4

Esta buena noticia

de Jesús

es para los pobres

 

 

Este capítulo está íntimamente unido al anterior. No es sino una amplificación de este punto especial.

 

1. LOS "MAL VISTOS" EN LA SOCIEDAD EN QUE VIVIÓ JESÚS

 

Cada cultura crea sus inadaptados, gente a la que se mira con malos ojos, se le desprecia y se le margina.

La sociedad judía de los años 30 tiene también sus "mal vistos". En los Evangelios, en griego, se les llama en general "los pobres". Pero esta palabra seguramente es traducción de la palabra aramea "ama’arez" que en castellano traducido al pie de la letra significa "el-pueblo-de-la-tierra", o sea, "el pueblo común". Esta sería la palabra que usaría Jesús al traducir los evangelistas la palabra "pobres".

Palestina en tiempos de Jesús era una teocracia, lo cual significa que todas las normas sociales estaban dirigidas por ideas religiosas y los mismos gobernantes eran personas religiosas. La división de "clases" o grupos sociales dependían de la actitud religiosa de cada uno. Pero sólo una minoría conocía la Ley (religiosa) y la cumplía, por lo menos en sus exigencias externas. La "pureza" o "impureza" legales cumplían la función ideológica que en otras sociedades se atribuyen al prestigio, al dinero o al poder.

Por ello se llamaba despreciativamente "ama’arez" a la gente que no conocía ni practicaba con detalle todas las normas religiosas de la Ley, en contraposición a la sabiduría y a las prácticas de escribas y fariseos.

En tiempo de Jesús "el-pueblo-de-la-tierra", está constituido por los despreciados de la sociedad en la que el prestigio depende no del dinero o del poder político que se tenga, sino según criterios religiosos. Se despreciaba a toda esa multitud marginada en la que generalmente se combinaba pobreza económica y reprobación moral, pues no guardaban el sábado, ni cumplían las normas de pureza ritual. Son pecadores todos los que no pueden cumplir la Ley por la sencilla razón de desconocerla o no poderla cumplir. Son unos desgraciados ignorantes, pues en la sociedad judía el hecho de cumplir la Ley lo es todo. El que no la cumple "no es nada", es un desgraciado para el que no existe ninguna esperanza, porque no es digno de pertenecer al Pueblo Elegido.

Entre estos despreciados estaban los que practicaban ciertas profesiones cuyo trabajo les hacía difícil cumplir las minucias rituales de la Ley. Entre estos oficios infamantes se encontraban los pastores, los recaudadores de impuestos, usureros, rameras, curtidores de pieles, sastres y tejedores, médicos, barberos y carniceros, y toda clase de obreros asalariados. En aquel tiempo la lista de los malos oficios es tan larga, que no queda mucho sitio para los oficios "decentes". Todos los trabajadores con pocos ingresos eran despreciados como incultos pecadores por la casta de los escribas y los fariseos. Para ellos sólo cuenta el estudio de la Ley.

A la lista de trabajadores pobres hay que añadir una multitud de mendigos, ladrones y esclavos. Ellos eran doblemente despreciados. Entre los mendigos habían bastantes personas con defectos físicos, como ciegos, sordos y paralíticos, o enfermos, especialmente los que tenían alguna enfermedad de la piel, considerados como impuros.

Muchos de ellos, como los recaudadores y pastores, no podían tener ningún cargo, ni ser testigos en un juicio, pues ya de entrada se les consideraba mentirosos y ladrones.

El desprecio de la "gente bien" de entonces hacia los "ama’arez" era muy grande. En aquella sociedad teocrática lo civil y lo religioso habían llegado a ser una misma cosa. Por ello los escribas, los fariseos y los sacerdotes pensaban que aquellos desgraciados eran también mal vistos por Dios. El "pueblo-de-la-tierra" era marginado tanto en lo civil como en lo religioso: en todo eran "pecadores".

En los Evangelios se refleja esta mentalidad cuando se les llama "descreídos y recaudadores" (Mc 2,16), "recaudadores y prostitutas" (Mt 21,32), o sencillamente "pecadores". Los fariseos los miraban como "ladrones, injustos y adúlteros" (Lc 18,11). Los sacerdotes del templo lo inculcan de manera muy clara a su policía: "Esa gente, que no entiende la Ley, está maldita" (Jn 7,49). Están empecatados de arriba abajo (Jn 9,34).

Decían así algunas normas de los fariseos: "Un fariseo no se quedará nunca como huésped en la casa de esa gente, así como tampoco la recibirá en la suya". Otra lista de normas añade: "Está prohibido apiadarse de quien no tiene formación".

Los monjes esenios, los más observantes y piadosos de Palestina, tenían, entre otros, este compromiso: "No me apiadaré de los que se apartan del camino". Y así oraban acerca de los pecadores: "Maldito seas, que nadie tenga misericordia de ti: tus obras son tinieblas. Que seas condenado a la oscuridad del fuego eterno".

Los pobres con algún defecto físico eran considerados pecadores castigados por Dios (Jn 9,2). Por eso los piadosos esenios decían: "Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad". "Ninguna persona afectada por cualquier impureza humana puede entrar en la asamblea de Dios... Aquel que tiene dañada su carne, que está tullido de pies y manos, que es cojo o ciego o sordo o mudo, aquel cuya carne está marcada por una tara visible, el viejo débil, incapaz de tenerse en pie en la asamblea, no puede entrar para tomar parte en el seno de la comunidad..."

 


2. JESÚS SE SOLIDARIZA CON ESTOS MARGINADOS

 

Una vez entendida la actitud que tenía la gente piadosa hacia los pobres y pecadores, resaltará mucho más la actitud que toma Jesús hacia ellos.

En primer lugar, él mismo "se hizo pobre" (2Cor 8,9). Vivió una vida normal de artesano. Y nació y murió en la miseria. Durante su predicación a veces no tuvo ni "dónde reclinar la cabeza" (Mt 8,20).

Pero Jesús no fue un asceta aislado. El quiso tener una cercanía especial respecto a las clases sociales oprimidas y desprivilegiadas, aunque no por eso dejó de tratar con todos.

La imagen global de Jesús en los Evangelios dibuja su especial amistad hacia recaudadores, prostitutas, samaritanos (considerados como herejes), leprosos (expulsados por la Ley de la sociedad), viudas, niños, ignorantes, paganos, enfermos en sábado...

El busca y se mezcla con el "pueblo-de-la-tierra", los pobres-pecadores: Está con ellos y los llama: a la gente con corazón roto, a los encorvados con el peso de sus culpas, a los tristes, a los desanimados; a los últimos, los simples, los enfermos, los perdidos. A todos los mal vistos. Con ellos se le ve comer. De ellos se rodea. Hacia ellos se inclina.

Jesús rompe con las convenciones sociales de su época. No respeta la división de clases. Habla con todos. Jamás teme a contraer "impurezas legales" por estar, tocar o comer con un pobre. Conversa y se deja tocar por una prostituta (Lc 7,37-38), acoge gentiles (Mc 7,24-30), come con un gran ladrón, Zaqueo (Lc 19,1-10). Llama a un cobrador de impuestos, Mateo (Lc 5,27-32). Acepta que las mujeres le acompañen en sus viajes, cosa inaudita en su tiempo.

No cabe duda, Jesús estuvo de parte de los pobres, los que lloran, los que pasan hambre, los que no tienen éxito, los insignificantes... Se preocupa de los enfermos, los tullidos, los leprosos y posesos. Y lo que es más, se mezcla con los moralmente fracasados, con los descreídos e inmorales públicos.

Recorre los lugares donde se encuentra la gente pobre, anunciándoles que Dios los quiere más que a los fariseos. Renuncia a ocuparse de aquellos cuyas cosas van bien y se une a los que han perdido todo (Lc 15,4-7). Son los enfermos y no los sanos, los pecadores y no los justos los que le necesitan (Mc 2,17). Por eso va hacia ellos, los cura, les dice que Dios los ama hasta perdonarlos y hasta querer ser su rey. Así, con su propia vida, Jesús encarna una línea de fuerza importante del Antiguo Testamento, da rostro a Dios y lo revela.

Tan importante es esta opción de Jesús por los pobres, que hace de esta actitud suya el distintivo de su misión. A la pregunta por el valor de la esperanza en él, Jesús señala su acción entre ciegos, rengos, sordos y leprosos y el hecho de que los pobres están recibiendo la Buena Noticia (Mt 11,4).

Destaquemos dos casos especiales: los leprosos y los samaritanos.

Los leprosos eran los más marginados entre los marginados, hasta el punto que no podían ni conversar con el resto de la gente; ni siquiera podían entrar en las ciudades. Pues bien, sabemos que Jesús curó a varios leprosos (Lc 5,12-14; 17,11-19), reintegrando así a la convivencia a los que se tenían por totalmente marginados. A los discípulos de Juan les hace ver como señal mesiánica cómo ante él los "leprosos quedan limpios" (Mt 11,5). Es más, sabemos también que dio a sus discípulos la orden de curar leprosos (Mt 10,8). Y él mismo no tuvo ningún inconveniente en alojarse en casa de uno que había sido leproso (Mt 26,6).

Los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. Las tensiones entre ellos eran tan fuertes que con frecuencia llegaban a enfrentamientos sangrientos. Cuando Jesús atraviesa Samaría, no encuentra acogida (Lc 9,52-53) y hasta se le niega el agua para beber (Jn 4,9). Pero a pesar de todo eso, Jesús pone a un samaritano como ejemplo a imitar, por encima del sacerdote y del levita (Lc 10,33-37), alaba especialmente al leproso samaritano (Lc 17,11) y se queda a pasar dos días en un pueblo de samaritanos (Jn 4,39-42). Por eso no tiene nada de particular cuando insultan a Jesús llamándole "samaritano" (Jn 8,48).

Algo parecido se puede decir del trato que da Jesús a otros dos grupos humanos despreciados en su época: las mujeres y los niños.

El Reino que viene Jesús a predicar ciertamente no tolera en modo alguno la marginación de nadie. Todo lo contrario: los marginados por los hombres son los primeros en el corazón de Jesús.

Jesús es la plenitud de la irrupción de Dios entre los pobres. La entrada de Dios entre los pobres y de éstos en la vida de Dios se convierte para Jesús en el camino de su fe, de su conciencia de Hijo, de su fidelidad al Padre, de su vida espiritual. Al interior de este dinamismo Jesús aprende a orar, a contemplar y a cumplir la voluntad de su Padre, a gozarse en que el Padre sea así. El mismo Jesús como pobre recorrió ese camino y experimentó cuánto el amor de su Padre había penetrado en su vida y cuánto Dios se deja conocer, amar y revelar por los pobres.

 

 

3. JESÚS ANUNCIA A LOS MARGINADOS LA BUENA NOTICIA DE DIOS

 

Acabamos de ver que los seguidores de Jesús eran principalmente los pobres, los incultos, a quienes su ignorancia religiosa y su comportamiento moral les cerraba, según la creencia de la época, la puerta de entrada a la salvación. Pero Jesús contempla con infinita misericordia a estos mendigos ante Dios. El los ve "rendidos y abrumados" (Mt 11,28) por el peso doblemente agobiador del desprecio público y de la desesperanza de no poder hallar jamás salvación en Dios.

Jesús se da cuenta que su Padre Dios muestra su paternidad hacia todos los hombres precisamente siendo parcial hacia los despreciados. Dios es amor porque ama a aquellos a quienes nadie ama, porque se preocupa de los que nadie se preocupa. Así entiende Jesús que Dios es amor.

Por eso dice Jesús a los pobres que ellos tienen una participación especial en el Reino de Dios (Lc 6,20). El les da esta Buena Noticia: los despreciados pecadores están especialmente invitados al banquete de Dios.

Es el conocimiento que Jesús tiene de su Dios el que le hace elegir a quiénes va a hablar de este Dios. Y elige a los marginados, a los enfermos, a los pecadores, a los que nadie quiere, para anunciarles que Dios los ama. La elección no tiene nada que ver con el valor moral o espiritual de los pobres pecadores. Está basada en el horror que Dios siente por el estado actual del mundo y en la decisión divina de venir a restablecer la situación en favor de aquellos para quienes la vida es más difícil. Con ello vemos que Jesús había penetrado muy hondo en el "corazón" de Dios, en el misterio de su voluntad sobre la tierra.

De aquí que Jesús anuncie el Reino de Dios a los marginados de toda esperanza humana y divina; los que no pueden caminar según la ley; los que no eran dignos de escuchar la palabra esperanzadora de la Alianza de Yavé; los que la sociedad y la sinagoga consideraban muertos en vida, inútiles ante el mundo y ante Dios. A estos, más que a nadie, va dirigida la Buena Noticia; estos son los preferentemente invitados a participar del Reino.

Así resulta que los últimos se convierten en primeros. Los pobres de la calle entran en el banquete para ocupar el lugar de los que no comprendieron el corazón de Dios y prefirieron las falsas seguridades (Mt 20,1-16).

Jesús no opta por los pobres por demagogia. Nada más lejos que eso. Sino por fe viva en el amor del Padre. Porque todos somos sus hijos por igual, gratis, ninguno es un "desgraciado". Si una sola oveja se pierde o es despreciada, el corazón del pastor se inquieta, a pesar de tener muchas más (Lc 15,1-7). Por eso el regreso de un solo hijo perdido es motivo de fiesta y de banquete (Lc 15,32). Si los "justos" de Israel quieren excluir a alguien, Dios comienza por buscar y escoger a los que los hombres habían excluido. Todo hombre tiene derecho a la acogida gratuita y maravillosa del amor y de la bondad del Padre Dios ¡Dios es así! ¡Esta es su bondad de corazón de Padre!

Desde el comienzo de su vida Jesús había tenido esta misión. Así lo anunció un ángel a los más despreciados de Israel, los pastores: "Les traigo una Buena Noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador" (Lc 2,10-11). Los pastores están representando a la gente despreciada y marginada por la sociedad; ellos son los elegidos para recibir la "gran alegría" de la "Buena Noticia" que trae Jesús. Así lo reconocería años más tarde el mismo Jesús cuando en la sinagoga de su pueblo se declaró a sí mismo enviado a dar "la Buena Noticia a los pobres", Buena Noticia que es luz y libertad del Padre Dios (Lc 4,18).

Jesús actúa así porque sabe cómo es Dios: desbordante con los débiles, indefensos, desesperados, con los que quieren y no pueden, y con los que ni siquiera son conscientes de que quieren. El refleja en su propia humanidad la actitud de Dios para con los hombres.

La experiencia de conocer a Dios como el Dios de los sencillos y reconocer en la vida de los pobres a Dios como Padre, constituye, pues, la vivencia espiritual más original de Jesús; ahí conoce a Dios como Padre de bondad, de ternura, pronto al perdón, rico en misericordia; un Dios que convoca a todos a la fraternidad destruida por nuestros pecados.

La conversión a Jesús y su seguimiento pasa irremediablemente por hacer de la irrupción de Dios en la vida de los desposeídos, y de la vocación de éstos al Reino, el camino diario de fidelidad evangélica.

 

4. EL GOZO DE QUE ASÍ LO QUIERE EL PADRE

 

Según la tradición evangélica, una sola vez Jesús dirige al Padre una oración de alabanza. La fórmula es breve y sencilla: "Bendito seas, Padre, Señor de cielos y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien" (Mt 11,25-26).

Esta admiración de Jesús fue provocada por la nueva experiencia que estaba viviendo: los secretos de Dios estaban siendo entendidos por los ignorantes y los incultos, mientras permanecían escondidos a los sabios y doctores. El hecho fue tan novedoso para la gente, que mereció ser destacado como algo insólito. Esta era la obra de Dios más imprevista y notable, aunque ya estaba predicha en el Antiguo Testamento.

La oración de Jesús destaca que revelar los misterios a los sencillos es una obra plenamente de Dios. Más aún, el Padre revela en ella su "personalidad". Jesús conoce ahí el estilo del Padre. Un hecho de este tipo revela la mano de su autor. Sólo el Padre podía haber inventado aquello.

Jesús admira la "originalidad" del Padre, opuesta al sentido común humano. Los hombres intentamos casi siempre hacer lo contrario, aun en el caso de la preparación que hace la Iglesia a los que se sienten llamados a seguir las huellas de Jesús.

San Pablo se dio cuenta en Corinto de la renovación del hecho que tanto gozo dio a Jesús: los pobres artesanos recibieron la revelación de Dios, que los sabios de Atenas habían despreciado.

"La locura de Dios es más sabia que los hombres... Lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios..." (1Cor 1,25.27).

Santiago pregunta también con admiración: "¿No fue Dios quien escogió a los que son pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del Reino?" (Sant 2,5).

En toda la historia de la Iglesia el retorno al espíritu evangélico ha partido siempre de los pobres, los marginados o los despreciados. Caso muy destacado fue el de Francisco de Asís.

En nuestra época, en las Comunidades Eclesiales de Base, de nuevo se puede ver la maravilla anunciada con gozo por Jesús. La Palabra de vida está encontrando eco en el corazón de los marginados. El Evangelio está renaciendo entre los hombres y mujeres que la sociedad rechaza y desprecia.

La alegría de Jesús por este hecho sigue siendo un desafío abierto y público. Para la gente de buen corazón, es una llamada a adoptar su mismo punto de vista.

Cada vez que Dios es comprendido por los pobres, el corazón de Jesús salta de entusiasmo. Jesús se alegra de que los suyos sean reconocidos y promovidos. A los ojos de Jesús, el comportamiento del Padre hace resplandecer de nuevo la justicia. Es justo que los que siempre salen perjudicados, cuyos méritos nunca son reconocidos, sean salvados de la marginación y se les ofrezca un papel destacado en las obras de Dios. Esta obra de Justicia del Padre revela la grandeza de su corazón y brilla infinitamente más que todas las estrellas del cielo.

Dios regala su revelación no sólo "a la gente sencilla"; el Reino de Dios pertenece también a los "niños" (Mc 10,14) y a todos los que con espíritu filial son capaces de decir "Abbá" (Mt 18,3). Y así la sala de banquete de bodas se llena, aunque los invitados importantes rehusen venir (Mt 22,1-10); el hijo perdido es reinstalado en sus derechos (Lc 15,11-32); y los publicanos y las prostitutas "llegan antes" al Reino que los piadosos (Mt 21,31).

En la mirada de Jesús la revelación del Padre a los sencillos anticipa el juicio final. Ella no es solamente el anuncio, sino que es ya el principio del juicio y de la sentencia final. La alabanza y el agradecimiento de Jesús son la expresión anticipada del cántico de agradecimiento de la creación entera en el día del juicio final (Ap 2,17-18). Lo que se aclamará al final de todo, Jesús lo reconoce en el momento en que lo ve penetrar en la historia. Jesús percibe desde el principio la originalidad de las obras divinas, la autenticidad de su justicia.

Esta bondad de Dios sobrepasa toda comprensión, significa gozo y júbilo también para los mismos pobres. Ellos han recibido una riqueza ante la que palidecen todos los otros valores (Mt 13,44-46). Experimentan lo que jamás habían experimentado: Dios los acepta, aunque las manos de ellos estén vacías. Con ello se cumplen las antiguas profecías sobre la alegría que el Mesías debía de traer a los pobres (Ez 34,16; Is 29,19; Sof 3,17).

La madre de Jesús, María, poco después de la concepción de su Hijo, se alegró también y bendijo a Dios porque se había fijado en su "pequeñez" para hacer en ella "obras grandes". Y no sólo en ella: la misericordia del Señor "desbarata los planes de los soberbios... y exalta a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1,47-53). Este canto de alabanza de María es paralelo al grito espontáneo de alabanza de Jesús a su Padre por haber escogido a la gente sencilla como destinatarios de su revelación.

Es una constante bíblica el hecho de que Dios exalta a los insignificantes. Acordémonos de los precursores de María y Jesús: Abrahán (Gen 12-18), Moisés (Ex 3-4), Gedeón (Jue 6,14-16), Jeremías (1,5-19), David (1Sam 16,11), Samuel (1Sam 3,1-14), Amós, y toda la larga lista de los pobres de Yavé, que en medio de la pobreza pusieron su esperanza sólo en Dios.

 

5. JESÚS EXPLICA A LOS ESCANDALIZADOS EL POR QUÉ DE ESTA ACTITUD SUYA

 

La predicación y el comportamiento de Jesús era ciertamente una Buena Noticia para los pobres y pecadores. Pero para algunos judíos "justos" aquella predicación era insoportable y blasfema: una mala noticia. El Dios en el que ellos creían no era como el que predicaba Jesús. Por ello buscan continuamente cómo criticar y desprestigiar a Jesús.

Cuando Jesús escoge a Mateo, un pecador, para ser uno de los doce, y va a comer a su casa, la reacción de los fariseos es fulminante: "¿Se puede saber por qué comen y beben con los recaudadores y descreídos" (Mt 11,9). Dicen de Jesús que es un criminal (Lc 22,37), un "impostor" (Mt 27,63), engañador del pueblo (Jn 7,47), "un pecador" (Jn 9,24), un blasfemo (Jn 10,33). Los dirigentes judíos dicen de él que "está loco de atar" (Jn 10,19-20); Herodes se burla de él como de loco (Lc 23,11); hasta sus propios parientes pensaron "que no estaba en sus cabales" (Mc 3,21). Es que su comportamiento con los pobres y los pecadores no era natural. La gente "bien", los "hombres de Dios" de la época no se comportaban así. Era un escándalo atreverse a afirmar que los pecadores, y hasta las prostitutas, eran mejor vistos por Dios que los piadosísimos fariseos (Lc 18,9-14; Mt 21,31). Por ello no es de extrañar que pensasen que sus actos y sus palabras estuvieran inspirados por el mismísimo Satanás (Mc 3,22.30).

Jesús era consciente de todo esto. Y buena parte de sus parábolas las dedicaba a explicar a sus enemigos la causa de su comportamiento. En efecto, las parábolas de la misericordia de Dios están dirigidas a los que no querían entender. Son una defensa y una justificación contra los críticos y enemigos de la Buena Nueva de Dios. Y al mismo tiempo, un intento de hacerles ver y entender.

Veamos, un poco más en concreto, cómo justifica Jesús su Evangelio frente a sus críticos. Lo hace de una manera triple.

a) En primer lugar, en una serie de parábolas dirige la mirada de sus acusadores hacia los pobres a los que anuncia la Buena Nueva. Les quiere hacer ver que "no necesitan médico los sanos, sino los enfermos" (Mc 2,17). El llama a su seguimiento a los despreciados justamente porque están enfermos y necesitan ayuda.

Acerca de este tema pronuncia Jesús la parábola de los dos hijos, el buena gente que no obedece al padre y el respondón que obedece (Mt 21,28-32). La lección es clara y tajante: "Les aseguro que los recaudadores y las prostitutas se dirigen, en lugar de ustedes, al Reino de Dios". Los pecadores están más cerca de Dios que los piadosos fariseos; pues aquéllos, aunque dijeron no a Dios, ahora están arrepentidos y cambian de vida, cosa que no quieren hacer los fariseos.

En otra parábola, la de los deudores (Lc 7,41-50), dirigida al fariseo Simón por su escándalo ante la pecadora, Jesús quiere hacerle entender que sólo los que saben lo que es una gran deuda pueden medir lo que significa la bondad de Dios: ¿No comprendes, Simón, que esta mujer, a pesar de la deuda de su vida, está más cerca de Dios que tú? ¿No notas que te falta lo que ella tiene: un gran agradecimiento? ¿Y que el agradecimiento que me muestra vale ante Dios? Aquella pecadora estaba ciertamente más cerca de Dios que el piadoso Simón, que se escandalizaba de la actitud de Jesús.

b) Los que criticaban la Buena Nueva de Jesús deberían más bien fijar su mirada en ellos mismos para darse cuenta del error en que vivían. Jesús les dice que se parecen al hijo que servilmente dice que "sí" al mandato del padre, pero a la hora de la verdad no le obedece. Se parecen a los viñadores rebeldes y ofensivos contra el dueño de la viña (Mt 21,1-9). Se parecen ustedes, les dice Jesús, a los invitados distinguidos que rechazan la invitación al banquete: ¿de dónde se toman ustedes el derecho de burlarse y despreciar a los pobres que se sientan a mi mesa? (Mt 22,1-10).

c) Donde más luminosamente justifica Jesús el anuncio de la Buena Nueva es en la parábola de la actitud del padre bueno frente al hijo derrochador (Lc 15,11-32). La parábola enseña en magnífica sencillez: Así es Dios, tan bueno, tan indulgente, tan lleno de misericordia, tan rebosante de amor. Se alegra tanto del regreso del "perdido", que organiza una gran fiesta en su honor.

Es muy de notar cómo Jesús subraya en la segunda parte de la parábola la protesta del hijo mayor. Y es que la parábola fue dicha a hombres que se parecían a él, es decir, a hombres que se escandalizaban de esta actitud de Dios hacia los "perdidos". A ellos les dice Jesús: Así de grande es el amor de Dios para con sus hijos perdidos. Ustedes, en cambio, se muestran melancólicos, despiadados y desagradecidos. ¡Sean también ustedes misericordiosos! ¡No sigan insensibles! Los muertos de espíritu resucitan, los que andaban perdidos encuentran el hogar. ¡Alégrense, pues, conmigo!.

Con esta parábola Jesús justifica frente a sus críticos el amor ilimitado de Dios. Ellos tienen que decidirse: ¿aceptan o no aceptan la petición de Dios de alegrarse con él? Jesús no quiebra todavía la caña sobre ellos, aún tiene esperanza; quiere ayudarlos a superar su escándalo ante el Evangelio. Quiere ayudarles a reconocer lo que les separa de Dios, que es justamente la falta de amor y comprensión. Así la justificación de la Buena Nueva se convierte en reproche y en solicitación para ganar el corazón de sus críticos.

La parábola del patrón generoso (Mt 20,1-16) justifica también la Buena Nueva frente a los que la critican. Pronunciada ante hombres que se parecen a los trabajadores gruñones, concluye con una pregunta llena de reproche: "¿Ves tú con malos ojos que yo sea generoso?" (20,15). Dios es como el que tuvo compasión de los desocupados y sus familias. Así obra él. Da parte de su salvación también a los pecadores, aunque no lo merezcan. Así de bueno es Dios. ¿Van ustedes a murmurar por eso?

En la parábola del fariseo y el publicano enseña de nuevo Jesús el "sí" de Dios al pecador humillado y el "no" al que se cree a sí mismo "justo" ante Dios (Lc 18,9-14). Así es Dios, dice Jesús. El es Dios de los desesperados, y su misericordia es inagotable para con todo el que tiene el corazón quebrantado.

Todas las parábolas de Jesús son defensas de la Buena Nueva. No están dirigidas directamente a los pecadores, sino a los que se escandalizan de su conducta con los pecadores. Los que piensan demasiado bien de sí mismos le preguntaban de continuo: ¿Por qué trabas relación con esa gentuza, con la que ninguna persona decente quiere saber nada? La respuesta de Jesús es constante: Porque están enfermos y me necesitan, porque no quisieran ser así, porque son agradecidos. Sobre todo, porque Dios es así, tan bueno con los pobres, tan lleno de alegría por encontrar lo perdido, tan lleno de amor con el hijo degradado, tan clemente con los desesperados, los abandonados, los que están en la necesidad. ¡Por eso!

Muchas veces nos fijamos solamente en la dureza de ciertos ataques de Jesús en contra de escribas y fariseos. Pero no nos damos cuenta de la infinita dulzura que encierran estos intentos de hacerles comprender el por qué de su comportamiento y su predicación. Jesús antes de atacar a sus enemigos intentó repetidas veces dialogar con ellos para hacerles entender...


 

Bibliografía

 

1. JOACHIM JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1980, pgs. 134-138: ¿Quiénes son los pobres?

- Abbá, Salamanca 1983, pg. 334.

- Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1977, pgs. 315-327: Oficios despreciados.

JUAN LUIS SEGUNDO, El Hombre de Hoy ante Jesús de Nazaret, Cristiandad, Madrid 1982, pgs. 171-177.

CVX, Jesucristo, Sal Terrae, Santander 1981, pgs. 53-55: Toda esa gente dejada de la mano de Dios...

CH. SAULNIER, Palestina en los tiempos de Jesús, Cuadernos bíblicos 27, Verbo Divino, Estella 1981, pgs. 40-43: El pueblo.

HOAC, Jesús de Nazaret, Madrid 1985, pgs. 17-24: Los pobres.

J. I. G. FAUS, Jesús de Nazaret y los ricos de su tiempo.

HOAC, Madrid 1983, pgs. 8-28: Ricos y pobres en tiempo de Jesús.

A. NOLAN, ¿Quién es este hombre?, Santander 1981, pgs. 39-51: Los pobres y los oprimidos.

LUISE SCHOTTROFF, Jesús de Nazaret esperanza de los pobres, Sígueme, Salamanca 1981, pgs. 21-41: Publicanos, pecadores, prostitutas, mendigos y tullidos.

 

2. J. L. FAUS, La Humanidad Nueva, pgs. 87-114: Jesús y los marginados.

J. L. SEGUNDO, El hombre de Hoy ante Jesús de Nazaret, pgs. 134-135, 174-175.

L. BOFF, Jesucristo el Liberador, Indo-Américan, Bogotá 1977, pg. 90.

HOAC, Jesús de Nazaret, pgs. 36-64: Jesús y las clases sociales.

J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, pgs. 128-129.

L. SCHOTTROFF, Jesús de Nazaret esperanza de los pobres, pgs. 69-78: El amigo de los publicanos y los pecadores.

A. NOLAN, ¿Quién es este Hombre?, pgs. 53-62: Las curaciones.

J. M. CASTILLO, El Discernimiento cristiano, pgs. 141-150: Caminos de solidaridad.

GUSTAVO GUTIERREZ, Los Pobres y la Liberación en Puebla, Indo-Américan, Bogotá 1979, pgs. 26-36: El "Vindicador de los humildes".

ALAIN PATIN, La Aventura de Jesús de Nazaret, Sal Terrae, Santander 1984, pgs. 87-88: Jesús no es neutral.

J. ANTONIO PAGOLA, ¿Qué podemos saber del Jesús histórico?, Fundación Santa María, Madrid 1984, pgs. 29-35: La actuación de Jesús.

 

3. J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, pg. 137.

J. L. SEGUNDO, El Hombre de hoy..., pgs. 162-163.

CARLOS ESCUDERO, Devolver el Evangelio a los Pobres, Sígueme, Salamanca 1978, pgs. 291-294: Los pastores, destinatarios de la buena noticia.

CVX, Jesucristo, pg. 57.

J. R. GUERRERO, El Otro Jesús, pgs. 171-175.

J. SOBRINO, Jesús en AL. pg. 199.

-Evangelización y seguimiento, en Diakonía 28, diciembre 1983, Managua, pgs. 246-249: La parcialidad de la buena noticia.

G. GUTIERREZ, Beber en su propio Pozo, CEP, Lima 1983, pgs. 69-71: El Evangelio a los pobres.

ALEJANDRO CUSSIANOVICH, Itinerario espiritual de Jesús, en Espiritualidad de la Liberación. CEP, Lima 1982, pgs. 9-11: Jesús, irrupción de Dios entre los pobres.

 

4. J. JEREMIAS, Teología del NT, pgs. 142-143.

J. SOBRINO, Resurrección de la Verdadera Iglesia, Sal Terrae, Santander 1981, pgs. 156-173: La experiencia de Dios en la Iglesia de los pobres.

-La Esperanza de los Pobres en América Latina, en Misión Abierta, nov. 1982, pgs. 120-123: La raíz teologal de la esperanza de los pobres.

HUGO ECHEGARAY, Derecho del Pobre Derecho de Dios, en Anunciar el Reino, CEP, Lima 1981, pgs. 54-60.

J. I. GLZ FAUS, Memoria de Jesús Memoria del Pueblo, Sal Terrae, Santander 1984, pgs. 209-214: El Dios de los pobres.

IGNACIO ELLACURIA, Los Pobres, Lugar teológico en América Latina, en Misión Abierta, nov. 1981, pgs. 225-240.

 

5. J. JEREMIAS, Las Parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1981, pgs. 143-195: El mensaje de las parábolas de Jesús.

C. ESCUDERO, Devolver el Ev..., pg. 293.

J. COMBLIN, La Libertad Cristiana, Sal Terrae, Santander 1979, pgs. 132-144: La controversia con los fariseos.