COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 3. 1-12

Paralelos: Mc 1, 1-8   Lc 3, 1-18

 

1.

El verbo "convertirse" y el sustantivo correspondiente aparecen en Mt en momentos de gran importancia para el mensaje evangélico (3. 2; 4. 17; 11. 20; 12. 41). Más que cambio de mentalidad (según el pensamiento griego) habría que entender "cambio de camino (según la manera de pensar del A.T.). Todo el que inicia un camino de fe tiene que encontrarse con esta realidad: vivir de fe es ir cambiando poco a poco nuestra manera de andar por el camino de la vida.

EUCARISTÍA 1989/57


2.

Todos los evangelistas cuentan con la actividad del Bautista como previa a la de Jesús. Cada uno lo presenta desde un punto de vista y los diversos aspectos de esta figura singular nos proporcionan otros tantos elementos para reconstruir su extraordinaria personalidad. Mateo acentúa el aspecto de predicador que lleva a cabo su quehacer al estilo profético. Los profetas antiguos se distinguían tanto por sus vestidos ásperos como por la austeridad de su vida (2 Re 1, 8). El Bautista entra en escena como un predicador penitencial.

El contenido esquematizado de su predicación coincide absolutamente con lo que después anunciaría Jesús (4, 17). Exige la conversión. Era tema y exigencia continua también entre los fariseos. La diferencia estaba en el modo de entenderla. La conversión "farisaica" significaba únicamente el "cambio de mente". La conversión exigida por el Bautista, y por Jesús, es mucho más: la exigencia de un cambio radical, total, en la relación con Dios y esta relación con Dios comprende no sólo el interior sino también lo externo, todo lo que es visible en la conducta humana (v. 8: dar frutos dignos de penitencia). La recta relación con Dios debe traducirse en la correspondiente ordenación y conducta recta de toda la vida. El ejemplo del árbol lo ilustra: si el árbol es bueno, produce buenos frutos, frutos dignos de sí. Quien se convierte a Dios es como una planta de su inmenso campo y sus frutos-obras deben ser buenos. Si el árbol no produce buenos frutos es señal evidente de que no es bueno.Entonces será cortado y arrojado al fuego.

La radicalidad en las exigencias del Bautista molestaban a los piadosos de la época: los "fariseos", movimiento de laicos instruidos y piadosos, que buscaban, con su conversión interna, la seguridad frente al juicio divino, y los "saduceos", la nobleza sacerdotal influyente. Había entre ellos diferencias radicales, por ejemplo los saduceos no creían en la resurrección, pero existía entre ellos un denominador común: su situación de privilegio por ser hijos de Abraham. A estas clases privilegiadas les anuncia Juan: ante Dios no existe seguridad basada en privilegios, ante Dios no hay acepción de personas. El juzga según la conducta observada. Más aún, Dios puede hacer hijos de Abraham de las piedras. Dios puede llevar a cabo una nueva creación, lo mismo que hizo al primer hombre del polvo. San Pablo lo formularía diciendo que los que creen en Cristo son nuevas criaturas. Y esto es, en definitiva, lo que cuenta. El auto-afianzamiento y seguridad propia es el medio más adecuado para caer en la ira de Dios. Evidentemente estamos ante una metáfora. La ira de Dios significa su incompatibilidad con el pecado, la separación-lejanía de Dios de aquéllos que se separan de él.

El motivo de estas exigencias es la proximidad del reino de los cielos. Mateo, al estilo judío, evita en lo posible, por un exagerado respeto, pronunciar el nombre de Dios y recurre a sucedáneos, como "el cielo". El reino de los cielos y el reino de Dios -de que nos hablan Marcos y Lucas- son la misma realidad. El reino, o mejor, reinado de Dios, era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo Testamento y del judaísmo. Algo que pertenecía al más allá y que Dios concedería en el momento oportuno. Sería como el nuevo cielo y la nueva tierra donde no habrá pecado, muerte ni dolor. El Bautista anuncia que todo esto, que los judíos esperaban para un futuro incalculable, se realiza en la persona de Jesús y a través de ella. Estamos ante la razón última de las exigencias de la conversión: el hombre debe volverse a Dios, porque Dios se ha vuelto a los hombres.

El bautismo administrado por Juan apuntaba ya a una nueva vida con auténticas exigencias de conversión verdadera. Incluso, en el judaísmo, el bautismo era utilizado como medio y signo para incorporar a un pagano, un no judío, al pueblo de Dios. Era como sepultar el ser antiguo y revestirse de una nueva vida. Si el Bautista anuncia un nuevo bautismo, tan necesario para los judíos como para los paganos, esto significaba que, ante Dios, todos -judíos y paganos- se hallan en la misma situación de indigencia. Y esta situación la remediará "el que viene", es decir, el Mesías. El que viene (ver Dn 7, 13ss) es también el juez y, por supuesto, más poderoso que el bautista (Is 9, 1-6; 11, 1-10).

Pero este poderío está muy lejos de ser triunfalismo. Lo demuestra el hecho de que su poder está en el "bautismo del espíritu". El bautismo del Espíritu significa la presencia inmediata de Dios y la experiencia personal que de él puede tenerse, gracias a la aparición de Cristo.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 936


3.

Presentación de Juan el Bautista. Nadie mejor para prepararnos a recibir al Mesías. Diríamos que Juan está hecho para eso, para preparar los caminos de Cristo, para anunciar su llegada y promover los encuentros, el Precursor. Es, no una característica, sino la definición de Juan.

Juan era hijo de sacerdote y podía haberse manifestado en el templo. Pero él no iba a seguir el oficio de su padre, ni se iba a llamar como su padre, Zacarías, que significa «el Señor recuerda». Juan no estaba hecho para recordar, sino para anunciar algo nuevo. El nombre de Juan significa «Yahveh es misericordioso», Yahveh se ha compadecido, Yahveh muestra su favor. Juan estaba hecho para anunciar el favor de Dios, que la misericordia de Dios se ha manifestado definitivamente.

Lo que Juan anuncia es que el Reino de Dios está cerca, que Dios mismo está cerca. Por lo tanto, hay que prepararse a fondo, desde la raíz. Hay que quitar impedimentos, hay que limpiar suciedades, hay que podar estorbos, hay que acabar con la esterilidad y ofrecer frutos buenos de todas clases. Para ello Juan bautiza con agua, pero anuncia un bautismo radical «de Espíritu Santo y fuego».

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Pág. 40


4.

Texto. A diferencia de Marcos y de Lucas, Mateo introduce a Juan Bautista en acción y después lo presenta. De esta forma resalta más el mensaje transmitido (v.2) que la identidad del mensajero (vs. 3-4). Como los otros evangelistas, también Mateo resalta el impacto y acogida del mensaje (vs. 5-6), pero a partir del v. 7 tiene un punto de mira propio: fariseos y saduceos. Ellos, en exclusiva, son los destinatarios del desarrollo del mensaje. Fariseos y saduceos representaban las dos corrientes religiosas más representativas de la sociedad judía. Los fariseos, con sus haburot o fraternidades laicales, empeñadas en el más estricto cumplimiento de la Ley, interpretada ésta de acuerdo a una tradición que buscaba acomodar los principios a las situaciones siempre cambiantes; los saduceos, con su sacerdocio y su culto en el Templo y con su fundamentalismo religioso que sólo tenía en cuenta la Ley escrita, sin la dinámica de la tradición.

Fariseos y saduceos son objeto de crítica en su calidad de corrientes religiosas que apelaban a su pertenencia al Pueblo de Dios. No os hagáis ilusiones pensando que sois descendientes de Abrahán. A pesar de esa pertenencia se les acusa de no dar frutos adecuados de conversión y por eso se les amenaza con la llegada del día del Señor, una llegada en la que precisamente ellos tenían depositada la máxima esperanza. Se les dice que esa llegada es inminente en la persona del que tiene toda la fuerza y la autoridad de Dios para discernir los corazones.

En su identificación de Juan en los vs. 3-4, Mateo lo había presentado vestido a la usanza de Elías (ver 2 Reyes 1, 8). Para Mateo, Juan es el mensajero del día del Señor, el Elías esperado inmediatamente antes del final de los tiempos para preparar a los miembros del Pueblo de Dios a salir airosos ante la llegada del Mesías.

Comentario. Por encima de los inevitables modelos culturales y religiosos, lo significativo en el texto de hoy es la necesidad de conversión en los miembros del Pueblo de Dios. A fuerza de manida, la afirmación ni nos sorprende ni nos inquieta. Quisiera, sin embargo, indicar que la categoría y altura morales de los destinatarios de la exigencia de Juan hacen de ésta una sorpresa, en el mejor de los casos. ¿De qué tenían, en efecto, que convertirse unas personas que, como los fariseos, se caracterizaban por un estricto cumplimiento de la Ley? Hasta tal punto era ejemplar su cumplimiento que constituyeron un modelo y un reclamo moral en todo el ámbito greco-romano. Es ciertamente sorprendente exigir conversión a unas personas así.

CV/MANDAMIENTOS: Por eso mismo la conversión que se les pide tiene que ir por derroteros distintos de los de la buena conducta. No es que ésta se excluya; sencillamente se da por supuesta. Ser miembro del Pueblo de Dios presupone ser buena persona, es decir, cumplir los mandamientos. La buena conducta pertenece a los presupuestos, no a la esencia del creyente.

La conversión que se le pide a un miembro del Pueblo de Dios ahonda sus raíces en el complejo y misterioso mundo de las estructuras de la conducta. Se trata de un cambio de mentalidad y de talante; de un modo de ser, de orientarse y de estar situado diferentes a los modos al uso. La cercanía de una persona diferente como es Jesús exige también personas diferentes. Lo que no sea esto equivaldrá a tener el mundo que tenemos, pero no el Reino de los cielos.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989/02


5.

Comentario. Si hemos de ser fieles a Mateo no tenemos más remedio que reconocer lo siguiente: Juan Bautista amenaza con Jesús a fariseos y saduceos. La imagen del pregonero de Isaías anunciando al pueblo la alegre noticia del final del cautiverio queda contrapesada y eclipsada por la imagen de Elías, que según los judíos tiene que retornar antes del final del presente estado de cosas para poner orden y concierto. Para Mateo, en efecto, Juan Bautista es el duro y terrible Elías, el del segundo libro de los Reyes que hace bajar fuego del cielo. Esto quiere decir que Mateo se sitúa en el final de un estado de cosas intolerable. De ahí la irrupción de Juan clamando por el cambio. ¿Qué cambio? No se nos dice. Sencillamente, se formula su necesidad: Convertíos. El grito queda así como una exigencia abierta a las mil concreciones de los oyentes-lectores.

Hay con todo un dato sugerente. Me refiero a las personas fustigadas. Todo conocedor de la historia judía sabe que fariseos y saduceos no pueden ser contertulios y compañeros de peregrinación, y sabe también que, sobre todo, los fariseos, moldean su conducta en el crisol de la Ley de Dios. ¿Qué sentido puede tener para ellos la exigencia de dar el fruto que pide la conversión? ¿Un mayor o ejemplo cumplimiento de la Ley? Pero si es así no parecen merecedoras de una interpelación tan dura como la de raza de víboras.

Casi siempre asociamos conversión y comportamiento. Y no está mal. Pero casi nunca asociamos conversión y actitud. ¿Se nos ha ocurrido pensar que en un comportamiento bueno puede darse una actitud mala? Por ejemplo, de intransigencia, de engreimiento... "Abrahám es nuestro padre" era el santo y seña común a fariseos y saduceos. De ahí que Mateo los mencione al unísono. Esa frase equivalía a esta otra: Somos el pueblo de Dios. Y tras ella podía esconderse una conciencia con alguno de los siguientes componentes: intransigencia, cerrazón, superioridad, desprecio. El duro y terrible Elías de Mateo asesta su golpe en esta conciencia, desenmascara al Pueblo de Dios en cuanto Pueblo de Dios. Y lo hace en nombre del que está para llegar. Jesús es, pues, una amenaza para el Pueblo de Dios.

A. BENITO
DABAR 1986/02


6.

Juan el Bautista es una figura señera que marca la espiritualidad del tiempo de Adviento. Su importancia no viene dada sólo por el hecho de ser el último y "el mayor de los profetas", sino, sobre todo, porque él es el profeta de la inminencia, el que anuncia la presencia del Señor: por este motivo Juan escapa de los tiempos antiguos y se inserta destacadamente en el NT. Los tres sinópticos coinciden en reservar una parte importante de su narración a la descripción del ministerio de Juan el Bautista.

Concretamente, el evangelio de san Mateo, hoy, hace intencionadamente hincapié en que la aparición del Bautista representa el cumplimiento de las profecías recordando Is 40, 3, en que la expresión "camino a Yavhé" queda sustituida por "camino al Señor": Jesús es la manifestación suprema de Dios entre los hombres. Nos encontramos, pues, dentro de una época nueva: la expresión inicial "por aquel tiempo" es cronológicamente poco concreta, pero suficientemente para enterarnos de quela narración evangélica no se coloca en la línea de las teorías, sino dentro de la temporalidad de los hechos de la historia. No es el hombre el que interpreta unos hechos, sino que son los hechos los que revelan el sentido de la historia que ahora empieza a narrar el evangelista.

Notemos el poder de convocatoria que tiene la predicación de Juan. Más allá de todo partidismo, los evangelistas ven y destacan el universalismo de su palabra. En torno a su persona comienza a formarse el nuevo pueblo mesiánico del cual surgirá Jesús. El contenido de la predicación, centrado especialmente en las palabras dirigidas contra los fariseos y saduceos, muestra una vez más que una realidad nueva empieza: no es suficiente la religión formalista, ni la pureza del linaje; el tiempo nuevo se debe caracterizar por una conversión fáctica, nacida del fondo del corazón del hombre. El tiempo de la "fidelidad de Dios" exige asimismo la fidelidad del hombre.

Mateo deja claro que, a pesar de la importancia de Juan, él queda sujeto y subordinado a la persona de Jesús. Sólo él es portador del Espíritu de Dios y del juicio definitivo sobre la vida de los hombres y de los pueblos.

A. R. SASTRE
MISA DOMINICAL 1977/22


7.

Después de hablar de la genealogía, nacimiento y narraciones de la infancia de Jesús en los capítulos 1 y 2, Mateo inicia el evangelio de la proclamación del Reino, proclamación hecha en primer lugar por Juan, luego por Jesús, y por encargo de El, por los apóstoles. La expresión inicial "por aquel tiempo" nos indica que entramos en una nueva sección.

La proclamación de Juan consiste en decir: Convertíos que está cerca el Reino de los Cielos. Convertirse debe entenderse como un cambio radical en la vida de cada hombre; siguiendo la línea del Antiguo Testamento, consistiría en un retorno incondicional al Dios que hizo la alianza con el hombre. Mateo, siguiendo la tradición judía, evita decir el nombre de Dios, y por eso habla del "Reino de los Cielos": Dios, que reina en los cielos, se dispone a reinar también en la tierra y sobre los hombres, y por eso hay que prepararle el camino, volverse hacia El para que pueda reinar sobre cada persona.

Las características externas de Juan son las de un profeta, especialmente las de Elías (cfr. 2 R 1,8): es él quien prepara el camino para la venida del Señor. Y su predicación tiene una respuesta verdaderamente popular: "de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán". Para poder aceptar el reinado de Dios es necesaria una purificación interior, que se expresa por medio del bautismo (el baño de inmersión dentro del agua) y que debe manifestarse en frutos ("dad el fruto que os pide la conversión") que vayan estrechamente unidos con el deseo y el signo de la conversión. Para Juan, la llegada del que "puede más que él" supone también el juicio: todo el que no haya dado frutos de conversión será excluido del reinado de Dios por este juicio que está ya aquí mismo. Será el propio Mesías quien haga este juicio: con la imagen de aventar el trigo en la era, se indica la función purificadora y separadora que va a ejercer.

El bautismo mesiánico tendrá también esta característica: será una purificación hecha por medio del fuego del Espíritu Santo. El bautismo de Juan no es más que una purificación para prepararse a recibir el del Mesías, que consistirá en una donación del Espíritu. De ahí que este bautismo del Espíritu no lo dé Juan, sino el que viene después de él, a quien llama "el Poderoso", "el Fuerte", refiriéndose a unos de los nombres que en el Antiguo Testamento se dan a Dios: "Dios grande, fuerte, Yavhé de los ejércitos es su nombre" (Is 32,18). Ante El, Juan se sitúa en una postura como la que el esclavo tenía para con su señor.

Con Jesús el pueblo será bautizado por el Espíritu, es decir, será sumergido en esta fuerza de vida y de santidad de Dios que es su Espíritu.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1980/23


8.

Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos

Mateo presenta, por un lado, la figura de Juan, el Bautista, y su acción profética confirmada por la Escritura (3,1-6); y por otro, su predicación (3,7-12). De este retrato de Juan emerge su estilo de vida, que bautice y que haga lo que el profeta Isaías había anunciado. Y de su predicación, destaca la llamada a la conversión y el anuncio del juicio de Dios.

El Bautista aparece como el predicador de la conversión, de la opción por una vida nueva, condicionada por el hecho de que el Reino de Dios se ha manifestado históricamente en Jesús de Nazaret, el hombre que trae el juicio de Dios. El papel de Juan es de precursor: hace que se entrevea en su estilo de vida y mensaje cuál será la misión de Jesús de Nazaret.

La predicación de Juan Bautista denuncia el conjunto del judaísmo oficial, que se opone al proyecto salvador de Jesús. Los fariseos (reformadores laicos con pinceladas fuertemente integristas) y los saduceos (conservadores del clero y de los notables de la ciudad) son emparentados con la estirpe de la serpiente (3,7), imagen que significa la maldad perversa y obstinada, y que contrasta con la estirpe del Mesías. Detrás de esta denuncia del Bautista, resuena la preocupación del evangelista Mateo por desenmascarar la falsa seguridad de un ritualismo estéril, que aseguraría la inmunidad ante el juicio de Dios (el bautismo no sería ninguna garantía); así como la falsa seguridad de la pertenencia a la estirpe de Abrahán, que serviría de coartada para escaparse del juicio de condena (3,9). El criterio último y decisivo es la conversión y la adhesión íntegra y fiel a Dios, que implica un estilo de vida conforme a las exigencias de su voluntad (hay que dar buen fruto).

Al final, el Bautista presenta al protagonista del juicio de Dios, el que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Aquí se definen las características de los dos bautismos y se presentan a sus protagonistas (3,11): un bautismo es con agua para la conversión y el otro es con Espíritu y fuego para la salvación; el primero es menos que un esclavo y el que viene después es más que Señor; uno anuncia el juicio y el otro es el juez, el purificador de su parva.

Por tanto, ante la inminencia de la venida del Señor y juez, Juan propone llevar una vida enraizada en la fidelidad a la voluntad de Dios (el buen fruto) y no enraizada en falsas seguridades.

J. FONTBONA
MISA DOMINICAL 1995/15