocado creer que los profetas tienen siempre a punto la respuesta para cualquier pregunta; esta falsa seguridad es propia de los falsos profetas que hablan por su cuenta y riesgo. Los verdaderos profetas están siempre pendientes de la palabra de Dios y del silencio de Dios que habla cuando quiere. Y en esto se ve que los profetas no son señores de la palabra de Dios, sino sus fieles servidores. Cuando Dios calla, los profetas no tienen nada que decir y sólo pueden preguntar, buscar señales, interpretar a Dios en la oración.

Pero sea lo que fuere, cuando los profetas se hacen cargo auténticamente de los sufrimientos del pueblo y de su esperanza, cuando ellos mismos sufren y esperan con todas sus fuerzas, no quedarán irremediablemente a oscuras. Alguna vez recibirán el mensaje de Jesús y reconocerán la señal de su venida.

En nuestros tiempos parece como si cundiera la confusión y la duda. No tenemos respuestas para todo. Sin embargo, hay para nosotros una señal inequívoca: Jesús, el Señor, está allí donde se libera a los oprimidos y se anuncia la buena noticia a los pobres.

EUCARISTÍA 1986/59


20. SUEÑOS/ESPERANZA:

LE REINADO DE DIOS, UNA GRAN ESPERANZA.

A diferencia de los sueños de la noche, cuando estamos dormidos, los sueños del día, cuando estamos despiertos, nos orientan hacia el futuro. Pero es difícil saber si estos sueños, los mejores y más queridos, nacen de la esperanza o del miedo; si en ellos se adivina lo que debe ser y será ciertamente Dios sabe cuándo, o si en ellos huimos de las penas del presente y nos evadimos de la realidad. Si estos sueños movilizan nuestra voluntad, si nos sirven de aliento para denunciar con eficacia el mal y promover el bien paso a paso, son hijos de la esperanza. De lo contrario, nacen del miedo y no sirven de nada.

Los profetas convocaron a Israel para la esperanza, despertaron al pueblo para que soñara en el reinado de Dios y lo movilizaron con el anuncio de la promesa: "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saldrá como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados de Israel". Isaías presiente el regreso de los exiliados como una renovación del paisaje y del hombre, y anima a los cobardes de corazón, diciendo: "Sed fuertes, no temáis".

LAS SEÑALES DEL REINADO DE DIOS

Juan, el último de los profetas, esperaba con impaciencia que se manifestara al pueblo "el que había de venir". Había anunciado la venida inminente del Mesías y del reinado de Dios, pero estaba perplejo porque la conducta de Jesús de Nazaret no parecía encajar con lo que él se había figurado. Juan, que está en la cárcel, pregunta a Jesús por medio de unos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Jesús le responde aludiendo a sus propias obras y palabras, mostrando cómo en su vida pública pueden verse ya las señales que había dado Isaías: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se pregona a los pobres la buena noticia". La realidad ha dado alcance a la profecía, la esperanza ha sido sorprendida por la gracia, y Dios está en Jesús para quien lo necesite: los pobres, los enfermos, los marginados...

Las señales del reinado de Dios, a las que se refiere Jesús, son siempre señales de liberación del hombre, de los hombres. Es lo primero que debemos recordar. Y lo segundo, que Jesús no hace "señal" donde no hay fe. Marcos, al relatar la visita de Jesús a Nazaret, observa que "no pudo hacer allí ningún milagro", debido a la incredulidad de sus paisanos. El reinado de Dios no viene sin la fe de los hombres.

El adviento del reinado de Dios en Jesús pone a los hombres en aprieto y les invita a salvar hacia adelante; esto es, les compromete en un cambio radical (conversión) para emprender la aventura de la fe. El hombre que escucha el evangelio de Jesús queda confrontado con lo último, y Dios es lo último. Ante lo último, que se presenta en el evangelio, el hombre ha de elegir y no puede retrasar por más tiempo su opción fundamental. Si cree y acepta el reinado de Dios, si obedece al evangelio, se salva; pero si no, ya está condenado. En este sentido, al menos, el adviento del reinado de Dios en Jesús coincide con el día del juicio de Dios. Se comprende, por lo tanto, la advertencia de Jesús: "¡y dichoso el que no se sienta defraudado por mí".

LOS TESTIGOS DEL REINO

Todos los discípulos de Jesús, que hemos recibido la misión de anunciar el evangelio hasta que él vuelva, somos testigos del reinado de Dios. De un reinado que, radicalmente inaugurado por Cristo, todavía ha de manifestarse plenamente. De un reinado que esperamos con paciencia de labrador, hasta que llegue la cosecha.

Nuestro testimonio, como el de Jesús, ha de ser en palabras y en obras. Pues hemos recibido el encargo de mantener viva la esperanza, y la esperanza sin obras, lo mismo que la fe, está muerta. Las obras de liberación del hombre son las señales de la esperanza cristiana.

EUCARISTÍA 1977/59


21.

ALGUNAS INDICACIONES CONCRETAS

1. ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? ¡Cuántas esperanzas decepcionadas y constantemente renacientes! ¡Cuántos han querido presentarse como salvadores y han hallado quien les siguiera! Nuestros días son más bien de desesperanza, como si todo invitase al escepticismo. Esta actitud de frialdad y lucidez recoge unos elementos de la condición humana. Pero no es posible vivir sin creer y esperar, sin tensión hacia un mañana mejor. El que ha de venir es Jesús: no debemos esperar a otro. ¿Que ya vino y todo sigue igual? No: Jesús está ante nosotros como una promesa siempre mayor. Dios -y Jesús es de Dios- es siempre una realidad de futuro (¡la Realidad del futuro!) y nunca lo dejamos atrás. Lo tenemos a nuestro lado y dentro de nosotros; también lo tenemos siempre delante de nosotros.

2. ¡Dichosos el que no se siente defraudado por mí! ¿Alusión al Bautista y a la idea que se había formado del que tenía que venir -y que no correspondía al modo de actuar de Jesús? Es muy posible. también los representantes de Dios en Israel tenían unas ideas sobre los enviados de Dios y sentenciaban sobre Jesús: "Este hombre no viene de Dios" (Jn 9, 16). Parece incluso que haya un malentendido congénito entre los profetas y su sociedad, que termina por hacerlos callar violentamente... o dejándoles que hablen, sin hacer caso de ellos. Nosotros no somos mejores. ¡Atención!: el que vino, el que ha de venir, está viniendo continuamente. Quién sabe si nuestros prejuicios no nos dejan oír su voz ni reconocer sus obras.

3. El más pequeño en el Reino de lo cielos es más grande que él. El Reino pertenece a otra esfera: ante él empalidecen todos los resplandores terrestres y no existe comparación posible. Acostumbrados a la utilización de tanta grandeza humana, el Reino nos parece como un grano de arena, como un puñado insignificante de levadura. Ni con todas nuestras fuerzas, ni sumando grandeza sobre grandeza, lo conseguiremos. Simplemente nos es dado. Nos cuesta comprender la paradoja: ¡la pequeñez del tesoro nos desconcierta y nadie nos lo reconoce! De ahí la tentación de colocarlo en el plano de las grandezas humanos para hacerlo más visible a los demás y darnos seguridad a nosotros: sea a través de la figura del Papa, o de la doctrina sobre una cuestión moral o política, o... No, no es eso: el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que ellos.

4. Los ciegos ven, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. No viene como juez, a hacernos sentir su imperio, sino como salvador, a ofrecernos su gozo: su justicia se llama misericordia. La venida de Dios puede desconcertarnos (como Jesús a sus contemporáneos). Pero, ¿vamos a ponerle condiciones, vamos a fijarle caminos? Quizá no nos identificamos de buen grado con los pobres: por eso no dejamos que el contacto con Jesús sea fuente de gozo, renueve nuestro ser interior, nos devuelva la alegría de vivir.

5. Tened paciencia, porque la venida del Señor está cerca. Los primeros cristianos esperaban el retorno del Señor para dentro de poco, pero veían que tardaba y todo seguía igual; quién sabe si entretanto ellos morirían y la aventura no habría servido de nada. Nosotros nos lamentamos porque las cosas no cambian ni fuera ni dentro: el Señor no nos ha trasladado a un mundo color de rosa. El riesgo de cansancio, de abandono, nos amenaza a cada paso, a nosotros, hombres de poca fe. ¿Qué tengamos paciencia? palabra completamente desacreditada en ciertos ambientes, que sugiere una actitud pasiva, simple espera vacía de sentido y de contenido. La paciencia del labrador está llena de esperanza y de trabajo: espera los frutos que vendrán y los prepara con su dura tarea.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980/23


22.

-Esperanza: alegría y paciencia

EN TODA ESPERANZA HAY UN FONDO ESCONDIDO DE ALEGRÍA. Los textos de la liturgia de hoy nos descubren el fondo de alegría en la esperanza del Adviento. "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" ¡Realmente es él, el que trae la Buena Noticia a los pobres! Es aquel que Isaías nos ha anunciado con un lenguaje exuberante, bordado por entero con exclamaciones de gozo. ¡Podríamos hablar de la alegría de poder esperar! TODA ESPERANZA EXIGE UNA CAPACIDAD DE PACIENCIA. Es la advertencia que nos hace Santiago repetidamente: "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor". ¡Podríamos hablar del aguante que necesitamos para poder esperar! Alegría y paciencia, componentes de nuestra esperanza, que es fe en el amor.

-Vivir en la alegría y en la paciencia

ALEGRÍA, porque sabemos que la venida de Jesucristo que este año volvemos a esperar fue un hecho que trastornó totalmente nuestra actitud ante la vida. De unos hombres que entendían la salvación como algo que debían trabajar angustiosamente, nos hemos convertido en unos hombres que saben que están salvados por gracia. La Buena Noticia a los desventurados es esta: el amor de Dios salva a los hombres.

NO SE TRATA SOLO DE LA PROMESA de una posibilidad de salvación, SINO DE LA PROCLAMACIÓN DE UN ESTADO nuevo e impensable: somos unos hombres que Jesucristo ha salvado. Gozo profundo, porque nuestra vida ya no debe moverse en busca de unos medios de salvación, sino que se ha convertido en la expresión cordial e inmensa de un agradecimiento. La vida, después del anuncio de la Buena Noticia, sigue siendo un esfuerzo, evidentemente; bastante experiencia tenemos de ellos. Pero es más un esfuerzo de expresión que de obtención. El trabajo que debemos hacer es VIVIR COMO CORRESPONDE a los hombres salvados que somos ya.

PACIENCIA, porque sabemos que vivir como hombres salvados no es fácil. Paciencia que NO SIGNIFICA resignación cómoda, o dimisión disfrazada, SINO que significa aguante y fortaleza, superación de limitaciones y debilidades, aceptación sonriente de lo que somos, incluso de lo que nos disgusta. Paciencia, porque quisiéramos seguir un camino recto, y debemos aceptar los zig-zag; quisiéramos no volver nunca hacia atrás, y debemos aceptar rehacer caminos equivocados; quisiéramos ser íntimamente coherentes, y debemos aceptar la realidad de incoherencias vergonzosas.

La esperanza conduce a la alegría; la paciencia es condición para la esperanza. -El ejemplo de Juan

JUAN BAUTISTA, una figura sobresaliente en la liturgia del Adviento, es para nosotros EJEMPLO de alegría y de paciencia. La ALEGRÍA de saber que la hora del Mesías ha llegado ya, que ha comenzado un tiempo nuevo, que la promesa ya se ha cumplido. La alegría de saber que, en esta renovación, él ha realizado una función, ha preparado los caminos. La alegría de saber que las esperanzas seculares se están realizando ahora. Ejemplo de PACIENCIA: por todo lo que tuvo que trabajar, por el esfuerzo de vencer resistencias tozudas, por la tenacidad en hacer tambalear instalaciones tranquilas. Paciencia ante las dudas, suyas y de los demás, ante las interpretaciones simplistas del pueblo. Paciencia en la cárcel. Con las manos atadas, sin poder hacer nada, viendo que el tiempo se termina. Paciencia suprema en el momento de la muerte, una muerte inútil y sin gloria, una muerte que le sobrevino cuando menos se la temía, al margen de su misión, por una causa banal, por el odio de una mujer y la debilidad de un reyezuelo que nada sabían del Mesías ni participaban de la gran esperanza.

Si la esperanza es fe en el amor y produce como resultado la alegría, la paciencia es fe en las fuerzas de este mismo amor, invencible, para el que todos los caminos están abiertos, incluso los de las derrotas.

MIQUEL ESTRADE
MISA DOMINICAL 1974/04


23.

-RETRATO IDÍLICO DE LOS TIEMPOS MESIÁNICOS

Con qué hermosas comparaciones, llenas de gozosa poesía, nos ha anunciado el profeta Isaías cómo es la salvación que nos trae el Enviado de Dios, el Mesías.

El desierto se convertirá en jardín. Las manos débiles se fortalecerán. Las rodillas de los que vacilan volverán a tener seguridad. Los cobardes verán cómo les desaparece el miedo. Es que viene Dios, y viene a salvar, a cambiar la situación de desventura de su pueblo. Los ciegos verán, los sordos oirán, los mudos volverán a hablar, los que están prisioneros recobrarán la libertad... Todo lo que era pena se tornará alegría.

Vale la pena escuchar otra vez este cuadro, aunque nos puede parecer utópico. Como el que luego hemos cantado en el salmo responsorial, repitiendo la invocación: "Ven, Señor a salvarnos". Nosotros también, ya que vivimos los tiempos del Mesías, queremos que en efecto sea verdad todo eso en nuestra historia de este año.

Santiago, en la segunda lectura, también nos ha invitado a la esperanza y la alegría, porque "la venida del Señor está cerca".

¿Es realidad todo esto, o pura poesía? ¿No ha venida ya, hace dos mil años, el Salvador esperado? ¿y cómo no se están ya cumpliendo suficientemente estos anuncios del profeta?

-LAS PROMESAS SE CUMPLEN EN JESÚS

En el evangelio, Mateo nos ha asegurado que en efecto todos los anuncios proféticos se han empezado a cumplir en Cristo Jesús, el Salvador que Dios ha enviado al mundo. El retrato que Jesús hace de sí, respondiendo a la pregunta que le hacen de parte del precursor, Juan Bautista, es que, como había anunciado Isaías, los ciegos ven, los muertos resucitan, y los pobres escuchan entusiasmados la buena Noticia de la salvación.

Como diremos en el prefacio (si se dice el II): "Cristo, Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres".

La señal de que ya han empezado los tiempos definitivos es que ya se producen los cambios anunciados. Cristo cura a los enfermos, libera de sus desventuras a los que se le acercan: ahí está el Reino, ahí está ya en acción el amor misericordioso de Dios. Nosotros, los cristianos, celebramos esto, en el Adviento y en la Navidad: que en Cristo Jesús, Dios ha salido al encuentro de todos nuestros males y se dispone a curarlos.

-LOS SIGNOS DE NUESTRO CAMBIO EN ADVIENTO

Lo que Dios quiere para nosotros, también en este año 2.00.., es que algo cambie en nuestra vida. Si celebramos la venida de Jesús, una vez más, es porque queremos que repita sus signos mesiánicos en nuestra historia. El domingo pasado se nos invitaba a crecer en paz y en justicia. ¿Qué va a cambiar esta semana en nuestra persona, en nuestra familia, en la comunidad religiosa, en la parroquia? Porque los signos no pueden consistir sólo en palabras. De discursos ya estamos todos cansados. Tampoco Cristo Jesús respondió con un discurso a la pregunta del Bautista, sino apelando a las obras que hacía.

Para nosotros será buen Adviento y luego buena Navidad, o sea, celebraremos en profundidad la Venida del Señor, si en verdad entre nosotros alguien recobra la vista, la valentía, la esperanza. Si los que sufren sienten una mano amiga que les fortalece, si los que no saben lo que es amor lo experimentan estos días, si crece la ilusión de vivir en la Iglesia y en la sociedad, en las familias y en las personas. El retrato de los tiempos mesiánicos quiere repetirse hoy.

Y además, Dios quiere que los cristianos no sólo nos podamos gozar que en nosotros mismos cambia algo, sino que seamos portavoces, anunciadores, colaboradores del cambio en este mundo, precursores de Cristo y de su Reino en esta sociedad en la que vivimos. Si ahora la gente volviera a preguntarse sobre Jesús: ¿es éste el que esperamos?, sería hermoso que se les pudiera contestar: "ahora a Cristo Jesús no le vemos ni le oímos, ahora no anda por la calle curando enfermos y resucitando muertos: pero mirad a la Iglesia, mirad a esta familia cristiana, a esta comunidad de religiosas, mirad a este cristiano sencillo pero valiente, mirad a sus obras, observad cómo a su lado crece la esperanza y la gente se siente amada por Dios, y se les van curando sus heridas y su desencanto". Esas son las señales de la Venida del Salvador. Eso es el Adviento y la Navidad. Cristo que viene y salva, ahora también a través de su comunidad de cristianos.

Los tiempos mesiánicos empezaron hace dos mil años, pero todavía tiene todo un programa a realizar. Nosotros, los cristianos, somos los que colaboramos con Cristo para que se cumpla.

Navidad viene con fuerza: Dios quiere transformar, consolar, cambiar, curar. Si cada uno de nosotros pone su granito de arena, la venida de Jesús Salvador será más clara en medio de este mundo, y la Navidad habrá valido la pena. La sociedad será más fraterna; la Iglesia, más gozosa; las parroquias más vivas: cada persona, más llena de esperanza.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989/24


24

-ALEGRÍA EN LUGAR DE ABURRIMIENTO

El tercer domingo de Adviento siempre ha sido un domingo de gozo y presentimiento de la alegría plena de la venida del señor. "El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso", exclama Isaías. El Reino está cerca. Irrumpe la salvación. La vida tiene sentido... Cada época dirá a su manera que el hombre no se diluye ni ha nacido para diluirse en la nada, sino que hemos nacido para Dios. Es tan fuerte el contenido de esperanza que supone el evangelio que incluso da respeto proclamarlo sin ambages, como si una especie de pudor nos obligara a complicar el mensaje hasta dejarlo matizado, filtrado, de forma que aparezca banal o aburrido. Un mensaje de esperanza, de solidaridad humana y de comunión con Dios, ¿cómo puede llegar a diluirse como si fuera algo parecido a "haced el bien que eso siempre es bueno"?

Esta capacidad nuestra de rebajar las fiestas de Dios con los hombres quizá explicaría por qué hay tantos cristianos preocupados e indecisos; por qué hay todavía celebraciones litúrgicas faltas de tensión interior, sin luz real de esperanza o sin fuego de exigencia interior o en favor de los que lo pasan mal; por qué algunas catequesis no ayudan suficientemente a la maduración personal, o a ir dirigiendo poco a poco, hacer pensamiento y vida, los impulsos vivos del Evangelio.

-EN EL FUTURO, LA PLENITUD DE LA PROMESA: EN EL PRESENTE, LA PREGUSTACIÓN

Nosotros, en el campo en el que se entremezclan los motivos de alegría y de dolor, escuchamos la promesa de Dios: se abrirán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos; el cojo saltará como un ciervo y la lengua del mudo cantará. El final de la profecía de Isaías lo anuncia de forma contundente: el hombre está hecho para la plenitud, porque habrá "gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán".

Eso es el futuro. En el presente, en este presente que Cristo ha surcado con el hilo trascendente de la justicia y de la paz de Dios, se nos da una pregustación de la plenitud prometida: Juan BAutista -que, con María, es una de las figuras del Adviento porque prepara y espera la venida real de Jesús- quiere saber qué significa la venida de Jesús para los hombres que esperan la promesa. Y Jesús responde con audacia y humildad. Jesús responde con audacia porque lo que ven y oyen los contemporáneos de Juan Bautista es que de hecho los ciegos ya ven, los tullidos caminan, los leprosos quedan puros, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.

Siempre he creído que el movimiento de Jesús es un foco expansivo de bondad que llega a los demás. Y que también hoy el Evangelio produce el milagro de una mujer sin fuerzas físicas -Teresa de Calcuta- que moviliza a la gente para ayudar a los marginados y moribundos del planeta; el milagro de un conjunto numeroso de laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes que están realizando una gran labor en favor de los desharrapados de los barrios marginales de las grandes ciudades, o de los drogadictos. Siempre he creído que Jesús -pasando haciendo el bien- nos enseñaba todos los significados de las palabras "compañía" y "solidaridad", tan profundas que reclaman un curso detrás de otro para poder ser aprendidas y hacer el aprendizaje.

Jesús responde con humildad. Con modestia y discreción. Porque en el presente -por más que se multiplique la acción de los seguidores de Jesucristo- siempre tenemos la impresión de una simple pregustación en relación con la plenitud de la promesa totalmente cumplida. Además, siempre aparece la derrota o el pecado al lado del gozo y de la fiesta del tiempo presente.

-LA ALEGRÍA DE TODOS LOS BIENAVENTURADOS

Consecuente con la mencionada humildad, Jesús dice con gran sabiduría: "Dichoso el que no queda decepcionado de mí". Hay que centrar esta bienaventuranza: el evangelio de la Visitación de María proclama: "Dichosa tú que has creído. Lo que el Señor te ha hecho saber, se cumplirá". Ahora, una bienaventuranza complementaria proclama dichosos los que no quedan decepcionados del ritmo discreto y modesto con el que va creciendo el bien. Dichosos los que perseveran esperando la plenitud de lo que Jesús ya ha empezado. Por eso Santiago recomienda la paciencia en un fragmento de la carta que se lee hoy.

Atención: es la paciencia de los profetas. No se trata de la paciencia de los que, con la excusa de la discreción del amor trabajan poco, sino de la paciencia de los que con todas sus energías trabajan por construir un Reino que está cerca, y del que se puede percibir ya la pregustación.

Este es el equilibrio y el término medio cristiano. Por un lado, aceptamos que la plenitud es algo de la última venida del Señor. Por otro, creemos firmemente que una pregustación de esta plenitud -y una pregustación importante, perceptible como la brisa suave del Espíritu de Dios- es propia de nuestro tiempo, como anuncio de que el hombre está hecho para la alegría plena y compartida. Hoy, Jesús, como en plena Pascua, nos da la paz colmada de gozo.

JOSEP M. ROVIRA BELLOSO
MISA DOMINICAL 1992/16