LA IGLESIA Y LOS POBRES
DOCUMENTO DE REFLEXIÓN DE LA
COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL
(21 de febrero de 1994
Í N D I C E
P R E S E N T A C I Ó N
1. EL CLAMOR DE LOS POBRES
1.1. Diversidad de los sentidos de la pobreza
- La pobreza evangélica
- La pobreza como indigencia, miseria y marginación
1.2. Las situaciones de pobreza en España y en el mundo
- Un fantasma de mil rostros
- Diferentes grados de pobreza
- Mapa-mundi de la pobreza

 

1.3. La Iglesia, a la escucha de los pobres
- La Iglesia, al encuentro de los pobres
- La Iglesia servidora
- Motivos fundamentales de la opción por los pobres
a) Fundamento teológico
b) Fundamento cristológico
c) Fundamento neumatológico
d) Fundamento eclesiológico 

1. EL CLAMOR DE LOS POBRES

Unas veces, desde su protesta; otras, desde el silencio; tanto desde el lejano Tercer Mundo como desde el llamado "Cuarto Mundo", tan cerca de nosotros, en nuestra misma sociedad, los pobres, los marginados e indigentes nos lanzan una llamada, un grito de socorro y de auxilio. ¿Quienes son? ¿Dónde están? ¿Cómo viven o malviven? ¿Cuáles son las causas de su lamentable situación, y cómo buscar entre todos alguna solución? Estos y otros graves interrogantes queremos plantear en esta primera parte de nuestro documento. La Iglesia debe escuchar con oídos de fe ese grito de los pobres, oyendo en su clamor la voz del Siervo de Yavé, del Hijo de Dios que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros 1 , llamó bienaventurados a los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos 2 , y advirtió que tomaría como hecho a su misma persona lo que hiciéramos con ellos 3 . Podríamos decir, entonces, que siendo la voz de los pobres una llamada para que les ayudemos, es también una llamada para ayudarnos a nosotros mismos. ¿Sabremos escuchar esta llamada la Iglesia y los cristianos españoles? Si queremos abrir los ojos sobre el escenario de la pobreza en el mundo, contemplaremos un panorama desolador, en el que cientos de millones de seres humanos viven en la mayor miseria, sometidos a unas condiciones infrahumanas en el campo de la alimentación, la vivienda, la educación, la higiene, la sanidad, etc. En este punto vamos a examinar con algún detalle la realidad de la pobreza, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, para comprobar, siquiera sea someramente, que no se trata de exageraciones retóricas ni de falsas alarmas, sino de una terrible realidad que oprime de forma insoportable a una gran parte de la humanidad, todos ellos llamados a ser Hijos de Dios y hermanos nuestros.

1.1. DIVERSIDAD DE LOS SENTIDOS DE LA POBREZA

Para situar el marco de nuestra reflexión, debemos antes recordar los diversos sentidos en que puede entenderse el concepto de pobreza.

La pobreza evangélica

1. De acuerdo con la vida y la predicación de Jesús de Nazaret, de la Iglesia primitiva y de los Santos Padres, la pobreza evangélica supone la actitud ideal del cristiano ante los bienes materiales, viviendo con sencillez y sobriedad, compartiendo generosamente con los necesitados, no acumulando riquezas que acaparan el corazón, trabajando para el propio sustento y confiando en la providencia de Dios Padre. Esta forma de pobreza puede y debe adoptar innumerables formas según los tiempos y las circunstancias de cada uno, pero siempre supone unas exigencias fundamentales como seguimiento de Jesús, para alcanzar la verdadera libertad cristiana, la paz y la alegría en el Espíritu, como han aconsejado los maestros espirituales de todos los tiempos. Es necesario aclarar que esta forma de pobreza evangélica nada tiene que ver con la miseria, la indigencia y la marginación, que degradan la condición del hombre como hijo de Dios, y que son males contra los que debemos luchar denodadamente. Desde los primeros siglos de la Iglesia, muchos cristianos fueron movidos por el Espíritu Santo para vivir un seguimiento más radical de la pobreza de Jesús, renunciando a sus propios bienes de manera definitiva y dándolos a los pobres. A lo largo de la historia, esta forma de vida se ha ido estructurando en monasterios y congregaciones de monjes y religiosos que hacen voto de pobreza perpetua, juntamente con los votos de castidad y de obediencia. Aún reconociendo que en ocasiones tanto los individuos como las comunidades y congregaciones hayan caído en un cierto alejamiento del ideal, no podemos tampoco ignorar la generosidad que supone, las renuncias que conlleva, el testimonio evangélico que proclama y el fruto espiritual y pastoral que aporta a la Iglesia. Tampoco esta forma de pobreza es objeto de nuestra reflexión.

La pobreza como indigencia, miseria y marginación

2. La pobreza forzada, la carencia leve, grave o extrema de los bienes necesarios para llevar una vida digna de seres humanos. De ésta precisamente es de la que vamos a tratar en nuestro documento. Aunque propiamente debería llamarse indigencia, miseria ó marginación, teniendo en cuenta la semántica habitual en nuestra sociedad, seguiremos usando la palabra pobreza, con los matices que en algunos casos correspondan, para referirnos a estas situaciones, aunque sin renunciar completamente a los términos indicados, que creemos más adecuados, para distinguirlos de la pobreza evangélica, que consideramos como un bien que habría que fomentar, en tanto que la indigencia, la miseria y la marginación siempre representan un mal que habría que erradicar.

1.2. LAS SITUACIONES DE POBREZA EN ESPAÑA Y EN EL MUNDO

¿Cómo definir la pobreza sociológicamente? ¿Cuál es su límite y su alcance? ¿Hasta dónde se extiende el mapa de la pobreza? ¿Cuántos grados y clases de pobreza existen en el mundo? ¿Existe la pobreza solamente en el Tercer Mundo, o también en los países desarrollados?

Un fantasma de mil rostros

3. No hablemos de una pobreza cualquiera, como podría ser en el orden de las ciencias naturales -un alimento pobre en vitaminas, por ejemplo-, sino de la pobreza humana, entrando así en juego el misterio y la grandeza del hombre; las exigencias de su dignidad y lo imprevisible de su libertad; los condicionamientos de sus necesidades, necesidades que podrían ser cubiertas totalmente gracias a su inventiva, su laboriosidad y su creatividad. Esta complejidad radical se multiplica si tenemos en cuenta que propiamente no existe el hombre aislado, sino que necesita vivir en familia, en grupo, en sociedad. Si toda pobreza es una forma de carencia de lo necesario, en nuestro caso no se trata solamente de la pobreza individual, sino también de la pobreza social, de la falta de elementos como la educación, la formación profesional, la cultura, el libre ejercicio de los derechos civiles, sociales, laborales, políticos, etc. Bien puede decirse, por lo tanto, con Juan Pablo II que "en el mundo actual se dan muchas formas de pobreza"4 , y que "para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia"5 . Lo que está en juego, por lo tanto, son los derechos sociales de los hombres y la posibilidad de ejercerlos en una determinada sociedad. Al ser tantos los componentes de las situaciones de pobreza, así como tan relativos según los niveles de desarrollo en las diversas etapas de la historia y en los diferentes países y culturas, no es de extrañar que resulte difícil dar una definición precisa de la pobreza que pueda servir en todos los casos y situaciones. Puede ser útil, sin embargo, aceptar funcionalmente la que dio la Comunidad Económica Europea: "A los efectos de esta decisión, se entiende que la expresión `pobre' se refiere a aquellas personas, familiares y grupos de personas cuyos recursos -materiales, culturales y sociales- son tan limitados que les excluyen del mínimo nivel de vida aceptable en los estados miembros en los que viven"6. Aún tratándose de un fenómeno tan complejo y tan extendido, conviene recordar que la pobreza en todos sus aspectos no agota por completo la problemática de las necesidades humanas y sus posibles padecimientos, como pueden ser el fracaso, la enfermedad, la soledad, la depresión, la angustia vital, etc. Pero también es cierto, que el tratamiento de todos esos problemas es muy diferente en el caso de que se posean suficientes medios materiales que cuando se carece de ellos.

Diferentes grados de pobreza

4. Es un hecho evidente que aún dentro del mundo de los pobres se dan diferentes niveles de pobreza. Lo que ya no es tan fácil es cómo medir en cada caso su gravedad y su alcance. El denominador básico más comúnmente aceptado suele ser el denominado umbral de la pobreza, formulado por la Comunidad Europea como sigue: "Aquellos que tienen unos ingresos netos por persona inferiores a la mitad de los ingresos medios por persona en un determinado país". Entre los grados que se pueden establecer dentro de la pobreza, dos de ellos pueden considerarse como básicos: el de la pobreza extrema, equivalente al concepto de pobreza grave de la Comunidad Europea, y el de pobreza moderada o relativa. Ambos constituyen el colectivo social que está más allá del umbral de la pobreza, y ambos van unidos más o menos al concepto de exclusión social. También podrían denominarse tales situaciones como de indigencia, miseria y marginación, de menor a mayor grado de pobreza. Entre los primeros, podríamos incluir a los llamados en otra época pobres vergonzantes, y hoy, con los reajustes sociolaborales en los países desarrollados, estarían también los que se ha venido a denominar nuevos pobres, -parados indefinidos, jubilados y pensionistas-.

"Mapa-mundi" de la pobreza

5. Si grande es el mundo, no es menor el panorama de la pobreza, que se extiende por toda la tierra, aunque se concentra especialmente en las zonas geográficas del llamado "Tercer Mundo". Nada menos que 750 millones de personas viven en el Tercer Mundo en condiciones de pobreza, y de ellas 550 millones están en la miseria más extrema y 119 de cada mil niños mueren antes de los cinco años de edad. El abismo que separa a los países desarrollados de los países en desarrollo o subdesarrollados es inmenso: mientras la renta per capita ascendía en Suiza a 32.680 $; en Suecia, a 23.660 $; en España, a 11.020; en Marruecos era de 950; en Zimbawe, de 590; en Zambia, 420, y en Somalia 120. Los datos sobre otros indicadores, como la higiene, la educación, la sanidad y medicina, etc., son también estremecedores. Baste decir que una persona nacida en el mundo rico consumirá treinta veces más que otra nacida en el mundo pobre, y que mientras en España hay 280 médicos por cada 100.000 habitantes, en Níger, Etiopía y Rwanda no ha mas que 3 7 . Pero es más grave todavía el que esas diferencias aumenten cada vez más, en vez de tender a disminuir. El último decenio se ha caracterizado por el crecimiento de la desigualdad entre países ricos y pobres 8 : la quinta parte de la población del mundo posee el 82,7% del PNB, tiene el 81,2% del comercio mundial y el 80% del ahorro interno y la inversión interna mundiales. Sin embargo otra quinta parte de la población, la más pobre, sólo posee el 1,4% del PNB, un 10% del comercio mundial, del ahorro y la inversión.

6. Pero también en el mundo de los ricos existen bolsas de pobreza, el llamado recientemente Cuarto Mundo, que son más bien sub-mundos de miseria y de marginación. Por ceñirnos a España solamente, recordemos de entrada la sangrante paradoja de que mientras el país en su conjunto es cada vez más rico, aumenta al mismo tiempo el número de pobres. La renta per capita, en efecto, había subido en 1990 a 11.020 dólares. Esta situación confirma para España lo que ya se está detectando hace algún tiempo en el área de los países desarrollados, en los que se está consolidando una estructura injusta de la sociedad, llamada la sociedad de los dos tercios, formada por los ricos y los trabajadores con empleo estable y buenos sueldos, por un lado, y el tercio restante, condenado a una miserable supervivencia, que son los parados sin subsidio, los jubilados con rentas insuficientes, los temporeros, modestos agricultores y braceros, etc. Son los nuevos pobres, a los que alguien ha llamado "la España impresentable", el colectivo que no tiene salida en estas actuales estructuras, y que no cuenta para nada en nuestra sociedad. A todos ellos, además, hay que añadir tantos grupos de hombres y mujeres marginados, acaso con taras psicológicas ingénitas o adquiridas, con una responsabilidad muy reducida y compartida con el ambiente en el que se formaron o en el que se deformaron, pero que en todo caso necesitan de ayuda para subsistir y, además, de un esfuerzo para tratar de recuperarse y dignificarse: alcohólicos, vagos, inadaptados, vagabundos, prostitutas, drogadictos, y un largo etc., personas a las que no podemos dejar abandonadas. Es una realidad estadísticamente comprobable que en esta sociedad del consumismo y el bienestar, de la abundancia y el despilfarro, está creciendo, por contraste, el número de personas desarraigadas y sin hogar; que se están consolidando los efectos marginadores de la llamada dualización del mercado de trabajo --los que tienen un empleo fijo y los parados o eventuales--, y que están apareciendo problemas graves de infraalimentación entre los pobres. Tan es así, que en los países de la Europa Comunitaria se ha llegado a debatir públicamente si no estamos generando, de hecho, una especie de clase inferior. Como dice Juan Pablo II, en la Encíclica Centesimus Annus: "A pesar de los grandes cambios en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido"9.

1.3. LA IGLESIA A LA ESCUCHA DE LOS POBRES

7. La descripción que acabamos de hacer de la situación de la pobreza en el mundo no puede reducirse para nadie a una fría constatación de datos estadísticos. Todo aquél que tenga una actitud humanitaria y solidaria puede descubrir detrás de cada cifra la existencia de seres humanos, de su especie y de su sociedad, que carecen día a día aún de lo más elemental para poder vivir con un mínimo de dignidad o, simplemente, para poder subsistir.

8. Los cristianos, además, sabemos que en cada uno de esos niños y ancianos, jóvenes y adultos, varones y mujeres que viven en la miseria, podemos descubrir el rostro de Cristo, el Hijo de Dios y hermano de los hombres, que sufre en todos ellos y pide nuestra ayuda en cada uno de ellos. Por ello, la perspectiva de la fe hace que un análisis de la situación se convierta para la Iglesia en una exigencia que la impulsa, sin excusa posible, a comprometerse a trabajar en el mundo en favor de los pobres.

La Iglesia, al encuentro de los pobres

9. La Sagrada Escritura nos recuerda que Dios escucha con gran misericordia "el grito de los pobres"10 . La Iglesia de Dios, habitada y movida por su Espíritu, debe avivar en ella su amor misericordioso hacia los pobres, escuchando su llamada y prestando su voz a los que no tienen voz. Hay que destacar que las palabras de condena de Cristo en el Evangelio no van directamente dirigidas a los causantes del mal que padecen los pobres. Lo que condena es el pecado de omisión, el desinterés ante los necesitados de ayuda, como en la alegoría profética del Juicio Final, o en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro 11 . Ignorando al pobre que sufre hambre, que está desnudo, oprimido, explotado o despreciado, es al mismo Cristo al que desatendemos y abandonamos. De aquí que el encuentro con el pobre no pueda ser para la Iglesia y el cristiano meramente una anécdota intranscendente, ya que en su reacción y en su actitud se define su ser y también su futuro, como advierten tajantemente las palabras de Jesús. Por lo mismo, en esa coyuntura quedamos todos, individuos e instituciones, implicados y comprometidos de un modo decisivo. La Iglesia sabe que ese encuentro con los pobres tiene para ella un valor de justificación o de condena, según nos hayamos comprometido o inhibido ante los pobres.

Los pobres son sacramento de Cristo.

10. Más aún: Ese juicio y esa justificación no solamente debemos pasarlos algún día ante Dios, sino también ahora mismo ante los hombres. Solo una Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos, se pone a su lado y de su lado, lucha y trabaja por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede dar un testimonio coherente y convincente del mensaje evangélico. Bien puede afirmarse que el ser y el actuar de la Iglesia se juegan en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento. Decía ·Ambrosio-SAN: "Aquel que envió sin oro a los Apóstoles 12 fundó también la Iglesia sin oro. La Iglesia posee oro no para tenerlo guardado, sino para distribuirlo y socorrer a los necesitados. Pues ¿qué necesidad hay de reservar lo que, si se guarda, no es útil para nada? ¿No es mejor que, si no hay otros recursos, los sacerdotes fundan el oro para sustento de los pobres, que no que se apoderen de él sacrílegamente los enemigos?. Acaso nos dirá el Señor: `¿Por qué habéis tolerado que tantos pobres murieran de hambre, cuando poseíais oro con el que procurar su alimento? ¿Por qué tantos esclavos han sido vendidos y maltratados por sus enemigos, sin que nadie los haya rescatado?' ¡Mejor hubiera sido conservar los tesoros vivientes que no los tesoros de metal!"13 . La Iglesia está para solidarizarse con las esperanzas y gozos, con las angustias y tristezas de los hombres. La Iglesia es, como Jesús, para "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, para buscar y salvar lo que estaba perdido"14 . Y para decirlo de una vez y en una palabra que resume y concreta todo: el mundo al que debe servir la Iglesia es para nosotros preferentemente el mundo de los pobres.

La Iglesia servidora

11. En la Encíclica Dives in misericordia escribe Juan Pablo II: “La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y Redentor”15 . La autenticidad del hombre se manifiesta en su vida cuando el parecer y el obrar responden a la realidad de su propio ser. Pues bien: el Papa firma que la vida de la Iglesia será auténtica “cuando profesa y proclama la misericordia”; es decir, cuando su actuación, que la identifica socialmente mediante su actuación visible (profesa), y el mensaje que transmite al mundo (proclama), como participación y prolongación del Dios-misericordia. Por tanto, la actuación, el mensaje y el ser de una Iglesia auténtica cosiste en ser, aparecer y actuar como una Iglesia-misericordia; una Iglesia que siempre y en todo es, dice y ejercita el amor compasivo y misericordioso hacia el miserable y el perdido, para liberarle de su miseria y de su perdición. Solamente en esa Iglesia-misericordia puede revelarse el amor gratuito de Dios, que se ofrece y se entrega a quienes no tienen nada más que su pobreza. Notemos, finalmente, que el Papa califica esa misericordia como el atributo más estupendo -que también podría traducirse como más grande- del Creador y Redentor. Creación y Redención son, en última instancia, igualmente obra del amor misericordioso de Dios. Por ello, la Iglesia-misericordia, que escucha y atiende el clamor de los pobres, revela en su vida lo más grande, lo más estupendo de Dios y de Cristo, tanto en la obra creadora como en la redentora.

La Iglesia servidora

12. Esta misericordia de Dios se manifestó en Jesús de Nazaret en forma de servicio, de humildad y de humillación, de entrega y donación a Dios y a los hermanos. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por los muchos"16 , que en el estilo semita quiere decir por todos. La diaconía (el servicio) aparece indisolublemente unida a la misión de Jesús, que se manifiesta como el Siervo de Yavé misteriosamente anunciado en Isaías.

13. Los mejores cristianos de la historia, los santos, han entendido el seguimiento de Jesús bajo esta forma de servicio y entrega por amor a los hombres, en especial a los más débiles y necesitados, como Pedro Nolasco o Pedro Claver, Juan Bosco o Juan de Dios, etc. Desde hace muchos siglos, los Papas ostentan como un distintivo el título de "siervo de los siervos de Dios". La Iglesia y los cristianos de todos los tiempos, como seguidores de Cristo, hemos recibido el encargo primordial de servir por amor a Dios y a los hombres, con entrañas de misericordia especialmente hacia los más débiles y necesitados. Sin embargo, esta actitud, que ha de ser general en los cristianos, no puede quedarse en algo genérico y vago, reduciéndose a ideología o mera retórica. ¿No tenemos la impresión en nuestro tiempo de que estamos muy bien abastecidos de documentos y de declaraciones, de manifestaciones, de buenas obras y buenos testimonios, de buena voluntad? pobres. El testimonio de los santos 14. Ahora bien: para no quedarnos en vaguedades, es necesario encarnarnos en el aquí y en el ahora. El sentimiento de misericordia y la actitud servicial se han vivido siempre a lo largo de la historia de la Iglesia, pero en cada época de manera cambiante, según las circunstancias. En este sentido, Juan Pablo II nos ofrece, en la citada Encíclica "Dives in misericordia", unos criterios muy claros y sumamente prácticos que pueden servirnos de orientación para la Iglesia y los cristianos de hoy: " Es menester que la Iglesia de nuestro tiempo adquiera una conciencia más honda y concreta de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios en toda su misión, siguiendo las huellas (...) en primer lugar, del mismo Cristo"17 . Es decir, que la Iglesia de hoy debemos profundizar, adquirir "una conciencia más honda" de esta misión recibida del Espíritu Santo para dar testimonio de la misericordia de Dios. Se trata de un deber de toda la comunidad, y no solamente de unos pocos digamos especializados en este ministerio. Hay diversidad de carismas, otorgados por Dios para el bien común, y no todos podemos ejercerlos todos, como tantas veces comenta San Pablo en sus cartas, sino que cada uno debe actuar el suyo para el bien de todos. Pero debe ser común a todos los cristianos vivir y manifestar el amor entrañable, las entrañas de misericordia -según dice María en el Magnificat- que Dios tiene hacia los pobres, tal como Jesús de Nazaret tan especialmente nos encomendó a sus discípulos. El Papa dice, además, que esta conciencia más honda que debemos adquirir en nuestro tiempo sobre la misión específica de la Iglesia, debe ser también "más concreta", ha de brotar de un mejor conocimiento y una mayor sensibilidad de la situación de los pobres en el mundo. De aquí la necesidad de acercarse a la realidad, recurriendo a los datos de la sociología y de la economía de una manera objetiva, racional y sistemática, con estadísticas y estudios científicos, haciendo análisis de cada situación, tanto en el área local y nacional como internacional.

15. De todos modos, aunque todo esto sea siempre necesario como punto de partida para tener una visión realista y de conjunto de los problemas, lo principal en este campo siempre será el acercamiento directo de la Iglesia y de los cristianos al mundo de los pobres. Dios mismo se acercó tanto que en Jesús de Nazaret se hizo uno de ellos, naciendo, viviendo y muriendo como los pobres, con una opción bien meditada e intencionada. Como dice San Pablo, Jesucristo, siendo infinitamente rico, se hizo pobre por nosotros, pero no para que fuéramos pobres, sino para enriquecernos con su pobreza 18 . Es la ley de la Encarnación, que sigue siendo ley para la Iglesia en la historia. De aquí que Juan Pablo II 19 , insista en que ese testimonio de la misericordia de Dios debe manifestarse en toda su misión, y no en un pequeño grupo de personas, ni a ciertas horas en un despacho asistencial, ni predicando una vez al año el Día de la caridad o el de Manos Unidas, etc., como si fuese una modesta parcela entre las muchas actividades de la vida eclesial y pastoral. No. En modo alguno. Mientras no tengamos una "conciencia más honda y más concreta" de que la misericordia hacia los pobres es la gran misión de todos y siempre, bien podríamos decir que la Iglesia y los cristianos no tenemos conciencia, y somos infieles a la misión que el Señor con tanto empeño nos encomendó. Porque el Papa termina dando el argumento definitivo de nuestro compromiso de amor y de misericordia hacia los pobres al decir que esta misión tiene su fundamento en el seguimiento de Cristo: "siguiendo las huellas (...) del mismo Cristo". El Hijo de Dios, que vino al mundo para servir y dar vida, dice a sus discípulos el día de la Resurrección : "Como el Padre me envió, también yo os envío"20 , y para cumplir su misión les promete y envía el Espíritu Santo.

16. En la parábola del buen samaritano, Jesús nos da la pauta permanente para la Iglesia y los cristianos de todos los tiempos: aproximarse, acercarse al necesitado para practicar con él la misericordia, mandándonos a cada uno y día a día, con toda gravedad y empeño: "Vete, y haz tú lo mismo"21. Tan seria y tan grave es esta misión de Jesús que, como recordábamos más arriba, entre las muchas actividades posibles de la vida cristiana, el Señor considera a ésta decisiva en el examen, en el juicio final que hemos de pasar al término de nuestra vida temporal para pasar a la vida eterna: "Venid, benditos de mi Padre", o bien "apartáos de mí, malditos"22 . Podemos encontrar un símbolo en los relatos evangélicos sobre el nacimiento del Hijo de Dios, que San Juan nos presenta como el Logos, la Palabra, la Sabiduría de Dios entre los hombres. San Lucas no solamente destaca el contraste de cómo el Hijo del Altísimo nace en la mayor pobreza, debido a las circunstancias, sino que los primeros invitados fueron los pobres pastores. Es cierto que Mateo nos refiere que más adelante fueron también invitados unos magos que venían del Oriente, seguramente sabios, lo que hoy diríamos intelectuales o científicos, que presumiblemente vivirían con cierto bienestar. Pues bien, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios y Rey de los hombres viene a llamar a todos, pero en lugar de invitar a los pobres desde los ricos -como sería la lógica del mundo-, llama a los ricos desde los pobres. Cuando aquellos sabios dejan su bienestar, peregrinando hacia donde están los pobres y sencillos, la Sagrada Familia y los pastores, es cuando reciben una luz y una sabiduría superior que ni los libros ni los sabios podrían aportar. Los padres de la Iglesia, los santos, los grandes predicadores, teólogos y autores de espiritualidad de todos los tiempos han insistido siempre en esta realidad. La antología que se podría hacer sería interminable, y podría resumirse en el slogan que empleaba San Juan de Dios cuando gritaba por las calles de Granada pidiendo para sus pobres: "Hermanos: haced bien a vosotros mismos". Fray Luís de Granada dice que "los pobres son médicos de nuestras llagas, y las manos que ante nos extienden, son remedios que nos dan". Y San Pedro Damiano, en el "Opúsculo sobre la limosna" escribe este hermoso párrafo: "¡Oh maravilla de la solidaridad, que brotas como una fuente para lavar manchas de los pecados y apagar las llamas de los vicios! ¡Oh felicidad de la limosna, que sacas del abismo a los hijos de las tinieblas y los introduces como hijos adoptivos del reino de la luz!. Tú de las manos de los pobres vuelas al cielo, y preparas allí residencia a los que te aman. Si eres vino, no te agrias; si eres pan, no te floreces; si carne o pescado, no te pudres; si vestido, no te apolillas"23 . Pero el acercamiento y la cercanía, la convivencia con los pobres, es decisiva para la Iglesia y los cristianos no solamente como responsabilidad final, como carga pesada o como obligación moral; ni siquiera como entrega y generosidad, por la cual damos nuestros bienes y hasta nuestras personas a los que más nos necesitan. Siendo todo esto muy grande y muy hermoso, no es suficiente para explicar el misterio escondido, la gracia secreta, el "quasi sacramento" que representan los pobres en el mensaje evangélico.

Motivo fundamental de la opción por los pobres

17. Pero podríamos preguntarnos cuál es la razón fundamental de esta importancia de los pobres en la Iglesia y para la Iglesia. ¿Es una manera de tranquilizar la conciencia de los ricos -la Iglesia y los cristianos también, en muchas ocasiones-, dando de limosna parte de lo que se roba con la injusticia? ¿O acaso un egoísmo redomado, pagando con limosnas una entrada para el cielo? ¿O simplemente expresiones retóricas para mover el corazón de los ricos? Creemos, por el contrario que, la misión de la Iglesia hacia los pobres y la misión de los pobres en la Iglesia se basa en sólidos fundamentos de carácter teológico, cristológico, neumatológico, y eclesiológico.

a) Fundamento teológico

18. El Dios de la revelación judeo-cristiana se nos manifiesta en la Sagrada Escritura como el creador infinitamente sabio y poderoso, lleno de amor hacia todas sus criaturas, especialmente hacia el hombre, del que cuida con especial providencia y al que entregó la tierra con todas sus riquezas, para que las disfrutara y cultivara como colaborador suyo 24 . El pueblo elegido en el Antiguo Testamento, que debería ser para la humanidad como el anticipo, el mediador y el misionero del futuro Reino de Dios, tiene en la Ley y en los profetas normas y orientaciones muy claras que le exigen fomentar actitudes de justicia, de solidaridad y de amor entre los hombres. Cuando son conculcadas -sea por los reyes, sea por los sacerdotes, sea por los ricos-, Dios envía profetas que les conminan para que socorran al necesitado, liberen al oprimido y hagan justicia al injuriado. En el año del jubileo se debía liberar a los esclavos y devolver las tierras que se hubieran tenido que vender por la penuria y necesidad de sus legítimos propietarios. Todos los hombres habían de ser libres, y todos poseer y conservar la heredad de sus antepasados. En el Nuevo Testamento, Jesús de Nazaret y la primitiva comunidad amplían estas exigencias de justicia y equidad hasta alcanzar a todos los hombres de cualquier raza y en todas las circunstancias, sean amigos o enemigos -"si tu enemigo tiene hambre, dale de comer"-, con una especial predilección por los más pobres y más necesitados.

19. Dios respeta las leyes que Él mismo ha dado a la creación, y de manera especial respeta la libertad que ha otorgado al hombre 25 . Por eso, se ha podido hablar en ocasiones del silencio de Dios, o de la muerte de Dios, que se destaca de manera particularmente dramática y misteriosa en el desamparo de Jesús en su pasión y su muerte. Pero Dios sería injusto si pareciese colaborar con la injusticia, o simplemente guardar silencio frente a ella, sin defender al oprimido ni levantar al caído. Aunque Dios no intervenga directamente, acude diligentemente por medio de sus profetas en el Antiguo Testamento. Desde el día de Pentecostés, todos los discípulos hemos recibido el espíritu profético, y somos un pueblo de profetas, que debemos seguir anunciando el Evangelio de Jesucristo, su mensaje de salvación para todos, y de predilección especial por los pobres, como manifestación de la voluntad de un Dios que es Padre de todos los hombres y quiere que compartan los bienes de la tierra como buenos hermanos de una misma familia, y odia la injusticia, la insolidaridad y la opresión de unos hombres por otros.

20. ¿Qué imagen daríamos de Dios si los cristianos calláramos ante la injusta situación de tantos millones de hombres en el mundo? ¿No facilitaríamos así, como dijo el Concilio, el ateísmo de tantos hombres de buena voluntad, que no pueden comprender un Dios que permite que algunos derrochen mientras otros mueren de hambre? 26 . Para evitar ese silencio que sería culpable y blasfemo, la Iglesia debe hablar y debe obrar, bien sea luchando por la justicia cuando la pobreza sea ocasionada por la injusticia, bien actuando por caridad aún en los casos en que esa situación sea ocasionada por los mismos que la padecen.

b) Fundamento cristológico

21. Si bien se considera, no hay nadie propiamente rico más que Dios, que dispone de una riqueza infinita e ilimitada en todo bien auténtico y superior 27 . El hombre, todo hombre, es siempre más o menos indigente de muchas clases de bienes, además de ser limitado en el bien supremo de la vida por el hecho inevitable de la muerte. Por eso, la Encarnación del Verbo de Dios es por sí misma, de manera radical y esencial, el empobrecimiento de Dios. Jesús de Nazaret, el Hijo muy amado del Padre, en el que tiene sus complacencias, es el pobre por antonomasia, el existencialmente pobre, el vaciado -kenosis-, el abandonado por Dios a la vida humana que será su muerte, y el abandonado por sí mismo a la voluntad del Padre y a la voluntad de los hombres. Él no será el hombre para sí, sino el-hombre-para-los-demás, el desposeído, el siervo, el que sirve su vida y sirve su muerte. Tan despojado que ni siquiera tiene un yo propio del hombre, una persona humana -aunque tenga una extraordinaria personalidad-.

22. Este pobre de Yavé que es el pobre más grande de toda la historia del Pueblo de Dios, manifiesta un amor preferencial a los pobres y a los oprimidos. Tanto, que les concederá un título especial: ser sus representantes, sus delegados, sus presencias en la calle y en el mundo. Podríamos decir que Jesús nos dejó como dos sacramentos de su presencia: uno, sacramental, al interior de la comunidad: la Eucaristía; y el otro existencial, en el barrio y en el pueblo, en la chabola del suburbio, en los marginados, en los enfermos de Sida, en los ancianos abandonados, en los hambrientos, en los drogadictos... Allí está Jesús con una presencia dramática y urgente, llamándonos desde lejos para que nos aproximemos, nos hagamos prójimos del Señor, para hacernos la gracia inapreciable de ayudarnos cuando nosotros le ayudamos. Más de una vez Jesús ha manifestado su presencia a los santos cuando éstos ayudaban a un pobre. Si el Señor hubiera venido en su vida mortal a pedirnos ayuda, hubiéramos corrido a darle de todo corazón todo lo que nos pidiera. Ahora lo hace cada día en todos aquellos -¡y son tantos!- que nos necesitan urgente y gravemente.

c) Fundamento neumatológico

23. Si se nos permite la expresión, bien podríamos decir que en la economía de la Historia de la Salvación el Espíritu Santo es como el artesano, el ejecutor, el artífice que va realizando el proyecto de Jesús y el mayordomo que va aplicando las riquezas de la muerte y la Resurrección de Cristo. El Espíritu del Padre y del Hijo, que obró la Encarnación del Verbo en María, se encarga de realizar esta como encarnación continuada que es la Iglesia de la historia. No son dos obras, ni dos historias ni dos proyectos diferentes, sino etapas diferentes de una misma historia de Dios entre los hombres.

24. Por eso, la Iglesia puede y debe hacer suya la proclamación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su vida pública. Cuando le invitan, según costumbre, a dirigir la palabra a los asistentes, en aquel momento diríamos programático, que era como la introducción y explicación de su misión, retomando las palabras de Isaías 28, dice solemnemente: "El Espíritu del Señor sobre mí, /porque me ha ungido/ para anunciar a los pobres la Buena Nueva -el Evangelio, diríamos nosotros-,/ me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos/ y la vista a los ciegos, /para dar la libertad a los oprimidos/ y proclamar un año de gracia del Señor". Y añadió después, al comenzar su comentario: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy"29 . Es San Lucas -precisamente el evangelista de los pobres y del Espíritu Santo, tanto en el Evangelio como en el libro de los Hechos- el único de los sinópticos que expresa la referencia y la vinculación del Espíritu Santo a la misión de Jesús hacia los pobres. Pero los tres -Mateo, Marcos y Lucas- destacan fuertemente cómo el Señor era movido y empujado por el Espíritu 30 , y Mt 11,5 y Lc 7,22 recogen la escena de los discípulos del Bautista enviados a Jesús, a preguntarle si era el Mesías que estaban esperando. El Señor, después de hacer varias curaciones, les responde 31 ,como un signo mesiánico de su misión, que se anuncia a los pobres la Buena Noticia (el Evangelio). Los seguidores de Jesús debemos dejarnos mover, inspirar y orientar por el Espíritu Santo, si queremos vivir, crecer y madurar como cristianos, llamados a la perfección de la santidad. Por lo mismo, nos sentimos misioneros de la misión principal de Cristo, que fue -y sigue siendo en nosotros- la de anunciar el Evangelio a los pobres, liberar a los oprimidos y curar a los enfermos.

d) Fundamento eclesiológico

25. En la Encíclica Dives in misericordia, Juan Pablo II insistía en que la Iglesia de nuestro tiempo debe adquirir una conciencia más honda de su misión, siguiendo las huellas de Cristo. ¿Cuál es esta misión? O, si se quiere así, dentro de las diversas misiones complementarias entre sí que la Iglesia debe asumir, ¿cuál es aquélla que debe ser para ella primordial, permanente, general e irrenunciable? Según todo lo que venimos diciendo, parece que esa misión es ser la Iglesia de los pobres, en un doble sentido: en el de una Iglesia pobre, y una Iglesia para los pobres. Así como Jesús fue radical y esencialmente pobre por su encarnación, y entregado principalmente a los pobres por su misión, y sólo así cumplió la redención y Él mismo alcanzó su glorificación, la Iglesia de Jesús debe ser aquella que en su constitución social, sus costumbres y su organización, sus medios de vida y su ubicación, está marcada preferentemente por el mundo de los pobres, y su preocupación, su dedicación y su planificación esté orientada principalmente por su misión de servicio hacia los pobres.

26. La misma historia de la Iglesia nos confirma esta verdad fundamental de la fe cristiana. Si bien es cierto que como institución necesaria en la historia de la salvación la Iglesia siempre permanece, gracias a la promesa y la presencia del Señor, no lo es menos que en unas ocasiones su testimonio puede ser más claro y elocuente que en otras, aunque nosotros no podamos juzgar las circunstancias y las responsabilidades de las personas. Pero en general bien puede decirse que cuando la Iglesia en sus diferentes estructuras -parroquias o diócesis, congregaciones u órdenes religiosas, jerarquía- han acumulado riquezas materiales y vivido en la abundancia, sobrevenía irremediablemente la decadencia espiritual y se debilitaba o desaparecía el testimonio evangélico ante el mundo.

27. En cambio, cuando individual o comunitariamente la Iglesia y los cristianos vivían con entrañas de misericordia preocupados y entregados a los pobres, desprendiéndose de las riquezas propias para remediar la indigencia ajena, han florecido los santos, los grandes misioneros, los carismas de todas clases, la alegría espiritual y la caridad, la paz y la esperanza, y el evangelio era más y mejor anunciado, y generalmente más creíble y más creído. Se podrían poner innumerables ejemplos de toda la historia de la Iglesia. Por poner uno solo, recordemos a Santo Domingo de Guzmán, canónigo de Osma, que solamente pudo predicar con fruto el evangelio entre los albigenses cuando se desprendió de todos sus bienes, de su cabalgadura y sus ricos ropajes, y anduvo a pie, pobre y descalzo, por los caminos del Sureste francés.

28. Esta misión fundamental de la Iglesia hacia los pobres supone una permanente con-versión, volcarnos, vaciarnos-todos-juntos hacia el lugar teológico de los pobres, donde nos espera Cristo para darnos todo aquello que necesitamos para ser verdaderamente su Iglesia, la Iglesia santa de los pobres y para los pobres. De aquí la necesidad de conocer, vivir y compartir el mundo de los pobres 32 .


1 Cfr 2 Cor 8,9.

2 Cfr Lc 6,20.

3 Cfr Mt 25, 31-46.

4 SRS, 15.

5 CA, 33.

6 Consejo de Ministros de la Comunidad Económica Europea en su Segundo Programa de Lucha contra la Pobreza. 1984. Art. 1.2.1.

7 Informe de la ONU sobre la situación social en el mundo, 1993.

8 Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 1992.

9 CA, 33.

10 Ex 3,7-9; Cfr Sal 9,13; Is 61,1.

11 Cfr Mt 25,42-45; Lc 16,19-31.

12 Cfr Mt 10,9.

13 San Ambrosio, De officiis ministrorum II, XXVIII, 137 PL 16,140.

14 LG, 8.

15 DM, 13.

16 Mc 10,45.

17 DM, Cap. VII.

18 Cfr 2 Co 8,9.

19 DM, Cap. VII.

20 Jn 20,21.

21 Lc 10,29-37.

22 Mt 25,31-46.

23 San Pedro Damiano, De eleemosyna, c. VIII, PL 145,222.

24 Cfr Gs, 69; SRS, 39 y 42; CA cap. IV.

25 Cfr Veritatis Splendor, 40ss.

26 GS, 19.

27 Cfr Veritatis Splendor, 9.

28 Is 61,1-2.

29 Lc 4, 18-21.

30 Cfr Mt 4,1; Mc 1,12-13 y Lc 4,1-13.

31 Aludiendo a Is 35,5-6.

32 Recordemos unas palabras del Cardenal Lercaro en el Concilio: «Quiero decir que el misterio de Cristo en la Iglesia es siempre, pero sobre todo hoy, en nuestros días, el misterio de Cristo en los pobres, ya que la Iglesia, como dijo el Santo Padre Juan XXIII, es la Iglesia de todos, pero especialmente "La Iglesia de los Pobres"». CONCILIO VATICANO II. Acta Sinodalia. Vol II, Parte II. Congregación General XL.1. Typis Polygrottis Vaticanis 1972.