NIÑOS, CATEQUESIS DE LOS
NDC
 

SUMARIO: I. El despertar religioso de los niños: 1. Características psicosociales y religiosas de la etapa infantil; 2. Influencias sociales; 3. Qué es el despertar religioso; 4. Ámbito donde se realiza el despertar religioso; 5. Cómo realizar el despertar religioso. II. Los niños destinatarios de la catequesis: 1. La infancia media; 2. La infancia adulta; 3. Influencias sociales más significativas en esta etapa. 11I. El proceso catequético de los niños: 1. Objetivos y tareas; 2. Contenidos; 3. Pedagogía y metodología. IV. Relación con la educación familiar y la ERE.


La catequesis es el espacio necesario para los niños bautizados en orden al desarrollo de su vida teologal. «Dada la regularidad del desenvolvimiento infantil, de sus ciclos vitales, de la serenidad que le es propia y de su creciente y notable trabajo de elaboración del yo y de apertura al mundo, es preciso convenir que el niño puede seguir forzosamente una catequesis regular, progresiva y ascendente»1.

En la catequética actual se concibe la catequesis de los niños como un proceso que no termina en ella, sino que sigue abierto a la adolescencia y juventud. La Iglesia española desea que «se extienda, cada vez más, el criterio de que la catequesis de infancia no se propone prevalentemente como meta la mera iniciación de los niños en la vida sacramental, sino el promover en ellos un itinerario personal de vida cristiana, dentro del cual se insertan los sacramentos como momentos fuertes del crecimiento en la fe. Es decir, los sacramentos que el bautizado recibe en la etapa de su infancia y niñez no deben ser considerados como metas aisladas o conclusivas del itinerario catequético propio de este período vital, sino como momentos fuertes de expresión de la maduración cristiana que, poco a poco, se va alcanzando» (CC 246).

El Directorio general para la catequesis habla de la infancia y la niñez como una «etapa en la que tradicionalmente se distingue la primera infancia o edad preescolar de la niñez» (DGC 177). Esa primera infancia es el tiempo adecuado para realizar el despertar religioso de los niños, previo a la catequesis, que se caracteriza «a los ojos de la fe y de la misma razón por tener la gracia de una vida que comienza, de la cual brotan admirables posibilidades para la edificación de la Iglesia y humanización de la sociedad» (DGC 177).

La infancia y la niñez, continúa el Directorio, «comprendidas y tratadas ambas según sus rasgos peculiares, representan el tiempo de la llamada primera socialización y de la educación humana y cristiana en la familia, en la escuela y en la comunidad cristiana, y por eso hay que considerarlas como un momento decisivo para el futuro de la fe» (DGC 178).


I. El despertar religioso de los niños

Aunque los psicólogos religiosos dicen que ese despertar se produce entre los 5-6 años, la iniciación cristiana comienza en el momento en que el niño recibe el bautismo, primer sacramento de iniciación y, desde entonces es necesario ir creando un clima, un estilo de vivir y de relacionarse, para que, cuando el niño empiece a ser consciente de la presencia de Dios en su vida, del don recibido, sea capaz de abrirse a la trascendencia y tener sentimientos religiosos.

Antes de apuntar los aspectos propios de este primer tramo educativo de la iniciación cristiana y de cómo recorrerlo, nos detenemos brevemente en las características de los niños y las niñas en los distintos momentos de esta etapa infantil.

1. CARACTERÍSTICAS PSICOSOCIALES Y RELIGIOSAS DE LA ETAPA INFANTIL. Al ser una etapa de crecimiento y avances notables, no podemos considerarla en su conjunto. Hacemos un intento de acercamiento a lo que los niños son y viven, situándonos en cada uno de los tres tramos diferentes, dentro de esta etapa.

a) Entre los 0 y los 3 años. En los primeros años de la vida, los niños no pueden vivir solos, tienen necesidad de sobrevivir, necesitan ser queridos y protegidos. Poco a poco van adquiriendo destrezas, tanto en el movimiento, como en el lenguaje y en la comunicación. Su cuerpo prima sobre el pensamiento.

Entre los 2-3 años hay un mayor desarrollo socio-afectivo, marcado por la afirmación de la autonomía, que se manifiesta en el deseo de hacer cosas solos, y en la alegría que les produce su crecimiento. Ya juegan con otros niños y empiezan a reconocer los diferentes roles en la familia (padres, hermanos, hijos, abuelos...). Se vuelven curiosos y preguntan los porqués y los para qué de las cosas. Poseen una capacidad imaginativa e imitativa, que les lleva a trasladar al mundo real lo irreal.

El don de Dios que habita en ellos se va desarrollando, sin que tomen conciencia de ello, y va capacitándoles progresivamente para la relación con él. Aunque ya poseen la semilla del bien y del mal, no son capaces de distinguir entre uno y otro, sino por lo que le dicen los mayores, o por las manifestaciones de aprobación o desaprobación que estos hacen de sus actos.

b) Entre los 3 y los 5 años. En estas edades, el cuerpo sigue primando sobre el pensamiento. Aunque todavía no razonan, sí perciben lo que ocurre en su entorno. Su actividad motora crece y son, por lo general, personas muy dinámicas. Se desarrollan la imaginación y la fantasía; se despierta el gusto por las narraciones, los cuentos y las historias fantásticas, y desean hacer lo que ven en sus personajes preferidos. Acceden a la inteligencia representacional, a la función simbólica, o capacidad de utilizar unos símbolos para representar las cosas y evocarlas sin necesidad de que estas se hallen presentes.

El egocentrismo que caracteriza esta etapa lleva a utilizar con mucha frecuencia el yo y el a mí. Es la edad de la oposición, del no; se desarrolla su agresividad, que suele estar más marcada en el niño que en la niña.

Crece su capacidad de relación con los mayores y con otros niños, favorecida por la integración en la comunidad escolar. Afectivamente necesitan seguridad y que los demás presten atención a lo que hacen; por eso se sienten orgullosos cuando son alabados y reconocidos por la acción bien hecha.

Tienen ya cierta capacidad para captar lo religioso. Empieza el interés por las primeras imágenes de Dios y aparecen los primeros sentimientos religiosos. Tanto el niño como la niña introducen a Dios en el mundo de sus fantasías. No son capaces de trascender, por eso imaginan lo divino en términos humanos y lo rodean de cierta magia. Hacia el final de estas edades tienen facilidad para los gestos y los ritos y para memorizar algunas fórmulas y oraciones, aunque aún no puedan comprenderlas con claridad, ni mucho menos integrar en su vida lo que aprenden.

Su comportamiento moral se rige más por los efectos que producen sus actos en el entorno que les rodea, que por haber asumido unas normas de comportamiento. Por el deseo de agradar, responden, con frecuencia, afirmativamente a la pregunta: ¿te has portado bien?, y suelen culpar a otros, o mentir, cuando sus acciones son desaprobadas por los mayores.

c) Entre los 5 y 6 (7) años. Llegamos al final de esta etapa en estos años, en los que los niños se van capacitando para dominar, progresivamente, estos dos mundos: el que existe dentro de ellos y el mundo exterior en el que viven y pueden decir lo que sienten y piensan.

Es una edad poco conflictiva, bastante gratificante para ellos, porque disfrutan agradando a los demás, son serviciales, hogareños y se saben comportar.

Se encuentran en una fase importante de apertura a los demás, de socialización: son comunicativos, siguen con facilidad una conversación; reclaman una mayor autonomía y tienen deseos de superación. Están interesados por su lugar en la familia y lo exigen. Comienzan a desmitificar a los padres, porque perciben que ellos no lo pueden todo ni lo saben todo.

Disfrutan con las narraciones de historias, cuentos, acontecimientos, etc., y son capaces de reconstruirlas a través del diálogo, la dramatización o el dibujo.

En la relación con Dios experimentan importantes avances; aunque todavía son incapaces de organizar el pensamiento religioso cristiano, tienen ya elementos valiosos en los que apoyarse. Entre los 6-7 años nace en ellos el sentimiento de maravilla respecto a Dios, y son sensibles a la grandeza, a la belleza y la bondad de Dios en la creación, y, así, manifiestan su admiración por la vida, por los dones de Dios, con palabras de alabanza y gestos de gratitud. En esta etapa se inicia la atribución histórica a través de Jesús, como cercanía de Dios, con densidad afectiva más marcada en las niñas que en los niños; se interesan por la vida de Jesús y sus amigos y disfrutan con la narración de los pasajes evangélicos que le son más cercanos. Les atrae la actividad litúrgica, sobre todo si participan activamente en ella y tienden a la oración expresada con palabras cercanas y a través del ritmo y la expresión corporal.

Respecto a la moral, Dios apenas determina la acción, es más bien el comportamiento de los mayores el que les induce a actuar de una u otra forma, pero son más conscientes de sus actos que en la etapa anterior. A los 6-7 años ya no aceptan, como antes, las normas e imposiciones de los mayores. Asumen sus responsabilidades con seriedad, aunque en realidad no saben de qué son responsables. Quieren ayudar, pero su ayuda no es uniforme, porque se cansan pronto de una tarea y desean cambiarla. En general, se aprecia mayor constancia en las niñas que en los niños.

2. INFLUENCIAS SOCIALES. Entre el punto de partida y el de llegada se tiende un arco de crecimiento que se recorre bien sólo cuando se da la convergencia entre los factores personales y los sociales. Entre los sociales conviene destacar: la familia, la guardería, el colegio y otros factores ambientales.

a) La familia: La apertura social promovida por la familia-núcleo es un hecho positivo que permite a los niños contar con una multiplicidad de modelos, hacia los que son particularmente sensibles por su tendencia a la imitación y la necesidad de identificación.

Los padres ejercen un papel determinante en la formación de la personalidad. El equilibrio afectivo y psicológico de los mayores, el diálogo sereno entre los padres y de estos con los hijos, las expresiones de cariño y gratitud y el clima de confianza y libertad favorecen, en gran medida, el desarrollo de los niños; y los desequilibrios, las actitudes ambivalentes, las incoherencias, etc., no facilitan este crecimiento y pueden llegar, incluso, a perjudicarlo.

En el aspecto religioso, los padres ofrecen a sus hijos, desde el inicio de la vida, los signos de la ternura del Padre. La fe recibida en el bautismo, para germinar y desarrollarse necesita echar raíces en el terreno de la vida cotidiana. Y es en la familia donde se cultiva y se cuida progresivamente el don recibido del Padre por el Hijo, en el Espíritu.

«La experiencia lo demuestra: el conjunto de las civilizaciones y la cohexión de los pueblos dependen, por encima de todo, de la cualidad humana de las familias, especialmente de la presencia complementaria de los dos padres, con los papeles respectivos del padre y la madre en la educación de los hijos»2.

b) La guardería y el colegio. Como consecuencia del cambio de vida en la familia, del trabajo de ambos cónyuges y otros condicionantes, muchos niños van a la guardería al poco tiempo de su nacimiento y hacia los tres años se integran en la comunidad educativa escolar.

Ambos son ámbitos de socialización, de apertura a lo nuevo, de aprendizaje y expresión. Para que los pequeños noten lo menos posible la ausencia de los padres, se debe prolongar en estos ámbitos el clima de afecto, protección, confianza, etc., de la familia.

Para que la referencia religiosa y la experiencia de Dios que tienen los niños no sufra deterioro, es necesario que se establezca un diálogo y una colaboración con los padres o con aquellos miembros de la familia que se ocupan más de cerca de la educación religiosa de los pequeños, que, en muchas ocasiones, son los abuelos.

c) Otros factores ambientales. Sin caer en el extremo de considerar el ambiente como algo determinante en la educación humana y religiosa de los niños, no cabe duda de que puede favorecer o dificultar dicha educación.

En nuestra sociedad actual existen una serie de factores ambientales que conviene tener en cuenta para encauzar bien la educación de los pequeños: 1) La televisión y el vídeo se van extendiendo cada vez más por nuestros hogares, y los niños pasan largas horas ante la pequeña pantalla. Es necesario que los padres estén atentos a este fenómeno, se acostumbren a seleccionar los programas de televisión y los vídeos más adecuados para sus hijos, aprovechen algunos ratos para sentarse junto a los pequeños mientras ven algunos programas y les ayuden a descubrir los valores que en ellos aparecen, y a rechazar todo lo que es desfavorable para la convivencia, la paz, la solidaridad y la verdad. 2) La publicidad pone ante los ojos de los pequeños una multitud de ofertas de juguetes y golosinas que los fascinan por la fuerza persuasiva con que se les presentan, y crea en ellos un deseo de posesión. Al mismo tiempo les rodea de una gama de intereses que influye en los niños de modo precoz, cuando todavía no están preparados para una opción libre y consciente. Los padres y otros educadores en la fe no deben ignorar este acoso publicitario y la influencia que ejerce en la concepción de la vida y los valores.

3. QUÉ ES EL DESPERTAR RELIGIOSO. El despertar religioso es una llamada a abrirse, a descubrir el amor de Dios depositado en las personas en el sacramento del bautismo; es iniciar un camino que comienza con las primeras sorpresas, con los primeros sentimientos de admiración ante la vida, como primeras aproximaciones al presentimiento de Dios. Es ir descubriendo en la vida, aunque veladamente, los signos de la presencia y de la ternura del Padre y comenzar a relacionarse con él. Es la base para el descubrimiento personal de Dios y para la fe en él.

La fe es un don, un regalo de Dios, pero tiene un soporte: la religiosidad, que es el conjunto de ideas, sentimientos y actitudes que unen a Dios con el hombre y la mujer. Esta religiosidad se educa, se alimenta, crece, cambia, se promociona en cada persona humana, en la medida en que va madurando toda su personalidad. En este sentido podemos decir que la fe es educable en su vertiente humana, no en su realidad trascendente. El despertar religioso constituye el primer paso en este proceso educacional de la fe.

El despertar religioso, como el despertar a la fe, es ejercicio y aprendizaje, es hacer surgir a la vida los sentimientos de ternura y de confianza filial que el Espíritu deposita en cada persona que habita.

Por tanto, podemos resumir en dos los objetivos de esta etapa: 1) favorecer que los niños perciban en su propia vida la cercanía de Dios Padre, que les da seguridad y los invita a crecer; 2) ayudarles a empezar a expresar su propia experiencia religiosa a través de los distintos lenguajes con que se expresa la comunidad cristiana: aprendiendo a nombrar las cosas de la fe, dirigiéndose confiadamente a Dios Padre con sus propias palabras y con algunas oraciones bíblicas y litúrgicas, y procurando mirar y valorar a los demás como Jesús nos enseña.

4. ÁMBITO DONDE SE REALIZA EL DESPERTAR RELIGIOSO. a) La familia, ámbito propio. El despertar religioso es tarea irrenunciable de los padres cristianos y de toda la familia. En ella se transmite a los pequeños los valores, las actitudes y las creencias de los padres, porque «la familia es la estructura insustituible por lo que se refiere al cuidado de la salud, a la consolidación afectiva y a la apertura al mundo y a la sociedad. A nivel de religiosidad no hay influencia más decisiva y profunda que la recibida en el contexto del hogar, quedando en segundo lugar cualquier otra instancia, actividad o ámbito formativo»3. Los hijos «perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida» (DGC 226; cf IC 34).

En los primeros seis o siete años de su vida, los niños van a percibir la revelación del amor de Dios a través del afecto y del testimonio cristiano de quienes les son cercanos. La experiencia de ser queridos, cuidados, protegidos, les proporciona un sentimiento de seguridad en sí mismos y les predispone para acoger, con una confianza grande, el amor de un Dios Padre, que les conoce por su nombre, que está atento a todo lo que hacen, que les da la vida y la fuerza para crecer, que les quiere y les perdona, y les da como hermano a su hijo Jesús para que aprendan de él a hacer felices a los demás.

Por tanto «los padres y el conjunto familiar son los primeros catequistas y la primera catequesis de los hijos. Estos escuchan y aprenden el evangelio, antes que nada, en las personas que integran la realidad familiar y encarnan los valores humanos y cristianos» (CC 272).

b) La comunidad cristiana, aunque no es el ámbito natural para este despertar religioso, se hace cada vez más necesaria en nuestros días, ya que no se puede dar por supuesto este despertar del niño en la familia, ni cabe ignorar el gran número de niños que proceden de familias no creyentes o no practicantes, e incluso que no han recibido el sacramento del bautismo, y no obstante acuden a la catequesis con el deseo de hacer la primera comunión. Por tanto «la comunidad deberá hacerse cargo de subsanar, en la medida de lo posible, las serias lagunas existentes en la educación religiosa del niño. De lo contrario caerá en la tentación de construir sobre arena y de malograr la catequesis»4. Generalmente la comunidad cristiana se concreta en la parroquia, como «verdadera célula de la Iglesia particular, en la que se hace presente la Iglesia universal» (IC 33).

La comunidad ha de tener también presentes a los niños que viven en situaciones especiales y son también sujetos de catequesis y a los que hay que acoger y tratar como los preferidos de Dios. Muchos de ellos necesitarán también un acompañamiento cuidadoso en el despertar a la fe: hijos de emigrantes, de gitanos, de drogadictos o de encarcelados..., o personas con algún tipo de minusvalía psíquica. Estos últimos necesitan un tratamiento especial.

5. CÓMO REALIZAR EL DESPERTAR RELIGIOSO. a) Las bases para el despertar religioso entre los 0 y los 3 años. Esta primera etapa no es todavía el momento adecuado para este despertar, pero sí para poner las bases que lo facilitarán en los años sucesivos. En el primer año de vida, la clave para ir poniendo los primeros cimientos de este despertar está en la relación de los padres con el hijo, en la cercanía y ternura que el pequeño de alguna manera percibe, y en atender amorosamente a sus necesidades básicas.

A partir de los 12-14 meses, hasta los tres años, es fundamental crear un clima favorable, donde los gestos cotidianos que los niños reciben y que ellos son capaces de ofrecer a los demás adquieran valor y sean especialmente significativos para cada uno.

Hay actitudes y detalles especialmente significativos, y que conviene cuidar en la familia en orden a favorecer este despertar religioso: la paz y el orden en la familia; las manifestaciones de cariño y los gestos de cercanía y protección, que producen en los pequeños sentimientos de confianza; el testimonio de los mayores, porque el niño ve, observa e imita lo que ve; los gestos y símbolos de la vida cotidiana (la comida compartida, el regalo, el abrazo de perdón...). Se debe cuidar también la presencia de signos religiosos dignos (una imagen de la Virgen y de Jesús, la señal de la cruz hecha sobre la frente, etc.) y de otros signos, propios de cada lugar y cada familia.

Podemos hablar también de algunas actividades con las que los niños, sobre todo a partir de los 2 años, pueden disfrutar: el canto y el dibujo, el contacto con la naturaleza y la narración. No es, por tanto, el momento adecuado para enseñarles cosas sobre Dios, sino para testimoniarles con la vida, el amor y la bondad de Dios.

b) El despertar religioso entre los 3 y los 5 años: Entramos en una etapa en la que se pueden y deben dar los primeros pasos en este despertar. En primer lugar hay que estar atentos a las necesidades de los niños de estas edades, entre las que destacan las necesidades afectivas y la necesidad de movimiento, juego, placer; como también la necesidad de tranquilidad que favorece y posibilita la iniciación en el silencio, en la contemplación y la necesidad de expresarse en libertad. En este tiempo, en que los pequeños hacen muchas preguntas, hay que contestarlas bien, aunque a veces no se pueda dar la respuesta completa porque son incapaces todavía de entenderlas y asumirlas.

Es importante comenzar a acercarlos al acontecimiento salvador, pues a partir de los 4-5 años los niños pueden tener una primera e inicial experiencia de Dios, que se verá favorecida por la atmósfera cristiana familiar y por un lenguaje propio y específico: el de la observación, la narración de las maravillas que Dios realiza con su pueblo (en su vida concreta) y los signos naturales y sagrados.

Es conveniente introducirles también en algunas expresiones del lenguaje cristiano de las que pueden captar el significado (don, entrega, perdón, Dios Padre, Navidad, Pascua, etc.), al mismo tiempo que descubren, a su medida y muy veladamente. la realidad que encierran. Junto al lenguaje, es importante que los niños vean y conozcan algunos signos cristianos: el templo, las imágenes de Jesús y María, el altar, el libro de la Biblia...

Pueden ya empezar a participar en la oración familiar y en algunas celebraciones de la Iglesia, especialmente significativas para los niños: un bautizo, una fiesta de navidad o de la Virgen...

Es el momento de iniciar la formación en algunas actitudes cristianas, fundamentalmente, a través del testimonio de los padres y otras personas mayores: la gratitud, la alabanza, la ayuda a los demás, el prestar sus cosas, el cuidado de la naturaleza, etc.

Por último es necesario favorecer la dimensión festiva de la vida, el contacto con la naturaleza, el encuentro con otros niños, el diálogo, la escucha atenta de breves narraciones bíblicas, la expresión de sus vivencias a través de dibujos, recortados y pegados, canciones, etc. Y habrá que evitar la agresividad en las correcciones, una presentación de Dios lejana y poco afectiva y el eludir sus preguntas o contestarlas para salir del paso.

c) El despertar religioso entre los 5 y los 7 años. En este tramo final de la etapa infantil se consolida y completa este primer momento de la iniciación cristiana.

Los niños, que van creciendo en estatura, en capacidades, en conocimientos, etc., crecen también en el conocimiento vivencial de Dios. El testimonio de los adultos sigue siendo particularmente importante, por la influencia que estos ejercen todavía en los pequeños.

En un tiempo en que empiezan a adquirir conocimientos y a memorizar, se debe acercar a los pequeños a los principales misterios del mensaje cristiano, que de alguna manera han estado ya presentes en la etapa anterior, como Dios Padre, Jesús que nace en Belén y crece y vive como nosotros y nos enseña un camino de amor y de perdón, María la madre de Jesús y madre nuestra, la muerte y resurrección de Jesús, y la Iglesia como familia de los hijos de Dios. Con la presentación de estos misterios se irá favoreciendo el aprendizaje de algunas oraciones: la señal de la cruz, el padrenuestro y el avemaría.

Las narraciones bíblicas, la iniciación en los signos, la oración familiar y las celebraciones son elementos fundamentales en esta formación.

En la formación de la conciencia moral, los valores humanos y las actitudes cristianas van muy unidos. Los niños los van asumiendo poco a poco, si los ven hechos realidad en el comportamiento de los mayores. Las acciones solidarias, los gestos de acogida, de perdón, de disculpa, de tolerancia, hacen comprensible y cercano el camino del amor que Jesús ha recorrido y nos invita a recorrer.

Es necesario cuidar el diálogo con los pequeños; potenciar su autoestima valorando lo que hacen y animándoles a tener iniciativas; visibilizar y acoger la actitud de acogida y perdón, el testimonio del servicio y de compartir; hacer posible su participación en las celebraciones y oraciones de familia o de la comunidad, acompañado de los mayores. Se ha de cuidar también la actitud de respeto y sencillez en las narraciones bíblicas y en la presentación de los acontecimientos cristianos.


II. Los niños destinatarios de la catequesis

Cuando los niños alcanzan los 7-8 años, la Iglesia les ofrece un proceso de catequesis integral y orgánico, que abarca hasta los 11-12 años y que continuará en la adolescencia y juventud.

A esta etapa le han dado los psicólogos y sociólogos distintos nombres. Unos la consideran en su totalidad como infancia adulta, otros hablan de infancia media (entre los 6-8 años) e infancia adulta (de los 9 a los 11). De una u otra forma, lo que sí es cierto es que en esta etapa de la niñez, hay que considerar, como en la anterior, tramos distintos, con sujetos de catequización diferentes en sus características psicosociales y religiosas.

1. LA INFANCIA MEDIA. a) Rasgos psico-sociales: Entramos en una etapa en la que los niños se abren a la vida de forma natural y buscan con interés experiencias variadas. Entre los 6-7 años tienen intereses objetivos y su inteligencia es práctica. Hacia los 8 años comienzan a ser más subjetivos y a separar su juicio del decir de los adultos. Son capaces de recoger datos y de memorizarlos, sin olvidarlos fácilmente, pero sin llegar a la abstracción.

Son positivos en sus apreciaciones sociales; aunque todavía tienden a las comparaciones con los demás compañeros, suelen mirar el lado positivo de los hechos y de las situaciones. Van superando el egocentrismo de la etapa anterior, y su sociabilidad, sin ser muy fuerte y estable, es abierta y diversificada; por eso les agrada vivir con los demás de manera participativa y se manifiestan generosos y compasivos. Empiezan a ser competitivos y les gusta ser los primeros en las acciones que se realizan en grupo5.

Su afectividad sigue siendo grande, pero sin estar polarizada exclusivamente en la familia. Participan en grupos de niños con los que juegan y se lo pasan bien.

b) Características religiosas y morales. En el ámbito de lo religioso se inicia el proceso de personalización de Dios; pero a los 7 años se da todavía cierta incapacidad para distinguir suficientemente entre el ser personal de Dios y el de Jesús, con una total ignorancia del Espíritu Santo. Su actitud es crédula pero no ilógica.

Los niños de estas edades tienen ya una cierta capacidad para la interiorización. Empiezan a situarse en la historia; Cristo se ve como persona histórica, con tendencia a lo anecdótico; a partir de los 8 años les agrada considerar a Jesús como amigo. El sentido bíblico, aunque existe, es muy limitado. En cuanto a la Iglesia, aparece el sentido de grupo cristiano, pero su comprensión de Iglesia universal como el conjunto de personas creyentes tiene aún en estas edades escasa repercusión.

Por ser dinámicos y más bien superficiales, su religiosidad está muy vinculada a la acción. Y así, les gusta la actividad y el protagonismo en las celebraciones, en las que suelen participar con gusto, aunque todavía no puedan profundizar en lo que celebran.

Descubren la oración, pero todavía ven en ella la manera de obtener beneficios, y tienen dificultad para superar el interés particular, por lo que predomina la oración de petición.

Respecto a la moral, no aceptan ya como antes las normas que les vienen de fuera, sobre todo a partir de los 8 años. Comienzan a asimilar el sentido moral que hay en esas normas, pero distinguen entre las normativas y las conductas que observan las personas que las dan. Esa asimilación que les lleva a juzgar a los otros no les hace, sin embargo, autocríticos; y es natural, puesto que en su vida moral sólo son capaces de asimilar lo que les dicen y, de acuerdo con ello, critican las conductas en cuanto ajustadas o no a esa normativa.

Por ello, hay que ayudar a los niños a que piensen y a que expresen, con naturalidad, lo que piensan y lo que creen. «El niño debe abrirse a la crítica desde este momento de su vida. Con todo, a fin de que vaya estableciendo la diferencia existente entre el bien y el mal, debe aprender a emitir opiniones y juicios de valor. Sus juicios reclaman el reforzamiento de los mayores, mediante la aprobación; pero también es importante el clima de confianza y de espontaneidad expresiva»6.

Hay que recordar que en estas edades los niños siguen teniendo muchas reacciones instintivas (agresividad, desobediencias, mentiras...), producidas por el miedo, la inseguridad, el deseo de hacerse notar y de ser preferidos, las frustraciones, etc., en las que su libertad no está realmente comprometida. En estos casos, no se les debe culpabilizar, sino hacerles ver cómo, a pesar de estos incidentes, se pueden ejercitar en el dinamismo del amor.

2. LA INFANCIA ADULTA. El comienzo de la infancia adulta se sitúa en los 9 años, aproximadamente; y dura, en línea general, hasta los 11 años para las niñas y hasta los 12 para los niños, aunque es muy difícil marcar los límites, porque no influye sólo el factor edad, sino también el ritmo personal de cada uno, el ambiente social, la zona geográfica, etc.

a) Ritmos interiores, estructura del pensamiento y sociabilidad. Suele ser característico de esta etapa el equilibrio y estabilidad entre el mundo interior y el influjo del mundo exterior. Son organizados en su pensamiento y en el trabajo. Y tienen tendencia a la construcción y a la acción eficaz. Buscan el triunfo y ofrecen su colaboración en las tareas familiares, escolares y de la comunidad cristiana.

Su inteligencia es práctica, por lo que buscan el resultado eficaz; se inicia la abstracción a partir de asociaciones de acontecimientos o presencias concretas. Sigue desarrollándose, tanto en las niñas como en los niños, el sentido de la historia, y son capaces de relacionar, acontecimientos, personas y situaciones. Se desarrollan los hábitos de trabajo, de observación, de análisis y sistematización y de memorización.

Son muy sociables: sus mejores espacios de experiencias son los sociales; por eso se interesan por las personas que les rodean y tienen muchas relaciones personales extrafamiliares, sobre todo en la escuela y en los grupos en que participan (comunidad cristiana, deportes, actividades lúdicas, etc). Es la edad de la pandilla, en la que no suelen hacer discriminación de personas (ni raciales, ni económicas, ni por la cultura o creencias), a no ser que estén muy mediatizados por los adultos o por un ambiente clasista.

Empiezan los primeros ensayos de amistades particulares y de atención al otro sexo. Las niñas suelen ser más selectivas y prefieren distanciarse con respecto a los niños, los cuales se mantienen en cierta indiferencia, a veces irónica y agresiva, para con esas exigencias femeninas. Es la etapa del nacimiento de la autonomía; por ello, lo que más les satisface es sentirse dueños de sus acciones.

b) Referencias religiosas. Van adquiriendo una noción menos pueril de Dios y aumenta su sentido de responsabilidad ante él. Al ir creciendo su capacidad de interiorización y poseer un pensamiento más lógico, van descubriendo sus atributos más subjetivos: bondad, fuerza, justicia... Entienden mejor el sentido de la paternidad divina. Dios empieza a situarse en la historia. Cristo va configurándose como persona histórica y se desarrolla la comprensión de su función salvífica. Empiezan a descubrir el sentido de la Biblia, aunque muy limitadamente, con más atención al contenido y con gran afinidad hacia el tema de la creación y de los grandes acontecimientos y personajes bíblicos. En su afán de saber, su conocimiento religioso se enriquece a base de vocabulario y textos memorizados.

Empieza a diferenciarse la religiosidad del niño (el Dios de la ley) de la de la niña (encuentro afectuoso con Dios). La idea de Dios les acompaña en su vida y entra en su mundo de relaciones y afectos. El decaimiento en la piedad en el inicio de esta etapa se normaliza entre los 9-10 años, en que vuelve a ser posible una cierta contemplación y les atrae más conscientemente la actividad litúrgica.

En cuanto al hecho eclesial, el desarrollo del sentido del otro, su gran apertura a la sociabilidad y la capacidad de gratuidad les introduce en una relación eclesial abierta. Comienzan a valorar el grupo cristiano, se interesan por él y les gusta aportar sus gestos y colaboraciones en la marcha de los grupos a los que pertenecen. Del sentido de grupo pasan al de comunidad, y se van situando conscientemente en la comunidad cristiana. Van dando pasos en el sentido de catolicidad referido a la Iglesia y en la acogida cordial de los mayores en la fe. Perciben el sentido cristiano de las fiestas y la dimensión celebrativa y comunitaria de los sacramentos.

En resumen, se hace posible una primera síntesis personal del mensaje de salvación sobre una línea histórica, y el acceso a una fe personal.

c) Repercusiones del hecho social en el comportamiento. Aceptan con más facilidad los imperativos morales provenientes directamente de Dios que de los padres, profesores o catequistas. Adquieren el sentido de la remuneración por la acción buena y de la necesidad de sanción por una transgresión de las leyes. Tienen, pues, tendencias a una moral utilitaria.

Experimentan débilmente el gozo de la gratuidad, de decir sí. Se desarrolla el sentido de los valores humanos y el gusto por ayudar al otro. Se hallan muy vinculados con los modelos concretos de comportamiento; por eso admiran a los personajes ejemplares. Pueden acoger estímulos concretos en referencia a las respuestas generosas a las llamadas de Dios, muchas veces a través de la presencia y el testimonio de los educadores.

3. INFLUENCIAS SOCIALES MÁS SIGNIFICATIVAS EN ESTA ETAPA. El ambiente influye notablemente en el desarrollo de sus ideas, sentimientos y actitudes y, lo mismo que les proporciona estímulos valiosos, condiciona su religiosidad y sus comportamientos y suscita limitaciones morales y espirituales, a veces muy fuertes.

a) La familia. Tanto para los niños de la infancia media como para los de la infancia adulta, sigue siendo grande la influencia de la familia en las ideas, las manifestaciones de espiritualidad y los comportamientos que configuran su religiosidad (cf IC 34). Participan de los sentimientos y confían en los juicios de los padres, aunque van siendo cada vez más capaces de descubrir por su cuenta aspectos trascendentes.

No podemos ignorar que la unidad familiar actual tiene unos condicionantes y unas formas de comportamiento que no se ajustan a esquemas preestablecidos. Su cohesión tiene que brotar de dentro, y a la vez ser cultivada con creatividad y esfuerzo desde fuera. De todos es conocido que la desintegración de la familia repercute inmediatamente en el psiquismo de los niños y hasta en su capacidad intelectiva y cognoscitiva.

Pero son más las familias estables cohesionadas. En unas y en otras es de suma importancia el testimonio y la experiencia de fe que transmiten a sus hijos, porque tanto a los niños como a las niñas les gusta reproducir los juicios recibidos en el hogar, y son decisivas para ellos las actitudes religiosas que reflejan en su comportamiento tanto el padre como la madre, aunque no sean idénticas.

b) El ámbito escolar. Los niños de estas edades, por regla general, se sienten integrados en el centro escolar y están cómodos con sus profesores y compañeros. Las influencias, tanto positivas como negativas, que en él reciben marcan fuertemente su sentido religioso y su comportamiento moral. Los valores propuestos en la escuela, las actitudes que se fomentan, el modo de relacionarse, de colaborar y de participar, dejarán una huella fuerte en su vida (cf IC 36-38).

El contenido de la fe y las actitudes cristianas en la Enseñanza religiosa escolar (ERE), para aquellos que la solicitan, van creando un bagaje de conocimientos que es necesario profundizar, vivenciar y expresar a través de la catequesis.

c) Otras influencias sociales. La importancia del juego colectivo y los deportes, y el gusto por las actividades artísticas (música, pintura, modelado, lectura, etc.), les abre en estas edades a espacios nuevos de convivencia y socialización (el club, el movimiento o el centro recreativo del barrio...), que van afianzando su apertura al mundo exterior, y les ofrecen datos y posibilidades nuevas que favorecen o entorpecen la estructura de su personalidad.

A estas actividades hay que añadir el cine, la televisión, los vídeo-juegos, etc. Es obvio que no todas tienen la misma fuerza educativa ni los mismos riesgos. Es importante ver qué tiempo dedican a estas actividades, en qué medida les absorben y también si van adquiriendo frente a ellas una actitud crítica y selectiva. Analizar sus comportamientos y educarlos para situarse adecuadamente ante estos medios, es también una tarea, necesaria hoy, de la catequesis.


III. El proceso catequético de los niños

La Iglesia, fiel a su misión de llevar la buena noticia a todas las personas, en la situación en que se encuentran, se hace «toda para todos» (1 Cor 9,22), adaptándose al aquí y ahora de cada creyente, para que la palabra de Dios ilumine su ser y actuar.

La catequesis se concibe como un itinerario en el que el cristiano se va capacitando progresivamente para entender, celebrar y vivir el evangelio del Reino, para integrarse plenamente en la comunidad eclesial y participar en su misión de anunciar y difundir el evangelio.

Superado el despertar religioso y hacia el comienzo de la primera etapa de la infancia adulta, o infancia media, se inicia también ese proceso catequético que no termina en esta etapa, pero que desarrolla en ella una función educativa muy importante en orden a la formación cristiana integral de los niños. A este proceso educativo va unido el proceso sacramental, mediante la celebración de los sacramentos, especialmente de la eucaristía y la reconciliación, y en muchos casos también del bautismo.

1. OBJETIVOS Y TAREAS. Es esta una etapa propiamente catequética muy rica y con una auténtica estructura catecumenal, adaptada a estos destinatarios concretos.

En ella, la Iglesia se propone ayudar a los catequizandos a realizar una primera síntesis vivencial de la fe cristiana, jalonando el camino de momentos especialmente significativos (como en el catecumenado de adultos), en los que se afirma la fe personal y se realizan avances notables en la incorporación a la comunidad cristiana, como son: la celebración de la primera eucaristía; la opción consciente por seguir a Jesucristo y continuar su proceso, una vez celebrada la primera comunión; y la confesión de su fe, ante la comunidad, una vez terminada la etapa catequética de la niñez.

El fruto maduro de esta catequesis es la fe, «la adhesión firme y gozosa a Jesucristo, el Señor» (cf DGC 80). Una fe que se conceptualiza en el conocimiento y comprensión del misterio cristiano, que se traduce en la vivencia de las actitudes evangélicas, en los niveles propios de estas edades, que se celebra en la liturgia de la Iglesia, especialmente en los sacramentos, que se vive en la comunidad cristiana a la que se incorporan como miembros activos, y se realiza en el servicio a los hermanos, especialmente a los más pobres, y en el anuncio de la buena noticia a otros niños, incluso, en muchos casos, a las personas mayores que tienen más cercanas (cf DGC 178).

2. CONTENIDOS. En cuanto a la síntesis de los contenidos, la Conferencia episcopal española ha elaborado los catecismos Jesús es el Señor, y Esta es nuestra fe, para la catequesis inicial y terminal de la niñez. Esto no quiere decir, sin embargo, que la catequesis se reduzca a la transmisión de unos contenidos nocionales; se trata de una tradición viva de esos documentos, que han de ser recibidos y vitalizados desde la comprensión que tiene el hombre de sí mismo. Proyectan su luz sobre la experiencia humana, a la que dan sentido e interpelan (CC 144; cf CT 22).

Por ser característica de estas edades la apertura a la socialización, el sentido inicial de la historia y el interés por los héroes y por los grandes acontecimientos, el gusto por la participación en la liturgia, la capacidad para la relación con los demás y con Dios, y la cercanía de los signos de la vida diaria, «la educación a la oración y la iniciación a la Sagrada Escritura son aspectos centrales de la formación cristiana de los pequeños» (DGC 178). Por ello es importante valorar e insistir en: 1) el descubrimiento y asimilación de la historia de la salvación en el tiempo bíblico y en el tiempo eclesial; 2) el clima de encuentro, de diálogo con el Señor, que introduce a los niños, a lo largo de la catequesis, en la oración cristiana tanto individual como comunitaria.

3. PEDAGOGÍA Y METODOLOGÍA. a) La transmisión catequética debe inspirarse en la pedagogía de Dios. La inspiración de toda pedagogía catequética la encontramos en la pedagogía de Dios, que es la misma pedagogía de Cristo y de la Iglesia. Una pedagogía por la que, gracias al don del Espíritu Santo enviado por Cristo, el discípulo crece como su Maestro «en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52).

En ella se subrayan: la acogida de las personas y la adaptación a sus edades, a sus ritmos y a sus situaciones particulares, la misericordia y la gratuidad de Dios; una pedagogía que «hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra» (DGC 139).

Una pedagogía que, en sus concreciones metodológicas, emplea todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo y otros tantos signos.

b) Experiencias religiosas fundamentales que se deben favorecer. Es esencial en toda catequesis de inspiración catecumenal, y muy especialmente en esta etapa, el favorecer estas cuatro experiencias religiosas fundamentales: 1) La experiencia de ver y oír, de mirar y contemplar, de escuchar, de acoger la palabra de Dios, de hacerse sensible a lo gratuito, a lo que se le ofrece como don: porque la fe brota de la contemplación adecuada de los signos de Dios, presentes y actuantes en los testigos de la fe y en los acontecimientos presentados en la Biblia y en los testimonios vivos que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia. Contemplación que se ve enriquecida por la narración, en un clima adecuado, de las maravillas de Dios. 2) La experiencia del anuncio del amor de Dios, de sentirse queridos, acogidos y perdonados por Dios y, por ello, el mostrarse hondamente agradecidos. Esa es la dinámica propia del crecimiento teologal en la infancia: al mismo tiempo que satisface la necesidad de sentirse querido, apoya el impulso propio de ser como, y acompaña en el avance progresivo de la personalización de ese amor. 3) La experiencia del encuentro con Dios en la Palabra, en la oración, en la celebración y en los hombres, nuestros hermanos, especialmente en los más pobres. Es el momento de ir adquiriendo el hábito de la oración y de la vida sacramental, y de fomentar la valoración de los otros y la solidaridad. 4) La experiencia de ser miembro activo de la Iglesia. La tendencia fuertemente social y activa de esta etapa y el uso de procedimientos grupales posibilitan la experiencia del vivir con los demás, como miembro activo de un grupo, que en el ámbito concreto de la catequesis es un grupo eclesial, dentro de una célula importante de Iglesia, como debe ser la parroquia u otra comunidad cristiana que se precie de serlo. En ella descubren la diversidad de sus miembros y de sus carismas y su papel dentro de esta comunidad de hermanos, donde todos somos importantes y necesarios.

c) El acto catequético. El desarrollo de una catequesis concreta debe seguir el proceso propuesto en los documentos recientes de la Iglesia universal y de algunas Iglesias locales. En él «se integran varios elementos o factores que se reclaman mutuamente y que, por tanto, no se pueden disociar entre sí... Nos referimos a la experiencia –humana y cristiana– del catecúmeno, a la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la tradición y a la expresión de la fe, en sus diversas formas: confesión de fe, celebración y compromiso» (CC 221ss.; cf 235; DGC 152-153; cf IC 24ss).

El elemento experiencia, que no puede faltar en el acto catequético, no consiste en opiniones, ideas o sentimientos; ni tampoco simplemente en las cosas que pasan en la vida. La experiencia se forma, sin duda, a partir de los acontecimientos vividos, pero consiste propiamente en lo que esos acontecimientos hacen vivir (sentir, reflexionar, valorar, actuar). En la catequesis que nos ocupa se dará realmente una experiencia, cuando tomemos en serio la vida de los niños y les capacitemos para reflexionar sobre lo que les pasa –bueno o menos bueno—y para interpretar lo que viven, al nivel de su capacidad interpretativa, de tal forma que no les deje indiferentes y les plantee interrogantes.

La vida debe ser contrastada e iluminada por la palabra de Dios. No se trata por tanto, al presentar el mensaje, de dar un conjunto de informaciones o unas síntesis que los niños han de aprender. La Sagrada Escritura y la tradición han de exponerse o narrarse, en la catequesis, como relato de la experiencia de los que han sido testigos de las manifestaciones de Dios, a lo largo de la historia.

Al conocer y descubrir en la propia vida el mensaje salvador de Dios y al encontrarse con Jesucristo, expresan su fe en él y su voluntad de seguirle a través de la profesión de fe (creo en su obra y en su mensaje), de la oración o la celebración cristianas (oro y celebro lo descubierto) y del compromiso (estoy dispuesto a transformar mi vida y a seguir a Jesús).

d) La memorización en la catequesis. La mente de los niños de estas edades se halla muy dispuesta a aprender y retener muchos datos con facilidad. Por tanto, la catequesis debe valorar este hecho y proporcionarles vocabulario religioso, síntesis, fórmulas y oraciones litúrgicas, que una vez comprendidas, al menos inicialmente, les van a ir habituando al lenguaje de la fe y a las expresiones propias que la Iglesia utiliza para acuñar la síntesis de los hechos fundamentales del mensaje cristiano. «Para superar los riesgos de una memorización mecánica, el ejercicio de la memoria ha de integrarse armónicamente entre las diversas funciones del aprendizaje, tales como la espontaneidad y la reflexión, los momentos de diálogo y de silencio, la relación oral y el trabajo escrito» (DGC 154).


IV. Relación con la educación familiar y la ERE

En el proceso educativo de los niños, concretamente en la formación religiosa integral, intervienen, junto con la catequesis de la comunidad, la acción formativa en la familia y la enseñanza religiosa en la escuela. Más aún, la catequesis de infancia debería ser fundamentalmente familiar, pues la familia cristiana, como Iglesia doméstica, «es un espacio donde el evangelio es transmitido y desde donde este se irradia» (EN 71).

La comunidad cristiana tiene también la responsabilidad de prestar especial atención a los padres y ayudar, a quienes lo necesiten, a realizar bien esta tarea de la educación en la fe de sus hijos.

Por otro lado, la escuela les va proporcionando hábitos de trabajo, de observación, de análisis y de sistematización, que enriquecen, en esos aspectos, la acción realizada en la familia y en la catequesis.

Para que los tres ámbitos contribuyan armónicamente a este proceso educativo de la fe, se hace cada vez más necesaria la coordinación entre ellos y el saber distinguir lo específico de cada ámbito y lo que cada uno de ellos puede y debe aportar a los otros dos. «La educación... depende fundamentalmente de la responsabilidad de las familias, pero necesita del apoyo de toda la sociedad»7.

NOTAS: 1. A. APARISI, Pastoral de infancia, ICCE, Madrid 1992, 38. – 2. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999) 14. Cf también nn. 15-16. – 3. L. ZUGAZAGA, El despertar religioso, Actualidad catequética 173 (1997) 122. — 4. Ib, 127. — 5. Cf P. CHICO, ¿A quién catequizamos?, CVS, Valladolid 1995, 60. -6 Ib, 68. — 7. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, o.c., 16; cf nn. 29-30; cf también IC 33-34, 36-38.

BIBL.: Además de la consignada en las notas: AA.VV., La catequesis que necesitamos en Madrid, Delegación diocesana de catequesis, Madrid; AA.VV., Al encuentro con Dios en compañía del niño pequeño, San Pío X, Madrid 1997; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Catecismos: Padre nuestro, con su guía pedagógica, Edice, Madrid 1982; Jesús es el Señor, con su guía pedagógica, Edice, Madrid 1984; Esta es nuestra fe, Edice, Madrid 1986; DELEGACIÓN NACIONAL SALESIANA DE PASTORAL JUVENIL, Itinerario de educación en la.fe. Guía del animador, CCS, Madrid 1994; La aventura de vivir, CCS, Madrid 1996; MIGUÉLEZ V., Jesús nos quiere (libro de actividades y guía del catequista), San Pablo, Madrid 1998; Con Jesús y en su Iglesia (libro de actividades y guía del catequista), San Pablo, Madrid 1998; Seguimos tus huellas (libro de actividades y guía del catequista), San Pablo, Madrid 2000; NAVARRO GONZÁLEZ M., Despertar religioso en la.familia, Material para los padres, Delegación diocesana de catequesis-PPC, Madrid 1997; Formación de catequistas. Area catequética, CEVE, Madrid 1986; NAVARRO GONZÁLEZ M.-MARTÍNEZ E., Educación religiosa en preescolar y ciclo preparatorio, Narcea, Madrid 1981; NAVARRO GONZÁLEZ M.-ALASTRUÉ P.-MARTÍNEZ E., Enseñanza religiosa en el ciclo medio, Narcea, Madrid 1982; Personalización de la síntesis de fe, Narcea, Madrid 1983; OSER F., El origen de Dios en el niño, San Pío X, Madrid 1996; SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE HUELVA, Empezamos a caminar, San Pablo, Madrid (libro de actividades, 1998'; guía del catequista, 19949); El encuentro, San Pablo, Madrid (libro de actividades, 19989'; guía del catequista, 199716); Haced lo que él os diga, San Pablo, Madrid (libro de actividades, 19972; guía del catequista, 1994"); Vosotros sois mis amigos, San Pablo, Madrid (libro de actividades, 199627; guía del catequista, 19969); TIERNO B., La edad de oro del niño, San Pablo, Madrid 19952.

María Navarro González