37 HOMILÍAS MÁS PARA ESTE DOMINGO
(27-37)

 

27.

Una llamada a convertirse al Dios de la liberación

         Las lecturas de los domingos de adviento, que hoy comenzamos, mantienen un tono general que les da unidad en torno a los ejes centrales de este tiempo litúrgico: confianza en la promesa del Señor, impregnación de nuestra vida en su palabra, vigilancia ante los signos de su presencia en nuestro mundo.

         Así, este primer domingo recuerda en la primera lectura que Dios cumplirá su promesa, garantizando al pueblo la permanencia de su palabra en medio de él: Dios suscitará el legítimo vástago de David, que implantará el derecho y la justicia en la tierra.

         La comunidad cristiana, recuerda San Pablo, vive fortalecida por la esperanza de la manifestación, celebrando la eucaristía y participando de su vida “hasta que él vuelva”. El evangelio invita, una vez más, a la vigilancia, sabiendo que la verdad de nuestra vida se medirá un día ante la verdad de Cristo.

Comentario Bíblico

Iª Lectura: Jeremías (33,14-15): El Señor es nuestra justicia

I.1. Forma parte esta hermosa lectura de los oráculos de salvación del profeta, oráculos que presentan al pueblo la restauración, oráculos de esperanza (cc. 30-33). Todos estos epígrafes encuentran su equivalencia en esos oráculos que proponían la restauración del reino del Norte, Israel y también para Judá. Quizá no responden a una etapa demasiado concreta de su vida de profeta “quemado” por la palabra de Dios. Pero un profeta no sería verdadero si además de anunciar el “juicio” no se atreviera también con la salvación y la restauración. Jeremías, asimismo, tenía alma y sensibilidad para ello. Un profeta perseguido como él siempre se atreve a ver más allá de lo que los demás ven o experimentan. Es un oráculo que se repite en su obra como podemos cotejar en Jr 23,5-6. El profeta juega con el nombre nuevo que ha de llevar el descendiente de David: “Señor, justicia nuestra” (Yhwh sidquenû), de la misma manera que Isaías 7,14 le pondrá, simbólicamente, al descendente de Acaz, “Dios con nosotros” (Inmanûel), y ya sabemos la trascendencia que ese nombre ha tenido para la teología mesiánica cristiana. Los nombres significan mucho en la Biblia y si son simbólicos con más razón.

I.2. El exhorto del profeta Jeremías reza así: el Señor es nuestra justicia. No es un título, sino el proyecto y el compromiso del Dios de la Alianza, con Israel y con todos los pueblos. Ese es el Dios que se encarna, el que hace justicia. Que es más que dar a cada uno lo que le pertenece. Esa idea de justicia (sdq) es algo pobre para el Dios de Jesucristo. Significa mucho más: Dios levanta al oprimido; hace valer al que no vale, porque a Él todos los seres humanos le importan como hijos; hace abajarse al que se ha levantado hasta las nubes sin valer, apoyándose en un poder que no le pertenece. Ese proyecto y ese compromiso divino, sin embargo, no se impone por la fuerza, como hacen los poderosos de este mundo con su estrategia preventiva, sino que se nos llama en el Adviento a considerarlo como una espera y esperanza para convertirnos a El. Así podemos precisar el primer paso del Adviento: la conversión al Dios de una justicia prodigiosa. Y la conversión es mucho mas que hacer penitencia; es un cambio de mentalidad, un cambio de rumbo en nuestra existencia, un cambio de valores. Porque cuando se cambian los valores de nuestra vida, transformamos nuestra forma de ser, de vivir y de actuar.

 

IIª Lectura: Iª Tesalonicenses (3,12-4,2): La dedicación a lo divino

II.1. Esta es una invocación de Pablo, urgido y urgiendo a la comunidad para preparase a la pronta “venida del Señor”. Hoy día no cabe duda que Pablo pensó ver este momento con sus ojos. Como la mayoría de los primeros cristianos pensaba que la “parusía”, la presencia efectiva del Señor resucitado estaba a punto de llegar. Después fue cambiando poco a poco esa mentalidad influida por un perfil apocalíptico por una visión histórica más concorde con la realidad de “transformar” el mundo y “transformarse” personalmente a imagen de Cristo, por medio del amor y de la muerte. Eso es lo que se infiere del final de esta invocación que habla de la “manifestación (parousía) de nuestro Señor Jesucristo”. Después Pablo llegaría a la conclusión personal de que esa experiencia de la manifestación había que vivirla personalmente en el momento de la muerte (cf 2Cor 4,7-15; Flp 3,7-11).

II.2. En todo caso ¿qué requiere como punto práctico?: pues una disposición que hay que tener para el día del encuentro del Señor (también expresado en lenguaje apocalíptico); un amor más grande a todos los hombres, porque esa es la forma de progresar en la santidad. Muchas veces nos preguntamos qué es ser santo. Pues aquí encontramos una buena respuesta: es vivir amando siempre, cada vez más, sin excepción, como Dios mismo hace. Por eso se le define a Él como el Santo: porque no excluye a nadie de su amor. Sin duda que el Apóstol nos habla de algo inconmensurable, utópico: ¡cuando amemos a todos los hombres! Así es la respuesta, la conversión, al Dios de la justicia, al Dios de la encarnación, al Dios de la Navidad, para lo que nos prepara el Adviento. ¿Cómo podemos, pues, vivir dedicados a Dios? Amando a todos los hombres. Esa es la dedicación del cristiano a lo divino.


Evangelio: Lucas (21,25-28.34-36): Se acerca nuestra liberación

III.1. Todos los años comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es presencia y es llegada. Es una presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. En el Primer Domingo de Adviento, "Ciclo C" del año litúrgico, que estará apoyado fundamentalmente en el evangelio de Lucas, se ofrece un mensaje lleno de fuerza, una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación. Esa es la clave de la lectura evangélica del día. No son los signos apocalípticos los que deben impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos, en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo.

III.2. Lucas también nos ha trasmitido el discurso apocalíptico en boca de Jesús (c. 21) a semejanza de lo que hace Mc 13. En Lucas comienza con una enseñanza que contrasta con la actitud de algunos que están mirando y contemplando la grandeza del templo (21,5ss). Los vv. 25-28 se centran en la famosa venida (parousía) del Hijo del hombre que ha de arrancar de los cristianos, ¡no pánico!, sino una actitud contraria: ¡levantar la cabeza, porque ese es el momento de la liberación!. Digamos que esta última expresión es propia de Lucas ante las palabras que le ha suministrado la tradición apocalíptica sobre la llegada misteriosa del Hijo del hombre. Lucas es muy conciso sobre los signos extraordinarios que acompañarán ese momento. Pero no puede sustraerse totalmente a esos signos. Y especialmente significativo es en Lucas la actitud que se ha de tener ante todo eso: vigilad (agrypneô) con la oración (v.36). Es lo propio de Lucas: la vigilancia que pide es teológica, la que mantiene abiertos los ojos del alma y de la vida. En la obra de Lucas, el talante de oración es la clave de las grandes decisiones de Jesús y de la comunidad. Y este momento que describe es clave en cada historia personal y de toda la humanidad. En definitiva, la llamada a la “vigilancia en la oración” responde muy bien a la visión cristológica del tercer evangelista: eso quiere decir que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor. No en vano Lucas se ha cuidado mucho de presentar a Jesús, en este caso sería el mismo Hijo del hombre, más como salvador de todos que como juez de todos.

III.3. A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los "agujeros negros" de nuestro universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos, porque eso se vive en la mismidad de ser humano. Lo apocalíptico, mensaje a veces deprimente, tiene la identidad de la profunda conmoción, pero no es más que la expresión de la situación desamparada del ser humano. Y sólo hay un camino para no caer en ese desamparo inhumano: vigilar, creer y esperar que del evangelio, del mensaje de Jesús, de su Dios y nuestro, nos viene la salvación, la redención, la liberación. Por eso, en la liturgia del Primer Domingo de Adviento se pide y se invoca a la libertad divina para que salga al encuentro del impulso desvalido de nuestra impotencia.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

 

            El evangelio pertenece a lo que los especialistas de la Biblia llaman el discurso escatológico de Jesús. No necesitamos entrar en la difícil interpretación de su sentido exacto. Basta dejar que afloren con libertad las sugerencias que su lectura inspira de manera espontánea.

            Si lo hacemos así, nos damos cuenta de que el evangelio nos invita a tomar en serio la vida que se nos ha entregado. Nos llama en primer lugar a la responsabilidad. Bajo la imagen apocalíptica del fin de los tiempos, podemos ver traducida nuestra fe en que la mano del Señor, de la que hemos salido, nos ha colocado ante nosotros mismos, ante las cosas y ante los demás como responsables de nuestra vida y de la vida. Nuestra tarea es hacer habitable nuestro mundo, preparándolo para la justicia de Dios.

            Hay, también y en relación con lo dicho, una invitación a la vigilancia. Nuestros días son limitados, y en algún momento deberemos responder de lo que hemos hecho con ellos y con nuestra vida en general. Hoy domina una mentalidad que pretende ignorar o escamotear la muerte, a pesar de que su rostro se nos muestra a diario: la muerte inicua en tantos lugares del planeta por guerras o por hambre; la muerte por accidentes, por enfermedad; la muerte por mil formas de violencia; la muerte, en fin, de las criaturas mortales que somos. Pero recordar esto, y mencionarlo en público, es hoy casi una falta de educación. Pues bien, frente a tanta falsificación, el Adviento y el evangelio de hoy insisten: hemos recibido la vida, no somos propiamente dueños de ella, y nuestro destino final es el de entregarla responsablemente en manos de Dios.

 

            No es éste un mensaje de miedo o de temor. Más bien al contrario. El evangelio nos invita a esperar el día alertas, pero confiados: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. Porque Dios no es sólo, para nosotros, objeto de una esperanza final. Es también compañero de ruta, amigo del camino. Cuando San Bernardo predicaba a sus monjes en el siglo XIII, invitándolos a que tratasen de encontrar a Dios y celebrasen con gozo en el Adviento su venida al alma del creyente, algunos le hicieron ver que, encerrados en la clausura del monasterio de por vida, no podían recorrer los caminos de la itinerancia religiosa a los que muchos se lanzaban en busca de paz y de perdón. Y el santo abad les contestó: para encontrar a Dios en tu vida, no hace falta que cruces los mares, y vayas a Jerusalén; no necesitas atravesar los Alpes para acudir a Roma, o recorrer los caminos peligrosos hasta la tumba del apóstol en Compostela. El camino que tienes que recorrer es mucho más corto: sal hasta ti mismo al encuentro de tu Dios.

            El Adviento nos invita a crear y a cuidar un espacio interior, en el que podamos escuchar una voz y experimentar una presencia amiga: “estoy a la puerta, y llamo”. He leído que la beata Teresa de Calcuta colgó de la pared de uno de sus centros de acogida estos versos: “Si tienes dos trozos de pan, da uno a los pobres. Vende el otro, y compra jazmines para adornar tu alma”. Cuidar algo más de nuestra alma. Es una hermosa tarea para este tiempo de Adviento.       

Fr. Bernardo Fueyo Suárez, op
bernardofueyo.es@dominicos.org


28. CLARETIANOS 2003

¡Comienza el año cristiano… por el final!

Es hoy un día importante: ¡comienza el año cristiano! Deberíamos entusiasmarnos ante esta magnífica organización de nuestro tiempo. En ella se reflejan una historia que ha durado siglos, y en la cual nuestro Dios ha hecho mención de sí hasta extremos inimaginables.

El año litúrgico es como un breve itinerario simbólico en el que recorreremos la historia entera de la humanidad. Es como un libro de 365 páginas, que iremos pasando día a día para que Dios nos hable como en otros tiempos.

Hoy comenzamos la primera gran etapa del camino, el primer capítulo del libro. Tiene que ver con la esperanza. Evocamos las promesas del Dios creador y salimos al encuentro del regalo prometido. Comenzamos el Adviento, o la etapa de la “Espera y la Esperanza”.

El Evangelio de este primer día resulta extraño para un comienzo. Porque nuestro año comienza con uno de los últimos discursos de Jesús, precisamente aquel discurso en el que nos habla de “lo último”, por eso, se llama técnicamente “discurso escatológico”. Otros lo llaman “apocalíptico”. Y es cierto, Jesús se muestra al final de sus días “apocalíptico”

Nos habla nuestro Señor de terror y ansiedad en los seres humanos ante las cosas que van a suceder en el mundo, es decir, en el cielo y en la tierra. En el cielo astronómico –se entiende- habrá señales en el sol, la luna, las estrellas: ¡las fuerzas del cielo serán sacudidas! En la tierra será horrible el estruendo del mar y las olas y muchos morirán de terror.

Pero inmediatamente añade: cuando empiecen a suceder estas cosas ¡cobrar ánimo! ¡Llega vuestra liberación! Jesús nos pide que sepamos interpretar esas señales. Ellas no anuncian el final del bien, sino el final del mal: la Liberación nuestra. Son las señales, diríamos las trompetas que anuncian la llegada del Hijo del Hombre, las plagas que preceden a la salida de Egipto.

A Jesús le encantaba al parecer “llamarse Hijo del Hombre”. El profeta Ezequiel fue el autor de esa imagen. Es un Mesías que no nace de la dinastía davídica, sino de Dios. Es un Mesías de rostro humano, contra todos los imperios de rostro bestial. Jesús le añadió algunas otras características: come y bebe con los pecadores, no tiene dónde reclinar la cabeza, sirve y no es servido, da su carne y sangre como verdadera comida y bebida. ¿No va a ser entonces buena noticia la llegada del Hijo del Hombre? Si él viene, ¡estamos salvados!

Las señales que anuncian la llegada del Hijo del Hombre ¿no están haciéndose presentes en nuestro mundo? A nivel internacional, hay guerras, violencia, injusticia, terror… A nivel familiar y personal, ¿no nos llegan las malas noticias, las enfermedades, las sorpresas desagradables? Tras esas malas noticias viene la “buena noticia” de la llegada, cuando menos lo pensemos de Jesús, el Hijo del hombre.

Hay que estar muy atentos, alerta, con la mirada avizora, para ver por dónde viene nuestro Señor y acogerlo. Claro que vendrá el día final, para salvar toda nuestra historia. Pero ¿no viene cada día? ¿no podremos hoy comer la carne del Hijo del hombre y beber su Sangre? ¿No podremos hoy escuchar las palabras del Hijo del hombre?

Hermanas, hermanos, ¡la peor noticia es aquella que nos hace más próxima la mejor de todas! ¡Jesús, el Hijo del Abbá y del hombre, está cerca!

No te desesperes por nada. Espera. Dite a ti mismo: “y si pasa, lo que tanto temo, ¿qué pasa? Viene el Hijo del hombre. ¡Espéralo!

Conclusión: Jesús viene ¡es el Hijo del Hombre!

¡Para tarde me lo fiais! Solemos decir. Respecto a Jesús no es así. Jesús viene siempre, cada día. Cristo nace cada día, dice una preciosa canción. Jesús es parusíaco. Es el que viene por mil puertas, de mil formas. Y viene trayendo consigo las bendiciones y regalos de Dios. ¡Acojámoslo! No tenemos que visitarlo, él nos visita. Cuánto quisiera que le abriéramos la puerta…


29.

Hace unos días me levanté con tortícolis. Una noche con una mala postura del cuello consiguió que girar la cabeza fuera una verdadera tortura. Es entonces cuando uno se da cuenta de lo importante que es el cuello, y la cantidad de veces que uno mira hacia tantos lados y ese gesto- tan diario y normal- se convierte en recibir un latigazo inesperado. En esta situación leo el Evangelio de hoy : “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: … levantaos, alzad la cabeza…”; ¡maldita mi suerte!, cualquier otra cosa hubiera sido posible, pero mover la cabeza ahora: Imposible. Una cosa es que recibas un golpe y te duela, pero saber que te va a doler es muy distinto y si está en tu mano el “no sufrir” dejo el cuello quieto y lo que pase por encima, por debajo o a mis lados me trae indiferente, que el cuello es mío.

Sin embargo me cuentan que para curar la tortícolis lo que hay que hacer es mover despacito el cuello y, poco a poco, se va terminando la rigidez de los músculos volviendo a la naturalidad.

A veces pienso que vivimos en una sociedad con tortícolis espiritual. Oímos “… levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” Pero pensamos “Esto me va a doler, mejor no me muevo”. Los agobios de la vida nos impiden hacer ejercicios diarios y constantes para fortalecer los músculos de nuestra alma. Somos incapaces de pedir consejo y nos quedamos instalados en nuestro dolor sin movernos y sin embargo hay que pedir “fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”.

Los amantes de la tortícolis son carne de cañón para atropellos o golpes en la cabeza o pisar cosas desagradables. Hay que jugársela, por no sufrir girando el cuello, se confía en que tendré suerte a la hora de cruzar la calle o dar un paseo. Se piensa: “todos se dan cuenta de lo que sufro, y por lo tanto tendrán la consideración de avisarme ante cualquier obstáculo”, hasta que un día nos damos un golpe con un árbol desconsiderado que no ha apartado la rama a nuestro paso.

Comenzamos el Adviento y hay que levantar la cabeza hacia Cristo que viene. Cuatro semanas para hacer pequeños ejercicios- aunque duelan- para que el día del Hijo del hombre no nos sorprenda. “Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús”. Es cierto, ya las conocemos. Vamos a confiar en María, nuestra madre buena, como la mejor fisioterapeuta, que nos enseñe a mirar que llegan días en que se cumplen las promesas que se hicieron a la casa de Israel y a la casa de Judá. ¡Ánimo!.

ARCHIMADRID



30.Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

Se acerca nuestra liberación

Empezamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento. Adviento es advenimiento. Es un tiempo de atención y espera de algo bueno que está por llegar. Durante estas cuatro semanas la liturgia nos ayudará a prepararnos para vivir intensamente la celebración de la natividad del Señor.

La primera lectura pertenece al ministerio profético de Jeremías durante un periodo muy difícil como lo fue la conquista de Jerusalén por parte de las tropas de Nabucodonosor II, rey de Babilonia en el 586 a.C. Su vida profética la había empezado hacia el año 627 a.C. Durante los primeros años de su vida profética gozó de la protección de sus amigos de la cohorte real, a quienes apoyó y legitimó. Pero nunca su vida y su ministerio fueron tan auténticos como cuando fue capaz de revelarse ante los poderosos porque sus acciones no producían bienestar para el pueblo. Fue entonces cuando le vinieron las desgracias, y el hálito reverencial del que gozaba se esfumó como espuma que lleva el mar. Lo arrestaron, le prohibieron hablar en público y lo lanzaron a una cisterna que hizo las veces de calabozo. Durante el tiempo de la guerra lo consideraron traidor y enemigo del pueblo.

Después de la destrucción de Jerusalén, vino la famosa cautividad o el exilio babilónico hasta el año 538, cuan Ciro, rey de Persia los dejó marchar. Fue una época de desolación para quienes deportaron a Babilonia, para quienes huyeron a Egipto, así como para quines les permitieron quedarse en Palestina. El pueblo libre e independiente había desaparecido y estaba partido en tres. Ante esa realidad, Jeremías levantó su voz para ayudar al pueblo a tomar conciencia de su situación y para decirle que Dios no lo había abandonado.

Para Jeremías, Dios iba a mostrar el amor por su pueblo, haciéndolo volver a su tierra e impulsando la reconstrucción de los campos y de las ciudades. Mandando un rey justo, no como los que produjeron la crisis que los llevó a la cautividad, sino como el rey David, a quien todos recordaban con un reinado próspero. Para legitimarse como tal, el rey debería implantar la justicia y el derecho en el país.

En el evangelio nos encontramos otra vez con un texto escrito en literatura apocalíptica, muy similar al que estudiamos hace dos domingos, en la versión de Marcos. Este fragmento del evangelio de Lucas no anuncia catástrofes o destrucción del mundo. Es una toma de conciencia, a la luz de la fe en Jesús resucitado, de la grave situación por la que pasaban. El contexto es el mismo que vimos con el pequeño Apocalipsis de Marcos, aunque el texto de Lucas es posterior ya que se escribió después, durante los años 70 y 80 d.C. Hablamos de la guerra judía, acontecida durante los años 66 al 70 d.C., cuando las tropas comandadas por Tito Flavio Vespasiano, legado del emperador romano, destruyeron el país como represalia al levantamiento celote[1].

Fueron tiempos difíciles ya que los romanos destruyeron todo. La situación la representa el evangelio cuando habla de la angustia y la desesperación que produce el estruendo y el oleaje del mar. El mar para ellos era el lugar donde habitaba el Leviatán, mítico monstruo marino capaz de destruir todo. Desde el mar llegaron las invasiones griegas, fenicias, romanas, etc., que los había dominado. Por eso el mar era signo de opresión, peligro y muerte. El sol, la luna y las estrellas, simbolizan a los poderosos que se erigían como hijos de los astros para infundir respeto.

Eso generó una crisis muy tremenda en el pueblo: destrucción, hambre, miedo, ansiedad, desolación y muerte. Realmente la gente quedó sin alientos por el terror y la expectativa que amenazaba la tierra y por los poderosos quienes, al ser atacados, sintieron tambalear su poder y reaccionaron con más violencia y destrucción.

Ante una situación crítica, ayer como hoy, mucha gente se desespera, cae en el sinsentido de su existencia y es fácil presa de los vicios y de los agobios de la vida. Surgen también líderes mediáticos que prometen cielo y tierra, pero en el fondo son explotadores y oportunistas, vendedores de ilusiones e ídolos que embotan la mente y agudizan más la crisis.

El evangelio no oculta la situación crítica, pues no es un opio que adormece, sino un grito a la conciencia para que descubra a fondo la dura realidad; pero no cae en el pesimismo de ver en la tragedia un viaje sin retorno. Evangelio significa Buena Noticia y una buena noticia no puede ser trágica. Aquí la buena noticia es que en medio de la tragedia por la que pasaban, Dios se hacía presente para salvar a su pueblo. La Figura del Hijo del hombre, es aplicada a Jesús, vencedor de la muerte. La acción de Jesús resucitado al interior de las personas y de las comunidades, era motor que impulsaba los cambios necesarios, la razón para vivir en esperanza y la certeza de una liberación duradera. “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con poder y gloria inmensa. Cuando comiencen a suceder estas cosas, levántense con la frente erguida, porque se acerca su liberación.”

Necesitamos estar vigilantes para descubrir las crisis que atacan nuestras familias, nuestras iglesias y nuestra sociedad en general. Vigilantes y cuidadosos con los engañadores que aprovechan para pescar en río revuelto. Vigilantes y en actitud de esperanza activa porque Dios se hace presente para salvarnos. Necesitamos, como nos decía la carta a los tesalonicenses que leíamos en la segunda lectura: amor unos con otros y firmeza de espíritu para ser santos e irreprensibles. “Mi alma espera en Señor, espera en su palabra”, repetíamos en el salmo de respuesta.
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[1] La guerra fuerte duró hasta el 70. Pero los celotes conservaban su refugio en unas cuevas, llamadas la fortaleza de Mashada. Desde allí hacían pequeños asedios hasta que en el 73 d.C. fue desmantelada la fortaleza. Los romanos taparon todas las salidas de la fortaleza y los hicieron pasas hambre hasta que entraron con el fin de tomarlos presos o persuadirlos que se rindieran, pero los celotes prefirieron el suicidio antes que rendirse. Hoy los celotes son considerados héroes nacionales por los judíos y cada año se conmemora su deceso con honores.


31. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

San Juan Crisóstomo

HOMILÍA 76

Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes, y el que esté sobre la terraza, no baje a tomar nada de su casa, y el que esté en el campo no vuelva a tomar sus vestidos, etc. (Mt 24,16 ss).

La Gran Tribulación

1. Ya había hablado el Señor de los males que habrían de sobrevenir a la ciudad y de las pruebas que tendrían que sufrir sus apóstoles y cómo éstos serían invencibles y recorrerían toda la tierra. Ahora nuevamente trata de la catástrofe de los judíos, haciendo ver que mientras los suyos brillarían enseñando a toda la tierra, aquéllos sufrirían las más terribles calamidades. Y advertid cómo, por medio de cosas aparentemente menudas, da a entender lo insoportable de la guerra. Porque: Entonces —dice—— los que estén en Judea huyan a los montes. Entonces: ¿Cuándo? Cuando esto suceda, cuando la abominación de la desolación se levante en el lugar santo. De donde a mí me parece que habla aquí de los ejércitos romanos. Huid, pues, entonces, dice, porque ya no queda esperanza alguna de salvación. Muchas veces habían logrado los judíos sobrevivir a las guerras, por ejemplo, en la invasión de Senaquerib y luego en la de Antioco, porque también en tiempo de éste invadieron su tierra los ejércitos y fue ocupado el templo. Y, sin embargo, contraatacando los Macabeos, la situación cambió completamente. A fin, pues, de que no sospechen ahora que vaya a darse cambio semejante, les hace esa serie de prohibiciones. Por contentos os podéis dar—parece decirles—si lográis salvaros desnudos. De ahí que a quienes estén sobre la terraza, no les permite entrar en casa a coger sus vestidos; modo de darles a entender lo ineludible de los males y lo inmenso de la calamidad. Quien en ella se hallare, por fuerza y absoluta necesidad perecerá. De ahí que añada que tampoco el que esté en el campo se vuelva a casa a tomar sus vestidos. Porque si los que están dentro han de huir, mal pueden buscar refugio allí los que se hallan fuera. Mas ¡ay de las preñadas y de las lactantes! Las unas por su lentitud, pues, agravadas por el peso de la preñez, no pueden huir fácilmente; las otras porque están, por una parte, atadas por la compasión de sus hijos y, por otra, no pueden salvarse juntamente con ellos. Porque dinero y vestidos fácilmente se desprecian y fácil es también procurárselos; pero ¿cómo escapar a lo que viene de la naturaleza? ¿Cómo hacer que una preñada corra ligera? ¿Cómo desatender una madre a su niño de pecho? Luego, para dar a entender la grandeza de la calamidad: Rogad —dice— para que vuestra huída no tenga lugar en invierno ni en sábado. Porque habrá entonces tribulación grande. Cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora y cual no será en adelante. Por aquí se ve que habla a los judíos y de los males que a ellos habían de sobrevenir, pues no habían los apóstoles de guardar el sábado ni hallarse en Jerusalén cuando Vespasiano había de llevar todo aquello a cabo. La verdad es entonces habían ya muerto todos, y, si alguno sobrevivía, se hallaba en otras partes de la tierra. ¿Porqué no e invierno ni en sábado? En invierno, por la dificultad de la estación; y en sábado por la autoridad de la ley. Porque como se trataba de huida, y de huida lo más rápida posible, y ni en sábado, por escrúpulo de la ley se atrevían los judíos, ni en invierno era fácil hacerlo, de ahí que diga el Señor: Rogad porque vuestra huída no tenga lugar ni en sábado ni en invierno. Porque habrá tribulación cual no la hubo en lo pasado ni habrá en lo venidero. Y nadie piense que esto está dicho hiperbólicamente. Léase a Josefo y se verá la exactitud de las palabras del señor. Porque no puede nadie objetar que se trate de un escritor cristiano que, para confirmar la profecía, exageró la tragedia. No. Josefo fue judío, y muy judío, un zelotes de los que vivieron después del advenimiento de Cristo. ¿Qué cuenta, pues, Josefo? Que aquellas calamidades superaron a toda tragedia y que jamás hubo guerra como la que entonces tuvo que sufrir su nación. Así fue, tan espantoso el hambre, que las madres mismas luchaban sobre comerse a los hijos, y de ahí surgían también guerras. Otro pormenor que cuenta el historiador judío es que preguntaría yo a los judíos de donde les vino esta ira divina y castigo insoportable, el más terrible de cuantos acontecieran antes, no ya sólo en Palestina, sino en toda la tierra. ¿No es evidente que de su crimen de la cruz y de la sentencia contra el Señor? Todos tendrán que reconocerlo y, antes que todos con todos, ahí está la realidad de los hechos que lo proclama. Más considerad, os ruego, el extremo de aquellos males, cuando no sólo son más graves que todos los pasados, sino que no admiten tampoco comparación con cuantos en adelante han de suceder, porque ni en toda la tierra ni en todo el tiempo, pasado y por venir, podrá nadie decir que hayan sucedido males como aquéllos. Y con mucha razón, pues tampoco hombre alguno, ni de los pasados ni de los por venir, cometió jamás crimen tan inicuo y tan espantoso. De ahí que diga el Señor: habrá tribulación cuan no la hubo ni habrá jamás. Y si aquellos días no se hubieran abreviado, no se habría salvado hombre alguno. Más por amor de los elegidos, aquellos días se abreviarán. Por aquí les hace ver que todavía merecían más duro castigo que el dicho, pues estos días de que habla son los días de la guerra y sitio de Jerusalén. Lo que quiere decir es esto: si la guerra de los romanos contra la ciudad se hubiera prolongado más, todos los judíos hubieran perecido – a los judíos se refiere la expresión original “toda carne” o “ningún hombre”- , tanto los de dentro como los de fuera. Porque no sólo hacían los romanos la guerra a los que habitaban la Judea, sino que los habían proscrito y perseguían por toda la tierra. Tal era el odio que los inspiraban.



Alerta contra impostores

Entonces, si alguien os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios. Hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que de antemano os lo he dicho. Si, pues, os dijeren: Mirad que está en el desierto, no salgáis. Mirad que está en los escondrijos, no lo creáis. Porque a la manera que el relámpago surge en oriente y aparece hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Porque donde es tuviere el cadáver, allí se congregarán también las águilas. Terminada su profecía sobre Jerusalén, pasa a hablar de su propio advenimiento y les da las señales, útiles no sólo para ellos, sino también para nosotros y cuantos han de venir después de nosotros. Entonces. ¿Cuándo? Aquí, como en otros varios pasajes he notado, “entonces” no indica ilación de tiempo entre lo anterior y lo siguiente, Cuando quiso indicar esa ilación, la notó con estas palabras: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días... No así aquí, donde ‘entonces” no indica lo inmediatamente siguiente, sino el tiempo en que había de suceder lo que ahora va a decir. Por modo semejante, cuando el evangelista dijo: En aquellos días apareció Juan Bautista, no quiso significar el tiempo inmediatamente siguiente, sino otro posterior en muchos años, es decir, el tiempo en que aconteció lo que iba luego a narrar. Porque es así que había hablado del nacimiento de Jesús y de la venida de los Magos y de la muerte de Herodes, y prosigue inmediatamente: En aquellos días aparece Juan Bautista. ¡Y había entre uno y otro, hechos un intervalo de treinta años! Pero costumbre es de la Escritura usar de este estilo de narrar. Así aquí, ciertamente, pasándose todo el tiempo intermedio, no menos que el que va de la toma de Jerusalén hasta el principio del fin del mundo, sólo habla del poco que ha de haber inmediatamente antes de ese fin. Entonces, pues, cuan do alguien os dijere —dice—: Mirad que aquí está el Cristo, o allí, no lo creáis. De momento los previene por razón del lugar, señalándoles las peculiaridades de su segundo advenimiento y descubriéndoles las trazas de los impostores. Porque, no, la segunda venida del Señor no será como cuando apareció la vez primera en Belén, en un pequeño rincón de la tierra, sin que nadie se enterara al principio. No. Entonces aparecerá con toda claridad y sin que tenga necesidad de que nadie venga a anunciarlo. Y no será pequeño signo que no haya de venir ocultamente. Y advertid cómo aquí no habla ya para nada de guerra, pues distingue cuidadosamente de lo otro el discurso sobre su propio advenimiento; pero sí de los futuros intentos y manejos de los impostores. Porque de éstos, unos trataban de engañar a las gentes en tiempo de los apóstoles. Porque: Vendrán –dice- falsos profetas y engañarán a muchos; otros tratarán de hacer lo mismo antes de su segunda venida, y éstos serán peores que los otros. Porque: harán —dice— milagros y prodigios hasta el punto de engañar si posible fuera a los mismos elegidos. Aquí habla del anticristo y señala con el dedo quiénes son los que se han de poner a su servicio. Del mismo habla también Pablo. Después de llamarle hombre de iniquidad e hijo de perdición prosigue: Cuyo advenimiento es conforme a operación de Satanás, en todo poder y milagros y prodigios de mentira, en todo embuste de la iniquidad, entre aquellos que se pierden. Mirad cómo los previene: No salgáis -dice- al desierto ni entráis en los escondrijos. No dijo: “Apartaos y no lo creáis”, sino: No entréis ni salgáis. A la verdad, grande habrá de ser entonces el engaño, cuando hasta se harán milagros de engaño.



Advenimiento del Hijo del Hombre

3. Ya, pues, que ha dicho cómo vendrá el anticristo, por ejemplo, en qué lugar, dice también cómo vendrá Él mismo. ¿Cómo vendrá, pues, Él mismo? Como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre. Porque donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas. ¿Cómo aparece, pues, el relámpago? El relámpago no necesita quien lo anuncie, no necesita de heraldo. Aun a los ojos de quienes están sentados dentro de sus casas o en sus recámaras, en un instante de tiempo aparece él por sí mismo en toda la extensión de la tierra. Así será aquel segundo advenimiento, que aparecerá a la vez en todas las partes por el resplandor de su gloria. Y todavía habla de otra señal: Donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas; es decir, la muchedumbre de los ángeles, de los mártires y de los santos todos. Luego, de prodigios espantosos. ¿Qué prodigios serán ésos? Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días —dice—, el sol se oscurecerá. ¿Qué tribulación de aquellos días? La de los días del anticristo y los falsos profetas. Grande, en efecto, será la tribulación, cuando tantos serán los impostores. Pero no se prolongará por mucho tiempo. Porque si la guerra de los judíos se abrevió por amor de los escogidos, con más razón se acortará esta prueba por amor de esos mismos escogidos. De ahí que no dijo: “Después de la tribulación”, sino: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá. Porque todo sucede casi al mismo tiempo. Los seudocristos y seudoprofetas vendrán perturbándolo todo, e inmediatamente aparecerá el Señor. A la verdad, no será pequeña la turbación que se apoderará de toda la tierra. Mas ¿cómo aparecerá el Señor? Transformada ya toda la creación. Porque: El sol se oscurecerá; no porque desaparezca, sino vencido por la claridad de su presencia, y las estrellas del cielo caerán. Porque ¿qué necesidad habrá de ellas, cuando ya no habrá noche? Y las potencias del cielo se conmoverán. Y con mucha razón, pues han de ver tamaña transformación. Porque si, cuando fueron creadas las estrellas, de aquel modo se estremecieron y maravillaron. Cuando nacieron las estrellas —dice la Escritura— me alabaron a grandes gritos todos los ángeles —, ¿cuánto más se maravillarán y estremecerán viendo transformada toda la creación, y cómo rinden cuentas los que son siervos de Dios como ellas, y cómo toda la tierra se presenta delante del terrible tribunal y a todos los nacidos desde Adán hasta el advenimiento del Señor se les pide razón de todo lo que hicieron? Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, es decir, la cruz, que resplandecerá más que el mismo sol, puesto caso que éste se oscurecerá y esconderá y ella brillará, Y no brillaría si no fuera más esplendente que los rayos mismos del sol. ¿Por qué razón, pues, aparece la señal de la cruz? Para tapar con creces la boca a la impudencia de los judíos. Ninguna justificación mejor que la cruz para sentarse Cristo en su tribunal, mostrando no sólo sus llagas, sino la muerte ignominiosa a que fue condenado. Entonces se golpearán las tribus. A la vista de la cruz, no habrá necesidad de acusación. Se golpearán, porque no sacaron provecho alguno de su muerte, porque crucificaron al mismo a quien debieran haber adorado. Mirad cuán espantosamente ha descrito el Señor su segundo advenimiento y cómo ha levantado los pensamientos de sus discípulos. Y ha puesto primero lo triste y después lo alegre para de esta manera consolarlos y animarlos. Y nuevamente les recuerda su pasión y resurrección y hace mención de la cruz en forma más brillante, a fin de que ellos no se avergonzaran ni tuvieran pena, pues El había de venir llevando por delante la cruz misma por estandarte. Otro evangelista dice: Verán a Aquel a quien traspasaron. De ahí por qué se golpearán las tribus, pues verán que es Él mismo. Y ya que hizo mención de la cruz, prosiguió: Verán al Hijo del hombre, que viene no sobre la cruz, sino sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria. No pienses —dice— que, porque oigas hablar de cruz, va nuevamente a haber nada triste. No. Su venida será con gran poder y gloria. Si trae consigo la cruz es porque quiere que el pecado de ellos sea condenado por si mismo, como si el que sufrió una pedrada mostrara la piedra misma o los vestidos ensangrentados. Y vendrá sobre una nube, tal como subió al cielo. Y al ver estas cosas, las tribus se la mentarán. Y no será lo malo que se lamentarán, sino que su lamento será darse su propia sentencia y condenarse a sí mismos. Luego, de nuevo: Enviará a sus ángeles con gran trompeta, y congregarán de los cuatro vientos a los elegidos, de un punto a otro de los cielos. Al oír esto, considerad el castigo de los que queden. Porque no sufrirán sólo el castigo pasado, sino también éste. Y como antes dijo que dirían: Bendito el que viene en el nombre del Señor, así dice aquí que se golpearán. Y es así que corno les habla hablado de terribles guerras, por que se dieran cuenta que justamente con los castigos de acá les esperaban los suplicios de allá, los presenta golpeándose el pecho y separados de los elegidos y destinados al infierno. Lo que era otro modo de despertar a sus discípulos y mostrarles de cuán grandes males habían de librarse y de cuán grandes bienes gozar.



Temor de aquel día terrible

4. Y ¿por qué llama el Señor a sus elegidos por medio de los ángeles, si ha de venir Él tan manifiestamente? Porque quiere honrarlos también de este modo. Pablo, por su parte, añade que serán arrebatados sobre las nubes. Así lo dijo hablando de la resurrección. Porque: El Señor mismo —dice— bajará del cielo a una voz de mando, a la voz del arcángel. Así, después de resucitados, los reunirán los ángeles y, después de reunidos, los arrebatarán las nubes. Y todo ello en un momento, en un punto de tiempo indivisible. Porque no los llama el Señor quedándose en el cielo, sino que viene Él mismo al son de la trompeta. ¿Y qué necesidad hay de trompeta y de sonido? La trompeta servirá para despertar y para alegrar, para representar el pasmo de los que son elegidos y el dolor de los que son abandonados. ¡Ay de nosotros en aquel terrible día! Cuando debiéramos alegrarnos al oír todo esto, nos llenamos de pena y nos ponemos tristes y cariacontecidos. ¿O es que soy sólo yo a quien eso pasa, y vosotros os alegráis de oírlo? Porque a mi, cierto, cuando esto digo, un estremecimiento me entra por todo mi ser y amargamente me lamento y suspiro de lo más profundo de mi corazón. Porque poco me importa todo esto; lo que me hace temblar es lo que luego sigue en el Evangelio: la parábola de las vírgenes, la del que enterró el talento que se le había dado, la del mayordomo malo. Lo que me hace llorar es considerar cuánta gloria vamos a perder, cuánta esperanza de bienes, y eso eternamente y para siempre, por no poner un poco de empeño. Porque, aun cuando el trabajo fuera mucho y la ley pesada, aun así habría que hacerlo todo. Sin embargo, alguna excusa pudieran entonces tener muchos tibios; yana sin duda; pero, en fin, parecería que la tenían. ¡Eran tan extremadamente pesados los mandamientos, tanto el trabajo, tan interminable el tiempo, tan insoportable la carga! Pero la verdad es que nada de esto cabe ahora pretextar. Lo cual no nos roerá menos que el infierno mismo en aquel tiempo, cuando veamos que por un momento, por un poco de trabajo, perdimos el cielo y sus bienes inefables. Porque, a la verdad, breve es el tiempo y poco el trabajo. Y, sin embargo, desfallecemos y decaemos. En la tierra luchas, y en el cielo eres coronado; por los hombres eres atormentado, y por Dios serás honrado; durante dos días corres, y los premios durarán por siglos sin término; la lucha es en el cuerpo corruptible, y la gloria será en el incorruptible. Y otra cosa hay también que considerar, y es que, si no queremos padecer algo por amor de Cristo, lo habremos de padecer de todos modos por otro motivo. Pues no porque no muramos por Cristo vamos a ser inmortales, ni porque no nos desprendamos del dinero por amor de Cristo nos lo vamos a llevar con nosotros de este mundo. El Señor no te pide sino lo que, aunque no te lo pida, tendrás que darlo, porque eres mortal. Sólo quiere que hagas voluntariamente lo mismo que tendrás que hacer a la fuerza. Sólo te pide que añadas el hacerlo por su amor. Porque que la cosa haya de suceder y pasar, lo lleva la necesidad misma de la naturaleza. ¡Mirad cuán fácil es el combate! Lo que de todos modos es forzoso que padezcas, quiérelo padecer por mi amor. Con sólo eso que añadas, tengo yo por suficiente la obediencia. Lo que has de prestar a otro, préstamelo a mí, y más interés y con más seguridad. El nombre que vas a dar a otra milicia, dale a la mía, porque yo sobrepaso con creces tus trabajos con mis recompensas. Pero tú, que prefieres siempre al que da más: en los préstamos en las ventas y en la milicia, sólo no aceptas a Cristo, que te da más, e infinitamente más que nadie. Pues ¿qué tan grande guerra es ésta? ¿Qué tan gran de enemistad es ésta? ¿Qué perdón, qué defensa puedes tener ya, cuando ni en aquello por que prefieres los hombres a los hombres prefieres Dios a los hombres? ¿Por qué encomiendas a la tierra tu tesoro? Dale a mi mano, te dice Dios. ¿No te parece que más de fiar que la tierra es el dueño mismo de la tierra? La tierra devuelve lo que deposita en ella, y, a veces, ni eso. Dios te paga por dárselo que te lo guarde. De ahí que, si quieres prestar, Él está preparado; si quieres sembrar. Él lo recibe; si quieres edificar, Él te atrae a sí. Edifica —te dice— en mi terreno. ¿A qué corres tras los pobres, tras los hombres, que son pobres mendigos? Corre en pos de Dios, que, aun por pequeñas cosas, te las procura grandes. Mas ni aun oyendo esto nos decidimos a ir a Él. Allí vamos apresurados donde hay luchas y guerras y combates y pleitos y calumnias.



Cristo lo es todo para nosotros

5. ¿No será, pues, justo que nos rechace y castigue, cuando se nos ofrece para todo y nosotros lo desechamos? Evidentemente que sí. Si quieres –dice- adorarte, toma mi hermosura; si quieres armarte, mis armas; si vestirte, mis vestidos; si alimentarte, mi mesa; si caminar, mi camino; si heredar, mi herencia. Si quieres entrar en una patria, entra en la ciudad cuyo artífice y constructor soy yo; si edificas una casa, edifícala en medio de mis pabellones. Porque yo de lo que doy no pido paga. Y aun por el hecho mismo de que te quieras aprovechar de mis cosas todas, yo me declaro deudor tuyo. ¿Qué liberalidad podrá equipararse a ésta? Yo soy tu padre, yo tu hermano, yo tu esposo, yo tu casa, yo tu alimento, yo tu vestido, yo tu raíz, yo tu fundamento, yo soy cuanto tú quieras que sea. De nada has de sufrir necesidad, Yo seré hasta tu esclavo, porque he venido a servir y no a ser servido. Yo soy también tu amigo y tu miembro y tu cabeza y tu hermano y tu hermana y tu madre. Yo lo soy todo. Sólo es menester que te portes familiarmente conmigo. Yo me hice pobre por ti, anduve errante por ti, estuve en la cruz por ti, en el sepulcro por ti, en el cielo intercedo al Padre por ti y en la tierra fui embajador del Padre para ti. Tú lo eres todo para mí: hermano, coheredero, amigo, miembro. ¿Qué más quieres? ¿Cómo rechazas a quien así te ama? ¿Por qué te fatigas por el mundo? ¿A qué echas agua a un tonel agujereado?



Vanidad de los afanes humanos

Eso es, en efecto, afanarse por la presente vida. ¿Por qué arañas al fuego? ¿Por qué descargas puñetazos al viento? ¿A qué corres en vano? ¿Acaso cada arte no tiene su propio fin? ¡Evidentemente! Pues muéstrame cuál es el fin propio de los afanes de la vida. No puedes. Porque: Vanidad de vanidades y todo vanidad. Vayamos a la sepultura. Muéstrame allí a tu padre muéstrame a tu mujer. ¿Dónde está el que se vestía vestidos de oro, el que iba sentado en su carroza, el que tenía ejército y faja y pregoneros? El que a unos quitaba la vida, a otros metía en la cárcel; el que mataba a quienes quería y libraba a los que le daba la gana? Yo no veo sino huesos y polilla y telas de araña. Todo aquello fue polvo, todo aquello fue fábula, todo sueño y sombra, cuento puro y pintura, o, por mejor decir, ni pintura siquiera. Porque la pintura la vemos por lo menos en imagen; más aquí no hay ni imagen. ¡Y ojala todo hubiera parado en esto! Pero lo cierto, es que los honores, los regalos, el lustre, fue todo sombra y palabras; pero lo que de todo ello resulta no son sombra y palabras, sino cosas permanentes y que juntamente con nosotros pasan a la otra vida y han de ser patentes a todo el mundo. Las rapiñas, la avaricia, las fornicaciones, los adulterios, todo ese cúmulo de pecados, no quedan sólo en imagen y en ceniza, sino que están escritos en el cielo, las obras a par de las palabras. ¿Con qué ojos, pues, podremos mirar a Cristo? Porque si no puede un hijo soportar la vista de su padre, a quien tiene conciencia de haber ofendido, ¿cómo vamos a mirar cara a cara a quien es infinitamente más manso que un padre? ¿Cómo soportaremos su mirada? Por que todos tendremos que presentarnos ante el tribunal de Cristo y a todos se nos pedirá estrecha cuenta. Más si hay quien no crea en el juicio venidero, contemple lo que pasa en este mundo. Mire a los que están en las cárceles, a los que trabajan en las minas, a los de los estercoleros, a los endemoniados, a los dementes, a los que luchan con enfermedades incurables, a los que se baten en continua pobreza, a los que padecen hambre, a los que se consumen de tristeza sin remedio, a los que padecen cautiverio. No padecerían éstos lo que padecen, si a quienes han cometido los mismos pecados que ellos no les esperara también castigo y suplicio. Y si la mayor par nada han sufrido en este mundo, ello mismo ha de ser para Ti señal de que absolutamente hay algo después de la partida de este mundo. Porque siendo un mismo el Dios de todos, no hubiera castigado a unos y dejado a otros sin castigo, si no fuera porque luego ha de darles algún castigo, dado caso que todos pecaron igual, o tal vez más gravemente los que no fueron aquí castigados.



Exhortación final: humillémonos

Con estas consideraciones y ejemplos, nosotros humillémonos a nosotros mismos, y los que no creen en el juicio, crean en adelante y enmienden su vida, a fin de que, viviendo aquí de modo digno del reino de los cielos, escapemos a los castigos venideros y alcancemos los bienes eternos por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

(San Juan Crisóstomo, Homilía 76, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 512-528)

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Juan Pablo II - Benedicto XVI



JUAN PABLO II

ÁNGELUS Domingo 30 de noviembre de 2003

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy comienza el tiempo de Adviento, itinerario de renovación espiritual en preparación para la Navidad. Resuenan en la liturgia las voces de los profetas, que anuncian al Mesías, invitando a la conversión del corazón y a la oración. El último de ellos, y el más grande de todos, Juan el Bautista, grita: "Preparad el camino del Señor" (Lc 3, 49), porque "vendrá a visitar a su pueblo en la paz".

2. ¡Viene Cristo, el Príncipe de la paz! Prepararnos para su nacimiento significa despertar en nosotros y en el mundo entero la esperanza de la paz. La paz, ante todo, en los corazones, que se construye deponiendo las armas del rencor, de la venganza y de toda forma de egoísmo.

El mundo tiene mucha necesidad de esta paz. Pienso con profundo dolor, de modo especial, en los últimos episodios de violencia en Oriente Próximo y en el continente africano, así como en los que la crónica diaria registra en muchas otras partes de la tierra. Renuevo mi llamamiento a los responsables de las grandes religiones: unamos nuestras fuerzas para predicar la no violencia, el perdón y la reconciliación. "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5, 4).

3. En este itinerario de espera y esperanza, que es el Adviento, la comunidad eclesial se identifica más que nunca con la Virgen santísima. Que ella, la Virgen de la espera, nos ayude a abrir nuestro corazón a Aquel que trae, con su venida a nosotros, el don inestimable de la paz a la humanidad entera.



HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

PRIMERAS VÍSPERAS DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Sábado 26 de noviembre de 2005

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de las primeras Vísperas del primer domingo de Adviento iniciamos un nuevo Año litúrgico. Cantando juntos los salmos, hemos elevado nuestro corazón a Dios, poniéndonos en la actitud espiritual que caracteriza este tiempo de gracia: "vigilancia en la oración" y "júbilo en la alabanza" (cf. Misal romano, Prefacio II de Adviento). Siguiendo el ejemplo de María santísima, que nos enseña a vivir escuchando devotamente la palabra de Dios, meditemos sobre la breve lectura bíblica que se acaba de proclamar. Se trata de dos versículos que se encuentran al final de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1 Ts 5, 23-24). El primero expresa el deseo del Apóstol para la comunidad; el segundo ofrece, por decirlo así, la garantía de su cumplimiento. El deseo es que cada uno sea santificado por Dios y se conserve irreprensible en toda su persona —"espíritu, alma y cuerpo"— hasta la venida final del Señor Jesús; la garantía de que esto va a suceder la ofrece la fidelidad de Dios mismo, que consumará la obra iniciada en los creyentes.

Esta primera carta a los Tesalonicenses es la primera de todas las cartas de san Pablo, escrita probablemente en el año 51. En ella, aún más que en las otras, se siente latir el corazón ardiente del Apóstol, su amor paterno, es más, podríamos decir materno, por esta nueva comunidad; y también su gran preocupación de que no se apague la fe de esta Iglesia nueva, rodeada por un contexto cultural contrario a la fe en muchos aspectos. Así, san Pablo concluye su carta con un deseo, podríamos incluso decir, con una oración. El contenido de la oración, como hemos escuchado, es que sean santos e irreprensibles en el momento de la venida del Señor. La palabra central de esta oración es venida. Debemos preguntarnos qué significa venida del Señor. En griego es parusía, en latín adventus, adviento, venida. ¿Qué es esta venida? ¿Nos concierne o no?

Para comprender el significado de esta palabra y, por tanto, de esta oración del Apóstol por esta comunidad y por las comunidades de todos los tiempos, también por nosotros, debemos contemplar a la persona gracias a la cual se realizó de modo único, singular, la venida del Señor: la Virgen María. María pertenecía a la parte del pueblo de Israel que en el tiempo de Jesús esperaba con todo su corazón la venida del Salvador, y gracias a las palabras y a los gestos que nos narra el Evangelio podemos ver cómo ella vivía realmente según las palabras de los profetas. Esperaba con gran ilusión la venida del Señor, pero no podía imaginar cómo se realizaría esa venida. Quizá esperaba una venida en la gloria. Por eso, fue tan sorprendente para ella el momento en el que el arcángel Gabriel entró en su casa y le dijo que el Señor, el Salvador, quería encarnarse en ella, de ella, quería realizar su venida a través de ella. Podemos imaginar la conmoción de la Virgen. María, con un gran acto de fe y de obediencia, dijo "sí": "He aquí la esclava del Señor". Así se convirtió en "morada" del Señor, en verdadero "templo" en el mundo y en "puerta" por la que el Señor entró en la tierra.

Hemos dicho que esta venida del Señor es singular. Sin embargo, no sólo existe la última venida, al final de los tiempos. En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Esta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra vida personal. Esta es la venida del Señor.

Esto es lo que queremos aprender de nuevo en el tiempo del Adviento: que el Señor pueda venir a través de nosotros.

Por tanto, podemos decir que esta oración, este deseo expresado por el Apóstol, contiene una verdad fundamental, que trata de inculcar a los fieles de la comunidad fundada por él y que podemos resumir así: Dios nos llama a la comunión consigo, que se realizará plenamente cuando vuelva Cristo, y él mismo se compromete a hacer que lleguemos preparados a ese encuentro final y decisivo. El futuro, por decirlo así, está contenido en el presente o, mejor aún, en la presencia de Dios mismo, de su amor indefectible, que no nos deja solos, que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre jamás dejan de acompañar a sus hijos en su camino de crecimiento.

Ante Cristo que viene, el hombre se siente interpelado con todo su ser, que el Apóstol resume con los términos "espíritu, alma y cuerpo", indicando así a toda la persona humana, como unidad articulada en sus dimensiones somática, psíquica y espiritual. La santificación es don de Dios e iniciativa suya, pero el ser humano está llamado a corresponder con todo su ser, sin que nada de él quede excluido.

Y es precisamente el Espíritu Santo, que formó a Jesús, hombre perfecto, en el seno de la Virgen, quien lleva a cabo en la persona humana el admirable proyecto de Dios, transformando ante todo el corazón y, desde este centro, todo el resto. Así, sucede que en cada persona se renueva toda la obra de la creación y de la redención, que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo van realizando desde el inicio hasta el final del cosmos y de la historia. Y como en el centro de la historia de la humanidad está la primera venida de Cristo y, al final, su retorno glorioso, así toda existencia personal está llamada a confrontarse con él —de modo misterioso y multiforme— durante su peregrinación terrena, para encontrarse "en él" cuando vuelva.

Que María santísima, Virgen fiel, nos guíe a hacer de este tiempo de Adviento y de todo el nuevo Año litúrgico un camino de auténtica santificación, para alabanza y gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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Manuel de Tuya



La ruina de Jerusalén y la venida del Hijo del hombre.

21,20-27 (Mt 24,15-31; Mc 13,14-27)

Lucas, para hablar de la destrucción de Jerusalén, no pone la “abominación de la desolación” de Mt-Mc, sino que pone a Jerusalén “cercada por los ejércitos” de Roma, con lo que se avisa que el fin está próximo. La yuxtaposición de temas no deja espacio para el desarrollo normal del aviso que da: que entonces se huya de la ciudad, se prevengan. Y cuando vean esto, que sepan que se acerca la «desolación», que es, sin duda, la alusión a la «abominación de la desolación».

Pero que no es una descripción «post eventum» se ve en que los elementos descriptivos son Ordinarios y tipo clisé en el Antiguo Testamento (2 Re c.25). Y una contraprueba está en que Lucas tampoco dice que se haya cumplido el vaticinio del Señor. La importancia de esta catástrofe hubiese hecho a Lucas describirla con matices históricamente impresionantes, la destrucción del templo por el fuego, lo mismo que haber añadido alguna reflexión sobre el fin religioso del judaísmo.

Lucas es el que habla de cómo Jerusalén «será hollada por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones», sea para hollarla o hasta que se cumplan estos tiempos para el ingreso de Israel en la fe, conforme a lo que enseña San Pablo en la epístola a los Romanos (c.9-2). Cuándo será esto, no se dice, ni el modo de su realización. La partícula «hasta que» corresponde al hebreo ´ad, y significa un término, pero en el que se prescinde de lo que sucederá después. Este tiempo tope no se indica cuál sea cronológicamente en el plan de Dios para ninguna de las hipótesis propuestas.

Luego se anuncia, en un cuadro idéntico, sólo que con pintura apocalíptica, esta «visión» del Hijo del hombre, que viene «en una nube con poder y majestad». Es ésta la destrucción de Jerusalén, el cumplimiento de la profecía de Cristo sobre la ruina de Jerusalén.

e) Señales de la proximidad del reino de Dios. 21,28-33 (Mt 24,32-35; Mc 13,28-31)

Los tres sinópticos ponen como símbolo la parábola de la higuera, árbol tan característico en el viejo Israel: cuando echa hojas, se ve que en seguida está el verano, ya que la primavera apenas existe allí. Así, cuando vean estas señales dichas, sepan que esta venida del reino de Cristo en poder está próxima. Esta era la «segunda venida» (San Justino), que tanto esperaba la primitiva Iglesia, distinta de la parusía final. Era la creencia en una manifestación ostensible del poder triunfal de Cristo después de su muerte humillante en la cruz.

f) Necesidad de vigilancia. 21,34-36 (Mt 24,36-44;Mc 13,33-37)

Los tres evangelistas sinópticos ponen aquí una exhortación a la vigilancia. Mt-Mc, con parábolas. Mt trae dos—el ladrón y el siervo prudente o infiel—; Mc, una: la del señor que, al partir de viaje, deja diversos encargos a sus siervos, No sabiendo la hora en que ha de venir, han de «velar». Lucas, en cambio, no pone ninguna. Sólo pone la exhortación a la vigilancia en general, aunque acusadamente moral.

En cambio, expresa bien el sentido de esta «vigilia» constante en rectitud de vida y oración: «para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre». La catástrofe sobre Jerusalén ha de venir, pero la oración les podrá lograr dos cosas: una marcha a tiempo de Jerusalén, como dice Eusebio de Cesarea que hicieron los cristianos, ateniéndose a las palabras del Señor y retirándose a Pella, en Transjordania; o una salvación de su vida aun dentro de los horrores de aquel asedio. Así protegidos por Dios, pueden comparecer, moralmente, dignos ante esta «venida» del Hijo del hombre. Pues todo esto pasará a «esta generación» (v.32). Si no es que Lucas o la catequesis aprovecha para darla deliberadamente, e su redacción, una proyección parenética moral universal.

(Manuel de Tuya, O.P., Biblia Comentada, T. II: Evangelios, BAC, Madrid, 1964, 902-904)

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Dr. D. Isidro Gomá



SIGNOS PRECURSORES Y VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE:

MT. 24, 23-31 (Mc. 13, 21-27; Lc. 21, 25-28)

Explicación. — Entre lo que en este fragmento se narra y lo contenido en el anterior habrá un intervalo de muchos siglos, todos los de la historia del cristianismo: el anterior se refería a hechos ocurridos en los comienzos; el presente, a los de los últimos tiempos del mundo. Se describen las señales precursoras verdaderas, para distinguirlas de las falsas, que tendrán lugar por efecto de la misma conturbación de los últimos días (23-29); y luego el mismo advenimiento del Señor (30.31).

SIGNOS PRECURSORES DE LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (23-29). — Jesús ha respondido con el fragmento anterior a la primera pregunta de los discípulos: ¿Cuándo serán estas cosas? Ahora responde a la segunda: ¿Qué señal habrá de tu venida? La primera será la aparición de muchos que anunciarán falsamente la inminencia del advenimiento del Cristo; contra ellos precave Jesús a sus discípulos: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí, o allí: no lo creáis. La razón es porque aquellos hombres harán tales prodigios, que parecerán obrar por virtud y como enviados de Dios: Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes maravillas y prodigios: ello será debido a la fuerza del demonio, cuya acción sobre la naturaleza es más poderosa que la del hombre, si Dios le permite desarrollarla; trabajarán entonces los espíritus de las tinieblas para corroborar con apariencias de milagro las doctrinas de sus emisarios (cf. 2 Thess. 2, 9.10; 2Cor. 11, 15). Si no fuese que Dios tiene contado el número de sus predestinados, que utilizarán las gracias que no les deben faltar, hasta ellos correrían el peligro de ser engañados por aquellos portentos: De modo que (a ser posible) caigan en error aun los escogidos.

Para que nadie pueda llamarse a engaño cuando la venida de los seudocristos, les repite la misma idea, concretándola en dos formas distintas: ¡Mirad, pues vosotros! ¡Ved que todo os lo he predicho!, y por lo mismo no podréis alegar ignorancia: Por lo cual, si os dijeren: He aquí que el Cristo está en el desierto, como lo hizo el Bautista y algunos profetas antiguos, no salgáis. Y si os dijeren: Mirad que está en lo más retirado de la casa, predicando como he solido yo mismo hacerlo entre vosotros, no lo creáis: el advenimiento del Hijo del hombre no será ni en una ni en otra forma. La aparición será súbita, universal, indudable: Porque como el relámpago sale del oriente, y se deja ver hasta el occidente: así será también la venida del Hijo del hombre. No estará en un punto, sino en todos a la vez; con tanta claridad que a nadie podrá ocultarse, ni será nadie engañado: será un milagro del poder de Dios, en virtud del cual aparecerá el Hijo del hombre probablemente en los aires, en la atmósfera, visible a todo el mundo (1 Thess. 4, 16).

Siendo ello así, que no estén con ansia, por si conocerán o no el advenimiento del Señor; ni vacilen ante la predicación y prodigios de los falsos cristos; como el águila tiene el instinto de la presa, que huele a distancia y atisba con ojo certero y se echa con fuerza irresistible sobre ella, así lo harán los justos al advenimiento del Señor: todos irán a él: Dondequiera que estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas.

A la aparición de los falsos profetas, cuya duración no indica el Señor, seguirán inmediatamente señales en el sol, en la luna y en las estrellas: Y luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se obscurecerá, sea para solos los hombres, por la interposición de densísimas nubes, sea por un cataclismo de orden sideral: y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo, no sobre la tierra, que son inmensamente mayores que ella, sino por una dislocación de los cuerpos celestes con respecto a la tierra: y las virtudes del cielo, las fuerzas que gobiernan el cosmos, temblarán, serán conmovidas. Todo ello indica un trastorno de carácter universal, semejante a los antiguamente anunciados por los profetas (Is. 13, 9 sig.; 14, 18.19; 34, 4 sig.; Jer. 4, 28; Ez. 32, 7, etc.): como la justicia de Dios se ha manifestado con señales locales de orden atmosférico o meteorológico en casos particulares, en el juicio universal será toda la naturaleza la que tomará parte. Consecuencia de todo ello será el universal pavor de la humanidad de aquellos días. Y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas. Ante este desconcierto de la máquina del mundo, los habitantes de esta tierra quedarán atónitos, sin fuerzas ni aliento: secándose los hombres de temor y sobresalto, porque verán totalmente subvertido el orden del mundo visible: por las cosas que sobrevendrán a todo el universo.

APARICIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (30.31). —A la terribilidad de los signos precursores del advenimiento del Hijo del hombre seguirá la magnificencia de su personal advenimiento: Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo: será la cruz, señal de Cristo por antonomasia, instrumento de la redención, que así será glorificada para gozo de los justos y terror de los réprobos, apareciendo luminosa en las regiones superiores, substituyendo su luz a la de los astros en tinieblas: la Iglesia hace suya esta interpretación —que tiene en su favor gran peso de tradición— en la fiesta de la Invención de la Santa Cruz (3 de mayo).

Y entonces por los trastornos de carácter cósmico que habrán precedido y por la aparición de la cruz, prorrumpirán en llanto todas las tribus de la tierra: todos los hombres, justos y pecadores, porque nadie está cierto de su justicia, estarán consternados ante la inminencia del juicio. Y, en medio del universal terror y expectación, verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad y gloria: es ello una alusión a la profecía de Daniel (7, 13: cf. 1 Thess. 4, 15; 2 Thess. 1, 7; Apoc. 1, 7).

Entonces el supremo Juez y Rey magnífico enviará a sus heraldos los ángeles, para que llamen a todo el mundo a juicio: Y enviará sus ángeles, que, a la voz de trompeta sonora, con grande estrépito, con una señal evidente, más sonora que el sonido de las trompetas (1Cor. 15, 22; 1 Thess. 4, 15), congregarán a sus escogidos de los cuatro vientos, de los cuatro puntos cardinales, desde lo sumo de los cielos hasta los términos de ellos, del uno al otro extremo de los cielos.

Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: Cuando, pues, comenzaren a cumplirse todas estas cosas, cuando veáis que empieza a trastornarse en forma insólita la máquina del mundo, mirad, alzad los ojos y tras ellos los ánimos; y levantad vuestras cabezas, porque es propio de gente aturdida llevarlas inclinadas al suelo; porque cerca está vuestra redención; después de la universal conmoción y del juicio, el premio indefectible y eterno que Dios os tiene preparado. Supone aquí Jesús que sus discípulos verán aquellos días, para que estén prevenidos no sabiendo la hora; o bien, como quieren otros intérpretes, habla en ellos a los que vivirán en los días del fin del mundo; si no es que se refiera a los elegidos todos después de la universal resurrección de la carne.

Lecciones morales. —A) v. 24. Se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes maravillas... — Nos enseña aquí el Señor, dice San Agustín, que a veces los hombres perversos pueden obrar tales prodigios cuales los santos no pudieron hacer. Y, no obstante, no son aquéllos superiores a éstos a los ojos de Dios; como no fueron los magos de Egipto mejores que el pueblo de Dios, aun que obraron prodigios que el pueblo no obró. Es que Dios no con siente que todos los justos hagan milagros, a fin de que no juzguen los ignorantes y débiles que el grado de santidad corresponde al mayor o menor poder taumatúrgico. En cuanto a los hombres malos que obran prodigios, los hacen porque el espíritu maligno tiene sobre la naturaleza un poder que no tiene el hombre; pero nótese que en este caso el malo que hace obras maravillosas las hace por su propia gloria, no por la de Dios: en provecho particular, no como dispensador oficial del poder de Dios en pro de la justicia y de la verdad.

B) v. 27. — Como el relámpago sale del oriente... — Como ha predicho antes Jesús el advenimiento de los seudoprofetas, así anuncia ahora el suyo. Pero no será éste como el de aquéllos, que hará dudar si son o no verdaderos cristos, sino que el advenimiento del Señor será rápido, luminoso, universal, sin que ofrezca lugar a dudas. Como el rayo ilumina simultáneamente todo el horizonte, y su luz se mete hasta el interior de las casas, dice el Crisóstomo, así será, por su gloria y resplandor, el advenimiento del Señor. Nótese la contraposición entre la primera y la segunda venida de Cristo al mundo: cuando vino para salvarnos, lo hizo en lugar pobre, fue casi desconocido de todo el mundo, en la forma más humilde, que es la de un niño desvalido. Pero cuando vendrá para juzgarnos lo hará con todo el aparato de su gloria. Porque no se tratará ya de la benignidad y humanidad con que vino a conquistarnos, sino de la severidad con que vendrá a dar a cada uno lo que haya merecido según sus obras.

C) v. 28. —Dondequiera que estuviere el cuerpo... —Las águilas representan a los justos, cuya juventud se renueva como la del águila (Ps. 102, 5), y que al fin del mundo se congregarán todos donde está el Señor, o, según expone San Jerónimo, puede entenderse de los herejes, que en todo tiempo se han lanzado con ímpetu contra la Iglesia, que es el cuerpo místico de Jesucristo. En el primer sentido, vayamos a Cristo, con el ímpetu con que se lanza el águila sobre su presa, con el ansia con que el cervatillo, en frase del Salmista, busca la fuente de aguas cristalinas; y unidos a Jesucristo, hechos una cosa con El, defendámosle a El y a su santa Iglesia, contra los ataques de sus enemigos, águilas rapaces y voraces que se empeñan en destruir la unidad de la verdad, que es la fe, y unidad del amor, que es la santa caridad.

D) v. 29. — Y las estrellas caerán del cielo... — No caerán sobre la tierra, incomparablemente más pequeña que ellas. Quizá, como dice Rábano Mauro, fundándose en la lección de Marcos, sólo se eclipsarán; tal vez, como interpreta algún autor moderno, será un enjambre de bólidos que caigan sobre la tierra, y produzca todos los trastornos anunciados por el Señor. Ni debe entenderse todo ello en el sentido de que se aniquile la máquina del universo. Perecerá toda la humanidad en medio de grandes convulsiones de la naturaleza, acabándose así la historia del hombre; pero podrá seguir el universo cumpliendo los fines que Dios se proponga en ello.

Para que aprendamos que cada uno de nosotros y la humanidad en general tiene en el mundo una misión moral y espiritual que llenar; y que Dios quiere acompañar las sanciones definitivas del bien y del mal obrar con gravísimos trastornos de la naturaleza, ya que ella fue como el teatro en que se desarrolló la historia humana y el instrumento que utilizaron los hombres en muchas de sus obras, buenas y malas.

E) v. 30. —Y verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo... — Le verán los hombres con los ojos corporales, viniendo, en su mismo aspecto humano, montado en nubes sobre los aires. Como cuando se transformó en el Tabor salió una voz de la nube, ahora aparecerá transformado para todo el mundo, no sobre una nube, sino sobre muchas, que serán su carroza, dice Orígenes. Si cuando debió entrar en Jerusalén sus discípulos cubrieron la tierra con sus vestidos para que no tuviera que hollarla su planta, cómo no honrará el Padre al Hijo poniendo bajo sus pies las nubes del cielo, cuando venga a la tierra para la grande obra de la consumación?



EXHORTACION A LA VIGILANCIA Y TRABAJO:

MT. 24. 42-44; Lc 21, 34-36 (Mc. 13, 33)

Explicación. — Los terribles e imprevistos acontecimientos predichos por el Señor en la primera parte del discurso escatológico, reclaman vigilancia asidua y trabajo, de lo contrario vendrá el Señor y nos encontrará desprevenidos y con las manos vacías de buenas obras. Es la tesis de esta segunda parte, que ilustra Jesús con las parábolas del ladrón, del lazo, de los siervos, de las vírgenes y de los talentos. Las dos primeras son objeto de este número.

PARÁBOLA DEL LAZO (Lc. vv. 34-36). — Nuestro interés personal, pues en ello van envueltos nuestros destinos eternos, exige que evitemos todo aquello que pueda embotar este agudo sentido de la vigilancia: lo que adormece nuestro espíritu es la sensualidad en todas sus formas y la absorción de los negocios mundanos: ¡Mirad por vosotros!, no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida. ¡Ay de aquellos que se entreguen a la crápula y a la disipación, que verán precipitarse sobre ellos el día tremendo!: Y os sobrevenga de repente aquel día...

EL LAZO (35.36). —. Los peces son cogidos en la red y las aves en trampas y lazos cuando menos advertidos están; así serán cogidos de improviso todos los hombres en la gran redada del último día: Porque como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la tierra (cf. Eccl. 9, 12; Is. 8, 14.15; 24, 17).

Como consecuencia de ello, incúlcase otra vez la idea de la vigilancia: Velad, pues... a los obstáculos de la vigilancia, la sensualidad y la disipación, se contrapone el espíritu y la práctica de la oración: Orando en todo tiempo. De esta suerte se evitarán los grandes males de aquel último día, que fatalmente deben venir, el juicio adverso y la condenación: para que seáis dignos de evitar todas estas cosas, que han de venir: y podremos presentarnos sin temor de reprobación ante el tribunal del Señor: y de estar en pie delante del Hijo del hombre, no sucumbiendo en juicio, en aquel día de su venida.

Lc. V. 34. - ¡Mirad por vosotros!... - no dice Jesús: Mirad por lo vuestro, o por los vuestros, o por los que tenéis a vuestro rededor; sino: «mirad por vosotros», dice Teofilacto: y nosotros somos nuestro entendimiento y nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestros sentidos; así como lo nuestro en las posesiones, riquezas, etc., debemos evitar la sensualidad y el vértigo que dan las cosas de la vida, para que no nos aturdamos y seamos cogidos en el lazo cuando menos pensemos. En esto son más prudentes los irracionales que nosotros; por cuanto ellos escogen por instinto aquello que les conviene, dejando lo que les es nocivo; mientras nosotros hacemos servir nuestra razón y nuestros sentidos para nuestra ruina.

v. 36. - Y de estar de pie delante del Hijo del hombre. - No estar en pie ante el Hijo del hombre es sucumbir en el último juicio que El hará de los actos de nuestra vida. Es, además, caer de nuestro eterno destino eterno, que no es otro que ver a nuestro Dios cara a cara en l cielo, por los siglos de los siglos. Pero ¿quien, Dios mío, podrá no sucumbir ante Vos, Juez santísimo y justísimo? ¿Quién será capaz de ver nuestra cara y no morir? Nosotros; por demos decir confiados en la gracia de Jesucristo. Si le seguimos imitándole, nos llamará a su mismo tribunal «benditos de su Padre», y nos introducirá El mismo en el reino que nos ha preparado desde el principio del mundo. Como Dios nos da su gracia en este mundo para que seamos santos y podamos presentarnos ante el tremendo Juez y ser colocados a su diestra, así nos dará en el cielo una gracia espacialísima, que los teólogos llaman «luz de la gloria», para que podamos verle cara a cara, tal como es. La visión de la esencia de Dios y el gozo que la acompaña es el fin de nuestra vocación y de nuestra vida de cristianos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p.435-440.444-446)

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Leonardo Castellani I



HABRA UN FIN DEL SIGLO

Vamos a ver la revelación divina del fin del mundo; o mejor dicho, del fin del siglo; porque el mundo no finirá nunca, pues Dios no destruye nada de lo que ha creado, como dijo por Sap. XI, 25. No aniquilará nada de lo que existe, aunque podría. Esta tierra en que estamos será renovada, y por cierto, por el fuego, al fin del “ciclo adámico”, o sea la época de Adán. El universo será renovado, “nuevos cielos y nueva tierra” dice el Apokalypsis y también el profeta Isaías, no por el agua sino por el fuego dijo Cristo. El agua acabó con el orbe habitado o una parte de él en el diluvio, pero el próximo diluvio no será el agua. Pero no hay que alarmarse, porque ese fuego no atormentará a los elegidos.

Los profetas del Antiguo Testamento habían predicho reiteradamente el fin de los tiempos, con el nombre de “el día del Señor magno y terrible”, o como repite San Pablo: “día de la revelación del Justo Juicio de Dios”.

Desde el primer libro, el Génesis, donde Jacob llama a sus hijos (Cap. 47,1) diciendo “Venid, juntáos aquí, que os anunciaré lo que va a pasar cuando se acaben los días” hasta el último libro, donde el Apokaleta termina:

Y el Espíritu y la Novia dicen:

¡Ven!

Y el que escucha que responda

¡Ven!

Y el sediento acuda a recibir

Agua de Vida gratis

Dice el que testifica esto

¡Cierto, vengo pronto!

—Ya, Señor

Ven Señor Jesús!

Toda la Escritura hormiguea de alusiones al “Día del Señor”, sobre todo el profeta Isaías; las cuales culminan en la solemne proclama del Fin del siglo por Nuestro Señor Jesucristo, el cap. 24 de San Mateo, llamado el “Discurso esjatológico” o con más exactitud “El Recitado esjatológico”, con jota.

(...)

Dios sólo sabía el fin del Mundo. Porque la marcha de la humanidad es como una línea sinuosa o quebrada, que se va aproximando al fin del Mundo y después aparecen Santos o aparece una especie de conversión del Mundo y entonces se aparta la “ira de Dios”, quedando más tiempo. Así tenemos que en el siglo XIII San Vicente Ferrer pronunció que el fin del mundo estaba cerca y hasta resucitó un muerto para comprobar al Arzobispo de París que era verdad lo que él decía. Y no sucedió. Y esto produjo mucha dificultad luego cuando se quería canonizar a San Vicente Ferrer, hasta que uno de los teólogos que se ocupaban de este proceso dijo —No se equivocó, porque el fin del mundo estaba cerca, realmente. Lo que pasa es que surgieron una cantidad tan grande de Santos en Europa (algunos por la misma predicación de San Vicente Ferrer) que Dios prorrogó el tiempo de su ira. Entonces canonizaron a San Vicente y después el Cardenal Newman hizo una teoría de que la humanidad va al fin del mundo en forma de una línea quebrada por la cual está siempre rozándolo, pero cuando los hombres empiezan a portarse bien, cuando no hay la gran apostasía que dice San Pablo todavía, aunque muchas veces empezó y ahora parece que ha empezado, entonces cuando no hay eso, Dios espera porque no quiere que nadie se pierda sino que todos lleguen a penitencia.

Veamos ahora todo seguido lo que profetizó Cristo, añadiendo al capítulo largo de Mateo, lo que hay en Marcos y Lucas.

1° - Guerras y rumores de guerras, terremotos, pestilencias y hambre: esto se realizó antes del año 70, según las historias de Josefo y Tácito, que describen un tiempo calamitoso. Pero esto, dice Cristo, es sólo el comienzo de los dolores.

2° - Una encarnizada persecución religiosa a los Apóstoles y los cristianos en general; pero de cualquier modo se predicará el Evangelio en todo el orbe. También se verificó. En tiempo de San Pablo se había predicado en todo el mundo conocido.

3° - La desolación abominable o la desolación, la palabra de Daniel ya aplicada a la tiranía de Antíoco varios siglos antes. También se verificó ahora, el año 70, aunque es dudoso cuál fue. Ahora en el fin de los tiempos sabemos por San Pablo que el Anticristo profanará el Templo de Dios, entronizándose en él como Dios; y eso es realmente una horrible profanación.

4° - Habrá una tribulación tal como no se ha visto desde el Diluvio acá. Esa tribulación se cumplió según la historia de Josefo (“De bello judaico”) que después reprodujo Bossuet. Realmente describen algo horroroso. No quedó piedra sobre piedra. El General Tito se asustó de las matanzas; madres que comían a sus hijos acosadas por el hambre y cosas así. Tito dijo: “Yo no he hecho esto. Esto lo ha hecho algún dios que está enojado con los judíos”. Y acertó. Porque él no quería que pasara todo eso. Y pasó.

5º - Caerán al filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones; también se cumplió. Eso no se verificará a la letra en el fin del mundo.

6° - Prevención a los Apóstoles otra vez contra los falsos Cristos y falsos Profetas: abundaron antes de la caída de Jerusalén; y abundarán más antes de la del mundo. Digamos que abundan ya ahora.

7° - Perturbaciones del sol, la luna y las estrellas: un lugar común de los Profetas, con significado metafórico; se secarán los hombres de miedo y angustia, “las fuerzas uránicas se desquiciarán”. La Vulgata Latina dice: “las Virtudes de los cielos se conmoverán”, pero el texto griego dice: “las virtudes uránicas se desquiciarán”. “Uránicas” significa del cielo, pero significa también un metal con el cual se fabrica la bomba atómica: uranio.

8° - Fin: verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes, y los ángeles con trompetas; y congregarán los elegidos desde los cuatro vientos. Juicio Final y la Resurrección.

(P. Leonardo Castellani, Catecismo Para Adultos, Ed. del grupo Patria Grande, Mendoza, 1979, p. 153-164)

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Leonardo Castellani II



DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO

SERMÓN ESJATOLÓGICO

El fin y el principio se tocan: en este primer Domingo del año litúrgico la Iglesia lee de nuevo el del último, la profecía de Cristo acerca el fin del siglo, o sea su propio Retorno a la tierra “en gloria y majestad” —esta vez en San Lucas, que repite simplemente el capítulo XXIV de San Mateo abreviándolo un poco. Lee solamente los versículos finales, que contienen la amonestación a estar atentos a “los Signos “, y ese dificultoso versículo final que dice: “De verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla”.

Además de la dificultad de que pasó esa generación, y el fin del mundo no vino —dificultad que ya he explicado hay otra dificultad que explicaré hoy: los “Signos”. Cristo manda que estemos atentos a los signos; y cuando los veamos, en vez de decir que nos asustemos, dice que nos alegremos; aunque el mundo entonces andará asustado, y ése es justamente uno de los “signos”. Pero por otra parte había dicho que “el día ni la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el mismo Hijo del Hombre”. Entonces ¿en qué quedamos? Si no podemos saber cuándo será el fin del mundo, entonces ¿para qué mirar los Signos?

La respuesta está en las mismas palabras divinas: “el día ni la hora” eso es lo que NO podemos saber; “que está cerca”, eso podemos saber: “así que cuando veáis todo esto hacerse, sabed que el Reino de Dios está cerca”. Pero, dirá alguno, si uno sabe que está cerca, entonces más o menos uno puede saber el día y la hora... No: puede estar evidentemente cerca, y luego alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al borde del precipicio (y eso se puede ver) y después alejarse de nuevo, y eso no se puede saber, pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios puede conocer. Por eso Cristo dijo “ni el Hijo del Hombre lo sabe”. No dijo “yo no lo sé”; hubiera mentido; como Dios lo sabía. Pero le preguntaron como a hombre, y él hizo notar que respondía como hombre.

Así ahora patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya el instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y sin embargo podría darse una viaraza, “la conversión de Europa”, que dice Belloc y suspender de nuevo el mundo su caída, como ha pasado varias veces en la Historia. Claro que algún día va a ser de veras. Y también es claro que ese día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en el Apokalypsis dice no menos que siete veces: “Vuelvo pronto”. Es el caso de recordar aquel chiste: le dice el marido a la mujer:

“Según la Ciencia Moderna, el mundo se acabará dentro de 100 millones de años... — dijo ella —Cien millones de años... — Creí que habías dicho 10 millones...”.

¿Cuáles son los “Signos” que dijo Cristo? Primero puso un “Pre-signo”. “Guerras y rumores (o preparativos) de guerras “. “Surgirá un pueblo contra otro, un reino contra otro, habrá revoluciones y sediciones, se odiarán los hombres entre sí y las naciones entre sí”. Pero esto -.-añadió Cristo— “eso no es sino el principio de los dolores, todavía no es el fin enseguida”. “La guerra convertida en institución permanente de toda la Humanidad”, como dijo Benedicto XV durante la Gran guerra del 14, es pues un “Presigno”, no un Signo. Y creo que hoy se cumplió eso: la guerra convertida en institución permanente de toda la Humanidad.

¿Cuáles son los Signos? Los tres principales que pone Jesús son:

1° “este Evangelio del Reino será predicado por todo el mundo y después vendrá el fin”,

2° “aparecerán muchos falsos profetas y falsos cristos (es decir, herejes) y engañarán a muchos”,

3° finalmente se desencadenará una gran persecución a los que permanezcan fieles, que durará poco pero será la peor que ha existido: interna y externa, local y universal, con violencias, con engaños, con mentiras.

Frente a esta “persecución” predicha no podemos quedar tan tranquilos como Mahoma, al cual según cuentan le preguntaron sus discípulos cuándo sería el fin del mundo, y él respondió:

“Cuando se muera mi mujer, parecerá el fin del mundo, cuando me muera yo será de veras el fin del mundo —para mí por lo menos”. Por eso, porque esa predicción es espantable, San Juan en el Apokalypsis amontona los consuelos a los fieles; y Cristo aquí nos manda que nos alegremos; y para que lo podamos, dice una sola cosa, pero que tiene gran fuerza: “Serán abreviados aquellos días; porque si duraran, los mismos fieles perecerían —si fuese posible “. Esa condicional “si fuera posible” es sumamente consoladora: supone que NO ES POSIBLE que perezcan los fieles. Dios no lo permitirá.

La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro. La historia del mundo hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la “plenitud de los tiempos”; y el mismo tiempo de ella fue profetizado con exactitud por Daniel. Después de la Primera Venida, la historia del mundo sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la Parusía, pero de tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que sería “pronto”. Así en el siglo XIV, por ejemplo, San Vicente Ferrer predicó por toda Europa que el fin del mundo estaba cerca; y puede que no se equivocara: pero sucedió una gran conversión o resurrección de Europa, producida justamente por su predicación y la de muchísimos santos que surgieron entonces.

Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; pero no como Mahoma, “como si no pasara nada”, sino atentos a los Signos —a las persecuciones, a los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y vivir vigilantes. Y vivir vigilantes no es pretender reformar el mundo (que el Papa se ocupe de eso) sino hacer la propia salvación. Como dijo Mussolini una vez: “Todos se preguntan qué le pasará a Italia cuando muera Mussolini. A mí no me preocupa tanto qué le pasará a Italia cuando muera Mussolini, sino qué le pasará a Mussolini cuando muera Mussolini”.

Era bastante católico el tano. Por lo visto hoy los gobernantes católicos mueren asesinados. Puede que eso también esté dentro de la Gran Persecución. Por las dudas, se le podría aconsejar a Illia (o Iya, como dicen los cabecitas negras) que no vaya demasiado a misa; por lo menos que no vaya tanto como Frondizi cuando era candidato.

(Leonardo Castellani, Domingueras prédicas, Jauja, Mza., 1997, 297-300)

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P.Gabriel de S.M.M



DOMINGO 1 DE ADVIENTO — CICLO C

¡Oh Señor!, fortalece nuestros corazones y haznos irreprensibles en la santidad para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Ts 3, 13).

“He aquí que vienen días —oráculo de Yahvé— en que yo cumpliré la buena palabra que yo he pronunciado sobre la casa de Israel... Suscitaré a David un renuevo de justicia” (Jr 33, 14-15). Jeremías anuncia la intención de Dios de cumplir la “buena palabra” o sea la promesa del Salvador que deberá nacer de la descendencia de David, figurado en un “renuevo de justicia”. El restablecerá “la justicia y el derecho sobre la tierra”, es decir, salvará a los hombres y los conducirá de nuevo a Dios.

La realización de este gran acontecimiento que se llevó a cabo con el nacimiento del Salvador, de la Virgen María, es uno de los puntos focales del Adviento. La Iglesia quiere que el pueblo cristiano no se limite a hacer en él sólo una conmemoración tradicional, sino que se prepare a vivir en profundidad el inefable misterio del Verbo de Dios hecho hombre por nuestra salvación. (Credo). Y como esta salvación será completa, es decir, se extenderá a toda la humanidad sólo al fin de los tiempos, cuando “verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes” (Lc 21, 27), la Iglesia exhorta a los creyentes a vivir siempre en un continuado adviento. El recuerdo de la Navidad del Señor debe ser vivido en la espera de que se cumpla la bienaventurada esperanza y venga nuestro Salvador Jesucristo. (Misal Romano). El Señor ha venido, viene y vendrá; hay que darle gracias, acogerlo y esperarlo. Si la vida del cristiano sale de esa órbita fracasará rotundamente.

Al iniciar el tiempo del Adviento con la lectura del Evangelio que habla del fin del mundo y de la última venida del Señor, la Iglesia no intenta asustar a sus hijos, sino más bien amonestarlos, advertirlos de que el tiempo pasa, que la vida terrena es tan sólo provisional, y que la meta de las esperanzas y de los deseos no puede ser la ciudad terrena, sino la celestial. Si el mundo actual está sacudido por guerras y desórdenes y se desbanda con ideas falsas y costumbres depravadas, todo esto debe servirnos de aviso: el hombre que repudia a Dios perece, ya que sólo de él puede ser salvado. Pues entonces “cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención”. (Lc 21, 28). La Iglesia sólo mira a suscitar en los corazones el deseo y el ansia de la salvación y el anhelo hacia el Salvador. En vez de dejarse sumergir y arrastrar por las vicisitudes terrenas, hay que dominarlas y vivirlas con la vista puesta en la venida del Señor. “Estad atentos, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente venga sobre vosotros aquel días” (ib. 34). Por el contrario, es necesario “velar en todo tiempo y orar” (ib. 36) y valerse del tiempo para progresar en el amor de Dios y del prójimo. Esto desea de nosotros y a esto nos exhorta San Pablo: “El Señor os acreciente y haga abundar en caridad de unos con Otros y con todos… a fin de fortalecer vuestros corazones y haceros irreprensibles en la santidad… en la venida de nuestro Señor Jesús. (1 Ts 3, 12-13). La justicia y santidad que el Salvador ha venido a traer a la tierra, deben germinar y crecer en el corazón del cristiano y de él desbordarse sobre el mundo.

A ti elevo mi alma. Yahvé, mi Dios... Acuérdate, ¡oh Yahvé!, de tus misericordias y de tus gracias, pues son desde antiguo... Bueno y recto eres, Señor, por eso señalas a los errados el camino. Guías a los humildes por la justicia y adoctrinas a los pobres en tus sendas. Todas tus sendas son benevolencia y verdad para los que guardan tu alianza y tus mandamientos. (Salmo 25. 1.6. 8-10).

Puesto que tengo conciencia de tantos pecados, ¿de qué me aprovechará, Señor, que tú vengas si no vienes a mi alma ni a mi espíritu; si tú, ¡oh Cristo!, no vives en mí ni hablas en mí? Por esta razón, ¡oh Cristo!, debes venir a mí, y tu venida tiene que llevarse a cabo en mi persona. Tu segunda venida, ¡oh Señor!, tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos decir: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Haz, ¡oh Señor!, que el fin de este mundo me encuentre de manera que sea ciudadano del cielo por anticipado... Entonces se realizará en mí la presencia de la sabiduría, de la virtud y de la justicia, así como la redención; pues tú, ¡oh Cristo!, efectivamente has muerto una sola vez por los pecados del mundo, pero con la intención de perdonar diariamente los pecados del pueblo. (Cfr. S. AMBROSIO. Tratado sobre el Evangelio de S. Lucas).

(P.Gabriel de S.M.M., Intimidad Divina Meditaciones, Ed. Monte Carmelo, 9ª ed., Burgos, 1998, p.29 -31)

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EJEMPLOS PREDICABLES



EL JUICIO UNIVERSAL

1. A Santa Isabel, Condesa de Turingia (- 1231), llamada «la madre de los pobres» a causa de su gran misericordia para con ellos, le fue preguntado una vez porqué daba tantas limosnas a los menesterosos. Respondió ella: «Me preparo para el día del Juicio.» Razón tenía la santa, puesto que Cristo, según nos advirtió lo mismo, preguntará a cada uno el día del Juicio cuáles fueron sus obras de misericordia. El que se prepara para una licenciatura, para un doctorado, para un curso, se dedica durante muchos meses a estudiar incansablemente, porque sabe que de aquel examen dependerá su futura posición en la vida. ¡Cuánto más diligentemente hemos de prepararnos nosotros para aquel examen a que Dios nos someterá el día del Juicio, pues de él dependerá no ya nuestra suerte corporal, sino la eterna!

2. Unos caballeros que visitaban una vez por motivos de estudio el gran manicomio de Hall en el Tirol, notaron que en una de las salas había una señorita de brillante aspecto que estaba labrando con gran atención un bellísimo encaje. Admirados de que una joven tan inteligente y tan sana en apariencia se encontrase en aquel triste recinto, le hicieron algunas preguntas, pero ella no dio respuesta alguna, por lo que hubieron de convencerse de que la infeliz había perdido el juicio. Pidieron noticias al director, por el cual supieron su triste historia. Aquella joven había sido prometida a un noble caballero, y al ir a visitarle pocos días antes de la boda, no bien la vio su prometido, le gritó: ¡Apártate! No quiero saber más de ti.» Aquellas palabras bastaron para trastornar el juicio a aquella desventurada. Ahora bien, si la palabra «A pronunciada por el novio dio tanto dolor a la pobre prometida que la precipitó en la locura, ¿qué ocurrirá cuando el Divino Esposo de las almas dirigirá a los réprobos aquellas espantosas palabras del Juicio final: « Apartaos de Mí, malditos!»? Huyamos, pues del pecado mortal que puede conducirnos a tan espantosa ruina.

3. El siguiente ejemplo pone de manifiesto el gran poder que tiene la memoria del Juicio final para conmover a los más endurecidos pecadores. Un rey pagano de Bulgaria, llamado Bogoris, estaba muy aficionado a la caza y hallaba tanto gusto en los peligros propios de este ejercicio, que perseguía las bestias salvajes y se complacía particularmente en las escenas más terribles. Encontróse una vez con un monje llamado Metodio, que era a la vez excelente pintor; y le rogó que le pintara un cuadro muy vistoso cuyo asunto llenara de espanto a todos los, que lo contemplasen. El monje escogió para asunto del cuadro el Juicio universal. Pintó en el centro de él a Cristo sentado en un trono, y en torno suyo hermosas figuras de ángeles. A su derecha se veía una interminable hilera de hombres glorificados que despedían una admirable luz en sus rostros: eran los justos. A su izquierda estaba, en cambio, un montón de hombres de cuerpo monstruoso, llenos de terror y angustia: eran los pecadores. En la parte inferior del cuadro abríase un abismo lleno de horrendas figuras de demonios que tenían en sus manos instrumentos de los más crueles suplicios, y del fondo del abismo se levantaban altas, amenazadoras y oscuras llamas. Apenas vio el rey este cuadro, lo encontró muy de su gusto, confesando que nunca había visto cosa tan bella y al mismo tiempo tan espantosa. Y preguntó en seguida qué representaba. Metodio aprovechó la ocasión para explicarle la doctrina cristiana y especialmente la del Juicio universal, siendo el resultado de todo ello, que el rey se hizo bautizar (863) y en toda su vida posterior no puso mano en ningún asunto importante sin antes renovar en su memoria el recuerdo del Juicio.

(Spirago, Francisco, Catecismo en ejemplos, tomo I, Ed. Políglota, Barcelona, 340-345)


32. Mario Santana Bueno

Jesús vino, se quedó entre nosotros, y de nuevo vendrá. Toda la vida del cristiano se mueve en estos parámetros. No podemos sentir al Señor cerca si no le vemos nacer como un ser humano más. No somos capaces de vivir su mensaje si no le encontramos día a día por los senderos de la vida. Pero sabemos que un día volverá a terminar la obra iniciada.

En el texto de hoy, Jesús anuncia cuál será el fin que le espera a Jerusalén. Será una terrible calamidad; un día de juicio, tipo y figura de lo que ocurrirá inmediatamente antes de la venida del Señor.

La Palabra de hoy nos desconcierta un poco. Nos dice que cuando empiecen a suceder calamidades de todo tipo, es cuando los cristianos tenemos que animarnos y levantar la cabeza porque llega el Hijo del Hombre. Si en la primera creación Dios hace todo, ahora es como si lo destruyera para que el Señor de la salvación llegue de una manera definitiva.

Jesús alerta a sus discípulos contra la falsa seguridad y la sensualidad. Ésta es una advertencia aplicable a todos los creyentes de todas las épocas. Sólo podemos estar seguros cuando estemos a salvo del pecado. En todo tiempo hemos de velar para ello, pero hay tiempos que requieren una especial vigilancia. Jesús especifica estos peligros:
1.         El peligro de no estar alertados para la venida de aquel gran día. Tenemos que prepararnos para seguir a Jesús en su segunda venida.
2.         El peligro de entregarse a satisfacer los deseos de la carne y permitir que el corazón se aparte de Dios.

Les aconseja que se preparen y estén listos para el gran día donde hay que estar en pie delante del Hijo del Hombre. Para ello hay que velar y estar orando en todo tiempo.

Algunas personas pueden sacar la impresión que con las inmensas tragedias que suceden en el mundo, la vida fuese algo así como un caos sin sentido. Nosotros los cristianos, creemos, en cambio, que el mundo no camina sin horizonte. La vida cristiana tiene una meta.

Los filósofos estoicos pensaban en la Historia como un movimiento circular. Decían que cada tres mil años el mundo sufría una gran conflagración y luego empezaba otra vez, y la Historia se repetía. Eso quería decir que la Historia no iba a ninguna parte, y que la humanidad no hacía más que darle vueltas a la noria. La concepción cristiana del mundo y de la Historia es radicalmente distinta. Para nosotros la vida tiene una meta, y esa meta se alcanzará cuando Jesucristo sea Señor de todo. Eso es lo que sabemos y necesitamos saber.

No debemos perder ni la calma ni la esperanza por lo que vemos en nuestra vida y al nuestro alrededor. Quizá nuestro gran reto sea saber esperar en el Señor que nos salva. No nos ha dejado solos, Él está con nosotros cada día, pero quiere venir a nuestro corazón una y otra vez para decirnos que está ahí, que nos anima a la salvación.

Me gusta mucho la equiparación que se hace entre "salvación" y "felicidad". Ambos términos son casi sinónimos porque ambas realidades completan nuestra débil humanidad. No sé si cuando llegue el Señor a nuestro corazón nos encontrará de verdad salvados, pero lo que sí nos tiene que encontrar es esperándole. El cristiano es quien sabe esperar en Dios, en la vida, en sí mismo y en los demás.

* * *

1. ¿Sabes esperar de Dios, de la vida de ti mismo? ¿Qué esperas?
2. ¿Cuáles son las actitudes fundamentales para esperar en cristiano?
3. ¿Se puede ser cristiano sin esperanza? ¿Por qué?
4. ¿Qué es estar salvado? ¿De qué nos salva Cristo?
5. ¿Qué aspectos de tu vida no están todavía convertidos del todo al Señor? ¿Por qué?


33. 28 de noviembre de 2004

CONVERSION ANTE LA VENIDA DEL SEÑOR

ANTE LA DESPREOCUPACION DE LOS HOMBRES, OLVIDADOS DE LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE, DEBEN ACENTUAR LOS CRISTIANOS LA ACTITUD OBEDIENTE Y VIGILANTE DE NOE.

SAN PABLO, COMO SAN PEDRO, NOS INVITAN A DEJAR LAS ACTIVIDADES DE LAS TINIEBLAS Y A VESTIRNOS DEL SEÑOR JESUCRISTO.


1.Comenzamos hoy el Adviento con la urgente llamada de la Palabra de Dios a dirigir nuestra mirada en profundidad al pasado y al futuro de la historia humana y eclesial y de nuestra historia personal. Como el piloto en vuelo siempre ha de estar dispuesto a rectificar el rumbo de su nave si la hoja de ruta se lo demanda, el hombre, y sobre todo el cristiano, siempre tiene la oportunidad de dar un golpe de timón en su vida, cuando el evangelio le pide que rectifique; pero el Tiempo de Adviento de una manera singular e inminente, le invita a examinar, y controlar su camino, para rectificar los desvíos. Para eso la Palabra del Adviento nos recuerda que "cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos". Lo leemos de corrida y no lo negamos, pero tampoco hace mucha mella en nuestro espíritu. Pasamos en seguida a otro tema. Es el mal del tiempo.

2. La desmesurada cantidad de información que recibimos, y que no somos capaces ni de retener, menos de asimilar, y sobre todo, profundizar. Y tenemos necesidad de que nos machaquen los medios con imágenes terroríficas para que movamos un dedo en favor de los pobres. Pero el mensaje divino ni tiene tantos altavoces, ni encuentra una sensibilidad preparada, aunque es una verdad importantísima y trascendental, colectiva e individualmente. De ahí, que no podamos conformarnos con leer rápidamente el evangelio, sino que tenemos que pararnos a meditarlo, con reposo y oración, con detenimiento y responsabilidad, sobre todo los que estamos más cerca del Señor; los que teniendo la Palabra en nuestra boca, tenemos mayor obligación de practicarla. Pues, si no la practicamos, difícilmente la diremos en su integridad y con eficacia. San Juan de Avila ha escrito que lo que no se practica no se predica. Hoy los estudios de la ciencia nos dan la razón de esa afirmación y es que psicológicamente es inviable condenar las propias acciones. Las palabras no son para decirlas, sino para vivirlas. Han de ser convertidas en realidad. Si predicamos el amor y la solidaridad y practicamos el egoísmo, la soberbia, la ambición y la envidia, lo que sembramos por el día, lo arrancamos por la noche. Hace pensar que San Pedro el día de Pentecostés predicó un sermón y se convirtieron 3000 judíos. Hoy predicamos tres mil... más... y no se convierte nadie. Santa Teresa nos dará la explicación: "Hasta los predicadores van componiendo sus sermones para no descontentar". El Padre Báñez, que revisó el texto, escribió al margen: "Legant praedicatores". Adviento es tiempo de reflexionar para corregir y ordenar. Pienso que porque se discute mucho y se medita y ora poco, nos estamos quedando en el chasis. Lo dijo Jeremías: "Toda la tierra es desolación, por no haber quien recapacite en su corazón" (Jr 12,11). Una cosa es leer para conseguir ideas originales para decirlas, y otra leer y contemplar para entregar a los demás, no lo leído, sino el fruto maduro de lo contemplado. Los oyentes se dan pronto cuenta de si hablamos de profesión o si hablamos de corazón, porque cuando se habla desde ahí, las palabras, no sé lo que tienen, pero son como granos de pimienta que abren el apetito de conversión y vuelta a Dios. Por el contrario cuando se habla de rutina, nos quedamos fríos y con hambre, como quien ha comido rancho frío. Pero, "la Palabra de Dios es ascua llameante" (Sal 140) y no se puede servir recién sacada de la nevera. Hace unos años el Prior de Taizè dijo que los católicos de determinado país influirían poco poque estidiaban poco y oraban poco. Las prisas, el vértigo, la pérdida del hábito de la lectura y de la oración se apoderan de las personas y se ofrece vino aguado que no embriaga.

3. Sión, capital del reino de Judá, es una ciudad subyugada y oprimida, y agotada por los tributos y por el abuso de sus dirigentes. Y en el momento de su mayor depresión, Dios le concede a Isaías un suplemento de vista con la que ve a lo lejos: Veo el Monte del Señor más alto que todos los montes y que vienen a él todos los gentiles y pueblos numerosos. Y vienen cantando: Subamos al monte del Señor para que nos enseñe a caminar según su Palabra, y a seguir su ley. La metáfora de los montes tiene por base el culto de los pueblos paganos a sus dioses en los montes. El Monte del Señor será más alto que todos Is 2,1. En 1945 en Yalta, preguntó Stalin a Winston Churchill, que le hacía presente el deseo de paz del papa Pío XII: "¿Con cuántas divisiones cuenta el papa de Roma?". En 1989 hemos visto derrumbarse el dominio de ese régimen estalinista, que creíamos inexpugnable. En la homilía de la misa del inicio de su pontificado, proclamaba Juan Pablo II en la plaza de San Pedro: "Abrid las puertas a Cristo, abrid las puertas de los Estados, de los sistemas económicos y políticos". Vemos ahora que aquellas invitaciones clamorosas eran proféticas. ¿Quién hubiera podido predecir estos acontecimientos? Y es que: "Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor".

4. Si el mundo, si los pueblos todos, escuchan la Palabra y cumplen la ley de Dios, fundirán las espadas y las convertirán en arados; y convertirán las lanzas en podaderas. Un pueblo no disparará el cañón contra otro pueblo; y ya no se tendrán que ejercitar para ir a la guerra. "Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor". Esta es la revelación y la luz del Señor: Llega el desarme. Es como si dijera el Profeta: El mundo se salvará de la corrupción de los gobernantes, de las mentiras políticas y del hambre y de las guerras interiores y del pillaje y los terroristas abandonarán el terrorismo. La paz entre los pueblos es un don mesiánico, pero vienen con él otros, que anticipan y anuncian la llegada a la ciudad de Dios.

5. Isaías ha visto los tiempos mesiánicos. Ha llegado, como un fruto maduro, la paz universal: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". Sobre la cumbre del Monte Sión, una tarde negra, moría Jesús, sellando la Alianza Nueva con su Sacrificio. Desde la Cruz lo atraía todo hacia Sí, aunque todavía no va todo hacia El.

6. Ante el anuncio de la llegada del Señor, irrumpe la inspiración del salmista en cantos de alegría: "¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor! Tenemos puestos ya los pies en los umbrales de Jerusalén, ciudad fuerte y compacta, tribunal de justicia mesiánica, palacio de David, que alberga entre sus muros la seguridad y la paz" Sal 121.

7. Pero los cristianos, queriendo hacer llegar el día del Señor, debemos estar alerta y vigilar, porque "aún vivimos en la noche" y nos puede sorprender "el ladrón". Debemos vigilar porque vivimos en el ya, pero todavía no. Vigilar es orar para no caer en la tentación (Mt 26,41). Vigilar es, vivir como corresponde a los miembros de la familia de Dios.

7. Vivir como Noé, en medio de un mundo perverso. Se burlaban de Noé cuando construía el arca Mat 24, 37. También de los cristianos fieles se burlarán. Pero ellos, nosotros, sabemos que hemos de abandonar "las actividades de las tinieblas, las comilonas, las borracheras, la lujuria y el desenfreno" Rm 13, 11. Los cristianos saben que hay una ley de amor que ordena la pureza, aunque el ambiente corrompido proclame una falsa libertad. Tampoco son propias de los cristianos "las riñas ni las pendencias" de partidismos: "Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas" (1 Cor 1,12). "Sin malos deseos ni provocaciones con el cuidado de nuestro cuerpo. Vestíos del Señor Jesucristo": de humildad, de paciencia, de caridad y de entrega hasta la muerte de cruz. "Estad en vela, y pertrechaos con las armas de la luz", la caridad, la oración. Portémonos con dignidad de cristianos. En tiempo de Noé la gente comía y bebía y se casaba... Vivían despreocupados de su salvación y de Dios y de su Ley. Llegó el diluvio, que nadie esperaba, y se los llevó a todos, menos a Noé, el hombre justo y obediente. Noé salvado es el signo de que Dios no abandona a la humanidad.

8. ¿No vemos en este mundo nuestro un aturdimiento semejante, una despreocupación de su deber de escuchar la Palabra, de subir al monte del Señor, de cumplir sus mandatos? Y sin embargo, la paz está condicionada al interés y responsabilidad de todos los hombres, y de cada hombre, por cumplir sus deberes de criaturas. El ejemplo nos lo ofrece Noé: Su actitud es la del hombre de fe que cumple la voluntad de Dios sin comprenderla, que se confía a sus mandatos. El dechado es Noé, heraldo de justicia, y no sus contemporáneos porque "dos estarán en el campo: a uno se lo llevarán, y a otro lo dejarán, porque pertenece a Cristo". Y esto cada día, en el molino, en el trabajo, en el descanso y en todas las actividades humanas.

9. Jesús habla en parábola. Si supieras cuándo va a venir el ladrón estarías en vela para no dejarte robar. Pues así debéis estar vosotros preparados, porque no sabéis cuándo vendrá la muerte. No es prudente dejar el problema de la conversión para última hora, porque no sabes si tendrás tiempo, ni si se te dejará la conciencia despierta. Y porque debes hacer rendir tus talentos (Mt 25,15).

10 Convirtámonos ahora, antes de comer el Cuerpo del Señor, pues: "Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles y mueren muchos. Examínese pues el hombre y entonces coma del pan y beba del cáliz" (1 Cor 11,23).

JESÚS MARTÍ BALLESTER


34. Servicio Bíblico Latinoamericano 2006

Este primer domingo de adviento sirve de puente entre el tiempo ordinario y el tiempo de adviento. El tiempo ordinario termina reflexionando sobre la segunda venida de Jesús, sobre los acontecimientos del fin de los tiempos. En esta medida el primer domingo del adviento se inaugura con el tema del final de los tiempos, y nos va a introducir en el tiempo de la espera y de la esperanza, el tiempo de adviento.

La lectura del libro de Jeremías nos sitúa en el tiempo inmediatamente posterior a la destrucción de Jerusalén en el año 587 a.C. El pueblo está desolado y empieza a tomar conciencia de su situación. Jeremías dirige su palabra profética a su pueblo para decirle que Dios no los ha abandonado, que hará regresar a los cautivos y los perdonará, se construirán de nuevo las ciudades, los campos volverán a granar y los ganados a pastar. Es esos días el Señor hará brotar en rey justo, no como los reyes que los llevaron al destierro, el cual será llamado «Dios es nuestra justicia». Vendrá un rey justo a restaurar al pueblo de Israel.

El salmo responsorial expresará que esa esperanza que leemos en la primera lectura, no quedará defraudada, pues quien espera y quien es fiel al Señor no queda defraudado. Yahvé siempre lleva al cumplimiento su palabra. Por esta razón el salmo enfatiza la idea de Jeremías, el rey de justicia que esperamos sí llegará. Ese rey esperado es para nosotros los cristianos, Jesús el señor.

El Segundo Testamento a partir de la novedad de Jesús nos introducirá en otro tipo de espera y esperanza. Supone claramente que el rey esperado del Primer Testamento es Jesús, pero abre la puerta a una espera en el esperado, hacia el final de los tiempos. Jesús vino en humildad, como el campesino de Nazaret que fue obediente al Padre, y que por esa obediencia fue muerto y resucitado. Pero al final de los tiempos, él regresará a manifestar su gloria. Por eso en la carta de los Tesalonicenses, Pablo exhorta a la comunidad a mantenerse fieles a Jesús y prepararse para esa segunda venida. El evangelio de Lucas describe de manera metafórica, los acontecimientos que precederían a esa segunda venida de Jesús. Por este acontecimiento final es que Lucas invita a los hermanos y hermanas a mantenerse fieles y vigilantes para mantenerse en pie (fieles) ante el Hijo del Hombre.

El texto del evangelio de hoy es un texto difícil: la liberación llega. En los versículos anteriores Lucas nos hablaba del asedio a Jerusalén (21,20-23). Ahora, alude a la segunda venida de Jesús: es decir a lo que llamamos la parusía. El discurso de Jesús es apocalíptico y adaptado a la cultura de su tiempo (apocalipsis no significa catástrofe, como tendemos a pensar, sino revelación), y nosotros tenemos que releer esas señales del mundo natural en el mundo de la historia, que es el lugar en que el Espíritu se manifiesta. La segunda venida del Señor revelará la historia a sí misma. La verdad que estaba oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor (1Cor 13,12b).

En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que solo podrán ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en el corazón del ser humano.

El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. El discípulo de Jesús tiene las mismas causas de angustia que el no creyente; pero ser cristiano consiste en una actitud y en una reacción diferente: lo propio de la esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios liberador y que nos permite descubrir el paso de ese Dios en el drama de la historia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo que viene” en las situaciones actuales, y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total que pasa por la cruz.

Por eso el Evangelio nos llama a “estar alerta”, a tener el corazón libre de los vicios y de los ídolos de la vida (la conversión), para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita las situaciones que vivimos en nuestro entorno. Nos llama a “estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre con una Esperanza viva, punto de encuentro entre las promesas de la fe y los signos precarios que hoy envuelven esas promesas. La esperanza es una memoria que tiende a olvidarse, se nutre con la oración, nos adhiere a las promesas de la fe y nos inspira, cada día, la búsqueda de sus huellas en las señales del tiempo. La Esperanza cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las promesas se verifiquen en nuestras vidas.

El adviento es tiempo de preparación de espera. Jesús cumplió las promesas del Antiguo Testamento con su vida y predicación. No esperamos su nuevo nacimiento. Esperamos que el vuelva a juzgar la creación. Es ese momento el que esperamos, y para ese momento en que creemos que la justicia, que la igualdad, que la solidaridad se impondrán.

Para la revisión de vida
Dos esperas han marcado la historia de nuestra fe desde nuestro padre Abraham hasta nuestros días. La primera espera, la espera del AT, es la espera del Mesías, del rey que restauraría el esplendor del pueblo de Israel, una vez destruido por Asiria y Babilonia. Para que este Mesías apareciera era necesario una vida transparente, el cumplimiento de la alianza del pueblo con Yahvé, fidelidad a Dios, en último término. Esa espera llegó a su cumplimiento en Jesús de Nazaret.

La segunda espera, la espera del NT, es la espera de la parusía, del retorno del señor en gloria para reinar sobre su pueblo, cuando el sea todo en todos y en todo. Esta Parusía esta asociada a la idea del juicio universal de las naciones: El Señor vendrá a juzgar. Esa escatología inminente fue lo que en la Iglesia primitiva dio pie para enfatizar en la preparación moral para ese momento.

Nosotros hoy continuamos expectantes esperanzados esperando la Parusía. Seguimos de camino. Preguntémoslos:

En las situaciones de muerte que vive el mundo (guerras, epidemias, hambre, injusticia) ¿nos preguntamos por el sentido de la vida y de nuestra existencia?

¿Qué interpretación hacemos de estas tragedias como signos apocalípticos o como situaciones de injusticia que merecen ser rechazadas?

En mi vida personal, ¿cuál es el ideal que me anima a continuar luchando hacia el futuro?

Para la reunión de grupo
- ¿Qué signos de esperanza y de desesperanza da esta sociedad actual "realista", sin utopías, desencantada, anestesiada por la proclamación del "final de la historia"...?
- "Con la caída del muro de Berlín lo que se ha producido en la sociedad es el abandono de la concepción utópico-histórica de la política", ya no se toma la historia como un camino hacia la transformación de la sociedad, ya no hay lugar para los mesianismos ni para las utopías… La sociedad se ha hecho "pragmática" y "realista". La mística utópica y la esperanza apasionada de una renovación del mundo parecen cosas de otros tiempos… ¿Qué papel tendríamos los cristianos en esta hora baja de la esperanza? ¿Qué es la esperanza en un contexto sociocultural como éste? ¿Somos testigos de esperanza?
- Qué pueden significar los signos apocalípticos que utiliza el evangelio (señales en el sol, la luna y los astros, rugido del mar, amenaza de la llegada imprevista...)
- ¿En qué sentido el fin del mundo (y/o de nuestra propia vida) es la "venida del Señor Jesús"?

Para la oración de los fieles
- Para que las comunidades cristianas vivan intensamente el adviento como preparación a la navidad y como tiempo dedicado más intensamente a alimentar la esperanza del mundo y la propia nuestra, roguemos al Señor....
- Por todos los que lloran y se desesperan ante la muerte, para que encuentren sus vidas el coraje de la esperanza...
- Por todas las personas que por edad, enfermedad o cualquier otra circunstancia sienten la proximidad de su final; para que comprendan esa situación como una gracia, un don, una oportunidad para alcanzar la plenitud de sus vidas...
- Por todas las otras personas, especialmente jóvenes, que viven de espaldas a la realidad de la muerte y de la finitud de nuestras vidas; para que abandonen toda enajenación y vivan todos los días conscientes de las dimensiones reales de la vida humana...
- Por la esperanza de los pobres, los dos tercios del mundo, los mil millones de personas que viven con un dólar diario, los 2.500 millones de personas sin empleo, el 20% más pobre de la humanidad que recibe el 1'4% del producto mundial; para que por nuestro compromiso decicido por la transformación del mundo seamos adviento, esperanza, buena noticia para estos hermanos y hermanas nuestros…
- Para que los teólogos cristianos reelaboren y reformulen las verdades eternas y la fe en el más allá de la muerte con un lenguaje más adecuado al hombre y la mujer de hoy…

Oración comunitaria
Oh Dios, Madre y Padre, Fuerza y Origen, Fundamento misterioso del Ser, que llamas a la existencia y siembras los impulsos y los brotes, y llamas a la Esperanza. Al comenzar este nuevo Adviento acoge nuestras limitaciones y temores, y libera toda tu energía en nosotros, para que renazcamos a una esperanza nueva. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.


35. ALZAD LA CABEZA - JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 29/11/06.- Nadie conoce su final. Nadie conoce tampoco el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?

Cuando Lucas iba copiando del evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el «Final», no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos los escritos apocalípticos hablaban así. Él pensó enseguida en lo que nos pasa a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de ordinario, nos da seguridad.

Probablemente, todos conocemos en nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir «miedo» e incluso «angustia» porque nos quedamos sin seguridad y «sin aliento». Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según Lucas, algo de esto le pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.

«Alzad la cabeza». Es lo primero. No vivir encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. «Se acerca vuestra liberación». Un día sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.

«Tened cuidado de que no se os embote la mente». Es nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados solo por el dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria, frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del verdadero sentido de la vida.

«Estad siempre despiertos». No vivir dormidos. Despertar nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.

«Pidiendo fuerza». Es nuestro problema: no tenemos fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con Dios?


36.

CATEQUESIS DE INTRODUCCIÓN PARA EL ADVIENTO

       Y 1er DOMINGO DE ADVIENTO

 
ADVIENTO – ADVENIMIENTO

 

ü     “ALGUIEN” QUE VIENE

ü     Y QUE SE LE ESTÁ ESPERANDO

ü     PARA QUE NOS AYUDE

ü     A RESOLVER PROBLEMAS

ü     Y SITUACIONES DESESPERANTES

ü      DE LA VIDA

 

v    “ALGUIEN” QUE VIENE

v    PARA HACER REALIDAD

v    NUESTROS SUEÑOS

v    DE FELICIDAD, GOZO Y ALEGRÍA

v    HASTA LO INIMAGINABLE:

v    NUESTRA “DIVINIZACIÓN”

 

SE NOS REVELA

en un género literario o lenguaje “apocalíptico”, propios de la época, pero mucho más discreto:

-         “.. de todo esto que veis (la grandiosidad del templo de Jerusalén), vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea demolida.”

-         “Le preguntaron, diciendo: ¿Y cuándo sucederá esto y cuál es la señal de que estas cosas estén a punto de suceder?

-         Cuando oyereis hablar de guerras y revueltas…,Se levantará nación contra nación y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos lugares, hambres, pestes, espantos y grandes señales del cielo.

-         Seréis entregados aun por los padres, por los hermanos, por los parientes y por  

      los amigos, y harán morir a muchos de vosotros, y seréis aborrecidos de todos  

      a causa de mi nombre.

     -   Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos entre todas las naciones, y  

        Jerusalén será hollada por los gentiles

-         Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturba

     ción de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las  

    olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene  

    sobre la tierra, pues los poderes celestes se conmoverán.

 

-         TODO SON DESGRACIAS, CATACLISMOS, DESASTRES,
PERSECUCIONNES, MUERTES…

-    LA REALIDAD ES MUY DISTINTA DE LAS APARIENCIAS

-    CÉNTRATE, MIRA FIJAMENTE LA REALIDAD

-    Y SABRAS INTERPRETAR LAS APARIENCIAS,

-    LO QUE SIGNIFICAN, NO LO QUE MUESTRAN.

-    EN LOS TRIGALES VES LA PAJA

-    EN LOS GRANEROS ESTÁ EL TRIGO.

     ¡¡¡NO TE EQUIVOQUES!!!

 

-         SALIMOS DEL ALFA (momento de la creación) DE DIOS

-         LLEGAREMOS A LA OMEGA (momento de la plenitud y perfección de todo lo creado) DE DIOS

-         UNA APOCATÁSTASIS, UNA APOTEOSIS.

 

-         El GRANO de TRIGO metido en tierra, experimenta una destrucción, una demolición, una desintegración “APARENTE”. La realidad es muy otra: es una TRANSFORMACIÓN. Primero germina; después sale un tallo; más tarde una ESPIGA; y la espiga se llena de granos, hasta el  60, 80 o 100 por uno.

 

***   Hay que saber leer bien e interpretar mejor esta CATEQUESIS DE VICTORIA Y NO DE 

       DERROTA Y DESTRUCCIÓN.

       - Lo acabo de leer en un correo:"La pregunta es ésta: "
         ¿cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?" 

           *  No te dejes meter MIEDO

 

-   Mira hacia delante, hacia la VICTORIA APOTEÓSICA.

-   No mires hacia atrás: a las apariencias de destrucción, pues podrías “convertirte en estatua de sal”, como la mujer de Lot.

 

-         No te preocupes por “el cuando” de tu muerte, ni por el cómo morirás.

-         Preocúpate  y no olvides “cómo debemos vivir”
para no llegar derrotados a ese gran día
por el vicio, la bebida, los placeres absurdos y la preocupación desmedida del dinero.

 

Clarito ¿verdad? Pues adelante que ya nos lo avisan:

 

******   Cuando estas cosas comenzaren a suceder,

              cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas,

             porque se acerca vuestra redención.

 

Edu, piariste

 

Estamos de estreno. Hoy comenzamos un año nuevo. Y todos sabemos cuales son nuestras actitudes cuando estrenamos algo. Nos llenamos de alegría ¿verdad?, y nos sentimos un tanto ufanos, nos sentimos importantes con el nuevo coche que estrenamos, o el vestido de una gran firma, o la moto en la que tanto soñamos. Y no solo estamos contentos, alegres, ufanos, sino que también ponemos un poco de cuidado y esmero con lo que estrenamos, al menos los primeros días. Alegría y vigilancia son las dos actitudes fundamentales.

 

Hoy, pues, hermanos, estrenamos un nuevo año, y tendremos la oportunidad de hacer un mejor ensayo, que el que hicimos el año pasado, sobre lo que debe ser este gran misterio de nuestra vida, de nuestras vida, que queremos que sea verdaderamente cristiana, porque aun no nos convence, su cristianismo. Somos un poco cristianos a medias. Para que cuando llegue el día de la representación y no del simple ensayo o entrenamiento, en este gran teatro del mundo de toda la humanidad, y delante de Jesucristo, Juez de vivos y muertos, lleno de poder y majestad, la obra de nuestra vida sea maravillosa y ya no ensayada, sino vivida de manera plena y esplendorosa y para siempre, el triunfo total.

 

*  Esta obra de nuestra vida cristiana durante el año se desarrolla en tres actos o escenas, con sus respectivas preparaciones.

Empezamos con la preparación del primer acto con el adviento o advenimiento: alguien que viene para ayudarnos, para salvarnos. Y ya preparados, vivimos la alegría de ese primer misterio que llamamos Encarnación, Navidad, decimos: que Dios, el Hijo, se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Después durante varios domingos profundizamos e intentamos vivir este primer misterio.

 

*  El segundo acto comienza con la preparación que llamamos cuaresma, que son cuarenta días de preparación para profundizar y vivir el segundo misterio, que es la cumbre, la cima de todo el año: la muerte y la Resurrección de Jesucristo.

 

*  Este gran misterio de resurrección, llega a su plenitud con nuestro tercer acto o escena, con la infusión de la plenitud del amor de Dios, del Padre y del Hijo, y que llamamos Santo Espíritu, Paráclito o Pentecostés.

 

Después durante 34 domingos “profundizamos, interiorizamos" para vivirlos esos tres misterios.

 

***   Hoy comenzamos el adviento y hemos, pues, de procurar no dejarnos dominar y arrastrar por la monotonía, que diciembre tras diciembre se nos repite: tiempo de adviento y Navidad; sobre todo los que somos ya mayores. Sentimos, a veces, hasta una cierta indiferencia, porque ya no nos dice nada o no nos dice tanto, como cuando éramos niños o jóvenes …
La Encarnación del Hijo de Dios y su Navidad,

 

Ánimo, pues, y a emprender con ilusión este nuevo año cristiano para que cada vez lo vivamos mejor, que sin género de duda, estamos dispuestos  a hacerlo y a que no se nos pase sin casi darnos cuenta y ni vivirlo.   

 

*  El mensaje de los cuatro domingos de adviento es un desafío permanente a la raíz misma de nuestra fe. Nos han proclamado hoy:

1º- Estad siempre despiertos

pidiendo fuerza, ¿para qué?,

3° para escapar de todo lo que está por venir,
4° Y manteneos en pie ante el Hijo del hombre".

 

Ya veis, todo un programa a realizar, no solo para este nuevo año, que hoy se nos abre, que hoy estrenamos, sino un programa a realizar a lo largo de nuestra vida. Es, pues, una consigna y una amenaza:
- Consigna: "Estad siempre despiertos...”
- Amenaza:”para escapar de todo lo que está por venir”.


Sí, es una amenaza, pero no para metemos miedo: "cuidado con tu futuro, se nos ha dicho, con lo que está por venir".
Si este grito del adviento me da miedo, no he entendido lo que es el adviento.

 

Una amenaza es para nuestra vida la calavera, pintada en una chapa de hoja de lata y colocada en los postes de la luz de alta tensión. Y no nos da miedo. Sí, es verdad, despierta en nosotros la vigilancia, la prudencia en el obrar de nuestra vida. No se nos ocurre encaramamos a esos postes de la luz de alta tensión como si fueran una cucaña.

 

El cartel, donde podemos leer: aguas contaminadas, agua no potable, es una amenaza, pero no nos infunde miedo. Nos pone en guardia para no cometer la imprudencia de beber de aquellas aguas, incluso, aunque tengamos sed

Ya veis, que reaccionamos bien, muy bien en nuestro mundo de aquí, donde vivimos. Obramos con prudencia y con inteligencia ante las amenazas y los peligros.

 

Pero esta amenaza, que se contiene en la Palabra de Dios, puede ser que me haya dejado indiferente, dormido, atolondrado: "Estad siempre despiertos", nos gritan, vigilantes. Manteneos en pie, se nos añade. Que nada, ni nadie rompa la historia de tu vida, con lo que está por venir. Lo que viene cada día. Vive la historia de tu vida bajo la amenaza de tu libertad, que te puede hacer fracasar.

Eric Fromm escribió un libro muy leído por los universitarios de su época, con el título sugerente: “Miedo a la libertad” Y es para temerla, no cabe duda. No fracasarás, en cambio, con la fuerza que te da la Palabra del Hijo del Hombre.

Evitarás la amenaza de un fracaso total. Léela durante la semana, sólo o en familia. Te encontrarás contigo mismo y con esa nueva creación y nueva vida, que todos buscamos. Llegarás gozoso a ese día de la 28 venida de Jesucristo, Juez de vivos y muertos, si estás vigilante.

 

Pero, ¿de qué tenemos que tener cuidado, qué tenemos que vigilar? Nos lo dice concreta y taxativamente: "Tened cuidado: no se embote la mente y el corazón con el vicio. la, bebida, los placeres de la mesa y la preocupación por el dinero”.

 

Por esa ansia y ambición de tener, en lugar de esforzarse por ser lo que somos. Tened cuidado del vicio de la mentira de vuestras vidas, de las murmuraciones, que matan, de los egoísmos e injusticias, que esclavizan, de la irresponsabilidad y falta de rendimiento en el trabajo, de la soberbia y orgullo, de la vanidad y de la envidia, que te destruye. Cuando nos dejamos invadir por esta vida terrestre y mundana y por los placeres desmedidos, nos olvidamos de aquel día, que caerá de repente como un lazo-trampa sobre los habitantes de la tierra.

 

Vigilad y orad; pedid, nos dice el Señor. La confianza y la esperanza no deben ser sinónimos de seguridades engañosas. Es necesario estar alertas, vigilar, ser prudentes, porque hay un peligro en esta amenaza, y es llegar derrotados a ese gran día por el vicio, la bebida, los placeres absurdos y la preocupación desmedida del dinero.

Quizás esta primera semana nos vendría bien mirarnos al espejo de la Inmaculada, porque nos dará la imagen de lo que de verdad podemos ser y en el fondo lo estamos deseando: estar sin mancha, dar la medida de la verdadera existencia humana, tener limpio nuestro horizonte y nuestro corazón. Porque si a Ella nos asomamos, intentaremos recuperar la belleza de nuestro ser desfigurado y así, llevados de su mano, consigamos, que Dios se encarne también en nosotros, como lo hizo en Ella por limpia, por pura, por íntegra y que ahora nosotros se lo vamos a pedir al ofrecerle este pan y vino, vuestro y mío, nuestro, pues, de esta Eucaristía, que juntos vamos a celebrar.

AMEN.

                                         Edu, escolapio
 



37.

 

El vínculo entre las lecturas

Hay que salir al encuentro del Señor que se acerca y hay que hacerlo estando preparados para ese momento. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer Domingo de Adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que proviene de las mismas palabras de Jesús que leemos en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (Evangelio).

 

Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro llenos de entusiasmo, hay que despertarse del sueño, sacudirse de la modorra y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz (Segunda Lectura). La visión del profeta Isaías (Primera Lectura) resume espléndidamente la actitud propia para este Adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir iluminados por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.

 

Un nuevo Año Litúrgico

 

La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Adviento, con el cual comienza un nuevo Año Litúrgico. Esto no debe ser para un cristiano un mero dato cultural o una información ajena a su vida concreta. Un cristiano podría, tal vez, ignorar que estamos en el mes de noviembre o que estamos en primavera, pero no puede ignorar que estamos en el tiempo litúrgico del Adviento. El tiempo litúrgico consiste en hacer presente «ahora» el misterio de Cristo en sus distintos aspectos. Es, por tanto, el tiempo concreto, el tiempo real, es el tiempo que acoge en sí la eternidad, pues «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). En la revelación bíblica se considera que el correr del tiempo tiene un origen sagrado; de lo contrario sería puramente efímero. Ignorar esta dimensión del tiempo es un signo más del secularismo que nos envuelve. En efecto, en su relación con el tiempo, el secularismo[1] es la mentalidad que prescinde de la eternidad.

 

Para comprender cuál es el aspecto del misterio de Cristo que celebra el Adviento, conviene saber el origen de esta palabra. La palabra «Adviento» es una adaptación a nuestro idioma de la palabra latina «adventus» que significa «venida». En este tiempo se celebra entonces la «venida de Cristo». Pero la «venida» de Cristo es doble. Entre una y otra se desarrolla la historia presente. Una antigua catequesis de San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) explica: «Os anunciamos la venida de Cristo; pero no una sola, sino también una segunda, que será mucho más gloriosa que la primera. Aquella se realizó en el sufrimiento; ésta traerá la corona del Reino de Dios. Doble es la venida de Cristo: una fue oculta, como el rocío en el vellón de lana; la otra, futura, será manifiesta. En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda aparecerá revestido de luz. En la primera sufrió la cruz y no rehuyó la ignominia; en la segunda vendrá escoltado por un ejército de ángeles y lleno de gloria. Por tanto, no detenemos nuestra atención solamente en la primera venida, sino que esperamos ansiosos la segunda».

 

Caminando hacia la Casa de Dios...

 

La visión del Profeta Isaías[2] nos presenta en la plenitud de los tiempos mesiánicos («al final de los días») a Jerusalén como el centro religioso al cual atraerá el Señor a todas las naciones. Todos los pueblos, todos los hombres serán invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de épocas tan adversas como la del profeta Isaías, sin embargo la Palabra de Dios es eficaz y nunca defrauda.

 

Dios, fiel a sus promesas, será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano, Rey de Universo. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que nos debe de llenar de esperanza rumbo a la Casa del Padre.

 

 

¿De qué manera debemos de ir al encuentro del Señor?


Sin duda no se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo responsorial (Sal 121) expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: «¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!».  Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revestimos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados.

 

«El día se avecina» nos dice San Pablo en su carta a los romanos escrita en el año 57 después de haber realizado sus tres grandes viajes misioneros y preparando su primera visita a la ciudad de Roma.  La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con «el sol de justicia», con la luz indefectible, con «el día que no conoce ocaso».

 

Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera, una ilusión. Es decir, olvidarnos de Dios...

 

 ¡Estad preparados!

 

El Evangelio de hoy repite como un estribillo: «Así será la venida del Hijo del hombre» y las imágenes que usa nos invitan a estar alertas y preparados. Jesús ilustra este aspecto de su venida con dos imágenes: será como el diluvio en tiempos de Noé, que vino sin que nadie se diera cuenta y los arrastró a todos; será como el ladrón nocturno que viene cuando nadie sabe. Estas comparaciones podrían sugerir un acontecimiento terrible, como fue el diluvio, o un hecho poco grato, como sería la visita de un ladrón. El objetivo de estas imágenes es doble. En primer lugar se trata de ilustrar lo «imprevisto» de la venida de Cristo y mover a la vigilancia. No hay que tener la actitud de los que despreocupados, comen, beben y toman mujer o marido, pues a éstos los cogerá cuando menos lo esperan. Por eso concluye Jesús: «Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

 

Pero también es cierto que la venida de Cristo operará una división: habrá una gran diferencia entre los que se encuentren vigilantes y los que sean sorprendidos despreocupados. Para los primeros la venida de Cristo colmará sus anhelos de unión con Dios, para éstos será la salvación definitiva, será un acontecimiento gozoso: éstos son los que están continuamente diciendo: «Ven, Señor Jesús».

 

En cambio, para los que comen, beben, se divierten y gozan de este mundo la venida de Cristo será terrible como fue el diluvio para los del tiempo de Noé o como es la visita nocturna de ladrón. Esta diferencia es la que expresa Jesús cuando advierte: «Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro dejado; dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada, la otra dejada».

 

Esta primera parte del Adviento nos invita a vivir siempre en la certeza de que para cada uno de nosotros la venida de Cristo ocurrirá en el espacio de su vida y a esperarlo vigilantes, pero al mismo tiempo alegres, según la exhortación de San Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito, estad alegres... ¡El Señor está cerca!» (Flp 4,4-5).

 

Una palabra del Santo Padre:

 

«Por este motivo, el estribillo «Vaya­mos jubilosos al encuentro del Señor» resulta tan adecuado. Nosotros pode­mos encontrar a Dios, porque él ha ve­nido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11‑32), porque es ri­co en misericordia, dives in misericor­dia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. El sale el primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoro­so y misericordioso.

 

Si Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Pa­dre. Debemos ir en compañía de cuan­tos forman parte de «la familia de Dios». Para preparamos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre celestial».

 

Juan Pablo II. Homilía del primer Domingo de Adviento,
29 de noviembre de 1998.

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. Decía Carlos Manrique cuando compuso unas "Coplas" a la muerte de su padre: «Esta vida es el camino, para el otro que es morada sin pesar. Mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar». Hagamos un buen examen de conciencia sobre “nuestro andar” al inicio de nuestro Adviento.

 

2. ¿Cómo puedo estar realmente bien preparado? Jesús mismo nos responde: «Están preparados los que cumplen la voluntad de mi Pa­dre». Así lo declaró solemnemente en la conclusión del sermón de la montaña: «No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). ¿Busco cumplir el Plan de Dios en mi vida y en los miembros de mi familia?        

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817- 1821. 2849.