4
Esta
buena noticia
de
Jesús
es
para los pobres
Este
capítulo está íntimamente unido al anterior. No es sino una amplificación de
este punto especial.
1.
LOS "MAL VISTOS" EN LA SOCIEDAD EN QUE VIVIÓ JESÚS
Cada
cultura crea sus inadaptados, gente a la que se mira con malos ojos, se le
desprecia y se le margina.
La
sociedad judía de los años 30 tiene también sus "mal vistos". En
los Evangelios, en griego, se les llama en general "los pobres". Pero
esta palabra seguramente es traducción de la palabra aramea "ama’arez"
que en castellano traducido al pie de la letra significa
"el-pueblo-de-la-tierra", o sea, "el pueblo común". Esta
sería la palabra que usaría Jesús al traducir los evangelistas la palabra
"pobres".
Palestina
en tiempos de Jesús era una teocracia, lo cual significa que todas las normas
sociales estaban dirigidas por ideas religiosas y los mismos gobernantes eran
personas religiosas. La división de "clases" o grupos sociales dependían
de la actitud religiosa de cada uno. Pero sólo una minoría conocía la Ley
(religiosa) y la cumplía, por lo menos en sus exigencias externas. La
"pureza" o "impureza" legales cumplían la función ideológica
que en otras sociedades se atribuyen al prestigio, al dinero o al poder.
Por
ello se llamaba despreciativamente "ama’arez" a la gente que no
conocía ni practicaba con detalle todas las normas religiosas de la Ley, en
contraposición a la sabiduría y a las prácticas de escribas y fariseos.
En
tiempo de Jesús "el-pueblo-de-la-tierra", está constituido por los
despreciados de la sociedad en la que el prestigio depende no del dinero o del
poder político que se tenga, sino según criterios religiosos. Se despreciaba a
toda esa multitud marginada en la que generalmente se combinaba pobreza económica
y reprobación moral, pues no guardaban el sábado, ni cumplían las normas de
pureza ritual. Son pecadores todos los que no pueden cumplir la Ley por la
sencilla razón de desconocerla o no poderla cumplir. Son unos desgraciados
ignorantes, pues en la sociedad judía el hecho de cumplir la Ley lo es todo. El
que no la cumple "no es nada", es un desgraciado para el que no existe
ninguna esperanza, porque no es digno de pertenecer al Pueblo Elegido.
Entre
estos despreciados estaban los que practicaban ciertas profesiones cuyo trabajo
les hacía difícil cumplir las minucias rituales de la Ley. Entre estos oficios
infamantes se encontraban los pastores, los recaudadores de impuestos, usureros,
rameras, curtidores de pieles, sastres y tejedores, médicos, barberos y
carniceros, y toda clase de obreros asalariados. En aquel tiempo la lista de los
malos oficios es tan larga, que no queda mucho sitio para los oficios
"decentes". Todos los trabajadores con pocos ingresos eran
despreciados como incultos pecadores por la casta de los escribas y los
fariseos. Para ellos sólo cuenta el estudio de la Ley.
A
la lista de trabajadores pobres hay que añadir una multitud de mendigos,
ladrones y esclavos. Ellos eran doblemente despreciados. Entre los mendigos habían
bastantes personas con defectos físicos, como ciegos, sordos y paralíticos, o
enfermos, especialmente los que tenían alguna enfermedad de la piel,
considerados como impuros.
Muchos
de ellos, como los recaudadores y pastores, no podían tener ningún cargo, ni
ser testigos en un juicio, pues ya de entrada se les consideraba mentirosos y
ladrones.
El
desprecio de la "gente bien" de entonces hacia los "ama’arez"
era muy grande. En aquella sociedad teocrática lo civil y lo religioso habían
llegado a ser una misma cosa. Por ello los escribas, los fariseos y los
sacerdotes pensaban que aquellos desgraciados eran también mal vistos por Dios.
El "pueblo-de-la-tierra" era marginado tanto en lo civil como en lo
religioso: en todo eran "pecadores".
En
los Evangelios se refleja esta mentalidad cuando se les llama "descreídos
y recaudadores" (Mc 2,16), "recaudadores y prostitutas"
(Mt 21,32), o sencillamente "pecadores". Los fariseos los
miraban como "ladrones, injustos y adúlteros" (Lc 18,11). Los
sacerdotes del templo lo inculcan de manera muy clara a su policía: "Esa
gente, que no entiende la Ley, está maldita" (Jn 7,49). Están
empecatados de arriba abajo (Jn 9,34).
Decían
así algunas normas de los fariseos: "Un fariseo no se quedará nunca como
huésped en la casa de esa gente, así como tampoco la recibirá en la
suya". Otra lista de normas añade: "Está prohibido apiadarse de
quien no tiene formación".
Los
monjes esenios, los más observantes y piadosos de Palestina, tenían, entre
otros, este compromiso: "No me apiadaré de los que se apartan del
camino". Y así oraban acerca de los pecadores: "Maldito seas, que
nadie tenga misericordia de ti: tus obras son tinieblas. Que seas condenado a la
oscuridad del fuego eterno".
Los
pobres con algún defecto físico eran considerados pecadores castigados por
Dios (Jn 9,2). Por eso los piadosos esenios decían: "Los ciegos, los paralíticos,
los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser
admitido a la comunidad". "Ninguna persona afectada por cualquier
impureza humana puede entrar en la asamblea de Dios... Aquel que tiene dañada
su carne, que está tullido de pies y manos, que es cojo o ciego o sordo o mudo,
aquel cuya carne está marcada por una tara visible, el viejo débil, incapaz de
tenerse en pie en la asamblea, no puede entrar para tomar parte en el seno de la
comunidad..."
2.
JESÚS SE SOLIDARIZA CON ESTOS MARGINADOS
Una
vez entendida la actitud que tenía la gente piadosa hacia los pobres y
pecadores, resaltará mucho más la actitud que toma Jesús hacia ellos.
En
primer lugar, él mismo "se hizo pobre" (2Cor 8,9). Vivió una
vida normal de artesano. Y nació y murió en la miseria. Durante su predicación
a veces no tuvo ni "dónde reclinar la cabeza" (Mt 8,20).
Pero
Jesús no fue un asceta aislado. El quiso tener una cercanía especial respecto
a las clases sociales oprimidas y desprivilegiadas, aunque no por eso dejó de
tratar con todos.
La
imagen global de Jesús en los Evangelios dibuja su especial amistad hacia
recaudadores, prostitutas, samaritanos (considerados como herejes), leprosos
(expulsados por la Ley de la sociedad), viudas, niños, ignorantes, paganos,
enfermos en sábado...
El
busca y se mezcla con el "pueblo-de-la-tierra", los pobres-pecadores:
Está con ellos y los llama: a la gente con corazón roto, a los encorvados con
el peso de sus culpas, a los tristes, a los desanimados; a los últimos, los
simples, los enfermos, los perdidos. A todos los mal vistos. Con ellos se le ve
comer. De ellos se rodea. Hacia ellos se inclina.
Jesús
rompe con las convenciones sociales de su época. No respeta la división de
clases. Habla con todos. Jamás teme a contraer "impurezas legales"
por estar, tocar o comer con un pobre. Conversa y se deja tocar por una
prostituta (Lc 7,37-38), acoge gentiles (Mc 7,24-30), come con un gran ladrón,
Zaqueo (Lc 19,1-10). Llama a un cobrador de impuestos, Mateo (Lc 5,27-32).
Acepta que las mujeres le acompañen en sus viajes, cosa inaudita en su tiempo.
No
cabe duda, Jesús estuvo de parte de los pobres, los que lloran, los que pasan
hambre, los que no tienen éxito, los insignificantes... Se preocupa de los
enfermos, los tullidos, los leprosos y posesos. Y lo que es más, se mezcla con
los moralmente fracasados, con los descreídos e inmorales públicos.
Recorre
los lugares donde se encuentra la gente pobre, anunciándoles que Dios los
quiere más que a los fariseos. Renuncia a ocuparse de aquellos cuyas cosas van
bien y se une a los que han perdido todo (Lc 15,4-7). Son los enfermos y no los
sanos, los pecadores y no los justos los que le necesitan (Mc 2,17). Por eso va
hacia ellos, los cura, les dice que Dios los ama hasta perdonarlos y hasta
querer ser su rey. Así, con su propia vida, Jesús encarna una línea de fuerza
importante del Antiguo Testamento, da rostro a Dios y lo revela.
Tan
importante es esta opción de Jesús por los pobres, que hace de esta actitud
suya el distintivo de su misión. A la pregunta por el valor de la esperanza en
él, Jesús señala su acción entre ciegos, rengos, sordos y leprosos y el
hecho de que los pobres están recibiendo la Buena Noticia (Mt 11,4).
Destaquemos
dos casos especiales: los leprosos y los samaritanos.
Los
leprosos eran los más marginados entre los marginados, hasta el punto que no
podían ni conversar con el resto de la gente; ni siquiera podían entrar en las
ciudades. Pues bien, sabemos que Jesús curó a varios leprosos (Lc 5,12-14;
17,11-19), reintegrando así a la convivencia a los que se tenían por
totalmente marginados. A los discípulos de Juan les hace ver como señal mesiánica
cómo ante él los "leprosos quedan limpios" (Mt 11,5). Es más,
sabemos también que dio a sus discípulos la orden de curar leprosos (Mt 10,8).
Y él mismo no tuvo ningún inconveniente en alojarse en casa de uno que había
sido leproso (Mt 26,6).
Los
samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. Las tensiones entre
ellos eran tan fuertes que con frecuencia llegaban a enfrentamientos
sangrientos. Cuando Jesús atraviesa Samaría, no encuentra acogida (Lc 9,52-53)
y hasta se le niega el agua para beber (Jn 4,9). Pero a pesar de todo eso, Jesús
pone a un samaritano como ejemplo a imitar, por encima del sacerdote y del
levita (Lc 10,33-37), alaba especialmente al leproso samaritano (Lc 17,11) y se
queda a pasar dos días en un pueblo de samaritanos (Jn 4,39-42). Por eso no
tiene nada de particular cuando insultan a Jesús llamándole "samaritano"
(Jn 8,48).
Algo
parecido se puede decir del trato que da Jesús a otros dos grupos humanos
despreciados en su época: las mujeres y los niños.
El
Reino que viene Jesús a predicar ciertamente no tolera en modo alguno la
marginación de nadie. Todo lo contrario: los marginados por los hombres son los
primeros en el corazón de Jesús.
Jesús
es la plenitud de la irrupción de Dios entre los pobres. La entrada de Dios
entre los pobres y de éstos en la vida de Dios se convierte para Jesús en el
camino de su fe, de su conciencia de Hijo, de su fidelidad al Padre, de su vida
espiritual. Al interior de este dinamismo Jesús aprende a orar, a contemplar y
a cumplir la voluntad de su Padre, a gozarse en que el Padre sea así. El mismo
Jesús como pobre recorrió ese camino y experimentó cuánto el amor de su
Padre había penetrado en su vida y cuánto Dios se deja conocer, amar y revelar
por los pobres.
3.
JESÚS ANUNCIA A LOS MARGINADOS LA BUENA NOTICIA DE DIOS
Acabamos
de ver que los seguidores de Jesús eran principalmente los pobres, los
incultos, a quienes su ignorancia religiosa y su comportamiento moral les
cerraba, según la creencia de la época, la puerta de entrada a la salvación.
Pero Jesús contempla con infinita misericordia a estos mendigos ante Dios. El
los ve "rendidos y abrumados" (Mt 11,28) por el peso doblemente
agobiador del desprecio público y de la desesperanza de no poder hallar jamás
salvación en Dios.
Jesús
se da cuenta que su Padre Dios muestra su paternidad hacia todos los hombres
precisamente siendo parcial hacia los despreciados. Dios es amor porque ama a
aquellos a quienes nadie ama, porque se preocupa de los que nadie se preocupa.
Así entiende Jesús que Dios es amor.
Por
eso dice Jesús a los pobres que ellos tienen una participación especial en el
Reino de Dios (Lc 6,20). El les da esta Buena Noticia: los despreciados
pecadores están especialmente invitados al banquete de Dios.
Es
el conocimiento que Jesús tiene de su Dios el que le hace elegir a quiénes va
a hablar de este Dios. Y elige a los marginados, a los enfermos, a los
pecadores, a los que nadie quiere, para anunciarles que Dios los ama. La elección
no tiene nada que ver con el valor moral o espiritual de los pobres pecadores.
Está basada en el horror que Dios siente por el estado actual del mundo y en la
decisión divina de venir a restablecer la situación en favor de aquellos para
quienes la vida es más difícil. Con ello vemos que Jesús había penetrado muy
hondo en el "corazón" de Dios, en el misterio de su voluntad sobre la
tierra.
De
aquí que Jesús anuncie el Reino de Dios a los marginados de toda esperanza
humana y divina; los que no pueden caminar según la ley; los que no eran dignos
de escuchar la palabra esperanzadora de la Alianza de Yavé; los que la sociedad
y la sinagoga consideraban muertos en vida, inútiles ante el mundo y ante Dios.
A estos, más que a nadie, va dirigida la Buena Noticia; estos son los
preferentemente invitados a participar del Reino.
Así
resulta que los últimos se convierten en primeros. Los pobres de la calle
entran en el banquete para ocupar el lugar de los que no comprendieron el corazón
de Dios y prefirieron las falsas seguridades (Mt 20,1-16).
Jesús
no opta por los pobres por demagogia. Nada más lejos que eso. Sino por fe viva
en el amor del Padre. Porque todos somos sus hijos por igual, gratis, ninguno es
un "desgraciado". Si una sola oveja se pierde o es despreciada, el
corazón del pastor se inquieta, a pesar de tener muchas más (Lc 15,1-7). Por
eso el regreso de un solo hijo perdido es motivo de fiesta y de banquete (Lc
15,32). Si los "justos" de Israel quieren excluir a alguien, Dios
comienza por buscar y escoger a los que los hombres habían excluido. Todo
hombre tiene derecho a la acogida gratuita y maravillosa del amor y de la bondad
del Padre Dios ¡Dios es así! ¡Esta es su bondad de corazón de Padre!
Desde
el comienzo de su vida Jesús había tenido esta misión. Así lo anunció un ángel
a los más despreciados de Israel, los pastores: "Les traigo una Buena
Noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad
de David, les ha nacido un salvador" (Lc 2,10-11). Los pastores están
representando a la gente despreciada y marginada por la sociedad; ellos son los
elegidos para recibir la "gran alegría" de la "Buena
Noticia" que trae Jesús. Así lo reconocería años más tarde el
mismo Jesús cuando en la sinagoga de su pueblo se declaró a sí mismo enviado
a dar "la Buena Noticia a los pobres", Buena Noticia que es luz
y libertad del Padre Dios (Lc 4,18).
Jesús
actúa así porque sabe cómo es Dios: desbordante con los débiles, indefensos,
desesperados, con los que quieren y no pueden, y con los que ni siquiera son
conscientes de que quieren. El refleja en su propia humanidad la actitud de Dios
para con los hombres.
La
experiencia de conocer a Dios como el Dios de los sencillos y reconocer en la
vida de los pobres a Dios como Padre, constituye, pues, la vivencia espiritual más
original de Jesús; ahí conoce a Dios como Padre de bondad, de ternura, pronto
al perdón, rico en misericordia; un Dios que convoca a todos a la fraternidad
destruida por nuestros pecados.
La
conversión a Jesús y su seguimiento pasa irremediablemente por hacer de la
irrupción de Dios en la vida de los desposeídos, y de la vocación de éstos
al Reino, el camino diario de fidelidad evangélica.
4.
EL GOZO DE QUE ASÍ LO QUIERE EL PADRE
Según
la tradición evangélica, una sola vez Jesús dirige al Padre una oración de
alabanza. La fórmula es breve y sencilla: "Bendito seas, Padre, Señor
de cielos y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, bendito seas,
por haberte parecido eso bien" (Mt 11,25-26).
Esta
admiración de Jesús fue provocada por la nueva experiencia que estaba
viviendo: los secretos de Dios estaban siendo entendidos por los ignorantes y
los incultos, mientras permanecían escondidos a los sabios y doctores. El hecho
fue tan novedoso para la gente, que mereció ser destacado como algo insólito.
Esta era la obra de Dios más imprevista y notable, aunque ya estaba predicha en
el Antiguo Testamento.
La
oración de Jesús destaca que revelar los misterios a los sencillos es una obra
plenamente de Dios. Más aún, el Padre revela en ella su
"personalidad". Jesús conoce ahí el estilo del Padre. Un hecho de
este tipo revela la mano de su autor. Sólo el Padre podía haber inventado
aquello.
Jesús
admira la "originalidad" del Padre, opuesta al sentido común humano.
Los hombres intentamos casi siempre hacer lo contrario, aun en el caso de la
preparación que hace la Iglesia a los que se sienten llamados a seguir las
huellas de Jesús.
San
Pablo se dio cuenta en Corinto de la renovación del hecho que tanto gozo dio a
Jesús: los pobres artesanos recibieron la revelación de Dios, que los sabios
de Atenas habían despreciado.
"La
locura de Dios es más sabia que los hombres... Lo necio del mundo se lo escogió
Dios para humillar a los sabios..."
(1Cor 1,25.27).
Santiago
pregunta también con admiración: "¿No fue Dios quien escogió a los
que son pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del
Reino?" (Sant 2,5).
En
toda la historia de la Iglesia el retorno al espíritu evangélico ha partido
siempre de los pobres, los marginados o los despreciados. Caso muy destacado fue
el de Francisco de Asís.
En
nuestra época, en las Comunidades Eclesiales de Base, de nuevo se puede ver la
maravilla anunciada con gozo por Jesús. La Palabra de vida está encontrando
eco en el corazón de los marginados. El Evangelio está renaciendo entre los
hombres y mujeres que la sociedad rechaza y desprecia.
La
alegría de Jesús por este hecho sigue siendo un desafío abierto y público.
Para la gente de buen corazón, es una llamada a adoptar su mismo punto de
vista.
Cada
vez que Dios es comprendido por los pobres, el corazón de Jesús salta de
entusiasmo. Jesús se alegra de que los suyos sean reconocidos y promovidos. A
los ojos de Jesús, el comportamiento del Padre hace resplandecer de nuevo la
justicia. Es justo que los que siempre salen perjudicados, cuyos méritos nunca
son reconocidos, sean salvados de la marginación y se les ofrezca un papel
destacado en las obras de Dios. Esta obra de Justicia del Padre revela la
grandeza de su corazón y brilla infinitamente más que todas las estrellas del
cielo.
Dios
regala su revelación no sólo "a la gente sencilla"; el Reino
de Dios pertenece también a los "niños" (Mc 10,14) y a todos
los que con espíritu filial son capaces de decir "Abbá" (Mt
18,3). Y así la sala de banquete de bodas se llena, aunque los invitados
importantes rehusen venir (Mt 22,1-10); el hijo perdido es reinstalado en sus
derechos (Lc 15,11-32); y los publicanos y las prostitutas "llegan
antes" al Reino que los piadosos (Mt 21,31).
En
la mirada de Jesús la revelación del Padre a los sencillos anticipa el juicio
final. Ella no es solamente el anuncio, sino que es ya el principio del juicio y
de la sentencia final. La alabanza y el agradecimiento de Jesús son la expresión
anticipada del cántico de agradecimiento de la creación entera en el día del
juicio final (Ap 2,17-18). Lo que se aclamará al final de todo, Jesús lo
reconoce en el momento en que lo ve penetrar en la historia. Jesús percibe
desde el principio la originalidad de las obras divinas, la autenticidad de su
justicia.
Esta
bondad de Dios sobrepasa toda comprensión, significa gozo y júbilo también
para los mismos pobres. Ellos han recibido una riqueza ante la que palidecen
todos los otros valores (Mt 13,44-46). Experimentan lo que jamás habían
experimentado: Dios los acepta, aunque las manos de ellos estén vacías. Con
ello se cumplen las antiguas profecías sobre la alegría que el Mesías debía
de traer a los pobres (Ez 34,16; Is 29,19; Sof 3,17).
La
madre de Jesús, María, poco después de la concepción de su Hijo, se alegró
también y bendijo a Dios porque se había fijado en su "pequeñez"
para hacer en ella "obras grandes". Y no sólo en ella: la
misericordia del Señor "desbarata los planes de los soberbios... y
exalta a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los
despide vacíos" (Lc 1,47-53). Este canto de alabanza de María es
paralelo al grito espontáneo de alabanza de Jesús a su Padre por haber
escogido a la gente sencilla como destinatarios de su revelación.
Es
una constante bíblica el hecho de que Dios exalta a los insignificantes. Acordémonos
de los precursores de María y Jesús: Abrahán (Gen 12-18), Moisés (Ex 3-4),
Gedeón (Jue 6,14-16), Jeremías (1,5-19), David (1Sam 16,11), Samuel (1Sam
3,1-14), Amós, y toda la larga lista de los pobres de Yavé, que en medio de la
pobreza pusieron su esperanza sólo en Dios.
5.
JESÚS EXPLICA A LOS ESCANDALIZADOS EL POR QUÉ DE ESTA ACTITUD SUYA
La
predicación y el comportamiento de Jesús era ciertamente una Buena Noticia
para los pobres y pecadores. Pero para algunos judíos "justos"
aquella predicación era insoportable y blasfema: una mala noticia. El Dios en
el que ellos creían no era como el que predicaba Jesús. Por ello buscan
continuamente cómo criticar y desprestigiar a Jesús.
Cuando
Jesús escoge a Mateo, un pecador, para ser uno de los doce, y va a comer a su
casa, la reacción de los fariseos es fulminante: "¿Se puede saber por
qué comen y beben con los recaudadores y descreídos" (Mt 11,9). Dicen
de Jesús que es un criminal (Lc 22,37), un "impostor" (Mt
27,63), engañador del pueblo (Jn 7,47), "un pecador" (Jn
9,24), un blasfemo (Jn 10,33). Los dirigentes judíos dicen de él que "está
loco de atar" (Jn 10,19-20); Herodes se burla de él como de loco (Lc
23,11); hasta sus propios parientes pensaron "que no estaba en sus
cabales" (Mc 3,21). Es que su comportamiento con los pobres y los
pecadores no era natural. La gente "bien", los "hombres de
Dios" de la época no se comportaban así. Era un escándalo atreverse a
afirmar que los pecadores, y hasta las prostitutas, eran mejor vistos por Dios
que los piadosísimos fariseos (Lc 18,9-14; Mt 21,31). Por ello no es de extrañar
que pensasen que sus actos y sus palabras estuvieran inspirados por el mismísimo
Satanás (Mc 3,22.30).
Jesús
era consciente de todo esto. Y buena parte de sus parábolas las dedicaba a
explicar a sus enemigos la causa de su comportamiento. En efecto, las parábolas
de la misericordia de Dios están dirigidas a los que no querían entender. Son
una defensa y una justificación contra los críticos y enemigos de la Buena
Nueva de Dios. Y al mismo tiempo, un intento de hacerles ver y entender.
Veamos,
un poco más en concreto, cómo justifica Jesús su Evangelio frente a sus críticos.
Lo hace de una manera triple.
a)
En primer lugar, en una serie de parábolas dirige la mirada de sus acusadores
hacia los pobres a los que anuncia la Buena Nueva. Les quiere hacer ver que "no
necesitan médico los sanos, sino los enfermos" (Mc 2,17). El llama a
su seguimiento a los despreciados justamente porque están enfermos y necesitan
ayuda.
Acerca
de este tema pronuncia Jesús la parábola de los dos hijos, el buena gente que
no obedece al padre y el respondón que obedece (Mt 21,28-32). La lección es
clara y tajante: "Les aseguro que los recaudadores y las prostitutas se
dirigen, en lugar de ustedes, al Reino de Dios". Los pecadores están más
cerca de Dios que los piadosos fariseos; pues aquéllos, aunque dijeron no a
Dios, ahora están arrepentidos y cambian de vida, cosa que no quieren hacer los
fariseos.
En
otra parábola, la de los deudores (Lc 7,41-50), dirigida al fariseo Simón por
su escándalo ante la pecadora, Jesús quiere hacerle entender que sólo los que
saben lo que es una gran deuda pueden medir lo que significa la bondad de Dios:
¿No comprendes, Simón, que esta mujer, a pesar de la deuda de su vida, está más
cerca de Dios que tú? ¿No notas que te falta lo que ella tiene: un gran
agradecimiento? ¿Y que el agradecimiento que me muestra vale ante Dios? Aquella
pecadora estaba ciertamente más cerca de Dios que el piadoso Simón, que se
escandalizaba de la actitud de Jesús.
b)
Los que criticaban la Buena Nueva de Jesús deberían más bien fijar su mirada
en ellos mismos para darse cuenta del error en que vivían. Jesús les dice que
se parecen al hijo que servilmente dice que "sí" al mandato del
padre, pero a la hora de la verdad no le obedece. Se parecen a los viñadores
rebeldes y ofensivos contra el dueño de la viña (Mt 21,1-9). Se parecen
ustedes, les dice Jesús, a los invitados distinguidos que rechazan la invitación
al banquete: ¿de dónde se toman ustedes el derecho de burlarse y despreciar a
los pobres que se sientan a mi mesa? (Mt 22,1-10).
c)
Donde más luminosamente justifica Jesús el anuncio de la Buena Nueva es en la
parábola de la actitud del padre bueno frente al hijo derrochador (Lc
15,11-32). La parábola enseña en magnífica sencillez: Así es Dios, tan
bueno, tan indulgente, tan lleno de misericordia, tan rebosante de amor. Se
alegra tanto del regreso del "perdido", que organiza una gran fiesta
en su honor.
Es
muy de notar cómo Jesús subraya en la segunda parte de la parábola la
protesta del hijo mayor. Y es que la parábola fue dicha a hombres que se parecían
a él, es decir, a hombres que se escandalizaban de esta actitud de Dios hacia
los "perdidos". A ellos les dice Jesús: Así de grande es el amor de
Dios para con sus hijos perdidos. Ustedes, en cambio, se muestran melancólicos,
despiadados y desagradecidos. ¡Sean también ustedes misericordiosos! ¡No
sigan insensibles! Los muertos de espíritu resucitan, los que andaban perdidos
encuentran el hogar. ¡Alégrense, pues, conmigo!.
Con
esta parábola Jesús justifica frente a sus críticos el amor ilimitado de
Dios. Ellos tienen que decidirse: ¿aceptan o no aceptan la petición de Dios de
alegrarse con él? Jesús no quiebra todavía la caña sobre ellos, aún tiene
esperanza; quiere ayudarlos a superar su escándalo ante el Evangelio. Quiere
ayudarles a reconocer lo que les separa de Dios, que es justamente la falta de
amor y comprensión. Así la justificación de la Buena Nueva se convierte en
reproche y en solicitación para ganar el corazón de sus críticos.
La
parábola del patrón generoso (Mt 20,1-16) justifica también la Buena Nueva
frente a los que la critican. Pronunciada ante hombres que se parecen a los
trabajadores gruñones, concluye con una pregunta llena de reproche: "¿Ves
tú con malos ojos que yo sea generoso?" (20,15). Dios es como el que
tuvo compasión de los desocupados y sus familias. Así obra él. Da parte de su
salvación también a los pecadores, aunque no lo merezcan. Así de bueno es
Dios. ¿Van ustedes a murmurar por eso?
En
la parábola del fariseo y el publicano enseña de nuevo Jesús el "sí"
de Dios al pecador humillado y el "no" al que se cree a sí mismo
"justo" ante Dios (Lc 18,9-14). Así es Dios, dice Jesús. El es Dios
de los desesperados, y su misericordia es inagotable para con todo el que tiene
el corazón quebrantado.
Todas
las parábolas de Jesús son defensas de la Buena Nueva. No están dirigidas
directamente a los pecadores, sino a los que se escandalizan de su conducta con
los pecadores. Los que piensan demasiado bien de sí mismos le preguntaban de
continuo: ¿Por qué trabas relación con esa gentuza, con la que ninguna
persona decente quiere saber nada? La respuesta de Jesús es constante: Porque
están enfermos y me necesitan, porque no quisieran ser así, porque son
agradecidos. Sobre todo, porque Dios es así, tan bueno con los pobres, tan
lleno de alegría por encontrar lo perdido, tan lleno de amor con el hijo
degradado, tan clemente con los desesperados, los abandonados, los que están en
la necesidad. ¡Por eso!
Muchas
veces nos fijamos solamente en la dureza de ciertos ataques de Jesús en contra
de escribas y fariseos. Pero no nos damos cuenta de la infinita dulzura que
encierran estos intentos de hacerles comprender el por qué de su comportamiento
y su predicación. Jesús antes de atacar a sus enemigos intentó repetidas
veces dialogar con ellos para hacerles entender...
Bibliografía
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