12
Apocalipsis:
el
triunfo definitivo
de
Dios en la historia
Después
de la muerte y resurrección de Jesús, el Evangelio se esparció rápidamente.
En poco tiempo, la Buena Nueva de Jesús se extendió hasta los límites del
imperio romano. Al comienzo, no hubo problemas serios con el imperio. San Lucas
en los Hechos de los Apóstoles presenta al imperio romano de manera atractiva a
los cristianos (Hch 3,17; 18,12-15; 19,33-40; 25,13-27). Pablo, además, había
escrito a los cristianos de Roma que ellos debían obedecer a las autoridades
constituidas (Rm 13,1). Pero pronto cambió la situación y comenzaron los
conflictos.
La
escuela del imperio romano enseñaba que el emperador era el señor del mundo (Ap
13,4.14). Los cristianos decían lo contrario: Jesús "es Señor de señores
y Rey de reyes" (Ap 17,4). El imperio tenía sus dioses (Ap 2,14), y en
nombre de ellos el emperador se declaraba señor del mundo. Por ello todos debían
rendirle culto (Ap 13,8-15). Así, ayudado por su religión, el emperador logró
montar un sistema que controlaba la vida del pueblo (Ap 13,16-17) y explotaba a
los pobres para aumentar el lujo de los grandes (Ap 18,3.9.11-19).
Por
eso el pueblo cristiano se convirtió en un pueblo perseguido (Ap 1,9)
violentamente (Ap 12,13.17; 13,7). Los cristianos iban presos (Ap 2,10) y muchos
eran martirizados (Ap 2,13; 6,9-11; 7,13-14; 16; 17,6; 18,24; 20,4). Era muy difícil
mantener la fe (Ap 2,3-4). El control de la policía era total: nadie podía
escapar a su vigilancia (Ap 13,16). Quien no apoyaba al régimen del imperio, no
podía vender ni comprar nada (Ap 13,17). La propaganda era enorme (Ap 13,13) y
se infiltraba en las mismas comunidades (Ap 2,14.20). El emperador era
presentado como si fuera un nuevo dios resucitado (Ap 13,3.12.14). La tierra
entera lo adoraba como si fuera un dios y apoyaba su régimen (Ap 13,4. 12-14).
En
el Apocalipsis el imperio romano es presentado como la bestia que combate a las
comunidades cristianas (13,1-18). Su poder es insolente (13,5), pues ataca a
Dios con blasfemias (13,6) y pretende ser dios y dueño del mundo entero con
todos sus habitantes (13,7-8). Para poder engañar al mundo la bestia tiene la
ayuda de los falsos profetas, que ponen su magia, su poder y su saber al
servicio del imperio (16,3; 19,20; 20.10; 13,12). Ellos, con sus maravillas,
seducen a la humanidad y consiguen que muchos adoren la imagen de la bestia
(13,15).
En
medio de estos problemas y de sus dificultades internas, el Apocalipsis viene a
darle a aquellos cristianos un mensaje de consuelo y de esperanza. Les ayuda a
encontrarse nuevamente con su Dios, consigo mismos y con su misión. Quiere
animarles a no desistir de la lucha por la fe.
El
Apocalipsis enfrenta el problema de la persecución revelando la otra cara de
los acontecimientos, el lado oculto. Ilumina los hechos con la luz de la fe y
descubre que Dios es Señor de la historia. El entregó todo su poder a Jesús.
¡Ahora Jesús conduce a su pueblo a la victoria final! Nadie, por más fuerte
que sea, conseguirá cambiar el rumbo del plan de Dios. Los opresores del pueblo
van a ser derrotados y condenados, todos. La resurrección de Jesús es la
prueba que garantiza todo esto. Así el pueblo recupera la memoria perdida y
descubre la Buena Nueva dentro de los acontecimientos. Y de este modo la
nostalgia se convierte en esperanza.
Juan
usa en el Apocalipsis continuamente un lenguaje simbólico, lleno de visiones.
Con ello pretende instruir al pueblo de una manera gráfica y además es una táctica
para defenderse de la vigilancia del imperio. Se trata de cuadros con dibujos y
dramatizaciones, que son más instructivos para el pueblo que las meras ideas.
No hay que pretender entender cada símbolo aisladamente, sino todo el conjunto.
a) El Apocalipsis, que es una "revelación
de Jesús Mesías" (1,1); comienza deseando al pueblo de las
comunidades de Asia "gracia y paz de parte del que es, y era y ha de
venir, de parte de los siete espíritus que están ante su trono, y de parte de
Jesús el Mesías, el testigo fidedigno, el primero en nacer de la muerte y el
soberano de los reyes de la tierra" (1,5).
Jesús
triunfante es el motivo de gozo y esperanza para todas las comunidades que
luchan en esta vida. El Apocalipsis no se cansará de apoyarse continuamente en
él. El es "el primero en nacer de la muerte", está vivo
(1,18), realizando la promesa que el Padre hizo para nosotros. El es "soberano
de los reyes de la tierra", con poder para dominarlos y vencerlos.
Este
Jesús, fuerte, fiel y hermano, "nos ama". Llegó a derramar su
sangre para liberarnos (1,5), y hacer de nosotros "sacerdotes para su
Dios y Padre" (1,6). El tiene "el poder por los siglos de los
siglos" (1,6). Al final de los tiempos, él volverá sobre las nubes: "todos
lo verán con sus ojos, también aquellos que lo traspasaron" (1,7).
Juan,
que es un artista, un poeta, tuvo una experiencia muy profunda del poder, del
amor y de la santidad de Jesús. Por eso pinta a Jesús de una manera muy gráfica.
Dice que vio "una figura humana vestida de larga túnica con una faja
dorada a la altura del pecho. El pelo de su cabeza era blanco como lana, como
nieve; sus ojos llameaban, sus pies parecían bronce incandescente en la fragua
y era su voz como el estruendo del océano. Con la mano derecha sostenía siete
estrellas, de su boca salía una espada aguda de dos filos y su semblante
resplandecía como el sol en plena fuerza" (1,13-16). Una visión no
puede ser tomada toda al pie de la letra, palabra por palabra. Lo importante es
darse cuenta de la fuerza de este Jesús que "nos ama". Su túnica
larga es señal de su sacerdocio. La faja dorada nos dice que él es rey. Los
cabellos blancos sugieren su eternidad. Sus ojos como llama de fuego indican su
ciencia divina. Los pies de bronce son señal de firmeza y estabilidad. Su voz
fuerte revela majestad y poder. La espada que sale de su boca es su palabra que
tiene el poder de Dios. Su rostro como el sol sugiere su autoridad.
Al
ver así a Jesús, Juan cae como muerto a sus pies (1,17), señal de la
debilidad y miedo que tenían las comunidades. Pero en este momento el cuadro
inmóvil de Jesús se convierte en algo activo. Coloca su mano derecha sobre
Juan y dice: "No temas, yo soy el primero y el último, el que vive.
Estuve muerto, pero como ves estoy vivo por los siglos de los siglos y tengo las
llaves de la muerte y del abismo" (1,18). Este gesto y esta frase de
Jesús son como el centro del mensaje del Apocalipsis.
b) El capítulo quinto trata de la visión del
Cordero degollado. En la mano de Dios está un libro cerrado con siete sellos
(5,1). Contiene el itinerario de la historia desde el año 33 hasta el fin.
Nadie es capaz de abrir el libro (5,3). Juan llora (5,4). Es la situación de
las comunidades. Ellos lloran porque creen que Dios ya no controla la historia.
Alguien dice: "No llores, ha vencido el león de la tribu de Judá, el
retoño de David; él abrirá el libro y sus siete sellos" (5,5). Juan
ve entonces "un Cordero... como degollado" (5,6). Es Jesús,
que acaba de entrar en el cielo, llevando en su cuerpo las señales de la pasión.
Jesús recibe el libro de las manos de Dios (5,7), y se convierte así en el Señor
de la historia (5,13). Es él el que va a asumir el control de los
acontecimientos y a ejecutar el plan de Dios. Gracias a la sangre del Cordero la
liberación está ya en camino. El está ya liberando al pueblo (5,9-10).
Resucitando de la muerte, Jesús recibió todo el poder y asumió el liderazgo:
a él "la gloria y el poder por los siglos de los siglos"
(5,13). El imperio va a ser derrotado por el Cordero (17,14). Y como en el
antiguo éxodo (Ex 15,1-22), también ahora todos estallan en un "cántico
nuevo" de alabanza (5,9.12-14).
c) En el capítulo XI se habla de la venida
definitiva del Reino de Dios. Después de que el séptimo ángel toca la
trompeta (11,15), se oye una aclamación que dice: "¡El reinado sobre
el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, y reinará por los siglos de
los siglos!" (11,15). Los veinticuatro ancianos, o sea, los
representantes de todo el pueblo se arrodillan, adoran a Dios y dicen: "¡Gracias,
Señor Dios, soberano de todo, el que eres y eras, por haber asumido tu gran
potencia y haber empezado a reinar!" (11,17). Es el inicio de la
celebración final de la historia. La venida de Dios en la historia de los
hombres es el nuevo éxodo que acaba de terminar. ¡El fin llegó! ¡Dios probó
para siempre que él es "Yavé", Dios con nosotros, Dios liberador!
d) El capítulo XIV marca la oposición total que
existe entre el Cordero y la bestia; entre los "que llevaban inscrito en
la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre" (14,1) y el
mundo de gente marcada con el número de la bestia; entre el susurro del canto
de victoria que alaba a Dios (14,2-3), y las palabras insolentes y blasfemas
contra Dios; entre la fidelidad que resiste al imperio sin contaminarse (14,4),
y la seducción del imperio que lleva a adorar a la bestia.
El
pueblo de las comunidades sigue al Cordero, sin contaminarse con el culto de los
falsos dioses: son vírgenes (14,4). Alimentan su fe y perseverancia con la
certeza de que Dios, y no el imperio, es el dueño del mundo (13,10). Se
organizan de manera fraterna e igualitaria, como antiguamente las doce tribus
(7,3-8). Es la lucha resistente del pueblo perseguido que, a largo plazo, va a
derrotar al imperio (17,14). El tercer ángel anuncia la derrota final de todos
los adoradores de la bestia (14,9-11). Y esta certeza da fuerza a las
comunidades para continuar resistiendo (14,12-13).
e) Desde el capítulo XVII al XIX, 10 sigue una
nueva visión de Babilonia y su caída. Juan recibe una invitación: "Ven
acá, voy a mostrarte la sentencia de la gran prostituta" (17,1). El ve
una mujer ricamente ataviada (17,3-4). Su nombre es: "La gran Babilonia,
madre de las prostitutas y de los abominables ídolos de todo el mundo"
(17,5). Ella está "borracha... de la sangre de los testigos de Jesús"
(17,6). Juan deja claro que se trata de la ciudad de Roma, capital del imperio
(17,9): "La mujer que viste es la gran ciudad, emperatriz de los reyes
de la tierra" (17,18). La causa de la maldad del imperio fue su deseo
de lujo y su afán de acumulación planificada y organizada (18,3.7.9-20.23).
Por eso se volvió "en morada de demonios" (18,2).
Después
del juicio a la gran prostituta, llega el tiempo de "las bodas del
Cordero" (19,7). Su esposa, el pueblo de Dios, ya está lista. Ya se
distribuyen las invitaciones para la fiesta (19,9). Pero antes de la fiesta
final, viene la derrota total de los adoradores de la bestia.
f) Desde el 19,11 al 20,15 habla el Apocalipsis de
la derrota final del dragón, de la bestia y de sus adoradores. Se trata de
visiones, de símbolos, que no se deben tomar al pie de la letra. Lo que quieren
enseñar es que al final el mal será totalmente derrotado: la victoria será
del bien y de la justicia.
En
la primera derrota contra el mal (19,11-21) aparece "un caballo
blanco" (19,11). Su jinete tiene varios nombres: "El fiel y el
leal", "Palabra de Dios", "Rey de reyes y Señor de señores"
(19,11.13.16). ¡Es Cristo Jesús! Acompañado por los ejércitos celestiales
(19,14), él viene a juzgar y combatir con justicia (19,11).
En
la segunda derrota y juicio final (20,7-15), después de dura lucha, finalmente
el dragón es tomado preso y arrojado al lago de fuego, donde ya se hallaban la
bestia y el falso profeta (20,10). Y allá se quedarán por los siglos de los
siglos. Enseguida Juan ve el trono blanco de Dios (20,11), quien obliga a la
muerte a devolver a todos los que por ella fueron engullidos en el correr de la
historia (20,13). Todos son juzgados, cada uno conforme a sus obras (20, 12-13).
Terminado el juicio, la propia muerte, ya vencida, es arrojada en el lago de
fuego (20,14). Y junto con ella van todos los que no estaban inscritos en el
libro de la vida (20,15). Es la "segunda muerte" (20,14). ¡La
muerte a la propia muerte! ¡Al final sólo va a quedar la vida y vida en
abundancia! (Jn 10,10). ¡Todo está listo para la fiesta final!.
g) El futuro que Dios ofrece es una nueva creación
(21,1-22,5), "un cielo nuevo y una tierra nueva" (21,1). El
mar, símbolo del poder del mal, ya no existe. En la primera creación Dios
inició su trabajo creando la luz, pero quedó la noche (Gén. 1,3.5). Aquí, en
la nueva creación del futuro, vence la luz; la noche, la oscuridad, ya no
existen más (21,25; 22,5). ¡Todo es luz! El mismo Dios brilla sobre su pueblo
(22,5). La ciudad de Dios está iluminada por "la gloria de Dios y su lámpara
es el Cordero" (21,23). Del dolor antiguo nada quedó (21,1.4). Y Dios
proclama: Sí, ahora "todo lo hago nuevo" (21,5). "Allí
no habrá ya nada maldito" (22,3). "Dios en persona estará con
ellos y será su Dios. El enjugará las lágrimas de sus ojos; ya no habrá
muerte, ni luto ni dolor, pues lo de antes ha pasado" (21,3-4).
Como
antiguamente, después de la salida de Egipto, también ahora Dios viene a vivir
con su pueblo (21,3), y hace con ellos su Alianza: con todos y con cada uno en
particular (21,3; 21,7). ¡Es la perfecta armonía del pueblo entre sí y del
pueblo con Dios! ¡Del individuo con la comunidad y de la comunidad con el
individuo! Nadie se pierde ni en el anonimato de la masa del pueblo, ni en el
individualismo de una fe que sólo piensa en sí mismo.
El
futuro que Dios ofrece es también un pueblo renovado, bello como una novia. La
ciudad del imperio era una prostituta; la ciudad de Dios es una novia, toda
arreglada para su marido (21.2). Su esposo es el Cordero (21,9). Ella es la hija
de Sión, imagen del pueblo de Dios. Es la mujer que luchó contra la muerte y
contra el dragón. Aquí, en el futuro de Dios, la lucha terminó. La serpiente,
sus falsos ídolos y sus falsos profetas, ya no molestan más. La novia, el
pueblo, se prepara para la unión definitiva con Dios, para el casamiento con el
Cordero (19,7.9; 21,9). Es la fiesta final y definitiva.
El
futuro principal que Dios ofrece es él mismo, Dios presente para siempre en
medio de nosotros. El cielo desciende a la tierra, transformada para siempre en
morada de Dios (21,2). Dios es la fuente de la vida (21,6; 22,1). Es el
principio y el fin de todo (21,5). Yavé, Dios con nosotros, Dios liberador, será
nuestro Dios para siempre (21,3). El mismo será nuestra luz; su gloria ilumina
a su pueblo (21,23) y brillará sobre él (22,5). Dios es luz, Dios es Padre
(21,7). Y todos, para siempre, contemplarán su rostro: "Lo verán cara
a cara y llevarán su nombre en la frente" (22,4).
¡Será
el triunfo definitivo de Dios en la historia! A la luz de la seguridad de la
victoria final, los cristianos de entonces y los de ahora nos sentimos animados
para seguir tras las huellas de Jesús en busca del rostro del Dios verdadero.
¡Sabemos que el Dios de Jesús, Dios de vida, ha de triunfar contra todas las
falsas divinidades de la muerte!
Bibliografía
CARLOS
MESTERS, Cielo nuevo y Tierra nueva, Esperanza de un Pueblo que lucha, La Paz,
1985.
SALMO
AL DIOS ENTERAMENTE BUENO
Señor,
Dios nuestro te queremos dar gracias
porque
en Jesús te has revelado
como
un Dios Enteramente Bueno.
En
esto no te pareces a nosotros;
en
esto te diferencias de todas las imágenes
que,
sublimándonos, nos hacemos los hombres de ti.
Tú
amas todo lo que has creado;
tú
has establecido con nosotros una alianza eterna
y
nada podrá quebrantarla.
Por
eso no te enfureces con nuestros pecados
ni
tomas venganza de los que obran el mal;
no
matas a los que matan
sino
que los proteges, como a Caín, de sus vengadores.
Porque
eres enteramente bueno
haces
salir el sol sobre justos y pecadores.
Es
que amas a cada uno
y
no quieres la muerte del pecador
sino
que se convierta y viva.
A
todos nos perdonas los pecados
y
haces sentar a la misma mesa
al
que llegó a última hora
y
al que trabajó desde el amanecer.
Te
damos gracias porque en todo esto te revelas
como
Enteramente Bueno.
Estás
tan apartado del mal
estás
tan ajeno a todos los mecanismos del mal
que
ni siquiera castigas a los transgresores
para
no añadir violencia a nuestras violencias.
Tú
no tienes el poder de matar
porque
ese no es un poder divino.
Tu
poder es amar sin medida
crear,
sanar, perdonar
y
hasta triunfar de la muerte.
Tu
justicia no es tasar y medir
sino
hacernos justos
y
reconciliarnos por fin en esa justicia de vida.
Dios
nuestro, estamos contentos
de
que tú seas nuestro Padre,
y
puesto que nos hiciste a tu medida
danos
un corazón generoso como el tuyo.
(Pedro
Trigo, Salmos del Dios Enteramente Bueno,
Gumilla,
Caracas 1983, pgs. 11-12)
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