AÑO
NUEVO
"Año
nuevo, vida nueva". Ya hace una semana que hemos acabado un ciclo dominical
y aún no hace ni veinticuatro horas que hacíamos lo mismo con el ciclo ferial.
Y hoy, primer domingo de Adviento, comenzamos (o retornamos porque el misterio
que celebramos no acaba nunca) un nuevo curso: la cinta del misal vuelve a las
primeras páginas, recuperamos el primer volumen de la Liturgia de las Horas,
sacamos del armario un nuevo Ieccionario dominical, el leccionario ferial vuelve
a comenzar...
Todo
esto nos indica que la Iglesia inicia, una vez más, lo que llamamos año
litúrgico, el año del Señor. Día a día, nos proclamará los sucesos
salvadores de Jesucristo, y nos introducirá sin parar en el misterio pascual de
Jesús, el misterio único y decisivo.
Por
tanto, las celebraciones de hoy tendrán un carácter doble. Por un lado, la
novedad, el nuevo inicio: cambio de color en los ornamentos, cambio de
repertorio musical, especificidad de los textos eucológicos y bíblicos, una
austeridad exterior (dejamos de cantar el himno Gloria, no se ponen flores como
adorno, no hay música instrumental... hasta la fiesta de Navidad). Por otro
lado, el reencuentro de estos mismos elementos: aquellos cantos, aquellos
textos, los gestos, que conforman, año tras año, la memoria histórica de
nuestra asamblea, y que cada año nos tendrían que sonar familiarmente nuevos.
ADVIENTO:
VENIDA
Situémonos
en el inicio del año litúrgico. Primer domingo de Adviento, primeras
vísperas, primera antífona: "Anunciad a los pueblos y decidles:
"Mirad, viene Dios, nuestro Salvador". Viene nuestro Salvador: el
Adviento es el tiempo de la venida del Señor. Una venida que es doble: la que
conmemoramos en Navidad, su nacimiento humilde e igual que todos los hombres, el
misterio de la Palabra hecha carne. Y también la venida que esperamos, "en
gloria y majestad", la venida escatológica, que marca el tiempo presente,
en que el Espíritu y la Iglesia claman: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap
22,20).
En
cada Eucaristía proclamamos esta venida: "Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús". Mientras tanto vivimos
de una presencia añorada que nunca hemos podido disfrutar abiertamente.
Esperamos verlo y verlo glorioso. Pero él ya está aquí. Viene ahora, viene
siempre; viene "ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada
acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de
la espera dichosa de su reino" (prefacio III de Adviento). Si no fuera
así, no sabríamos esperarlo.
ALERTA
Este
primer domingo de Adviento pone el acento en la venida escatológica de Cristo.
Es el cumplimiento de la promesa "hecha a la casa de Israel" (primera
lectura). Aquel día en que estamos llamados a "poseer el reino
eterno" (oración colecta), lo esperamos en la tensión de "nuestra
vida mortal" y el anhelo de "descubrir el valor de los bienes
eternos" (postcomunión).
Esta
tensión nos reclama la actitud del evangelio de hoy: "tened cuidado, (...)
estad siempre despiertos". Es necesario que estemos preparados para el
encuentro con el Señor que no se restringe al ámbito personal (a pesar de que
no lo podemos olvidar) sino que abarca el encuentro del Pueblo de Dios con su
Señor. Por eso hemos de ampliar nuestra perspectiva a todo el mundo: hacer
crecer el amor entre todos los hombres, para que "se presenten santos e
irreprensibles" el día que Jesús "vuelva acompañado de todos sus
santos" (segunda lectura).
Ésta
es la ruta del Señor, sus caminos, por los que él mismo nos ha de encaminar,
de instruir, porque es él quien nos salva (cf. salmo responsorial). Esto
implica nuestra apuesta de confianza en el Señor, el nacimiento de la
esperanza: "A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío, no
quede yo defraudado. Los que esperan en ti no quedan defraudados". (salmo
24, 1-3; canto de entrada).
JORDI
GUARDIA
MISA DOMINICAL 1997, 15 13-14
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