5
Jesús enseña
una
nueva manera
de orar
Todo
hijo conversa con su padre. Jesús, por supuesto, hablaba con su Padre. Y como
la visión que él tenía de Dios era nueva, su forma de orar tenía que ser
también en cierto sentido nueva. La forma en que Jesús oró dependió en todo
de su fe y de su experiencia de Dios. Así nos pasa a todos.
1.
LA ORACIÓN DE JESÚS
Jesús
y sus discípulos pertenecían a un pueblo que sabía orar. Su herencia litúrgica
era muy rica. A pesar de ello, en tiempos de Jesús la oración en muchos casos
se había vuelto bastante formularia y estaba dirigida a un Dios lejano,
exigente y alejado de los problemas corrientes de la gente. En este mundo hace
su entrada Jesús con una nueva manera de orar.
Veamos
la oración de Jesús distinguiendo tres niveles: la oración litúrgica normal
de todo judío piadoso, su oración personal en momentos de importancia y
ciertas oraciones especiales que concentran lo más profundo de su vida.
a)
La oración litúrgica ordinaria
Jesús
tomaba parte normalmente en el culto sabático y oraba junto con la comunidad (Lc
4,16).
Por
sus palabras se nota que conocía bien las Escrituras y las oraciones usadas en
su época. En su predicación con frecuencia usaba frases inspiradas en ellas.
La
oración de la mesa, antes y después de comer, parece cosa normal para él (Mt
14,19; 15,36; 26,26-27). Seguramente no hubo día en su vida en el que no
observara los tres ratos de oración, según lo mandaban las costumbres piadosas
de la época.
Varias
veces le vemos participar en las romerías religiosas.
Sin
duda alguna él participaba en la oración de su pueblo, pero, como vemos en el
siguiente apartado, supo también denunciar y corregir todo tipo de falsificación
de la oración.
b)
La oración personal
Jesús
no se contentó con la herencia litúrgica: su oración rompe los moldes de las
costumbres piadosas de su época.
Toda
la vida de Jesús se realiza en un clima de oración. Su vida pública comienza
con una oración en el bautismo (Lc 3,21) y un largo retiro de oración en
soledad (Mt 4,1-11). Y termina también con una oración (Mt 27,46; Mc 15,34; Lc
23,46).
Jesús
aparece orando en los momentos de decisiones históricas importantes, como al
elegir a los doce (Lc 6,12-13), al enseñar el padrenuestro (Lc 11,1), antes de
curar al niño epiléptico (Mc 9,29). Ora por personas concretas, por Pedro (Lc
22,32), por los niños (Mc 10,16), por los verdugos (Lc 23,34).
A
veces se retiraba de su actividad pública para dedicar largos ratos para
conversar con su Padre. Para ello se le ve irse a un huerto apartado o a un
descampado. Allá pasa horas enteras (Mc 1,35; 6,46; 14,32). E incluso noches
enteras (Lc 6,12) "El acostumbraba retirarse a lugares despoblados para
orar" (Lc 5,16).
Jesús
no se apartaba de la costumbre ambiental solamente en lo referente a la
frecuencia y a la longitud de sus ratos de oración. Las oraciones oficiales de
su época se rezaban en hebreo, idioma que no entendía la gente sencilla. El
rezaba en arameo, la lengua del pueblo, como nuestro guaraní. Ya vimos cómo se
dirigía a Dios con la palabra familiar "Abbá". Y su oración típica,
el padrenuestro, se la entrega a la comunidad en su lengua materna, el arameo.
Con eso, Jesús saca a la oración del círculo exclusivo de la liturgia
sagrada, y la pone en medio de la vida.
c)
Oraciones en momentos decisivos
Pocas
veces se nos habla en los Evangelios del contenido de la oración de Jesús.
Pero hay dos casos especiales en los que nos vamos a fijar, la oración de acción
de gracias y la oración del huerto, pues reflejan dos momentos importantes en
su existencia.
En
el capítulo IV ya hablamos de su oración de acción de gracias al Padre por
haber revelado la Buena Nueva "a la gente sencilla" (Mt
11,25-26). Jesús termina diciendo: "Sí, Padre, bendito seas, por
haberte parecido eso bien". Se trata de una oración expresada por Jesús
en un momento decisivo de su actividad. Según las apreciaciones humanas, la
predicación de Jesús estaba fracasando, ya que las personas influyentes de su
país habían rechazado abiertamente su mensaje, y únicamente lo seguía un
grupo de personas sin importancia. Y en estas circunstancias de fracaso humano,
Jesús se regocija y da gracias porque el misterio del Padre ha sido entendido
solamente por la gente sencilla, y los "sabios" en cambio siguen sin
ver. Se ha hecho posible lo que parecía imposible: han comprendido sólo los
que parecía que no podían entender. Así lo ha dispuesto la voluntad del
Padre, bueno y clemente. Y al darse cuenta de ello, Jesús se alegra y da
gracias, aceptando y alabando este designio del Padre, como algo inesperado y
maravilloso.
La
segunda oración a la que nos referimos es la del huerto:
"Adelantándose
un poco, cayó a tierra, pidiendo que si fuera posible se alejara de él aquella
hora. Decía: ¡Abbá! ¡Papá!, todo es posible para ti, aparta de mí este
trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú"
(Mc 14,36).
Es
un momento serio de crisis, pues siente amenazado el sentido de la totalidad de
su vida. Y en este momento decisivo, Jesús va a la oración. Así sucedió ya
en las tentaciones del desierto (Lc 4,1-13), que no son otra cosa que un diálogo
con el Padre sobre la esencia última de su misión y el modo de llevarla a
cabo. Y vuelve a aparecer en la oración de Jesús en la cruz (Mt 27,46; Lc
23,46). Siempre que el sentido de su vida se ve amenazado, Jesús se pone en
oración delante de su Padre.
La
oración del huerto recoge la crisis de Jesús a lo largo de toda su vida. Jesús
quisiera rehuir esa muerte que es consecuencia histórica de su vida. Pero por
medio de la oración triunfa su decisión de ser fiel a la voluntad del Padre
hasta las últimas consecuencias. A pesar de su intenso dolor sigue viva en él
la confianza en su Abbá, en ese Padre que exige su muerte. En los momentos más
difíciles de su vida Jesús busca la voluntad del Padre y confía en él, por más
dura que sea su voluntad. Así como antes Jesús recogió en la oración la
totalidad de su vida, expresada en un "gracias", ahora en una nueva
crisis la recoge en un "hágase tu voluntad".
Resumiendo,
podemos decir que la oración de Jesús es la expresión del "más"
que va surgiendo en su propia historia. Ese "más" va apareciendo en
la búsqueda de la voluntad de Dios, en la alegría de que llegue el Reino, en
la aceptación fiel hasta el final de la voluntad de Dios y en la confianza
incondicional hacia el Padre.
Para
Jesús oración no es sin más "ponerse en contacto con Dios", sino
ponerse ante un Dios bien determinado, que une íntimamente bondad y exigencia.
Lo fundamental de su oración depende de quién era para él realmente el Padre.
Ahí está lo más original de su oración.
El
Dios de Jesús es un Dios de amor, y por ello el lugar central de la oración de
Jesús es la praxis del amor; ahí él oye la voluntad de su Padre y la
practica.
El
contenido profundo de la oración de Jesús es muy simple: es mostrar la
aceptación de la voluntad de Dios sobre el Reino y sobre su propia persona, y
mostrar la alegría y el agradecimiento de que el Reino se extienda. Este
contenido expresa la experiencia de sentido último de Jesús: que Dios se va
haciendo presente en la historia a través del amor.
2.
LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA ORACIÓN
Al
modelo ofrecido por él mismo, Jesús añade especiales instrucciones acerca de
la oración.
Jesús
invita a sus seguidores a orar con frecuencia, y en concreto les exhorta a que
hagan oraciones de súplica: "Pidan y se les dará" (Mt 7,7). "Pidan
y recibirán" (Jn 16,24). "Lo que pidan al Padre, alegando mi
nombre, él se lo dará" (Jn 15,16;14,13).
Insiste
Jesús, con comparaciones tajantes, que siempre el Padre del cielo "dará
cosas buenas al que se las pida" (Mt 7,11). "Cualquier cosa que
pidan en su oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán" (Mc
11,24).
El
deseo del Padre Dios de ayudarnos es muy superior al de un padre terreno (Mt
7,8-10) o al de cualquier amigo (Lc 11,5-13).
Nuestra
petición fundamental al Padre Dios sólo puede ser un: "Hágase tu
voluntad" (Mt 6,10). Y esta voluntad ha de concentrarse en la vivencia
de los valores del Reino.
Las
cosas buenas que Dios promete son ante todo el Espíritu Santo (Lc 6,13). Es "la
alegría completa" (Jn 16,24) de poder vivir siguiendo las huellas que
él dejó en este mundo: "Quien cree en mí hará obras como las mías"
(Jn 14,12). Para ello la única condición es la fe en él (Mt 17,19-21), fe que
es capaz de remover todo obstáculo que impida su seguimiento.
Jesús,
pues exhortó a sus discípulos a orar, pidiendo los dones del Reino, con la
seguridad de ser siempre escuchados. Este tema en su predicación es sencillo y
claro.
Pero
hay un segundo tema, más difícil de entender vivencialmente, que es el de las
enseñanzas de Jesús sobre cómo debe ser la oración. Con estas enseñanzas
Jesús quiere alertarnos sobre los peligros y desviaciones de una oración mal
entendida. Para ello pone Jesús como telón de fondo su denuncia contra ciertas
formas de oración que se realizaban en su tiempo. Jesús las desenmascara
porque cada una de ellas se apoya en una idea falsa sobre Dios. Veamos en
concreto estas enseñanzas:
a)
"Cuando recen, no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que
por hablar mucho les harán más caso. No sean como ellos, que su Padre sabe lo
que les hace falta antes que se lo pidan" (Mt 6,7-8).
Detrás
de las oraciones largas y pesadas se halla la idea de que Dios sólo nos atiende
si le acosamos con multitud de invocaciones y palabras, como si fuera alguien
displicente y distraído, a quien no le interesan nuestros problemas. Pero el
Padre de Jesús no es así. La fe en su amor nos libra de la necesidad de la
palabrería, pues él sabe ya lo que nos hace falta y siempre está dispuesto a
ayudarnos. De lo que se trata en la oración es de encontrar aquello que el
Padre ya sabe. Eso es lo que hay que pedir que se nos vaya revelando y
concediendo.
b)
"Cuando recen, no hagan como los hipócritas, que son amigos de rezar de
pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Con ello
ya han cobrado su recompensa, se lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras
rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está
escondido; y tu Padre, que mira escondido, te recompensará" (Mt
6,5-6).
La
oración es una cosa demasiado seria para hacerla objeto de exhibición. Esta
actitud que Jesús critica no es oración, pues lo único que buscan estos hipócritas
es que la gente los vea; buscan tener buena fama presentándose ante los demás
como gente piadosa, pero sin preocuparse de una actitud auténtica de sinceridad
y conversión ante Dios. Pretenden manejar a Dios en provecho de una falsa
reputación. Y Dios no es así; él no se presta a estos manejos. El escucha en
la sinceridad de la soledad a todo el que derrama en su presencia la sencillez
de su vida.
c)
Un caso parecido, pero más grave, es el del fariseo que subió al templo a
orar. En esta oración no sólo buscaba una buena fama; la oración, además,
para él era motivo de orgullo y, por consiguiente, de desprecio hacia los que
no eran tan buenos como él. Jesús dedica la parábola "a algunos que,
pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí y despreciaban a los
demás" (Lc 18,9). El fariseo lo único que busca es afirmarse en el
buen concepto que él tiene de sí mismo; no le importa para nada lo que Dios
pueda querer de él; ni siquiera siente necesidad de su ayuda. Jesús lo condena
porque su Padre no es de los que fomentan falsos orgullos, ni autoengaños;
menos aún, desprecios hacia nadie. En cambio alaba al publicano porque él sí
se sentía pequeño ante Dios y sumamente necesitado de su ayuda.
d)
"Cuidado con los letrados..., esos que se comen los bienes de las viudas
con pretexto de largos rezos" (Mc 12,38.40).
Si
antes Jesús criticó la separación entre oración y vida, ahora alerta contra
la falsa oración que sirve de pretexto para oprimir a alguien. El presupuesto
de la condena es la opresión de las viudas, símbolo bíblico de todo
desamparado y oprimido. La oración en estos casos se degenera convirtiéndola
en mercancía, en mecanismo de opresión. Ello encierra una gravísima ofensa al
Padre Dios, pues en su nombre se aplasta precisamente a los predilectos de Dios.
La oración que debiera servir para acercarse y encontrar a Dios, se convierte
en camino para alejarse y ofender a Dios. Y ofende gravemente a Dios porque en
el fondo se cree que Dios es patrón cruel, opresor él también de los débiles.
Esta concepción de Dios no podía menos que enojar seriamente el corazón
sensible de Jesús. De ahí su dura reacción ante los mercaderes del templo,
porque la casa de su Padre (Jn 2,16), que debiera ser "casa de oración",
la habían convertido en "cueva de bandidos" (Mt 21,13).
e)
"No basta andar diciéndome: ¡Señor, Señor! para entrar en el Reino
de Dios; hay que poner por obra la voluntad de mi Padre del cielo" (Mt
7,21).
Jesús,
siguiendo la línea de los grandes profetas, critica en este texto y en los versículos
que siguen, la oración que no va acompañada de deseo sincero de cumplir la
voluntad del Padre. Hay algunos que rezan, que hablan en nombre de Jesús, y
hasta hacen "milagros", pero "practican la maldad", y
por ello les dice Jesús que "nunca los ha conocido" (Mt
7,22-23). Son los "necios que edificaron su casa sobre arena" (Mt
7,26-27). Dios no es ningún tontito al que se pueda engañar con rezos. El sabe
muy bien cuándo nuestra oración es sólo un tranquilizante de conciencia para
no hacer nada, y cuándo la oración encierra un sincero deseo de llevar a la práctica
la voluntad del Padre.
f)
Terminemos estas enseñanzas de Jesús destacando una condición previa que él
pone para que pueda ser escuchada por Dios una oración. Se trata del perdón de
las ofensas. El estar dispuesto a perdonar a los hermanos es condición
imprescindible para que nos escuche el Padre de todos. Toda oración supone la súplica
del perdón de Dios; pero dice Jesús que Dios no perdona si uno mismo no está
dispuesto a perdonar (Mc 11,25; Mt 6,14-15; 18,35).
El
que ha pecado contra su hermano, antes de presentarse ante Dios, debe pedirle
perdón al hermano (Mt 5,23-24). Jesús nos enseñó en el padrenuestro a
reconocerlo así ante Dios (Mt 6,12). Y ordenó además que esta prontitud y
buena voluntad para perdonar no ha de tener límites; debe llegar incluso al
enemigo (Mt 5,44; Lc 6,28). Según Jesús, el camino hacia Dios pasa
necesariamente por la reconciliación entre hermanos. Si no fuera así, estaríamos
negando la paternidad universal de Dios.
3.
ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN CRISTIANA
La
fe que Jesús tenía en el Padre le llevaba a estar en constante comunicación
con él, buscando siempre conocer y cumplir su voluntad. Ello lo hacía con una
total familiaridad y confianza en él.
Esta
actitud de Jesús es el modelo a seguir para todo el que tenga fe en él.
El
cristianismo no se distingue de las otras religiones porque tenga un objeto
distinto (los cristianos adoran a Cristo, mientras que los judíos adoran a Yavé,
los musulmanes a Alá), sino porque se basa en una forma radicalmente nueva de
encuentro con Dios.
El
cristiano se define por su fe en Jesucristo. Fe que no es ante todo un sistema
de verdades, ni un conjunto de prácticas religiosas con las que se intenta
influir en la divinidad. La fe cristiana es la aceptación sin condiciones de
Cristo Jesús como norma decisiva de la propia existencia. Cree en Cristo la
persona que se decide seriamente a vivir la vida de Cristo. Creer es vivir y
hacer el Evangelio de Cristo en el mundo de hoy y para los hombres de hoy. Sin
evasiones, ni componendas. "El que quiera servirme, que me siga, y allí
donde esté yo, estará también mi servidor" (Jn 12,26).
Ante
este supuesto, podemos ya entender en qué está la originalidad de la oración
cristiana, y las consecuencias que se derivan de ello respecto a la relación
que debe haber entre oración y vida.
La
experiencia de la oración cristiana se diferencia radicalmente de cualquier
otra experiencia de oración por dos motivos fundamentales. En primer lugar
porque no se trata solamente de una búsqueda natural del hombre hacia lo
divino, sino de la revelación de que es el mismo Dios el que toma la iniciativa
y busca relacionarse con nosotros. En segundo lugar, y ante todo, se trata de
una relación personal con Jesucristo. No hay oración cristiana si no hay un
trato directo con Cristo. La oración cristiana no se puede quedar sólo en una
bella contemplación histórica o afectiva de una escena evangélica, o en una
linda celebración litúrgica, ni siquiera en una meditación de las verdades
cristianas.
La
oración no es verdaderamente cristiana, sino cuando el cristiano sale de ella
con una fe, una esperanza y una caridad más intensas, es decir, decidido a
vivir más sinceramente como hijo de Dios, con Cristo Jesús. Este contacto con
Jesús y esta decisión distingue a la oración cristiana de toda otra oración,
pagana o de cualquier otra religión.
Respecto
a la relación que debe haber entre oración cristiana y vida: nuestra oración
de creyentes en Jesús se distingue de cualquier otra forma de experiencia
religiosa porque es inseparable de nuestra actitud de servicio a los demás. Si
no hay una orientación de toda la vida, sea como sea, hacia los demás, la
oración cristiana es sencillamente imposible.
Esto
no quiere decir que a Dios se le encuentre solamente en el prójimo, en los
pobres, en el servicio incondicional a los demás. Esta es la consecuencia, el
sello, de la auténtica oración cristiana. Pero la oración no es la caridad.
Ella conserva siempre su carácter específico de vivencia directa e inmediata
de diálogo ante el Señor Jesús en una cierta soledad. O sea, que la oración
cristiana no es la vida, pero no puede entenderse separada de la vida. Las enseñanzas
de Jesús de las que hablábamos en el apartado anterior dejan en su sitio este
punto.
La
oración cristiana siempre se dirige a Jesucristo, o a su Padre por medio de él
y en su nombre (Jn 14,13-16). En ningún pasaje de la Biblia se encontrará ni
un solo texto en el que el orador se dirija a alguien que no sea el Padre Dios o
su Hijo Jesús. La oración tiene siempre una dimensión necesariamente
vertical.
San
Pablo hace una distinción importante, que ayuda a aclarar las tensiones que a
veces tenemos entre oración y acción. El distingue entre Cristo, el Señor, y
el cuerpo de Cristo (1 Cor 12,12.27; Rom 12,5, etc.). Cristo que es la cabeza
del cuerpo, es distinto del cuerpo, aunque tiene una influencia decisiva sobre
él (Col 1,18; 2,10.19; Ef 1,23; 4,15; 5,23).
Jesús
no es una realidad difusa, más o menos diluida en los creyentes. El Señor
conserva su personalidad, su distinción y su puesto distinto. Pues bien, la
oración, o sea, esta actitud de adhesión personal no se dirige nunca al
"Cuerpo", "que es la Iglesia" (Ef 1,23), por la que Pablo
pide, se sacrifica y trabaja. Esto quiere decir que donación de servicio a los
otros y oración no son la misma realidad. La oración conserva siempre su
autonomía y su forma de ser bien definida; y no se la puede diluir confundiéndola,
más o menos sutilmente, con los servicios que debe prestar todo cristiano.
Pero
siendo distintos, oración y servicios, el único criterio válidamente
definitivo para medir la autenticidad de nuestra oración es precisamente la
actitud que tomamos ante los demás: "Si nos amamos mutuamente, Dios está
con nosotros... y esta prueba tenemos de que estamos con él" (1Jn
4,12-13). "Como cristianos... lo que vale es una fe que se traduce en
amor" (Gál 5,6). Esta es la norma para no engañarnos a la hora de
valorar la autenticidad de nuestra oración. Si en realidad nos encontramos con
Cristo, la Cabeza, necesariamente, como consecuencia lógica, nos encontramos
con su "cuerpo": todo prójimo necesitado de nuestros servicios. Todo
aprendizaje de verdadera oración cristiana ha de acabar descubriendo a Dios en
el otro.
La
verdadera oración de un cristiano lo lleva necesariamente hacia los demás.
Pero no es posible el amor de hermanos al estilo de Jesús si no se da primero
la experiencia del encuentro personal con Dios, el Padre. La existencia
cristiana, que es existencia para los otros, se fragua solamente en la
experiencia de Dios a través de Cristo Jesús. Esta es la expresión última más
original de la oración cristiana.
Bibliografía
1.
J. JEREMIAS, Teología del NT, pgs. 218-255: La nueva manera de orar.
J.
SOBRINO, La Oración de Jesús y del Cristiano, Paulinas, Bogotá 1981, pgs.
25-33; 55-56: La oración de Jesús.
X.
LEON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona 1982, pgs.
615-616: La oración de Jesús.
AGUSTIN
GEORGE, El Evangelio según San Lucas, Cuadernos bíblicos 3, Verbo Divino,
Estella 1982, pgs. 43-49: La oración de Jesús.
HOAC,
Jesús de Nazaret, pgs. 128-130.
DONALD
GRAY, Jesús, Camino de Libertad, Sal Terrae, Santander 1984, pgs. 81-89: Jesús,
el hombre piadoso.
2.
J. JEREMIAS, Teología del NT, pgs. 225-227: Las enseñanzas de Jesús sobre la
oración.
J.
SOBRINO, La oración..., pgs. 19-25
X.
LEON DUFOUR, VOCABULARIO... , pgs. 614-615:La oración tal como la enseña Jesús.
HOAC,
Jesús de Nazaret, pgs. 130-143: Jesús critica determinadas prácticas de oración.
Pedagogía de Jesús.
J.
L. CARAVIAS, Cristo es Esperanza, Latinoamérica Libros, Buenos Aires 1984, pgs.
79-84: Orar en nombre de Cristo.
EDUARD
LOHSE, Teología del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1978, pgs. 60-62.
3.
J. M. CASTILLO, Oración y Existencia Cristiana, pgs. 146-192: Originalidad de
la oración cristiana.
G.
GUTIERREZ, Beber en su propio Pozo, pgs. 112-136: La espiritualidad de un
pueblo.
L.
BOFF, De la Espiritualidad de la Liberación a la Práctica de la Liberación,
Indo-Américan, Bogotá 1981.
JUAN
HERNANDEZ PICO, La oración en los Procesos Latinoamericanos de Liberación, en
Espiritualidad de la Liberación, CEP, Lima 1982, pgs. 181-185: La oración
desde la noche oscura de la injusticia estructural.
E.
SCHILLEBEECKX, Dios y el Hombre, Sígueme, Salamanca 1969 pgs. 255-261.
NUEVO
DICCIONARIO DE TEOLOGIA, Cristiandad, Madrid 1982, pgs. 1178-1181: Oración III,
Problemática religiosa de la oración cristiana y manifestación de su
originalidad.