1
La
fe de Jesús
Acabo de afirmar en la introducción que creo con todo mi ser
que Jesús es Dios, y que esta es la fe de nuestro pueblo latinoamericano. Si
Jesús no fuera Dios, perdería sentido todo lo que vamos a decir de él. Su
vida, su predicación y su testimonio nos serviría de muy poco. Pero creyendo
firmemente en su divinidad, toma una fuerza muy especial toda su humanidad. Este
quiere ser el sentido de este primer capítulo sobre la conciencia y la fe de
Jesús. A través de lo humano de Jesús llegar hasta Dios.
1.
LA CIENCIA DE JESÚS
Hasta no hace muchos años pensaban los teólogos que Jesús
durante su vida terrena lo sabía todo, lo pasado, lo presente y lo futuro;
conocía todas las ciencias, todas las técnicas, todos los inventos que se iban
a realizar a través de la historia. Conocía personalmente a todas las personas
del mundo, sus problemas y sus pensamientos. Decían que Jesús no ignoraba nada
y que cuando durante su vida demostraba no saber algo era solamente porque él
disimulaba para poder así enseñarnos.
Pero en estos últimos
tiempos, en los que tanta gente se ha dedicado a estudiar en serio la Biblia,
hemos sabido aceptar en su profundidad la realidad que muestran los Evangelios:
que Jesús fue un hombre completo, y que, como todo hombre, él no lo conocía
todo, y, por consiguiente, estuvo siempre en actitud de búsqueda y de
aprendizaje, y tuvo dudas en su caminar, crisis y tentaciones.
Esto no dice nada en
contra de su divinidad. Justamente el que Dios quisiera hacerse hombre completo,
con todas sus consecuencias, es una de las asombrosas maravillas de su amor
hacia nosotros.
La humanidad de Jesús no
pudo ser una comedia o una farsa. Y ello sería así si Jesús lo hubiera
conocido absolutamente todo. Jesús, como hombre, tenía que poder crecer en
sabiduría y tenía que tomar sus propias opciones con libertad y dolor. El tomó
sobre sí todas las consecuencias de su encarnación, como, por ejemplo, la ley
de la maduración humana; y todas las consecuencias de nuestro pecado, como la
ignorancia y las tentaciones; sólo que él jamás pecó (Heb 4,15). Si no fuera
así, su pasión y su muerte no hubieran sido verdaderas.
Pero Jesús vivió una
humanidad con mucha más profundidad que cualquiera de nosotros. Y en su
humanidad encontró como lo más íntimo de sí mismo al propio Dios. Jesús se
sabe unido al Padre con una intimidad total y desconocida para nosotros. En su
vida y en su conducta no hay otra razón de ser que el Padre. Hablaremos de ello
largamente a través de todo el libro, y más concretamente, en seguida, sobre
su actitud constante de búsqueda de Dios.
Fijémonos por el momento
en cómo los evangelistas presentan a Jesús compartiendo el saber cultural de
sus contemporáneos. No tienen miedo en afirmar que "Jesús iba
creciendo en saber, estatura y en el favor de Dios y de los hombres" (Lc
2,52). Jesús pregunta con frecuencia para enterarse de lo que no sabe; ignora
el día del juicio; sufre tentaciones; duda del camino a seguir; cambia de modo
de proceder; pide que la muerte se aleje de él. Nada de ello se presenta como
fingiendo, sino totalmente real. No hay razón alguna para negar que aprendió
realmente de sus padres, de su pueblo, de su cultura. Aunque él transformará y
dará una profundidad insospechable a toda la gran riqueza de su pueblo.
Según lo presentan los
Evangelios, Jesús aprende continuamente nuevas cosas y hace nuevas experiencias
que le sorprenden, siempre a partir de las ideas de la cultura de su pueblo. Sin
duda alguna él pasó por un proceso histórico de aprendizaje.
Tiene además, a veces,
como todo humano, crisis de identificación: dudas de quién es él y qué debe
hacer; aunque todo ello envuelto en una profunda fe en la voluntad providente
del Padre.
Hasta tuvo que reconocer
que el Reino de Dios, por causa de la dureza del corazón de sus oyentes, no
llegaría tan rápidamente como él había pensado al principio de su predicación.
Todo esto se explica algo
dentro del misterio sabiendo que Jesús tenía una conciencia humana distinta a
la conciencia del Verbo de Dios. Si las dos conciencias fueran la misma, el
Verbo estaría dirigiendo siempre la realidad humana de Jesús, que se convertiría
entonces en algo meramente pasivo. La conciencia humana de Jesús no era como un
doble de la conciencia divina. En realidad su autoconciencia humana se
relacionaba con Dios en una distancia de criatura, con libertad, obediencia y
adoración, lo mismo que cualquier otra criatura humana, aunque con una profunda
conciencia de cercanía radical respecto a Dios.
Creer que el Jesús histórico
conocía todo, sería confundir su vida terrena con su vida gloriosa de
resucitado. No se pueden atribuir al Cristo terreno cualidades que son sólo del
Cristo glorioso.
Pero sí podemos afirmar
que Jesús tuvo durante su vida momentos de particular claridad y experiencias
de profundidad inaudita y de una apertura única al misterio de la creación y
la vida. El recibió como regalo de
Dios el conocimiento profético necesario para llevar a cabo su misión. Como
revelador, tuvo un conocimiento totalmente único del misterio de Dios y de su
plan de salvación. Jesús hombre, vivía con Dios en una proximidad y una
amistad insospechadas hasta entonces.
Resumiendo: Cristo en su
experiencia terrena tenía dos clases de ciencia: Un saber adquirido en relación
con la cultura de su época, y un conocimiento profético, como don de Dios, que
le capacitaba para cumplir a la perfección su misión de revelador del Padre.
El campo del conocimiento profético estaba delimitado por el de esta misión
suya.
2.
LA FE DE JESÚS
¿Tuvo fe Jesús? A algunos les cuesta admitir que Jesús
tuviera fe, porque piensan que él veía siempre a Dios, como los
bienaventurados del cielo. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta nos va a
llevar a un conocimiento más profundo del mismo Señor Jesús, y al mismo
tiempo nos va a enseñar el valor de nuestra propia fe.
Vamos a ver cómo Jesús
es el auténtico creyente en Dios, que promueve entre los hombres una nueva fe.
Es el hombre total porque ha sido el creyente total.
Aunque en el Nuevo
Testamento no se habla expresamente de la fe de
Jesús, no hay duda de que en numerosos pasajes se le atribuye una
actitud de fe.
Dice la carta a los
hebreos: "Corramos con constancia en la competición que se nos
presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de la fe, Jesús" (Heb
12,2). Según este texto genial, Jesús es presentado como el modelo perfecto de
los creyentes, el que ha llevado la fe a la plenitud de la perfección,
experimentándola en su propia vida, en una situación humanamente muy dura, al
tener que elegir entre el gozo y la cruz, pasando por encima de la ofensa y el
desprecio. Jesús es el modelo perfecto de la fe perseverante: él ha tenido que
luchar hasta el final para dar toda su perfección a su actitud de creyente.
Jesús es el primero de
los creyentes, "el pionero", en cuanto que los demás hemos de
recorrer su mismo camino en la misma actitud. El recorrió nuestro camino de fe
como modelo y precursor. Y lo recorrió como nosotros en la oscuridad de la
tierra; y desde ella practicó la esperanza y la obediencia en medio de la
contradicción y de súplicas y lágrimas. Pero su hastío y su miedo fueron
superados por la fe y transformados en amor. Por eso él es el primero de los
creyentes.
Así como Pablo considera
a Cristo como el primero de los resucitados, el hermano mayor en la gloria,
Hebreos lo considera como el primero que ha vivido ya como resucitado en la
historia por haber vivido plenamente la fe.
De este modo, creer en
Jesús es fundamentalmente creer en lo que él creyó y esperar la liberación
que él esperó y alcanzó. La fe de Jesús enfrenta al hombre con la realidad
"Dios" en la que creyó y con los dioses oficiales a los que se opuso
tenazmente. Por su humanidad Jesús es el camino para llevar a los hombres a
creer en Dios como él creyó y a ser de Dios como lo fue él.
Cuenta San Marcos que en
cierta ocasión en la que los discípulos no habían podido curar a un niño
epiléptico, Jesús protesta diciendo: "¡Gente sin fe! ¿hasta cuándo
tendré que estar con ustedes?, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?".
Y ante la petición del padre que le dice: "Si algo puedes, ten lástima
de nosotros", Jesús le replicó: "¡Qué es eso de 'si
puedes'! Todo es posible para el que tiene fe" (Mc 9,19.22-23). Y en
seguida curó al niño.
Jesús, pues, fundamenta
su "poder" en la fe que le anima. El es el que cree con fe ilimitada.
Por eso puede curar al niño, porque "todo es posible para el que tiene
fe". La fuerza con la que él actúa es la fuerza de Dios, que anida en
todo hombre que tiene fe en él.
Fe aparece aquí en el
sentido bíblico de confianza en Dios. Y en esta línea es la que podemos
afirmar que Jesús tuvo fe, verdadera fe, la fe plena en el sentido total de la
Biblia.
En efecto, en los
Evangelios sinópticos aparece la
fe como confianza absoluta en la omnipotencia de Dios en situaciones humanamente
desesperadas (Mt 9,1-8; Mc 5,21-43; 10,46-52; 7,24-30; Mt 9,27-31; Lc 17,11-19;
etc.). Para San Juan la fe es una entrega total confiada en la persona de Jesús.
Según San Pablo la fe está íntimamente ligada a la actitud de obediencia (Rm
6,16-17; 15,18) y a la confianza (Rm 6,8; 2 Cor 4,18; 1 Tes 4,14). En la carta a
los Hebreos (c.11) la fe es la certeza de una realidad que no se ve, a la que va
ligada la firme confianza en la promesa de Dios y la obediencia fiel del hombre
a Dios.
Esta actitud fundamental,
que en la Biblia se llama fe, es ciertamente la actitud fundamental que define
lo más íntimo, lo más personal y típico de Jesús. El se entrega
incondicionalmente a su Padre Dios y acepta sus planes en absoluta docilidad,
confianza y abandono, aun en los momentos de mayor obscuridad. Jesús superó
siempre toda tentación de apoyarse en sí mismo o en los demás por medio de su
fe-confianza, por su abandono total en el Padre.
De esta manera Jesús es
el jefe de fila, el creador y consumador de nuestra fe. Nuestra condición de
creyentes tiene que estar calcada de la suya. La fe de cualquier persona, como
la de él, se tiene que realizar en la confianza, en el abandono en manos de
Dios y muchas veces en la oscuridad y en la soledad de la cruz.
Creer es lo mismo que
aceptar a Jesús, pero no de cualquier manera,
sino precisamente en su actitud de creyente en medio del dolor.
3.
BÚSQUEDA CONSTANTE DE DIOS Y DE SU REINO
Parece que Jesús no tuvo desde el comienzo una idea del todo
clara acerca de la voluntad de Dios sobre él. No comenzaría sabiéndolo todo
sobre Dios. Jesús pasó por un proceso de "conversión", no como
elección entre el bien y el mal, sino como un ir descubriendo cada vez más
cerca a Dios y cada vez más clara su voluntad.
En todo momento tuvo Jesús
una actitud muy sincera de búsqueda de Dios. Poco a poco, desde sus más
tiernos años, a partir de una actitud constante de oración, fue comprendiendo,
cada vez más profundamente, quién era Dios para él y qué quería Dios de él.
Desde las raíces culturales de su pueblo, desde la meditación constante del
Antiguo Testamento, desde la observación de la realidad de la vida, iluminadas
siempre por una fe sincerísima y profunda, Jesús fue comprendiendo cada vez
mejor al Dios de Israel; se fue haciendo más transparente su actitud de hijo
que se siente querido, hijo débil, agradecido y obediente a "su"
Padre.
Toda la vida de Jesús
estuvo centrada en Dios como Padre. Hablaremos de ello largamente en los próximos
capítulos.
Intentemos por el
momento, ahondar un poco más en su
actitud de búsqueda constante de Dios. Esta búsqueda sincera es expresión
profunda de su fe. La perfección histórica de esa búsqueda de Dios la va
consiguiendo Jesús, por contraste, a partir de dos realidades profundamente
humanas: la tentación y la ignorancia.
En los Evangelios sinópticos
la escena de las tentaciones está centrada a nivel de la fe en lo más profundo
de la actividad y la personalidad de Jesús: su relación con el Padre y su misión
al servicio del Reino. Sus tentaciones nos dan la clave para comprender la fe de
Jesús en su doble vertiente de confianza en el Padre y obediencia a la misión
del Reino: El poder que controla la historia desde fuera o el poder que se
sumerge dentro de la historia; el poder de disponer sobre los hombres o el poder
de entregarse a los hombres. A Jesús se le presentan las dos posibilidades de
afianzar su personalidad concreta a través del verdadero o el falso mesianismo.
En el huerto, la noche
anterior a su muerte, Jesús parece sentir con fuerza la tentación del uso del
poder, pues era lo único que parecía poder salvarle. La agonía del huerto no
es sino la crisis absoluta de la idea del Reino que tuvo Jesús al comienzo de
su predicación. Es la "hora en la que mandan las tinieblas " (Lc
22,53). Y supera la tentación no huyendo del conflicto, sino metiéndose en él
y dejándose afectar por el poder del pecado.
En la pasión, la tentación
toca más que nunca a la fe en Dios. Parece que el Dios que se acerca en gracia
ha abandonado a Jesús (Mc 15,34). La fe de Jesús entra en una tentación
radical: quién es ese Dios que se aleja y exige un total abandono en sus manos
en medio de una absoluta obscuridad. Jesús supera la tentación con la misma
actitud de siempre: "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú
" (Mc 14,36). Que la fe sea total entrega de sí mismo y que el amor
liberador sea amor en el sufrimiento es una novedad para Jesús, novedad que
acepta al vencer la tentación.
Jesús supera, pues, sus
tentaciones históricas y con ello va madurando cada vez más su fe en el Padre
y en el Reino.
Unas páginas atrás decíamos
que Jesús no lo sabía todo. Pues bien, sus ignorancias se convierten desde el
punto de vista de la fe en componentes de la perfección de esta fe.
A la fe le pertenece
dejar a Dios ser Dios. Esto es lo que en el Antiguo Testamento se conoce como
trascendencia o santidad de Dios. En Jesús aparece la absoluta familiaridad con
Dios, su entrega absoluta al Padre, pero siempre en el contexto fundamental de
dejar a Dios ser Dios. Por eso está dispuesto a hacer su voluntad hasta el fin,
incluso en la agonía del huerto. Y por esto también no quiere saber el día de
Yavé: es un secreto que le pertenece a Dios. Jesús respeta la trascendencia de
Dios, y de ahí que sus ignorancias no son ninguna imperfección, sino la
expresión de sentirse criatura de Dios, hijo de Dios; son la expresión de un
mesianismo que vive del Padre y no de su propia iniciativa.
La limitación del saber
de Jesús es la condición histórica de hacer real la búsqueda y la entrega al
Padre, en igualdad de condiciones y solidaridad con todos los hombres. Sólo así
podía entregar Jesús su persona al futuro del Padre.
La fe de Jesús, o sea,
su confianza y obediencia al Padre, para poder expresarse y crecer, necesitaban
de situaciones históricas de conflictividad, de tentaciones y de ignorancias.
Dejar a Dios ser Dios no es cuestión sólo de ideas, sino de actitudes históricas
realizadas dentro de la historia. Por ello en el "no saber" sobre el día
de Yavé, Jesús "sabía" del Padre, precisamente porque le dejaba ser
Padre, es decir, el misterio absoluto de la historia.
4.
JESÚS SE SIENTE ENVIADO DEL PADRE
La actitud que tuvo Jesús desde sus primeros años de
continua búsqueda de Dios y sumisión a él, fue cuajando en una conciencia
cada vez más clara de que Dios le había mandado al mundo con una misión muy
especial.
En sus años de predicación
pública esta conciencia de enviado se manifiesta de continuo. "Yo no
estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente
uno que me ha enviado" (Jn 7,28).
El "Enviado"
puede ser un nombre muy propio para Jesús. "Esta es la vida eterna,
reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús" (Jn
17,3). "Tú me enviaste al mundo", dice Jesús al Padre (Jn
17,18).
Los discípulos lo
reconocen en el momento en que llegan a saber que él fue enviado: "Estos
reconocieron que tú me enviaste" (Jn 17,25). Y el testimonio de su
predicación y su unión será "para que el mundo crea que tú me
enviaste" (Jn 17,21).
Refiriéndose al Padre,
Jesús casi siempre dice: "el Padre que me envió" (Jn
5,23.37). Otras veces no cita el nombre del Padre, sino simplemente dice: "el
que me envió" (Jn 5,14.30; 6,38.39), o "su enviado" (Jn
5,38; 6,29).
Jesús no es simplemente
un mensajero del Padre que trae un mensaje de parte de él: Jesús mismo es el
mensaje. El Padre no decidió enviar regalos a los hombres por medio de Jesús:
envía a su propio Hijo.
Jesús se identifica
plenamente con su misión. No pretende ser nada en sí mismo. Toda su realidad
consiste en desempeñar la función de intermediario, transmisor, comunicación
entre el Padre y el mundo. El es en su totalidad, contacto, mediación, canal
por el cual Dios se comunica con el mundo. Por él pasa el movimiento de
comunicación. Jamás se encierra en sí mismo: es apertura al Padre y apertura
al mundo. No tiene otra personalidad que el servicio del Padre y de los
hermanos: ponerlos a los dos en contacto. Este es su modo de ser
"misionero".
Jesús no tiene vida
privada, no se concentra en sí mismo: siempre habla o escucha. O habla con los
hombres sobre Dios o habla con Dios sobre los hombres; o escucha la voz de Dios
en el mundo o escucha lo que dice Dios sobre el mundo.
Jesús es aquel que oye y
ve, aquel que vive recibiendo y dando. Todo lo que tiene es recibido. "Las
palabras que tú me diste, yo se las entregué a ellos" (Jn 17,8). El
recuerda a sus discípulos: "Les he comunicado todo lo que le he oído a
mi Padre" (Jn 15.15). "Yo no he hablado en nombre mío; no, el
Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir y que
hablar... Por eso, lo que yo hable, lo hablo tal y como me lo ha dicho el
Padre" (Jn 12,49-50).
Jesús es todo lo
contrario a un ser egoísta, encerrado en sí mismo. "Yo no puedo hacer
nada de por mí; yo juzgo como me dice el Padre" (Jn 5,30). "Un
hijo no puede hacer nada de por sí; primero tiene que vérselo hacer a su
padre. Lo que el Padre haga, eso lo hace también el hijo" (Jn 5,19).
Su punto de referencia, su eje, siempre es el Padre.
La palabra de Jesús está
dotada de una autoridad radical, justamente porque no procede de él, sino del
Padre. Su ser misionero es la transparencia de la autoridad del Padre, la
transmisión al mundo de la autoridad, de la fuerza, del amor del Padre. Jesús
no tiene nada en sí, pero por él pasa todo.
La sumisión total de Jesús
al Padre no es algo pasivo o cuadriculado. El encuentra en la Biblia las
instrucciones y las órdenes de Dios, pero sabe ir más allá de la letra de las
Escrituras. El sabe interpretar el espíritu de los textos bíblicos, nunca por
insubordinación, sino por una subordinación mayor al Espíritu de Dios. Su
obediencia es activa y creadora. El encarna en su vida las líneas maestras del
plan de su Padre Dios. Va descubriendo qué caminar concreto es la tradición más
fiel del ideal trazado en la Biblia.
5.
AL PADRE LO CONOCE SOLO EL HIJO
Jesús se sintió enviado del Padre, y en esta su experiencia
de hijo, fue conociendo cada vez más perfectamente a "su" Padre Dios.
En ese sentirse amado y enviado, recibe el conocimiento de Dios. Se trata de un
conocimiento vivido en el movimiento de su propia misión de hijo.
Dice el mismo Jesús: "Mi
Padre me lo ha enseñado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo
conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt
11,27). Es como si dijera: lo mismo que un padre es el único que conoce de
veras a su hijo, también el hijo es el único que conoce de veras a su padre. "Igual
que mi Padre me conoce, yo conozco también al Padre" (Jn 10,15).
Puesto que sólo un hijo conoce de veras a su padre, es él el único capaz de
transmitir a otros ese conocimiento.
En San Juan hay otra
afirmación de Jesús muy parecida: "Pues sí, se lo aseguro: un hijo no
puede hacer nada de por sí, primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que
el padre haga, eso lo hace también el hijo, porque el padre quiere a su hijo y
le enseña todo lo que él hace" (Jn 5,19-20). Jesús quiere decir, con
una comparación familiar, que Dios le ha dado el conocimiento de sí mismo, y
por eso él es el único que puede comunicar a los demás el verdadero
conocimiento de Dios.
Estas afirmaciones de Jesús
son de suma importancia para entender su misión y su fe. Esta conciencia de ser
el enviado del Padre, aquel que de una forma única recibe y transmite el
conocimiento de Dios, la encontramos también en otros muchos pasajes del
Evangelio (Mc 4,11; Mt 11,25; Lc 10,23-24; Mt 5,17; Lc 15,1-32).
¿Cuándo y dónde ha
recibido Jesús esta revelación, en la que Dios le ha concedido el conocimiento
pleno de sí mismo, lo mismo que cuando un padre se da a conocer a su hijo? Los
Evangelios no lo dicen, pero quizás fue en alguna experiencia concreta sucedida
en algún acontecimiento especial. Así parecen sugerirlo algunos textos.
En este hecho de que Dios
le ha abierto su propia intimidad,
lo mismo que un padre a su hijo, se apoya precisamente la autoridad y el poder
de Jesús.
Apoyados en este conocimiento de Dios que tiene Jesús, adentrémonos, a través de los próximos capítulos, a conocer también nosotros, siquiera un poco, la realidad del Dios de Jesús.
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