EL LENGUAJE DE LOS
MÍSTICOS
SANTA TERESA DE JESÚS
Cristina Kaufmann
Elaborado y resumido por el
Centre d’Estudis Cristianisme i Justícia
ÍNDICE
5. Mensaje a nuestra generación
1. ¿QUIÉN ES TERESA DE JESÚS?
Desearía rescatar los
apremiantes deseos de fidelidad y entrega a Cristo de Santa Teresa del museo de
la historia (C 1,5; Excl. 10; Poesías, 29; Excl. 16; Exc.l6, 17; V, 40,22) para
ofrecerlos a los creyentes actuales. Soy consciente de que los escritos de la
Santa no se prestan a un fácil encuadre lógico. Sus escritos se resisten a la
sistematización como las olas del mar a sujetarse a un recipiente separado.
Teresa, más que como objeto de estudio, reclama una inmersión en el torbellino
de una vida dejada enteramente en manos de Dios, que la enciende en su fuego y
la vierte sobre el mundo como un río incandescente de vida, de vigor y de
felicidad, como un simple destello de la vida misma de Dios encarnado en Jesús.
1. La mirada ajena
Un reciente artículo de New York Times Book Review
la presenta todavía como “The original flying nun”, una especie de ovni
extravagante, alejada de la vida común de los mortales.
También Reinhold Schneider en el ensayo sobre Felipe II presenta
un retrato de Teresa, atormentada por la irrupción de lo divino en su vida, por
las exigencias ascéticas que se impone para responder al Dios que la “castiga
con mercedes místicas”, atormentada por el discernimiento de la autenticidad de
sus experiencias y perseguida por los doctores. Algo hay de todo esto en la vida
de Teresa, pero deducir que “más tarde se reconocerá en el ‘desesperado’ al
elegido por Dios” parece responder más al drama personal de Schneider o a las
brumas nórdicas tan alejadas de la luz implacable de la llanura castellana. El
P. Silverio, OCD, la califica de Santa de la Raza, un título que es casi
irreverente con el sentido universalista de sus escritos. El nuncio Sega, que
obstruye la fundación de Teresa, la califica de “fémina inquieta y andariega”
como reproche a su independencia del control de los prelados. También los
teólogos de la Inquisición miran con recelo los proyectos reformadores de esta
mujer que no se atiene a la clausura estricta y tiene la insólita pretensión de
enseñar “sin letras” a los demás. Su audacia la lleva a someter a juicio previo
de los inquisidores algunos de sus escritos. María de San José, una de sus hijas
carmelitas más destacadas, la recuerda amable y dulce en el trato, prudente y
sagaz en el consejo y dotada de espíritu profético. San Juan de la Cruz en el
Cántico Espiritual (CB 13,7), la llama “nuestra madre”, cuando de joven la
denominaba “mi hija”. Con los años descubre más lúcidamente todo lo que le
debe..
2.
La mirada propia
Sin particular preocupación
personal se define como “mujer y ruin...”, pero visitada por el Señor con un
torrente de gracia que la ha convertido en amiga y sierva de su Divina Majestad.
3.
Juicio de la autora
A mi parecer Teresa es una mujer que ha vivido su existencia
como una aventura con Dios en lo hondo de su ser y que ha acertado a expresarla
con vigor, belleza y fecundidad y con gran naturalidad. Quizá sorprenda este
último calificativo, pero me atrevo a hacerlo porque el prodigio de esta vida
consiste en ensamblar lo “sagrado” y lo “profano”, los pucheros y los dolores de
cabeza con los serafines y el mismo Cristo. Amigos, maestros, hermanas, hijas e
inquisidores , todo es parte de ella misma, asumida del todo en el sol de la
divinidad, presente en Jesús, en la Trinidad.
4.
Marco cronológico
— 1515. Nace Teresa en Avila de
padres piadosos. Nadie puede hoy dudar de su ascendencia judía que su abuelo
paterno procuró disimular con una reivindicación de hidalguía. A los dos años de
su nacimiento Lutero proclama sus 95 tesis en Witemberg. Dos proyectos bien
distintos de recibir una misión para bien de muchos. A los trece años pierde a
su madre y se abre a una vida superficial en compañía de primos y sirvientes del
hogar paterno, hasta poner en peligro su honra y la de la familia. En un
convento de agustinas, donde el padre la recluye para su educación, empieza a
preocuparse por su salvación eterna y la conveniencia de profesar como monja.
— 1535. Entra en el Carmelo de la
Encarnación de Avila, donde enferma y casi acaba con su vida un curandero que le
proporcionó su padre. Durante tres años padece una extraña deshidratación, hasta
sufrir un colapso de tres días aparentemente irremediable, hasta el punto de
tener dispuesta la tumba e incluso rezado algún funeral por su alma. Los años
siguientes se mueve entre episodios de poderosa solicitación divina y charlas
insubstanciales con ocasión de conseguir limosnas para su comunidad. Necesita
ayuda externa, pero los confesores no aciertan a intuir el drama interior de
aquella monja simpática, culta, espiritual, honrada y generosa que no sabe como
conciliar su natural facilidad por la amistad y la relación con la exigencia del
Huésped interior que reclama una parte decisiva en su vida.
— 1554.
“Conversión” de Teresa ante una imagen llagada de Cristo (V 10). Dios la inunda
con las primeras gracias místicas. La lectura de las Confesiones de S. Agustín,
que vivió una experiencia similar a la santa pero con una conversión sin
retorno, y las enseñanzas de un jesuita recién ordenado, le ayudan a salir de su
ambigüedad.
— 1556-1560. Experimenta gracias
místicas extraordinarias que la cambian del todo. Visiones, transverberaciones y
raptos se suceden con frecuencia e intensidad. Incomprendida por distintos
confesores que llegan a juzgarlo como obra diabólica. Sufre una tremenda congoja
interior, aumentada por la quema de muchos libros espirituales, que la privan de
sus consuelos. San Pedro de Alcántara, la consuela y le asegura la autenticidad
de su oración y de sus gracias.
— 1560. En septiembre se reúne en su
celda acomodada con otras monjas y familiares y decide fundar un monasterio
nuevo, según la Regla primitiva, con renovado fervor y con profunda intención
apostólica de ayudar a los “defendedores” de la Iglesia. Su itinerario viene
guiado por los retos externos –reforma luterana, descubrimiento de América–, la
obediencia a los confesores, los permisos de los superiores, mas que por sus
revelaciones particulares.
— 1562. El 24 de agosto, funda el
primer monasterio de carmelitas descalzas, San José de Avila. Gran alboroto en
la ciudad y dificultades para obtener los permisos pertinentes. Vive cinco años
tranquilos. Escribe unos “apuntes” que serán el primer esbozo del Libro de la
Vida.
— 1567-1582. Fundación de 17
monasterios de monjas y dos conventos de frailes carmelitas descalzos. Fundación
de otros conventos masculinos, pero sin intervención directa de Teresa.
— 1571-1574. Priora de la
Encarnación.
— 1562-1582. Veinte años de plenitud
humana y mística. Escribe, funda, negocia, es una monja atípica, “inquieta y
andariega”, suspirando por la soledad de la celda y viviendo en todos los
caminos y posadas, en las ventas o en los palacios. Escribe las Fundaciones,
el Camino de Perfección, Conceptos del Amor de Dios o
Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares (coetáneo al encarcelamiento de
Fray Luis de León por el comentario al mismo libro), las Relaciones a sus
confesores y una infinidad de cartas.
— 1577. En julio empieza la
redacción de Las Moradas o El Castillo interior, a requerimiento
del P. Gracián y para ayudar a sus hermanas en la oración, “que mejor se
entienden el lenguaje unas mujeres a otras”. Acaba en noviembre. Son meses
tranquilos ya que el nuncio la había “castigado” a aislarse en un monasterio. El
3 de diciembre S. Juan de la Cruz es secuestrado en Avila por los carmelitas
calzados y recluido posteriormente en la carcelilla de Toledo.
— 1578-1580. Pugnas epistolares con
Roma y con Felipe II por la erección de la nueva rama carmelitana, separada de
los calzados. Las incomprensiones de unos y otros, le cuestan las últimas
fuerzas. En Burgos tiene lugar la última de sus fundaciones. Ve impresas las
Constituciones de la orden, como garantía de continuidad. El Libro de la vida
permanece en poder de la Inquisición hasta su muerte.
— 1582. Muere en Alba, de camino a
Avila, obediente al provincial que la manda a visitar a la duquesa que había
tenido un hijo.
2. SU LENGUAJE
El lenguaje de Teresa
amalgama la compleja herencia cultural castellana del s. XVI con su historia
personal. Su vida entera es lenguaje místico porque destila siempre la presencia
del divino misterio. No se puede separar fácilmente la palabra de la obra. Hay
que atender a su existencia para introducirnos en su lenguaje.
Parece que lo que sabe
o aprende en contacto con letrados y confesores lo pone al servicio de la
formulación de su experiencia como un servicio a los demás. Así escribe: “... y
este amor (a sus hermanas), junto con los años y experiencia que tengo de
algunos monasterios, podrá ser aproveche para atinar... No diré cosa que en mí,
o por verla en otras, no la tenga por experiencia” (cf. Prol. 3). Sus escritos
brotan de la pasión por Dios. No es prisionera de las bellas palabras sino que
se lanza siempre a transmitir lo que le acontece con Dios y de lo que ella es a
la luz de Dios. Teresa intenta hablar siempre desde el punto de contacto de lo
que vive y del misterio que la circunda.
Teresa es una persona
con una excepcional capacidad de relación. Siempre escribe para alguien, nunca
para si misma o para el papel. El amor en su forma de amistad le hace vivir la
comunión, la armonía y la fecundidad, la unidad esencial de la experiencia de
Dios en la oración, la convivencia y la misión, como hilo conductor que lo
conduce todo hacia Dios. Leyendo a Teresa me parece comprender que es incapaz de
“experimentar” nada que no sea Dios o la lleve hacia Él.
1. Heredera de las
místicas de la Edad Media
Hasta hace poco había considerado a Teresa como una excepción sin
precedentes, como la doctora excepcional que inaugura un nuevo estilo de
presencia femenina en la Iglesia. He conocido posteriormente estudios serios
sobre otras mujeres, en el ambiente monástico y contemplativo medieval, que
vivieron su aventura mística y se atrevieron a expresarla y enriquecieron con
ello a la Iglesia desde una óptica femenina.
Teresa comparte con Hildegarda de Bingen, Hadewijch de Amberes,
Beatriz de Nazaret, Margarita de Porete, etc. la urgencia de comunicar la verdad
de su experiencia. Tiene en común con ellas que no recluye su experiencia
mística en un aislamiento ensimismado, ni en una ascesis voluntarista, sino que
la abre a una vida activa y contemplativa a la vez que tiene como nexo la vida
de Cristo: estar con Él.
Desde luego su ideal de vida monástica es distinto. Le infunde un
ideal apostólico muy subrayado. Estar con Jesús, la oración, la pobreza, la
clausura son una forma de hacerse presente a un mundo en dificultades como el
del s. XVI. No parece que Teresa conociera las místicas de la Edad Media ni la
historia oficial las ha tenido demasiado en cuenta. Creo que sería una gran
aportación a la historia de la Iglesia un buen estudio comparativo entre estas
místicas que no han dejado apenas rastro en la historia oficial de la Iglesia,
escrita casi exclusivamente por varones. Sería una aportación valiosa al
movimiento feminista en la Iglesia.
Mujer, escritora y con experiencia interior resultaba una tríada
explosiva en el medievo y también en el tiempo de Teresa. No se le ahorraron los
retos de Hadewijch de Amberes, de Angela de Foligno o de Margarita de Oingt.
Comparte con ellas el deseo de transmitir su experiencia interior y también la
urgencia de aportar algo válido al diálogo audaz y renovador que responde al
momento del descubrimiento de América y de la Reforma. En un tiempo poco apto
para “negocios de poca monta” en el trato con Dios, las mujeres tienen que
aportar lo posible en tal situación y Teresa aporta su experiencia interior de
Dios. Hace teología en primera persona del singular.
Esta forma de teología sería especialmente necesaria hoy, para
librarnos de documentos, esquemas y tratados fríos y sin tensión ni brío para el
camino. Teresa entiende que el único antídoto contra el fuego devorador del odio
y las guerras de su tiempo es otro fuego, el del amor de Dios. Su lenguaje lleva
este fuego en las entrañas y es arrastrado por él. Cambia de interlocutor con
gran facilidad: sus hermanas, los confesores o letrados, los futuros lectores,
Dios y al mismo Jesús. Es tal su deseo que parece querer inflamar al mismo Dios:
“Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme esconder yo de Vos, como Vos de
mi, que pienso y creo del amor que me tenéis que no lo sufriérais; mas estáisos
Vos conmigo y veisme siempre. No se sufre esto, Señor mío; suplicoos mireís que
se hace agravio a quien tanto os ama” (V, 37,8).
Teresa tiene en común con las “mujeres religiosas” medievales la
intuición de que está aconteciendo algo nuevo en la Iglesia. Que su persona es
solicitada para explicitarlo en una nueva pobreza, una nueva comunidad y una
relación con Dios distinta a la descrita en los libros doctos. Y comparte con
ellas los mismos recelos de los guardianes de la ortodoxia y las calumnias que
la acompañarán toda su vida. En la religión el lenguaje nuevo es un riesgo,
aumentado en Teresa, por una insólita actividad.
La relación de Teresa con sus confesores es semejante a la de las
místicas medievales. Es consciente de su autoridad carismática. Su humildad no
le impide confesar que Dios le enseña cosas que aprovechan a los que la
atienden. Los doctos de su tiempo no esperaban que hablara de Dios hablando de
sí misma. En el s. XIII un teólogo de París llegó a la conclusión de que las
mujeres pueden ser doctoras en teología, pero por gracia divina, por caridad de
Dios, no ex officio, es decir, en silencio, privadamente, no en público ni
delante de la Iglesia (cf. Victoria Cirlot y Blanca Garí: La mirada interior, ed.
Martínez Roca, pag. 28). Teresa vive en el mismo marco. Acepta lo irremediable
de la situación pero es consciente de que con la “dama” humildad no sólo se da
jaque al rey divino sino también a los varones que quiere conducir a la misma
hoguera que la inflama. Para ella, todo, censores y escritos forman parte de la
misma verdad: vivir a Dios con plenitud ya ahora, gracias al Espíritu. Todo lo
demás es relativo.
Teresa escribe también porque necesita verter al exterior los
horizontes ignotos que descubre en la presencia de Alguien en su interior. Su
talento de escritora le ayuda a comprenderse a sí misma. Sólo en un segundo
momento escribe porque se lo mandan o se lo solicitan sus hijas. Su carisma de
maestra lo ejerce por docilidad a Dios.
En las místicas medievales ya aparece la aventura personal en su
singularidad única, más que como miembro de un colectivo. Pero la aventura
mística no es tanto la gesta singular sino lo que les “acontece” por parte de
Dios. Cuando Teresa escribe su Libro de la vida crea un estilo nuevo; no
narra las “grandes mercedes” sino sus muchos pecados. Quiere ser una confesión
de la irrupción de la luz sobrenatural más que la narración de sucesos
extraordinarios. Si narra sus gracias místicas es porque en el fondo tienen el
mismo fundamento: el Señor mira con bondad a su criatura y la eleva. Es un amor
de inmediatez que la posee sin dejar de sufrir la “ausencia” propia de la
condición humana.
2. Formación en la
familia, cultura contemporánea
La familia de Teresa extrema su religiosidad como prenda de su
hidalguía, puesta en cuestión en pleitos que arruinaron a su padre. Su nivel
cultural es elevado para la época. Disponía y leía vidas de santos, “Flos
sanctorum” y novelas de caballería. Teresa los devora con su madre y sueña con
amplios horizontes de aventura. Posteriormente en casa de su tío de Hortigosa se
aficiona a los buenos autores: Francisco de Osuna, San Gregorio, San Agustín,
San Jerónimo, el Cartujano, Fray Pedro de Alcántara. No parece conocer en cambio
nada de las místicas anteriores. El ambiente familiar, roído por la pobreza y
los avatares de sus numerosos hermanos le hacen saborear la inanidad del mundo.
A pesar del cariño familiar, vive una profunda soledad que la anima a buscar al
amigo que nunca falla: Dios mismo. Desde joven busca tener a su lado gente de
letras, ya que los claustros oficiales le están vedados. Mas tarde los claustros
conventuales serán espacios donde el saber desde el amor alimentará a sus
hermanas.
3. OBRAS
ESCRITAS
1. Libro de la Vida
Relaciones o Cuentas de conciencia
El Libro de la vida es la detallada exposición de sus
vivencias interiores con el fin de no ser engañada. Los primeros apuntes son de
1562. No es una autobiografía factual sino una exposición de cómo Dios se halla
en su vida. Idéntica finalidad persigue con las Relaciones, entregadas a
sus consejeros desde 1560 a 1581.
Me remito a los buenos estudios existentes. Intentaré exponer
como leo la vida de la Santa y comentar algunos pasajes.
Subrayaré en primer lugar, la capacidad de conexión con el
lector. Lo que se redactó como la experiencia mística de una monja castellana
del s. XVI, se convierte en espejo del alma femenina tocada en todas sus
dimensiones por el Misterio. Teresa nunca está sola en su papel, siempre está
acompañada por Dios mismo. Esta compañía confiere al relato una vivacidad que
arrastra al lector a su propia relación con el Misterio. Su autobiografía es
teología de la encarnación, no sólo por su cristología, sino por su confesión de
la verdad trascendente como fundamento de cada vida humana.
Su capacidad comunicativa con Dios, Cristo, las hermanas, el
confesor le viene de su esencial actitud “re-ligiosa”. Se sabe totalmente
vinculada a Dios y sólo desde ahí puede vivir intensas relaciones sin naufragar
en la superficialidad.
El Libro de la vida agavilla autobiografía histórica,
reflexión interior, confesión de sus pecados, oraciones de alabanza o súplica,
de intercesión, de imprecación amorosa, reflexiones personales sobre personas y
sucesos de la historia de su tiempo. La parte más profunda se refiere a las
“mercedes” de Dios, ensamblada en el relato con una naturalidad admirable, fruto
de su convicción de que en la vida lo más “natural” es Dios mismo. Naturalidad
sorprendente para los mismos creyentes de hoy perdidos en la búsqueda de la
radical unidad de su vida.
Superadas las complicaciones de la fundación de San José, Teresa
tiene un momento de calma para poner orden en su propia existencia y dar cuenta
de las corrientes de su vida interior. El libro obedece a esta exigencia. Creo
que contempla como a “media jornada” la obra de Dios en ella. Y el Señor
aprovecha esta pausa para acosarla de nuevo como testigo de sus misericordias
con los hombres.
Concluye el libro con una exposición de su estado de ánimo.
Después de narrar numerosas experiencias místicas, en el capítulo 40 expone sus
dudas y peticiones. Y concluye: “De esta manera vivo ahora, señor y padre mío.
Suplique vuestra merced a Dios, o me lleve consigo o me dé cómo le sirva” (cf. V
40). Le quedan 20 años de trabajos y relaciones con miembros de la sociedad de
su tiempo, que ofrecen un paralelo con la apasionada vida de San Pablo.
El Libro de la vida y las Relaciones son el
itinerario directo al alma de Teresa. La Vida concluye en 1565 con la
fundación de San José. Las Relaciones abarcan prácticamente toda su vida
de monja descalza, la primera es de 1560 y la última de 1581, un año antes de su
muerte. Las Relaciones nos presentan como en vistas fijas toda la
corriente interior de su espíritu, vivencias, secretos de consultas
espirituales, avisos a frailes carmelitas y nos permiten contemplar la imagen
que la Santa tenía de su propia existencia y admirar su gran libertad y
autonomía ante quienes tiene como jueces de su vida interior.
El Libro de la Vida se puede estructurar en cuatro partes:
— Cap. 1-10: Infancia y juventud;
conversión y vida nueva.
— Cap. 11-22: Tratadito sobre la
oración; alegoría del huerto; Cristo.
— Cap. 23-31: Incidencias de sus experiencias cristológicas;
en el cap. 24 se libra de amistades a medias y se enamora de Cristo.
— Cap. 32-40: Fundación de San José y nuevas gracias místicas.
2. Castillo interior o
Moradas Cartas
A pesar de las dificultades El Castillo interior es una
obra que escribe a gusto. El Libro de la Vida estaba a juicio de la
Inquisición y pensaba que había cosas de utilidad para las monjas que podían
completarse con experiencias de los últimos años. No escribe más que a mandato
del Padre Gracián y con la aprobación del confesor.
Los acontecimientos de los últimos doce años son interpretados a
la luz del magisterio de Juan de la Cruz con quien trató a partir de 1568. Es la
obra de plenitud, escrita en los meses de julio a noviembre de 1577. En cierta
manera es continuación de la Vida con los años que van de 1565 a 1577 y a
la vez una relectura del mensaje espiritual de su vida en una visión más
unitaria y profunda.
El prólogo parece negar la buena disposición que hemos afirmado
hace un momento. Desde el primer capítulo reacciona contra esta desgana y la
falta de inspiración se convierte en un caudal de doctrina espiritual que fluye
con gran abundancia y agilidad y arrastra al lector hacia una vida inmersa en la
de Dios. Comunica su experiencia mística como señuelo de sus lectores y dibuja
un programa pedagógico como guía del proceder evangélico. Teresa invita a vivir
la vida cristiana desde la maravilla de la inhabitación de Dios en el alma,
dejando de lado moralismos y observancias, en paralelo con el propósito de Pablo
de superación de la ley. El recorrido del camino es el itinerario de la
santidad. El libro se asemeja a una sinfonía, cuyos primeros acordes insinúan la
armonía final y esta se enriquece con las bellezas creadas a lo largo de la
obra. Los últimos números del Castillo interior vuelven a los primeros
párrafos, enriquecidos a lo largo del itinerario.
Las Primeras Moradas
nos sitúan en un plano antropológico donde aparece
quien es la persona humana, para entrar de inmediato en la trascendencia por la
oración. El título sintetiza perfectamente el contenido: “En que se trata de la
hermosura y dignidad de nuestras almas, pone una comparación para entenderse y
dice la ganancia que es entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios, y
cómo la puerta de este castillo es la oración”. Mirada que contrasta
sensiblemente con la valoración de la persona, vigentes en otras épocas, en
ámbitos de la vida religiosa. Toda la obra se basa en tres elementos: su
experiencia interior, los símbolos y la palabra bíblica. Lo atestigua el primer
párrafo: “Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, se me ofreció
lo que ahora diré para comenzar con algún fundamento, que es considerar nuestra
alma, como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos
aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas... un paraíso adonde dice El
tiene sus deleites” (1,1b-7).
Teresa advierte con insistencia que el camino espiritual no es un
proceso lineal, sujeto a una pauta determinada. Y, por tanto, el lector no debe
sentirse atado al esquema de la obra. Los cinco capítulos iniciales exponen la
vertiente ascética del camino. Los restantes veintidós se refieren al terreno
místico: el alma se deja seducir por el Espíritu de Dios que la habita. Nos
introduce a un doble plano de experiencias interiores: la dinámica gracia-pecado
y la experiencia de la inhabitación trinitaria en el alma., inmerso todo ello en
la cotidianianidad del humano existir.
En Las Segundas Moradas persisten los dinamismos
desordenados y la necesidad de afianzarse en una opción radical. Se trata de una
guerra entre la razón que cree equivocadamente que lo temporal vale algo y la fe
que enseña que la muerte acaba por imponer la verdad. (2M,4). Una y otra vez
insiste en la necesidad de “entrar en casa propia”. Las mortificaciones
aparatosas no tienen un lugar decisivo en la ascética teresiana porque son sólo
acompañantes de la transformación interior que es obra exclusiva de la gracia.
Si en tiempos las practicó fue como demostración de amor y no esfuerzo de
superación. Comprendió que la aceptación amorosa de las dificultades de la vida
es la forma más adecuada del amor.
Las Terceras Moradas
diseñan un programa de vida espiritual y de oración;
pero la aridez y la impotencia llevan a la persona a apoltronarse en una vida
pseudo-religiosa, que adora no al Dios verdadero, sino a la imagen propia de
Dios. Es un estado gris y de gran peligro. El riesgo está en creer que los
esfuerzos propios van a llevar a la mística, robándole a Dios el protagonismo.
La sequedad, la ausencia y el vacío desbancan la autoseguridad y la suficiencia
en el camino. “Y creedme que no está el negocio en tener hábito de religión o
no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de
Dios en todo y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare
de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya” (3M
2,5-6ss)
Las Cuartas Moradas
dan paso al camino místico propiamente dicho, cuando brota
una fuente interior de gracia y luz infusa. La persona de oración se sitúa en
una receptividad agradecida, alejada del activismo indiscreto en la oración. “No
está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho (1,7). De ninguna manera desea
que la inteligencia quede al margen de la experiencia de Dios: “preguntar a
letrados, desear saber, la formación es alimento del alma de la persona que va
por el camino de oración (cf. 1,9). Subraya la diferencia entre la meditación y
la oración regalada por Dios con la imagen de los dos pilones de agua que se
llenan por conductos que brotan del manantial que es Dios. (4M 2,4-5). El camino
que propone Teresa a sus hijas pasa por el umbral de lo divino que lo inunda
todo y que lo transforma todo en “vida interior”. Su vida en el tiempo de la
redacción de estas páginas es un ejemplo de esta toma de conciencia del misterio
en el seno de la existencia total. En el capítulo tercero hay un bello
paralelismo con San Juan de la Cruz al describir la llamada interior de Dios: “
Visto ya el gran Rey que está en la morada deste castillo, su buena voluntad,
por su gran misericordia quiérelos tornar a Él y como buen pastor, con un silbo
tan suave que aun si ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y
que no anden tan perdidos... y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que
desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados” (4M 3,2). Cf Cántico
B cap. 14-15.
Las Quintas Moradas
describen la experiencia de que en ciertos momentos hay una
comunión tan íntima entre el alma y Dios que “la deja boba”, “fija Dios a si
mismo en lo interior de aquel alma” de manera que nunca más puede dudar de ello
aunque pasen años”. Y lo expresa con la alegoría del gusano de seda que muere en
el capullo para “renacer” como mariposa blanca a una vida en el Espíritu. En
esta situación el alma siente que “todo se le hace poco” para servir a Dios pero
se siente al mismo tiempo bañada por una paz profunda nacida del encuentro con
Dios. El inicio de la mística no es descanso ni disfrute, sino comienzo de “otra
vida”, de una comunión de anhelos y trabajos con Jesús y por su Reino, “salvar
almas”. Teresa nunca pierde de vista que la gloria de Dios es la salvación del
hombre entendida como asunción de la comunión de vida trinitaria. Todo, oración,
sacrificio, actividad es penúltimo ante el Amor en la Trinidad.
Las Sextas Moradas
representan un estado místico consolidado en el “desposorio”.
Una nueva forma de ver la vida acompaña al alma en todo momento. Pero no
significa estar por encima de los límites estrechos y, a veces, humillantes de
la condición humana. El símbolo del desposorio no es la unión plena de las
últimas moradas. Se trata del deseo inflamado del Esposo que crece en medio de
“trabajos” como los juicios envidiosos, las admiraciones inconsideradas,
enfermedades, confesores “tan cuerdos y poco experimentados que no hay cosa que
tengan por segura”, sensación de lejanía de Dios, como si no se le hubiera
querido jamás, gracias místicas como imágenes irreales. Lo peor es un estado de
ánimo depresivo “porque si reza es como si no rezase... no están las potencias
para ello, antes hace mayor daño la soledad, con que es otro tormento por sí
estar con nadie ni que la hablen. Así por muy mucho que se esfuerce, anda con un
desabrimiento y mala condición en el exterior, que se le echa mucho de ver”(6M
1,13).
Es Dios mismo y no la actividad ascética la que elimina el temor
y el peso de la propia miseria. De este punto nace el carisma fundacional de
Teresa como respuesta a la pura iniciativa de Dios. Alerta del peligro de
prescindir de la vida de Cristo en la oración como garantía del proceso de
crecimiento espiritual.
Quizás sean estas moradas las que nos resulten más difíciles de
entender ya que abundan en experiencias personales de Teresa como comunicación
sublime del misterio divino en el misterio humano, aunque siempre respire un
realismo que nos toca de inmediato.
Las Séptimas Moradas
dan entrada a las gracias cristológicas y trinitarias
del matrimonio místico. Es la culminación de la plenitud y simplicidad de la
santidad tal como Teresa la ha vivido. Servir a Dios sirviendo a los hombres es
la cumbre de la mística y en este sentido los textos de la santa son muy claros
respecto a la plena inserción en la acción. Son capítulos autobiográficos que
manifiestan el panorama que ha de vivir toda persona deseosa de configurarse con
Jesucristo.
Es el prodigio de la paz divina encarnada en una existencia
concreta. Nada mejor que leer sus propias palabras (7M 3,8-11).
La santa se pregunta para que sirven las gracias místicas
descritas en 7M 1,7-8, pregunta muy adecuada a nuestra mentalidad utilitarista.
Dice que ”No es para solo regalar estas almas –que sería grande yerro” sino para
“darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado... para poderle
imitar en el mucho padecer... Oh hermanas mías, qué olvidado debe tener su
descanso, y qué poco se le debe de dar de honras, y qué fuera debe estar de
querer ser tenida en nada el alma donde está el Señor tan particularmente...
toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará
el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este
matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras (7M 4,4-6ss).
Y aclara con fuerza que el camino místico no consiste en
construir “torres sin fundamento” sino crecer en el amor: “Hacerse esclavos de
Dios, a quien –señalados con su hierro, que es el de la Cruz, porque ya ellos le
han dado su libertad– los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo
fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced; y si a esto no se
determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque de todo este edificio...
es su cimiento humildad, y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien, no
querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo” (7M 4,9 y 7M
9-10).
Las Cartas
son muy importantes para comprender sus obras. Es de destacar la
variedad de temas, niveles y destinatarios. Desgraciadamente sólo se ha
conservado una parte de su epistolario. Se han perdido, por ejemplo, todas las
dirigidas a San Juan de la Cruz, probablemente destruidas por el Santo para
evitar problemas. Las que se conservan datan de los últimos 20 años de su vida,
del periodo místico y fundacional.
Nos encontramos en ellas con la mujer emprendedora, fundadora,
madre y maestra que sabe llevar las riendas de relaciones complejas y aun
encontradas. Se nos manifiesta en los altibajos de la condición humana. Su
estilo es muy llano, directo y sin afectación, incluso cuando habla de temas
espirituales.
Es llamativo el número de personas que desfilan en su
epistolario. No tiene dificultad en explicar lo que le sucede en cualquier
terreno. Contrasta con tantas monjas posteriores que por falsa humildad se
autoexcluyen en sus cartas. Teresa no duda en utilizar un papel y un formato
elegantes y dignos. Los admiradores de la Santa las consideraron más como
reliquias, incapaces de encajarlas con la sublimidad de sus obras. Se editaron
lentamente, incluso destruyéndolas y siempre seleccionándolas según criterios
“espirituales” del tiempo de edición.
Comentaré brevemente algunas del período de redacción de las
Moradas. La cumbre de la vida mística en que Teresa está como afincada en esta
época no está reñida con la más cruda inserción en la vida real de mujer de 62
años, enferma, cansada, agobiada por mil asuntos y problemas en su obra
fundadora. A las enfermedades personales se suman las calumnias contra algunas
hijas suyas y el P. Gracián; muere el nuncio que le era favorable y le sucede un
declarado enemigo. Poco después Juan de la Cruz es llevado preso de Avila a
Toledo.
Una de sus preocupaciones es la salud de su confidente, el P.
Gracián, “desaguadero” de su alma. (9 enero 1577) (diciembre 1577). En una carta
a un sacerdote de Malagón afloran los problemas y desequilibrios de algunas
hermanas de una comunidad y las intervenciones no siempre acertadas del confesor
que la dividen. El tono de la Santa no hace sospechar que vive inmersa en los
últimos estados místicos de su trayectoria y dedicada a la redacción de su obra
maestra. (Carta nº 352 a Gaspar de Villanueva en Malagón, Toledo 2 de julio
1577).
A María de San José, tal vez la hija más insigne de las
contemporáneas de Teresa, le escribe interesándose por su salud y la de algunos
enfermos y por algunos problemas de la comunidad de Sevilla (a María de San
José, 11 de julio 1577). Se lamenta de las presiones del arzobispo para admitir
una aspirante “beata melancólica”. El tono de la carta no puede ser más casero y
sencillo.
El 22 de octubre de 1577 escribe a la misma priora desde Avila.
La carta es una muestra de la borrasca que sacude su vida y su incipiente obra.
La carta a la Madre Ana de San Alberto en Caravaca revela las preocupaciones por
el nuevo nuncio. Las angustias de Teresa por las calumnias contra el P. Gracián
se reflejan en un carta al jesuita Gaspar de Salazar de 7 de diciembre de 1577).
Leer conjuntamente lo que escribe semanas antes en los últimos capítulos de las
Moradas con lo que expresa esta carta proporciona una idea exacta y equilibrada
de lo que quiere decir “obras, obras, que nazcan siempre obras”, como esencia de
la mística teresiana.
3. Camino de
Perfección Fundaciones
El Camino de Perfección (1566-1567) y las
Fundaciones (a partir de 1573) son obras en que predomina el tono
de conversación. Escribe la primera a petición de las hermanas del monasterio de
San José que le han solicitado algo sobre la oración. Con experiencia cierta y
en una época de algún sosiego acomete la tarea con su talante de maestra y
madre. Quiere ayudar a las hermanas a vivir el ideal contemplativo en el amplio
horizonte de la Iglesia de su tiempo. El desgarro de la Reforma, los errores de
los “espirituales” alejan a “mujeres ignorantes” de la oración por miedo a caer
en heterodoxia.
Teresa está ansiosa de dar ánimos a sus compañeras de ideales
religiosos. Es consciente de lo que sucede en la sociedad de su tiempo y por
esto al dirigirse a ellas tiene una palabra crítica, valiente, evangélica y
femenina sobre este contexto. Teresa sabe que su aportación consiste en vivir la
radicalidad evangélica en la oración, en el “pequeño colegio de Cristo”, como
llama a su comunidad. Cristo es el centro y vínculo de unión de todo el grupo.
Nos introduce de lleno en el ambiente de amistad, de sinceridad y confianza,
hablando con sus hijas de los asuntos que las afectan. Desempeña el papel de
priora y enseña a vivir en cristiano en el contexto de las censuras, las quemas
de libros, las amenazas inquisitoriales, la fragilidad de la nueva fundación, la
condición de mujeres sujetas a tutela de varones. En este marco han hallado un
estilo de vida evangélico que satisface las mayores aspiraciones de una mujer de
vivir la libertad de hijas de Dios desde la oración y la contemplación, en
seguimiento radical de Jesús, que todos sean uno en el Padre y lleguen a la
plenitud de vida en Él por el amor. Aquí se hallan las bases de la vida del
Carmelo que ella funda (C 1,5), sin perder nunca la comprensión de la frágil
condición humana. (C 1,6).
Los primeros 16 capítulos son de una pedagogía práctica
deslumbrante. Aunque se meta “entre los pucheros” de un grupo humano, no pierde
jamás la meta de seguir a Cristo y con Él dirigirse al Padre. La oración no es
una práctica de horario fijo, sino una forma de vivir el misterio cristiano. Por
esto, pone sobre el tapete las realidades humanas, los mecanismos psicológicos y
las limitaciones y posibilidades. Su sensibilidad femenina la empuja a hablar de
las nimiedades de la vida cotidiana para hacer comprender que la vida mística no
excluye nada de lo que integra la vida humana.
Empieza hablando de la pobreza y de lo que ve en la sociedad (C
2,6; C 2,9-10).
Habla luego de los fundamentos de la oración (C 4,4). A
continuación capítulos largos sobre el amor al prójimo, a las hermanas, a los
confesores y a “los que hacen bien a nuestras almas”. Son reflexiones de gran
sensibilidad femenina con algún titubeo cuando habla del afecto a los
confesores, pero es firme y directa al ambicionar una formación seria y al
reivindicar la libertad y la posibilidad de ejercerla. (C 5,4-5). La libertad en
el amor no le sugiere medidas ascéticas que dejan el corazón frío y rígido sino
que encuentra en sus gracias místicas el suelo firme donde hallar un amor puro y
firme. El tema de la afectividad en la vida religiosa tiene en Teresa páginas
muy hondas.
La pobreza es para Teresa cuestión de desasimiento, no de
números. Los capítulos 8-10 tratan del desprendimiento de las cosas materiales,
los cuidados propios, los apegos a deudos y amigos y a las “honrillas” de la
vida comunitaria. Son capítulos de gran viveza con rasgos de realismo irónico.
(C 10,6).
No es menos irónica en la cuestión de las honras. Se dirige a sus
hermanas, pero tiene presente el mundillo de hidalgos y purezas de sangre. No
escapan de su comentario los clérigos que la persiguen desde la exigencia de su
autoridad. Comenta algunas tentaciones comunitarias en este campo (C 12,4) y las
falsas razones que las sustentan (C12,9) Es rotunda al afirmar: “ Dios nos libre
de personas que le quieren servir acordarse de honra... no hay tóxico en el
mundo que así mate como estas cosas la perfección”. Es importante comprobar que
no rechaza la honra por un ascetismo descarnado ni por desestima de la persona
sino por la razón cristológica de andar el camino de Jesús (C 13,1).
Amor mutuo, desprendimiento y humildad son los pilares de la
comunidad de Teresa. El capítulo 14, a partir de la práctica de Teresa da
criterios de validez universal. (14, 1-4).
A partir del capítulo 17 la Santa introduce el tema de la oración
en sentido estricto. Después de explicar la oración de meditación, contemplación
y recogimiento, distingue con mucho realismo las disposiciones que cada uno
puede aportar de lo que es don de Dios. Previene contra aspiraciones indiscretas
que tuercen el natural propio. Teresa alerta de la gran determinación que hay
que tener para llegar a la contemplación desafiando juicios y murmuraciones más
difíciles de asumir tratándose de mujeres y de experiencias espirituales.
Alienta a las monjas ante la quema de libros que les ayudaban, dando muestra de
su estima de la Escritura (C 21,4).
En el capítulo 27 comienza la exégesis del Padrenuestro. Es una
plegaria inestimable y que puede llevar a los grados máximos de oración. Se pone
a salvo de censuras al elogiar la oración vocal, recomienda tener imágenes
devotas, y con pedagogía práctica y personalizada, expone como se puede entrar
desde la oración vocal en la presencia de Dios guiadas por el Espíritu. La
conexión con la vida aparece explicada en los capítulos 27 y 29. Nunca considera
a la oración fuera de la banalidad del existir cotidiano: “entre los pucheros
anda el Señor” (C 33).
En capítulo 36 al tratar de las palabras “dimitte nobis debita
nostra” tiene presente el mundo masculino de confesores, teólogos y letrados,
celosos, hoy como entonces, de su honra, y como dificulta el perdón cuando no se
la respetan. La Santa encuentra la garantía de la oración contemplativa en la
capacidad de perdonar y de sufrir con Cristo. El Padrenuestro es el compendio de
toda oración y contemplación (C 37,1).
Su reflexión sobre el Padrenuestro finaliza en los capítulos
38-42 con la demanda de victoria sobre la tentación. Ha vivido la experiencia de
que la mejor disposición de servicio a Dios, y la misma contemplación auténtica
no evitan las tentaciones y flaquezas de la condición humana. La humildad se
convierte en el centro de toda su pedagogía y lo escribe con singular donaire (C
38,6).
Acaba el libro disculpándose por no seguir con el comentario del
Avemaría prometido. La ha vencido el cansancio. Pero que no teman sus hijas, con
el Padrenuestro tienen para no echar en falta los libros que les han prohibido y
seguir adelante en el camino de la contemplación mística. Este no se lo puede
quitar nadie.
Las Fundaciones:
La crónica de las Fundaciones tiene un estilo menos
imaginario y retórico que el del Camino. Allí el mismo género literario
subrayaba la magnitud de la empresa. Ahora concibe su crónica en el seno de su
carisma de maestra. Discierne y trata con sus consejeros durante tres años la
conveniencia de redactarla. Después de once años de actividad fundacional, siete
monasterios femeninos y uno masculino, son la base que le permite ir narrando
hasta la última de sus fundaciones, la de Burgos en 1582, pocos meses antes de
su muerte.
No se limita a la historia de cada fundación, sino que trata,
cuando se presenta la ocasión de cosas de oración como le han recomendado sus
confesores. Su fuerza de evocación viva, el movimiento, el intenso colorido lo
asemejan más a un documento visual de la época que a la de la palabra escrita.
La Santa nos lleva de viaje, nos presenta a las gentes que intervienen en sus
empresas, nos introduce en sus comunidades (cf 3,7-8). La acompañamos en sus
noches de contemplación o peleando con el Señor para que disipe sus
dificultades. Y nos deja ir a dormir mientras ella sigue con su correspondencia.
Nos cuenta sus enfermedades y sus fatigas, nos da asiento en los carromatos que
la llevan por los caminos de Castilla o Andalucía en verano o hacia Burgos y
Soria en invierno. No oculta sus errores ni miradas excesivamente benévolas con
algunas personas que le costaron caras.
Es una crónica histórica pero también un experto discernimiento
de espíritus. En los capítulos 4 al 8, Teresa comparte con las prioras las
dificultades de personas melancólicas o visionarias, sobre la obediencia para
vivir sin engaños la vida de oración.
Tal vez sea la obra más adecuada para un primer contacto con la
Santa desde intereses no religiosos. Se presenta una mujer de gran vitalidad que
ha encontrado el sentido de su vida entre dificultades y gozos que constituyen
su felicidad ya ahora. Me limitaré a presentar algunos pasajes singularmente
intensos de las Fundaciones.
Son agudas sus observaciones sobre las “melancolías” entre las
monjas y los remedios adecuados (F 6,8), y sus directrices para el gobierno de
las personas de condición difícil (F 8,7).
Es curioso el vigor con que defiende el papel de “primera orden”
de las monjas cuando se dirige a San Juan de la Cruz, indicando que los varones
deben aprender de ellas el “estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas
(cf F 13,5). Así como la resistencia a las veleidades de la princesa de Éboli en
la fundación de Pastrana (cf F 17, 16-17).
En el capítulo 18 ofrece unas consideraciones muy atinadas a las
superioras (F 7,8) para preservar los caminos de sus compañeras.
En la fundación de Salamanca es divertido como Teresa apacigua a
su compañera monja que teme a los estudiantes que les dejaron la casa para la
fundación. Podía haber alguno de ellos en los rincones del caserón (F 19, 4-5).
En Sevilla, Teresa enferma y han de cambiar de casa, con grandes
dificultades y con más “ruido” del que la Santa podía sospechar.
Las exhortaciones a la confianza y la paz interior, en la
fundación de Caravaca conservan la frescura de la presencia de la autora (F
27,12).
No faltan tampoco los escollos de las jerarquías de la Iglesia (F
28,3).
Rebosa de ironía en la fundación de Villanueva de la Jara (F
28,42).
La última fundación es la de Burgos en 1582. Mortalmente enferma
ha de enfrentarse a las dificultades del prelado que exigía que tuvieran casa
propia. Las palabras finales son el adecuado resumen de lo que vivió y contempló
(F 31,49).
4. Meditaciones
Constituciones / Modos de visitar los conventos
Estos escritos breves atestiguan el amplio abanico de intereses
de Teresa. Las Meditaciones son una glosa libre del Cantar de los
Cantares. Se necesitaba audacia para que una mujer comentara la Escritura y más
todavía un libro sospechoso a oídos piadosos. Fray Luis de León fue encarcelado
por el comentario de este libro. De hecho se la obligó a quemar la obrita. Pero
ya había alguna copia incontrolada que la salvó para la posteridad. Parece que
la escribió más de una vez. Pero no se conservan autógrafos. Las versiones son
de 1566-67 y de 1574. Siente necesidad de confortar a sus hermanas con la
palabra misma de la Escritura ya que eran tiempos en que las mujeres eran
consideradas incapaces de acercarse a la Biblia. (Conceptos 1,8). Parece que sus
siete capítulos son como un primer esquema del libro de las Moradas.
Las Constituciones y el Modo de
visitar los Conventos son textos legislativos. Le acucia la
preocupación de dejar un texto escrito que asegure contra falsas
interpretaciones y modas desconsideradas. Hasta nuestros días la historia de las
Constituciones constituye una historia dentro de la historia de la Orden. Baste
recordar los avatares de las mismas desde 1965 hasta 1991. La Santa acepta como
base que la norma de la nueva familia ha de ser la Regla primitiva de la orden
del Carmen, que es un compendio de textos bíblicos centrados en “vivir en
obsequio de Jesucristo”. Resume esta doctrina en unas pocas normas jurídicas, de
estilo sencillo y mucho más espirituales que las abundantes normas antiguas,
que, dicho de paso, poco se respetaban.
En sus cartas al P. Gracián insiste en que conservaran los
elementos espirituales esenciales. Confiesa que “no pudo acabar con ello”,
porque el Capítulo de Alcalá n. 81 de los varones, al que estaba sujeta, no
entendió jamás, lo que ella, como mujer había intuido, que el exceso de leyes
resulta nefasto para la libertad del espíritu. Comunicó al P. Gracián una
especie de encuesta que había dirigido a las hermanas.
El Modo de visitar los Conventos es quizás el escrito
menos teresiano de todos. Lo escribe por mandato del P. Gracián para que sirva
de guía a los superiores futuros. El tono del escrito ofrece un vivo contraste
con el comentario al Cantar. Ante el futuro de su obra, ante el peligro de ser
mal interpretada, no duda en poner toda la fuerza en el gobierno masculino, que
en su tiempo el P. Gracián ejerció a su juicio correctamente. Hay que verlo en
esta perspectiva para no escandalizarse de su severidad en muchos puntos.
4. DOCTRINA
La riqueza y amplitud
del pensamiento y la experiencia de Teresa no son obstáculo para acceder a los
elementos centrales de su mensaje: la persona está llamada a la comunión con
Dios que comparte nuestra condición en la Humanidad de Cristo y se revela en la
Escritura. Con Él podemos vivir amando lo que Él amó, por la fuerza del Espíritu
derramado en los corazones que los dirige al Padre. La Santa vive el misterio
Trinitario desde Jesús y a Jesús desde la Trinidad. La persona encierra en su
seno este misterio. Las Moradas dan testimonio de ello y las Relaciones
introducen en la experiencia de Teresa. Su experiencia de Jesús es trinitaria y
no deja nunca a Dios en segundo lugar.
Es llamativo el fundamento escriturario de la Santa, a pesar de
que nunca pudo leer la Biblia entera. En cada página hay alusiones al Evangelio
y a otros libros bíblicos. Pero nunca utiliza la cita bíblica, a veces en
“exégesis casera”, como índice de erudición. Resalta siempre el vínculo entre lo
que ella vive y lo que halla en la Escritura. Teresa respira en ella porque
encuentra siempre quien la habita: Dios mismo.
Teresa sabe que en los “tiempos recios” de la época, la Escritura
es la única garantía que da seguridad a la fe y anchura al corazón que se lanza
a la contemplación. Es la verdadera guía de las almas (V 34,11). Dirige la vida
mística como la del común de los mortales. Para Teresa no hay camino fuera del
de la Palabra de Dios y lo atestigua con su comportamiento en toda su vida.
Mística es vivir con la Palabra encarnada en Jesús y revelada en la Escritura y
no hay más. Como sea este vivir y la diferencia con el vivir rutinario es lo que
Teresa pretende compartir como posibilidad abierta a muchos. El P. H. de Lubac
tiene un texto brillante que ilumina el proyecto de Teresa (1).
La segunda fuente de su doctrina es la experiencia. Su condición
de mujer le veda el apoyo de los conocimientos académicos. Los valora y respeta
como criterios de discernimiento de sus experiencias. Pero de ninguna manera se
siente acomplejada ante el saber, porque su sensibilidad espiritual aguda le
lleva a la seguridad de saberse dominada por la misma Sabiduría.
La experiencia es el terreno firme donde sabe que su palabra es
certera. Con seguridad lo manifiesta a quien le mandó escribir su vida (2).
Toda su obra es una única experiencia de Dios, tan inmersa en su persona que es
imposible ignorarla.
Teresa sabe que su experiencia es “teología mística”. Sabe que no
se trata de una emoción subjetiva propia de los momentos de oración, sino la
certeza de que Dios se inclina sobre los hombres, que “se hace a nuestra
condición” en Jesús.
Teresa tiene la convicción de que la palabra de la experiencia
tiene la misma seguridad berroqueña que la razón porque está enraizada en la
Escritura y en la misma persona de Jesús (3). Sujeta su
experiencia al refrendo de sus confesores, pero no le priva de enrolar a estos
varones en su aventura espiritual. Se siente guía de un camino ofrecido a todos.
1. Cristocentrismo
Es difícil sintetizar su doctrina cristológica, porque hablar del
cristocentrismo de Teresa es hablar de todo lo que la concierne. Se puede
afirmar que su encuentro con Cristo marca un antes y un después. Pero no se
trata de un encuentro puntual a partir del cual se haga visible este cambio. Me
parece ver a lo largo de su autobiografía y en sus cartas, un itinerario
progresivo que unifica su personalidad en Cristo. Su humanismo deriva de esta
dinámica y no al revés. Cristo es la plenitud del hombre y lo vive tan
seriamente que es Teresa de Jesús, y si no lo fuera dejaría de ser Teresa
plenamente. Considera a Cristo Amigo, Dechado, Maestro, Rey, Majestad y también
esposo del alma, símbolo del “matrimonio espiritual” en las últimas moradas.
Pero es sobria en las imágenes literarias de estos títulos (5M; V 11-12)
subrayando constantemente su intimidad con Él que es como se experimenta siendo
ella misma.
Hemos indicado ya que su encuentro con Cristo es dinámico y por
etapas. Desde siempre está en el ámbito de Cristo. Pero esta connaturalidad
llega a hacerse personal. Entiende la “conveniencia” de hacerse monja, pero más
que por auténtica pasión por Cristo, como garantía de salvación (4).
Cristo se le acerca a ella, monja joven, por distintos caminos
hasta convertirla en otra Teresa. Las observancias de la vida monástica le dejan
un vacío desconcertante en el alma. Es cumplidora y buena monja. Las visitas
disfrutan de su compañía. Cristo está presente en el corazón de la monja, pero
se da cuenta de que no responde a la solicitud de su huésped interior. En parte
porque no se mueve con agilidad en la oración y no tiene maestro que la ilumine
(5).
Cristo mismo la prepara para el gran encuentro. Creo que las
gracias místicas no son dones extraños a la personalidad global. Son brotes
inesperados, ajenos a la relación causa-efecto, pero no extraños al vivir
cotidiano. Teresa se encuentra con Cristo a través de su afectividad, cuando las
amistades y los pasatiempos no la satisfacen (6).
Teresa se da cuenta de como la vida afectiva determina el
conjunto de la existencia y como el desacierto en su integración arrastra al
desequilibrio de las relaciones con Dios, consigo misma y con los demás. Desde
la profundidad de su experiencia vital, nos hace partícipes en el libro de la
Vida, de lo que Jesús mismo le enseña.
Para la oración no hay camino que no sea Cristo mismo a pesar de
lo que le han dicho letrados y doctores (7).
El cristocentrismo empapa toda su vida, su oración y su ascesis y
las relaciones personales. La gratitud del encuentro con Cristo es el motivo de
su ascesis. No la considera nunca como un camino para llegar a Él.
Es consciente de que este encuentro es gracia y sabe que sin ella
no se puede conseguir. Tanto Teresa como Juan de la Cruz saben que la ascética
cristiana es corolario de la experiencia mística del amor personal y concreto de
Dios.
Cristo habita el centro de la vida comunitaria del grupito que
Teresa funda en San José. Con Cristo en el centro, sus relaciones quedan
informadas como entre los apóstoles por el amor divino, libres de mezquindades y
abiertas a horizontes infinitos. La amistad con Él en la oración alimenta la
amistad personal entre las monjas y posibilita la acogida de los que entran en
contacto con la comunidad.
Pero Cristo no es sólo el Amigo y el esposo con quien gozar y
penar en estrecha comunión mística y reservada. Como desde el centro de un
palacio de puro cristal donde el alma intima con Dios descubre la dimensión
cósmica de Cristo, el “Cristo total”, la experiencia de la recapitulación de
todas las cosas en Cristo. Sobre todo brota la experiencia de la unión de Cristo
y la Iglesia y de Cristo y la humanidad entera. De ahí que su experiencia
mística sea experiencia de comunión con toda la humanidad, y fuente de su ideal
apostólico y misionero.
Teresa vive su relación con Jesús consciente de que todo lo que
le pertenece está incluido en su amor. En una de sus exclamaciones expresa la
Santa la tensión mística que supone esta unión con Cristo (8).
Su estilo de vida responde a esta visión de Cristo como cabeza de
la humanidad que exige la entrega a los hermanos. Y debe ser el punto de partida
para que las seguidoras de Teresa refunden el carisma que legó a la Iglesia.
El cristocentrismo de Teresa no es independiente, sin embargo, de
su experiencia trinitaria. Su itinerario místico introduce de forma simple y
admirable al misterio trinitario, de donde brota toda experiencia cristológica (9).
2. Humanismo teresiano
La experiencia cristológica conduce a Teresa a la plenitud de su
humanismo. Su verdad como mujer, monja, orante, fundadora, amiga, hermana y
madre sólo se alcanza transformándose en Cristo. Y en este sentido es un ejemplo
deslumbrante de lo que puede hacer Jesús en una persona humana.
Su capacidad afectiva le proporcionó siempre unas relaciones
humanas brillantes. Fue hija preferida, las hermanas la valoraban por su
simpatía y su alegre humildad en el servicio, los seglares valoraban la gracia y
el donaire de su conversación. Sus superiores se sirven de su don de gentes para
recabar las necesarias limosnas.
Pero toda esta capacidad de relación no giraba en la órbita de
Cristo. Centrada en Él afianzará un humanismo que no ha perdido frescor ni
realismo durante 400 años.
Anclada en Cristo, su vida afectiva se despliega con una amplitud
sorprendente y nada de su natural queda apartado de Él. Desde ahí puede liberar
todas las fibras de su corazón y enraizadas en el Amado descubrir lo que es
humano. Mirándose a sí misma le aparece su verdad, la unión con Cristo, como
plenitud de sí misma.
Humildad, verdad, entrega, alegría, agradecimiento, amistad,
servicio, misericordia, perdón, afecto, simplicidad, transparencia, sencillez,
humor, paciencia, perseverancia, aguante son actitudes que emergen del humanismo
teresiano. De ellas brota la oración porque la vida espiritual no es un manto
externo sino que nace y se alimenta de la vida y necesita fundamentos humanos.
Sin sujeto no hay encuentro con Dios. Y estos fundamentos no se construyen sobre
leyes ni estructuras humanas.
La humildad y la verdad son la base de la virtud que Teresa
enseña a sus hijas e hijos. Sabe que existe una humildad que es encogida y
acomplejada y conoce los estragos de esta falsa humildad (10).
Ella vive la humildad auténtica que proviene de la contemplación de Jesús, el
verdadero humilde. Es receptiva a la limitación propia y ajena, y sabe que nadie
puede ser apoyo firme para nadie.
Sus grandes experiencias místicas no la apartan del realismo
sobre las debilidades de la vida humana que comparte con todos (11).
Es cáustica y directa en el humor crítico de las usanzas de honra
de la sociedad de su tiempo (12) y en el valor de la honra
que se guarda en el mundo y anima a sus hijas a tratarse como hijas del Rey
celestial (13).
El afecto de Teresa por sus confesores y consejeros brilla sin
complejos ni mojigaterías. Siente la separación del joven jesuita recién
ordenado que le devolvió la paz cuando otros reputaban sus gracias místicas como
engaños del maligno (14).
Sin embargo las cartas son el lugar privilegiado de su humanismo.
Tiene interlocutores especialmente íntimos: su hermano Lorenzo, confidente de
gracias y necesidades económicas; María de San José a quien confía sus
limitaciones y debilidades sin perder por ello la libertad de amonestarla cuando
es debido.
Con el P. Gracián el cuadro de confidencias es completo: desde
los escrúpulos y reacciones interiores a los proyectos y errores cometidos por
ambos. Sus consejeros, incluso ocasionales ocupan un lugar privilegiado en el
corazón de la Santa. Esto nos permite imaginar el tono de la correspondencia
perdida con San Juan de la Cruz.
El feminismo de Teresa podría llenar muchas páginas. Para
entenderlo conviene atender a la cultura de su tiempo y la discriminación
insultante de la mujer. La hizo sufrir; cambió lo que estaba en su mano, soportó
lo que no podía cambiar y acertó a separar lo uno de lo otro.
Huye de cualquier consideración orgullosa y excluyente y se apoya
en consideraciones teológicas. El texto de CE 3,7, sumamente crítico y omitido
en la segunda redacción del Camino es una muestra patente de la situación real y
de lo que pensaba en este campo (15). Su humanismo admirable
se refleja en la discreción pausada en ayudar a otros en el camino de la
oración. Insiste en el amor, la humildad y la verdad. Sabe que el crecimiento
espiritual no se consigue a “fuerza de brazos”.
En su magisterio casero con las hermanas es transparente y
realista al constatar sus dones y sus límites. No tiene miedo en reconocer la
dificultad de expresar lo que quiere ni en recurrir a otros (16).
El humor teresiano merecería un capítulo aparte. Es un arma sutil
en tiempos tan amenazadores que no la abandona ni en la misma cumbre mística.
3. Esencia de la
Oración
La oración es un hecho derivado de la condición humana que
permite allegarse a una realidad que la sobrepasa y a la que se confía en
actitud de abandono y amor. No existe religión sin oración. Teresa dirá que es
la puerta de entrada al castillo interior, es el billete para un destino divino.
Sin ser amiga de definiciones, porque para ella la oración es
como una atmósfera que se respira, nos ha dejado una de las más conocidas (17).
Orar y amar en amistad son para ella lo mismo.
Antes de enseñar a orar, lo efectúa en presencia de sus lectores.
Y no lo hace “para dar ejemplo”, sino porque no puede hablar de Dios sin hablar
con Él. Su forma de orar es quizá el elemento más interesante de su magisterio.
Porque es consciente de la dificultad de encontrar quien enseñe de forma
adecuada (18).
Los libros se limitan frecuentemente a exponer lo que hay que
hacer en la oración pero no explican lo que puede hacer el Señor en una persona
y es de la riqueza de esta experiencia propia de lo que Teresa habla. Desde
luego no rehuye exponer a sus hijas las disposiciones humanas para la oración,
pero no se limita a esto. Subraya con fuerza que es mucho más lo que Dios quiere
hacer con ellas.
Todas las formas de oración están presentes en la obra de Teresa.
La Santa es muy realista y sabe que este camino es arriesgado y peligroso a
criterio de muchos. Hoy los peligros no se formulan igual que en tiempos de
Teresa, pero siguen existiendo recelos poderosos. En ocasiones se la juzga de
huida del compromiso, pérdida de tiempo, espiritualismo desencarnado como si
fuera una especialidad de los contemplativos. Teresa anda muy lejos de esta
mentalidad. En los 16 primeros capítulos del Camino de perfección
establece las virtudes y los valores humanos como fundamento sólido de la
oración auténtica. Se necesita valor para perseverar en ella (19).
No es un método de relajación ilusoria ni de equilibrio psicológico. Ni se trata
de una cuestión de inclinación instintiva o de emoción momentánea. No duda en
indicar que los consuelos y suavidad de la plegaria son condescendencias a la
debilidad humana y ambicionarlas le parece ya una falta de humildad. Propone
como guía el Padrenuestro que es una forma de andar por la vida atentos al
Espíritu por si quiere hacerse presente a las potencias de la persona. En el
capítulo 26 del Camino, expone, con estilo tal vez incómodo a nuestra
sensibilidad, los pasos para llegar a estar con Jesús, el Amigo a quien amar,
consolar y con quien consolarnos y alegrarnos. En el c. 27 de la Vida, Teresa
expone otra oración: la presencia mística de Jesús. La visión, acompañada o no
de fenómenos extraordinarios. No hace teoría, expone lo que le sucede porque
está convencida de que el regalo a una persona es regalo para todos.
Quizá lo que escribe en el capítulo 20 de la Vida sea la
expresión más plena de lo que Teresa considera que es la esencia de la oración (20).
Cuando redacta estas páginas tiene más de 50 años y le esperan más de diez de
trabajos y nuevas experiencias místicas que la llevan a concluir: “Dale a Dios
las llaves de su voluntad” (V 20,22) como cima de toda plegaria.
4. Contemplación /
Misión
Teresa expone distintos tipos de oración, pero advierte
repetidamente que no se trata de definir un progreso prefijado. Es un proceso de
amistad que ofrece modulaciones y sinuosidades que configuran un universo
armónico vivo y cambiante.
Fue agraciada por Dios con una experiencia de contemplación
infusa con los más altos fenómenos de la mística. Pero tanto ella como Juan de
la Cruz fueron muy conscientes de que nada hay de mayor categoría espiritual que
la sumisión de la voluntad humana a la de Dios. Supieron siempre que la
culminación de la mística es la vida teologal de fe, esperanza y amor. Teresa
advierte que quien no cree que Dios se puede comunicar a las personas nunca lo
experimentará. Esta comunicación se ha hecho “objetiva” en la Revelación.
Pero Dios puede introducir a este misterio por caminos subjetivos
que son como llamaradas que dan testimonio de la acción del Espíritu en el
mundo, aunque no se sepa entender. No le resulta fácil hacer comprender con
palabras humanas lo que el alma experimenta cuando Dios se apodera de ella (21).
Pero lo que le resulta obvio es que se unifican todas las fuerzas de la persona
en brazos de Dios y se funden las fronteras entre la contemplación y la misión.
Creo que, a pesar de los cuatro siglos que nos separan de ella,
queda mucho que descubrir de su carisma en el campo de esta unificación. Basta
como resumen leer detenidamente el texto de (F 5,2) donde advierte contra una
oración que deje de lado al prójimo o la obediencia para centrarse en una
soledad egoísta e insolidaria (22).
En su última y más acabada obra, las Moradas, sigue dando
testimonio de que el amor a los hermanos es la cumbre de toda contemplación. Y
lo advierte con fuerza a sus hermanas, para que no se dejen arrastrar por
ilusiones infundadas (23).
Quisiera concluir con una cita ya indicada vista a la luz de un
cuadro de Fra Angelico que presenta a Jesús en compañía de Pedro, Santiago y
Juan y misteriosamente presentes Marta y María: “Jesús está en agonía hasta el
fin del mundo. Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo...
no hermanas, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia”. A
las mujeres, tradicionalmente, se les ha asignado el campo de la experiencia. A
los varones el del saber, a Jesús la pasión de la creación entera. La mística
nos introduce comprometidamente con Jesús a esta obediencia al Padre. Es lo que
K. Rahner quería decir cuando afirmaba que el cristiano del siglo XXI será
místico o no será.
Marta y María están en su casa donde nació su experiencia de
comunión con Jesús intensificada por los acontecimientos dramáticos de su vida.
Pedro, Santiago y Juan sostienen su cabeza, les pesa su saber y son vencidos por
el desconcierto del evidente fracaso de Jesús que les dicta su saber y se
duermen.
Jesús está en agonía, solo con el Padre, en la frontera entre
cielo y tierra. El ángel es testigo y consuela. Jesús consiente a la voluntad de
amor del Padre hasta la muerte.
Hay una conexión inmediata entre Getsemaní y la casa de Betania,
entre la pasión del mundo y las mujeres. La línea ascendente del tejado, los
árboles y el ángel forman la bóveda de la creación, el edificio invisible de las
mujeres que se apoyan en Jesús orante. Recluidos en este espacio, como en una
entraña materna, están los apóstoles dormidos de tristeza. No se enteran de
nada, pero están en las entrañas de la experiencia de Jesús y de las mujeres. Un
día, el Primero de la semana, despertarán y su saber será experiencia de
Getsemaní y Betania, y su palabra será fuego que encenderá los corazones de
hombres y mujeres, será Pentecostés.
¿No constituye este cuadro una pequeña revelación a nuestra
iglesia de hoy? ¿No es una invitación a dejarnos iluminar por el Espíritu que
nos quiere guiar por el sendero de la experiencia interior en la pequeña vida de
cada día con la fuerza y la belleza que nos comunican los místicos, de una forma
singular las mujeres místicas de todos los tiempos?
5. CARISMA TERESIANO Y MENSAJE A
NUESTRA GENERACIÓN, CULTURA O SOCIEDAD
1. La Orden fundada
por ella
La historia de la fundación está relatada ampliamente en muchas
páginas de Teresa y en los procesos de beatificación y canonización. Su
experiencia mística es el fundamento. Las dos ramas, masculina y femenina,
tienen una génesis muy distinta. Mientras las comunidades femeninas contaron con
el contacto asiduo de la Santa, que casi conocía personalmente a todas las
hermanas, no ocurría lo mismo con los conventos masculinos. El número de los
ingresados la desbordó y careció de suficientes formadores. La primera
fundación, Duruelo, salió enteramente de manos de Teresa y con el providencial
nombre de San Juan de la Cruz. Ella misma los visitaba, les confeccionaba los
hábitos, corregía los rigores extravagantes de Fray Antonio de Jesús y trataba
con Juan de sus experiencias místicas. Pero la rápida expansión masculina la
desbordó. Se daba cuenta de las dificultades que amenazaban a los frailes y por
esto les advertía de cuatro puntos fundamentales: la unión entre los superiores,
que las comunidades no fueran numerosas, que tratasen poco con seglares y que
enseñasen más con obras que con palabras.
Apenas fallecida Teresa empezaron las divisiones con Juan como
víctima Los conventos se llenaron de frailes calzados descontentos de su
provincia, y de clérigos y estudiantes de variada índole. Fray Jerónimo Gracián,
el otro confidente y personaje importantísimo en la vida de la Santa formaría
con Juan de la Cruz el pequeño grupo de hijos según el ideal que ella
ambicionaba. Tuvo por Gracián una admiración extraordinaria y un amor maternal y
filial a la vez con el testimonio de su correspondencia.
Capítulo aparte merece la historia de las Constituciones. Parece
como si las divisiones y querellas formaran parte del carisma del Carmelo
teresiano. Desde la fundación hubo problemas en torno a la herencia teresiana. Y
los sucesos postconciliares, con dos legislaciones para las carmelitas descalzas
no son un hecho sorprendente en la historia.
Al tratar del Cristocentrismo en la mística de Teresa insistí que
su experiencia no la separa de la entrega a los hermanos. Esto tiene
consecuencias que ni la misma Santa pudo sospechar en su tiempo. Por esto me
parecen sugerentes las palabras de Thomas Merton para la renovación del carisma
teresiano:
“... Me refiero a la
concepción de una pequeña comunidad eremítica que practicase la soledad, la
oración, el trabajo manual y los tradicionales ejercicios de la vida solitaria,
pero, al mismo tiempo, permitiese y considerase un apostolado informal,
consistente en contactos “especiales” y restringidos con el mundo exterior.
Sigue habiendo la necesidad de una comunidad puramente eremítica, aislada y
silenciosa, a la cual algunas personas tengan acceso por invitación o de alguna
otra manera. Los contactos con el exterior tendrían que ser reducidos y
selectivos. No se trataría de un apostolado habitual. Pero habría lugar para un
diálogo contemplativo y espiritual con seglares o miembros de otras órdenes. El
fruto sería la extensión de la vida espiritual e intelectual: de la
contemplación en un sentido amplio y sano, integrado en todas las formas de la
existencia humana. Hablando idealmente, dicha comunidad podría entablar un
diálogo muy fecundo con intelectuales no católicos, con pensadores orientales,
con artistas y filósofos, con científicos y políticos, pero en un nivel muy
sencillo, radical y primitivo, aunque con pleno conocimiento de los problemas de
nuestro tiempo”.
2. Interpretaciones de
algunos seguidores
Sería interesante la interpretación del carisma teresiano por
parte de algunos de sus hijos más esclarecidos: Juan de la Cruz, María de San
José, Ana de Jesús, Ana de San Bartolomé, Teresa de Lisieux, Elisabeth de la
Trinidad, Edith Stein, pero sería tema de otro trabajo.
3. Mensaje actual
El cardenal Daneels, primado de Bélgica, en una entrevista en
torno a las aportaciones que podría hacer hoy la mística a los retos de la época
subrayaba que no es una emoción subjetiva sino una recepción del espíritu en la
vida, no sólo en la oración ni sólo en el alma. La certeza en la fe que buscan
algunos no se halla apoyándose en ideologías, formulaciones y normas rígidas y
precisas, sino en la experiencia de la plegaria y la vida sacramental.
Teresa, en vez de esforzarse en explicar, discutir y aclararlo
todo, anuncia, contagia y agradece el don del amor de Dios. Ni siquiera en
tiempos de Teresa era posible conseguir credibilidad a base de discusiones sino
a base de un estilo de vida centrada en la experiencia de Dios, la
interiorización y el seguimiento amoroso de Jesús. La Santa ofrece a los demás
su experiencia de libertad personal en Dios, manifestada en Jesús. Es prisionera
de la verdad, pero no del estilo de su palabra. Su talento de escritora la ayuda
pero nunca escribe por el placer de hacerlo.
El cristianismo actual debería darse cuenta de que el interés que
despierta en muchos hombres no deriva de su solidez sistemática, sino de ser
testimonio vivo de sentido y verdad. Teresa es una voz cautivadora que no cansa
en este ofrecimiento. Quien pregunta qué es la verdad, sin ser una pregunta
retórica al estilo de Pilatos, recibe de Teresa una respuesta comprometida hasta
las fibras más íntimas de su existencia.
Daneels expone en la citada entrevista las dificultades del
diálogo interreligioso. Afirma que el monaquismo es un lugar privilegiado de
este diálogo y en concreto, el Carmelo, por sus orígenes orientales puede ser
especialmente llamado a ofrecer su palabra. Si sabemos superar algunas
expresiones de Teresa que hoy resultan hirientes, nos daremos cuenta que no
tiene ante sus ojos más que “salvar” y conducir a Cristo a toda persona humana,
también a los “descarriados”. La unidad de la Iglesia es una preocupación
central.
Toda la obra de Teresa atestigua que el hombre es capaz de
alcanzar la verdad. No somos ciegos que tantean en el vacío. En el interior se
encuentra uno con la verdad y la belleza y el amor de Dios. Toda la Iglesia está
invitada a sumergirse para saltar luego hacia Dios en un movimiento recíproco.
Hay que convencerse que las estadísticas, los medios poderosos, las seguridades
de manual, no tienen la fuerza de una persona encendida en el amor de Dios (24).
Santa Teresa no dogmatiza nunca en sus obras. Es consciente de
sus limitaciones intelectuales pero toda su vida está bañada en la certeza del
amor divino y esto la hace dinámica, flexible y adaptada a las circunstancias,
segura en la comunión con Dios vivida comunitariamente con los creyentes de las
pequeñas comunidades fundadas por ella. La seguridad de Teresa, como la de todos
los místicos, no estriba en construcciones lógicas personales, sino en su
experiencia religiosa que es, siempre dinámica, cambiante y nueva.
NOTAS
1. Entre la Escritura y el alma hay una connaturalidad. Las dos son un templo en el que reside el Señor, un paraíso por el que se pasea. Las dos son una fuente de agua viva, y de la misma agua viva. El Logos que está en una como Palabra, está en la otra como Razón. Las dos, por tanto, encierran en el fondo de sí el mismo Misterio. Así pues, la experiencia de la una está previamente de acuerdo con la doctrina de la otra, estando ésta destinada a expresar a aquélla y a reencontrarse en ella. Lo que llamamos en la Escritura sentido espiritual, lo llamamos en el alma imagen de Dios (...) El alma y la Escritura, gracias a la referencia simbólica de la una a la otra, se esclarecen mútuamente, y sería una pérdida descuidar el estudio tanto de la una como de la otras. Son dos libros que hay que leer y comentar el uno por el otro. Si tengo necesidad de la Escritura para comprenderme, también comprendo la Escritura cuando la leo en mí mismo (...) A medida que penetre su sentido, la Escritura me hace penetrar en el sentido íntimo de mi ser; ella es , pues, el signo que normalmente me revela mi alma. Pero también lo recíproco tiene su verdad. La una sirve de reactivo a la otra. Cada vez que soy fiel al Espíritu de Dios en la interpretación de las Escrituras, mi interpretación es válida en alguna medida. Cada vez que redescubro mi pozo, cegado constantemente por los filisteos, estoy abriendo al mismo tiempo el pozo de las Escrituras. Al agua que brote de uno responderá el agua que brotará del otro. (Citado por Juan Martín Velasco, El Fenómeno místico, Ed. Trotta 199, p. 219)
2. “Así que vuestra merced, hasta que halle quien tenga más experiencia que yo y lo sepa mejor, estése en esto” (V 22,13)
4. “...vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno. Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco me determiné a forzarme por tomarle... Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que amor. Poníame el demonio que no podría sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendía con los trabajos que pasó Cristo porque no era mucho que yo pasase algunos por El; que El me ayudaría a llevarlos –debía pensar-, que esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días”
5. “...comencé, de pasatiempo en pasatiempo, da vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades, que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad como es tratar de oración tornarme a llegar a Dios” (V 7,1)
6. “Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, qu se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbé de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle... Peréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces (V 9,1-3)
7. “Aunque me han contradicho en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de la divinidad y huir de las corpóreas, a mi no me harán confesar que es buen camino... Dirán que se da otro sentido a estas palabras. Yo no sé esotros sentidos, con éste que siempre siente mi alma ser verdad, me ha ido muy bien “ (6M 7, 5-6)
8. “Muchas veces, Señor mío, considero que si con algo se puede sustentar el vivir sin Vos, es en la soledad, porque descansa el alma con su descanso, puesto que como no se goza con entera libertad, muchas veces se dobla el tormento; más el que da el haber de tratar con las criaturas y dejar de entender el alma a solas con su Criador, hace tenerle por deleite. Mas ¿qué es esto, mi Dios, que el descanso cansa el alma que sólo pretende contentaros? ¡Oh, amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del mundo! Este no quiere compañía por parecerle que le han de quitar de lo que posee; el de mi Dios mientras más amadores entiende que hay, más crece, y así sus gozos se templan en ver que no gozan todos de aquel bien. ¡Oh Bien mío que esto hace, que en los mayores regalos y contentos que se tienen con Vos, lastima la memoria de los muchos que hay que no quieren estos contentos... Y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar...” (Excl. 2,1)
9. “Y metida en aquella morada, por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que... allí lo entiende el alma... por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo”(7M 1,6)
10. “Humildad es andar en verdad” (6M 10,7).
11. “Otras veces me da una bobería de alma –digo yo que es-, que ni bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen; ni con pena ni con gloria, ni la de vida ni muerte, ni placer ni pesar. No parece se siente nada. Peréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque lo dan de comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas no se sienten movimientos ni efectos para que se entienda el alma (V 30, 18ss)
12. “...mas está el mundo de manera que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza... Aun si se pudiera deprender de una vez, pasara; mas aun para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer –a manera de decir-, porque ya se deja papel de una parte, ya de otra, y a quien no se solía poner magnífico, se ha de poner ilustre”(V 37, 9-10).
13. Que no es “como los señores de acá, que con que nos digan quién fue su padre y los cuentos que tiene de renta y el dictado (tratamiento de dignidad) no hay más que saber. Porque acá no se hace cuenta de las personas para hacerles honra, por mucho que merezcan, sino de las haciendas” (C 22,4) (V 312,20).
14. “¡Qué gran cosa es entender un alma!... Comencé hacer mudanza en muchas cosas... el confesor no me apretaba... porque lo llevaba por modo de amar a Dios, y como que dejaba libertad y no apremio. Luego mudaron a mi confesor de este lugar a otro, lo que yo sentí muy mucho... Quedó mi alma como en un desierto muy desconsolada y temerosa” (V 23, 17; 24, 1-4).
15. “No aborrecísteis, Señor mi alma, cuando andábais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre en cuyos méritos merecemos –y por tener su hábito- lo que desmerecimos por nuestras culpas. ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas... que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois juez justo y no como los jueces del mundo, que –como son hijos de Adán y, en fin, todos varones- no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocida el mundo mi ruindad y yo holgado que sea pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (CE 3,7).
16. “Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que “me parece”; porque si me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que dijeren los que tienen letras muchas; porque aunque no hayan pasado por estas cosas, tienen un no sé qué grandes letrados, que como Dios los tiene para luz de su Iglesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita; y si no son derramados sino siervos de Dios, nunca se espantan de sus grandezas, que tienen bien entendido que puede mucho más y más... De esto tengo grandísima experiencia, y también la tengo de unos medioletrados espantadizos, porque me cuestan muy caro. Al menos creo que quien no creyere que puede Dios mucho más y que ha tenido por bien y tiene algunas veces comunicarlo a sus criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso, hermanas, nunca os acaezca, sino creed de Dios mucho más y más...” (5M 1,7-8).
17. “... que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (V 5,8)
18. “Son tan oscuras de entender estas cosas interiores... siempre oímos cuán buena es la oración, y tenemos de constitución tenerla tantas horas, y no se nos declara más de lo que podemos nosotras; y de cosas que obra el Señor en un alma declárase poco...” (1M 2,7).
19. “No os espantéis hijas, de las muchas cosas que es menester mirar para comenzar este viaje divino... tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, ... importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no para hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare...” (cf C 21, 1-2).
20. “... muéstrase el gran poder del Señor y cómo no somos parte, cuando Su Majestad quiere, de detener tan poco el cuerpo como el alma, ni somos señores de ello; sino que, mal que nos pese, vemos que hay superior y que estas mercedes son dadas de El... queda un gran temor de ofender a tan gran Dios; éste, envuelto en grandísimo amor... También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir cómo es... Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni venida se puede quitar... Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir... Para lo cual –como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo críado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen y ella se quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad. Y con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede pensar, y así no se sabe decir, ni creo lo creerá ni entenderá sino quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes. Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me parece se puede entonces decir (...) Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto; y así, se me representa este verso entonces que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad... Así parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí misma y de todo lo criado; ...Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a sí misma: “¿Dónde está tu Dios? ... Otras me acordaba de lo que dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificado entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que viene del cielo (que es... una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él... Bien entendido que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa particular de El, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere. Digo “no sabe”, porque no representa nada la imaginación; ni, a mi parecer, mucho tiempo de lo que está así no obran las potencias...” (V 20 7-12).
21. “... qué hacía el alma en aquel tiempo?. Díjome el Señor estas palabras: ‘Deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive, sino Yo’. Como no puede comprender lo que entiende, es no entender entendiendo... Quien lo hubiere probado entenderá algo de esto, porque no se puede decir más claro, por ser tan oscuro lo que allí pasa” (V 18,14).
22. “Lo primero quiero tratar, según mi pobre entendimiento, en qué está la sustancia de la perfecta oración. Porque algunos he topado que les parece está todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales; ... No digo que no es merced del Señor quien siempre puede estar meditando en sus obras, y es bien que se procure; mas hase de entender que no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto, mas todas las almas lo son para amar... Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría mala ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho. ¿Cómo se adquirirá este amor? Determinándose a obrar y padecer, y hacerlo cuando se ofreciere”.(F 5, 1-6)
23. “... algunas veces nos pone el demonio deseos grandes, porque no echemos mano de lo que tenemos a mano para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentas con haber deseado las imposibles” (7M 4, 14).
24. “Esta misma visión (la Humanidad de Cristo) he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida, porque ya que yo, gloria de Dios, no los tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo vanidad, y cuan vanos son los señoríos de acá. Y es un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad” (V 38, 18).