39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO B
26-39

26.

Autor: Neptalí Díaz Villán, CSsR
Fuente: www.scalando.com

¡YA VIENE!

La liturgia católica, según la organización actual, tiene tres ciclos (A, B y C) para los domingos, y año par e impar para los días entre semana. Hace 8 días con la fiesta de Cristo Rey terminamos el año litúrgico, con el ciclo “A”. Hoy, empezamos el ciclo “B”, un nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento.

Hablar de adviento es hablar de advenimiento, de expectativa por la venida de algo o de alguien, que nos traerá buenas nuevas, por tanto es un tiempo de esperanza. Digo de esperanza no espera; la esperanza implica serenidad y confianza porque vendrá algo mejor, pero también nuestro aporte para que eso que esperamos sea una realidad.

Desde hoy las lecturas nos animarán a vivir el adviento. A corto plazo, a la espera de la celebración de la navidad, pero ahí no podemos quedarnos, nuestra esperanza no puede quedarse en celebrar la navidad, nuestro gran adviento es por el Reino de Dios. La celebración de la navidad es una oportunidad para hacer memoria de la infancia de Jesús, para alegrarnos por su irrupción en nuestro mundo haciéndose nuestro hermano y para tomar fuerzas en la construcción de una humanidad nueva.

Isaías 63 parte de la incapacidad del ser humano para surgir plenamente como individuo y como sociedad cuando se aleja de Dios. Alejarnos del culto, de la lectura y estudio de la Palabra, y la oración, sin duda nos alejan de Dios, pero alejarnos de Dios, según el mensaje profético sobre todo es alejarnos de la justicia: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti...”

En este sentido alejarse de Dios lleva a las personas y a las sociedades a caer en situaciones dolorosas, tristes, de opresión y de muerte. Esto lo experimentaron los judíos en el 587 a.C. cuando fue destruida Jerusalén por parte de los babilonios y posteriormente vino la larga cautividad que duró más de 50 años. A ellos les habló Isaías 63, que haciendo una lectura de la realidad, descubrió la problemática, reconoció las fallas que habían cometido como pueblo y oró al Señor pidiendo la restauración.

Es necesario descubrir la raíz de las desgracias, no para llorar sobre la leche derramada, ni para añorar un tiempo pasado que aunque consideremos mejor, de todas maneras también tenía sus bemoles. Necesitamos reconocer nuestra problemática y buscar la raíz de ella, sobre todo para encaminarnos hacia la solución de nuestros conflictos con la gracia del Señor.

Las lecturas de hoy y las de todo este tiempo están en esa tónica. Desde hoy estamos invitados e invitadas a vivir el adviento. Vivir el Adviento, es negarse a aceptar que nuestra suerte sea el engaño, la pobreza absoluta, la miseria, la corrupción y la muerte. Vivir el Adviento, no obstante las dificultades personales y sociales, es vivir en esperanza y creer que con la gracia de Dios podemos encontrar soluciones. Es estar vigilantes, como dice el evangelio, al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer, a la manifestación de Dios. No es estar en vigilia con miedo a la muerte o al juicio divino, es estar despiertos, pilosos, como dicen los jóvenes, dispuestos a servir, a trabajar buscando un mundo mejor.

Es de indicar que las palabras de Jesús “estar vigilantes”, se utilizaron en la época premoderna para infundir miedo de una segunda venida de Cristo donde iría a juzgar a los que estuvieran viviendo fuera de la religión y en pecado, o para invitar a la gente a que viviera una vida conforme a la moral judeo-cristiana-católica porque en cualquier momento nos podía sorprender la muerte y si no estábamos en gracia de Dios iríamos derecho al infierno o en el mejor de los casos a un largo purgatorio para purificar nuestras manchas. “Si nos agarra la muerte confesados no hay problema”, decían. La gente estaba tan preocupada por la otra vida que convirtieron esta en una pesadilla, en un peregrinar bochornoso hacia el cielo.

De esta manera el cristianismo se convirtió en un opio adormecedor que llevaba a la gente a esperar sólo en la otra vida porque esta era un valle de lágrimas donde nada bueno podíamos esperar. Hasta que apareció el humanismo ateo, nos hizo despertar con sus críticas acérrimas, nos ayudó a reflexionar y a devolverle al ser humano el sentido de la tierra. Nos ayudó, como decía Nieztsche, a caminar entre seres vivos y terrestres, entre leones y palomas, serpientes y águilas, ranas y asnos, árboles y montañas…

Tengamos cuidado en convertir nuestra fe y el hermoso camino de Jesús en una religión adormecedora de conciencias. Aunque cronológicamente no estamos en la premodernidad, algunos lloran con angustia los tiempos pasados y las estructuras feudales medievales, las grandes filas para confesarse, comulgar y confirmarse. Algunos todavía entonan: “somos los peregrinos que vamos hacia el cielo…”, “a ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas…”

Necesitamos, despertar, vivir nuestro propio renacimiento cristiano. Sin perder el sentido de pecado, nuestra referencia a Dios y nuestra esperanza escatológica, dejar a un lado el cristiano camello, irracional, inconciente, borrego de los sistemas, muy bien adoctrinado, pero incapaz de asumir compromisos reales con la construcción del Proyecto de Jesús.

Vivamos el Adviento: preparémonos para la natividad y sobre todo para trabajar mano a mano con Jesús en su Proyecto salvador. Vivamos el Adviento: hagamos caso omiso a las melodías engañadoras de una navidad dominada por el comercio manipulado, que invita a comprar cosas inútiles. Vivamos el Adviento: confiemos, como dice Pablo (2ral lect.) que “la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo vienen hacia nosotros, que por Cristo somos enriquecidos en todo, que él nos mantendrá firmes hasta el final, que Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo...”. Vivamos el Adviento: esperemos la venida del Señor; y esperar la venida del Señor es practicar la justicia porque “Dios sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (Is 64,4 – 1ra lect.).

Con estas intenciones unámonos al clamor de Isaías (1ra lect.): “Señor tu eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tu el alfarero; somos todos obra de tu mano”. Cantemos con el salmo 79: “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, pastor de Israel, despierta tu poder y ven a salvarnos...”.


Oración de los fieles
A cada petición contestaremos “Cristo, escúchanos”

Por la Iglesia, el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos y laicos comprometidos, para que guíen a su pueblo al encuentro con el Señor. Roguemos al Señor…

Por los gobernantes de todas las naciones, para que reconozcan la necesidad de buscar en Cristo la razón de ser de sus gobiernos en la lucha por la paz verdadera. Roguemos al Señor…

Por los pobres, marginados, enfermos y desamparados que no tienen pan, techo ni con que abrigarse, para que compartamos con ellos lo que tenemos, no lo que nos sobra. Roguemos al Señor…

Por los padres e hijos, para que construyan la unidad familiar con Cristo como centro de sus vidas. Roguemos al Señor…

Por todos nosotros, para que la presencia de Cristo en esta celebración nos mueva a estar vigilante y en oración esperando su llegada. Roguemos al Señor…

Exhortación Final

Jesús
Bendito seas Señor Jesús, tú que vives por siempre,
porque durante tu corta ausencia confías en nosotros
y nos encomiendas la inmensa tarea de un amor vigilante
que no echa la siesta cuando hay tanto que hacer en torno.

Esperamos tu venida con actitud alegre y dinámica,
sin ansiedad estéril ni expectación angustiosa.
Ayúdanos a unir productivamente la esperanza y el esfuerzo
para acelerar el día venturoso de la llegada de tu reino.

No permitas, Señor, que se enfríe nuestro corazón,
para que al llegar nos encuentres con las manos en la tarea
de amasar un mundo mejor y el corazón ocupado en amar.

Amén.

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 218)


27. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

Sobre la Primera Lectura (Isaías 63, 16-17; 64, 1. 3-8)

«El Tiempo de Adviento tiene dos aspectos: preparación de la solemnidad de Navidad, en la que se conmemora el primer Adviento del Hijo de Dios a los hombres» y a la vez, con este recuerdo orientar y disponer los corazones en la expectación de su segunda venida al fin de los tiempos; por esto es tiempo de piadosa y gozosa expectación» (Missale-Normae 39).

La primera Lectura nos hace revivir la expectación de la Redención Mesiánica con el Pueblo de la A. A. Es una bella plegaria de la Comunidad de Israel:

—Rescatada, a los principios, de Egipto, tierra de pecado y de servidumbre; rescatada hace poco, de Babilonia tierra de idólatras, de castigo, de destierro, está mejor dispuesta para un concepto más «espiritual» de la «Redención»; y la espera y la pide con aquel grito audaz: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!»

—La Comunidad hace una humilde confesión de los pecados. La «Redención», por tanto, se orienta a su verdadero sentido. El Redentor que necesitamos es el que nos rescate de la servidumbre del pecado. Todos somos esclavos. Todos sumidos en pecado.

—Apela a los títulos más tiernos de Dios con su Pueblo: Padre, Hacedor, Redentor.

—Apela a los títulos de Israel, de más valor ante Dios: son su Pueblo, sus hijos, obra de sus manos, las Tribus de su heredad.

—La Navidad nos recuerda cómo se han cumplido con exceso los anhelos de la Comunidad de Israel: se han rasgado los cielos y ha descendido el mismo Hijo de Dios a redimirnos. La obra de la Redención sobrepasa todas estas previsiones del Trito-Isaías: «Jamás oído oyó, ni a corazón de hombre se le antojó lo que Dios ha ejecutado para los que le aman» (Is 64, 3; 1 Cor 2. 9).

Sobre la Segunda Lectura (1 Corintios 1, 3-9)

San Pablo exhorta a los fieles a que se dispongan al Adviento de Jesucristo:

—Este Adviento es doble: Epifanía de Jesucristo por la fe y amor; Epifanía de Jesús-Juez.

—Felicita a los cristianos de Corinto, ricos en carismas de palabra y de ciencia; no olviden, empero, lo que es más valioso: la fidelidad valiente y generosa a los compromisos bautismales. Consérvense fieles y firmes, puros e irreprensibles hasta el «Día» de nuestro Señor Jesucristo.

—Y nos deja esta definición de la vida cristiana: «Es comunión (coinonia) con la Vida del Hijo de Dios»; con su vida pasible, ahora; con su vida gloriosa, después. Y como consigna de paz, gozo y esperanza nos dice: ¡Fiel es Dios! Seámosle, por tanto, fieles también nosotros. Seamos fieles a nuestra vocación a la fe.

Sobre el Evangelio (Marcos 13, 33-37)

Es Adviento = toda la Era Mesiánica militante. El encuentro que cada uno tiene con Cristo: en fe, amor, sacramentos, gracia. El encuentro con J. C. Juez en la hora de la muerte. De ahí estos avisos del Evangelio:

—Alerta. En Vela. No sabéis el momento. Llegará de improviso. No os halle dormidos. «Lo que ha vosotros digo, a todos lo digo: Velad».

—No os entreguéis al libertinaje, a la embriaguez, a las preocupaciones terrenas; no sea que os asalte por sorpresa aquel «Día» (Lc 21. 34).

—Los que en la Iglesia tienen carismas, o cargos, o funciones, o vocación especial, tienen mayor obligación de velar (aquellos a quienes el Señor de la parábola ha confiado la «administración» de la Casa, el «Portero», etc.). El Señor será con ellos más exigente, pues les ha otorgado mayor confianza.

—La Liturgia de Adviento, que es para rememorar y revivir el Advenimiento de Jesucristo para redimimos, reaviva en nosotros el anhelo de vivir en vela, en fervor, en fidelidad el misterio de nuestra redención. Con ello la Epifanía de Jesucristo Redentor se realiza con plenitud en cada cristiano: «Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar» (Prefacio Adv.).

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),'Ministros de la Palabra', ciclo 'B', Herder, Barcelona 1979.


BOSSUET

Enseñanzas que debemos sacar: estar atentos; vigilar en todo momento. El uno es tomado y el otro dejado (Mat., XXIV, 37-51; Marc., XIII, 33-37; Luc., XVII, 24).

De todo lo que nosotros acabamos de ver se deducen varias clases de enseñanzas, particularmente provechosas. En la ruina de Jerusalén, los cristianos debían salvarse por la fuga: «entonces, los que están en la Judea, huyan a las montañas» (Mat., XXIV 16) y esto es lo que hicieron los cristianos que, efectivamente, huyeron a las montañas y a la ciudad de Pella, como refieren las historias; y por esto fue que ellos no sufrieron el cerco de Jerusalén, ni tampoco el sitio de Tito.

Pero referente a las calamidades que han de suceder al fin del mundo, no podemos pensar en la fuga, pues ellas serán universales e inevitables, sino en prepararnos a ellas; y esta preparación es lo que se explica en lo que resta del mismo capítulo.

Esta preparación consiste, en primer lugar, en la vigilancia, en estar atentos y siempre dispuestos, acompañando con la oración esta atención y diligencia: «estad alerta, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo. Como el hombre que parte de viaje... al portero le encargó que velase. Velad, pues, vosotros, porque no sabéis cuándo vendrá el amo de la casa, si por la tarde, si a medianoche, o al canto del gallo, o a la madrugada; no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos (Marc., XIII, 33-35); velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto, que ha de venir», o sea, el rigor del último juicio, y «comparecer ante el Hijo del Hombre» (Luc., XXI, 36). Y no basta hacer oración, sino que es necesario hacerla siempre. Debemos, además, ponderar el efecto de este terrible juicio, donde «de dos que estarán en el campo, uno será tomado y otro será dejado» (Mat., XXIV, 40). Pero ¿dónde irán? «Donde estará el cuerpo, allí se reunirán los buitres.» ¿Quién no temerá al considerar tan rápida y terrible separación? El uno será tomado para Jesucristo, y el otro será dejado en medio de los males, de los cuales no saldrá ya nunca más sino para entrar en otros mayores.

En tercer lugar, no es preciso no volver atrás y ni siquiera mirar atrás: «Acordaos de la mujer de Lot» (Luc., XVH, 31), que, por haber solamente mirado atrás, hacia Sodoma, fue castigada tan rápida y rigurosamente. No basta evitar las malas compañías, ni huir del mundo que hemos dejado; es preciso que ni siquiera volvamos la vista atrás.

En cuarto lugar, es preciso que consideremos que hemos de hacer todas las cosas con actividad y diligencia extraordinarias; o sea, que hemos de salvarnos, cueste lo que cueste; dejar que perezcan las cosas de este mundo, antes que poner en peligro nuestra salvación: «aquel día, el que esté en el terrado y tenga en casa sus enseres, no baje a cogerlos» (Luc., XVII, 31); hay que conformarse con salvar lo que está arriba de la casa; es preciso llevarse y salvar de la corrupción todo lo que se pueda; no es posible decir: yo dejaré esto, pero mañana volveré a apetecerlo; mañana yo empezaré a corregir mis vicios; yo me conformaré, por hoy, a moderarme en esto. No dejéis cosa alguna para volver a apetecerla nuevamente, ni dejéis cosa alguna por hacer otra vez; pues el tiempo os ha de faltar y vuestra esperanza será vana.

En quinto lugar, es necesario apartarse de todo lo que sujeta el espíritu, de todo lo que oprime el corazón; y no solamente estar «atentos a que no se emboten los corazones, por la crápula y la embriaguez, con la que la razón queda absorbida, sino, también, hay que apartarse de las «preocupaciones de la vida para que de repente no venga sobre nosotros aquel día como un lazo» (Luc., XXI, 34). Y, referente a las preocupaciones de la vida, debemos reflexionar estas palabras «como sucedió en los días de Noé así, será en los días del Hijo del Hombre. Comían y bebían, tomaban mujer los hombres, y las mujeres marido, hasta el día en que Noé entró en el arca y vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban, pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, que los hizo perecer a todos» (Luc., XVII, 26-29), pero no dice: ellos cometían homicidio, ellos adulteraban, sino que habla de las ocupaciones más ordinarias, de las acciones más inocentes de la vida presente, pero que los ocupaban, los embargaban y ataban completamente; las mismas que nos encantan a nosotros, nos atan y nos engañan y nos llevan de una preocupación a otra y de un negocio a otro. No es, pues, suficiente evitar las acciones criminales; sino que es preciso, también, estar en guardia, para que no seamos esclavizados por las otras indiferentes, en este espíritu de prisa y de preocupación, que nos absorbe y no nos dejan pensar en nosotros mismos.

En sexto lugar, no podemos ponderar suficientemente el gravísimo mal que nos amenaza. Éste no será como el diluvio, en tiempos de Noé, o como el fuego bajado del cielo, en tiempos de Lot; «sino como un lazo», en el que seremos cogidos, sin pensarlo, como lo son los pajaritos que sirven después para satisfacer la gula de los que los devoran. Los servidores negligentes, que se preocupan únicamente de pasar su vida entre placeres, se encontrarán repentinamente separados de Dios, de su gracia y de todo el bien; «y serán puestos con los hipócritas, donde habrá llanto y rechinar de dientes» por toda la eternidad. Terribles palabras (Mat., XXIV, 51): «separados, los echará con los hipócritas, allí habrá llanto y crujir de dientes» ¡y dolores hasta la desesperación! ¿Qué cosa podrá ya impresionarnos si pensando en estas cosas ya no nos impresionamos? ¡Ah, que se aparten de nosotros toda clase de pensamientos extraños a estas verdades, que han de vivir, ellas solas en nuestros corazones!

(Meditaciones sobre el Evangelio, Salvá Barcelona 1955, Pág 178 y ss.)


SAN AGUSTÍN

LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

(SERMÓN 18)

Sobre el v.3 del salmo 49: Dios vendrá manifiesto, etc.

 LAS DOS VENIDAS DE CRISTO. —Aceptad benévolos estas breves consideraciones que, para mover las almas de vuestra caridad, me sugiere ahora el Señor tocantes al salmo de hoy, donde habemos oído y cantado: Vendrá de manifiesto Dios; el Dios nuestro no callará. Lo cual se dijo en profecía de nuestro Señor Jesucristo. Pues, en efecto, el Señor Cristo, Dios nuestro e Hijo de Dios, la primera venida hízola sin aparato; pero en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, dióse a conocer no más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, mostraráse a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado; cuando venga manifiesto, ha de ser para juzgar. Y, en fin, cuando se le juzgó a él, guardó silencio; silencio del que había dicho un profeta: Fue llevado cual oveja al matadero, y al igual del cordero, no abrió su boca en presencia del esquilador. Pero nuestro Dios vendrá de manifiesto y no se callará. Calló cuando había de ser juzgado, pero no ha de callar así cuando haya él de juzgar. A decir verdad, ni aun ahora está callado para quien guste de oírle; y si dice que no callará entonces, dícelo por haber entonces de oírle aun los que ahora le menosprecian. Porque ahora, en hablándose que se habla de las cosas ordenadas por el Señor, algunos las toman a risa. Como las promesas de Dios no dan en los ojos todavía y las amenazas no se ven, lo que manda es motivo de burla. Esta que llaman felicidad en el mundo gózanla también los malos, y la que se llama desdicha de este mundo también los buenos la tienen; y los hombres que sólo miran en lo de acá y no creen en lo por venir observan como bienes y males en el siglo presente los tienen buenos y malos sin distinción. Si anhelan riquezas, ven ricos a hombres pesimos y a hombres buenos; y si los estremecen la pobreza y las calamidades de este mundo, ven padecer estas miserias tanto a buenos como a los malos: por donde vienen a decir en su corazón: "Dios no vuelve los ojos a las cosas humanas ni se fatiga en gobernarlas; antes bien nos dejo a merced de la fortuna en este hondón profundísimo del mundo, donde nos tiene abandonados." Y de ahí pasan a desdeñar lo mandado, pues no descubren señales de justicia.

(Obras vol. VII, BAC Madrid 1964, pag 450)


P. MIGUEL ÁNGEL FUENTES I.V.E.

Nadie sabe cuando

Así como Jesucristo vino por primera vez en humildad y pobreza, así ha de venir por segunda vez en poder y majestad, porque vendrá a pedir cuentas y a sancionar.

1. Señales anteriores

No sabemos ni el día ni la hora, pero conocemos las señales mayores de su Segunda Venida; y estas son tres:

–El Evangelio será predicado a todo el mundo (Cf. Mt 24,14).

–Habrá una apostasía universal (Cf. 2 Tes 2,3).

–Hará su aparición el Anticristo (Cf. 2 Tes 2,3-10).

Habrá, por tanto, un tiempo en que los hombres se apartarán de la verdad y se complacerán en la iniquidad (2 Tes 2,12), un tiempo en el que la mayoría no tendrá auténtica fe en Jesucristo (cf. Lc 18,8). La seguridad de que un día ocurrirá esta apostasía universal debe llevarnos a no atarnos al carro triunfal de ningún movimiento o ideología que se constituya al margen de Cristo, aunque parezca que lo sigue el mundo entero. Nosotros debemos seguir a Cristo siempre. Y aunque los enemigos parezcan mayoría debemos decir con el Salmista: Las aguas nos llegan hasta el cuello, pero no nos ahogan.

2. La resurrección final y universal

Hacia el fin tendrá lugar la resurrección de la carne. Todos los hombres y mujeres han de resucitar por el poder de Dios. Nosotros creemos en la resurrección y no tenemos miedo a los verdugos que en todos los tiempos acechan a la Iglesia: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla (Mt 10,28).

El tiempo de dicha resurrección está oculto y “todos los que hasta el presente se empeñaron en determinar dicho tiempo fueron tenidos por embusteros”, dice Santo Tomás.

El alma tomará su mismo cuerpo, íntegro, y gozará de las dotes de impasibilidad, de sutileza, de agilidad y de claridad o hermosura. ¡Qué confianza y alegría el saber que la muerte ya ha sido vencida! Y ha sido vencida por la Encarnación del Verbo, y por su Sacrificio redentor.

3. La Parusía y el Juicio Final

Luego, ocurrirá la Parusía del Señor: Llega la hora en que cuantos están en el sepulcro oirán su voz (Jn 5,28). Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube con poder y majestad grandes (Lc 21,27); Aparecerá la señal (el signo de la Cruz) del Hijo del Hombre en el Cielo (Mt 24,30). En ese momento tendrá lugar el universal juicio. Cristo, junto con sus elegidos: (os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel: Mt 19,28) separará a las ovejas de los cabritos, a unos pondrá a su derecha, a los otros a su izquierda, y dirá: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino... (Mt 25,34) y: Alejaos de Mí, malditos, id al fuego eterno (Mt 25,41). Los malos irán al fuego eterno y los justos a la vida eterna (Mt 25,46).

Hay que convencerse de que el trabajo que se realiza no es por cosas efímeras o pasajeras, sino “por la obra más divina entre las divinas” (Pseudo Dionisio), la salvación eterna de las almas y la resurrección gloriosa de los cuerpos. Por eso decía el Beato Luis Orione: “Colócame, Señor, sobre la boca del infierno, para que yo, por tu misericordia, lo cierre”.

4. La innovación

Luego tendrá lugar la innovación de todo el universo material, ya que habrá cielo nuevo y nueva tierra (Is 65,17; cf. Ap 21,1), para que el hombre resucitado en gloria pueda ver sensiblemente y de algún modo en los cuerpos a la divinidad por indicios manifiestos.

Cómo será en cantidad y modo dicha innovación “sólo la conoce quien será su Autor” (Santo Tomás). Allí Dios será todo en todas las cosas (1 Cor 15,28), la materia llegará a máxima dignidad, expresando al Espíritu Divino, pues será un perfecto espejo de Dios.

A nosotros, los cristianos, sólo nos cabe rezar, trabajar y esperar, sabiendo que pasa la figura de este mundo (1 Cor 7,31). Y en todo momento cantar el Himno al Mesías venidero de Gabriel García Tassara (1817-1875):

Baja otra vez al mundo,
baja otra vez, ¡Mesías!
De nuevo son los días
de tu alta vocación;
y en su dolor profundo
la humanidad entera
el nuevo oriente espera
de un sol de redención .(...)
Baja, ¡oh Señor!; no en vano
siglos y siglos vuelan (...)
¿Quién dijo, Dios clemente,
que Tú no volverías? (...)
Sí, Tú vendrás. Vencidos
serán con nuevo ejemplo
los que del santo templo
apartan a tu grey.
Vendrás, y confundidos
caerán con los ateos
los nuevos fariseos
de la caduca ley. (...)
Ya pasarán los siglos
de la tremenda prueba;
¡ya nacerás, luz nueva
de la futura edad!...
Ya volverás, ¡Mesías!
en gloria y majestad.

(Tomado de "I.N.R.I.", ed Verbo Encarnado, San Rafael 1999, pag 165 y ss)


MONS. FULTON SHEEN

EL JUICIO

Si algo caracteriza nuestra vida, es cierta intolerancia ante cualquier limitación. Anhelamos lo infinito. Por eso nos sentimos tan a menudo desilusionados; advertimos una desproporción enorme entre el ideal que hemos concebido y la realidad que hemos logrado. De todos modos, seguimos buscando, simplemente porque tenemos una capacidad infinita para el anhelo. No podemos, en absoluto, imaginarnos incapaces de anhelar más y más.

La naturaleza establece ciertos límites para el anhelo de nuestros cuerpos. La gula de un niño es siempre mayor que su estómago. Hay un límite para todos los placeres del cuerpo. Llegan a un punto en que se convierten en dolor, cuando nos sentimos nauseados por su exceso. Pero no hay límites para los anhelos de nuestro espíritu. No alcanzan jamás el punto del hartazgo. No hay límites para la verdad que podemos conocer, para la vida que podemos vivir, para el amor que podemos gozar, ni para la belleza que podemos percibir.

Si esta vida fuera todo, pensemos de cuántas cosas nos veríamos defraudados. Estaríamos tan decepcionados como una mujer loca por la moda, encerrada en una habitación donde hubiera mil sombreros, pero ni un solo espejo.

Como tenemos un cuerpo y un alma, podemos hacer de cualquiera de ellos el amo; podemos hacer que el cuerpo sirva al alma, que es lo propio del cristiano, o podemos hacer que el alma sirva al cuerpo, que es lo propio del desdichado. Esa elección es la que hace tan seria la vida.

No habría ningún placer en jugar a un juego si no existiera la posibilidad de perder. No habría ningún interés en la lucha, si la corona del mérito fuera siempre dada a los que no luchan. No habría interés en el drama, si los personajes fueran muñecos. Y no habría ningún sentido en la vida, a menos que en ella se jugaran los más grandes destinos, si no se nos presentara el dilema de contestar sí o no a nuestra salvación. "Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma; mas temed a aquel que puede perder el alma y cuerpo en la gehenna" (Mateo 10, 28). "Porque ¿de qué sirve al hombre, si gana el mundo entero, mas pierde su alma? ¿O qué podría dar el hombre a cambio de su alma?" (Mateo 16, 26).

Llegará alguna vez el momento, en toda vida, en que este proceso tocará a su fin. Sé que éste es un tema del cual la mente moderna prefiere no oír hablar. El hecho de la muerte ha sido tan disfrazado y encubierto hoy día, que los enterradores pretenderían hacernos creer, si pudieran, que en cada ataúd se encierra la felicidad. La mente moderna se siente incómoda frente a la muerte. No sabe cómo dispensar su simpatía; no siente ningún escrúpulo cuando lee las novelas policiales, donde se mueren docenas de personas, pero eso es porque se concentra en las circunstancias que preceden la muerte, más bien que en los problemas eternos que la muerte suscita. No se pregunta nunca: "¿Salvado o perdido?", sino sencillamente: "¿Quién mató al ratón Pérez?"

San Pablo nos dice, y no de modo áspero y estoico, que si queremos vivir en Cristo, debemos "morir diariamente". Una muerte feliz es una obra de arte, y ninguna obra de arte puede completarse y perfeccionarse en un día. Dubois se pasó siete años creando el modelo en cera de su famosa estatua de Juana de Arco. Un día terminó con el modelo, y entonces vaciaron el bronce. La estatua es hoy un ejemplo de perfección asombrosa del arte de la escultura. Del mismo modo, nuestra muerte, al final de nuestra existencia natural, debe aparecer como la perfección asombrosa de los muchos años de labor que hemos dedicado, muriendo diariamente, a la realización cotidiana de su previo modelo.

La gran razón que nos hace temer la muerte es el hecho de que no estemos preparados para ella. La mayor parte de nosotros muere una sola vez, cuando deberíamos haber muerto mil veces; es más, cuando deberíamos haber muerto una vez por día. La muerte es una cosa terrible para aquel que muere solamente cuando se va de este mundo; pero es una cosa hermosa para aquel que muere antes de morir.

Hay una interesante inscripción en la tumba de Escoto Erígena en Colonia, que dice: Semel sepultus bis mortuus : una doble muerte precedió su entierro. No hay un viajero sobre cien que entienda el misterio de amor que ocultan estas palabras.

Después de la muerte no hay remedio para una vida malvada. Pero antes de la muerte hay remedio; consiste en morir para nosotros mismos, con lo cual seguimos la ley de la inmolación que es la ley del universo entero. No hay otra forma de penetrar en una vida superior, salvo morir en la inferior; no hay posibilidad de que el hombre goce de una existencia ennoblecida en Cristo, a menos que se arranque a sí mismo de su antiguo Adán. Para aquel que vive una vida de mortificación en Cristo, la muerte no llega nunca como un ladrón subrepticio en la noche, porque es él el que la toma de sorpresa. Morimos diariamente para aprender a morir, y también para poder morir.

Nos guste o no, no hay forma de eludir esta verdad, "así como fue sentenciado a los hombres morir una sola vez, después de lo cual viene el juicio" (Hebreos 9, 27). Así como nuestros parientes y amigos se reúnen alrededor de nuestro ataúd y se preguntan: "¿Cuánto dinero dejó?", se preguntarán los ángeles: "¿Cuánto se llevó consigo?"

El juicio será doble. Seremos juzgados en el momento de nuestra muerte, lo que constituye el Juicio Particular, y seremos juzgados en el último día del mundo, lo que constituye el Juicio General. El primer juicio se debe a que somos personas, y por lo tanto, individualmente responsables de nuestros actos no compelidos; nuestra obra nos seguirá. El segundo juicio se debe a que hemos trabajado por nuestra salvación dentro del contexto de cierto orden social y el Cuerpo Místico de Cristo; por lo tanto, debemos ser juzgados por nuestra repercusión dentro del mismo.

¿Cómo será el Juicio? Nos referimos al Juicio Particular. Será una valuación de nuestra persona tal como hemos sido en realidad. En cada uno de nosotros existen varias personas; hay la persona que los otros nos creen, la persona que nosotros creemos ser,y la persona que realmente somos.

Durante la vida nos es fácil creer en nuestra propia propaganda, y aceptar nuestros elogios de publicidad, tomarnos en serio, juzgarnos más por la opinión pública que por la verdad eterna, y en consecuencia podemos creernos (y nos creemos) buenos, porque nuestros vecinos son malvados. Hasta podemos llegar a juzgar nuestras virtudes de acuerdo con los vicios de los que nos abstenemos. Si hemos hecho fortuna bajo el capitalismo, pensamos que las organizaciones sindicales son malvadas; si nos hemos hecho ricos organizando sindicatos, pensamos que el capitalismo es malvado; si provenimos de la ciudad, pensamos con desdén en la gente del campo; creemos que porque una persona tiene cierto acento es menos importante, o que tiene menos valor porque es negro, o moreno, o amarillo.

Quizá nuestro mismo entusiasmo por los pobres se deba al odio que sentimos por los ricos; nuestras filiaciones políticas afectan nuestro juicio moral y nos hace defender un partido, tenga o no tenga razón. San Pablo dice que es como ir por la vida con anteojos ahumados. "Porque ahora miramos en un enigma, a través de un espejo; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, entonces conoceré plenamente de la manera en que también fui conocido" (I Corintios 13, 12).

Cuando llegue el momento definitivo del juicio nos quitaremos los anteojos negros y nos veremos tales como somos. Ahora bien, ¿qué somos realmente? Somos lo que somos, no por nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros gustos y repulsiones, sino solamente por nuestras elecciones. Las decisiones de nuestro libre albedrío formarán el contenido de nuestro juicio.

Para cambiar la imagen: estamos todos en la carretera de la vida, en este mundo, pero viajamos en diferentes vehículos; algunos en camiones, algunos en jeeps , algunos en ambulancias; otros en coches de doce cilindros, otros en camionetas. Pero cada uno de nosotros se encarga de conducir su vehículo.

El juicio en el momento de la muerte es algo así como si nos cortara el paso un policía de seguridad; salvo que, por la merced del Cielo, nuestro Dulce Señor no es tan cruel como los de la policía. Cuando nos corta el paso, Dios no nos dice: ¿qué tipo de vehículo maneja? No hace diferencias entre las personas, sólo pregunta: ¿Condujo bien? ¿Obedeció las leyes?

Al morir dejamos atrás nuestros vehículos, es decir, nuestras emociones, prejuicios, sentimientos, nuestra posición social, nuestras oportunidades, los accidentes del talento, de la belleza, inteligencia y posición. Por lo tanto, no le importará nada a Dios que seamos o no inválidos, superignorantes u odiados por la gente. Nuestro juicio no se basará en nuestro ambiente ni en nuestra posición social, sino en la forma en que hemos vivido, las decisiones que hemos tomado, y sobre todo, si hemos obedecido la ley.

No debemos pensar, por lo tanto, que en el momento del juicio podremos defender nuestra causa. No podremos alegar circunstancias atenuantes; no podremos pedir que nos cambien de jurisdicción, ni un nuevo jurado, ni podremos alegar que han sido injustos con nosotros. Seremos nosotros nuestro propio jurado; nos dictaremos nosotros mismos la sentencia que nos corresponde. Dios se reducirá a certificar nuestro veredicto.

¿Qué es el juicio? Desde el punto de vista de Dios, el Juicio es un reconocimiento. Dos almas aparecen ante la vista de Dios en ese segundo mismo de la muerte. Una se encuentra en estado de gracia, la otra no. El Juez mira hacia el interior del alma en estado de gracia, y ve en ella un parecido con su naturaleza divina, porque la gracia es una participación de la Naturaleza Divina.

Así como una madre reconoce a su hijo por medio del parecido natural, así también Dios reconoce a sus propios hijos por el parecido de su naturaleza. Si somos nacidos de Él, Él lo sabe. Al ver en esa alma su parecido, el Juez Soberano, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo le dice: "Venid, benditos de mi Padre. Os he enseñado a rezar el Padrenuestro. Soy el hijo Natural, vosotros sois Sus hijos adoptivos. Venid al Reino que os he preparado desde toda la eternidad."

La otra alma, que no posee los rasgos de familia de la Trinidad, ni ningún parecido con ella, encuentra en el Juez una recepción totalmente distinta. Así como una madre sabe que el hijo de una vecina no es su hijo, porque no participa en nada de su naturaleza, así también Jesucristo, al ver el alma pecadora que no participa de Su naturaleza, sólo puede decir esas palabras que significan el no reconocimiento: "No te conozco", y es algo muy terrible no ser reconocido por Dios.

Tal es el juicio desde el punto de vista de Dios. Desde el punto de vista humano, es también un reconocimiento, pero un reconocimiento de aptitud o ineptitud. Anuncian que en la puerta me espera un visitante muy distinguido, pero estoy vestido con mis ropas de trabajo, tengo la cara y las manos sucias. No estoy en condiciones de presentarme ante un personaje tan augusto, y por lo tanto me niego a verlo hasta haber mejorado mi aspecto.

Un alma manchada por el pecado obra de una manera bastante similar cuando aparece frente al trono augusto donde lo juzgará Dios. De un lado ve su Majestad, su Pureza, su Brillo, y del otro lado su propia bajeza, su pecaminosidad, su indignidad. No discute ni suplica, no defiende su caso; ve, y del fondo de su ser surge el propio veredicto: ¡Oh Señor, soy indigno!

El alma manchada con los pecados veniales se arroja por sí misma al purgatorio para lavar sus vestiduras bautismales, pero el alma irremediablemente manchada, el alma muerta a la Vida Divina, se arroja a sí misma en el infierno, con la misma naturalidad con que una piedra que levanto en mi mano cae al suelo.

Tres destinos posibles nos esperan al morir:

El Infierno: Dolor sin Amor.

El Purgatorio: Dolor con Amor.

El Paraíso: Amor sin Dolor.

(Tomado de “Conozca la Religión”, Emecé Editores-Buenos Aires, pág. 123 y ss.)


 Dr. Isidro Gomá y Tomás 

I76 _ SEGUNDA PARTE: EXHORTACIÓN A LA VIGILANCIA Y TRABAJO:

A) LA VIGILANCIA: PARÁBOLAS DEL LAZO Y DEL LADRÓN

MT. 24, 42-44; Lc. 21, 34-36

Explicación. — Los terribles e imprevistos acontecimientos predichos por el Señor en la primera parte del discurso escatológico, reclaman vigilancia asidua y trabajo, de lo contrario vendrá el Señor y nos encontrará desprevenidos y con las manos vacías de buenas obras. Es la tesis de esta segunda parte, que ilustra Jesús con las parábolas del ladrón, del lazo, de los siervos, de las vírgenes y de los talentos. Las dos primeras son objeto de este número.

Hay que vigilar: Parábola del ladrón (Mt. vv. 4244). Si el advenimiento del Hijo del hombre ha de ser rápido e imprevisto, como vino la inundación del diluvio, la consecuencia es natural: hay que estar en vela: Mirad, pues, velad y orad. No quiere el Señor que sus discípulos sepan el tiempo ni la hora del advenimiento, para que estén siempre sus ánimos en suspenso, esperándole: Porque no sabéis cuándo será el tiempo, a qué hora ha de venir vuestro Señor.

Ilústrase esta tesis, primero con la parábola del padre de familias y el ladrón, clásica en el Nuevo Testamento para concretar esta verdad (cf. 1 Thess. 5, 2; 2 Petr. 3, 10; Apoc. 3, 3). Jesús reclama la atención de sus discípulos: Mas entended, que... Un jefe de casa que sabe ha de venir el ladrón, no duerme, sino que se hace todo ojos y oídos para advertir su llegada: Si el padre de familias supiese a qué hora ha de venir el ladrón, velaría sin duda. Solían en la Palestina construirse las casas con muros de adobe o barro apisonado, o con ladrillos crudos; no era difícil abrir de noche un boquete por el exterior sin que lo advirtiesen los moradores: en este caso, el padre de familias evitaría la intrusión de la gente maleante: Y no dejaría que fuera minada su casa. Como él deben estar en vela los discípulos de Cristo, porque el Hijo del hombre vendrá impensadamente como ladrón, de noche: Por tanto estad apercibidos también vosotros: porque a la hora que menos pensáis, ha de venir el Hijo del hombre.

Parábola del lazo (Lc. vv. 34-36). — Nuestro interés personal, pues en ello van envueltos nuestros destinos eternos, exige que evitemos todo aquello que pueda embotar este agudo sentido de la vigilancia: lo que adormece nuestro espíritu es la sensualidad en todas sus formas y la absorción de los negocios mundanos: ¡Mirad por vosotros!, no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida. ¡Ay de aquellos que se entreguen a la crápula y a la disipación, que verán precipitarse sobre ellos el día tremendo! Y os sobrevenga de repente aquel día,...

El lazo (35.36). — Los peces son cogidos en la red y las aves en trampas y lazos cuando menos advertidos están; así serán cogidos de improviso todos los hombres en la gran redada del último día: Porque como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre toda la tierra (cf. Eccl. 9, 12; Is. 8, 14.15; 24, 17).

Como consecuencia de ello, incúlcase otra vez la idea de la vigilancia: Velad, pues... A los obstáculos de la vigilancia, la sensualidad y la disipación, se contrapone el espíritu y la práctica de la oración: Orando en todo tiempo. De esta suerte se evitarán los grandes males de aquel último día, que fatalmente deben venir, el juicio adverso y la condenación: para que seáis dignos de evitar todas estas cosas, que han de venir: y podremos presentarnos sin temor de reprobación ante el tribunal del Señor: y de estar en pie delante del Hijo del hombre, no sucumbiendo en juicio, en aquel día de su venida.

Lecciones morales . — A) M. v. 42. — Mirad, pues, velad... — Está en vela, dice San Gregorio, quien tiene los ojos abiertos para ver toda luz verdadera que ante ellos brille; está en vela quien practica aquello que cree; está en vela quien ahuyenta de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia. Y esta palabra, añade San Agustín, la dijo Jesús no sólo para los discípulos a quienes hablaba, sino para cuantos nos precedieron, y para nosotros mismos, y para cuantos vivirán después de nosotros hasta el día de su advenimiento final, que será el día de todos. Porque entonces viene para nosotros aquel día, cuando viene "nuestro" día, pues tales seremos juzgados el último día del mundo cuales salgamos de esta vida el día último de la nuestra. Por esto debe estar en vela todo cristiano, para que no lo halle mal dispuesto el día "del advenimiento del Señor; sin preparación hallará aquel día a quien sin preparación cogió su último día.

B) vv. 43.44. — Ha de venir el ladrón... a la hora que menos pensáis... — Guardamos celosamente las riquezas para: que no caigan en manos de ladrones, y dejamos abierta la casa de nuestra alma para que penetren en ella: los ladrones de las verdaderas riquezas, que son las de nuestro espíritu, dice el Crisóstomo. ¡Peligro tremendo el que corren nuestros destinos eternos! Porque a la hora que menos pensemos vendrá el Hijo del hombre. Vendrá la muerte, en la que nadie piensa, porque hasta los que piensan morir, o no piensan en el advenimiento de quien les ha: de juzgar, o piensan que aun tienen tiempo de más vivir. Y el día del Señor es inexorable; nos cogerá cuales seamos y como estemos: vigilantes y llenos de buenas obras en el Señor, o descuidados y con nuestra alma en posesión del infernal ladrón, para quien el último día del pecador es el día del dominio definitivo y eterno sobre él mismo.

c) Le. v. 34. — ¡Mirad por vosotros!... — No dice Jesús: Mirad por lo vuestro, o por los vuestros, o por los que tenéis a vuestro rededor; sino: "Mirad por vosotros", dice Teofilacto: y nosotros somos nuestro entendimiento y nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestros sentidos; así como lo nuestro es las posesiones, riquezas, etc., sobre las que no nos advierte cuidemos. Nosotros somos los que debemos evitar la sensualidad y el vértigo que dan las cosas de la vida, para que no nos aturdamos y seamos cogidos en el lazo cuando menos pensemos. En esto son más prudentes los irracionales que nosotros; por cuanto ellos escogen por instinto aquello que les conviene, dejando lo que les es nocivo; mientras nosotros hacemos servir nuestra razón y nuestros sentidos para nuestra ruina.

D) v. 36. — Y de estar en píe delante del Hijo del hombre. — No estar en pie ante el Hijo del hombre es sucumbir en el último juicio que El hará de los actos de nuestra vida. Es, además, caer de nuestro destino eterno, que no es otro que ver a nuestro Dios cara a cara en el cielo, por los siglos de los siglos. Pero, ¿quién, Dios mío, podrá no sucumbir ante Vos, Juez santísimo y justísimo? ¿Quién será capaz de ver vuestra cara y no morir? Nosotros; podemos decir confiados en la gracia de Jesucristo. Si le seguimos imitándole, nos llamará en su mismo tribuna "benditos de su Padre", y nos introducirá El mismo en el reino que se nos ha preparado desde el principio del mundo. Como Dios nos da su gracia en este mundo para que seamos santos y podamos presentarnos ante el tremendo Juez y ser colocados a su diestra, así nos dará en el cielo una gracia especialísima, que los teólogos llaman "luz de la gloria", para que podamos verle cara a cara, tal como es. La visión de la esencia de Dios y el gozo que la acompaña es el fin de nuestra vocación y de nuestra vida de cristianos.

(Tomado de “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed. Casulleras 1949, Barcelona, Pág. 131 y ss.)


JUAN PABLO II

HOMILÍA

Domingo 28 de noviembre

1. "Vigilad..., velad" (Mc 13, 35. 37). Esta insistente llamada a la vigilancia y esta invitación urgente a estar preparados para acoger al Señor que viene, son característicos del tiempo litúrgico de Adviento, que comenzamos hoy. El Adviento es tiempo de espera y preparación interior para el encuentro con el Señor. Por tanto, dispongamos nuestro espíritu para emprender con alegría y decisión esta peregrinación espiritual que nos llevará a la celebración de la santa Navidad.

Este año, además, existe una ulterior razón que hace más fuerte y profunda la llamada a emprender con empeño el itinerario del Adviento. En efecto, en la Nochebuena y en el día de Navidad se realizará la apertura tan esperada de la Puerta santa en las basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán.

Por eso, este Adviento constituye, en cierto sentido, una preparación inmediata para el tiempo especial de gracia y perdón que es el gran jubileo, durante el cual conmemoraremos con gratitud y gozo el bimilenario del nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas, iluminados por la palabra de Dios y sostenidos por la gracia del Señor, pongámonos en camino hacia el Señor que viene. Pero, ¿para qué "viene Dios" o, como dice a menudo la Biblia, "nos visita"? Dios viene para salvar a sus hijos, para hacer que entren en la comunión de su amor.

2. Me alegra iniciar este tiempo de espera junto con vuestra comunidad parroquial. Además, esta ocasión me permite agradecer a vuestra parroquia, y a todas las de Roma, el esfuerzo realizado para la preparación del Año santo, especialmente mediante la misión ciudadana. ¡Cuántos fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos han participado activamente en el anuncio y en el testimonio del Evangelio! Así, el anuncio de Cristo ha llegado a todo hombre y a toda mujer de nuestra ciudad. Prosigamos esta obra, que ha de interesar a todos los creyentes, y hagamos que Roma se prepare para vivir plenamente la gracia del acontecimiento jubilar.

A este propósito, deseo repetir hoy lo que he escrito recientemente a todos los romanos: "Roma cristiana, no dudes en abrir las puertas de tus hogares a los peregrinos. Brinda con alegría hospitalidad fraterna" (Carta a los romanos con miras a la preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de noviembre de 1999, p. 23). La ciudad y la diócesis de Roma sólo podrán acoger adecuadamente a los peregrinos que vengan de todas las partes del mundo para el jubileo si son las primeras en abrir su mente y su corazón al misterio inefable del Verbo que se hizo carne.

El compromiso de este Adviento consiste en abrir las puertas del alma al gran misterio de la Encarnación, acogiendo en la vida al Hijo de Dios que viene al mundo. También para las comunidades cristianas presentes y operantes en la capital ésta es la condición indispensable para realizar el camino de conversión propuesto por la celebración del Año santo y para reconocer en Jesucristo al único Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Inocencio I Papa y San Guido Obispo, con estos sentimientos y deseos, ya en la inminencia del comienzo del Año jubilar, os saludo a todos con gran afecto. Mi saludo cordial va, ante todo, al cardenal vicario, a monseñor Enzo Dieci, obispo auxiliar del sector, a don Maurizio Milani, vuestro celoso párroco, y a cuantos colaboran con él de diferentes maneras en las múltiples actividades parroquiales. Saludo a los jóvenes y a las familias, a los ancianos y a los enfermos, a quienes recuerdo de modo especial.

En nombre de la diócesis de Roma, deseo dar las gracias a la fundación Guido y Bice Schillaci Ventura, que hizo posible la realización de este nuevo complejo parroquial. Construido dieciocho años después de la formación de la comunidad, que comenzó en una situación bastante precaria, hoy permite una acción apostólica más eficaz y permanente.

Por desgracia, aún existen muchas otras zonas privadas de un centro parroquial adecuado, y abrigo el vivo deseo de que también esos barrios tengan cuanto antes, como vosotros, una digna y acogedora casa de oración, un lugar de reunión donde los feligreses puedan encontrarse, cuidar la formación cristiana y humana de los jóvenes, así como brindar asistencia a las familias y compañía a los ancianos y a las personas solas. Me lleva a poner de relieve esta exigencia, que se siente con fuerza, el hecho de que hoy se celebra en Roma el Adviento de fraternidad para la construcción de nuevas iglesias, especialmente en las zonas periféricas.

4. Queridos hermanos, demos gracias al Señor por cuanto se ha realizado hasta ahora. Ojalá que las infraestructuras de que disponéis os ayuden a realizar una labor eficaz de evangelización, respondiendo a los desafíos de la secularización y de un cierto desapego de los valores tradicionales del cristianismo. Ojalá que las experiencias espirituales que viváis aquí os estimulen a intensificar vuestro esfuerzo por anunciar el Evangelio, dispuestos a dar razón de vuestra fe ante todos.

Frente a la actual crisis de valores, vuestro testimonio cristiano en las familias ha de ser claro y generoso; sed los primeros custodios de la pureza de los niños y los jóvenes; esforzaos para que se abran de par en par las puertas de los corazones, y Cristo pueda entrar en la existencia de todos los habitantes de vuestro barrio.

No os desaniméis ante las dificultades inevitables. Dios os sostiene con su gracia y hará que vuestras iniciativas pastorales den fruto. Juntos, animados por un mismo espíritu, preparaos para las grandes citas del Año santo, especialmente para el jubileo de la diócesis, el Congreso eucarístico internacional y la XV Jornada mundial de la juventud. Estoy seguro de que esos acontecimientos constituirán un momento fuerte de crecimiento de vuestra comunidad, infundiendo nuevo impulso misionero en cada miembro de vuestra familia parroquial.

5. "¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!" (Is 63, 19). Esta intensa invocación del profeta Isaías expresa de modo eficaz cuáles deben ser los sentimientos de nuestra espera del Señor que está a punto de venir. ¡Sí! El Señor ya vino a nosotros hace dos mil años, y nos preparamos para celebrar, en la próxima Navidad, el gran acontecimiento de la Encarnación. Cristo cambió radicalmente el curso de la historia. Al final, volverá en su gloria, y nosotros lo esperamos, esforzándonos por vivir nuestra existencia como un adviento de esperanza confiada. Es lo que queremos pedir con esta celebración litúrgica.

Que Dios nos asista con su gracia, para que iniciemos con impulso y buena voluntad el itinerario del Adviento, saliendo al encuentro de Cristo, nuestro Redentor, con las buenas obras (cf. Oración colecta). María, Hija de Sión, elegida por Dios para ser Madre del Redentor, nos guíe y acompañe; haga fecunda y llena de alegría nuestra preparación para la Navidad y para el gran acontecimiento del jubileo. ¡Alabado sea Jesucristo!


Ejemplos Predicables

Otón frente a Rodolfo.

Los ejércitos de Otón, rey de los checos y del emperador Rodolfo estaban frente a frente para empezar la refriega, cuando Otón se asustó de la fuerza del enemigo, muy superior a la suya, y prometió prestar juramento de fidelidad a Rodolfo.

Pidió por favor no tenerlo que hacer públicamente, sino en secreto, sin ser visto de nadie, en la tienda imperial.

Cuando estaba hincado de rodillas ante Rodolfo, las cortinas de la tienda, según plan preconcebido, cayeron al suelo repentinamente, y todo el ejército vio el temblor con que se arrodillaba Otón ante el emperador...

¡Amado joven! Así caerá el velo en el juicio final, y aparecerán todos tus pecados no perdonados, todo lo que hayas pensado, hecho y hablado durante tu vida... Sí; tengo sobrado motivo para mirar con recelo el momento de esta revelación. Allá no habrá excusas, no servirán las historias.

He ahí el momento decisivo: compareces ante Dios; no te pregunta cuánto tiempo has vivido, sino cómo has vivido.

(Tomado de “Salió el Sembrador…Tomo VIII,” Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pág. 285 y ss.) 


CATECISMO

Cristo reina ya mediante la Iglesia ...

668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.

669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).

670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).

... esperando que todo le sea sometido

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).

672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel

673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).

674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).

La última prueba de la Iglesia

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el "falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes"; GS 20-21).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).


SIMILES Y ANALOGÍAS

EL JUICIO UNIVERSAL

1. — El séptimo artículo del Credo nos enseña que, al fin del mundo, Jesucristo, lleno de gloria y majestad, vendrá del cielo a juzgar a todos los hombres, buenos y malos, para dar a cada uno el premio o el castigo que haya merecido,

El rey que ha decidido y resuelto exterminar por completo a sus enemigos, empieza por hostigarlos con pequeñas escaramuzas, para mermarle las fuerzas, y luego entabla con él un recio combate; y si con esto no realiza su intento, reúne todas sus huestes, y le fuerza a una batalla campal en la que le extermina y queda libre de él. Así obra Dios con el pecado y los pecadores. Ha combatido siempre al primero como a su directo enemigo; a los segundos también los ha perseguido siempre, más o menos, con sus castigos, bien para convertirlos si aun dan esperanza de enmienda, bien para exterminarlos si se muestran obstinados. En efecto, ora los ha anegado en las aguas de un diluvio universal o los ha abrasado con fuego, ora los ha exterminado mediante el hambre, el hierro, la peste y otros males que le ha enviado expresamente como otras tantas huestes puestas a su mando. Sin embargo, ellos han recomenzado siempre la lucha con nuevos pecados; pero la justicia divina está decidida a impedir que la venzan. A este fin, reserva contra ellos una Gran batalla campal, en la que ha decidido infligir la última derrota al pecado. Esa batalla tendrá lugar el día del Juicio universal, llamado por esta razón el día del Señor Dies Domini, en el que dará a conocer a todo el universo la grandeza de su poder.

(Bongioanni)

El Hijo de Dios, en su primera venida tan humilde y abatida, se hizo preceder de los Patriarcas y de los Profetas, y especialmente de su Precursor, San Juan Bautista, para prepararle el camino con ruegos y exhortaciones. Apareció en la tierra a medianoche, desconocido de todos, en el silencio más absoluto, como dice San Ignacio mártir. En la segunda venida aparece en toda la majestad que le es propia como Hijo del Eterno. El cielo y la tierra se agitan y tiemblan bajo sus pasos; no ruega, sino que manda; camina teniendo a su lado, no la misericordia sino la justicia; viene como juez, no como Salvador; y el inmenso esplendor de esta segunda venida es la justa recompensa debida a la humildad de la primera.

(Bongioanni)

He aquí, clama el Evangelista, "al Hijo del hombre viniendo sobre una nube con poder y grande gloria", A la manera que en las fiestas más solemnes los reyes de la tierra pasan en último lugar y atraen las miradas de todos, así también, en ese sublime espectáculo, Jesucristo, el Rey del cielo y de la tierra, aparecerá el último tras el cortejo de los ángeles y los santos.

(Bonomelli)

Jesucristo hará su venida, al fin del mundo, para vindicar la Ley dada por Dios en el monte Sinaí, Allí se dejó ver Dios entre relámpagos deslumbradores y haciendo retumbar los truenos de una manera tan espantosa, que la montaña se estremecía, al extremo de que los israelitas creían que iban a morir todos de un momento a otro. ¿Cuál será su aspecto cuando aparezca lleno de cólera contra los que quebrantaron su Ley?

(Bongioanni)

(“Símiles y analogías” Ed. litúrgica española, Barcelona, Pag199 y ss)


28.

ROMA, viernes, 25 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio del próximo domingo, I de Adviento (Mc 13,33-37).

* * *

I de Adviento (año B)
Marcos (13,33-37)

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Velad, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!».

¡La vida es un sueño!

Este modo de hablar de Jesús sobreentiende una visión bien precisa del mundo: el tiempo presente es como una larga noche; la vida que llevamos se parece a un sueño; la actividad frenética que en ella desarrollamos es, en realidad, un soñar. Un escritor español del siglo XVII, Calderón de la Barca, escribió un famoso drama sobre el tema: «La vida es sueño».

Del sueño nuestra vida refleja sobre todo la brevedad. El sueño ocurre fuera del tiempo. En el sueño las cosas no duran como en la realidad. Situaciones que requerirían días y semanas, en el sueño suceden en pocos minutos. Es una imagen de nuestra vida: llegados a la vejez, se mira atrás y se tiene la impresión de que todo no ha sido más que un soplo.

Otra característica del sueño es la irrealidad o vanidad. Uno puede soñar que está en un banquete y come y bebe hasta la saciedad; se despierta y se vuelve a tener hambre. Un pobre, una noche, sueña que se ha hecho rico: exulta en el sueño, se pavonea, hasta desprecia a su propio padre, fingiendo no reconocerle, pero se despierta y ¡se encuentra nuevamente pobre como era antes! Así sucede también cuando se sale del sueño de esta vida. Uno ha sido aquí abajo ricachón, pero he aquí que muere y se ve exactamente en la situación de aquel pobre que se despierta tras haber soñado que era rico. ¿Qué le queda de todas sus riquezas si no las ha empleado bien? Las manos vacías.

Hay una característica del sueño que no se aplica a la vida, la ausencia de responsabilidad. Puedes haber matado o robado en sueños; te despiertas y no hay rastro de culpa; tu certificado de antecedentes penales está sin mancha. No así en la vida; bien lo sabemos. Lo que uno hace en la vida deja huella, ¡y qué huella! Está escrito de hecho que «Dios dará a cada cual según sus obras» (Romanos 2,6).

En el plano físico hay sustancias que «inducen» y ayudan a conciliar el sueño; se llaman somníferos y son bien conocidos por una generación como la nuestra, enferma de insomnio. También en el plano moral existe un terrible somnífero. Se llama hábito. El hábito es como un vampiro. El vampiro --al menos según cuanto se cree-- ataca a las personas que duermen y, mientras les chupa la sangre, a la vez les inyecta una sustancia soporífera que hace experimentar aún más dulce el dormir, de modo que el desafortunado se hunde cada vez más en el sueño y el vampiro le puede chupar toda la sangre que quiera. También el hábito en el vicio adormece la conciencia, por lo que uno ya no siente ni siquiera remordimiento; cree estar muy bien y no se percata de que está muriendo espiritualmente.

La única salvación, cuando este «vampiro» se te ha pegado encima, es que llegue algo de improviso para despertarte del sueño. Esto es lo que se determina a hacer con nosotros la palabra de Dios con esos gritos de despertar que nos hace oír tan frecuentemente en Adviento: «¡Velad!». Concluimos con una palabra de Jesús que nos abre el corazón a la confianza y a la esperanza: «Dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos; yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá» (Lucas 12,37).

[ Traducción del original italiano realizada por Zenit]


29. HAY QUE ESTAR PREVENIDOS

(DOMINGO I DE ADVIENTO – CICLO B)

- Homilía –

1- C. S. Lewis, el famoso escritor irlandés converso de comienzos del siglo pasado y gran amigo de J. R. R. Tolkien, es el autor de la ingeniosas “Cartas del Diablo a su Sobrino” en las cuales el viejo demonio Escrutopo da consejos a su sobrino Orugario acerca de cómo tentar a los hombres y así mejor llevarlos por el camino del mal. Citemos un fragmento de la Carta I: “Mi querido Orugario: (...) ¿no estarás pecando de ingenuo? Parece como si creyeses que los razonamientos son el mejor medio de librarle (al hombre) de las garras del Enemigo (...) Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a llamarlo «vida real», y no le dejes preguntarse qué entiende por «real». Recuerda que no es, como tú, un espíritu puro. Al no haber sido nunca un ser humano (¡oh, esa abominable ventaja del Enemigo!), no te puedes hacer idea de hasta qué punto son esclavos de lo ordinario (...) ¿Empiezas a captar la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas (...) Acuérdate de que estás ahí para embarullarle...Tu cariñoso tío, Escrutopo” (Lewis, C. S, Cartas del Diablo a su Sobrino, Ed. Rialp, Madrid, 1998).

El demonio, en efecto, busca tentarnos en lo ordinario, en el ámbito de “la normalidad de las cosas”. Sabe perfectamente que somos “esclavos de lo ordinario” No buscará manifestaciones visibles estridentes, sabe que no le conviene. Buscará “embrollarnos” en el trajín de los eventos cotidianos, que seamos personas “ocupadísimas” y “preocupadísimas” para no dar lugar así a la necesaria pausa interior que nos permita re-encontrar a Dios que habita en en nuestro corazón. Y sin embargo, el Señor sigue insistiendo, sigue golpeando la puerta de nuestro corazón aunque nuestro ruido tape aquellos golpes. Como dice aquel hermoso fragmento del Apocalipsis en su carta a la Iglesia de Laodicea: “Yo estoy junto a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3, 20). De alguna manera, el tiempo del Adviento busca crear en nosotros esa “pausa” inerior, ese “dejar de hacer ruido”, para escuchar al Señor que viene y golpea nuestra puerta.

2- Es sabido que con el Tiempo del Adviento damos inicio a un nuevo año litúrgico. Luego de haber culminado el precedente año litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey, Señor de la historia y del universo, “Aquel que pone todas las cosas bajo sus pies”, iniciamos el nuevo año, no de golpe, sino con un tiempo de gradual preparación: el Adviento, que significa “venida”. Precisamente la historia gira en torno de Jesucristo, el Hijo de la Eterna Trinidad que en “la plenitud de los tiempos” asume la temporalidad de la criatura humana. De modo que el tiempo del Adviento nos prepara, nos predispone, para recibir al Señor que viene. Nos prepara para que su venida no nos sorprenda de improviso. El Evangelio de hoy menciona tres veces la expresión “Estén prevenidos”. Porque el Señor no avisa cuando llega. Puede llegar en cualquier momento, “como un hombre que se va de viaje”.

3- Hay una virtud propia que consiste en ese “estar prevenidos”, en ese “estar atentos” a la voz del Señor que nos está llamando, en esa “huída” del embarullamiento de las cosas ordinarias (cfr. Lewis) para entrar en la celda de nuestro propio corazón. Se trata de una virtud o más bien de una actitud interior tomada de la espiritualidad oriental: la sobriedad (nepsis) o “vigilancia del corazón”. ¿En qué consiste? Uno podría pensar en el sentido cotidiano que se da al término “sobriedad”, en cuanto a lo opuesto a la ebriedad. Sobria sería entonces la persona que está en estado de lucidez, por oposición al ebrio o beodo. Ciertamente que es así. Pero la sobriedad tiene también un significado espiritual más profundo y para entenderlo será preciso recurrir al inagotable tesoro de la espiritualidad de los Padres del Desierto.

4- El movimiento monástico nace en Egipto y Palestina previamente a la paz de Constantino. Se considera a San Antonio Abad el padre de los monjes. Ya a finales del s. III hay testimonio de hombres que se retiraban a la soledad del desierto para llevar una vida de oración y penitencia. Los llamados “anacoretas” se establecieron primeramente cerca de Alejandría en el desierto de Libia, al sudoeste en Nitria, y más lejos en Escete. Hacia el sur, por el curso del Nilo, San Pacomio (346) había establecido las primeras comunidades cenobíticas. Asimismo se comenzaron a poblar de monjes las regiones que van del Nilo al Mar Rojo, la costa mediterránea, desde Alejandría hasta Gaza, la península del Sinaí y Palestina. Algunos de los grandes exponentes de la espiritualidad oriental fueron Antonio Abad, como dijimos, Pacomio, Basilio, Juan Casiano, Evagrio Póntico, Macario, entre otros.

A grandes rasgos podríamos decir que la espiritualidad de los padres del desierto concibe la vida interior del monje como un combate interior entre la carne (sarx) y el espíritu (pneuma). Para ganar este combate, primeramente hay que combatir los hábitos del hombre viejo y destruir el desorden de las pasiones; en segundo lugar hay que combatir contra los llamados “demonios”. Y puesto que los enemigos son invisibles, se trata de un combate invisible, interior y, por lo tanto, audaz y peligroso.

El arma que usan los demonios son los “logismoi”, es decir los “malos pensamientos”, las “tentaciones”, que por lo general al principio se presentan bajo una “buena apariencia”. Allí está precisamente la astucia del enemigo que se presenta de un modo solapado. Los maestros han distinguidos entre ocho logismoi o “vicios capitales”, como los llamará Casiano.

5- Uno de los puntos principales de este combate consiste en la posibilidad de distinguir los malos espíritus de los buenos. En saber qué realmente proviene de Dios y qué proviene del enemigo. Pues los demonios buscarán tentar de modo que la tentación no sea manifiestamente mala sino que se presente bajo una buena apariencia (de allí lo de la carta de Lewis citada más arriba). Para poder hacer esa necesaria distinción existe un arma fundamental: el “discernimiento de los espíritus”. Dicho discernimiento o “discreción” (diakrisis) es ante todo de carácter espiritual. Ya San Pablo lo había mencionado: “Ruego que vuestra caridad crezca en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor”.

Pero ciertamente que alcanzar el don del discernimiento conlleva tiempo y esfuerzo, por eso lo monjes jóvenes que aún no lo poseen deben acudir a aquellos maestros que ya cuentan con él, y aquí aparece otra arma fundamental: la dirección espiritual. Es preciso manifestarle al director no sólo los pecados sino los “logismoi”, es decir los pensamientos, las inclinaciones, los impulsos y las sugestiones.

Junto al discernimiento espiritual y a la dirección espiritual tenemos entonces para este combate espiritual la tercer arma mencionada: la sobriedad (nepsis) o “vigilancia del corazón”.
6- ¿En qué consiste esta sobriedad? El término “nepsis” pertenece al vocabulario técnico de la espiritualidad oriental, proviene del verbo “nephein” y alude, como hemos dicho, al estado de sobriedad, por oposición al “methyein” que designa al estado de embriaguez. Esta doctrina está presente entre los padres del desierto desde los primeros tiempos y consiste precisamente en ese “estar atentos” a los movimientos del enemigo ya desde su inicio para evitar que nos tome por sorpresa.

Dicha vigilancia vendría a ser también como un ayuno o abstinencia espiritual. Es decir, el contenerse de alimentar el espíritu con elementos ajenos al crecimiento espiritual para permanecer espiritualmente libres y despejados ante la aparición de los pensamientos y tentaciones y para poder distinguir los buenos de los malos pensamientos, cosa propia del discernimiento espiritual como hemos visto. Así como nadie puede conducir estando ebrio, en el orden espiritual, sería imposible conducir nuestra vida por un camino de conversión si estamos “llenos” de cosas mundanas, si solo vivimos para este mundo en medio de la superficialidad de lo que implica la actitud del meramente “pasarla bien”.

7- Vemos entonces que la sobriedad alude al estar atentos a los movimientos del enemigo. Pero este combate no debe consistir en un mero ejercicio (ascesis) de auto-superación personal sino que tiene como fin disponer el espíritu para que tomemos conciencia de la inhabitación de Dios en él. En vivir aquella actitud propia de todo cristiano que debe siempre estar en oración (1 Pe 4, 7) para así poder “permanecer en Cristo” (Jn 15, 4). Por eso también la sobriedad tiene una connotación propia para el tiempo del Adviento. En efecto, el Evangelio de este domingo pronuncia tres veces la misma frase: “Estén prevenidos”, que es lo mismo que decir “estén atentos”, “estén vigilantes”, “no se duerman”, (como en la parábola de las vírgenes necias y prudentes), porque viene el Señor, ya está ahí, a la puerta. El Señor ha venido en el tiempo en la humildad de la carne y vendrá en la Parusía en gloria y majestad. Pero entre ambas venidas el Señor viene a nuestro interior, quiere habitar en nosotros. Viene ante todo en el Sacramento Eucarístico y nos va configurando con El. Es ese Cristo que como dijo el papa Benedicto XVI: “No quita nada y lo da todo”.

8- Por eso será propio de este tiempo vivir aquella sobriedad enseñada por los antiguos maestros de espiritualidad. ¿Cómo vivirlas? Acaso uno corre la tentación de compararse con aquellos padres del desierto y verse muy lejos de su estado. Pero no nos apuremos. Hay que ir despacio. Sepamos ver que también en nosotros se da el combate interior que ellos describían. Pensemos además que en su época no existían todos los elementos de distracción que hoy existen como la televisión, la computadora, el mp3, las revistas, etc. Dios no espera de nosotros que seamos San Antonio Abad (¿por qué lo vamos a esperar nosotros entonces?) pero sí que, en la medida de nuestras propias capacidades, utilicemos los medios que San Antonio Abad utilizó para santificarse con la gracia de Dios. Y uno de esos medios es la sobriedad descripta. Cada uno puede preguntarse: ¿Qué cosas acaparan hoy mi atención? ¿Qué cosas son la fuente de mis preocupaciones e inquietudes? ¿Cuáles son las cosas que me quitan la paz interior, que me “embarullan”? Y en las respuestas que con absoluta franqueza demos a esas preguntas hallaremos la clave (difícil) para comenzar a practicar la sobriedad espiritual.

9- Comenzamos el Adviento. Pero ante todo vivamos el adviento del corazón porque el Señor viene a nuestro encuentro. “Despejemos” la casa interior para que solo Cristo reine en ella. Hagamos silencio acallando los ruidos interiores para escuchar el golpe del Maestro a nuestra puerta. Entonces El entrará, se sentará a nuestra mesa y cenaremos juntos. Solo así seremos más libres y, por lo tanto, más felices.

Pbro. Domingo Alberto Soria
Arquidiócesis de Mercedes - Luján


30. Mario Santana Bueno, sacerdote de la diócesis de Canarias.

 La persona que no sabe esperar desespera y se desespera… Esperar supone una vigilancia constante y responsable. Hay personas que esperan acontecimientos no del todo definidos en su vida. Esperan cosas de manera global a través de un golpe de suerte: ganarse la lotería… o esperan situaciones después de un esfuerzo considerable: seguro que voy a encontrar un buen trabajo…

La espera del cristiano es distinta. Nuestro esperar se mueve en el presente y en el futuro. Tenemos que esperar no desde nuestras expectativas sino desde el ritmo de Dios. Nuestra espera es gratuita, segura. Nuestra espera pasa por la confianza en Dios más que en nosotros mismos y en las cosas que nos rodean…

En la vida de fe se pierden muchas valiosas energías, cuando somos nosotros, quienes prescindiendo de Dios, queremos marcar el ritmo y la marcha de nuestra espera…

La espera en Jesús es totalmente distinta: supone aceptar lo que ya sabemos, aceptar el encuentro amoroso con el amor.

La espera del cristiano es sabiendo a quién esperamos…

El Señor no nos dice cuándo será su venida definitiva.

Hay grupos que se han atrevido a afirmar en varias ocasiones el fin del mundo con fechas concretas. La palabra de Dios no nos dice nada al respecto, por eso debemos mantenernos alerta. Hay que estar alerta para descubrir el paso de Dios por nuestras vidas; alerta para descubrir su invitación y su conversión.

En el adviento se nos invita a tres compromisos concretos que la Palabra de hoy nos recuerda:

Atentos para que nada nos disponga a pasar por alto la venida del Señor. Hay muchas cosas que nos pueden distraer de descubrir al Señor. Es relativamente fácil alejarnos de Dios e incluso ocultarnos (como en el paraíso) de Él, pero es muy difícil mantenernos en Dios porque la realidad del mundo no ayuda…

Velad, estar despiertos, saber descubrir en la noche de la vida las tinieblas de nuestro yo y ver la luz de Cristo que viene. El velar significa dejarse iluminar la vida por Jesús.

Y la última condición es el orar. Esperar atentos y velando en oración. No es esperar de cualquier manera, sino en una actitud orante, de hijo, de desvalido, de quien de verdad espera al Señor. Esperar orando. Hay personas que esperan desesperándose. Hay que esperar orando.

Cuando se ora, la espera no cansa sino que ensancha y transforma nuestro corazón.

Como no sabemos cuándo vendrá el Señor tenemos que estar en vela siempre.

Tenemos que estar en vela para que la vida verdadera no nos pase de largo.

El ser humano es el único ser de la naturaleza consciente de que espera; de ahí el ofrecimiento de Dios es siempre una llamada a la espera que no acaba.

Es bueno recordar en este comienzo del adviento las virtudes teologales y, desde ellas, esperar en atenta vigilancia y oración. Fe, esperanza y amor; la mayor de ellas es el amor. Tenemos que esperar desde el amor.

Quien no sabe esperar confiado en la palabra de Jesús, desespera.

El mundo de hoy no es propenso a aconsejar la espera. Todo intenta ser ultra rápido: comidas, limpieza, revelado de fotos, arreglos, etc.

El mundo de hoy ha sido pensado para tratar lo que el ser humano ha creado. La espera del evangelio, en cambio, atañe a los más íntimo del ser humano: una persona no cambia en un día, ni de manera ultra rápida. Una persona no puede cambiar automáticamente el corazón ni su interior, de ahí la necesidad de la espera en el Señor.

* * *

  1. ¿Eres una persona que sabes esperar?

  2. El adviento ¿Para qué?

  3. ¿Cuando la espera se transforma en desesperación?

  4. ¿Tiene sentido esperar en la transformación del ser humano todavía hoy?

  5. ¿Cómo esperar desde Jesús?


31. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

La comunidad judía que retorna del exilio enfrenta un gran desafío: reconstruir los fundamentos de la nación, la ciudad y el Templo. No era una tarea fácil. La mayoría de los exiliados ya se habían organizado en Babilonia y en otras regiones del imperio caldeo. La mayor parte de los que habían llegado desde Judea cincuenta años antes ya habían muerto y los descendientes no sentían gran nostalgia por la tierra de sus padres. Los profetas los habían invitado continuamente a reconocer los errores que habían conducido a la ruina, pero la mayor parte de los exiliados ignoraban a los mediadores de Yahvé.

Algunos tomaron entre sus manos el proyecto de reconstruir la identidad, las instituciones y la vida de la nación. Sin embargo, no contaron inicialmente con mucho apoyo, Parecía una idea loca e innecesaria: para qué volver a Jerusalén si ya no había remedio... Lo mismo nos ocurre a veces a nosotros, vivimos de la nostalgia del pasado pero no nos comprometemos a transformar la realidad del presente. Añoramos otros tiempos en que se vivía mejor, pero no rescatamos los valores que hacen posible una convivencia humana justa y equitativa.

Jesús hace a sus discípulos una recomendación que hoy nos sorprenden: mantenerse despiertos. ¡Todo lo contrario de lo que nosotros haríamos! Pero él tiene sus razones. Si cada día estamos embargados por las preocupaciones más superfluas, lo más seguro es que se nos pase la hora apropiada para realizar la misión que Jesús nos encomienda. Jesús, en el evangelio, nos enseña a estar en guardia contra los que creen que las enseñanzas cristianas son algo superfluo. El evangelio debe ser proclamado donde sea necesario, debe ser colocado donde se vea, debe ponerse al alcance de todos. Nuestra misión es hacer del evangelio una lámpara que ilumine el camino de la vida y nos mantenga en actitud vigilante.

La interpretación que se daba a estos textos del evangelio que apuntan hacia el futuro o hacia la escatología estuvo casi siempre revestida de un tinte apocalíptico y de temor: el Señor había establecido un plazo, que se nos podría acabar en cualquier momento, imprevisiblemente, por lo cual necesitábamos estar preparados para un juicio sorpresivo y castigador que el Señor podría abrir en cualquier momento contra nosotros. «Que la muerte nos sorprenda confesados». Este miedo funcionó durante mucho tiempo, durante tantos siglos como duró una imagen mítica de Dios, excesivamente calcada de la imagen del señor soberano feudal que dispone despóticamente sobre sus súbditos. El miedo a la condenación eterna, tan impregnado en la sociedad cristiana medieval y barroca, hizo que la «huelga de confesonarios» pudo ser en determinados momentos un arma esgrimida por el clero contra las clases altas, por ejemplo por parte de los misioneros defensores del pueblo contra los conquistadores españoles dueños de esclavos. Causa sonrisas pensar en la eficacia que una tal «huelga de confesionarios» pudiera tener hoy día… Y es que la estrella de la «vida eterna», el dilema de la salvación/condenación eternas, brillaba con su potencia indiscutible en el firmamento de la cosmovisión del hombre y la mujer premodernos… Pero son tiempos idos. Sería un error enfocar el comentario a evangelios como el que hoy leemos, en esa misma perspectiva, pensando que nuestros contemporáneos son todavía premodernos...

El estado de alerta, la mirada atenta al futuro que evita el adocenamiento o la rutina… sí que es una categoría y una dimensión del hombre y de la mujer modernos. Si lo interpretamos como «esperanza», la pertinencia del mensaje aún es más vigente.

¿Qué puede significar «Adviento» para la sociedad actual? Como nombre de un tiempo litúrgico significa bien poco, y no habría que lamentarse mucho ni gastar pólvora inútilmente, pues cualquier día –tal vez más pronto que tarde- la Iglesia cambiará el esquema de los ciclos de la liturgia, que clama a gritos por una renovación. Lo que importa no es el tiempo litúrgico, sino el Adviento mismo, el «Advenimiento» -que eso significa la palabra-, el «noch nicht Sein» que diría Ernst Bloch, aquello cuya forma de ser consiste en «no ser todavía pero tratando de llegar a ser»… Ateo como era, Bloch construyó toda su poderoso edificio filosófico sobre la base de la utopía y la esperanza, y presentó en bellas páginas inolvidables la grandeza heroica del santo y del mártir ateo, capaz de dar la vida en aras de su esperanza... Ebeling, en la misma línea decía: «lo más real de lo real no es la realidad misma, sino sus posibilidades»…

Después de los años 90 pasados, estamos en un tiempo en el que se ha dado un «desfallecimiento utópico». Con el triunfo del neoliberalismo y la derrota de las utopías (no «de las ideologías», alguna de las cuales siguen muy vivas), la cultura moderna –o mejor posmoderna- castiga al pensamiento esperanzado y utopista. El ser humano moderno-posmoderno está escarmentado. Ya no cree en «grandes relatos». Se nos ha impuesto una cultura antiutópica, antimesiánica, aescatológica, ¿sin esperanza?, a pesar de la brillantez de que hacen gala los productos de la industria mundial del entretenimiento; detrás del atractivo seductor de ese entretenimiento, la imagen de ser humano que queda está ayuna de toda esperanza que trascienda siquiera mínimamente el «carpe diem» o el «disfruta esta vida». ¿Qué advenimiento («adviento») espera el hombre y la mujer contemporáneos? ¿Cómo vivir el adviento en una sociedad que no espera ningún «advenimiento»? Desde luego, no reduciendo el adviento a un «tiempo litúrgico», o a un tiempo pre-navidad.. ¿Cómo pues?

El Advenimiento que esperamos los cristianos no es la Navidad… Ni siquiera es «el cielo»… ¡Es el Reino! No es otro mundo… Es este mismo mundo… ¡pero «totalmente otro»! Se puede ser cristiano sin celebrar el adviento, ¡pero no sin preparar el Advenimiento! Ser cristiano es hacer propia en el corazón la nostalgia de Aquel que decía «fuego he venido a traer a la tierra, y ¡cómo deseo que arda…!». Los cristianos no pueden inculturarse del todo en esta cultura antiutópica y sin «grandes relatos», porque somos hijos de la gran Utopía de la Causa de Jesús, y tenemos el «gran relato» del Proyecto de Dios… Podríamos no celebrar el adviento, pero no podemos dejar de darnos la mano con los santos y mártires ateos (quedan pocos) y con todos los hombres y mujeres de la tierra, de cualquier religión del planeta, para trabajar denodadamente por el Advenimiento del Nuevo Mundo.

Cada vez se perfila mejor: crear un Mundo Nuevo, fraterno-sororal y solidario, sin imperios ni instituciones transnacionales o mundiales explotadoras de los pobres, lo que Jesús llamó «malkuta Yahvé», Reino de Dios, pero dicho con palabras y hechos de este ya tercer milenio, ése es el Advenimiento que esperamos, el sueño que nos quita el sueño, lo que nos hace estar en «alerta».

Para la revisión de vida
Adviento = Advenimiento = Esperanza:
¿Se puede decir que mi vida espera algún Advenimiento (con mayúscula)?
¿Es mi vida una vida de esperanza, de tensión, de búsqueda, de utopía, de proyecto histórico? ¿Camino hacia algún sitio, con algún norte? ¿Cuál? Auscultar realmente mi esperanza y hacer el ejercicio tal vez de expresarla por escrito para mí mismo/a.

Para la reunión de grupo
- Hagamos en el grupo un «análisis de coyuntura de la esperanza»: ¿Cómo está la esperanza en nuestra sociedad? ¿Es una sociedad de esperanza? ¿Qué esperanzas («largas o cortas») mueven a las personas hoy? ¿Hay lugar para las actitudes utópicas? ¿Por qué?
- Hagamos un juicio sobre esa situación de la esperanza hoy en nuestra sociedad. ¿Qué actitud debemos adoptar los cristianos ante esta situación? ¿Podemos «inculturarnos» en esta forma de ser y de vivir?
- Numerosos pasajes del Evangelio contienen una llamada para que estemos vigilantes; clásicamente nos las interpretaron como llamados a estar «preparados para la hora de la muerte»... ¿Será que el Evangelio no tiene otro interés que el de prepararnos a “bien morir”, a que la muerte no pudiera «sorprendernos»? ¿No es más cierto que el Evangelio pretende, sobre todo, enseñarnos a vivir, y a tener una esperanza que no le tema a la muerte?

Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que dé testimonio de la Utopía del Evangelio y anime con su esperanza a todas las personas. Oremos.
- Por todas las situaciones de injusticia, explotación y violencia en que viven muchas personas, para que confrontemos con ellas nuestra esperanza. Oremos.
- Por todas las personas de buena voluntad, por los sencillos, por los hijos del pueblo, para que nunca caigan en la trampa de renunciar a la utopía y a la esperanza. Oremos.
- Por todos los que nos preparamos a celebrar la Navidad, para que la preparemos sobre todo en la transformación de nuestro corazón y nuestra vida. Oremos.
- Por los obreros y campesinos, por los emigrantes, por los pueblos del tercer mundo, para que dejen de ser las víctimas del progreso y el bienestar de los países ricos y poderosos. Oremos.
- Por todos nosotros, para que respondamos a la llamada a estar vigilantes, no para bien morir sino para bien vivir. Oremos.

Oración comunitaria
Oh Misterio inefable que sustentas el Ser y la Vida, al cosmos y al ser humano dentro de él: acoge nuestro deseo de caminar por la vida confiados en la bondad primordial de tu iniciativa, que nos antecede y supera, y en la que queremos tener el coraje de cifrar nuestra esperanza a pesar de todos los signos de desesperanza que nos rodean. Te presentamos la expresión de nuestros sentimientos más profundos. Acógela. Amén.

Dios, Padre nuestro, al comenzar un nuevo Adviento te pedimos que avives nuestra fe, fortalezcas nuestra esperanza y consolides nuestro amor, de modo que podamos celebrar con verdadero gozo el nacimiento de tu Hijo Jesucristo. Que vive y reina.


32.

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo con motivo de la oración mariana del Ángelus.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!
Con este domingo comienza el Adviento, tiempo sumamente sugerente desde el punto de vista religioso, pues está lleno de esperanza y de espera espiritual: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para hacer memoria del nacimiento del Redentor, experimenta en sí un escalofrío de alegría, que se comunica, en cierta medida, a toda la sociedad. En Adviento, el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, levanta la mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es el regreso glorioso del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se agacha ante el Nacimiento. La esperanza de los cristianos se dirige al futuro, pero siempre queda bien arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María, «nacido de mujer, nacido bajo la ley», como escribe el apóstol Pablo (Gálatas 4, 4).

El Evangelio nos invita hoy a permancer vigilantes en espera de la última venida de Cristo. «¡Vigilad!», dice Jesús, «ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa» (Marcos 13, 35. 37). La breve parábola del dueño que salió de viaje y de los siervos encargados de sustituirle manifiesta la importancia de estar listos para acoger al Señor, cuando venga de manera imprevista. La comunidad cristiana espera con ansia su «manifestación» y el apóstol Pablo, al escribir a los Corintios, les exhorta a confiar en la fidelidad a Dios y a vivir para que cuando regrese les encuentre «irreprochables» (Cf. 1 Corintios 1, 7-9) en el día del Señor. Por este motivo, muy oportunamente, al inicio de Adviento la liturgia nos pone en los labios la invocación del Salmo: «Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación» (Salmo 84, 8).

Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el los cristianos tienen que despertar en su corazón la esperanza de poder, con la ayuda de Dios, renovar el mundo. En este sentido, quisiera recordar también hoy la constitución del Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes» sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero en particular al número 39, titulado: «Tierra nueva y cielo nuevo». En ella se puede leer: «Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia (Cf. 2 Corintios 5,2; 2 Pedro 3,13)… No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra». Los buenos frutos de nuestro esfuerzo los volveremos a encontrar, de hecho, cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. Que María santísima, Virgen del Adviento, nos permita vivir este tiempo de gracia vigilando y comprometidos en la espera del Señor.

[Tras el Ángelus, el Santo Padre dirigió un saludo a los peregrinos en diferentes idiomas. En inglés, dijo:]

Al iniciar el Adviento, quiero saludar cordialmente a los peregrinos de lengua española aquí presentes y a cuantos siguen el rezo del Ángelus a través de la radio y la televisión. Qué este tiempo litúrgico avive en vuestros corazones el deseo de salir al encuentro de Cristo, luz del mundo, y mantenga viva la llama de vuestra fe. Que María, Madre de la esperanza, guíe siempre vuestros pasos. ¡Feliz domingo!


33. Fray Nelson Domingo 27 de Noviembre de 2005

Temas de las lecturas: Nosotros arcilla, tú el alfarero * Reciban bendición y paz de Dios Padre * Estén en vela .

Más información.

1. Una oración escuchada

1.1 ¡Qué grato es volver los ojos al pasado, a nuestro pasado en Israel, porque todos hemos nacido a la fe gracias a Israel, y reconocer nuestra voz en ese gemido del profeta: "ojalá rasgaras el cielo y bajaras" (Is 64,1)! Así suplica el corazón oprimido por la tristeza; así ruega el alma agotada en su esfuerzo; así se queja el hombre que ha palpado su límite y sabe que nada le queda, sino el horizonte de Dios.

1.2 Aparentemente se trata de un mensaje de desesperación, pero es todo lo contrario. Cuando el hombre sólo cuenta con sus recursos y estos se le terminan llega la desesperación; pero si ese hombre cree en Dios, hace de su angustia un camino que le lleva más allá de sí mismo. Pues tal es la condición del ser humano: desesperarse en la cárcel de sí mismo, o trascender arrojándose en las manos de su Creador. El profeta nos enseña a escoger.

1.3 Y lo más hermoso de esa oración es que sabemos que fue y que será escuchada. Fue escuchada ya, podemos decir si miramos el misterio del Verbo Encarnado, pues él rasgó los cielos y bajó. Pero además será escuchada una vez más, la última y gloriosa, la definitiva, cuando el Cristo glorioso rompa los cielos, cuando los recoja como una tienda (cf. Is 40,22) y brille su majestad infinita el día último. Esta súplica, pues, abre el adviento de modo único, porque recuerda la primera venida y ya anuncia la segunda.

2. Somos hechura de tus manos

2.1 Todo el adviento, que hoy empieza, va sellado con un tono de bendita esperanza. La esperanza no es simple ilusión; la esperanza no es simple proyecto. La esperanza nace en el borde mismo en donde nace también la desesperanza, esto es, allí donde sabemos cruda y profundamente qué somos y qué quisiéramos ser. Desde la conciencia viva de lo que somos aprendemos la distancia hasta lo que queremos ser. Las dos cosas se perciben en la meditación de Isaías: "nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes" (Is 64,5): esto es lo que hemos sido; "sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre" (Is 64,8): este es el principio de lo que podemos ser.

2.2 De aquí aprendemos varias cosas. Primera: nuestro pecado no destruye nuestro vínculo con Dios. Pecadores como somos, seguimos estando en sus manos, y él sigue siendo nuestro alfarero. El pecado no anula la soberanía de Dios. Segunda: el que nos hizo es quien sabe rehacernos. No haya para el hombre otra alternativa, porque no hay otro Creador. Tercera: si en las consecuencias del pecado aparece la justicia, en la victoria sobre el pecado brillan la gracia y la misericordia. Por ello no hay modo de escapar de Dios. Como Él mismo dijo a santa Catalina de Siena: "en mis manos están para justicia o misericordia".

3. Permanecer despiertos

3.1 Isaías pide la llegada de Dios; Jesucristo nos advierte sobre lo incierto de su visita. Todo sucede como diciendo que mientras unos sufren porque se retrasa otros viven como si nunca fuera a venir el Señor. Así vive el mundo, y las dos cosas las hemos visto una y otra vez.

3.2 La visita de Dios se parece a la de un ladrón porque arrebata lo que creíamos poseer. Y la razón es que no somos poseedores sino administradores, como Jesús enseñó en más de un lugar. Para quien se cree dueño, Dios sólo puede ser un ladrón y su llegada es como un robo. Para quien se siente administrador, en cambio, la llegada de Dios es el término de sus fatigas; es el momento de cesar en su labor y pasar al banquete. Como sucede en la Eucaristía.


34. CARMELITAS

Sobre la vigilancia
Marcos 13, 33-37

1. LECTIO

a) Oración inicial

¡Oh Dios, nuestro Padre!, suscita en nosotros la voluntad de andar con las buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que Él nos llame junto a sí en la gloria a poseer el reino de los cielos. Amén.

b) Lectura: Marcos 13, 33-37

Marcos 13, 33-3733 «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. 34 Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; 35 velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!»

c) Un momento de silencio:

 para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

2. MEDITATIO

a) Clave de lectura:

“¡Vigilad!” Esta es la palabra clave en el corto pasaje que la Iglesia reserva para la liturgia del primer domingo de Adviento. Vigilar, estar atentos, esperar al dueño de la casa que debe regresar, no adormilarse, es esto lo que Jesús pide a todo cristiano. Estos cuatro versículos del evangelio de San Marcos forman parte del discurso escatológico del capítulo trece. Este capítulo nos habla de la ruina del Templo y de la ciudad de Jerusalén. Jesús aprovecha la ocasión por una observación que le hace un discípulo: “¡Maestro, mira qué piedras y qué construcción! (Mc 13, 1). Jesús, por eso, aclara las ideas: “¿Véis estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra, que no sea demolida” (Mc 13,2). El Templo, signo tangible de la presencia de Dios en medio de su pueblo elegido, Jerusalén, la ciudad “bien unida y compacta” adonde “suben junta las tribus del Señor, para alabar el nombre del Señor” (Salmo 122,4), todo esto, signo seguro de la promesa hecha a David, signo de la alianza, todo esto irá a la ruina... es sólo un signo de algo que sucederá en el futuro. Los discípulos llenos de curiosidad piden al Señor sentado en el monte de los Olivos, de frente al Templo: “Dinos, ¿cuándo acaecerá eso y cuál será el signo de que todas estas cosas están por cumplirse? (Mc 13,4). A esta pregunta, usando el estilo apocalíptico judaico inspirado en el profeta Daniel, Jesús se limita sólo a anunciar las señales premonitoras (falsos cristos y falsos profetas que con engaño anunciarán la venida inminente del tiempo, persecuciones, señales en las potencias del cielo. cf: Mc 13, 5-32), “en cuanto al día y a la hora, ninguno los conoce, ni siquiera los ángeles del cielo, y ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32).

De aquí se comprende la importancia de la espera vigilante y atenta a los signos de los tiempos que nos ayudan a acoger la venida del “dueño de la casa” (Mc 13,35). Cuando venga él, todo desaparecerá, “ el poder de los siervos” (Mc 13,34), incluso los signos que nos ayudan a recordar su benevolencia (templo, Jerusalén, casa). Los “siervos” y el “portero” (Mc 13,34) a la llegada del dueño no mirarán ya a los signos, sino que se complacerán en el mismo dueño: “He aquí que llega el Esposo, salidle al encuentro” (Mt 25,6 + Mc 2,19-20).

A menudo Jesús pedía a los suyos que vigilasen. En el huerto de los Olivos, en la tarde del jueves, antes de la pasión, el Señor dice a Pedro, Santiago y Juan: “ Quedaos aquí y vigilad conmigo” (Mc 14, 34; Mt 26,38). La vigilancia nos ayuda a no caer en la tentación (Mt 26,41) y a permanecer despiertos. En el huerto de los Olivos los discípulos duermen porque la carne es débil aunque el espíritu está pronto (Mc 14, 38). Quien se duerme va a la ruina, como Sansón que se deja adormecer, perdiendo así la fuerza, don del Señor (Jue 16, 19). Se necesita estar siempre despiertos y no adormilarse, sino vigilar y orar para no ser engañados, acercándose así a la propia perdición (Mc 13,22 + Jn 1,6). Por eso “despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará” (Ef 5,14).

b) Preguntas para orientar la meditación y actualización:

● ¿Qué significado tiene para ti la vigilancia?
● El Señor predice la ruina del templo y de la ciudad de Jerusalén, orgullo del pueblo elegido, símbolos de la presencia de Dios. ¿Por qué Jesús predice su ruina?
● El templo y la ciudad santa eran formas concretas de la alianza entre Dios y el Pueblo. Pero a ellos les ha llegado la ruina. ¿Cuáles son nuestras formas concretas de alianza? ¿Crees que tendrán el mismo fin?
● Jesús nos llama a sobrepasar las formas para acercarnos a Él. ¿Qué cosas, formas, signos, crees que el Señor te pide que trasciendas para acercarte a Él?
● ¿Estás adormecido? ¿En qué?
● ¿Vives siempre a la espera del Señor que viene? ¿Es el Adviento una ocasión para ti, que te recuerda el elemento vigilancia en la vida cristiana?

3. ORATIO

a) Salmo 96

¡Cantad a Yahvé un nuevo canto,
canta a Yahvé, tierra entera,
cantad a Yahvé, bendecid su nombre!
Anunciad su salvación día a día,
contad su gloria a las naciones,
sus maravillas a todos los pueblos.

Pues grande es Yahvé y digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues nada son los dioses paganos.
Pero Yahvé hizo los cielos;
gloria y majestad están ante él,
poder y esplendor en su santuario.

Tributad a Yahvé, familias de los pueblos,
tributad a Yahvé gloria y poder,
tributad a Yahvé la gloria de su nombre.
Traed ofrendas, entrad en sus atrios,
postraos ante Yahvé en el atrio sagrado,
¡tiemble ante su rostro toda la tierra!
Decid a los gentiles: «¡Yahvé es rey!»
El orbe está seguro, no vacila;
él gobierna a los pueblos rectamente.

¡Alégrense los cielos, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto encierra;
exulte el campo y cuanto hay en él,
griten de gozo los árboles del bosque,
delante de Yahvé, que ya viene,
viene, sí, a juzgar la tierra!
Juzgará al mundo con justicia,
a los pueblos con su lealtad.

b) Momentos dedicados al silencio orante

¡Oh Dios Padre!, te damos gracias, por tu Hijo Jesucristo que ha venido al mundo para levantarnos y colocarnos en el camino justo. Cuando despiertas en nuestros corazones la sed de orar y de amor, tú nos preparas a la aurora de aquel nuevo día en el que nuestra gloria se manifestará junto a todos los santos en la presencia del Hijo del Hombre.

4. CONTEMPLATIO

La contemplación es el saber adherirse con el corazón y la mente al Señor que con su Palabra nos transforma en personas nuevas que cumplen siempre su querer. “Sabiendo estas cosas, seréis dichosos si las ponéis en práctica.” (Jn 13,17)


35. LA ESPERA Y LA ESPERANZA CRISTIANA

1.- Con el comienzo del adviento comienza un nuevo año litúrgico. Lo comenzamos en actitud de espera y de esperanza cristiana. No es lo mismo la espera que la esperanza cristiana. La espera puede ser, y muchas veces lo es, algo pasivo: esperamos al tren, al autobús, al invierno, a la vejez, a la muerte… La esperanza cristiana, en cambio, es un esperar activo, un mirar hacia delante, un salir al encuentro. En este momento litúrgico del adviento es, además, un esperar ilusionado y gozoso, porque esperamos que sea el mismo Dios el que se adelante para encontrarnos. Es una esperanza activa, porque comenzamos a prepararnos ya para que este encuentro sea espiritualmente enriquecedor y fecundo para nosotros. Ya sabemos que toda la vida cristiana es un adviento, porque nos pasamos la vida esperando el encuentro definitivo con el Señor. Pero en este tiempo que precede a la Navidad la esperanza cristiana crece y se hace más luminosa e intensa y nos ayuda a preparamos con especial esmero para que, cuando el Señor venga, nos encuentre con el alma limpia y el con corazón inflamado de ternura y de amor.

2.- En el evangelio de hoy Jesús nos pide que estemos en vela y vigilantes, que no vivamos dormidos. La razón principal que nos da es que no sabemos ni el día, ni la hora en que el Señor va a venir. El evangelista Marcos se refería a la segunda y definitiva venida del Señor. Nosotros podemos referirlo a nuestro encuentro definitivo con nuestro Dios, en el día de nuestra muerte. Es seguro que, un poco antes o un poco después, vamos a encontrarnos con el dueño de nuestra casa, de nuestra vida. En ese atardecer de nuestra vida Dios nos examinará de amor, según la conocida frase de San Juan de la Cruz que ya comentábamos el domingo pasado. También podemos pensar, en estos días de adviento, en la inminente venida de nuestro Dios, en el día de Navidad. Nuestra preparación para encontrarnos con este Dios niño, pobre y humilde, que contemplamos en el portal, debe estar impregnada de un amor grande, humilde y agradecido.

3.- La primera lectura, del profeta Isaías, es literaria y teológicamente bella y llena de contenido. Creo que es la primera vez que en el Antiguo Testamento se llama literalmente a Dios padre, por dos veces, y redentor. Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos obra de tu mano. ¡Que frase tan bella! El profeta Isaías se refería exclusivamente al pueblo de Israel, pero nosotros sabemos que Dios es padre de todas las personas. En el Nuevo Testamento, Cristo animará constantemente a sus discípulos a que se atrevan a llamar a Dios Padre. Desde entonces, los cristianos rezamos muchas veces el Padre nuestro. Lo importante es que no sea sólo la boca la que diga esta palabra, sino que sea toda nuestra vida la que se manifieste como una obra de la mano de Dios, nuestro Padre. Una vida sencilla y humilde, llena de debilidad, pero llena también de amor y de un deseo inmenso de parecernos cada día un poco más a nuestro buen Padre. Esta debe ser la principal tarea del Adviento.

4.- En su carta a los Corintios, San Pablo comienza deseando a los cristianos de esa comunidad que la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo esté siempre con ellos. Se dirige a unos cristianos que aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. También aquí San Pablo se refiere, claro está, a la segunda venida del Señor. Nosotros, en estos días de adviento, podemos aplicarlo, en primer lugar, a la Navidad y, en general, a toda nuestra vida. Cristianamente, nos pasamos la vida esperando que Dios se nos manifieste siempre como nuestro Padre y nuestro redentor. La esperanza no se puede sostener si no está basada en una gran confianza en alcanzar lo que se espera y desea. Nosotros esperamos en Dios y confiamos en que Dios venga a nuestro encuentro y nos salve, esperamos y confiamos en un Dios Padre y redentor. Por eso, para nosotros, los cristianos, el adviento debe ser un tiempo litúrgico lleno de agradecida esperanza y de humilde y esforzada preparación.

Gabriel González del Estal
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36. ADVIENTO: CUATRO DOMINGOS UNIDOS POR LA LUZ

1.- Iniciamos el Adviento. Y con él un nuevo ciclo litúrgico: el B. Esto es muy sabido. Pero conviene recordarlo. También que Adviento significa advenimiento, venida. Y, en efecto, durante este tiempo nos preparamos, una vez más, para la llegada del Señor Jesús. Lo que celebraremos en la ya cercana Navidad será el Nacimiento en Belén. La Primera Venida. Pero en el trasfondo de las lecturas del domingo pasado y en las de este se nos presenta esa otra espera –larga espera—que nos marca la Segunda Venida de Jesús. Ella será el pórtico del final definitivo de la “vida de este mundo”. Y se iniciará el tiempo en que la Jerusalén celestial descenderá, brillante y hermosísima, para ser cobijo de todos los Hijos de Dios que hayan seguido a Jesús. El Domingo pasado nos daba el Maestro una lección impresionante. Nos decía, claramente, que nos examinaría de amor y no de otra cosa. Y hoy el relato de San Marcos –que es el evangelista que nos acompañará y guiará en este Ciclo B—nos muestra la breve parábola sobre el encargo de velar y estar dispuestos para el regreso del Señor que llegará en cualquier momento.

Es obvio que la necesidad de velar, de estar preparados, ha de ser una constante en los cristianos. La vida no discurre como nosotros queremos y es necesario que sepamos afrontar los muchos problemas y dificultades que se nos puedan hacer presentes. El pecado, la tentación, muchas veces llegan de improviso. Otras veces, no. Otras veces es producto de nuestra desgana y desorden. Pero la frágil condición humana necesita de esa atención primordial y preferencial. Nadie puede estar seguro, no de si mismo, ni de los demás. Sólo podemos obtener seguridades de Dios. Él no nos falla nunca. Pero lo demás es poco consistente y con tendencia a lo efímero. Por eso el consejo de Jesús de “¡Velad!” es muy adecuado, mucho.

2.- La espera del Señor se nos hace muy clara en la primera Lectura. El profeta Isaías expresa una necesidad inmediata de esa presencia. Nos ha dicho: “¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras!” Sin duda es una bella metáfora para anunciar la llegada de Jesús, del Mesías. Y es San Pablo quien nos dice que debemos esperar la Revelación de Nuestro Seño Jesucristo. Para San Pablo, y para muchos de sus seguidores, la segunda venida de Jesús les pareció inminente. Iba a ocurrir antes de que desapareciera esa generación. Pablo, incluso creyó que para él no llegaría la muerte y que él mismo se incorporaría al cielo, siguiendo a Jesús, tras oír la trompeta del ángel. Pero los años fueron pasando y el mismo Pablo pudo entender que la espera iba a ser mucho más larga. Pero no lo sabemos a ciencia cierta. Y por eso es más que obvio que nuestra esperanza esté viva, muy viva. De todas formas, cada Navidad se renueva un prodigio y es que, en efecto, el Niño de Belén se aloja en nuestros corazones haciéndonos mejores, más abiertos al amor y a la paz. Sin duda, es una venida del Señor. Está claro.

3.- He querido comentaros al final el tema de la Corona de Adviento. Prefiero hacerlo así. Habréis visto como se ha encendido una vela de las cuatro que hemos puesto junto al altar. La idea es que los domingos de Adviento están profundamente unidos entre sí. No son festividades aisladas, sin conexión. Los cuatro nos indican una etapa en el camino de la espera del Señor. Por eso, cuando iniciemos la eucaristía del segundo domingo de Adviento estará encendida esta que hemos prendido hoy. Y así hasta que iluminemos las cuatro. Nos debemos hacer idea de que es una única fiesta con cuatro etapas. Son cuatro domingos unidos por la luz de la esperanza. Y todo ello para que nuestro corazón esté atento. Vele y espere en este tiempo de Adviento que nos prepara en la llegada del Señor.

Ángel Gómez Escorial
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37. HAY QUE ESTAR SIEMPRE DISPUESTOS

1.- Un grito cargado de compromiso. La primera lectura es parte fragmentada de un texto del tercer libro de Isaías, escrito después del destierro cuando comienza la vuelta a casa. Este fragmento es un grito que busca respuesta a tantos sufrimientos. ¡Ojala rasgases el cielo y bajases! Sin embargo, hay un mensaje de esperanza en las últimas palabras, cuando reconoce que Dios es nuestro Padre y actúa como un alfarero que modela la arcilla. Nosotros debemos dejar que El nos transforme y nos modele. Estos gritos que desgarran también nos agudizan el ingenio para buscar soluciones y caminos de solidaridad. Nuestras oraciones en estos días de adviento deben ser gritos al cielo que en la tierra quieren cuajar en actos. Mi oración ¿es también exigente, sabiendo que más que decirlo al cielo me lo estoy exigiendo a mi mismo?

2.- Los muchos dones que Dios nos ha dado nos ayudan en la espera de su venida. Las primeras comunidades cristianas esperaban el acontecimiento de la vuelta del Señor como algo inminente, porque estaban convencidas de que si el acontecimiento cumbre de la historia de la salvación, la muerte y resurrección de Jesucristo, ya había tenido lugar, la consumación de esa historia debía realizarse de forma inexorable e inmediata. Pablo, al menos en un primer momento, participó de ese convencimiento y de esa esperanza. Pero lo importante no era ni es el tiempo o el modo de esa presencia de Cristo al final de la historia. Lo importante es que Cristo, lo mismo que estuvo presente en el comienzo de la obra creadora de Dios, estará también presente en la hora final, para reconducir las cosas a Dios. En el Nuevo Testamento, el término técnico para expresar esta presencia de Cristo en el momento final de la historia humana es el de “parusía”. El seguidor de Jesús está preparado: "No carecéis de ningún don", nos dice el Apóstol. ¿Valoro lo que Dios me ha dado? ¿Lo pongo al servicio para que crezca? ¿Veo en los demás lo positivo que han recibido?

3.- ¿Estamos preparados? Jesús acababa de salir del templo. Los discípulos le hicieron notar con orgullo la grandiosidad y la belleza del edificio. Y Jesús: «¿Veis todas estas cosas? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida». Luego, subió al Monte de los Olivos, se sentó y, mirando a Jerusalén que estaba delante de Él, empezó a hablar de la destrucción de la ciudad y del fin del mundo. ¿Cómo sucederá el fin del mundo?, le preguntan los discípulos, y ¿cuándo llegará? Es una pregunta que también se han planteado las generaciones cristianas sucesivas, una pregunta que se hace cualquier ser humano. De hecho, el futuro es misterioso y a menudo da miedo. Hoy también hay quien pregunta a los adivinos e indaga en el horóscopo para saber cómo será el futuro, qué sucederá… La respuesta de Jesús es límpida: el final de los tiempos coincidirá con su venida. Él, el Señor de la historia, volverá. Él es el punto luminoso de nuestro futuro. Y ¿cuándo será este encuentro? Nadie lo sabe, puede suceder en cualquier momento. Nuestra vida, de hecho, está en sus manos. Él nos la dio; Él puede volver a tomarla incluso de repente, sin previo aviso. No obstante, nos advierte: podréis estar preparados para este acontecimiento si sois vigilantes. Con estas palabras, Jesús nos recuerda que vendrá. Nuestra vida en la tierra se terminará y empezará una vida nueva que ya no tendrá fin. Hoy nadie quiere hablar de la muerte… A veces, hacemos de todo para distraernos, sumergiéndonos completamente en las ocupaciones cotidianas, hasta llegar a olvidar a Aquel que nos dio la vida. ¿Estaremos preparados para encontrarnos con Él? Es decir, ¿estaremos en el amor?

4.- ¡Estad siempre dispuestos! ¿Cómo velar? Ante todo, sabemos que vela bien precisamente el que ama. Lo sabe la esposa que espera al marido que se ha quedado hasta tarde en el trabajo o que debe volver de lejos después de un viaje; lo sabe la madre que está intranquila porque el hijo todavía no ha vuelto a casa; lo sabe el enamorado que no ve la hora de encontrarse con su amada... El que ama sabe esperar también cuando el otro tarda. Esperamos a Jesús si lo amamos y deseamos ardientemente encontrarnos con Él. Y se le espera amando concretamente, sirviéndolo, por ejemplo, en el que está cerca de nosotros, o comprometiéndose en la construcción de una sociedad más justa. El mismo Jesús nos invita a vivir así en la parábola del siervo fiel que, esperando a su señor, se encarga de los criados y de los asuntos de la casa; o la de los siervos que, en espera siempre del señor, se ponen a trabajar para que los talentos recibidos fructifiquen. El Adviento es tiempo de espera y esperanza. ¡Velad! ¡Estad atentos! Es lo que les pide Jesús a sus discípulos, y es también lo que nos pide a nosotros en este tiempo de Adviento. ¡Tened los ojos abiertos! ¡Estad siempre dispuestos!... nos invita a ser centinelas. El centinela es el que vela, el que está atento a lo que pasa alrededor del castillo. ¿Estamos nosotros atentos a lo que pasa a nuestro alrededor? ¿Nuestros ojos son capaces de descubrir, como el centinela, quien se acerca a nosotros y qué necesita? Piensa en un momento la cantidad de personas que a lo largo del día se acercan a ti ¿les miras con ojos de centinela? Quien mira con ojos de centinela y descubre la realidad que le rodea es difícil que no esté dispuesto y responda. Pedimos en este comienzo de Adviento: unos ojos que estén en vela, que sean capaces de mirar a las personas y descubrir en ellas sus alegrías, sus preocupaciones, sus ilusiones, sus tristezas y además una actitud para estar dispuestos a responder a los que nos necesitan. Os ofrezco para terminar esta oración de Chiara Lubich:

«Jesús,
hazme hablar siempre
como si fuese la última
palabra que digo.
Hazme actuar siempre
como si fuese la última
acción que hago.
Hazme sufrir siempre
como si fuese el último
sufrimiento que tengo
para ofrecerte.
Hazme rezar siempre
como si fuese la última
posibilidad
que tengo aquí en la tierra
de hablar contigo.»

José María Martín OSA
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38. ¡NECESITAMOS ESPERANZA!

Son tantos nubarrones los que se ciernen en el horizonte del bienestar, tantos malos augurios sobre el presente y el futuro (casi mejor no enumerarlos) que el Adviento, tiempo de preparación a la Navidad, al Nacimiento de Cristo, nos va a venir de perlas para infundirnos aliento y esperanza.

1. ¿Qué es el Adviento? El adviento nos sitúa en la dirección adecuada. ¡Va a llegar el Señor! Y lo hará desde tres direcciones distintas:

-Desde Dios. Ese Dios que, en palabras del Papa Benedicto XVI, se ha convertido en el gran olvidado de muchas personas. ¿No será precisamente el olvido de Dios causa de tanta ruptura personal, ansiedad, infelicidad, insatisfacción, etc.? Os lo dejo a vuestra reflexión

-Desde el hombre. Viene el Señor desde el intento, por parte de Dios, de compartir nuestra humanidad. De hacerse uno como nosotros. Y, esto, produce en nosotros una sensación de alivio: ¡no estamos solos! ¡Dios camina junto a nosotros!

-Desde la esperanza. ¡Pues bendito sea Dios!¡Por fin, en medio de un mundo decadente en tantos aspecto, Dios nos infunde valor, ánimo, alegría y optimismo!

2.-El Adviento, amigos, no es una repetición de jugada; no es hacer ni celebrar otra vez lo mismo: es dar una nueva oportunidad a la esperanza para que, de lleno, entre en la vida de las personas, en aquellos que buscan y que, mirando hacia el horizonte saben que Dios es lo máximo que puede esperar y encontrar.

El Adviento, más que nunca en el momento en el que nos encontramos, produce paz y sosiego. ¿No sentimos alegría ante la llegada de un amigo? ¿No nos ponemos en pie para ponerlo todo a punto? Qué bueno sería que, así como estamos ya pensando en lista de Navidad, también nos apuntásemos en nuestra agenda aquello en lo que podemos ser más aplicados y mejores vigilantes para que, el Nacimiento de Cristo, lejos de dejarnos indiferentes produzca en nosotros una riada de felicidad, de fe y de esperanza.

A mí, para terminar, se me ocurren algunos puntos:

- No descuidemos nuestra fe personal. Acerquémonos a la escucha de la Palabra de Dios. ¿Tal vez la misa diaria?

- Vigilemos la tarea que Dios nos ha encomendado. Si somos padres, indiquemos a los hijos el camino de la fe. Si somos catequistas, crezcamos primero nosotros antes de animar a los demás, si estamos implicados en la vida activa de la Iglesia preguntémonos ¿en qué tenemos que progresar y qué hemos de desterrar de nuestros trabajos para preparar un digno camino al Señor?

- Cuidemos la oración. El Adviento es una buena oportunidad para recuperar el gusto por el “estar a solas con Dios”. Es hora de que, cada cristiano, cada católico, empiece a recuperar o a iniciarse en el camino de la oración personal. Entre otras cosas, porque el vigilante, sabe que en las horas de más soledad sabe que alguien y sin ruido puede presentarse. Y, es en la oración, donde el Señor se manifiesta de una forma silenciosa, suave y sanadora.

Si en el hombre hay una gran carencia de esperanza; si el mundo es un tren de prisas y de ansiedades; si la atmósfera que respiramos es un cúmulo de incertidumbres… ¿por qué empeñarnos en estar dormidos cuando, el Señor, nos quiere despiertos y con ganas de recibirle? ¡Feliz Adviento 2008!

Javier Leoz
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39. ¡Velad!, llamada saludable
Benedicto XVI invita a salir del letargo en Adviento

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 27 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Este primer domingo de Adviento, Benedicto XVI, desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico vaticano, recitó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Antes de rezar la oración mariana, dijo las siguientes palabras.

*****

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

“¡Velad!”. Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades” (Is 64,6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero “dueño” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “amo”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).