SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

Sant 5,7-10: Sembremos nuestras almas en el tiempo para cosecharlas en la eternidad

Esta vida, hermanos amadísimos, queramos o no, pasa, corre. Neguémonos, pues, en esta vida temporal para merecer vivir por siempre. Niégate a ti y confiesa a Dios. ¿Amas tu alma? Piérdela. Pero me dirás: «¿Cómo voy a perder lo que amo?». Eso lo haces también en tu casa. Amas el trigo y ese mismo trigo que con tanto cuidado habías almacenado en tu granero, que con tanta fatiga de siega y trilla habías limpiado, lo esparces; ya guardado y limpio, cuando llega la sementera lo tiras, lo esparces, lo cubres de tierra para no verlo después de esparcido. Mira cómo por amor al trigo esparces el trigo; haz lo mismo con la vida por amor a la vida; pierde tu alma por amor a ella, puesto que una vez que la hayas perdido por Dios en el tiempo, la encontrarás en el futuro para que viva eternamente. Derrama, pues, la vida por amor a la vida.

Es cosa dura, dolorosa y triste; tengo compasión de ti, como también se compadeció de nosotros nuestro Dios y Señor. Cuando dijo: Mi alma está triste hasta la muerte (Mt 26,38) se mostró a sí mismo en ti, y a ti en Él. Él padeció por nosotros, padezcamos nosotros por Él; Él murió por nosotros: muramos nosotros por Él para vivir eternamente con Él. Pero tal vez dudes en morir, ¡oh hombre mortal que alguna vez has de morir, porque has nacido mortal! ¿Quieres no temer la muerte? Muere por Dios. Pero quizá temes morir precisamente porque la muerte es cosa triste. Fíjate en la mies; el invierno es el tiempo de la siembra; pero si el agricultor rehúsa la tristeza del frío invernal, no gozará en el verano. Considera si es perezoso para sembrar, aunque durante la siembra se va a encontrar con el sufrimiento del frío. Pon atención al salmo: Quienes siembran con lágrimas cosechan con gozo. A la ida iban llorando, arrojando sus semillas (Sal 125,5-6). Lo hemos acabado de cantar. Hagamos lo que hemos cantado; sembremos nuestras almas en este tiempo, para cosecharlas en la eternidad, como se cosecha el trigo en el verano. De idéntica manera los santos mártires, los hombres justos, fatigándose en la tierra, arrojaron sus semillas; en efecto, el llanto abunda en esta vida. ¿Y qué sigue? Pero al volver vuelven con gozo trayendo sus gavillas (Sal 125,6). Tu semilla es el derramamiento de tu sangre; tu gavilla, la corona percibida.

Sermón 313 D, 2-3