30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO - CICLO A
(1-8)

1. 

En las lecturas que acabamos de escuchar resuena ante todo una buena noticia que nos llena de esperanza. El Adviento no es un tiempo triste. No insiste en la penitencia acentuando el pecado. Es la preparación a una fiesta, y nos invita a gozar ya de esa fiesta: la llegada de Dios hecho Hombre a nuestra historia.

El profeta Isaías ha empleado una imagen muy expresiva: de un tronco viejo que parecía seco -el tronco de Israel- brotará un renuevo, una rama nueva, llena de vigor. Es el Mesías, el Enviado de Dios. Sobre él descenderá el Espíritu de Dios con todos sus dones. Y vendrá a nuestra historia para defender a los pobres, para hacer que reine la paz y la justicia entre todos.

También S. Pablo, en su carta a los Romanos, nos anuncia que "Dios es fuente de toda paciencia y consuelo" y por eso quiere que "mantengamos la esperanza". Juan el Bautista ha hecho oír de nuevo su voz: "está cerca el Reino de Dios... Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Es bueno que alguien nos anuncie buenas noticias y que las escuchemos con gusto nosotros, los cristianos. Nos hace falta que alguien nos infunda un poco de optimismo y alegría, en medio de un mundo que parece aportar sólo malas noticias, en medio de una historia, la particular de cada uno, que no siempre es muy gloriosa y esperanzada. Otros muchos están atareados preparando los aspectos materiales de la Navidad.

Nosotros, los cristianos, damos sobre todo importancia al misterio que vamos a celebrar: la gran noticia de que Dios se ha hecho uno de nosotros, que se ha acercado a nuestra vida para siempre.

-Pero esta buena noticia es comprometedora.

No hay nada más exigente que el amor y la amistad. La buena noticia que acabamos de escuchar nos presenta un programa lleno de dinamismo. La primera consecuencia que Juan el Bautista nos ha invitado a sacar de su anuncio de la cercanía del Reino es esta: "convertíos", "preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".

No hace falta que seamos unos grandes pecadores. A todos nosotros, desde nuestra existencia concreta, se nos pide que en vísperas de la Navidad, para poder celebrar bien la venida de Cristo Jesús a nuestra existencia, nos convirtamos a él, que reorientemos nuestra vida.

Su venida es portadora de esperanza y salvación. Pero también es juicio y discernimiento. Si se nos dice que nos bautizará con fuego y Espíritu, es porque viene a cambiar algo, a quemar, a purificar, a transformar nuestras actitudes. Las imágenes son claras: el hacha ya está apuntando a la base de los árboles inútiles, el fuego ya está pronto para quemar todo lo que sobra, el segador tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja. O sea, el Adviento y la Navidad, con ser la fiesta de la venida salvadora de Dios, es a la vez una llamada a que tomemos en serio esta venida y le hagamos sitio en nuestro proyecto de vida. No puede quedar todo igual ni en nuestra persona ni en nuestra comunidad después de esta Navidad. Hay que abrir caminos y allanar senderos.

-Invitación a crecer en la paz.

¿En qué direcciones se nos invita a cambiar? El salmo responsorial nos ha hecho cantar una frase que resumía muy bien las promesas del profeta Isaías: "que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente". Justicia y paz parecen ser los distintivos de los días del Mesías, o sea, de nuestro tiempo, si es que lo estamos viviendo en cristiano... El profeta decía que el enviado de Dios hará justicia ("no juzgará por apariencias, defenderá con justicia al desamparado") y hará reinar la paz y la concordia ("habitará el lobo con el cordero...").

Oyendo esto es como uno se da cuenta de que la Navidad de hace dos mil años, cuando Jesús nació en Belén, no fue más que la inauguración de un tiempo nuevo, pero no el hecho final y completo. Porque todavía tenemos mucho que crecer en justicia y en paz. Todavía hay mucho que cambiar en nuestra vida personal y en la comunitaria, tanto de la Iglesia como de la sociedad, para que se pueda decir que ya estamos en los días del Salvador, días de justicia y de paz.

También Pablo invitaba a este crecimiento en la concordia y la paz: "os conceda estar de acuerdo entre vosotros", "para que unánimes alabéis a Dios", "acogeos mutuamente como Cristo os acogió..." Si algo cambia en este sentido, en este Adviento, si conseguimos que haya más comprensión y armonía en nuestras familias o comunidades, si empezando por nosotros mismos se ve que hay más justicia en nuestras relaciones con los demás, habrá valido la pena preparar y celebrar la Navidad del 1989.

J. ALDAZABAL
MIsa dominical 1989/23


2.

También hoy, como el domingo pasado, se nos habla de grandes esperanzas, de esperanzas e ilusiones que parecen estar mucho más allá de lo que nosotros vivimos cada día.

Como el domingo pasado, también hoy el profeta Isaías, en la primera lectura, nos habla de un mundo diferente -¡y tan diferente!- del nuestro. Un mundo que, para explicar como será, hay que emplear estas imágenes tan llenas de fuerza, tan vivas: "Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño podrá pastorearlos... el niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.." Un mundo nuevo, un mundo distinto, en el que no sólo ya no habrá división, ni violencia, ni dolor entre los hombres, sino que incluso la naturaleza, los animales, el universo entero, vivirá en paz, y todo lo que tiene vida -hombres y bestias- podrán compartir la misma armonía... Resulta como un sueño extraño, esta profecía...

Y luego, aún, hablando más directamente de las relaciones entre los hombres, dice el profeta: "No se hará daño ni estrago". Y antes había dicho: "Se defenderá con justicia al desamparado, con equidad se dará sentencia al pobre". Es un mundo nuevo, un mundo distinto, del que desaparecerá todo lo que rompe la paz de los hombres. Un mundo en el que no habrá lucha entre los hombres porque los hombres no estarán divididos entre ricos y pobres, entre dominadores y dominados, entre gente que puede hacer daño y gente maltratada. Y todavía más: un mundo del que habrá desaparecido del corazón de cada hombre, del corazón de todos los hombres, esa tendencia que todos tenemos -todos, o sea, cada uno de nosotros también, y bastante que lo sabemos- de no pensar en los demás, de preocuparnos por quedar bien a costa de lo que sea, de hacer daño a los demás si eso nos conviene...

Sí, resulta como un sueño extraño, esta profecía. Pero este sueño extraño es precisamente lo que la celebración de Adviento nos invita a creer y a esperar. La celebración del Adviento, las profecías del pasado domingo, y las de hoy, y las del domingo que viene, nos invitan -podríamos decir- a soñar.

Pero, de todos modos, no nos invitan a soñar así por las buenas y sin más. ¿Os habéis fijado en lo que decía Isaías sobre cómo iba a llegar, este mundo distinto? Hablaba de un renuevo que nacería de un tronco cortado, un vástago que florecería entre unas raíces secas... Anunciaba el profeta que en medio de un mundo seco, de un pueblo que parecía acabado, sin posibilidades, deshecho, aparecería alguien lleno del Espíritu de Dios, lleno de la fuerza de Dios... alguien capaz de rehacer las cosas, de crear nueva vida y caminos nuevos allí donde todo parecía cerrado... alguien capaz de traer la justicia a los pobres, de romper las divisiones, las opresiones y la violencia... alguien capaz de conducir hacia esa gran esperanza que todos llevamos en el fondo del alma y que, al fin y al cabo, es el plan que Dios tiene para nosotros y para todos.

Y ese "alguien" que el profeta anunciaba misteriosamente, nosotros sabemos que se trata de Jesús, el Enviado de Dios, el Mesías. Y él es quien realiza, con su venida, todo eso que prometía el profeta.

Pero, ¿cómo lo realiza? ¿por qué, si él ya está aquí, si él ya ha venido a vivir entre nosotros en esta tierra, aún tenemos que ver y padecer el mal, el dolor, la división, dentro de cada uno de nosotros y en el mundo entero? ¿por qué aún tenemos que seguir esperando y soñando? Como respuesta a estas preguntas estaría, me parece, una nueva enseñanza que podemos obtener de la celebración de hoy. La primera enseñanza era la invitación que nos hacía Isaías a soñar, a esperar este mundo nuevo, distinto, lleno de paz y justicia. La segunda sería ahora al darnos cuenta de que esto no está todavía realizado y que la venida de Jesús, del Mesías, es una nueva invitación, pero esta vez una invitación a trabajar, a luchar para construir este mundo, a seguir el camino que él siguió, "mientras esperamos -como decimos todos los domingos después del padrenuestro- la gloriosa venida de nuestro Salvador JC". Es decir, mientras esperamos el día en que la bondad de Dios llenará a todos, para siempre, de la vida plena de su Reino.

Se trata, pues, de soñar y de trabajar. De esperar y de luchar. Se trata de creer de verdad que vale la pena construir un mundo distinto. Se trata, como decía Juan Bautista en el evangelio, de convertirse. Y se trata, como decía luego a los fariseos y saduceos, de dar el fruto que pide la conversión. Y ese será el fruto: el esfuerzo por aportar lo que cada uno sea capaz para hacer realidad, humildemente, ese mundo distinto.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1980/23


3. 

a) Juan Bautista. Figura tradicional del Adviento. Juan interpela: sólo cambiando de vida abriremos una ruta al Señor que viene; tenemos que demostrar con hechos que queremos convertirnos...

Dejemos que Juan nos interpele con la rudeza de su figura y con la franqueza de su palabra incómoda. Y no temamos que rompa las oraciones de los que vienen a la celebración.

b) El Espíritu y Jesús. El Espíritu de Dios posa sobre el renuevo de Jesé: Jesús está lleno del Espíritu, su vida es docilidad al Espíritu. Por eso puede purificarnos de toda impureza y obrar en nosotros aquella renovación íntima y profunda que esperamos (y que nunca acabamos de alcanzar): sólo él bautiza "con Espíritu Santo y fuego". Juan (y todos los Juanes) bautiza sólo con agua "para que os convirtáis". Con frecuencia creemos llegar quién sabe a dónde. No: incluso demostrada con hechos, nuestra conversión no hace sino allanar la ruta para que venga el Señor.

El Adviento debe ser tiempo de docilidad y apertura al Espíritu y, por tanto, de contemplación de Jesús.

c) La obra del Espíritu. El Espíritu nos empuja a ir a fondo, a trabajar por un mundo reconciliado, donde los niños jueguen sobre el escondrijo de la serpiente. ¿Sueño paradisíaco? Las "apariencias" oponen su realismo implacable: una humanidad en guerra; una naturaleza que, incluso dominada por el hombre, nos hace sentir su hostilidad (pensemos en el problema ecológico o en los terremotos en las grandes ciudades). Pero se trata solamente de una "situación absurda" a la que "otro" ha sometido el universo y nos ha sometido a nosotros, incluso poseyendo ya "las primicias del Espíritu". Pero llegará un día en que el Espíritu libere al universo de la esclavitud y en que nos haga plenamente hijos (Rm/08/18-25). Entretanto, el Espíritu empuja al renuevo de Jesé, no sólo a acoger a todos (segunda lectura) sino también a hacer justicia a los desvalidos y a los pobres, a herir al violento y a matar al impío (primera lectura). Por este camino se llega allí. Debemos tomarnos seriamente la vida y la historia, no abandonar jamás la tarea ni la esperanza, hasta que el país esté lleno "de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar". Sólo así demostraremos con hechos que queremos convertirnos y abriremos -en nuestra vida, en nuestra sociedad, en la historia- una ruta por donde el Señor vaya haciendo realidad la reconciliación definitiva.

d) La justicia que se acerca. El Reino de los cielos está cerca. El Señor está aquí, a las puertas. Tiene el bieldo en la mano y aplica el hacha a la raíz del árbol. ¿Nos refugiaremos en la justicia de los fariseos (cumplimiento legalista estricto y puntilloso) o en la de los saduceos (adaptación a las costumbres vigentes, buen entendimiento con los poderes establecidos)? ¡Ya no son válidos! Cambiad de pensamiento y de vida, dad frutos de otra justicia, "¡raza de víboras!". Todos nuestros montajes, tan trabajosamente conseguidos, tiemblan y caen y nos hallamos desnudos ante el Señor que viene.

e)La esperanza. No podemos sino fiarnos del Señor: esperar "la gloriosa venida de nuestro Salvador JC". Es la gran esperanza. La lectura de las Escrituras, la celebración de cada domingo, nos ayudan a mantenerla: nos dan fuerza para seguir luchando (y demostrar, así, con hechos, que queremos convertirnos) y consuelo en el cansancio, el abatimiento, el desánimo que se apodera de nosotros (nos renuevan interiormente). Porque el Señor viene, viene continuamente. El Adviento nos hace presente este horizonte definitivo. ¿Y podríamos esperar un juez mejor que aquel que compartió en todo nuestra condición?

J. TOTOSAUS
MISA DOMINIACL 1980/23


4. CV/ADV:

Preparar los caminos del Señor. El Espíritu está sobre él y en él se confirman las promesas

Esta voz que grita en el desierto resonará hasta el final de los tiempos. Siempre habrá que convertirse, el trabajo de la conversión no acaba nunca. No es suficiente el pertenecer a una raza cristiana, como no era suficiente tener por padre a Abrahán.

Hay que dar el fruto que pide la conversión. Esta conversión para el perdón de los pecados está unida íntimamente al bautismo, bautismo de Juan que lleva a la conversión y bautismo de Cristo que es bautismo en fuego y Espíritu Santo, bautismo que hace que renazcamos según Dios y que nos reúne en el pueblo de Dios.

La urgencia de la conversión y el bautismo de purificación queda duramente subrayado por Juan: "(El Señor) tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga".

La imagen es fuerte y significativa: es difícil ignorar la advertencia de Juan y cerrar los oídos. Preparar el camino del Señor supone, pues, un constante esfuerzo de conversión: "Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego.

Pero, de hecho, ¿qué significa "convertirse"? San Pablo nos da una idea del punto de partida de toda conversión: Es la perseverancia y el coraje de estar de acuerdo entre nosotros según el espíritu de Cristo Jesús. Esa es la enseñanza concreta de Pablo a la Iglesia que comienza. Debemos acogernos mutuamente como hemos sido acogidos por Cristo. A partir de ahí podemos realizar otro objetivo de nuestra conversión: alabar a Dios, es decir, volver a encontrar el motivo esencial de la creación del mundo y del hombre. Cristo, que se hizo servidor de los judíos, es garantía de la promesa hecha a nuestros padres: en la conversión, gracias a la misericordia de Dios, incluso los gentiles son capaces de dar gloria a Dios. La conversión es poder cantar al Señor: "Te alabare en medio de los gentiles y cantaré tu nombre".

Por lo tanto, Jesús es para nosotros, según la carta a los romanos, la garantía de nuestra salvación, es decir, de nuestra posibilidad de alabar a Dios.

Esta es nuestra esperanza y hay que mantenerse en la perseverancia y coraje que nos dan las Escrituras. Esperamos así la salvación de todos los hombres, al ser todos capaces de dar gloria a Dios.

Por eso el sacramento de la Penitencia es un acto de culto.

Signo eficaz de conversión, es un canto de alabanza a Dios por su misericordia, por habernos enviado a su Hijo que ha logrado la obra de nuestra salvación haciéndonos capaces de alabar la gloria del Padre. La conversión no es únicamente curación y vuelta a un cierto equilibrio psicológico, es, sobre todo, posibilidad de recobrar un puesto en el concierto de alabanza de la creación a la gloria del Padre.

Quien hace posible esta conversión del mundo y del hombre es el Mesías, sobre quien reposa el Espíritu del Señor.

"Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura". Marcado por el Espíritu del Señor con sus dones de sabiduría, discernimiento, consejo, fuerza, conocimiento, temor, restablecerá con justicia la unidad en el mundo. Es el poema de la edad de oro que ya hemos tenido ocasión de comentar anteriormente. El salmo responsorial 71 desea a este Mesías: "Que su nombre sea eterno y su fama dure como el sol; que él sea la bendici6n de todos los pueblos y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra".

Esta edad que es de oro a pesar de las apariencias, la vivimos en la fe. Ya ha comenzado. Y ahí está nuestro problema. Pues, ¿cómo podemos ver la edad de oro en este mundo desamparado en el que se mezclan iniciativas admirables y voluntades aberrantes? Sin embargo, la Buena Noticia, se anuncia a los pobres, los ciegos ven, los muertos resucitan, la Iglesia opera todos sus prodigios en el orden espiritual. Mirada de fe, esperanza en la fe, son las únicas actitudes que pueden hacernos ver la presencia de la edad de oro iniciada ya. El Adviento es el tiempo del optimismo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 113 ss.


5. CV/QUÉ-ES:

Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos /Mt/03/02 Convertíos porque el Reino de Dios está cerca, nos repite Juan el Bautista.

Convertíos porque Dios está cerca. Si Dios viene a nosotros, tenemos que cambiar radicalmente. Nunca estamos preparados para recibir a Dios. Juan era un signo vivo de conversión y preparación: su ejemplo, su palabra, sus gestos. El hombre que venía del desierto entrañaba un estilo de vida nuevo. Era un hombre quemado por el fuego del Espíritu; era el hombre que se alimentaba de Espíritu y de esperanza; era el hombre de la verdad y la justicia; era un hombre que creía en el poder de Dios.

Y Dios puede «sacar hijos de Abraham de las piedras»; puede hacer que el corazón de piedra se convierta en corazón de carne; puede hacer que del tronco seco broten retoños nuevos; puede hacer que el árbol estéril se llene de buenos frutos y puede regalarnos a todos juventud, «alegrar nuestra juventud» (Sal 42, 4).

Convertirse no es un simple retoque de estilo, es un cambio radical del ser; convertirse es dejar de vivir para las cosas, para sí mismo, y empezar a vivir para Dios. Que el punto de referencia, el centro de interés, la motivación primera y la finalidad última, no sean tus gustos o tus intereses, no sea nada ni nadie, ni tú mismo, sino solamente Dios.

-Hacia la profundidad del ser

Pero Dios es la profundidad del ser. Convertirse a Dios es convertirse a lo mejor y más profundo de ti mismo. Dios es amor. Convertirse a Dios es vivir en y para el amor. Dios es libertad. Convertirse a Dios es empezar a ser libre en el amor. Dios es vida. Convertirse a Dios es llenarse de frutos. Dios es alegría interminable. Convertirse a Dios es gozar de la verdadera felicidad.

Si en vez de vivir para Dios, que es la fuente del ser y la alegría, te dedicas a vivir para las cosas -el tener sobre el ser-, entonces te sentirás insatisfecho, cada vez mas vacío, vivirás alienado y esclavizado, no serás feliz, no serás.

Pero si te conviertes a Dios, no sólo serás feliz, sino que te realizarás mejor, serás más tú, serás más, serás. Dios no viene a quitarte nada, sino a regalarte todo. Quiere regalarse El mismo, y a la vez regalarte tu propia identidad. Lo que eres tú mismo aún no lo has descubierto, pero Dios te lo manifestará. Te vas a definir mejor por lo que serás que por lo que eres. Y Dios, el Dios del futuro, no sólo te perdona lo que has sido y lo que eres, sino que te regala eso que estás llamado a ser. Entonces, convertirse a Dios es convertirse a sí mismo, a eso más íntimo y a eso más elevado que hay en ti, a tu mejor realidad y a tu mejor esperanza. Es convertirse a la verdad de la vida, a la verdad del amor.

-¿Huyes de ti mismo?

Dios viene a ti y tú huyes de El, pero la verdad es que estás huyendo de ti mismo. Dios está cerca, pero tú te alejas. No huyas tanto, que Dios corre más. Dios quiere entrar en tu casa y quedarse contigo. No pide tus méritos, sino tu fe, tu hospitalidad. Abre confiadamente todas tus puertas a Dios. No temas, Dios viene con agua, con fuego y con Espíritu. Es lo que necesitas para llenarte de vida. Conviértete. Báñate en Dios y serás un hombre nuevo.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. Partimos de una realidad deteriorada, la vejez del mundo, el viejo tronco de Jesé. No es difícil enumerar los males, las arrugas de esta sociedad nuestra: tantas injusticias, tantas esclavitudes, tanto vacío, tanto vicio, tanta falta de valores. Es como si a este gran organismo le faltase el alma. Los males son tan profundos y extendidos que, humanamente hablando, podríamos desesperar.

2. Pero la palabra de Dios viene en nuestra ayuda. Hay una promesa constante de salvación. Nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habite la justicia y la paz. De los troncos viejos pueden florecer renuevos. Esta esperanza nosotros hemos de trabajarla. Nosotros estamos llamados a renovar y purificar la sociedad, a ser el alma del mundo.

3. Pero tenemos que empezar por renovarnos a nosotros mismos. Es la llamada a la conversión, a cambiar nuestros pensamientos y actitudes, a bautizarnos en el fuego del Espíritu.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 45 s.


6.

"EI Reino de Dios está cerca". Esta fue la buena noticia que nos empezó a decir el Hijo de Dios cuando vino a nosotros. Hoy la podemos seguir repitiendo en muchos sentidos. El Reino de Dios está cerca. Dios está cerca. No sólo por la Navidad, sino porque siempre está cerca.

Supone para nosotros, ante todo, una inmensa alegría. Porque llegarán a nosotros irradiaciones de la dichosa bienaventuranza divina. Nos llegará algo de su paz, de su justicia, de su bondad, de su amor. Nos llegará algo de Dios.

Supone también una dulce esperanza. Nada más gozoso nos puede suceder. Vamos a ir repasando los valores del Reino que nos esperan. Y vamos a desearlos cada vez con más fuerza. Y vamos a pedir y a urgir para que se adelante su venida. Estamos ya cansados de otros reinos y otros Estados. Si hubiera que votar, lo haríamos por unanimidad por el Reino de Dios.

Supone, al fin, un gran compromiso. Para que el Reino de Dios llegue necesita un ambiente y unas circunstancias adecuadas. ¿Cómo puede venir el Reino de la paz, mientras haya entre nosotros violencias? ¿Cómo puede llegar el Reino del amor, mientras se acumulan las injusticias, los egoísmos, las divisiones? Debemos preparar el Reino de Dios en dos niveles: personal y social, interno y externo. Es la necesidad de la conversión. Por eso, este encuentro de oración, esta celebración penitencial.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Pág. 92


7.

Preparad el camino del Señor

La predicación del Bautista es presentada como el grito de los antiguos profetas. La esperanza del Mesías Salvador de Israel hay que ponerla en Jesús de Nazaret. Por eso hemos de prepararle el camino. Dios hace ya tiempo que ha preparado ese camino. El tronco de Jesé echará un renuevo, a pesar de todo (1. lectura). Preparar el camino del Señor, allanar sus senderos, querrá decir, pues, cooperar en la obra de Dios. Por eso no han de asustarnos las palabras utópicas de las lecturas proféticas de estos días. Son más que poesía. Son profecía. Nadie podrá oponerse a la salvación de Dios. Eso nos da pie para entrar en la reflexión que sigue.

Todos verán la salvación de Dios

El Reino de Dios se abre paso con fuerza y está destinado a todo el mundo. El destino universal de la salvación de Dios se manifiesta ya desde los inicios, a pesar de haberse circunscrito en un primer momento al pueblo de Israel. Conviene, pues, recordar a menudo este principio: "Todos verán la salvación de Dios". Y hemos de saber que el verbo ver, aquí no sólo significa ser testigos, sino también ser destinatarios: veremos la salvación de Dios, significa que seremos realmente salvados.

Podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar

Esta idea que acabamos de apuntar queda también expresada en el primer prefacio de Adviento, que por eso mismo sugerimos que sería muy oportuno proclamarlo este domingo. Allí se afirma: "Cristo, Señor nuestro... al venir por vez primera... realizó el plan de salvación trazado desde antiguo...; cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria... podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar". Una síntesis de la espiritualidad del tiempo de Adviento. Esperamos que un día se haga realidad lo que ahora no lo es -"habitará el lobo con el cordero..."-. Más aún: creemos, ya ahora, que puede empezar a ser realidad. Y por eso ponemos todo nuestro esfuerzo para que así sea, aquí y ahora. Así lo hizo san Juan Bautista, y como él tantos profetas que han dado con su vida testimonio de la verdad. Con nuestra conversión haremos que realmente se acerque la venida del Reino. "Venga a nosotros tu Reino". Así lo pediremos, también hoy como siempre, en la oración del Padrenuestro.

J. BABURÉS
MISA DOMINICAL 1995/15


8. 2. Panorama político en el que aparece Jesús

El evangelio es un mensaje histórico y relacionado con la historia de los hombres. Para comprenderlo es necesario situarlo en el contexto político de su época, como hace Lc/03/01-02).

Los años que transcurren durante la vida de Jesús y el desarrollo del cristianismo primitivo son muy críticos y dramáticos para el pueblo judío. Palestina había caído en poder de los romanos (años 65-63 antes de Cristo) y declarada provincia romana en unidad con Siria. Pero los judíos no aceptaban esta dominación cuyo signo era el pago del impuesto por medio de los publicanos, originándose una sorda resistencia que degenerará en la rebelión y el desastre final de la nación el año 70 de nuestra era.

La esperanza de un mesías político que liberara a la nación de esta dominación coincide con la presencia de Jesús, que se verá envuelto en un proceso religioso-político, que terminará con El en la cruz.

Hacia el año 37 antes de Cristo, Herodes el Grande, que era de Idumea (pueblo al sur de Judea) y, por tanto, extranjero, obtiene de Roma el título de "rey" y gobierna despóticamente hasta el año 4 antes de Cristo. (Como Jesús nació durante su mandato, tendría de cuatro a seis años más de los "treinta" [/Lc/03/23] que se le atribuyen cuando comenzó su vida pública.)

Antes de morir, Herodes reparte su reino entre sus tres hijos: Arquelao, Herodes Antipas y Filipo. Arquelao hereda Judea, Samaría e Idumea. A causa de su crueldad, Roma lo destituye y coloca en su lugar a un procurador romano, dependiente de Siria.

Herodes Antipas hereda Galilea y Perea. Será depuesto y deportado el año 39. Filipo gobernará la zona de mayoría pagana, por lo que se mezclará muy poco en las cuestiones judías. Es el único que ejerce su mandato hasta su muerte (año 34).

Los sacerdotes, conductores religiosos del pueblo, formaban una verdadera casta cerrada, dirigidos por el sumo sacerdote, figura clave y muy mezclada con la política. El evangelio nos recuerda dos nombres: Anás, que ejerció sus funciones de los años 6 al 15; Caifás, su yerno, entre los años 18 y 36.

El Sanedrín, creado unos dos siglos antes, era el Tribunal Supremo de justicia, compuesto por setenta miembros, sacerdotes y civiles. Estaba dirigido por el sumo sacerdote y se subdividía en tres grupos: los sumos sacerdotes y los jefes de las familias sacerdotales; los ancianos, que constituían la nobleza civil, y los escribas o doctores de la ley. Ejercía una especie de gobierno interno de los judíos dentro de ciertas normas fijadas por Roma.

A nivel político, los judíos se agrupaban en cuatro partidos, con posiciones muy distintas respecto a las relaciones con Roma.

Los fariseos -conservadores- formaban el partido más numeroso y de arraigo popular. Con mentalidad esencialmente religioso-política, eran instruidos y devotos cumplidores de toda la Ley, a la que habían añadido infinidad de prácticas que, muchas veces, ocultaban una profunda hipocresía (Mt 23). Eran nacionalistas, enemigos declarados tanto de los romanos y del tributo como de los reyes extranjeros de la dinastía herodiana. Después de la destrucción de Jerusalén, seguirán orientando al pueblo disperso en las sinagogas.

Los saduceos -liberales- constituían el partido de los sacerdotes y seglares aristocráticos y terratenientes. Dueños del poder, eran partidarios del pacto con los romanos. Lograron evitar las insurrecciones hasta el año 66, en que fueron desbordados por la revuelta. Tras la destrucción de Jerusalén perdieron definitivamente su influencia. En el aspecto religioso eran poco propensos a los dogmas, aceptando solamente la ley escrita en el Pentateuco.

Los herodianos -monárquicos- eran un grupo minoritario, amigos y partidarios de los reyes de la línea de Herodes y opuestos a toda sublevación contra Roma.

Los zelotes -movimiento de resistencia armada- estaban en permanente lucha contra los romanos. Actuaban en la clandestinidad en forma de guerrillas. Tenían mucha fuerza, sobre todo en Galilea, patria de casi todos los apóstoles. Parece que alguno de ellos procedía de este grupo. Desataron la guerra abierta a Roma el año 66, siendo derrotados.

Es fácil comprender la delicada situación de Jesús en un panorama político tan complejo y propenso a la guerra liberadora bajo la dirección del "mesías", cuya expectación estaba muy extendida entonces. Desde un comienzo, el cristianismo se encuentra bajo el signo de la confusión entre la liberación político-religiosa y la liberación interior, propiciada por Jesús, que no se inmiscuye en las opciones políticas de sus seguidores, pero que separa sin ninguna duda ambos terrenos. Todo esto explica el que Jesús evitara el título de Mesías y prefiriera el de Hijo del Hombre, y que tardara tanto en ser comprendido por sus discípulos más íntimos.

Existían otros tres grupos relacionados con el evangelio: los esenios -monjes judíos-, que vivían en comunidad y llevaban una intensa vida ascética; los samaritanos y los gentiles -no judíos-.

3. Los protagonistas de la historia

La historia, la que está en los libros y se aprende en las escuelas y universidades, es la de los vencedores; y la de los reyes, presidentes y papas. Con su poder logran que la historia se escriba a su gusto. Tenemos en España un hecho reciente con el franquismo y la guerra civil. Los vencedores y reyes figuran como protagonistas, aparecen como autores de grandes gestas. La misma historia de la Iglesia se limita, casi en general, al estudio de los sucesivos papas. Los vencidos sólo figuran como fondo, para resaltar la "grandeza" de los vencedores, aunque tuvieran razón.

Y el gran vencido, hasta la fecha, ha sido siempre el pueblo, la clase social pobre, la base: las guerras las preparan los poderosos para defender sus intereses y privilegios -siempre contrarios a los del pueblo-, y en ellas los que mueren son del pueblo, la "carne de cañón".

Así, el verdadero protagonista de la historia, el autor de todos los verdaderos grandes acontecimientos, el pueblo sencillo trabajador y luchador, aparece sólo como comparsa de los que por la fuerza bruta -normalmente- se han apoderado del poder o han llegado a él democráticamente.

Cuando Lucas quiere situar en la historia a Jesús, comenzando por situar a Juan Bautista, que le sirve de entrada, lo hace de la forma usual entre los escritores de su tiempo, servidores más o menos conscientes del poder establecido, que consiste en dar una pequeña lista de los vencedores de entonces, de los que mandaban e imponían su parecer, de los que tenían el poder en sus manos y deslumbraban a las miradas poco profundas. Es la manera burguesa de ver y de escribir la historia.

Lucas sitúa dentro de la historia universal los acontecimientos que va a relatar. Situándolos en la historia universal, nos indica que estos acontecimientos interesan a toda la humanidad, que la Persona de Jesús de Nazaret concierne a todos los hombres, que todos debemos interesarnos en El o que, por lo menos, todos estamos invitados a hacerlo. Lucas incluye, en un cortejo solemne, a todos los grandes dictadores romanos y judíos del tiempo de Jesús. Sin olvidar a Anás y Caifás, sumos sacerdotes, pertenecientes a una de las familias más ricas de Jerusalén. Y a todos los subordina a la acción modesta y eficaz de Dios.

Realmente un cuadro sombrío. Los podemos imaginar, aunque nunca estuvieron todos juntos, en la tribuna presidencial de algún desfile o acto oficial o religioso. "En el año quince..." Tiberio... Herodes... A ninguno se le presentó la palabra de Dios. Estos "grandes personajes" vivían en las ciudades y ejercían su poder desde ellas. Están muy instalados, incapacitados para entender algo que merezca la pena. Anás y Caifás... Lo lógico sería que a ellos viniera la Palabra... Pero no, ya lo saben todo y, por ello, no esperan nada.

Los planes de Dios son otros, su historia sigue otros caminos. No estaría mal que los cristianos, tan dados al triunfalismo y al culto a la persona, nos convenciéramos de ello y obráramos en consecuencia.

Dios comunica su Palabra a quien quiere. Esta llega por caminos de encarnación y desde los pobres de la tierra. A ninguna de las personalidades reconocidas y respetadas se dirigió Dios. ¿Por qué va a ser distinto ahora, siendo las condiciones tan semejantes?

4. Juan predica en el desierto

La palabra de Dios nace de dentro, es un don del Padre. Para descubrirla es necesaria la oración. En ella podemos penetrar en esas "regiones" donde habita Dios; en ella vamos construyendo nuestra verdadera vida de paz, de alegría, de amor, de lucha.... sean cuales sean las circunstancias en que nos hallemos. Es en esos momentos de oración, en los que aparentemente nada sucede, donde el hombre se va construyendo interiormente. Para el creyente, orar es penetrar en el espacio de Dios -un Dios cercano, que está en nuestro interior más íntimamente que nosotros mismos, que está interesado en nuestra vida y en nuestros problemas-, es sumergirnos en la fuente de la vida y de la alegría, es recuperar siempre la paz, es acceder al lugar donde todo adquiere consistencia y sentido. La oración no significa pasividad ni evasión de responsabilidades. Nos lo recuerda Juan Bautista con su vida.

JBTA/QUIEN-ES:¿Quién es Juan Bautista? Es un hombre que busca, porque está insatisfecho de sí mismo y de la sociedad en que vive. Un hombre íntegro que se jugó la vida por una causa, a pesar de sus dudas y temores. Un profeta, el mayor de todos: austero, inquieto, que gritó a todos sus simples y estridentes verdades. Un hombre al que le preocupaba la vida de su pueblo, oprimido religiosa y políticamente, en una época en que los intereses de algunos se hacían pasar por intereses de Dios -¿nos suena?-.

Juan es un hombre del "desierto": todo lugar árido y poco habitado. En el desierto tenían su lugar todos los grupos que rehusaban el poder establecido en Jerusalén y en el templo. Se esperaba que de él vendría el Mesías. Era el lugar del encuentro con el Dios liberador, de organizarse junto a El.

Para los esenios, que querían manifestar su rechazo a todo el sistema establecido buscando una vida comunitaria, silenciosa, dedicada a la oración y al trabajo, preparando así la venida del Mesías justiciero, el desierto era el lugar ideal para su retiro, el lugar del combate personal y comunitario contra todo lo que pervierte el corazón del hombre. Para los zelotes, decididos a la lucha armada contra los romanos invasores y los judíos vendidos a ellos, el desierto era un buen lugar de escondite, de reunión y de reflexión. Allí se llenaban del celo de la ley, que era una ley de justicia y liberación.

A Juan Bautista, hombre del desierto, hombre solitario que vivía lejos de los centros de poder y de las cátedras de la ciencia, que no era brillante en nada, le llega un mensaje de Dios. Y escuchó y acogió ese mensaje, que fue creciendo en él hasta convertirse en el objetivo de su vida. Se pone a hablar públicamente en nombre y por encargo de Dios. Es un profeta; por eso no murió en la cama. El opresor le cortó la cabeza por decir la verdad, que es lo que más nos molesta a todos. Así mueren los verdaderos profetas: bajo el hacha, en la cruz, acribillados a tiros o dejados de lado para que se pudran en la marginación. Pero también por ser profeta sus palabras llegan todavía a nosotros después de dos mil años. Surge del único sitio posible.

En nombre y por encargo de Dios también hablaban Anás y Caifás y todos los que les rodeaban. Cada vez que aparece la palabra "Dios" deberíamos reflexionar: ¿de qué Dios se habla? ¿Qué características tiene?

Juan es levita, debía estar en el templo. Pero Juan no es hombre de templos, sino de desiertos, la región preferida de los ascetas. Juan ha orientado su vida bajo el signo de la austeridad y convoca al pueblo al desierto. Desea la transformación radical de la sociedad. Transformación que consistirá en "elevar" lo pequeño y en "descender" lo grande, consistirá en la necesaria desaparición de las clases sociales. Recibió el mayor elogio de Jesús por valiente (Mt 11,11).

Juan predica en el desierto. Retira a la gente de la ciudad para tomar distancia de la vida que oprime y poder así verla mejor. Obliga a la gente a mirar su propia vida y su propia historia desde el desierto: sin prejuicios, sin defensas, sin intereses bastardos. En el desierto el aire es limpio, transparente, sin los humos de los egoísmos y de las violencias. En el desierto el hombre se enfrenta consigo mismo.

"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". ¡Qué desniveles más profundos en nuestro mundo! ¿Quién podrá allanar estos caminos para que sean de salvación? Los fariseos -los de ayer y los de hoy- exigen un cambio, pero siempre dentro del esquema actual, al que no tocan para nada. Todo cambio lo transforman en un adecuarse más y mejor al sistema, cuyas leyes fijan hasta el último detalle. Cambian lo externo: algunas fórmulas y ritos de los sacramentos, la edad de la confirmación..., pero el corazón del "creyente" sigue ajeno al seguimiento de Jesús.

¿De qué sirve el cumplimiento de ritos y leyes si el corazón está lejos de Dios? (Mt 15,8).

Las imágenes, poéticas, son expresiones tomadas de la realidad del desierto y del camino: montes, colinas, valles, terreno escabroso... Son para nosotros las estructuras del mal, de la opresión, de la injusticia. Son el pecado, la ambición, el orgullo, el egoísmo... Cosas todas ellas que tienen que cambiarse si creemos de una forma eficaz en Jesús. De lo contrario, la fe sería inútil.

Solamente en medio de las preocupaciones, las luchas y las alegrías de cada día podemos seguir el camino de Jesús; y es únicamente valorando las cosas verdaderas de la tierra -como Jesús las valoraba y nunca con otros criterios- como tendremos el corazón puesto en las cosas de Dios.

En el desierto se prepara Juan para su misión. Lejos de los hombres, en la proximidad de Dios, va descubriendo su quehacer futuro.

En Israel, el sacerdocio se propaga por generación; correspondía a la tribu de Leví. Juan es sacerdote como su padre, pero realizará este servicio de modo muy diferente que Zacarías.

Tengo la impresión que el sacerdocio actual está demasiado cerca del sacerdocio que se practicaba en el templo y del que también prescindió Jesús, único sacerdote según la carta a los Hebreos.

Juan y Jesús son profetas, especie rara entre nosotros, en que es enorme el peso de las costumbres. Es cómodo vivir rodeados de cosas, hábitos y modos de actuar que llegamos a considerar intocables. En nuestro trato con los demás nos rodeamos de unas normas, llamadas de educación, que nos defienden de los otros y nos permiten hacer nuestra vida; de unas ideas, normalmente poco fundamentadas y que nunca ponemos en crisis, que son todo nuestro bagaje intelectual. Desde esta posición lo juzgamos todo.

Este modo de vivir nos da seguridad. Y para mantenerla somos capaces de sacrificar todo anhelo de superación personal y de deseo de verdadera comunicación con los demás. Por ejemplo: ahora se presume de ser libres en las modas, en las diversiones, en las opciones... Pero ¡qué raro!: todos hacemos lo mismo (todos, no; la mayoría).

Todo lo que ponga en peligro nuestra seguridad nos molesta. Nuestro mayor deseo es la continuación tranquila de este nuestro "ir tirando".

No, ¡no queremos la transformación del mundo ni la de nosotros mismos! Parece que el evangelio nunca se ha encarnado profundamente en alguna parte, a pesar de llevar veinte siglos llamándonos cristianos -con excepción de los primeros siglos-. ¿Dónde y cuándo se puede decir que las opciones humanas se han inspirado en las bienaventuranzas? Estas van a contrapelo del hombre superficial de toda época. Pero conectan con las ilusiones humanas más profundas. Hemos convertido el cristianismo en una religión más, preocupada por los dogmas, por la ortodoxia, por el culto y por la autoridad, pero no por la vida concreta de los hombres que viven a nuestro lado.

El cristianismo no es una religión más, ni una ideología, ni unos dogmas..., sino una persona: Jesús de Nazaret, que fue asesinado y resucitó, y está en el mundo encarnado en todos los hombres. Por ser una persona viva, no la podemos "meter" en ningún molde prefabricado. Tenemos que irlo descubriendo y encontrando para seguir buscándolo en las personas y en los acontecimientos de cada día. Y esto mientras nos dure el aliento, hasta que nos encontremos con El, cara a cara, en su Reino, que es un don de Dios, pero a cuya conquista tenemos que colaborar con nuestro esfuerzo y trabajo.

5. La difícil conversión

"Convertíos..." El hombre moderno apenas tiene conciencia de conversión a Dios, en cuanto significa disponibilidad radical y renuncia total a sí mismo.

Observemos las estructuras laborales, educativas, familiares y sociales que nos rodean y en las que nos movemos cada día. Mirémonos a nosotros mismos con una mirada honesta y objetiva.

En su necesidad de llenar la vida, el hombre actual recurre a la droga, a la violencia, a la pornografía... Un hombre que habla más que nunca de libertad está embarrado en la mayor de las esclavitudes: imita todos los gestos del amor, pero sin amor; imita todos los gestos de la alegría, sin alegría; se hace masa, se llena de ruidos, de diversiones prefabricadas, para olvidarse de su soledad y vacío. Intenta saciar en todo esto su sed de infinito, de nostalgia, de verdad y de comunión.

¿Podemos decir que no es actual para nosotros el "convertíos" de Juan? El tema de la conversión es central en la predicación de Juan y Jesús. La opción al reino de Dios invita al despojamiento total de sí, a la renuncia a toda forma de orgullo, a seguir dócilmente los impulsos del Espíritu. El hombre que quiera seguir a Jesús está llamado a hacer un vacío en sí mismo, a perderse de alguna manera. Sólo así podremos poner en práctica el mandamiento nuevo del amor sin fronteras, en el que se identifican el amor a Dios y al prójimo.

El término conversión supone aceptar que nos hemos equivocado de camino, reconocer nuestros límites y encomendar a Dios el cuidado de salvarnos- liberarnos. No se trata de un simple remordimiento de conciencia, de lamentar el pasado, sino de un compromiso positivo en dirección al camino ofrecido por Dios.

"Convertíos": cambiemos de mentalidad y la orientación de la vida, revisemos la escala de valores que nos llevan a actuar, derribemos todo lo que nos separa de los demás. El hombre que se convierte a Dios es restituido a la verdad de su condición humana. El centro de la conversión es el reino de Dios, no las estructuras en las que pretendemos encerrarlo. Una conversión que la Iglesia parece incapaz de lograr dentro de sí misma. Y sin ese cambio, la religión acaba inexorablemente transformándose en una estructura de poder, que hace ciegos y sordos a los gritos de los pueblos explotados, para evitar el riesgo de compartir su misma suerte. Es preferible seguir aliados con los opresores, porque siempre se puede sacar algún provecho de ellos.

"Está cerca el reino de los cielos", que pone en crisis nuestro modo de vivir. Está cerca, tan cerca que lo tenemos dentro de nuestro corazón (Lc 17,21).

RD/QUÉ-ES: Juan y Jesús anuncian el Reino como lo absoluto, a lo que debemos supeditar todo lo demás. Pero ¿qué es el reino de Dios?: no es eso que nosotros queremos que sea para no tener que seguir buscando más; no es lo que estamos viviendo tan seguros y satisfechos; no es la Iglesia con sus esquemas y derechos canónicos; no es el "humanismo cristiano" del que tanto les gusta hablar a los políticos de derechas... El reino de Dios es lo que está siempre más allá de lo que vivimos y a lo que aspiramos. Exige una conversión y un caminar constantes.

Juan en su predicación sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Predica un Mesías justiciero... y se encuentra con un "pobre y humilde de corazón" (Mt 11,29). Y queda desconcertado. Y tiene que mandar a Jesús unos discípulos a preguntarle si es El el Mesías o tiene que esperar a otro (Lc 7,20). Y encima es encarcelado y decapitado por el capricho de una niña "bien". ¡Caminos de Dios! Destino de los que se atreven a seguir a Jesús de cerca.

¿Serán las dificultades de la vida, surgidas de la lucha, una pista para discernir de alguna manera si seguimos o no a Jesús? Nosotros no nos desconcertamos ante Jesús. ¡Nos conocemos desde pequeños! Y ahí está nuestro peligro... y nuestra suerte: la cruz -consecuencia de una vida según el plan de Dios- no nos caerá encima.

La austeridad y el contenido de la predicación de Juan nos hacen descubrir que no es suficiente la religión formalista ni el linaje... La buena nueva se debe notar por una conversión nacida del fondo del corazón del hombre.

El que no tenga un compromiso concreto y serio en la vida no puede ir entendiendo el evangelio, porque a Jesús lo va encontrando el que lo busca trabajando en la transformación de la humanidad. Esa es la clave de interpretación.

¿Qué hubiéramos opinado nosotros de Juan si viviera ahora? ¿Habríamos aprobado su ruptura con la sociedad, con la religión establecida, con los hábitos de comida y vestido de su época? ¿Nos habríamos unido a aquel contestatario, que ponía en crisis todo el montaje de nuestra vida cómoda y sin compromiso, en que los valores que estamos buscando -lotería, quinielas, buena posición económica y social...- son opuestos a los que Juan y Jesús vivieron y predicaron? ¿No le hubiéramos preguntado por qué no podía vestirse como los demás, vivir como los demás, ser sacerdote como los demás, hacer todo como los demás..., seguir el ritmo cansino de los sumos sacerdotes y de las autoridades civiles? "Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre". El estilo de vida de Juan, su vestimenta y su alimentación han impresionado a Mateo y a Marcos.

Juan intenta descubrir a los hombres -descubrirnos- la vida verdadera que ha olvidado la sociedad.

Los profetas de ahora tratan de hacernos descubrir la vida que trajo Jesús y que ha aplastado nuestra civilización del consumo y de la violencia y nuestra religión de rutina. Gracias a Jesús, Juan nos aparece ahora como un gran profeta. Juan fue avalado por Jesús.

No faltan ahora los profetas, los que intentan romper con el desorden establecido, denunciándolo con valentía. Pero ¿dónde encontrar a la persona capaz de expresar toda la riqueza que lleva consigo ese inconformismo? Las personas acomodadas -en nuestra sociedad suelen llamarse cristianas- se quedarían sorprendidas al ver de nuevo surgir de ese ambiente tan poco recomendable a la mayoría de los discípulos de Jesús. Piensan que aquello sucedió hace muchos siglos y que ahora sería distinto. Son demasiado clasistas y tienen demasiadas cosas que defender para poder entender una palabra. ¿Nos damos cuenta de que continuamente está brotando de las páginas del evangelio de Jesús el Magnificat de María?

Sólo aquel que esté dispuesto a responder desde lo profundo de su vida a la llamada de Dios, sólo aquel que viva abierto a lo que Dios le pueda pedir, sin querer defender nada personal, sólo ése irá entendiendo y comulgando con esta gran esperanza que trastoca todos nuestros pensamientos.

La voz del Bautista es incómoda: nos invita a un cambio de mentalidad y de vida, nos invita a una opción. Por eso es raro el que la escucha y la pone en práctica. La dejamos escapar. Tenemos demasiadas cosas que hacer: puestos influyentes, posesiones, asegurar nuestro futuro y el de nuestros hijos, quedar bien... Hasta la misma "profesión" de proclamar la palabra de Dios se convierte en pretexto para no escucharla.

La salvación viene siempre de una palabra de Dios. Pero es preciso verse reducido al vacío, a la soledad, al destierro, a la miseria más absoluta, para apoyarse sin condiciones en esa palabra de Dios. Estamos demasiado llenos y contentos de nosotros mismos para abrirnos a la esperanza del Padre.

La predicación de Juan nos llama a volvernos a Jesús, a convertirnos. Pero tenemos que reconocernos ciegos, sordos, paralíticos, para poder verlo, oírlo y caminar con El. Los sanos, los "decentes"..., se quedarán siempre insensibles; nunca entenderán nada. El desierto, donde Juan recibió y comunicó su mensaje, es el símbolo de la pobreza que debe tener el hombre que se acerca a Jesús. Sólo desde los pobres puede seguir viniendo la salvación de Dios.

6. Convertirse es descubrir otras dimensiones CV/NECESIDAD:

No se puede escuchar la buena noticia sin haber hecho antes penitencia, como no se puede ser libre sin haber roto antes las "cadenas"; ni podemos vivir de verdad sin haber madurado en el sufrimiento. Para llegar a la verdadera vida es necesario pasar por la conversión; y Juan Bautista lo sabe. Una conversión que no se centra en ayunos y abstinencias. Juan, en la mejor línea profética, sólo exige justicia y amor. No ayunar, sino compartir; no llorar, sino cambiar; no lamentarse de que todo está mal, sino luchar para que todo esté bien...

Tenemos que escuchar la palabra de los profetas, palabra dura, y ponerla en práctica, para llegar a la vida. El profeta habla de despojo y comunión, de respeto y justicia, de amor y de un bautismo de "Espíritu Santo y fuego".

Pero los hombres somos seres muy extraños: discutimos, nos peleamos por conseguir lo que la sociedad nos presenta como nuestros bienes. ¡Sin sospechar que existen innumerables bienes mucho más verdaderos! Bastaría un poco de fantasía y de esfuerzo para comprobar que la vida no se acaba ni se realiza en esos bienes; para descubrir que no son ni bienes. ¡Cuándo descubriremos que lo que realmente merece la pena no se compra con dinero: el amor, la libertad, la paz, la justicia...! ¡Son gratis!

Y, sin embargo, enfrentamientos alrededor de los mismos "pozos": poder, tener, valer, subir, gozar, aparentar, dominar, recibir... Descuidando todo lo demás. ¡Así nos va! Los hombres somos animales de costumbres, tropezamos todos en los mismos escollos, estamos convencidos del vacío de muchas cosas que intentamos en la vida -lo vemos claro cuando reflexionamos o esas cosas nos van mal-, y seguimos obrando lo mismo. Y así, no hacemos más que lamentarnos: "¡No sé para qué vivimos!, ¡es mejor no pensar!, ¡he perdido la alegría y la ilusión!..."

Haber perdido la alegría y la ilusión no es un desastre irreparable. ¡Hay tanta alegría e ilusiones inutilizadas por ahí que nadie quiere! Basta empeñarse un poco en buscarlas. Algún día -la mayoría después de su muerte- nos daremos cuenta, con sorpresa, de que la mayor parte de reservas de alegría y las más grandes ilusiones existentes sobre la tierra están casi intactas. Nuestra vida sería un anticipo del paraíso si tuviéramos los ojos un poco más abiertos.

¿Dónde encontrar la ilusión, la alegría, la esperanza? ¿Dónde la hemos buscado hasta ahora? Ahí está el problema. Nos hemos empeñado en buscarlas en "cisternas rotas", según la expresión bíblica. Y después de largas esperas, de grandes sufrimientos y fatigas, hemos logrado algunas gotas, absolutamente desproporcionadas a nuestra sed... Y seguimos empeñados en lo mismo. ¿Seguiremos?

Hemos de convertirnos. El cristianismo conduce a la posesión de lo que habíamos buscado en un lugar equivocado. El cristianismo nos presenta un criterio nuevo sobre la vida, que sólo descubre el que lo va experimentando en su vida.

Dice Jesús en el sermón de la montaña (/Mt/05/01-12): "Dichosos..., dichosos..., dichosos..." ¡Nueve veces seguidas! Una dicha que no es sólo para después, para cuando alcancemos el reino de Dios. Es también para aquí, si somos pobres, limpios de corazón, mansos, misericordiosos... El Reino empieza aquí. Es el tesoro escondido y la perla fina (Mt/13/44-46).

Pero hace falta coraje, aceptar pasar por loco en una sociedad que considera "anormal" al que rechaza las reglas del juego por ella impuestas y aceptadas por la mayoría. Según la mentalidad común, está loco quien no es, quien no hace como los demás; es un desequilibrado quien no se conforma; es un alienado quien busca en otra parte. Y los que tienen esa mentalidad quieren vivir, pero se equivocan de camino. ¡Como si vivir fuera carecer de ideales verdaderos!

¿Estamos dispuestos a buscar por otra parte?, ¿a efectuar sondeos por el camino que marcan las bienaventuranzas? Se trata de probar. Precisamente de allí donde todo hace suponer que es difícil, imposible, que no vale la pena, que no se saca nada en limpio, que es demasiado arduo..., puede saltar la ilusión y la alegría de vivir. Solamente hace falta vencer la repugnancia inicial, el miedo al esfuerzo y a las consecuencias... y ponernos a trabajar. Esforzarnos por ser amigos, por hacer favores a los que nos rodean, por la comunicación, por el diálogo, por la convivencia, por el olvido de sí mismo, por la entrega, por el trabajo realizado en la fidelidad aunque nadie se dé cuenta... Veremos cuánta alegría e ilusiones insospechadas, nuevas, distintas, profundas. Veremos que es muy fácil re-encontrar la ilusión de vivir: basta con buscarla en otra parte. Hemos de convertirnos, creer en Jesús, que significa volvernos a El, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad e irlos asimilando en las actitudes fundamentales de la vida.

La voz del Bautista es incómoda en el fondo, porque nos invita a un cambio, a una opción. Quiere llevarnos a un Reino de libertad y de vida, de justicia y de amor. Convertirnos significa seguir el camino de Jesús, que pasa ahora por nuestra historia, por nuestra vida y por la vida de todos y cada uno de los hombres.

¿Qué es lo que debe cambiar en nuestra sociedad, en nuestra vida personal? La fe en un Dios que nos ama y que nos llama al don de la comunión plena con El y a la fraternidad entre todos los hombres no sólo no es ajena a la transformación del mundo, sino que conduce necesariamente a la construcción de esa fraternidad y de esa comunión en la historia.

La comunión con Dios, la fe en El, significa una vida cristiana centrada en el compromiso, concreto y creador, de servicio a la humanidad. Reflexionar sobre la presencia y el actuar del cristiano en el mundo significa salir de las fronteras visibles de la Iglesia, estar abierto al mundo entero, preocuparse por los problemas que se plantean en él, estar atentos a las incidencias de su desarrollo histórico, abriéndonos al don del reino de Dios en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad justa y fraterna...

Tenemos que encontrar la respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre la salvación o conversión y el proceso histórico de liberación del hombre? Se trata, en definitiva, de la relación entre la fe y la existencia humana, la fe y la realidad social, la fe y la acción política. O lo que es lo mismo: reino de Dios y construcción del mundo.

La política abarca y condiciona todo el quehacer del hombre. Nada escapa a lo político así entendido. La liberación de los países subdesarrollados y oprimidos, de las clases sociales y hombres expoliados, se presenta como la gran tarea de nuestra época. La construcción de una sociedad justa pasa por el enfrentamiento entre grupos humanos con intereses y opiniones distintas. El eje de todo esto será opresión-liberación-salvación.

7. Salvación-liberación y bautismo

"Todos verán la salvación de Dios" (Is 40,5). Vuelve a aparecer la nota universalista de Lucas con esta cita de Isaías. Y vuelve a aparecer, sobre todo, el tema de la salvación, presente varias veces en su evangelio, mientras está ausente en los otros dos Evangelios sinópticos.

Dios ofrece la salvación a los hombres sometidos al pecado: todos. ¿Quién puede decir que hace todo bien y que no deja de hacer nada que debería hacer? De aquí que la primera exigencia en la aceptación de la salvación sea la conversión, salir del pecado, esforzarnos por hacer siempre el bien y evitar el mal, vivir para los demás... ¿Cuál es esta "salvación de Dios" que todos verán? ¿Qué contenido tienen aquí la palabra salvación y la palabra Dios?

Leyendo los capítulos 40 al 55 de Isaías, escritos para consolar y reanimar a un pueblo que estaba en el destierro, sometido lejos de la patria, podemos darnos cuenta de que se trata de una liberación política y social, histórica, concreta, aquí en la tierra. Es la superación de toda clase de opresiones y limitaciones con la fuerza de Dios, que empuja al hombre hacia una felicidad propia de él.

SV/RELI-BURGUESA/LBC 

La religiosidad burguesa que nos envuelve ha dado a la palabra salvación un sentido de encuentro con Dios en la otra vida, en el otro mundo; un sentido íntimo y espiritual de cada uno con Dios, lejos de lo terreno.

Por eso, las comunidades que viven la fe en un compromiso de lucha al lado de los explotados de la tierra y quieren llegar a una sociedad sin clases prefieren no usar la palabra "salvación" y sustituirla por la de "liberación".

Ser cristiano es aceptar y vivir solidariamente la fe, la esperanza y el amor, el sentido genuino de la palabra de Jesús y el encuentro con El en el devenir histórico de la humanidad, en marcha hacia la comunión total. Es situarse en un contexto amplio, profundo, exigente, que abarque al mundo entero.

La Iglesia es el "sacramento" -el signo visible- de esta salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible a todos. Esa fue la voluntad de Jesús.

Este mensaje universalista debería llevarnos a revisar si tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación-liberación individual; o si convertimos o no nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, en lugar de ser proclamadoras de esta salvación universal; o si estamos transmitiendo el mensaje de Jesús muy adulterado... ¿Anhelamos la salvación? ¿Reconocemos que en nuestra sociedad y en nuestras vidas hay injusticias, desigualdades inaceptables? Sólo si reconocemos que estamos lejos de una vida verdaderamente humana estaremos dispuestos a mejorarlo todo, estaremos dispuestos a "allanar senderos".

El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas partes. ¿Es realmente el signo sensible del Niño de Belén, o de aquel Jesús que caminaba incansablemente por toda Palestina y que acabó tan mal?

La señal de que aceptamos la conversión, con todas sus consecuencias es el bautismo. Planteamiento bien distinto al que está haciendo la Iglesia. La entrada en ella exige la conversión; y el progreso en la vida pide una actitud continua de conversión: a más libertad, más verdad, más amor, más paz, más comunicación, más fe...

El bautismo de Juan no era más que un baño por inmersión en el río. Era un rito que debía significar un cambio real de vida.

E invitaba a todos. Era un gesto totalmente al margen de los ritos oficiales y sacerdotales del templo de Jerusalén. Juan desconfía y prescinde de ellos, aunque era sacerdote, como sabemos.

Juan va al encuentro del pueblo y busca ritos que expresen el sentir de las masas populares para reunirlas y ponerlas en acción cara a la venida liberadora de Dios. Su bautismo era para que la gente cambiara de mentalidad, de actitud, de manera de vivir. Sólo así el gran día de Dios que se acerca será para ellos día de liberación, porque estarán capacitados para entender la hondura del mensaje de Jesús.

Aparece el protagonista de la historia que faltaba: "la gente", la multitud. El pueblo, con sus cualidades y defectos, siempre a montones. La "masa", porque el pueblo siempre son muchos, ocupa mucho lugar.

Los gritos de castigo de los antiguos profetas, de los que Juan es continuador, iban dirigidos normalmente a los grupos altos de la sociedad, a los dirigentes religiosos y civiles, a los gobernantes.

Porque ellos eran -son- los responsables de la injusticia, ignorancia y miseria del pueblo, que Dios no quiere.

En el evangelio de Mateo, los gritos de Juan van contra los saduceos y los fariseos, responsables de la explotación económica y de la manipulación ideológica que el pueblo sufría. Lucas prefiere hablar de una liberación ofrecida a todos por igual, a todos los hombres que la necesiten y la busquen. Por ello llama a todos a un cambio de vida, a una renovación. Con palabras durísimas acusa a todos de no estar preparados para la nueva sociedad que se acerca. Porque es cierto que muchos obreros, muchos de las capas populares, por influencia de la cultura y de los valores burgueses, están cerrados en un egoísmo e indiferentismo que frena y hace muy difícil una auténtica revolución. El pueblo también debe saber hacer su autocrítica y crear un ambiente revolucionario, superando el egoísmo que la burguesía le ha inculcado.

Lucas quiere dejar bien patente que la fuerza creadora de libertad que hay en el evangelio traspasa todas las barreras nacionales y todos los prejuicios de clase o de casta. Todo hombre puede renovarse y participar en esta sociedad nueva que debemos edificar. Y a todos les pide un cambio en el orden de la justicia, en el que la norma de comportamiento siempre es mirar al otro, mirar hacia el que está más abajo, hacia el que está peor, hacia el que queda fuera del pequeño mundo en que todos tendemos a instalarnos.

8. La conversión se demuestra en el actuar "Entonces, ¿qué hacemos?"

Sólo el que está dispuesto a responder desde lo hondo de su vida a la llamada de Dios, sólo el que esté dispuesto a hacer lo que sea preciso para ser fiel a esa llamada, comulgará con la esperanza que trae Jesús y encontrará el sentido de su vida. Lucas insiste en que el cambio no debe ser únicamente de "mentalidad" o del "corazón", sino que debe centrarse en el actuar.

Y no pide a la gente que vayan mucho al templo -quizá ya iban- a ofrecer sacrificios de purificación o que hagan muchos ayunos u otras prácticas ascéticas. Les pide -nos pide- un cambio en el orden de la justicia. Y les advierte que no confíen en el hecho de ser de sangre judía, religiosos de toda la vida. Si algún pueblo o grupo se siente con derecho a decir que es el "escogido de Dios", debe demostrarlo en su vivir. Esto se ve en las respuestas concretas de Juan a las preguntas que le hacen algunos.

Y en primer lugar, algo que va para todos, aunque siempre es mucho más duro para los ricos: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo".

Hemos de repartir para ser hermanos. Aquí lo concreta en el vestido y en la comida. El compartir lo que se tiene es una actitud revolucionaria, imprescindible para hacer realmente eficaz y humano todo cambio de estructuras. ¡Cómo cambiaría el mundo si se llevara a la práctica aunque sólo fuera esta respuesta! La comunidad que Juan trata de reunir está abierta a todos los que quieran caminar por este camino. La Iglesia y cada comunidad cristiana deberíamos ser signo de este compartir. ¡Qué lejos estamos! A los "publicanos": "No exijáis más de lo establecido". En su respuesta, por las razones que sean, no aborda el problema de la licitud de los impuestos y de la dominación romana. Esta respuesta se podría aplicar hoy, creo, en el mundo de los negocios. Un mundo usurero en el que sería muy prolijo entrar ahora.

A los "militares": "No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga". Tampoco plantea la objeción de conciencia ni el ser defensores de los "desórdenes establecidos"... No es posible responder siempre a todos los aspectos de las preguntas.

La gente le interroga porque ven que Juan no parte de las leyes ya establecidas, sino de una situación nueva, que pronto va a realizarse y que hay que preparar. No sigue la moral burguesa -tenía más de seiscientos preceptos-. Anuncia un cambio radical y las actitudes sociales concretas que conducen a él. Inicia una moral revolucionaria, en la que el principio básico es el pasar de una sociedad basada en el tener a una sociedad basada en el compartir.

¿Qué es lo que la gente buscaba al ir hacia Juan? ¿Qué inquietudes las movían? ¿Detrás de qué andaban? ¿Qué ideas tenían?

Es difícil contestar a estas preguntas. Puede ser el hambre de cualquier clase, la insatisfacción, la curiosidad... De todas formas era gente que buscaba algo, que buscaba un cambio. ¿Qué buscamos nosotros?

La pregunta "¿qué hacemos?" es propia de un creyente que se ha abierto a la Buena Noticia y que quiere responder a ella en su vida. La gente pregunta qué debe hacer. Y Juan describe la conversión a una vida sencilla, sobria, de amor y de servicio, llena de respeto a los demás.

Lo que tenemos que hacer es compartir, trabajar en favor de todos los hombres. Lo podríamos resumir en dos cosas: cumplir con el propio deber -personal, familiar y social- y saber compartir lo que tenemos y somos.

Juan aclara su situación con respecto al Mesías. Reafirma su lugar secundario: "No merezco ni llevarle las sandalias".

El Bautista no perdió la cabeza. El no era el Mesías ni la Palabra: era la voz, el heraldo. Todo está ya preparado y la misión de Juan está ya cumplida. "El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego". Un bautismo que nos unirá a El para compartir su camino, que lleva a "abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas" (Is 42,7). Nos lleva a no desentendernos de ninguna lucha contra el mal.

Cuando Juan exige un bautismo, no inventa nada nuevo. Otros pueblos antiguos tenían también un rito de inmersión en las aguas como forma de purificación de los pecados y de abandono de una vida antigua para ingresar en una nueva. Pero los cristianos debemos bautizarnos, además, en el Espíritu y en el fuego. Tres elementos de la naturaleza cuyo simbolismo es importante descubrir.

AGUA/FUEGO: El agua es símbolo de vida, de transformación interior. El agua purifica, lava y destruye; penetra en la tierra y la hace germinar. Ser cristiano es como hundirse en el agua, para renacer como hombres nuevos con la vida de Cristo. El Espíritu o viento (en hebreo son lo mismo) es una fuerza misteriosa e invisible que empuja al hombre hacia adelante. Fuerza misteriosa por ser invisible. Habla, silba, susurra. A veces se transforma en huracán y lo revoluciona todo en pocos instantes, como sucedió el día de Pentecostés (He 2,1-2). El reino de Dios es obra suya. Sopla, como el viento, en el desierto, donde no hay abrigadas. ¿Cómo enterarnos de su paso si estamos atrincherados en nuestras casas y ciudades?

El fuego quema lo que no resiste su calor. Es como el juicio de Dios, que discierne entre lo verdadero y lo falso. Fuego interior capaz de destruir las sutiles mentiras con que nos defendemos. Lo trajo Jesús (Lc 12,49) para que arda, queme e ilumine. Lo malo es que los cristianos parecemos bomberos...

El fuego de Jesús da vida. Es el fuego del Espíritu que penetra cada uno de nuestros corazones y los transforma desde dentro. Es el fuego del amor del Padre, manifestado en el amor de Jesús; es el fuego que hace presente en nosotros al Espíritu de Dios. No basta el agua. Hace falta Espíritu y fuego. De nada sirve el bautismo cuando falta el cambio radical de mentalidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 155-173