SIMBOLOGÍA Y CATEQUESIS
NDC
 

SUMARIO: I. ¿Qué es el símbolo? II. Lectura religiosa de la realidad: 1. Experiencia de vertiente horizontal; 2. Experiencia de vertiente vertical. III. Espacios de presencia del elemento simbólico: 1. Símbolos del proceso de despertar religioso; 2. Símbolos de la primera evangelización; 3. Símbolos catequético-bíblicos; 4. Personajes catequético-simbólicos en la Biblia; 5. Recursos catequético-simbólicos en el evangelio; 6. Símbolos litúrgico-sacramentales; 7. Símbolos de la Iglesia en el Vaticano II. IV. Recuperar el lenguaje simbólico en la catequesis.


La catequesis como experiencia religiosa es al mismo tiempo un hecho humano y divino, vivencial, cultural, ritual, celebrativo, testimonial, personal y comunitario. Por eso, la acción catequética, al arrancar de la realidad y del ser humano, requiere diversos lenguajes para ser modo de vida y experiencia trascendente. Un lenguaje fundamental es el de la sensibilidad simbólico-celebrativa. Es la preparación a la expresión oral y celebrativa. Es muy difícil experimentar la fe cristiana sin sensibilidad significativa y sin mediaciones simbólicas. Ambas se encuentran en la misma realidad y en su lectura profunda. Si no hay símbolos sin realidad, tampoco hay experiencia cristiana sin símbolos. Resulta muy peligroso verbalizar y racionalizar la fe cristiana, pues la empobrece, ritualiza, manipula, aísla.

Gracias a la sensibilidad simbólica, la experiencia se hace más llena del misterio, de sacramentalidad, de encuentro gozoso y comunitario. Un largo abanico de mediaciones simbolizadoras nos permitirá percibir una nueva experimentación del hecho cristiano.


I. ¿Qué es el símbolo?

En primer lugar, tengamos muy en cuenta que el ser humano es un ser fundamentalmente abierto a una realidad radical y última (persona absoluta), que constituye la instancia definitiva (misterio). Las personas tenemos una clara evidencia de nuestra finitud esencial. No podemos ser Dios, pero sí ser de Dios, ser para Dios. Y ese misterio trascendente hacia el que tendemos, lo tratamos de experimentar mediante las mismas mediaciones (signos) que nos humanizan, pues en ellas percibimos la presencialización del misterio que nos diviniza.

Ofrecemos un elenco de mediaciones que pueden ayudar a divinizar a las personas y a sacramentalizar el misterio. Cada persona es cuerpo, cerebro, corazón y espíritu, y nada importante podrá alcanzarle si no afecta a todo su ser; así la persona espiritualiza lo corporal y corporaliza lo espiritual. Es en esta experiencia donde aparecen el signo y el símbolo, que es una especie de corporalización de todo lo que pertenece al terreno del espíritu, de lo religioso.

Llamamos signo a una entidad-realidad que remite a otra y que la indica. La mayoría de los signos que utilizamos los hemos creado los humanos y por eso los llamamos convencionales. Para eso basta con conocer el código para comprender su sentido. También las palabras que utilizamos son signos convencionales.

Hay distintas clases de signos: 1) Signos naturales, que nos vienen dados por la naturaleza misma: el humo, signo del fuego; la huella, signo del paso... 2) Signos convencionales, que los elegimos las personas y los organizamos según un código: signos de cortesía, de amistad, de tráfico... 3) Signos simbólicos, que son aquellos elementos naturales a los que la persona pone una función-sentido más pleno; es un medio de relación, de comunicación. En estos casos, los signos remiten a otra realidad totalmente diferente, y ello se lleva a cabo mediante una acción simbólica exterior (ver, tocar, oler, oír, gustar, contemplar) e interior (sensibilidad, emociones, admiración, apertura).

En este último sentido significativo, la realidad simbólica resulta un medio de comunicación-comunión, una mediación de unión. Así el símbolo se sirve de una realidad sensible para indicar (referir, remitir, mediar) la existencia de algo que no se percibe por los sentidos.

Etimológicamente, la palabra símbolo viene del griego simbalero, que significa: poner con, reunir; remite a una contraseña; por ejemplo, el fragmento de una moneda o de una medalla partida que sólo cumple su misión cuando vuelve a juntarse con la otra mitad separada. El término opuesto al símbolo es diabolos, que divide.

El símbolo era un medio utilizado antiguamente por dos pueblos o países aliados: se rompía en dos una pieza redonda de tierra cocida o cobre, y cada pueblo se quedaba con una mitad. Cuando uno de los pueblos tenía un mensaje que comunicar a su aliado, daba su mitad a un mensajero que llevaba la noticia; si, a su llegada, la mitad que el mensajero tenía se unía con la otra, se estaba seguro de que este mensajero venía de la ciudad aliada.

Tenemos un ejemplo curioso en el libro de Tobías: «Entonces Tobías respondió a su padre: "Haré todo lo que me has mandado, padre; pero, ¿cómo recuperaré la plata si él no me conoce ni yo a él? ¿Qué señal le daré para que me conozca, me crea y me la dé?". Tobit le respondió: "Gabael y yo firmamos un contrato y lo partimos por la mitad; cada uno se quedó con una parte, y yo le di la plata"» (Tob 5,1-3).

El símbolo presupone una escisión originaria, una autolimitación original, como en el caso del niño o la niña que, tras haber vivido en una unidad interna con su madre, comienza a ser dividido de ella; pero en muchísimos gestos de mutua dependencia vivirá una experiencia de afecto simbólico, que le permitirá llamarla madre y sentirse al mismo tiempo hijo o hija. No cabe ser madre sin ser hija al mismo tiempo, y a la inversa.

Lo propio del símbolo consiste en abrir un espacio lógico en el cual adviene al fin (en el fin) la sutura que restaura lo escindido; lo cual presupone la creación de un escenario que posibilite el encaje (encuentro y reconocimiento) entre las dos partes del símbolo (simbolizante y simbolizada). El símbolo es la forma lógica que corresponde al ser del límite.

Lo propio del símbolo consiste en su capacidad por unificar lo escindido, en relacionar toda la realidad de la vida, tanto la visible como la invisible.

En ese horizonte se consuma el símbolo como correlación entre sus dos naturalezas fundamentales: el Creador y la criatura; el Misterio origen y la creación misteriosa (entre su forma sensible y lo que esta simboliza).

El símbolo es una mediación entre la trascendencia de Dios Padre y nuestra condición histórica y mundana. En la primera evangelización y en la catequesis, los símbolos tienen la función de ser mediación religiosa del ser humano con el misterio. Por eso, religiosamente hablando, el símbolo es un lenguaje más comunicativo que conceptual. Es el epicentro de un dinamismo realizador de la interrelación comunicativa entre Dios y las personas.

La sensibilidad para los símbolos supone, en todo ser humano, el trascender, abrirse, contemplar, adentrar, dejarse abrazar, enamorarse, ser celebrativo. Ellos son el centro de la vida profunda del ser humano; revelan los secretos de lo inconsciente, nos abren a lo desconocido, misterioso, infinito, pleno. Podríamos afirmar que un maravilloso mundo de símbolos vive en nosotros y que vivimos en un mundo inmenso de símbolos que nos abrazan. De hecho, los símbolos revelan velando, y velan revelando.

Lo que sí está claro es que el símbolo necesita del signo para provocar resonancias; pero el símbolo ejerce, además, una acción que nos va transformando en nuestro interior; está cargado de afectividad y dinamismo. El signo es como algo continuo a nuestro ser humano. El símbolo supone una ruptura de plano, una discontinuidad, un pasar a otro orden nuevo con dimensiones múltiples. El símbolo nunca suprime la realidad; permanece en la historia, pero le añade una dimensión nueva, que es la verticalidad, la altura, lo infinito. En la práctica, el símbolo aleja lo que está cerca y acerca lo que está alejado, de manera que el sentimiento pueda captar lo uno y lo otro.

Por eso, el símbolo afecta al logos (palabra visibilizada, gestual, arraigada en el sustrato humano) y al sentimiento. Su finalidad es formar conciencia del ser humano en todas sus dimensiones del espacio y del tiempo, de su proyección al origen y al futuro. Pone en comunicación la extensa línea del pasado, del presente y del futuro (evoca y rememora).

El mundo de los símbolos es inmenso; agrupa múltiples dimensiones; ellos expresan y aúnan realidades distantes; relacionan tierra-cielo, espacio-tiempo, hoy-eternidad, inmanente-trascendente, conocido-desconocido, visible-invisible, consciente-inconsciente, materia-espíritu. Esta gama de manifestaciones o epifanías simbólicas es la que vivencializa la experiencia religiosa. Los símbolos crean vida, siempre que esa relación-unión sea desinteresada. De lo contrario, los símbolos mueren, y cuando faltan la gratuidad y la socialización, quedan sin interpretación, se materializan en ritos fríos.


II. Lectura religiosa de la realidad

Cada mañana la luz nos abre las ventanas de la vida y la realidad se hace sorpresa y presencia para los humanos. Gracias a la observación contemplativa por nuestra parte, estas realidades, unas pequeñas y otras grandes, vistas a la luz y atrayentes por su color, van recibiendo el nombre que las personas les reflejamos. Y cada vez que les damos nombre, les damos una existencia válida para nuestra vida. En ese contexto de nombres humanizados, las personas nos orientamos tratando de dar el sentido más pleno a nosotros mismos, a los demás y al entorno que nos envuelve.

Esta es, precisamente, la lectura significativa de la vida, que los humanos vamos experimentando para saber vivir, para saber elegir lo mejor, para lograr la máxima relación y encuentro con cuanto nos rodea.

Esta lectura significativa no se improvisa; es un aprendizaje que hemos de saber vivir e interpretar con plena lucidez. Renunciar a hacerlo, es renegar de la vida y dejarnos desaparecer en la negatividad de la oscuridad, reduciéndonos a la soledad y al sin sentido.

Debemos saber ser y vivir de las manos de cada día. Esa vida y ese día que Alguien nos ha confiado, con cariño y sorpresa, están llenos de alfabeto religioso. Nada es neutro. Nada es sin sentido. Todas las realidades están expectantes a ser descubiertas por la persona para que sea más persona; es decir, para que su verticalidad sea como el árbol de la vida, que produce en cada momento histórico frutos de vida.

La vida humana, la vida del cosmos y la vida de la tierra, son una realidad llena de relaciones. Cuando el ser humano sabe acogerla positivamente y trabajarla con su iniciativa de apertura y encuentro es la casa del hombre vivo. En ella hemos nacido, pero no creados en su superficie, sino en su profundidad cargada de misterio. Ese misterio profundo se nos ha revelado en las sabanas (superficie) de la tierra para que, caminando sobre ella, vayamos dando nombre, dando significación de encuentro con el misterio. Y es que dar nombre es convertir todo en vida.

Es cierto que un día, tras múltiples experiencias de encuentro mediante lazos simbólicos religiosos, nuestro cuerpo volverá a ser enterrado, pero no en manos de la tierra misma, sino del Misterio que nos creó y que nos ha abrazado a lo largo de la vida. Y ese primer símbolo, que nos creó y nos confió a la suerte de nuestra originalidad histórica, volverá a reencontrarse definitivamente para ser en el Misterio-Amor sin fin.

Pero esta realidad donde residimos los humanos necesita ser experimentada y celebrada —en sus vertientes horizontal y vertical— en un proceso de identidad y superación escalonadas.

1. EXPERIENCIA DE VERTIENTE HORIZONTAL. La primera percepción real de las cosas la notamos cuando, gracias a los rayos solares del amanecer diario, contemplamos cuanto hay delante, vemos a los demás y desde todo ello nos vemos a nosotros mismos. Podríamos quedarnos fijos como en un sillón percibiendo la vida desde la mera lógica o razón, diciendo palabras, definiendo, clasificando, seleccionando, etc. Todo como si tuviera un solo relieve, tal como lo percibimos en la televisión. Pero no es precisamente esa la originalidad humana. Las personas somos tales, al percibir la realidad en su totalidad, desde una lectura íntegra. Y para alcanzar una lectura íntegra de las realidades, conviene que experimentemos progresivamente estas percepciones: 1) Observar la realidad, tal como se nos ofrece, mediante nuestros ojos; contemplando primero su totalidad, y luego, parte a parte, con todas sus sorpresas. Esta experiencia observativa nos hace sentirnos, como quien se sumerge en una piscina, revestidos de vida, abrigados en la vida. De este modo, la realidad ya no es fija, sino cercana y dialogal. 2) Percibir esa realidad con todas sus variedades y colores supone percatarnos del grado de absorción de luz de que disponen. Sus relieves, para saber tomar, moldear, pulir, actuar. Sus partes duras y blandas, para saber crear una corporeidad humanizada, similar a nuestro propio misterio humano. De este modo, la realidad resulta cambiante, mejorable, perfeccionable. 3) Sentir humanamente esa experiencia. El tacto nos permite percibir una sensación. Nuestros dedos tienen experiencias diversas: el dedo pulgar crea relación de fidelidad con cuanto palpa; el índice, alcance y sencillez, y los otros dedos ofrecen una relación diversificada en alianza. También nuestros pies perciben infinidad de percepciones táctiles. El pie tiene cuatro espacios de caminante y de encuentro: el talón para apoyar; la cavidad intermedia, para adecuarse al subsuelo; la base de los dedos para orientar, y los dedos mismos para firmar el encuentro. De este modo, nuestro interior interpreta, acoge y abraza la vinculación afectiva y misteriosa de la realidad experimentada. Así, la realidad se deja querer, ordenar a nuestra iniciativa. Y el ser humano ama con afán de encuentro-amor. 4) Sufrir dicha experiencia. Así como el cemento y la arena, al ser bañados por el agua, se disponen para adquirir la forma elegida y solidificarse, también la realidad visible espera a que nuestro sudor, lágrimas, esfuerzos, cansancios, generosidad y desgaste la maduren para ser alimento vital. De modo similar a los ciclos de la naturaleza, junto a las percepciones, gozos y logros, también el sufrimiento resulta necesario a la experiencia humana. De este modo, mediante el sufrimiento o consentimiento de la vida, todo se convierte y transforma en esperanza, superación, nueva oportunidad, nuevo encuentro. 5) Disfrutar la experiencia. El disfrute no es sólo la obtención de un bien, de un precio o de un valor. El disfrute lo experimentamos al humanizar la realidad; al darle nuestra identidad y al recoger la suya, en el proyecto que el Misterio nos ha impreso, la relación se convierte en bien, gozo, felicidad. Ese encuentro mutuo es el más humanizador. Pero si sólo hacemos valer el criterio de la posesión y el dominio, de la manipulación a nuestro arbitrio o de la destrucción a nuestro antojo, nada vale en la vida, pues nos convertimos en seres destructores, malos. De este modo, mediante la humanización de la realidad —materia y forma— la vida resulta gozosa, feliz, compartible en agrado fecundo. 6) Equilibrar la experiencia. Si miramos a nuestra configuración corpórea, pronto percibimos el equilibrio de todos sus elementos: por una parte, entre el vértice superior (mente y razón), el vértice medio (los sentidos para la relación) y el vértice inferior (los sentidos para la acción). Y todo ello, sostenido en verticalidad por el tronco y la médula unida al cerebro. Por otra parte, equilibrio entre los sentidos pares: manos y brazos, ojos y oídos, olfato y labios, rodillas y pies.

Resulta muy similar el equilibrio de la realidad, dotada de elementos cósmicos y de elementos telúricos. Similar es también la combinación de la luz y el agua, de la tierra y las rocas, de los valles y las montañas. Todas son necesarias, se deben mutuamente. Pero todas mantenidas en armonía y equilibrio. Es de este modo como las personas tenemos una vocación muy concreta de administrar felizmente toda la creación. Toda ella es para todos. Dispone de bienes para todos, pero justamente participados, fraternalmente disfrutados.

2. EXPERIENCIA DE VERTIENTE VERTICAL. Nos queda aún por abordar la parte más excelente de nuestra simbología humana: aquella que emana de nuestras actitudes profundas. Este es el espacio más propio de nuestra humanización. Y esta experiencia ha de ser consciente por parte de uno mismo y de los demás. Nadie puede asumir por otros. Todos lo hacemos en bien de todos. Todos elegimos lo mejor para los demás, al decidir lo mejor para uno mismo. Y en este terreno la decisión personal o grupal procede de todo el ser humano. Si lo hacemos tan solo por la razón, descuidando la relación y la acción, nos vamos neutralizando. Todos somos deudores unos de otros, desde la verdad y desde el bien mutuo.

Veamos a continuación diversos pasos evolutivos para una educación simbolizadora y plena de nuestras actitudes: 1) Personalizar cuanto percibo y asumo. Es decir, actuar conscientemente, responsablemente. No por mero gusto, ni por dar una buena imagen. Eso equivale a renunciar a ser persona. Yo sé que tengo un nombre, en la medida en que doy nombre consciente a todo eso de lo que participo. Cualquier forma de masificación nos destruye y perdemos nuestra conciencia, y eso es como perder los ojos de la vida. 2) Asumir la realidad tal como llega es saber ser con cuanto soy y dispongo. No es precisamente la mera conformidad, pues dejaríamos de luchar, de superarnos. Más bien se trata de tomar con gozo todo lo que somos y hacemos y lanzarnos a caminar junto a los demás, con el fin de sumarnos y de sumar nuestras iniciativas. 3) Comprender la realidad. La preposición con, que va precediendo a tantas expresiones, nos invita a estar con, trabajar con, vivir con, amar con, sufrir con, creer con, celebrar con, compartir con... 4) Encarnarnos en la realidad. Al igual que nosotros tenemos la forma de personas gracias a la carne (sentidos, músculos, huesos y vísceras), así también nuestra originalidad humana puede adentrarse en todas las realidades creadas y, de modo especial, en la realidad de las demás personas. Nuestro máximo bien es el otro. Nuestra máxima alegría es el aunar ambos corazones. Nuestra salud es más valiosa al atender a un enfermo. Nuestra vista es más valiosa al acompañar a un ciego. Nuestras manos son más valiosas al compartir todo con el que nada tiene. Y esta experiencia actitudinal es una de las simbolizaciones más festivas y gozosas. 5) Trascender la realidad. El sol es presencia de luz, pero a su vez es camino. De modo similar, las personas somos los seres más maravillosos, viviendo la relación con el que nos ha creado. Trascender equivale a buscar nuestro abrazo con nuestro origen, con nuestro Padre. Trascender sólo se hace tras haber avanzado en las actitudes anteriores. Nadie puede trascender solo. Aunque cada ser humano es distinto y original, todos participamos de la misma fuente; todos tenemos un origen y una meta comunes. Somos como las diversas formas de fruto del mismo árbol. Somos un signo (sacramento) del Misterio. Y cada vez que trascendemos a la fuente, somos más humanos, más fraternos, más hermanos e hijos. 6) Elegir un modelo humanizador. Así como las realidades tienen una fuente común, también las personas, para poder acceder a dicho origen común, hemos tenido la suerte de que el mismo Creador se nos ha revelado en su propio Hijo Jesús. En él tenemos la ética del camino a seguir, mediante el programa de las bienaventuranzas. En él tenemos el objetivo de nuestra realización última: ser hijos y hermanos en esta tierra, vivir amando. Jesús ha dado las respuestas más plenas a las preguntas humanas. La palabra última no la tiene el pecado, la injusticia, la violencia, el egoísmo, el poder, la mentira, el mal, la muerte, la soberbia, el dinero... Sólo la tiene el amor, el perdón, la salvación, la fiesta compartida, la vida..., celebradas desde el don de Dios Padre. El es la Fiesta plena. El experimentar la relación simbolizada de su Amor nos lleva a su Pascua total: vivir siempre en relación Creador y creaturas, Padre e hijos.


III. Espacios de presencia del elemento simbólico

«La comunicación de la fe en la catequesis es un acontecimiento de gracia, realizado por el encuentro de la palabra de Dios con la experiencia de la persona, que se expresa a través de signos sensibles y finalmente abre al misterio» (DGC 150). Propiamente el símbolo está emparentado con diversos enfoques del hecho evangelizador y catequético: 1) como mediación que facilita el encuentro con el misterio trascendente; 2) en la celebración de la fe como lenguaje de expresión preferente; 3) en la celebración del misterio cristiano, como referencia de la mediación trascendente; 4) en los lenguajes de la catequesis: los símbolos; 5) como referencia del símbolo codificador del credo apostólico (proposiciones breves del contenido de la fe cristiana); 6) en la traducción de las actitudes de testimonio de fe en la iconografía y en todo el arte cristiano.

Dado que aquí nos interesa engarzar las posibilidades de encuentro entre la catequesis y el símbolo, pasamos a exponer el lugar mediacional que tiene el símbolo. La catequesis es una experiencia de fe vivida, ritualizada-celebrada en el día a día. Lo sagrado, los símbolos, el rito, el sacramento, son expresiones que conducen a la fe en Dios Padre. Cada una de estas expresiones motiva y media el encuentro plenificante entre los seres humanos y Dios Padre. Es un camino progresivo de fe y encuentro entre la trascendencia de Dios y nuestra condición histórica y humana.

Lo sagrado es la primera percepción del misterio. El símbolo es una mediación comunicativa del ser humano con el misterio. El rito es la forma concreta de esa comunicación religiosa. Y el sacramento es la celebración eficaz de ese encuentro de fe. Actualmente la iniciación en la fe cristiana, teniendo en cuenta la situación de secularización y de ofertas múltiples de vivencia religiosa, está planteada en línea de la nueva evangelización.

La iniciación a la experiencia cristiana supone un largo proceso que en cada ser humano tiene su propio ritmo y adhesión libre. Lo afirma la Conferencia episcopal española cuando dice que la iniciación cristiana «se lleva a cabo en el curso de un proceso... [en el que] los que acogen el mensaje divino de la salvación, atendiendo a la invitación de la Iglesia, son acompañados... hasta la madurez cristiana básica» (La iniciación cristiana [IC], 12; cf 19-21).

Veamos: 1) Comienzo con el llamado despertar religioso, cuya finalidad es abrir al Misterio desde las mediaciones más cercanas a la vida. 2) Una vez descubierta su necesidad de dependencia religiosa, tiene lugar la primera aproximación al mensaje cristiano, o primera evangelización, donde se comienza a descubrir la vinculación de las realidades propias del hombre con Dios Padre, utilizando un lenguaje familiar, natural. 3) La fase anterior, libremente madurada, da paso a la catequesis propiamente dicha, en la que el catecúmeno precisa de un grupo experiencial y de una comunidad que le acompañe; en este camino vivencial de la fe en Jesús (adhesión y seguimiento), las mediaciones de fe son evocadas desde la Biblia (símbolos de la historia de la salvación) y desde la liturgia sacramental (sacramentos de iniciación). 4) Finalmente, una vez incorporado a una comunidad cristiana (Iglesia), el creyente avanza compaginando, al mismo tiempo, la celebración de los sacramentos, el ser sacramento, el testimonio, la misión, la profecía, el envío.

1. SÍMBOLOS DEL PROCESO DE DESPERTAR RELIGIOSO. Sin pretender abarcar toda la gama de símbolos posibles, presentamos un abanico de mediaciones, evocadas por el personaje central, que es el niño:

a) Mediaciones naturales: 1) Los fenómenos que podemos percibir en la creación (edén religioso para el ser humano): todos los seres se nos aparecen en un orden admirable: día y noche, luz y oscuridad, frío y calor, montes y valles, arroyos y fuentes, ríos y mar, olas y arenas, hojas y flores, ramas y tronco... Todos los seres, que expresan vida, exponen a su Creador y Cuidador: el encanto asombroso, variado, bello y oloroso de tantas flores, la formación tan equilibrada y coherente de cada árbol y la espacialidad de los árboles entre sí, la constitución de los peces tan preparados para vivir en aguas saladas y dulces, la vida de tantos animales (aves, insectos...) que sin sembrar se alimentan, viven y reproducen, la convivencia de animales tan variados... Todos los seres expresan no una hermosura propia sino hermosura-reflejo de Alguien misterioso: Alguien se recrea en cada una de ellas; todas son espejo de la belleza primera que las crea y recrea; son huellas de Alguien misterioso... Todos los seres nos han sido dados gratis. Nadie nos pasa recibo por su presencia misma, más bien se nos invita a vivir con talante de gratuidad... Todos los seres tienen una significación religiosa; nos refieren a Alguien misterioso... 2) Los fenómenos relacionados con los cuatro ciclos del año, como modelo del proceso evolutivo de la vida humana, son: La primavera: canto a la vida; explosión de la vida; sorpresa misteriosa; despertar a todo lo nuevo; preparación a lo desconocido; la hora de salir al aire libre, la hora de la luz y de la flor, la hora de la alegría y de la fiesta, la hora de levantar nuestras persianas, el milagro nuevo de cada día... El verano: madurez de la nueva vida (ser fruto, ser bienhechor); disposición de plenitud; todo revestido de amor; la extensión máxima de la luz y del tiempo (el sol vence a la sombra), la persona como fruto de felicidad. El otoño: fase suprema de la vida. Madurar para darse, para hacer todo bien; hacer posible una nueva vida en los demás; momento de entrega total; saber envejecer; dar razón plena de lo vivido; dar ejemplo de esperanza. El invierno: el tiempo y el espacio se hacen mudos por fuera para prepararse para lo nuevo. Saber dar paso para que entre lo nuevo; la hora del regreso a la casa del Padre; tiempo de interioridad; momento de evaluación global; momento feliz de gratitud...

b) Actitudes y mediaciones de la creación y acción humana: Indicamos varias de estas actitudes o situaciones con algunos ejemplos de mediaciones simbólicas: 1) Agobios y ahogos: una agenda; amigabilidad fácil: balón, un sello de carta; camino y ruta: bastón, mapa, cantimplora; contagio, atractivo, agradable: colonia, caramelos; desconexión y aislamiento: interruptor; diálogos de mera razón: pantalla del ordenador. 2) Disposición de encuentro: llavero, el evangelio, una cruz sobre el pecho; espacio de vida, de sencillez: agua, fuente; espacios de encuentro: paraguas, manta, barra de pan; expresiones de vida, fecundidad: primavera, flor; encuentro humano: puente, mesa con asientos a su alrededor; generosidad y vocación al servicio: semilla, tiesto con tierra... 3) Iniciativas modestas pero eficaces: cerilla encendida, un piropo honesto; modelo y artista: barro, plastilina, escayola; insolidaridad: charco, arena seca, la radio, caravana de coches. 4) Oportunidad de realización: ascensor, escalera para subir; proyecto de vida: papel blanco, espejo, volante de coche; orientación y horizonte: brújula, mapa; permeabilidad: esponja. 5) Regalos que cumplen: una flor, una llamada telefónica; regalos que llenan: un arbusto con raíces, una visita personal, una carta; relación y acercamiento: pañuelo, cuerda, manos enlazadas. 6) Saludos que arrastran: saludar mirando, saludar con gesto manual; sinceridad de expresión: besos, caricias; solidaridad: ramas y tronco, lagar, molino, granado; solidez, firmeza, cohesión: roca, granito, cemento...; sonidos que llaman: silbido, eco, aplausos...; sonidos que atemorizan: gritos, insultos.

c) Mediaciones en los seres humanos. 1) Fenómenos de los espacios corpóreos: espacios únicos: cabeza, rostro, tronco, corazón; espacios pares: los ojos, los oídos, los labios, accesos del olfato, brazos, manos, rodillas, pies; espacios múltiples: los dedos de las manos, los dedos de los pies, enlaces de cada abrazo (bisagras), enlaces de los pies (bisagras-flexiones). 2) Fenómenos de los ritos de tránsito: En la infancia: embarazo; tiempo de gestación; nacimiento, abluciones; gestos de ofrenda al sol, a la tierra, al nuevo día; lactancia; elección del nombre; presentación ante los familiares; presentación ante la comunidad; contenido de ambos apellidos; vestidos afectivos, percepciones táctiles; dar de comer y beber; sonorizaciones, expresiones y cantos; comunicación visual; comunicación labial y besos; primer aprendizaje de andar; pasear en los brazos, al hombro, a la espalda; caminar al ritmo del niño; presentación de la creación y sus nombres; presentación de los amigos, vecinos; iniciación a la cultura y sabiduría popular; experimentación del trabajo y de sus frutos; compartir de la misma mesa; compartir en un mismo trabajo; celebraciones de fiestas: aniversario; contagio de las vivencias religiosas; ayudar a razonar, a encontrar la verdad común, a evaluar y ser responsable; aprender a felicitar y ser felicitado, a dialogar, escuchar y callar; disfrutar de la gratuidad, la fiesta; compartir esfuerzos, dolores, limitaciones... En la pubertad: cambio de ropa; dejar atrás formas de infancia; apertura a las sorpresas corporales; conocimiento de la sexualidad; los amigos, las amigas; estudiar, jugar, competir en grupo; elección de amigos preferidos; experiencias de flirteo; gustos, hobbies, elecciones, rechazos; conciencia de la propia libertad; experiencia del bien y del mal; integración en la sociedad, cultura, política, juego... En la juventud: energías físicas y morales; facultad de elegir, decidir, renunciar; experiencia de pareja; enamoramiento; compartir con los del otro sexo; poseer economía propia; búsqueda del trabajo; marginado de la escuela, del trabajo; creación de una nueva vivienda; integración de los valores fundamentales para ser-vivir; compartir las fiestas populares; plantear la vocación del matrimonio, del servicio; anuncio del noviazgo y del matrimonio; preparativos de la boda; compromisos sociales, económicos, laborales; rendir cuentas a la comunidad... Ante las limitaciones humanas: la experiencia del dolor; el paro; los accidentes laborales; la enfermedad; el mal, el pecado; la soledad; la emigración y la marginación; la muerte; errores humanos; delitos personales...

d) Mediaciones familiares/comunitarias: 1) Fenómenos en la paternidad/maternidad: nuestras alianzas; la convivencia/comunicación; diálogo/ escucha/respuesta; compartir la mesa; expresiones de cariño; el mutuo perdón; distribución de tareas; economía común; aprendizaje de funciones; programación familiar; la ofrenda/la consagración; la fertilidad/la esterilidad; siembra de nuevos valores; espacios de intimidad; espacios de fiesta; búsqueda de nuevos caminos; días de sequía/tristeza/impotencia/incomprensión; celebrar nuestras creencias; lectura común; experiencia de ser padres e hijos. 2) Fenómenos de la segunda paternidad/maternidad: madurar desde los hijos; entrega de responsabilidades; dejar en relevo nuestro puesto a otros; saber mirar siempre adelante; preferencias y celos; sentido del ahorro/gasto; nuevamente los dos solos; achaques; abriendo la ventana de la esperanza; sentido de nuestras vidas; fiados en manos del Misterio; contemplación de nuestro atardecer; abuelos y nietos; testigos del amor; agradecidos a la vida/familia/ convivencia/comunidad; equipaje para el último viaje sin retorno; esperar la hora de la vida/muerte; bendecir el Misterio siempre presente.

2. SÍMBOLOS DE LA PRIMERA EVANGELIZACIÓN. a) Desde el sentido de la vida: propia aceptación/rechazo; vistiendo nuestra cabeza; vistiendo nuestra mirada; vistiendo nuestro lenguaje; vistiendo nuestras expresiones; vistiendo nuestro caminar; vistiendo nuestro amor y el de los demás; aprendiendo a andar; aprendiendo a peregrinar; aprendiendo a subir/bajar; aprendiendo a correr/saltar; aprendiendo a avanzar/parar/volver; mirando desde la luz/oscuridad; contemplando desde la profundidad/superficie; organizando la vida/sus etapas/ objetivos/logros; ayudados de la reflexión, estudio; responsable de la propia personalidad; valorando cada día los aciertos/errores/temores.

b) Desde los problemas personales: la soberbia; la pereza/ comodidad/evasión; el egoísmo/egolatría/endiosamiento; sordos a la propia conciencia; cerrados al misterio; infidelidad/desconfianza/desamor; mentira/ disimulo/medias verdades; injusticias con bienes/personas/grupos; abusos físicos/psíquicos/morales; víctimas de la sociedad de consumo; irresponsabilidades; destrucción de derechos humanos; violencias/odio/exclusión.

c) Desde los problemas sociales: el paro; la guerra; la violencia; dictaduras represivas; armamentos letales; la miseria, el hambre; el capitalismo; insumisión/objeción de conciencia; explotación de menores/sexual; violaciones/machismo; acaparación y acumulación de bienes; destrucción ecológica; negación de los derechos humanos; manipulación de los medios de comunicación; escuelas para el paro; ocio, droga, sida...

3. SÍMBOLOS CATEQUÉTICO-BÍBLICOS. a) En el Antiguo Testamento: la Biblia; la creación; el Paraíso, Edén; primeros hombres: Adán/Eva; el pecado/la serpiente/ la desnudez/el mal; los patriarcas; los profetas; los ángeles, arcángeles; Israel: el pueblo elegido de Yavé; los reyes; el destierro/ exilio; el Faraón; el éxodo; el Mar Rojo; la roca; las plagas; el creyente/ Abrahán; retorno a la Tierra de promisión; las tablas de la Ley; el Arca de la Alianza; el arca de Noé; el desierto; la ley de Moisés; la nube, el maná; el pecado personal, popular, real; ofrendas; sacrificios; el Monte sagrado; el Cordero pascual; el altar de las ofrendas; el templo de Jerusalén; las fiestas pascuales; el Mesías; los sacerdotes; el anticristo; los fariseos; los saduceos; los samaritanos; el sanedrín; los ancianos del pueblo; la ley del talión; el adulterio, la infidelidad; la torre de Babel; ídolos falsos; cautividad/liberación; circuncisión.

b) En el Nuevo Testamento: Jesús de Nazaret, Cristo, Mesías, Hijo de Dios Padre, Hijo del hombre, Salvador; José y María; ciudad de Belén; Nazaret; el río Jordán; carismas; el cordero de Dios; enfermedad/curación: ceguera, parálisis, mudez-sordera; discípulos; apóstoles; el espíritu de Dios; la última Cena/memorial; milagros/signos de fe; misión de Jesús/enviados; el prójimo; el reino de Dios; las bienaventuranzas.

4. PERSONAJES CATEQUÉTICO-SIMBÓLICOS EN LA BIBLIA. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están plagados de una relación religiosa mediacional entre el Ser superior y el ser humano. La experiencia bíblica nos revela que «a Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18), y, sin embargo, se manifiesta al hombre a través de mediaciones simbólicas. Recordemos algunas de estas experiencias:

Abel: presenta ofrendas agradables a Dios (Gén 4,1-7); Abrahán: el encinar de Mambré, noche estrellada, los tres hombres... (Gén 18,1-2); Adán y Eva: el jardín, el árbol, el paseo dia, rio... (Gén 2,17); Agar: esclava de. Abrahán que le engendró a Ismae£ (Gén 16); Ana, esposa de Elcaná, consagra a su hijo Samuel al Serio] (1 Sam 1). Caín: por envidia mata a sr hermano (Gén 4,1-8). David, rey ) poeta, hombre según el corazón de Dios (lSam 16s.); Débora: única mujer juez de Israel (Jue 4-5). Elías profeta: un ángel, una torta cocida, agua. la brisa (lRe 17-2Re 2); Eliseo, profeta sucesor de Elías, curó de lepra a Naamán (2Re 2-9); Esaú, hermana mellizo de Jacob, vendió a su hermano su primogenitura por un plato de lentejas (Gén 25-28); Ester, reina de Persia, salvó al pueblo judío de la destrucción (Ester). Gabriel, ángel que transmitió mensajes de Dios a Daniel, Zacarías y María (Dan 8,16; 9,21; Lc 1,11-20.26-38); Gedeón, juez de Israel, derrotó a los madianitas, obteniendo la paz durante 40 años (Jue 6,11-23.36-39; 7,1-22); Goliat, filisteo gigante (3 metros de altura), fue muerto por David (lSam 17). Isaac, hijo prometido por Dios a Abrahán y Sara (Gén 21-22); Isabel, esposa del sacerdote Zacarías, estéril, que dio a luz a Juan Bautista siendo ya anciana (Lc 1); Isaías profeta: los serafines, la brasa (Is 6). Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, padre de las 12 tribus de Israel (Gén 25-35); Jeremías: prototipo de vocación profética: lleno de poesía, prosa, parábolas en acción, historia y biografía (Jer); Jonás, profeta del amor y la solicitud de Dios (1Sam 13-14; 18-20); Judit encarna la piedad y fidelidad a Dios, la confianza en el Señor (Jdt). Lot, sobrino de Abrahán, salvado del castigo en Sodoma (Gén 11,31–19,29). Moisés, caudillo que liberó a los israelitas: la zarza ardiente (Ex 3,3). Noé y sus hijos: el arco iris (Gén 9,12); Noemí, suegra de Rut (bisabuela de David), viuda y sin hijos, cuida del nieto (Rut). Raquel, hija de Labán, esposa de Jacob: murió al dar a luz a Benjamín (Gén 29-30). Salomón, hijo de David y Betsabé, rey sabio de Israel, constructor del templo de Jerusalén (2Sam 12); Samuel, hijo de Elcaná y Ana, cuidado por el sacerdote Elí, juez de Israel (lSam 1-4); Sansón, juez de Israel, famoso por su fuerza (Jue 13-16); Sara, mujer de Abrahán y madre de Isaac (Gén 11-12). Zacarías: el ángel Gabriel le anuncia un hijo (Lc 1,11-13).

5. RECURSOS CATEQUÉTICO-SIMBÓLICOS EN EL EVANGELIO. a) Símbolos del vivir diario: adúltera: Jn 8,3-11; agua: Jn 4,10-15; árbol y frutos: Mt 7,15-19; arado: Lc 9,61-62; bodas: Mt 22,1-14; carne: Mt 26,26; casa: Mc 11,17; corazón: Jn 14,1; dracma perdida: Lc 15,8-10; el camino: Lc 1,76.79, Jn 14,6; fe de la mujer cananea: Mt 15,22-28; la hemorroísa: Mt 9,20-22; ceguera: Lc 18,35-43; cizaña: Mt 13,24-30; dinero: Mc 10,23-25; edificar sobre roca/arena: Mt 7,24-27; epulón y Lázaro: Lc 16,19-31; fermento: Lc 13,20-21; fuego: Mt 5,22; 18,8; higuera estéril: Mt 21,18-22; lepra: Lc 17,11-19; levadura: Lc 13,20-21; limosna: Mt 10,42; luz del mundo: Mt 5,14-16; minas/talentos: Lc 19,11-24; Mt 25,14-30; mostaza: Mt 13,31-32; ojo: Mt 6,22; pastor, rebaño, oveja perdida, pastos: Jn 10,11-29; pan de vida: Jn 6,48-52; puerta de salvación: Mt 7,13-14; red barredera: Mt 13,47-50; roca: Lc 6,47ss.; sal: Mc 9,49-50; salario: Lc 10,7; sembrador y semilla: Mt 13,1-9; sol: Mt 5,45; 24,29; tesoro y perlas preciosas: Mt 13,44-46; tierra: Mc 13,31; tinieblas: Jn 8,12; 12,46; trigo y cizaña: Mt 13,24-30; vid y sarmientos: Jn 15,1-11; viña: Mt 20,1-16.

b) Personajes de fuerte carga simbólica: leproso: Mc 1,40-45; el hombre del brazo atrofiado: Mc 3,1-6; el geraseno: Mc 5,2-20; la hemorroísa y la hija de Jairo: Mc 5,21-43; el sordo y el ciego: Mc 7,32-37; 8,22-26; el chiquillo: Mc 9,33-37; el ciego Bartimeo: Mc 10,46-52; la viuda pobre: Mc 12,41-44; la mujer del perfume: Mc 14,3-9; el oficial y el criado: Mt 8,5-13; la madre de Jesús: Jn 2,1-11; la samaritana: Jn 4,4-30; María Magdalena: Jn 20,11-18; Natanael: Jn 1,45-51; el discípulo predilecto: 13,23-25; el paralítico de la piscina: Jn 5,1-9; el ciego de nacimiento: Jn 9,1-12.

6. SÍMBOLOS LITÚRGICO-SACRAMENTALES. La sacramentalidad cristiana. El universo cristiano, divino y humano, tiene dos niveles: el de la gracia invisible del Espíritu Santo y el de las palabras, los signos y los símbolos. Los dos niveles forman el campo de la sacramentalidad. En ella, los símbolos señalan hacia lo que es divino y anticipan su presencia en medio de la comunidad.

La sacramentalidad hay que contemplarla desde la iniciativa divina, que siempre está a punto para que desciendan gratuitamente los dones de Dios al hombre, que por la fe abre lo más profundo de su ser. De este modo, el creyente, desde su presente histórico, puede ascender al reino de Dios a través de la oración, de la atención al evangelio, de la conversión, de los símbolos mediadores que ensanchan la plegaria, y del amor sincero (a Dios y al prójimo) que la culmina.

La encarnación y la Pascua de Cristo constituyen los vínculos visibles para el descenso y la irrupción en la interrelación humana de lo que es propio y privativo de Dios y de Cristo. La encarnación y la Pascua (muerte/resurrección/ascensión/pentecostés) son las columnas que ponen en comunicación la iniciativa divina con las mediaciones visibles del tiempo de la Iglesia: son los ejes de la gracia en la visibilidad.

De este modo, la revelación cristiana corrige el platonismo, para el cual la frontera entre cielo y tierra (entre visible e invisible, entre eterno e histórico) era una barrera insalvable.

En la encarnación del Verbo, prolongada por el bautismo de Cristo y por su transfiguración (preludios ya de la Pascua), los cielos se rasgan y la gracia divina puede descender en forma de paloma. Este vínculo entre el cielo, el lugar de la gloria de Dios, y la tierra, como lugar de su paz, permite la reconciliación entre cuerpo y espíritu, entre lo cotidiano y lo trascendente.

Los dones divinos, en su descenso, crean dos líneas de encuentro —signos mediadores— entre los hombres y Dios: la caridad y los sacramentos. Son las dos mediaciones fundamentales entre Dios y la interrelación humana. La Palabra y el Espíritu encuentran un doble lugar para su descenso: el corazón de cada persona fiel y también la comunidad reunida, ámbito sacramental que clama «¡Ven, Señor Jesús!», porque aspira al Amor más grande. Cuando los hombres reciben el impulso de ese Amor, se convierten en colaboradores de Dios (lCor 3,9).

a) Cuatro elementos básicos de la sacramentalidad: la reunión de los creyentes; la proclamación y la escucha del evangelio; las plegarias de adoración, súplica y acción de gracias; la acción simbólica con la que culmina la oración.

b) La presencia de Cristo glorioso es la mejor sacramentalidad: 1) En el bautismo: el baptisterio; la fuente bautismal; el signo de la cruz; la luz; el nombre/santoral; el agua; la salla salivación; el vestido blanco; la unción bautismal; los padrinos; la renuncia al pecado; el sí al seguimiento a Jesús. 2) En la confirmación: la señal de la cruz; la unción catecumenal; la afirmación personal de la fe; la imposición de manos; el apadrinamiento y la comunidad referencia; la paz; el grupo de fe; el seguimiento de Jesús; el báculo. 3) En la eucaristía: la procesión; el encuentro, la asamblea, la comunitariedad; la mesa del altar; los manteles; el ara; las reliquias de santos mártires; la cruz; el agua bendita; el pan/ patena; el vino/cáliz; la palabra de Dios; la profesión de fe; las ofrendas del pan y del vino; gestos de paz; el beso a la palabra de Dios; los gestos de plegaria; el incienso; lavarse las manos; lavar los pies; la caridad; las bendiciones; el ayuno; el silencio; la homilía; el coro; el órgano/instrumentos/música; el canto; la plegaria personal/eucarística/comunitaria; los colores litúrgicos: blanco, verde, rojo, morado; el caminar; las campanas; las velas; las escaleras; el cirio pascual; el sagrario; las imágenes; las oraciones (padrenuestro...); las flores; los vestidos sacerdotales (alba, estola, casulla, capa); las bendiciones; la custodia. 4) En la reconciliación: el penitente; los gestos de arrepentimiento; los golpes de pecho; las inclinaciones; el examen de conciencia; el confesor que acoge, escucha, perdona; la imposición de manos; el reclinatorio/confesonario; la cruz (para el perdón, para el beso de gratitud); la absolución y la fórmula del perdón; la reconciliación comunitaria/abrazo/paz/perdón. 5) Siguiendo el calendario litúrgico: el domingo/día del Señor; adviento; navidad; año nuevo; cuaresma; semana santa; pascua; pentecostés; fiestas del Señor: Trinidad, Cuerpo y Sangre de Cristo, Cristo Rey; fiestas de la Virgen; fiestas del santoral; fiestas patronales; santuarios; ermitas; basílicas; romerías; exvotos; ofrendas; promesas.

7. SÍMBOLOS DE LA IGLESIA EN EL VATICANO II. La íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia, de los esponsales, etc. Observemos en la constitución Lumen gentium algunas citas explícitas:

a) La Iglesia como redil y grey: «La Iglesia es un redil, cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn 10,1-10). Es también una grey, cuyo pastor será el mismo Dios, según las profecías (Is 40,11; Ez 34,11 ss.) y cuyas ovejas, aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (Jn 10,11; lPe 5,4), que dio su vida por las ovejas (Jn 10,11-16)» (LG 6b).

b) La Iglesia como olivo y viña o vid: «La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Cor 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas, en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y los gentiles (Rom 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt 21,33-43; Is 5,1-7). La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos; es decir, a nosotros, que estamos vinculados a él por medio de la Iglesia; sin él nada podemos hacer (Jn 15,1-5)» (LG 6c).

c) La Iglesia como habitación, casa y templo: «Muchas veces también la Iglesia se llama edificación de Dios» (lCor 3,9). El mismo Señor se comparó a una piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt 21,42; He 4,11; 1Pe 2,7; Sal 118,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (ICor 3,1), y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios en que habita su familia; habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3) y, sobre todo, templo santo, que los santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra, y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (lPe 2,5). San Juan, en la renovación del mundo, contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap 21,1-2)» (LG 6d).

d) La Iglesia como Jerusalén celestial y esposa: «La Iglesia, que es llamada también la Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gál 4,26; Ap 12,17), se representa como la inmaculada esposa del cordero inmaculado (Ap 9,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo "amó y [por la que] se entregó... para santificarla" (Ef 5,6), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la "alimenta y abriga" (Ef 5,24); a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros, que supera toda ciencia (Ef 3,19). Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (2Cor 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios, hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (Col 3,1-4)» (LG 6e).


IV. Recuperar el lenguaje simbólico en la catequesis

El método inductivo es una vía que ofrece grandes ventajas a la cateque4 sis ya que «corresponde a una instan., cia profunda del espíritu humano, lá de llegar al conocimiento de las cosas ininteligibles, a través de las cosas visibles; y es también conforme a las características propias del conocimiento de fe, que consiste en conocer a través de signos» (DGC 150).

Necesitamos recuperar, a marchas forzadas, la capacidad del lenguaje y de la expresión simbólica y gestual en la catequesis. Ambas sensibilida' des exigen trabajar mucho más las dimensiones profundas de las realida{ des y de las personas; dimensiones desde la contemplación, desde la adoración, desde la comunión, desde el silencio, desde los gestos humanos. Lo cósmico, lo telúrico, lo imaginativo, lo gratuito, lo revelado, lo festivo, lo corpóreo, lo humano, lo comunitario, lo mistérico, lo trascendente, son mediaciones para entrar en el Misterio, para encontrarnos con él, para celebrar la sintonía y la armonía con él, para ser sagrados en él.

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Emeterio Sorazu Ugartemendia