CAPITULO IV

CRISTO, EL ACONTECIMIENTO ESCATOLÓGICO PARA LA HUMANIDAD, EL MUNDO Y LA HISTORIA

  

A.- En la Sagrada Escritura.

1.- Del hombre.

El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el destino definitivo de la humanidad, quedando por ello el hombre vinculado al destino de Cristo. Una vez que Cristo hubo resu-citado ya no morirá nunca más, de forma que su resurrección es definitiva y sin posibilidades de ser anulada. Cristo ha vuelto a la vida para siempre.

San Pablo afirma que Cristo resucitó como primicias (aparke) de entre los muertos; esto significa que en la resurrección de Cristo está incluida nuestra resurrección, porque pri-micias indica el inicio de una serie. El mismo san Pablo afirma que Cristo es primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29), o de entre los muertos (Col 1,18); primogénito es el primer hijo después del cual vendrán otros, por la misma razón el que se le llame primogénito de entre los muertos —por su resurrección— indica que otros muertos resucitarán después que él.

Cristo resucita en función del hombre; resucita para inagurar el camino que seguirá más tarde toda la humanidad. La resurrección de Cristo significa para el hombre la instauración de la era nueva y definitiva de la salvación: el hombre puede ahora esperar un destino eterno, al asociar su destino al de Cristo en su resurrección.

2.- Del mundo.

El Nuevo Testamento también presenta a Cristo como fundamento de la creación, pues en el himno cristológico de la Epístola a los Colosenses se le llama "Primogénito de toda la creación". Cristo interviene en la creación de todas las cosas, ya que por él fueron creadas todas las cosas y todo tiene en él su consistencia; además, todo cuanto existe alcanza su plenitud en Cristo, pues Dios tuvo a bien residir en él toda plenitud (Col 1,16-19).

En Cristo se recapitulan todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (Ef 1,10); esto significa que fuera de Cristo la creación carece de lógica y sentido, pues él es el principio expli-cativo de todo cuanto existe; y Dios resucitándole de entre los muertos lo sentó a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, y Dominación; bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó cabeza suprema de su Iglesia. El universo tiene que ver con Cristo como Eskaton; ya que en sí misma la creación es imperfecta, incompleta, realmente tiene su plenitud y finalidad en función de Cristo.

3.- De la historia.

Por la Encarnación, Cristo se solidarizó con la comunidad humana. Dios hizo suya la historia, de tal forma que la historia humana se convirtió en historia salvada, redimida. Más aun, con su muerte Cristo se solidarizó con nuestra condición mortal; por eso la resurrección de Cristo trajo como consecuencia que la humanidad quedara totalmente transformada, y que la creación, el hombre y la historia, no fueran ya los mismos.

La glorificación de la humanidad de Cristo ocurrida en el momento de su resurrección implica una transformación total del ser humano y de todo lo creado, ya que el hombre está formado también de materia creada. A partir de la resurrección de Cristo surge entonces un destino trascendente y eterno para todos nosotros, porque lo sucedido a la humanidad de Cristo es lo que sucederá a la humanidad de cada uno. La humanidad de Cristo recibió vida inmortal de Dios y así sucederá también a nuestra propia humanidad, de suerte que la resurrección de Jesucristo es anticipación y garantía de nuestra futura salvación.

 

B.- En el Concilio Vaticano II

El concilio Vaticano II trató sobre la consumación escatológica de la obra de Cristo en su constitución dogmática "Lumen Gentium", capítulo VII, números 48 al 51; de allí se toman los siguientes párrafos:

La Iglesia a la cual todos estamos llamados en Cristo Jesús, y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas, y cuando, junto con género humano, la creación entera, que está íntimamente unida al hombre y por él alcanza su fin, sea perfectamente renovada en Cristo.

Porque Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos; habiendo resucitado de entre los muertos envió sobre los discípulos a su Espíritu Vivificador y por él hizo a su cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación. Estando sentado a la derecha del Padre actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por medio de ella unirlos más estrechamente y hacerlos partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y con su sangre.

La restauración prometida que esperamos comenzó en Cristo; es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia; Iglesia en la cual, por la fe, somos también instruidos acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos encomendó en el mundo y labramos nuestra propia salvación.

La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros. La renovación del mundo está irre-vocablemente decretada, y en cierta forma se anticipa realmente en este siglo, pues la Iglesia, aquí en la tierra, está adornada de verdadera aunque todavía imperfecta santidad. Pero mientras no lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva donde more la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa; y ella misma vive entre las criaturas que gimen con doloroso parto el presente en espera de la manifestación de los hijos de Dios.

"....con verdad recibimos el nombre de hijos de Dios, y lo somos, pero todavía no se ha realizado nuestra manifestación con Cristo en la Gloria en la cual seremos semejantes a Dios, pues lo veremos tal cual es. Por tanto, mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el destierro lejos del Señor, y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior y ansiamos estar con Cristo..." (LG 48).