CRISTOLOGÍA FRANCISCANA

EN JUAN DUNS ESCOTO

 

 

1º DIOS SE AMA A SI MISMO

 

La esencia de lo creado es amor que viene de Dios. Pero el amor divino es ordenadísimo por antonomasia: "ordenatissime volens". En el que se conjugan y articulan plenamente entendimiento o racionalidad y querer. "En primer lugar Dios se ama a sí mismo", escribe Escoto, porque su amor se dirige ante todo al bien sumo que es él. Refiriéndose a todos los seres humanos dice la Escritura: "Nadie aborrece jamás su propio cuerpo, sino que lo mantiene y lo cuida" (Ef 5,29). Considerado desde la pura razón o filosofía Dios está esencial y solamente relacionado consigo mismo. En realidad no hay nada fuera de él que le cautive o pueda hacérsele necesario para ser. Dios no tiene necesidad de creaturas y no puede ser movido desde fuera de sí, como por necesidad u obligación impuesta por determinadas contingencias o vicisitudes de estas. Al revés, el Dios que apropiada y justamente se ama a sí mismo, se constituye como en un imán o un sol, que en la polaridad inigualable de su energía atrae a sí y pone todo en torno suyo, cual condición de su existencia y realización.

Amor divino en la Trinidad

El mismo hecho de la Trinidad de personas: "tres personas distintas" y la unicidad y exclusividad de su ser divino: "un solo Dios no más" (monoteísmo), hablan de su plenitud intrínseca, 'ad intra'. Esto es, el esencialmente 'otro'; el Altísimo y sumo Dios al que se refiere repetidamente Francisco de Asís. Los teólogos nos ilustran algo de esa vida en la intimidad de Dios:

El Padre se conoce y ama perfectamente a sí mismo con toda su exuberancia y fertilidad; y tal conocimiento y amor divino se desdobla en una persona distinta. El Verbo, Logos, Palabra, concreción la más veraz y auténtica de sí mismo; segunda persona de la Santísima Trinidad. Dios Padre e Hijo así como son omnipotentes en el amor de sí: autoafirmación, lo son también en el entendimiento y afección mutua. Este, desde la eternidad es tan pujante que se desdobla en la Tercera persona: ‘animus’, amor divino personificado. Persona plena, cabal y autónoma como el Padre y el Hijo: el Espíritu Santo. Como bueno y perfecto el amor de las tres personas divinas se realiza al infinito en el mutuo conocimiento y libre donación.

Dios el Unico Absoluto - Autónomo

Su determinación en relación al mundo responde sólo entonces a un plan inteligente divino realizado a través de la libre decisión de su amor. Lo que a Dios impulsa a obrar no puede ser sino Dios mismo. En realidad:

"No existe fuera de Dios ningún bien, ningún valor para cuyo logro todo, incluso Dios resultase siendo mero medio. Un Dios que se convierte en medio para fines supuestamente superiores deja de ser Dios. De instaurarse un orden de cosas así, no se haría otra cosa que bloquear el acceso al manantial del cual brotan continuamente los poderes que posibilitan el surgimiento y preponderancia del bien" (Card. Ratzinger, 07/91).

Dice Escoto:

"Dios se ama a sí mismo. Amándose, Dios se conoce infinitamente digno de amor. Y quiere comunicar a otros su amor, no por interés indigno, sino por amor ordenado (amor puro). Así él quiere ser amado por "otro" que lo ame con el máximo amor: se entiende otro que esté fuera de sí, pero al cual esté perfectamente unido" (Reportatio Parisiensis, III Sent. Dist. 7. q.4).

Escoto ahonda en la ciencia del diseño divino del mundo y de nuestras existencias, destacando que cuando Dios por amor diseñó la creación, evidentemente la hizo conforme a sabiduría, como el infinitamente sabio y poderoso que es. Explica que Dios, previó ante todo - antes incluso que la creación -, la gracia y la gloria; a la que tiende inconteniblemente todo el fenómeno de lo creado. Antes del origen de los mundos Dios predestinó su existencia a la expansión en ellos de su gracia, vida o virtud divina; y a la gloria, esto es a entrar en la esfera de su propia plenitud y señorío universal; previendo incluso cual sería el logro más alto de aquel 'ad extra' de sí (Cf. Oscar Castillo, Cristología Fcna. Cuad.Fcns.118).

Predestinación para la Gracia y la Gloria de Dios

Escoto se pone en el ángulo de quién contempla las deliberaciones de la santísima Trinidad antes de la creación y le oye decir: "hagamos al hombre a nuestra imagen", y ve todo el fenómeno del universo concebido desde entonces en el pensamiento divino (Cf. S. Mulholland, Lo Humano en la Espiritualidad de D. Escoto, Cuad. Fcnos. 104, y Gn 1,26. 3. Col 1,15ss). Deja en claro que Dios ama y procura su propia gloria en la certeza de no existir otro Dios ni otro bien más alto, y porque sabe que al ser incrementada 'ad extra' con la glorificación que le rinde el universo creatural, este por su parte obtiene su realización en la plenitud más alta que jamás aparte de ello podría obtener.

EL CONCEPTO FRANCISCANO DE DIOS

En su tiempo Francisco había aportado una mota de lucidez en relación al concepto que se tenía de Jesucristo en la teología del Pantocrator - el dominador universal tanto en el cielo como sobre la tierra -. Tras esta en realidad se enmascaraba toda clase de apetitos de conquista y ejercicio de poder en la jerarquía de la edad media; con las consecuentes luchas de cesaro-papismo, estados pontificios, feudalismo, cruzadas... Constituido en el visionario de la trascendencia y señorío sublime del Dios excelso, Francisco había podido vislumbrar y expresar mucho mejor el misterio de Dios insondable, sublime, espiritual. Su concepto y su fe 'propiamente religiosa y sobrenatural' le habían adentrado en el valor central o básico de toda vida y cultura, la razón suprema de toda religión; permitiéndole trascender la frivolidad de una religión y eclesiología autocéntrica, chauvinista o de lucro mundanal.

Escoto por su parte, llevaba el concepto de Jesucristo que se había instalado en su momento, de una impostación excesivamente funcional al beneficio del hombre, centrado en este y en la necesidad de pagar su pecado; a otra mucho más teologal o atenta al ser de Dios mismo, su gracia y su gloria.

 

 

 

2º DIOS QUIERE SER AMADO

Dios conociéndose infinitamente digno de amor se ama a sí en el otro, esto es desea que su divina esencia sea predilecta y amada de otros, que 'el amor sea amado' y aquellos tengan su amor en sí mismos (F.S.Pancheri, Primado Univ. de Cto. p 59). "El Amor, amando perfectamente, desea que el amor sea amado" (Ricardo de San Víctor). Y este amor es plenamente limpio. Es la clarividente y libre disposición de Dios respecto a todo el orden natural y sobrenatural. En este punto aparece la figura del Hijo eterno, cual el Logos omnipotente que se dona por entero a Dios Padre desde siempre tanto en el perfecto entendimiento como en la afección de su plenitud. Ello corresponde precisamente al testimonio revelado en el Evangelio, de que el 'Logos' el conocimiento y amor infinito es previo y precede toda vida y todo amor creatural.

"En el principio ya existía el Verbo (Logos), y el Verbo estaba en el principio con Dios y el Verbo era Dios. El al principio se dirigía a Dios" (Jn 1,1s).

Toda actividad externa de Dios: la creación, la revelación, la existencia de la Palabra encarnada, las verdades que se nos ha dado a conocer tienen por supremo objeto el amor de Dios y el Dios que es amor (Cf S.Mulholland, Ibid. p 251s). El Dios uno y Trino, dice Escoto, desea ser amado más allá de sí mismo, desde otros seres, inteligentes y libres, que espontáneamente le asignen su amor y su glorificación. El propósito último de su decisión de que existiesen seres que respondan a su amor, no puede centrarse sino en las personas, ha de articularse únicamente sobre creaturas capaces de conocer el amor y corresponderle. De hecho, de por sí toda y cualquier creatura tiene necesidad intrínseca de Dios; experimenta una honda melancolía, un dejo de nostalgia o soledad de cara al infinito. "Inquieto está el corazón del hombre hasta que descansa en Dios" (S. Agustín).

Capacidad Intelectiva y Amor

Nadie ama lo que no conoce, y así Dios mira porque el interlocutor de su amor, ese 'otro' adorador de su excelsitud, pueda conocerle a la vez que amarle apropiadamente, dotando su naturaleza de la capacidad de acceder a él. Entiende que así como en el Logos original: el Hijo eterno, se contiene el conocimiento previo o predestinacional de todo ser por venir a existencia; así el amante 'ad extra' - imagen y semejanza de aquel -, ha de tener la aptitud para abrirse desde la misma raíz de su inteligibilidad al primer concepto: compendio de toda realidad existente, esto es al "ser" o la entidad (Castillo, Ctgía. Fcna. Ibid p 83). Y establece que el objeto primero del intelecto sea el ser y todo aquello que en el ser está contenido, y por consiguiente también Dios en razón de la divinidad.

Tal abstracción del entendimiento que accede al ser - dice Escoto - es "unívoca" o con un sólo sentido y significado en relación a todas las cosas reales, ya sean físicas, ya divinas o lo que sean. Es un concepto propiamente "metafísico", que tiene un valor real único y radical para todas las ciencias, en cuanto es el fundamento de toda inteligibilidad.

En cuanto "ser", o sea metafísicamente considerado - esto es en sí mismo -, Dios 'es' tanto como son todos los seres físicos que estudian las diversas ciencias. En Dios se realiza la noción más perfecta de ser y él es el sumo cognoscible. Es el objeto más natural de la mente humana, y por tanto el fin naturalmente alcanzable. Hay en el hombre un deseo natural de conocerle claramente, y ningún bien finito es capaz de calmar este deseo de su plenitud de verdad. No sería pensable un deseo natural hacia lo imposible. Entonces, explica Escoto, es que el hombre naturalmente ha sido destinado al sobrenatural, aunque no podrá tender - menos aún resolver - su drama existencial sin la fe. Por ello Dios ha dispuesto que este sea iluminado por el Verbo, la revelación y la fe. La fe es a la vez un don de Dios y un acto libre de la naturaleza - también del intelecto humano -, la que por sí misma se maneja hasta llegar a su objeto, la suprema perfección.

Luego, Escoto aplica concretamente este concepto de "ser" a Dios y a las criaturas, entrando a distinguir entre ser infinito y seres finitos; los que son análogos, y muestran una distancia infinita entre uno y otros. Así   entendido el concepto ser, es como la semilla del Logos, de la inteligibilidad en nosotros. Puente entre ambos, primera y más radical encarnación del "Verbo, logos" en nuestro yo íntimo que nos abre a la relación con el mundo trascendente (Cf. Miguel Oromí, Pensam. Escoto y Actualidad, Est.Fcnos.310).

Entendimiento y Trascendencia

Caso que no accediésemos a este sentido de 'ser', quedaríamos solamente en el ser físico, como lo concibe la filosofía griega, y careceríamos del principio racional de la inteligibilidad "metafísica", propiamente tal. Perdería nuestra razón su acceso a Dios, y toda nuestra teología cualquier carácter de ciencia. La teología se basa en la 'Revelación', y de no existir en nosotros aptitud intelectiva real respecto a su objeto esencial: el ser y la existencia de Dios, su estudio no poseería un real fundamento en la razón; con lo que no podría ser considerada ciencia propiamente tal, sino meramente pías suposiciones (Cf. Miguel Oromí, Pensam. Escoto y Actualidad, Est.Fcnos.310).

Escoto es un hombre de pensamiento estrictamente científico, pero al mismo tiempo la fe y la oración son el fundamento y la fuente de su pensamiento agudo. No es la ciencia, dice, la que puede establecer el mundo y darle un orden. Al contrario ella va en búsqueda del orden del amor y sólo la fe nos indica el orden del amor. Sólo donde el orden del amor es mantenido, la ciencia puede desarrollarse. Al principio del pensamiento está la fe, y al final está la contemplación. La ciencia que se funda sobre la fe consigue su verdadero objetivo: la alabanza contemplativa (Escoto, Primo principio).

He aquí pues la relación que establece Escoto entre la aptitud del amante que Dios se procura, y la revelación, la teología, el Logos divino: entendimiento y amor primigenio que precede a todo cuanto existe, "El (Logos) era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9).

El Intelecto y el Franciscanismo

La intensa especulación intelectual - metafísica de Duns Escoto, que le mereció el calificativo de "el doctor sutil" está unida con la sencillez de san Francisco en la belleza y sencillez de su visión como de su experiencia del más excelso Dios; llegando ambos al conocimiento cual resultado de la íntima unión amorosa.

Realiza una síntesis entre inteligencia, corazón y espiritualidad. Entiende que las estructuras que el pensamiento teológico abstracto elabora en su habitación, bajo el rigor intelectual de su disciplina, corresponde a la realidad. Que nos es dado penetrar en el conocimiento de los misterios trascendentes. Que hay un nexo enigmático entre la mente y la realidad (Cf. A. López Quintás, El Merc. 08/09/96 D 28). Escoto visualiza el propósito básico de la teología como unión con Dios en esta vida; no para un futuro glorioso, sino que puede realizarse aquí y ahora. La revelación, dice fue hecha para dirigir la actividad de la voluntad hacia su objetivo final y hacia su más elevado y noble empeño: el amor del Dios que es amor. "Esta es la vida eterna, conocerte a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Mulholland, ibid. p 247s. 252. y Jn 17,3). El Dios que desea ser amado dotó al objeto la razón de su amante con capacidad más allá de lo empírico, para que pueda acceder efectivamente hasta él.

 

 

3º DIOS SE PROCURA EL AMANTE MAS EXCELSO

Dios, al proyectar un mundo exterior que le ame como veíamos en el punto anterior, quiere en tercer lugar ser amado por alguien que desde este lo pueda amar en grado sumo, ordenando toda la creación a esta respuesta. Por ello desde entonces, antes del origen de ninguna creatura, lo primero, predestinó se encarnase el Hijo divino cual el alfa, es decir el principio de todos sus designios, en torno al que planease el universo. Que desde él descendiese su gracia por toda la creación que salió de sus manos. Y que él también fuese el punto omega, o sea en el que confluyen todas las cosas. La cúspide que señala el sentido y derrotero de todo lo existente. Que a su luz, cual 'Logos', palabra, único centro universal, ascendiesen las creaturas, cada una de las cuales tiene un puesto correspondiente, hacia la cerebralización de la materia. Y que el hombre, un centro privilegiado, condujese todo hacia la cristificación del universo, retornando a él con acción de gracias y bendiciéndole con cantos (Cf. Rivera de Ventosa, Escoto y T.de Chardin, Cuad.Fcns. 108).

"Cuando sea levando en alto de la tierra, atraeré todo hacia mí" (Jn 12,32).

Summum Opus Dei

Dios se propone tener 'ad extra' de la Trinidad la óptima expresión del amante y adorador en el hijo divino encarnado en el cosmos, del que formará parte cual su realización más eximia. Ninguna criatura por más excelente que fuese pasará de ser tal, manteniendo una distancia infinita entre sí y Dios. Nadie puede rendir a aquel un tributo de amor y de gloria más excelso que el Hijo divino: Logos, "mediante el cual todo fue hecho, y el cual contenía la vida" (Jn 1,3s). Por eso se propone que su máxima obra en la creación 'Summum opus Dei' sea la persona del Hijo encarnado: el hombre - Dios. En él, la gracia y la gloria trascendentes se expresarán en su máximo esplendor posible cabe los límites del ámbito creatural.

Cristo hombre pertenece también a los sujetos amados dentro del designio creador. Al amor creador de Dios (razón última y dominante de su comunicarse ad extra) corresponde como respuesta el amor de la más perfecta de sus obras. El fruto más sublime del amor de Dios dentro del universo es "el amante más excelso": el único hombre capaz de amar y responder perfectamente a este amor divino, el Hombre-Dios Jesucristo. El primero en la gracia y en la gloria: "la obra suprema de Dios".

Su encarnación la ubica Escoto en el nivel primerísimo de toda la obra divina ad extra (F.Petrillo, D.E.y la Inmac. Cuad.Fcns 104). Dice que esta tiende insuperablemente a la gracia y a la gloria, y que Dios la previó como diseño del universo, existiendo exacta continuidad entre la creación de este y el nacimiento de Jesús en Belén. Enseña que coincide esencialmente la predestinación del Hijo encarnado y su primacía universal cual primigenio del universo. Que Dios tuvo previsto desde siempre el hecho, que no existiría un logro más alto de la creación que él. Lo sitúa así en el lugar central del universo, como camino de Dios a los hombres y de estos hacia Aquel.

"El Hijo querido es imagen del Dios invisible, concebido antes que toda criatura, pues por su medio se creó el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible, ya sean majestades, señoríos, soberanías o autoridades. El es el modelo y fin del universo creado, él es antes que todo y el universo tiene en él su consistencia" (Col 1,15ss).

Escoto describe la predestinación de Jesucristo desde antes del origen de los mundos al primado universal, cual la esencia misma y corazón de la revelación. Ubica esta doctrina cual concepto capital del cristianismo, base de todo el razonamiento teológico y cuestión esencial y global de toda la teología. Jesucristo es el "primer querido" según el "querer ordenadísimo" del Padre, y recibe la predilección por encima de todo el universo. Escoto sostiene como decíamos al comenzar, que "la voluntad divina es eminentemente razonable y no es concebible que la suprema racionabilidad pudiese querer la subordinación de un bien mayor a un bien inferior, que quisiese más un bien menor que el bien mayor, cosa ésta irracional. Quiere entonces sobre todo la suprema obra del universo: el Hijo divino encarnado. Agrega: el amor de Dios no está condicionado por las creaturas. Al contrario, El no ama un ser porque es más perfecto: sino que un ser es más perfecto porque Dios lo ama más. Es la lógica del amor creador. El Hijo eterno amado al infinito desde siempre, 'hecho hombre' es, en virtud de la suprema predilección del Padre, la más excelsa de todas sus criaturas.

Este planteamiento de Jesucristo como el "primogénito de toda la creación" ha merecido a Escoto el título de 'Cantor del Verbo Encarnado'. En ello no es menos destacado discípulo de Francisco de Asís y del franciscanismo, el cual se caracteriza por el seguimiento de Cristo encarnado, humano.

Predestinado a ser el primero en la Gracia y en la Gloria

Cristo es tanto el primogénito de toda creatura (Col 1,15), cuanto el fin de toda la creación. Es claro que Cristo no puede ser sino el primero entre todos "porque le agradó a Dios hacer habitar en él toda plenitud y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas " (Col 1, 20). Escoto se pregunta si la predestinación previó que Cristo en su naturaleza humana fuese el  Hijo de Dios (Opus Oxoniense, lib. III, dist. 7, quaest. 3): Utrum Christus praedestinatus sit esse Filius Dei?. La respuesta nace sin dificultad: la predestinación se ordenó a que Dios fuese amado en grado sumo en naturaleza humana (ad extra de Dios) y a que el sumo amante participase al máximo de la gloria e intimidad con Él, resplandeciendo en todo cuanto presupone la consecución de este fin. Por tanto resulta claro que la gloria suprema que Cristo hombre disfruta, hunde sus raíces en su unión substancial con el Verbo. Es el primero porque es el mismo Dios.

La idea de 'predestinación' implica que nada, tampoco las creaturas, condicionan la decisión de Dios. Ninguna predestinación es ocasionada desde fuera de él, sino que, amándose a sí mismo predestinó a los demás a sí, para la comunión en su amor. Se trata de una decisión esencialmente soberana y libre. Por lo mismo, tampoco presupone méritos ni deméritos, sino que es anterior a todo ello, y por lo tanto prescinde de la previsión que la humanidad fuese a pecar. La predestinación de Cristo es entonces totalmente independiente de la caída del primer hombre, y más aún por naturaleza, anterior a todas las demás predestinaciones. Esto es, Cristo en su naturaleza humana fue predestinado simplemente en vistas del amor sumo.

Siendo el máximo de los predestinados, en la intención de Dios había de preceder a todos los demás hombres. Y sucesivamente en referencia a él, todos los demás seres humanos -sujetos propiamente tales del misterio de la gracia - en torno a él habían de ser 'predestinados' a la gracia y a la gloria. Esto, según el modelo en él recibido, y a través de la fe y seguimiento de sus pisadas (Cf. R. Ventosa, ib. arriba 243).

Este es el argumento textual de Escoto:

"Generalmente quien quiere ordenadamente quiere primero lo que está más cercano al fin; por lo cual Dios quiere primero la gloria de alguien antes que otorgarle la gracia; y así entre los predestinados a la gloria, quiere primero ordenadamente la gloria de aquél que está más cercano al fin. Quiso primero la gloria del alma de Cristo que la gloria de otra cualquiera ; y quiso primero la gloria y la gracia, antes que prever sus opuestos: la condenación y el pecado".

En otras palabras: Quien quiere ordenadamente quiere primero aquello que está más cercano al fin. Pero el alma de Cristo es la más próxima al fin. Por tanto, el alma de Cristo es la primera pensada: la primera predestinada.

La Gracia manifestada en Jesucristo

La predestinación de Jesucristo cual amante más excelso se difunde hacia todos los hombres sus hermanos y hacia todas las demás criaturas; he aquí el ángulo exacto de la historia de la salvación. Dice Escoto: "la predestinación es en primer lugar la preordenación de alguien a la gloria eterna y en segundo lugar de las otras cosas que están en orden a la gloria". En Jesucristo Dios quiere comunicarse de modo tan sublime y conducente como para introducir en él todas las criaturas en el seno mismo de la Trinidad. Si él es el primer amado y modelo de toda la creación, en él el Padre dispone los medios, vale decir la gracia, para todos sus hermanos. La "suprema obra de Dios", el primero, el arquetipo y paradigma de toda otra comunicación divina: Jesucristo, nos brinda su gracia y su gloria (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 65).

La doctrina acerca de Jesucristo como el primero o cabeza de todo lo creado constituye para Escoto el centro y la esencia del misterio de salvación, la substancia misma de la historia de la salvación; previamente incluso a toda consideración sobre pecados de los seres humanos. Su predestinación se orienta a la gracia y a la gloria suprema "ad extra" de Dios, en el Dios-hombre, y a la divinización - adopción de hijos en él de todos los seres humanos.

Divinización de la Humanidad

Es precisamente el punto desde el que mira la teología de los padres griegos: La encarnación consiste en la perfección y divinización del universo, manifestación de la gracia santificante en el mundo; pura iniciativa de amor que regala y perdona. Esta visión tiende a una consideración optimista de la vida y establece una óptica teleológica, finalista u objetivista del universo y de la existencia en la escatología (Cf. Ratzinger, Intr. Ctmo. 195-200).

Dice san Máximo confesor: "Cristo es el fin para el cual todas las cosas han sido hechas". Y san Cirilo de        Alejandría: "Cristo es el fundamento de toda la realidad creada, principio de nuestra elevación sobrenatural". Los padres griegos discurren en la esfera ontológica. Establecen el hecho que un hombre es Dios y que por eso, Dios es hombre; realidad que se orienta ante todo a la transformación ontológica de la especie humana: en hijos de Dios por adopción; antes que a cualquier transformación moral, referente a pecados (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 71). Destacan como fundamental o decisivo el hecho de la salvación, al que tienden todas las líneas; todo lo demás pasa a ser sólo algo secundario. El misterio de la redención es pura iniciativa de amor que regala y perdona.

Para Escoto el centro y el alma de la actividad y de la vida de Cristo es el amor hacia el Padre de la gloria (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 73). Quiere al Padre antes que la vida. Prefiere a Dios sobre la creatura y sobre su propia humanidad. Es el primer amante de entre las criaturas (ad extra) en la Trinidad; todos los demás son "co-amantes" con él, y son amados en orden por Dios. Por ello la naturaleza es la más baja en la jerarquía del amor, pero también está directamente ordenada al orden sobrenatural de la gracia y de la gloria, a través de la divinización del hombre (Mulholland, Ibid. arr. p 248s).

En dependencia del pensamiento griego, como toda la escolástica, Escoto contempla el mundo como un cosmos estático, que adensa en sí un orden que el hombre ha de contemplar con su inteligencia y respetar con su acción libre. Libertad es -dice- "la facultad de guardar el orden". El clima intelectual en que se mueve aún sin vislumbrar perspectivas como las del incesante dinamismo creativo de la 'biogénesis' y de la evolución del cosmos, afirma el orden ascendente o jerarquía de las criaturas, entre las que el hombre - preferido cual 'fin del mundo sensible' - tiene un puesto central. Pues, 'Dios ha premeditado antes en que el hombre lo ame, que en la existencia del mundo sensible como tal' (Cf. R. Ventosa, ib. arriba 248s).

Toda la humanidad está predestinada en Cristo a la gracia y a la gloria; a su culminación definitiva en la eternidad feliz, cuando a aquel: "quede sometido el universo y también él mismo se someterá al que se lo sometió, y Dios será todo en todos" (ibid 243. 1Cor 15,28). Sabe muy bien de la realidad personal del Verbo encarnado como centro de convergencia del cosmos. De este, como el Alfa y la Omega de que nos habla el Apocalipsis. Escoto comienza y termina con el Amor de Dios y con el Dios que es Amor. En ello ciertamente es hijo de san Francisco, pero también además "El teólogo del Amor de Dios" en la tradición franciscana (Mulholland, Ibid. arr. p 249).

El momento terminal -dice- es el "Esjaton, cuando las criaturas sean hechas partícipes de la vida eterna, como miembros del cuerpo de Cristo: culmen de la historia de salvación. Entonces él, el primero en el orden del ser, como el primero en el orden del conocer, será también efectivamente el primero sobre toda la creación, y nos introducirá a todos los suyos como "hijos en el Hijo" en la koinonía de las personas divinas (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 63). Ello conjuga exactamente con el pensamiento de que el universo evoluciona hacia la cristificación de la naturaleza en el 'pleroma', plenitud total de esta en Dios.

Unidad del designio divino de salvación

El modo como Escoto formula y resuelve el problema de la predestinación de Cristo hace aparecer la unidad e irreversibilidad del plan divino de salvación. No afirma la existencia de dos órdenes históricos de salvación, primero uno no-cristiano antes del pecado: 'el de la gracia de Dios que prescindía de Cristo', y más tarde otro cristiano después del pecado, el actual, 'dependiente de Cristo'. Según lo cual antes del pecado Cristo no habría sido la Cabeza del universo existente, lo que parece contradecir la afirmación de la Escritura: "Todas las cosas han sido creador por medio de él (Cristo) y en vista de El" (Col 1, 16).

En realidad todo en la mente de Dios es cristológico, desde el principio todo se centra en Cristo; él es la razón de nuestra procedencia de Dios y no sólo el camino para nuestra vuelta a Dios. El Plan de Dios no puede ser un hecho ineficaz, cambiable o reversible por la intervención de cualquier creatura. Es inconcebible que una economía decidida por Dios en la cual ha sido asignado un fin, pueda ser sustituida por otra con un nuevo fin. Esto significaría una ruptura esencial entre los dos órdenes sin relación mutua posible. ¡No serían los mismos hombres en uno y otro orden!

 

 

4º DIOS PREVE SU UNION CON EL SUMO AMANTE 

En cuarto lugar Dios prevé la unión entre sí mismo y este ser que le tributa sumo amor; inclusive si entre las creaturas no existiese ninguna que hubiese traicionado su amor. Dios no sólo desea ser amado en grado sumo, sino además la unión con quién le tributa tal adoración. La primera razón o fin primario de la encarnación es la comunión suprema en el amor divino de parte de la máxima entre sus creatura. Dios quiere ser amado de manera suma por el que es su obra primera fuera de sí. El sumo amante se caracteriza como tal merced a la unión hipostática, esto es 'una persona dos naturalezas': divino - humana, el hombre - Dios. Jesús de Nazaret, individuo humano concreto: asumido por el Verbo: "Assumptus Homo"; en el que así obra en forma inseparable toda la Trinidad, las tres personas divinas en perfecta comunidad. El Amor liberal y comunicativo de la Trinidad logra en él que alguien distinto de ella, Cristo Jesús, llegue a fruir del bien infinito de la esencia divina, y su misterio se prolongue y haga presente a plenitud en la historia (Alejandro Villalmonte, Ensayo Ctlgía. Fcna., Estds. Fcns. 410s).

Cristo hombre es a la vez la segunda persona de la Stma. Trinidad, y el Padre como el Espíritu, por propia naturaleza no apetecen otra cosa que la comunión de gloria con él; con Jesucristo hombre - Dios. Vemos aquí la dinámica unitiva del misterio de la Santísima Trinidad: 'tres personas distintas y un solo Dios no más', que introduce a la creatura mortal en la comunión consigo en la cúspide sobrenatural. Esto significa configuración identificatoria, deificación, estado permanente de vida natural - sobrenatural. Así en Cristo la misma humanidad queda involucrada en la dinámica de unión en el amor sumo.

Dios espera respuesta a su amor; repuesta que encuentra de manera perfecta en el Hombre - Dios Jesucristo: "mi comida es hacer la voluntad de mi Padre" (Jn 4,34). El fue el objetivo inicial por el cual fue creado todo el mundo. Dios, creando pensó desde el inicio al Hombre-Dios y en él la creación es puesta en la comunión total en el amor; es decir enteramente en el amor divino. Es la comunión insuperable que puede darse entre Dios y el universo salido de sus manos. Dado que esta respuesta es una realidad ya acontecida, se debe considerar que el proyecto de Dios ya ha tenido éxito. Cristo: 'Ordenatissime Volens': la dinámica del amor El talante de Cristo en su modo humano frágil, pasible y mortal destaca más, por el "ordenatissime volens": querer ordenadísimo, orientado a Dios, que por la enormidad del tormento. Se muestra así como el amor-libertad, el amor-donación, que es para Escoto la llave maestra de todas sus acciones (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 57). La unión suma con Dios desde la misma vida mortal, lo establece entre todos los seres humanos, como el vértice por dónde hemos de converger en la suprema comunión, prevista por Dios consigo mismo. La Cristología de Escoto resalta la orientación cristocéntrica de la creación, basada en su proposición del primado absoluto de Cristo

Dios es amor, y por lo mismo el amor es la fuente y la fuerza motriz de todo lo que fue creado, como lo fuera de la encarnación del Hijo de Dios - sumo amante - y de la dinámica de unión que le polariza en el Padre. Escoto subraya en este sentido la dignidad absoluta de Cristo: por ser el fruto y expresión más precioso de aquel en carne humana. Lo ve cual signo de la libertad infinita: absoluta y trascendente de Dios en relación a toda la realidad creada (que procede de su libertad y de ella depende); y signo también de la maravilla del amor divino que convoca en libertad a la creatura a la unión consigo mismo. Ideas que corresponden totalmente con la revelación bíblica y con la visión más actual del magisterio.

La penetración profunda de la verdad de la libertad absoluta y del amor divino como fuerza motriz del universo, hizo a Escoto proponer la doctrina de la Inmaculada Concepción de María: 'Dios pudo, convenía, luego lo hizo'. Como hijo fiel de San Francisco, Escoto muestra también en sí mismo la profunda conformidad de la doctrina proclamada con la vida evangélica vivida: cual persona impulsada desde dentro por esta dinámica de comunión divina en libre adhesión.

El planteamiento teológico de Escoto sobre la Persona y la obra de Cristo va derecho a centrar su realidad en dos axiomas fundamentales: la libertad y el amor que lo polarizan hacia el Padre. No atiende tanto en cambio a la verificación del amor divino por el hombre en general. En cuanto la creación como tal esté ordenada al servicio del hombre; o en cuanto Dios "entrega a su Hijo" para solucionarle su situación generada por el pecado. Que presenta a Cristo como instrumento del amor, y da a su realidad humana solo un sentido funcional o relativo y por tanto privada de todo sentido absoluto en sí misma. Concepto en el que todas las líneas parecen confluir meramente en el hombre, y Dios es mostrado en una actitud conmutativa consigo mismo de: me debe y yo pago la deuda, para poderle perdonar su pecado.

En el planteamiento de Escoto en cambio, por naturaleza toda la humanidad y todo lo creado están involucrados y pertenecen a la dinámica de la libertad - amor, con que Dios se ama a sí mismo: fuerza motriz que tracciona al hombre - Dios a la unión culminal con Aquel. Planteamiento que supone todos los datos escriturísticos y todas las precisiones dogmáticas.

Vocación de la Humanidad a la Unión con Dios

Escoto supera el esquema de que Dios se ha dignado tanto por nosotros y nos ha perdonado culpas tan horribles que vivimos en deuda infinita e insaldable con él. Su versión es sencillamente que amándose Dios a sí mismo quiere ser amado y quiere la unión con el sumo amante. Así, la encarnación de Cristo como realidad querida por Dios encuentra en sí misma sus razones intrínsecas.

Decíamos arriba que el texto de Escoto sostiene que:

"En primer lugar Dios se ama a sí mismo ; en segundo se ama a sí mismo en los demás o por medio de los demás (y este amor es casto); en tercer lugar quiere ser amado por aquél que puede amarlo en modo sumo (hablando del amor de alguien extrínseco - de una creatura -) ; y en cuanto lugar prevé la unión de aquella naturaleza que debe amarlo en modo sumo, inclusive si nadie hubiese pecado".

Con otras palabras: Dios determina libremente comunicar en amor mutuo con la creatura. Y quiere hacerlo en el modo más perfecto posible. Por ello preelige una naturaleza humana que en unión personal con el Verbo comporta la posibilidad del supremo amor. Con ella prevé una realización de amor tan grande que solamente puede ser el amor del Hijo Unigénito de Dios.

Dios se ha revelado a sí mismo como Amor (1 Jn 4.8), como el Bien por excelencia (Mt 19,17), y se supone que su primera intención su plan divino sobre el mundo es un plano racional y por lo tanto, perfectamente ordenado. El término "vocación" se usa frecuentemente en este sentido: nuestra "vocación" de parte de Dios es la comunión de vida con El siendo partícipes de su gloria. Los hombres existimos en virtud del llamado divino que nos invita a su amistad y nos pide una respuesta, (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 63) que debe configurarse a través del proceso moral de nuestra vida terrena. He aquí el punto central en que ha de verificarse este amor.

En Cristo todos somos predestinados 'vocacionados' a la comunión con Dios en la gracia y en la gloria. De él se difunde la predestinación a todas las demás criaturas; he aquí el ángulo exacto de la historia de la salvación. Dice: "la predestinación es en primer lugar la preordenación de alguien a la gloria eterna y en segundo lugar de las otras cosas que están en orden a la gloria". En Jesucristo Dios quiere comunicarse de modo tan sublime y conducente como para introducir en él todas las criaturas en el seno mismo de la Trinidad. Para estas Dios dispone los medios, vale decir la gracia. Cristo, la "suprema obra de Dios", el primero, el arquetipo y paradigma de toda otra comunicación divina, nos brinda su gracia y su gloria (Pancheri, Pdo U. Cto. ibid p 59.53.56).

CRISTOCENTRISMO DEL COSMOS

Toda la humanidad está predestinada en Cristo a la gracia y a la gloria; a su culminación definitiva en la eternidad feliz, cuando a aquel: "quede sometido el universo y también él mismo se someterá al que se lo sometió, y Dios será todo en todos" (Cf. Rivera V., E y T, Cuad.Fcns. 108 p 243 y 1Co 15,28). Escoto basa su proposición de la orientación cristocéntrica de la creación en el primado absoluto de Cristo. Sabe muy bien de la realidad personal del Verbo encarnado como centro de convergencia del cosmos. De este, como el Alfa y la Omega de que nos habla el Apocalipsis. Escoto comienza y termina con el Amor de Dios y con el Dios que es Amor. En ello ciertamente es hijo de san Francisco, pero también además "el teólogo del Amor de Dios" en la tradición franciscana (Mulholland, Hum. Esp. Esc., Cuad.Fcns. 104, p. 249).

La realidad no es un cosmos estático; y así como el punto de partida de la creación es Cristo, el dinamismo evolutivo del cosmos se orienta igualmente hacia una síntesis cósmica al final de la evolución, cual convergencia de toda esta, en el punto omega: Cristo, primer fruto del amor del Padre.

El Hijo único, primogénito de todas las criaturas ha de ser el principio de la retribución al amor de Dios. Es por esto que su encarnación llegará a plena realización cuando todos los hombres se unan a Cristo en el amor. Cristo es el principio y el fin, el sentido y la meta de toda la creación. El hombre fue creado para amar a Dios y encontrar su lugar por la unión con él en el Reino. Sólo si el hombre, bajo la guía santificante del Hijo de Dios, Jesucristo, consigue encontrar su lugar; el deseo del corazón, respecto al sentido último de su vida y de sus experiencias, será satisfecho.

La ordenación a Dios del Hombre-Dios, implica la ordenación de la humanidad completa a Dios. Por lo cual el hombre sólo puede saberse en su plena profundidad y dirección en la línea del Hombre-Dios. La relación fundamental del Hombre-Dios abre la relación de todo hombre con Dios.

 

 

 

5º EL SUMO AMANTE PADECE Y REDIME A SU PUEBLO

En este punto, solamente en quinto lugar, ubica Escoto el hecho de la caída o pecado del hombre; ya no como causa de toda la obra divina de la salvación, sino como contingencia de la existencia humana; que al encarnarse el Hijo de Dios, asume. Ante esta situación en que el hombre en su libre albedrío ha incurrido, Escoto dice: ve Dios como 'consecuencial' al Mediador venir como uno que sufre y redime a su pueblo" (Rep.Par., 3, d.7, n.5). No continúa repitiendo entonces que el mundo fue creado y que luego, por la contingencia de la caída en el pecado, sobrevino la encarnación del hombre - Dios.

También si Adán no hubiese pecado Jesucristo era la repuesta perfecta a Dios. El pecado solo cambió el escenario sobre el que se desenvuelve nuestra insuficiencia esencial y la limitación defectible de la existencia humana. Convertidos en seres necróticos estamos sometidos a múltiples fatigas, con la perspectiva cierta de la decadencia física, del dolor y de la muerte. Continúa realizándose la relación fundamental Dios - hombre a partir del movimiento del amor; aunque ahora nuestra respuesta ha de actuarse sobre la cruz. Cristo salvó el orden del amor sobre la cruz, y es el perno alrededor del cual el mundo permanece invariablemente ordenado hacia su destino primigenio.

Para Escoto, la 'obra de Dios' con los seres humanos no tiene por ápice u objetivo fundacional la curación de las heridas de su pecado: de cierta ruina infinita ocasionada por una injuria infinita; no es primordialmente 'hamartiológica': curativa. Sino ante todo 'deificante' u orientada a la elevación de estos. "La gloria de Dios es el hombre bien dispuesto" (gloria Dei vivens homo), san Ireneo. Centrada en la gloria de Dios como en la glorificación del hombre. No 'ruinocéntrica': deshecha en sensibilidad por su lamentable condición, o en un ciego empeño "liberador", a ultranza, cabe su miseria y subdesarrollo material. Sino orientada elementalmente desde la luz de lo alto, desde el mejor sentido de glorificación divina y de elevación sobrenatural o glorificación integral del hombre y de todos los hombres.

Pecado y Gracia

He aquí el aporte peculiar y la impostación que Escoto hace de toda la teología vigente de la creación y encarnación. Se pregunta sobre el orden de la predestinación de Cristo en relación a las demás predestinaciones: ¿la predestinación de Cristo preexige necesariamente la caída de la naturaleza humana? El responde ¡no! Sino que en todo caso él había de ser el 'Summum Opus Dei'= obra suprema de Dios, Primogénito de toda la creación.

"Digo que la caída no ha sido la causa de la predestinación de Cristo. Al contrario, aunque ni el hombre ni el ángel hubieren pecado y si Cristo fuere el único hombre creado, el hubiese sido predestinado del mismo modo ".

Para analizar mejor este punto Escoto se plantea: "de no haber sido así, la suprema obra de Dios - la encarnación - y por lo tanto Cristo, habría sido ocasionada por el pecado de Adán. Esta obra suprema suya Dios no la habría hecho si Adán hubiese sido fiel... Lo cual parece irracional en grado sumo. Se seguiría que Cristo se debería haber alegrado por la caída de Adán, por causa u ocasión de la cual habría sido predestinado. Y continúa: La encarnación supone, no el pecado de la humanidad, sino la libre voluntad o amor de Dios". No se trata, pues, de una hipótesis, como la han formulado frecuentemente los teólogos: ¿Se habría encarnado el Verbo si el hombre no hubiera pecado? Su planteamiento mira más bien a establecer el pecado y el sufrimiento como las condiciones reales, contingencias o circunstancias concretas de la especie humana en que ocurre la encarnación. De este modo el pecado es claramente un estadio de tránsito, y un mal reparado en el pasado.

Escoto ha puesto como base de toda su reflexión teológica la encarnación de Cristo. Esta es la expresión suprema de la gracia que nos ha sido dada. E incluye la Redención del hombre dentro del marco y como una consecuencia o implicancia de la encarnación. Es decir: Cristo no se encarnó a objeto de obrar por el sufrimiento y expiación nuestra redención; sino al revés por su predestinación a encarnarse asumió hasta el sacrificio la contingencia de nuestro existir, pasando por las vicisitudes de la fatiga, el dolor y la muerte.

Escoto no ignora que aún somos creaturas 'vulneradas' o dañadas en su misma naturaleza, con inclinación y riesgo de caer en el mal o pecado. Una existencia ontológicamente limitada, imperfecta o restringida. Dios por cierto está muy por encima de todo ello y a él no atañe; por derivar únicamente de la responsabilidad de nuestro libre albedrío. Pero el Hijo divino la asumió consecuentemente al encarnarse. La misma que eventualmente algunos o muchos hombres resuelven en negación y desbande; mientras él la asumió libremente en fidelidad a ultranza al Padre, esto es por la gracia y la gloria plenas, sin escatimar penalidades, hasta el extremo de la cruz (F.S. Pancheri 69s).

Cristo Redime a su Pueblo

"El mundo no le reconoció. Vino a su casa, pero los suyos no lo acogieron. En cambio, a cuantos lo recibieron, los hizo capaces de hacerse hijos de Dios; a los que prestan adhesión a su persona. Estos han nacido de Dios. Y la prueba es que de su plenitud nosotros hemos recibido un amor que responde a su amor" (Jn 1,11ss.16).

La encarnación ejerce su potencialidad liberadora sobre nuestra persona, superando su pecaminosidad y mortalidad. La redención o justificación opera nuestra 'transformación interior' para una comunión con Dios en el sumo amante, hasta poder elevarnos en el amor sobrenatural y divino y hacerle donación de nuestra libertad, en medio de cualquier contingencia, eventualidad, o de 'lo que haya de acaecer'. Nadie se justifica a sí mismo, ni nadie es digno de acercarse y entrar en comunión con Dios. Por la gracia de Dios somos justificados y salvados en Jesucristo.

Así se entiende mejor la predestinación del 'sumo amante', a quién Dios hizo solidario con la humanidad pecadora: "somos santificados en virtud de su oblación única y definitiva, hasta la ofrenda de su propio cuerpo" (Hb 10,10). Redención de la persona es entonces creación de una nueva naturaleza interior, propia de hijos, nueva alianza 'espiritual' fundada en el entendimiento y corazón; misericordia de Dios, eficacia de la gracia y favor divinos "que reconcilia al mundo consigo mismo" (2Cor 5,19). Antes que la necesidad de asumir muchos dolores, conque - conforme a un concepto jurídico - pudiésemos satisfacer o desagraviar el requerimiento de justicia divina. El término "Redimir" aparece sólo hacia 1184 y deriva del latín 'emere'= coger, comprar (J.Corominas, Dicc Etim Cast 485).

El "Credo" establece que Jesucristo "por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo": esto es que se encarnó para darnos la salud y la gracia. Frente al objetivo antropocéntrico que ello parece establecer Escoto dice que no se puede hacer de una proposición afirmativa una exclusiva. "No parece que Dios quisiese la encarnación sólo por causa de la redención, dado que la redención, o gloria de las almas que habían de ser redimidas no es un bien tan grande como el alma de Cristo". En otras palabras, que el beneficio del hombre es un fin menor que el de ser glorificado Dios en su creación por un sumo amante, el amante más excelso cabe la misma. Y que esto constituye un bien tan grande, que no puede ser logrado sin conllevar simultáneamente el bien menor: la elevación del hombre.

En todo caso precisa: "Puede suponerse que si no hubiese sido necesario redimir el pecado, Cristo no habría venido en la modalidad de redentor, y quizá tampoco como pasible". Si la contingencia en que existimos los seres humanos no hubiese sido la determinada por el pecado, al encarnarse no habría abrazado presumiblemente nuestra actual fragilidad y la muerte.

Libertad del amor divino y Contingencia de las realidades creadas

Son los dos principios basilares que presiden la reflexión escotista. Llave maestra para captar su pensamiento y puntualización de su parte acerca de la noción bíblica de Dios y del hombre. El amor libre de Dios es para él la razón última de todo; el ser y las acciones de Cristo tienen por fundamento el amor-libertad, el amor-donación que le caracterizan. En esto cifra también el fundamento de toda dignidad personal; la de Dios y la del hombre.

Por otra parte, dice, las realidades creadas de por sí llevan la marca de contingentes. Contingencia es la eventualidad, la no necesidad, no fatalidad o inseguridad de 'lo que haya de acaecer' en que se juega la realidad. Esto es la exposición al azar de los acontecimientos, al capricho de sus actores como a la confluencia de las varias circunstancias de que pende cada situación. Imposta todo su pensamiento y concepto del acontecer del mundo sobre la noción de libertad, como antítesis del "necesarismo" inexorable, ineludible, fatal del pensamiento greco-aristotélico. Excluye desde su misma raíz toda forma de necesitarismo, sea cual fuere; dice: "la voluntad se mueve, jamás es movida 'desde el exterior', particularmente la voluntad divina" (F.S. Pancheri 66).

Escoto está reaccionando frente a la demolición del pensamiento medioeval por parte de los filósofos llamados 'Averroístas' que establecen una suerte de ontologismo panteísta de la realidad, como si toda esta fuese esclava de las fuerzas de la inercia y de lo genérico. Radicando todo en una suerte de entelequia universal han negado la individualidad y sostienen que: el movimiento y el mundo son eternos y no existe inmortalidad personal, ni vida sobrenatural; que el intelecto humano es uno y universal y que los pensamientos no son obra de los sujetos sino del único intelecto común. Que las decisiones personales por tanto no son voluntarias sino necesarias y no existe libre arbitrio, ni responsabilidad personal.

Escoto puntualiza por ello que 'libertad' es la autodeterminación o decisión de cada persona por el bien en medio de cualquier contingencia. La libertad es la raíz y fuente de la historia como de la individualidad (haecceitas) esencial de cada persona. Con ello da a la teología la base imprescindible para la comprensión coherente de Dios, del hombre, del mundo. Se ha dicho que su doctrina sobre la libertad es el punto más alto del pensamiento cristiano sobre el hombre (F.S. Pancheri 66).

La libertad del amor divino se mostró espléndida en la encarnación: obra del puro amor de Dios, y encuentra en el sufrimiento y la muerte de Cristo el modo supremo de manifestarse en la creación, inclusive si no existiese pecado. Cristo no tiene un motivo último distinto que el amor de Dios. Y destaca más por personificar entre las creaturas el "ordenatissime volens": querer ordenadísimo, propio de Dios, que por la enormidad del tormento que le califica en los siglos como el crucificado. Así en él, el sufrimiento y la muerte adquieren carácter de dignidad antes que de ignominia y oprobio. Este último lo tienen sí, al acontecer contra la voluntad del sujeto, como consecuencia del pecado. Mientras que aceptados libremente como renuncia y entrega de sí mismo por amor, tienen valor supremo en las relaciones personales y cumplen una 'función elevante', en cuanto introducen en el misterio de la vida Trinitaria.

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ANTROPOLOGIA CRISTOLOGICA FRANCISCANA

 

La doctrina escotista sobre la predestinación y el primado de Cristo no es una disputa irrelevante de mera curiosidad histórica. Ella señala conjuntamente la predestinación 'del hombre' a la gracia y a la gloria en aquel. Es una teología del camino de perfección del ser humano. Tiene repercusiones muy significativas en lo que atañe a la necesaria Integración teológica contemporánea desde la base personalista del hombre. Decíamos que Escoto puntualiza la noción bíblica acerca de Dios y del hombre, a quienes define a partir de la "libertad del amor y de la contingencia de las realidades creadas". El hombre se define por tanto en lo que es a partir de la libertad de su amor, a semejanza de Cristo predestinado a ser el primero en la gracia y en la gloria, y de la categoría contingente o eventual en que se debate. Es decir: no hay predeterminismos, el hombre es libre y cada cual vive y se juega en la precariedad.

Dios y el Hombre

Escoto formula una teología optimista y liberadora que deja a Dios toda posibilidad. Su perspectiva del amor le impulsa a la visión y a la intuición de la "plenitud" sobreabundante del Dios Trino. El amor empuja más allá, al "todo" y a lo "más grande". En el amor hay siempre un exceso que sobrepasa lo "debido" y lo "exigido", una riqueza desbordante, "un más" generoso. Escoto asigna lo máximo a la libertad u omniposibilidad del amor divino. Dice:

"Tratando de Cristo, prefiero equivocarme por exceso que por defecto en el asignarle excelencia; y si no se opone a la autoridad de la Iglesia y de la Escritura, es más cierto decir de María lo que corresponde a su dignidad, es decir que ella no fue jamás manchada por el pecado original" (Opus Oxon.,III, dist.3, q.1, n.10).

Cristo es el primer y último modelo del hombre y su figura se imprime realmente en este renovándolo; se realizó de manera preeminente en María, don para todos nosotros. Por el modo perfecto de amar de Cristo, María misma fue pre - redimida, para que como primera redimida pudiese estar en plena consonancia con este amor. En Cristo todo hombre - y en primer lugar María - puede devenir un hombre nuevo. El hombre tiene su modelo en Cristo; y la realización más perfecta del modelo en una simple creatura se dio en María Inmaculada. El concepto más elevante e integrador acerca del hombre es que él ha sido creado según la imagen del Hombre-Dios y que esta imagen ha sido impresa en él. El hombre perfecto es Cristo, el primero y supremo querido por Dios. Su imagen permanece valedera respecto al ser del hombre en toda la evolución de la historia. Esto es así puesto que Dios creó todo, en particular al hombre, por Jesucristo.

Semejante teología es liberadora. Porque no se cierra en determinados esquemas corrientes, apegados a las reglas, sino que yendo más allá, toca y abraza el objeto en su totalidad. En Cristo visto de este modo encuentra una elaboración correcta el concepto de hombre. El es el centro de la creación y de la historia, la llave, el valor determinante. El punto de partida, medida y convergencia de todas las líneas. "Sin Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida, ni la muerte, ni Dios, ni nosotros mismos" (Pascal).

Escoto sabe captar la realidad más alta de Dios, y que esta no entorpece la libertad del hombre, sino que le saca las cadenas y le da alas. Por el contrario, una óptica antropocentrista encierra más bien al hombre sin perspectivas allende la propia naturaleza. Dios es por si mismo, en sí mismo y para sí mismo, el hombre en cambio es un "ens ab alio" o "ens a persona", no teniendo en sí su plenitud y su sentido sino en Dios. En cuanto individuo el hombre está orientado hacia un fin: Dios, el prójimo y no se realiza si no se relaciona con el otro. Esta orientación se manifiesta en su plenitud en Jesucristo. El valor (F.S. Pancheri 66)proprio del individuo consiste en el hecho que cada cual como persona humana se refiere a Dios, en que cada uno tienda en libertad y con amor hacia Dios. El hombre es el ser en el cual el orden del amor puede tener éxito pleno.

"Dado que Dios se quiere a sí mismo por sí mismo, quiere que todas las creaturas dotadas de razón lo amen, y tolera otros seres separados de sí, en cuanto aman aquel Objeto que es Dios. Así la absoluta personalidad humana radica en la aspiración a Dios" (Opus Oxon., III, dist.32, q.1, n.8).

Escoto fija su atención en "la gratuita y libre vocación de la humanidad en Cristo a la vida eterna, querida por Dios en su bondad predestinante" (F.S. Pancheri, Ibid. arr. p 51). Esto es, la destinación 'trascendente' del ser humano y su propia responsabilidad respecto a la misma. La antropología judeocristiana revela por esta vía al ser libre, subsistente en sí, diferente de los restantes, esto es: persona, cuya condición representó y sintetizó insuperablemente en sí mismo el Hijo de Dios encarnado.

Base Personalista del Hombre

El papel importante que juega la libertad en el concepto antropológico cristiano, va - según Escoto - en que su ejercicio determina progresivamente la individualidad de la persona, tanto como la contingencia de la historia. El sujeto no se particulariza tanto por su materialidad, cuanto por su "aseidad" (Haecceitas), por su libre autodeterminación y decisión por el bien. En este sentido valga el dicho de que 'el sujeto adulto es responsable incluso por su propio talante o aspecto exterior'.

"A mayor conocimiento mayor libertad; la voluntad es sumamente racional". La persona es tanto más rica y lúcida en cuanto es más conocedora y asuma libremente sus opciones. Cristo es conjuntamente el sumo amante y el Verbo: sumo conocimiento. El grado de conocimiento a la luz del cual se autodetermina el individuo, establece su rango de libertad.Cuanto más rica sea su libertad, albedrío, resolución, voluntarismo tanta es su categoría de personalidad. La libertad será total en la vida eterna (F.S. Pancheri, Ibid. arr. p 55). "Así como siempre la libertad aparece con la aprehensión previa (conocimiento previo), así la libertad suma aparece con la suma aprehensión previa" (I. Sent.Prol. q.4, n º 34).

El Hijo de Dios encarnado representó y sintetizó insuperablemente en sí mismo el ser plenamente 'persona'. La persona del hombre, como tal, es autónoma, independiente de otros. Dice Escoto: ser persona individual, él y no otro, o sea subsistente distinto es, 'la incomunicación' = una naturaleza en cuanto no comunica con otra (P.Parente, Dicc.Teol. p 285). "La persona es la existencia incomunicable de una naturaleza racional", Intellectualis naturae incommunicabilis exsistentia (Ib., I, dist.23, q. un., n.4). En cuanto es intransferible, exclusiva e irrepetible.

A similitud del Dios - hombre, 'summum opus Dei' pertenece a ella el existir en sí independiente, con individualidad propia antes que toda sociedad, y ser dueña de sí misma. La autonomía de la persona se realiza especialmente en su tendencia a Dios, libremente; en definitiva en su respuesta con el 'sumo amante' al llamado del amor. Dios afirma la persona precisamente en este llamado del amor, y la persona a su vez abona la gloria de Dios por sí mismo. Sólo la inconfundibilidad y por lo tanto la independencia de la persona la vuelve capaz de comunicarse y de responder como persona. Sólo así puede ser un amante válido o un compañero libre y responsable.

La autodeterminación del hombre se orienta a su autoperfección y hacia la realización de su mismidad (persona misma). Un hombre es considerado responsable por lo que procede de él mismo, y su autodeterminación es base de su responsabilidad moral, religiosa, individual y social, en cuanto tiene a la persona misma como su principio. La mismidad hace que el hombre, obrando libremente lo que quiere hacer, se determine a sí mismo a hacer lo que es recto y bueno.

 

Soteriologismo y Teocentrismo

Hoy es corriente encontrar cristianos o ciudadanos que solo valorizan la dimensión 'sanativa' o "liberadora" de la religión, respecto a la existencia del hombre. Pero, una antropología teológica debe partir del principio personal de la vocación "sobrenatural", es decir de Jesucristo, como el primero entre los hijos de los hombres - sumo amante - que en su singularidad nos señala el destino de "comunión con Dios" de cada persona humana. En esta antropología ha de ser la singularidad de Cristo, no la naturaleza ni siquiera la filosofía personalista moderna, el principio y la medida para llegar a la comprensión del hombre.

Y precisamente, el testimonio del escotismo acerca de la esencia del hombre individual como radicalmente abierto al ser infinito sin resultar jamás condicionado por las creaturas, dado que, como agente y como objeto, es absolutamente libre; establece convincentemente su perspectiva teocéntrica, latreútica, doxológica y glorificatoria, en Cristo. Algunos tachan esta concepción de Escoto como un espléndido aislamiento vertido hacia el cielo y olvidado de la tierra donde viven sus hermanos los hombres. Esta objeción aparece grave hoy día cuando el común y corriente de los cristianos está tan preocupado por subrayar los aspectos humanos y terrenales del ser y la actividad de Cristo.

Pero su orientación hacia el amor y glorificación de la Trinidad no puede ser de otra manera. Pues la religión bíblica - en el Antiguo y Nuevo Testamento - es eminentemente teocéntrica. Y en forma general hay que decir que toda religión que se profese antropocéntrica, primariamente "soteriológica - salvacionista" llevaría a la disolución de la teología en antropología, de la realidad de Dios en la realidad humana. La cuestión está en la forma manifestada en Jesucristo de ser asumido el hombre completo "Assumptus Homo" precisamente a partir de su dimensión de glorificador de Dios. Lo que redunda finalmente en divinización del hombre, en elevación del individuo y de la comunidad por encima incluso de los bienes naturales (sin excluir estos); en estado de vida 'sobrenatural'. Para Escoto, en Cristo la función salvadora en favor de los hombres va coenvuelta en la función primaria de Glorificador de la Trinidad. Es glorificador de la Trinidad al mismo tiempo y con pareja intensidad que es glorificador de los hombres, para gloria de la Trinidad (A.Villalmonte, Ests. Fcns. Ibid arr.).

Contribuye así Escoto a permitirnos superar la hoy muy en boga corriente de filantropismo cristiano, que reduce la religión a mera logística para unas relaciones y una vida humana y social aceptables.

"Muchos que se dicen de Cristo viven como enemigos de la cruz de Cristo, su final es la perdición y su dios es el vientre; su gloria es lo que debía darles vergüenza y lo único que les importa es esta vida. Pero nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo" (Fi 3,18ss),

El secularismo vuelca unilateralmente los predicamentos y la praxis cristiana a una dimensión antropocéntrica, horizontalista, comunitarista, fraternalista, masificante y superficial. La genialidad evangélica de Escoto nos ayuda a detectar así y liberarnos del imperialismo de cúpulas colectivizantes de ideología gregaria y de mayorías, que no hacen otra cosa que establecer un necesarismo fatalista del grupo. Merced al que pretenden manejar las conciencias e individuos y obtener la hegemonía y el poder colectivo.

Persona y Colectividad

No es el colectivo quién determina sobre la persona, como no ha sido predestinada primero la humanidad sino Cristo: "primogénito entre muchos" a la gracia y a la gloria; y en torno a él todos los demás. La persona no se edifica a partir de un evento social que indica identidad. Suponerlo es un fácil peligro que desemboca en una valoración que antepone la sociedad a la persona, arrastrando esta al gregarismo, al hombre masa, a la dependencia. El hombre no deduce la dignidad de su persona de su categoría social, sino que la posee antes de toda sociedad. La comunidad no es sino el modo particular de la unidad de las personas individuales. En todo caso, el hombre en cuanto individuo no está solo, sino en relación con un Tú, con un nosotros. Sobre todo, la esencia de esta relación está orientada hacia Aquél de quien el hombre recibió su naturaleza, hacia Dios, y después hacia todos los que son capaces de participar de igual naturaleza, sus prójimos.

 

Cuando Escoto enseñaba, el centro del pensamiento no era el individual sino el universal. Para él en cambio, el individual en sí tiene su propia identidad y su importancia. Sostiene que "el individuo es lo más perfecto en la línea del ser y existir humano concreto", puesto que los atributos que se asignan al ente abstracto: especie, género... nunca tienen consistencia mejor que la que puede darse en un individuo. También hoy, muchas personas por insuficiente altura espiritual consideran todo desde el ámbito del colectivo, del género, de la raza, del estrato social, de mitos forzosos e inexorables; sin poder arribar nunca al individuo particular, a la contingencia específica. Cristo es mostrado por Escoto con un yo humano dinámicamente autónomo, en libérrimo ejercicio de su libertad, no cohibida ni mediatizada. Este, con total propiedad y densidad, cual aparece en Pablo de Tarso, se expresa: Yo os digo, Yo arrojo demonios, Yo me entrego a la muerte, Yo te pido Padre... Es ¡él mismo!.

El concepto del yo, de la persona de la filosofía moderna, asigna a este una categoría psicológica, esto es: el ser consciente y libre que goza de autonomía operativa en relación a los demás seres del universo. Este - el yo, la persona -, en Cristo 'sumo amante' y con él, está predestinado a ser coamante de Dios, en la perspectiva de la unión prevista entre ambos y con cuantos le pertenecen. El hombre en cuanto "ens individuale" optando ordenadamente, hace experiencia de la verdadera profundidad de ser persona manifestada en Jesucristo. Reconoce profundamente su condición de criatura a imagen de Dios, libre de toda dependencia externa: 'subsistente en sí mismo'. En el ambiente despersonalizante del convivialismo de hoy se hace cada vez más difícil dicho optar, sobre todo en relación a compromisos de por vida: matrimonio, vida religiosa... En el lugar que corresponde a la 'haeceitas': mismidad, se procura poner "una personalidad débil', la 'semicreencia', el 'debilitamiento de la identidad' para vivir más democráticamente y superar la tentación de obligar a creer a los demás lo que yo creo" (Vattimo, Entrev. E.Merc.24.11.96 E 15).

Ya el punto de partida de su razonamiento: "Dios se ama a sí mismo", es afirmación del ser persona frente al complejo de absorción del sujeto en el todo. La justa individualidad, subjetividad y dignidad de la persona humana es para Escoto, el presupuesto indispensable para su destinación a la gracia y a la gloria en torno a Jesucristo, 'obra suma de Dios'. Habida cuenta del destino del Dios - hombre en el amor divino, atribuye más importancia al individual que a lo universal; pues todo lo que existe no es simplemente un representante más de su especie, antes bien, se caracteriza peculiarmente por su unicidad y particularidad desde la que conoce y ama en el "hic et nunc": la 'haecceitas' o mismidad de cada cual.

La orden franciscana se sumió en graves problemas con la Iglesia por haberse dejado arrastrar por la corriente averroista, que hacía desaparecer la individualidad de la persona en lo universal y lo genérico, negando el arbitrio y responsabilidad de cada una. Tanto el definitorio como el Capítulo General declararon abiertamente en 1321, en contra del Papa Juan XXII, que ni en Cristo ni en los apóstoles existió la propiedad de bienes, ni en privado ni en común. Que en el cristianismo - en el fondo -, no existe sujeto responsable con derecho a disponer y poseer; resultando dejados simplistamente los bienes en manos del colectivo o universal. Así, sostuvieron explícitamente que todas las propiedades de la Orden de Menores corresponden al papado, al Vaticano, y que en la orden, ni ésta ni los individuos poseen nada.

El fundador San Francisco y toda la primera generación en cambio, respetando en todo la privacidad ajena y su propiedad de bienes, por su parte se había abrazado muy realista y consecuentemente a la cruz de Cristo mediante una 'pobreza voluntaria' efectiva y cruda. Mientras estos, excusándose de disfrutarlos, terminaban sosteniendo que el Evangelio exige terminar con la propiedad, que nadie ha de ser propietario de nada, que lo que se requiere de todos es una actitud de "no propietario", de pobreza desprendimiento. Tal espiritualización o abstraccionismo aplicado a la pobreza cruda y concreta de sus antecesores, les permitía usufructuar y acumular todo tipo de bienes, edificios, rentas, haciendas..., bajo expediente de tenerlos 'a simple uso'; por tanto sin contravenir el ejemplo y enseñanza de Cristo. Los que por otra parte alegaban ser del Papa; al que entre tanto apostrofaban de mundanal, por su talante cortesano y su opulencia.

En la seria y contundente doctrina de la subjetividad, libertad y responsabilidad del individuo elaborada por Escoto podemos encontrar el fundamento de las ciencias humanas y sociales modernas, a pesar de que, durante el curso de la historia de las ciencias, éstas se hallan vuelto cada vez más autónomas, separándose de la teología. Reconocida la importancia de lo individual, las ciencias y el progreso humano se desarrollaron rápidamente. Es que mientras el individuo está sujeto a la inercia y gregarismo del conjunto, como a sus determinaciones y postulados, sin valorizarse en sí mismo, difícilmente este se moverá. Fue sin duda, un primer paso importante. Nadie es isla, pero la relevancia de lo individual está en el hecho que a partir de Cristo, el 'amante más excelso', todo lo que fue creado incluido cada individuo, es acontecimiento (dabar) de Dios y objeto de su amor. En El tiene su razón de ser y nada existe por sí mismo y para sí mismo; particularmente la persona humana.

La sociedad actual ya llegó a pasar por alto la demonización de épocas pasadas respecto a la libertad individual. Hoy se ha impuesto la independencia y autonomización de los individuos en relación al control tradicional que ejercía la colectividad. La cultura urbana ha legitimado la libertad y la realización personal de cada uno, su sentido de dignidad y derechos propios, como el sentimiento de 'indignación' por lo que considera atropello de los mismos: de 'valores' en el fondo. Lo que es un sentido moral. Con ello, por primera vez una sociedad intenta desde sus mismas bases, estructurarse desde el individuo, desde la persona humana.

El modelo de Francisco: el ‘seráfico’, orienta a sus seguidores a un compromiso personal, a una abnegación de sí mismo y a una autodisciplina que contiene claramente los valores personalistas que destaca nuestra cultura de fin de siglo.

"la libertad de espíritu originada por la acentuación de la entrega amorosa a Cristo, ha mantenido al franciscanismo al margen del excesivo espíritu de escuela, y ha marcado a sus grandes hombres de una fuerte individualidad, que no permite medir sus vidas según un patrón previsto. Esto sigue siendo así pese a que la libertad es un potencial peligroso; porque dejando libres las alas a las almas grandes, sobre todo cuando es precio de grandes renuncias y de un gran amor, puede soltar la rienda y dejar sin defensa a los espíritus mezquinos y caracteres sin relieve, y degenerar en indisciplina, capricho y sensualidad" (Cf L.Azpurs, La Santidad)

Efectivamente, el franciscanismo al trasluz de Jesucristo proyecta la persona a horizontes de libertad y plenitud humana propia y universal. Orienta a esta a la identificación con la propia esencia de todo hombre, imagen e hijo de Dios; llevándola a empatizar con el destino y anhelo más hondo de toda la familia humana. La vocación y compromiso íntimo y profundísimo, voluntarístico que lo caracteriza, al encuentro con el Bien Sumo - que se identifica a la vez con la verdad, la verdad absoluta -, constituye al franciscanismo en un proceso y camino hacia la comunión con Dios en el amante más excelso, conjuntamente que hacia la persona integra, uno mismo, ‘individuo’: persona tal que abarca en sí el ser humano entero. Individuo, constituido a la vez en ¡hermano universal!.

Otra bibliografía empleada

Cristología de los Primeros Maestros Frcns.,    Bernardino García de Armellada OFMCap.

Naturaleza y Gracia, B. García de Armellada

La Conciencia y Responsabilidad en el Pensamiento de Escoto, B. García de Armellada

fray Oscar Castillo Barros, Stgo 10/98