LA CRUCIFIXION DE MEL GIBSON

 

No he tenido todavía la oportunidad de ver la película producida y dirigida por Mel Gibson, pero veinticuatro horas después de su estreno en EEUU, ya se puede comprobar en los diversos medios publicitarios alojados en Internet que, como se podía esperar, la polémica está servida. Las opiniones se distribuyen desde la total anexión y apoyo a la obra hasta el más profundo rechazo. Algunos la ven demasiado cruel, olvidando quizá la violencia ficticia a la que Hollywood nos tiene acostumbrados y diariamente se nos sirve en nuestra casa por televisión. Otros critican que la película destila un antisemitismo exacerbado, comparable y reminiscente del que se mostró durante la II Guerra Mundial en Alemania. Lo que más me llama la atención es que en muchas de estas críticas se entremezclan las acusaciones absurdas de masoquismo y antisemitismo con el juicio gratuito sobre una presumible y particular concepción del catolicismo de su director, al que se considera anclado en el rito tridentino y pre-Vaticano II y que habría influenciado en una visión antisemita a la hora de contar los hechos. No he visto la película, pero creo no equivocarme al decir que Mel Gibson no se ha inventado la historia que relata. Se ha ajustado al Evangelio y como él mismo ha comentado, las acusaciones vendrán de los que no aceptan el mismo. Sí, los judíos pidieron la muerte y consintieron la ejecución de… otro judío, que tenía una madre judía, familiares judíos y seguidores judíos; sí, consintieron y pidieron la ejecución de otro judío que además era un cumplidor perfecto de la ley. No, ni la película, ni el Evangelio son antisemitas. Ese es la excusa utilizada por los que la critican para desviar la atención sobre la historia y su importancia. La acusación de antisemitismo denota un reduccionismo equivocado, interesado y simplista de unos hechos que acaecieron, no en la Alemania de Hitler, sino en la Palestina del siglo I. Denota una falta de seriedad (o muy mala intención) el pretender hacernos creer que la muerte de Cristo, procurada por determinadas personas, judías y romanas, pueda achacarse a todos los hombres que habitaban en esa nación y durante todos los tiempos. De la misma manera, sería absurdo acusar de antisemitas a todos los hombres pertenecientes a la nación alemana gobernada por el III Reich. Pero, previendo la acusación, Gibson ha incluso eliminado de los subtítulos el versículo de Mt. 27:25 en el que se dice: “su sangre sobren nosotros y nuestros hijos”. También se ha adelantado a recordar que, desde un punto de vista teológico, de la muerte de Jesús todos los hombres somos responsables. Como se ve, el tan ridículamente argüido antisemitismo de Gibson proviene de la estúpida idea de que el cristianismo existía como contraposición al judaísmo y que el cristiano automáticamente se pondría en contra de las personas que mataron a Cristo y de toda la nación judía. No se repara en que los primeros cristianos fueron en su mayoría judíos y que tenían, como les enseñó Jesús, que amar y perdonar a sus perseguidores y a los que les maltrataran ya fueran romanos, judíos, alemanes, americanos o iraquíes.

 

No, no he visto todavía la película y puede que me vaya a gustar o no, pero estoy seguro de una cosa: si Gibson ha plasmado en ella convenientemente el Evangelio, nunca podrá ser antisemita.

 

José A. Botella

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