INICIACIÓN CRISTIANA, La
NDC
 

SUMARIO: I. Nuevas sensibilidades. II. La iniciación cristiana en la historia; 1. En la Iglesia apostólica; 2. En los primeros siglos de la Iglesia; 3. En los siglos posteriores; 4. El Vaticano II y la iniciación cristiana. III. Naturaleza de la iniciación cristiana: 1. Obra del amor de Dios; 2. Por la Iglesia y en la Iglesia; 3. Con una decisión libre; 4. En resumen. IV. Itinerario de conversión y de crecimiento en la fe: 1. Como ejercicio de vida cristiana; 2. Como formación de la fe cristiana; 3. Como un camino a recorrer en distintas etapas; 4. Formas de iniciación cristiana. V. Prioridades y consecuencias pastorales: 1. Primacía de la acción misionera; 2. Atención prioritaria a la transmisión de la fe; 3. La solicitud de la identidad comunitaria y maternal de la Iglesia.


I. Nuevas sensibilidades

La pastoral de la iniciación cristiana despierta hoy en la Iglesia gran interés y preocupación. Tanto en los ámbitos de la reflexión teológica como en los de la práctica pastoral, se advierte la necesidad de recuperar hoy el sentido de la iniciación cristiana y conceder a la misma el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia. La propia Conferencia episcopal española ha recogido esta urgencia, como respuesta de «obediencia al mandato misionero del Resucitado y la fidelidad a la condición maternal de la Iglesia» con un documento, La iniciación cristiana (IC), dedicado por completo al tema. Las razones de esta nueva sensibilidad son varias.

Durante mucho tiempo hemos atribuido a la familia la función de iniciar a sus hijos en la fe. La Iglesia confió a padres y padrinos la formación de la fe y el aprendizaje de la vida cristiana, conforme a los compromisos bautismales adquiridos. Los padres explicaban y ayudaban a comprender a sus hijos la fe recibida en el bautismo y, puesto que la familia constituía un verdadero ámbito de fe, enseñaban, practicándola, la fe cristiana. A su vez, la propia sociedad civil, sociológicamente unida a la Iglesia, desempeñaba de modo espontáneo la función de un catecumenado social que integraba a todos en un mismo horizonte de comprensión y de sentido.

Sin embargo, hoy no es posible pensar en una iniciación cristiana, realizada de modo casi espontáneo, por influjo del ambiente. La nueva situación cultural y social presenta los perfiles de una fuerte secularización que determina, en muchos casos, el debilitamiento y hasta el abandono de la fe. Una situación que lleva a muchos miembros de la Iglesia a tener conciencia de diáspora respecto del mundo, y a los pastores a la necesidad de impulsar una acción pastoral estrictamente misionera, que mueva a los bautizados a la conversión y a la adhesión consciente y responsable a Dios (cf IC 3-4).

La familia, por su parte, aunque «no puede renunciar a su misión de educar en la fe a sus miembros y ser lugar, en cierto modo insustituible, de catequización» (IC 34), recibe también este impacto y, de hecho, raramente constituye hoy un ámbito cristiano capaz de formar a sus hijos en la fe recibida. Su función educativa, en general, ha sido ocupada por otras instancias, y en relación con la educación cristiana, la quiebra de responsabilidades es evidente.

En esta situación tiene lugar la recepción del bautismo y la práctica posterior de la catequesis de la iniciación cristiana (cf IC 63-64; 71-72).

Por otra parte, hoy vemos cómo un buen número de nuestros bautizados o no están iniciados en la fe y en la vida cristiana, porque nunca tuvieron la oportunidad de una auténtica catequesis y acompañamiento espiritual por parte de la comunidad eclesial, o lo están de modo deficiente e incompleto, de manera que será legítimo suponer que, de modo ordinario, no podrán permanecer fieles a la gracia del bautismo.

Los problemas, pues, provienen también de la propia práctica de la catequesis, en la medida en que esta no ha encontrado la respuesta oportuna ni ha llevado a cabo los cambios, tanto en su orientación como en su ordenamiento, que la nueva situación de la sociedad y de la Iglesia venía exigiendo. A pesar de los muchos esfuerzos realizados y de los avances indudables en su renovación, las dificultades de la transmisión de la fe permanecen; a pesar de los muchos y generosos proyectos emprendidos, la anhelada iniciación cristiana de muchos de nuestros bautizados no acaba de afianzarse.

Todas estas realidades van suscitando en la Iglesia la necesidad de revisar en profundidad la pastoral de la iniciación y restablecer, en toda su originalidad, la iniciación cristiana.

Pero no todo obedece a problemas y dificultades. El nuevo y vigoroso interés por la iniciación cristiana procede también de otros factores, como el acercamiento a la obra de los Padres de la Iglesia, la renovación catequética y litúrgica posconciliar, los recientes trabajos de investigación histórica y teológica sobre la iniciación cristiana, la creciente conciencia misionera y maternal dé la Iglesia en relación con la educación en la fe de los nuevos creyentes, y, en fin, el impulso dado por el Vaticano II y por las orientaciones posteriores.

Todo concurre para poner en evidencia el sentido profundo que tiene la iniciación cristiana y la necesidad para la Iglesia de otorgar a su ejercicio la prioridad que corresponde. En efecto, la iniciación cristiana remite al corazón mismo de la Iglesia, porque pone en juego las realidades más profundas de la fe como son la transmisión del mensaje revelado, la manifestación en la vida de la Iglesia de la presencia salvadora de Cristo, la llamada al hombre a la conversión, al abandono del pecado y a la adhesión a Dios, y, finalmente, la incorporación a la vida divina por el sacramento del bautismo. Todo confluye, para el bautizado, en una nueva realidad: la vida en Cristo, verdadero y nuevo nacimiento que exige una gestación real, es decir, un proceso de iniciación cristiana.

Por eso, en relación con la iniciación cristiana no es suficiente preguntarse sobre cómo administrar y celebrar los sacramentos de iniciación cristiana, o cómo prepararse catequéticamente a ellos. Hemos de preguntarnos, ante todo, cómo impulsar y llevar a buen fin hoy el proceso de incorporación a Cristo y a la Iglesia; qué debe hacer hoy la comunidad eclesial para constituir al cristiano, para configurar y establecer su personalidad como tal. La Iglesia actual no puede renunciar o minimizar el ejercicio de su responsabilidad propia: la maternidad espiritual, por la que engendra nuevos hijos, por el Espíritu Santo, en el misterio de Cristo. El nuevo Directorio general para la catequesis (DGC) nos insta y ayuda en este empeño.


II. La iniciación cristiana en la historia

1. EN LA IGLESIA APOSTÓLICA. Ante el discurso de Pedro el día de pentecostés, primer anuncio kerigmático o kerigma sobre Jesucristo (He 2,14-26), los oyentes se muestran conmovidos y preguntan: «¿Qué hemos de hacer, hermano?». Pedro responde enumerando las condiciones necesarias para entrar a formar parte de la comunidad mesiánica de la salvación: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en nombre de Jesucristo; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (He 2,37-41).

Los libros neotestamentarios no hablan expresamente de iniciación cristiana, pero sí ofrecen, sobre todo en el libro de los Hechos de los apóstoles y en los escritos de san Pablo, datos significativos sobre la entrada en la comunidad de los discípulos de Jesucristo. Y así encontramos un determinado itinerario a seguir que integra los siguientes elementos esenciales: la predicación del evangelio, la acogida de la fe y la conversión, la catequesis, la verificación de las disposiciones del candidato, el bautismo, el don del Espíritu Santo, la incorporación al pueblo de Dios, la participación en el cuerpo de Cristo (cf Mc 16,15; He 2,37-41; Ef 1,13-14; Heb 6,1).

La relación que estos elementos mantienen entre sí y su indudable concatenación viene a expresar una realidad superior como es la participación e incorporación en el misterio de Cristo y en la Iglesia.

Y junto a estos elementos esenciales, encontramos también en el libro de los Hechos de los apóstoles una ampliación complementaria, en forma de sistema educativo, para aquellos primeros bautizados que entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf He 2,42-47).

Según el libro de los Hechos este aprendizaje de la vida cristiana, realizado en el seno mismo de la comunidad, comprende cuatro dimensiones básicas: 1) la enseñanza de los Apóstoles, que supone tanto el conocimiento como la adhesión al mensaje del evangelio, atestiguado por los apóstoles; 2) la vida en comunión, que comprende la fraternidad, como nuevo estilo de vida, conforme al evangelio; 3) la asiduidad en la fracción del pan y en la celebración del don de la salvación de Dios; 4) la perseverancia en la oración y en la alabanza a Dios.

2. EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA. La primitiva Iglesia concedió una importancia excepcional a la formación de los nuevos cristianos, como lo atestigua la presencia directa de los obispos en ella o el influjo que tuvo dicha preparación en la estructuración del año litúrgico.

En efecto, la iniciación en la fe y en la vida cristiana constituyó en estos inicios el centro de interés de la Iglesia, que llegó a institucionalizar el catecumenado primitivo y a hacer de él camino ordinario para llegar a ser cristiano. Este camino constaba de las siguientes etapas:

a) La etapa misionera, destinada a los paganos. Se centraba en los preámbulos de la fe y el primer anuncio de Jesucristo, y se dirigía a suscitar la fe y la conversión1. Cuando, tras una primera prueba o examen2 se valoraban positivamente las motivaciones y disposiciones del candidato, este era admitido al catecumenado. Esta incorporación iba acompañada en algunas Iglesias de la signación en la frente y la imposición de las manos. Para los hijos de familias cristianas esta primera etapa se realizaba en la familia y corría a cargo ordinariamente de los padres.

b) La segunda etapa era el tiempo del catecumenado propiamente dicho. Esta etapa tenía una duración aproximada de tres años y suponía un tiempo de formación y de prueba bajo la guía de un catequista. Los catecúmenos podían participar en la liturgia de la Palabra de la misa, junto a la comunidad de los fieles. Al concluir este período estaba previsto un nuevo examen para comprobar la autenticidad de las actitudes del catecúmeno, su progreso en el conocimiento del evangelio y en la vida conforme a él, y, de este modo, decidir su admisión a la etapa siguiente.

c) La tercera etapa, que comprendía el tiempo de la cuaresma, era de preparación inmediata a los sacramentos de la iniciación. Al comienzo de la cuaresma, en una ceremonia litúrgica especial, el obispo inscribía a los elegidos3 y pronunciaba la homilía, llamada también protocatequesis. Esta preparación inmediata comprendía tres aspectos: 1) La enseñanza o instrucción: durante las primeras semanas, en reunión diaria, el obispo explicaba la Sagrada Escritura4; a partir de la cuarta semana de cuaresma (la sexta en oriente) se desarrollaba la catequesis propiamente doctrinal, que se iniciaba con la traditio Symboli, como acto de tradición, de transmisión oficial de la fe de la Iglesia, y que era explicado en sus distintos artículos por el obispo durante las dos semanas siguientes5; se finalizaba con la redditio Symboli. 2) La formación espiritual. Implica la superación del pecado, el ejercicio de la vida en el Espíritu y la  iniciación en las costumbres cristianas; por eso, la cuaresma es entendida como tiempo de lucha, de penitencia, de retiro espiritual y de oración6. 3) La formación litúrgica y ritual: la preparación inmediata es, pues, tiempo de prueba y de combate contra el príncipe de este mundo; el catecúmeno ha de ejercitarse en el combate espiritual, en la renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo; para ello encontrará ayuda en la vida litúrgica: los ritos, exorcismos y escrutinios serán frecuentes7. Esta tercera etapa culminará en la vigilia pascual con la celebración de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía.

d) La última etapa del catecumenado corresponde al tiempo pascual. Durante la semana de pascua tendrá lugar la catequesis mistagógica para los neófitos, y en ella se explicará el simbolismo de los ritos, las figuras bíblicas de los sacramentos y se exhortará a vivir en Cristo8.

En síntesis, podemos decir que la iniciación cristiana en el catecumenado primitivo supone un camino o proceso de formación por etapas en el que se integran la instrucción catequética, la conversión y el cambio radical de la vida, la experiencia litúrgica y de oración, la formación espiritual, la celebración de los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía, por los que los candidatos son incorporados al misterio de Cristo y a su Iglesia.

El catecumenado se concibe como aprendizaje o noviciado de la vida cristiana, que se nutre de la catequesis y de la escucha de la Palabra; viene apoyado por celebraciones litúrgicas y fortalecido por ejercicios ascéticos y penitenciales, bajo la ayuda de la comunidad eclesial que acoge al catecúmeno, le acompaña y forma y, finalmente, le incorpora en su seno.

3. EN LOS SIGLOS POSTERIORES. Las grandes transformaciones operadas en la sociedad y en la Iglesia a partir de los siglos V y VI, van a influir decisivamente en la orientación y práctica de la iniciación cristiana. La conversión generalizada de los pueblos a la fe cristiana, la consideración positiva del cristianismo por parte del pueblo y de sus gobernantes y la fuerte organización eclesiástica serán, entre otros, factores decisivos que llevarán a la Iglesia a centrarse en otras urgencias pastorales, a orillar la evangelización sólida de los adultos y a desdibujar en parte el significado y alcance de la iniciación cristiana. Sin embargo, si bien con caracteres distintos a los de los primeros siglos, y a veces entre imprecisiones y sombras, se mantuvo en la Iglesia la práctica de la iniciación cristiana9. La cuaresma será considerada como el tiempo y el espacio propio de la iniciación cristiana, en cuanto preparación para la pascua: el nuevo nacimiento de los hijos de Dios.

La práctica de la iniciación cristiana pasará por largos períodos de oscuridad, debido especialmente a la escisión de la catequesis y de la liturgia, así como a su desorientación. Cuando la liturgia se ritualiza y la catequesis se desvanece en virtud de una situación de cristiandad, la iniciación cristiana acabará perdiendo su valor y sentido originario.

A partir del Renacimiento se irá avanzando en la recuperación del sentido de la iniciación cristiana, bajo formas distintas, al crecer el interés tanto teológica como pastoralmente10.

4. EL VATICANO II Y LA INICIACIÓN CRISTIANA. En los últimos tiempos, la atención a la iniciación cristiana ha cobrado actualidad, debido, como más arriba se ha dicho, a factores diversos, como las grandes transformaciones socio-culturales acaecidas, la renovación catequética y litúrgica, el estudio de los escritos de los Padres, la profundización teológica, la experiencia de las prácticas catecumenales de los países de misión, y, sobre todo, el impulso del Vaticano II.

Entre los acontecimientos recientes que merecen especial mención hemos de destacar: la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium, que establece la restauración del catecumenado de adultos (cf SC 64 y 71); el decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, que indica y propone el marco general de la iniciación cristiana y del catecumenado (cf AG 13-14); el Código de Derecho canónico, que pide sean iniciados adecuadamente los catecúmenos y señala las condiciones para admitir al adulto al sacramento del bautismo (CIC 788, 2 y 815, 1); asimismo, el Ritual para la iniciación cristiana de adultos, publicado en el año 1972, que propone un itinerario progresivo de evangelización, catequesis y mistagogia, y ofrece principios y orientaciones de gran importancia para la iniciación cristiana. Por el interés del tema y por su valor normativo desarrollaremos más adelante el sentido y alcance de este documento. Finalmente, merece ser destacado el nuevo Directorio general para la catequesis, publicado por la Congregación para el clero, en 1997. A diferencia de otros documentos anteriores el nuevo Directorio se decanta claramente por una catequesis al servicio de la iniciación cristiana, hasta el punto de hacer de esta dimensión catecumenal e iniciática el centro y vértice de la propia catequesis11. En ambiente español, no hay que olvidar el mencionado documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, publicado por la LXX Asamblea plenaria de la Conferencia episcopal española el 27 de noviembre de 1998.


III. Naturaleza de la iniciación cristiana

El término iniciación designa, etimológicamente, la introducción de una persona en un determinado grupo humano, asociación o religión e indica el conjunto de enseñanzas y de ritos encaminados a producir un cambio radical en la persona iniciada. Representa, pues, un proceso de aprendizaje, de asimilación y adquisición progresiva de una doctrina o de una práctica determinada, de unas creencias y valores o de unas costumbres y comportamientos nuevos (cf IC 17). Es un aprendizaje, en definitiva, que afecta a toda la persona y supone una renovación profunda de su ser12.

La iniciación cristiana, teniendo puntos de contacto con las formas iniciáticas comunes, es, sin embargo, un fenómeno singular de naturaleza diferente (cf IC 18). Su originalidad esencial «consiste en que Dios tiene la iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo» (IC 9).

Por iniciación cristiana, pues, ha de entenderse la incorporación del candidato, mediante los tres sacramentos de iniciación, en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y en la comunidad de la Iglesia, sacramento de salvación; de tal modo que el iniciado, profundamente transformado e introducido en la nueva condición de vida, muere al pecado y comienza una nueva existencia hacia su plena realización. Esta inserción y transformación radical, llevada a cabo dentro del ámbito de fe de la comunidad eclesial, donde ha de integrarse la respuesta de fe del candidato, exige, por lo mismo, un proceso gradual o itinerario catequético que ayude a madurar en la fe (cf IC 43). Palabra y sacramento en íntima unidad; confesión de fe; catequesis y bautismo; la integración mutua... Por eso el Directorio general para la catequesis afirma que «la catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de iniciación»13. En consecuencia, podemos concretar ya lo que es la iniciación cristiana.

1. OBRA DEL AMOR DE DIos. La iniciación cristiana es, ante todo, obra del amor de Dios, que en su bondad y sabiduría ha querido «revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina» (DV 2).

Es Dios quien sale a nuestro encuentro amorosamente, nos manifiesta su proyecto de salvación para la humanidad, y nos da con abundancia los tesoros de la vida divina. Es Dios solo quien puede cambiar en el hombre su corazón de piedra por un corazón de carne (Ez 36,26); dar vida a los huesos secos y quebrantados (Ez 37,5); hacer que el ser humano vuelva a nacer por el agua y el Espíritu (Jn 3,5); injertarle en la vid verdadera que asegura la permanencia en la vida (Jn 15,5); nutrirle con el pan bajado del cielo que da la vida eterna (Jn 6,51).

La iniciación cristiana es gracia benevolente y transformadora, que nos precede eligiéndonos para ser sus hijos adoptivos, y nos da la vida verdadera, bendiciéndonos en Cristo, de modo que, en verdad, podemos decir: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6).

Así pues, la iniciación cristiana es una obra de Dios, que se desarrolla dentro del dinamismo trinitario (cf IC 9-11). Es, en primer lugar, don del Padre que, por el Hijo y el Espíritu Santo, hace a los hombres hijos de Dios y coherederos de Cristo (cf Rom 8,15). Es, pues, obra de la Santísima Trinidad14. La propia unión orgánica de los tres sacramentos de la iniciación (bautismo, confirmación y eucaristía) está expresando la unidad de la obra trinitaria de la iniciación cristiana.

2. POR LA IGLESIA Y EN LA IGLESIA. Esta obra del amor de Dios que es la iniciación cristiana se realiza en la Iglesia y por la mediación de la Iglesia. A ella le ha encomendado Cristo la misión que, a su vez, él había recibido del Padre, de anunciar y llevar a plenitud la salvación (cf IC 13; EV 5, 59; LG 5; AG 1).

Y así la Iglesia, asociada a la obra de la redención, sale al encuentro de los hombres, a quienes anuncia la buena noticia, les acoge y acompaña en el camino de la fe, pone los fundamentos de la vida cristiana, les incorpora al misterio de Cristo por los sacramentos de la iniciación, les hace partícipes de la vida y misión de la Iglesia, y guía a estos hijos suyos, que acaba de engendrar, y les sostiene a lo largo de su camino, desde el nacimiento hasta la madurez de la vida nueva en Cristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica: «La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el bautismo se fortalecen con el sacramento de la confirmación y, finalmente, son alimentados en la eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad»15. La Iglesia, mediante la iniciación cristiana, manifiesta su identidad de madre y, a la vez que incorpora al hombre a Cristo, lo incorpora al Cuerpo de Cristo; a la vez que engendra al cristiano, edifica la Iglesia, de modo que podemos afirmar que por la iniciación cristiana la Iglesia engendra a la Iglesia.

Ahora bien, esta función maternal de la Iglesia se lleva a cabo en cada Iglesia particular (cf IC 14), en la que está verdaderamente presente y activa la única Iglesia de Cristo, es presencia particular de la Iglesia universal y esta se realiza en ella16. En la Iglesia particular corresponde al obispo, responsable de la acción evangelizadora y santificadora de la Iglesia particular a él encomendada, establecer y orientar la pastoral de la iniciación cristiana (cf IC 15).

3. CON UNA DECISIÓN LIBRE. Este don de Dios realizado por la Iglesia requiere la decisión libre del hombre. Como afirma la constitución Dei Verbum, «a Dios revelador debe prestársele la obediencia de la fe (Rom 16,26), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios y le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad» (DV 5).

A la iniciativa gratuita de Dios ha de responder el hombre libremente, auxiliado por la gracia divina y de la mano de la comunidad eclesial. En el seno de la comunidad ha de recorrer un camino de conversión, de liberación del pecado y de crecimiento en la fe, hasta el encuentro con Jesucristo. Es el itinerario catequético de la iniciación cristiana. Un camino progresivo que ha de conducirle a la adhesión incondicional a Dios, a la confesión de la fe y al reconocimiento cabal y consecuente de la nueva realidad sobrevenida (cf IC.20).

En este itinerario de fe, queda implicada toda la persona, todas las esferas y dimensiones de su ser; pues toda ella debe abandonar su anterior modo de vida, para entregarse a Dios y entrar gozosamente en la comunión de la Iglesia.

Asimismo, este proceso o camino de crecimiento exige guardar la necesaria vinculación entre la acción de la gracia divina y la respuesta personal de la fe. En definitiva, es necesario que el hombre: 1) alcance a descubrir las maravillas del amor de Dios y de su iniciativa salvadora; 2) logre comprender el sentido de la mediación eclesial; y, finalmente, 3) asuma con responsabilidad las implicaciones concretas de su respuesta libre para su vida personal, eclesial y social. Todo esto requiere un itinerario catequético que ayude a garantizar el enraizamiento, aprendizaje y maduración de la fe.

La iniciación cristiana es, también, expresión y cumplimiento de la alianza de Dios con el hombre. Mediante la iniciación cristiana, Dios se acerca al hombre y le ofrece entrar en comunión de vida y amor con él; el hombre, a su vez, con su respuesta libre, acepta el don de Dios y se entrega confiadamente a él. La llamada y la respuesta se unen en un acontecimiento definitivo: Dios establece con el hombre un pacto de vida y de esperanza en la alianza, que queda ratificada por el bautismo. Por la eucaristía la alianza alcanza su plenitud.

La iniciación cristiana representa así la participación humana en el diálogo de la salvación. Dios llama al hombre y le lleva a participar de la relación filial con él. El hombre inicia un camino hacia Dios que ha irrumpido en su vida y habita su existencia. En adelante el hombre se dirigirá hacia Dios, constituido en el centro y fundamento de su ser.

4. EN RESUMEN. El cristiano recibe de Dios el don de la fe en la Iglesia. Es en la Iglesia donde llegará a captar la verdad, la realidad y la significación de la fe, fuente de vida para su existencia como creyente. Y es en el seno de la comunidad eclesial donde podrá responder de modo libre e incondicionado a Dios. La profesión de fe del bautizado y la ratificación de la alianza de Dios con el hombre alcanzarán su expresión más alta en la celebración de la eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia.

Conforme a todo lo expuesto, concluimos afirmando que la iniciación cristiana comprende los siguientes elementos esenciales: 1) el misterio pascual de Cristo; 2) la Iglesia, comunidad de salvación; 3) la unidad indisoluble de los tres sacramentos de la iniciación; 4) el anuncio de Jesucristo y su mensaje de salvación; 5) la fe y la adhesión personal a la intervención salvadora de Dios en Cristo por el Espíritu Santo; 6) la maduración de esa fe, el progresivo y radical cambio de mentalidad y de estilo de vida, en la comunidad eclesial.

De este modo lo expresa el Catecismo de la Iglesia católica: «Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística» (CCE 1229).

Y así resume los elementos propios de la iniciación el documento episcopal La iniciación cristiana: 1) la iniciativa eficaz y gratuita de Dios; 2) la respuesta de la fe que se realiza en la escucha y en la acogida interior del evangelio; 3) la acogida de la Iglesia, que recibe en su seno maternal e inserta en el misterio de Cristo y en la propia vida eclesial; 4) esta acción de la Iglesia integra básicamente la predicación de la Palabra y su explicación, la catequesis que introduce en los misterios y en la vida de la Iglesia, la celebración de los sacramentos, y el acompañamiento posterior (cf IC 31).

Y junto a estos elementos o aspectos esenciales, podemos señalar también, como dimensiones o coordenadas básicas de la iniciación cristiana, las siguientes: 1) la dimensión teológico-sacramental: la iniciativa de Dios que hace a los hombres partícipes del acontecimiento pascual mediante los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía; 2) la dimensión eclesial: la comunidad de la Iglesia que anuncia al Señor, da testimonio y celebra la alianza; que acoge al hombre, le acompaña en el camino de la conversión y le hace entrega de la fe y miembro de la Iglesia, asociándole a su vida y misión; 3) la dimensión catequética: para enraizar la adhesión firme por la fe a la Palabra y garantizar su aprendizaje y maduración; 4) la dimensión existencial y escatológica: que nos habla de la vida nueva en el Espíritu que nos ha transformado radicalmente y nos ha configurado en Cristo. Una vida nueva que tiene un origen, se vive ya aquí, y tiene, asimismo, una meta y plenitud que ansiamos y esperamos en la parusía.


IV. Itinerario de conversión y de crecimiento en la fe

Por la Palabra y los sacramentos, en virtud de la acción de Dios, que previene y acompaña, la Iglesia acoge y engendra al nuevo creyente y le educa en la totalidad de la vida cristiana. Esta acción de la madre Iglesia se lleva a cabo conjuntamente, pudiéramos decir, mediante un proceso catequético de educación de la fe y por los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía.

Mediante los sacramentos de iniciación, el hombre es vinculado a Cristo y asimilado a él en el ser y en el obrar, introduciéndole en la comunión trinitaria y en la Iglesia.

Mediante el itinerario catequético, que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos, el catequizando alcanza el conocimiento del misterio de la salvación, afianza su compromiso personal de respuesta a Dios y de cambio progresivo de mentalidad y de costumbres, fundamenta su fe y avanza en el aprendizaje de la vida cristiana, acompañado por la comunidad eclesial (cf RICA, Observaciones previas). «La catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana, y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación» (IC 41). O, como dice el Directorio general para la catequesis: «La catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana, y está estrechamente vinculada a los sacramentos de iniciación, especialmente al bautismo, sacramento de la fe. El eslabón que une la catequesis con el bautismo es la profesión de fe que es, a un tiempo, elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis» (DGC 66).

Veamos a continuación el sentido y alcance de este proceso o itinerario de fe que es la iniciación cristiana.

1. COMO EJERCICIO DE VIDA CRISTIANA. El proceso de iniciación cristiana es, en primer lugar, un camino o itinerario catequético que ha de ser entendido como ejercicio gradual y completo de vida cristiana y, en cuanto tal, ha de comprender la escucha de la Palabra y la profundización orgánica de la misma, la introducción en la experiencia de la liturgia y de la oración de la Iglesia, el testimonio de vida y las obras de caridad, el desarrollo de los compromisos propios de la conversión y del seguimiento de Jesucristo, el aprendizaje progresivo de la vida en Cristo bajo la guía de la comunidad eclesial17.

Ahora bien, este ejercicio de vida cristiana, que es el nervio del itinerario catequético propio de la iniciación cristiana, se logrará gracias a la presencia de un ámbito de fe viva y a la práctica efectiva de la misma por parte del catequizando.

En primer lugar, es necesario contar con un ámbito real de fe que acoja y envuelva al catequizando y, progresivamente, le vaya integrando en él, para aprender viviendo, con la ayuda de los fieles y la sabia guía del catequista, las claves y pautas de la vida cristiana. (La iniciación cristiana indica diferentes lugares o ámbitos: cf IC 32-38). Este ejercicio de vida cristiana alcanzará para el catequizando su desarrollo más pleno cuando pueda participar de manera activa y consciente en la vida de la comunidad eclesial que profesa, celebra y vive la fe cristiana. Es decir, se trata de ofrecer al catequizando la posibilidad de sumergirse en la experiencia viva que la Iglesia tiene del evangelio, y de enseñarle a ver y comprender desde dentro las realidades misteriosas que ella posee: la Palabra, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, los sacramentos, el testimonio de santidad, y de este modo impregnarse de esa vida y aprender, por esa profunda ósmosis, los misterios de la fe y de la vida cristiana.

Pero se trata también de que el catequizando practique la vida cristiana. No sólo que la vea o sea informado sobre ella, sino que la ejercite. Es decir, ha de aprender a vivir en la escucha del Señor y en el amor fraterno, practicar obras de caridad, adquirir el hábito de la oración, dar testimonio de la fe, expresar en su vida diaria el cambio de mentalidad y de costumbres, luchar para morir al pecado y así poder vivir en Cristo. El combate contra el mal y la liberación del pecado son ejercicios propios de quien, por la iniciación cristiana, desea alcanzar la vida en Cristo: «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6,2-4).

Luego la catequesis de iniciación cristiana no es una mera exposición de dogmas y preceptos, es algo más que una simple instrucción o un desarrollo discursivo o práctico de las capacidades del catequizando; es algo más que un adiestramiento en las cosas de la fe o un programa rigurosamente diseñado al modo académico; es, ante todo, una escuela de fe, es «formación y noviciado debidamente prolongado de toda la vida cristiana, en que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro» (AG 14; DGC 63; cf IC 42).

2. COMO FORMACIÓN DE LA FE CRISTIANA. Un itinerario que supone, en segundo lugar, una formación orgánica, sistemática y básica de la fe cristiana. Como dice Juan Pablo II: «La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una traditio viva y activa, de generación en generación» (CT 22).

Toda catequesis es, en efecto, y la catequesis propia de la iniciación cristiana con más motivo, un acto de tradición viva al servicio de la transmisión de la fe. Su contenido es, pues, la revelación de Dios; es decir, el acontecimiento de la manifestación de su misterio y designio amoroso de salvación, y el acontecimiento de su donación y entrega en favor del hombre.

A estas realidades inicia la catequesis, y ellas son el contenido de la misma. No son, pues, los contenidos catequéticos afirmaciones vanas o ideas para el pensamiento o normas para la conducta. Son realidades: son los acontecimientos del amor de Dios a lo largo de la historia de la salvación, acontecimientos de la salvación de Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu Santo en la Iglesia, que se expresan en el símbolo de la fe, los ritos sacramentales de la Iglesia, los testimonios de vida de los santos y santas de la Iglesia, la herencia espiritual de los Padres, las obras de caridad...

Estas realidades de la fe, que vienen expresadas en distintos lenguajes (bíblico, litúrgico, doctrinal, testimonial...) y que constituyen un cuerpo orgánico y coherente de certezas y verdades, deben ser presentadas orgánicamente, mostrando su coherencia interna a los catequizandos. Y, asimismo, deben ser de tal modo comunicadas que puedan ser comprendidas y asumidas como realidades que son de fe para nuestra salvación. El catequista habla desde la fe y trata de suscitar la fe ante los profundos misterios que contiene la acción de Dios en favor del hombre; se propone no sólo formar la mente, sino educar en la fe a los catequizandos e introducirles en la vida cristiana, para que, por la fe, puedan conocer la riqueza del amor de Dios en Jesucristo y la esperanza de la gloria: «El misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1,26-27). De este modo, la enseñanza de la fe suscitará la esperanza y la esperanza abrirá el corazón a la caridad. Como recuerda san Agustín al diácono y catequista Deogracias: «Explica cuanto expliques de modo que la persona a la que te diriges, al escucharte, crea, creyendo espere y esperando ame».

«En síntesis, como dice el Directorio general para la catequesis, la catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana desborda –incluyéndola– a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano... En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo tiempo, tareas de iniciación, educación y de instrucción» (DGC 68).

3. COMO UN CAMINO A RECORRER EN DISTINTAS ETAPAS. En tercer lugar, es un itinerario de fe desarrollado con gradualidad y progresión, articulado en un proceso que hay que recorrer por etapas (cf IC 24-30). Este proceder gradual de la catequesis de iniciación, que tiene su origen en el modo como Dios ha actuado a lo largo de la historia de la salvación (cf Heb 1,1-2; DV 3-4) y en la condición del propio hombre, se verá reflejado en la sabiduría de la tradición catequética de la Iglesia, como expresa el Catecismo de la Iglesia católica: «Desde los tiempos apostólicos para ser cristianos se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente» (CCE 1229).

En efecto, en virtud de las variadas situaciones y experiencias humanas, y en atención al ritmo de crecimiento en la fe de cada persona y, sobre todo, en conformidad con el iter salvífico querido por Dios, como muestran las Sagradas Escrituras, la iniciación cristiana debe cuidar oportunamente el avance progresivo de cada catequizando y respetar los tiempos de maduración. Eso es lo que significa un itinerario: un camino a recorrer en distintas etapas, que tiene un principio y un final. «Hoy, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos: del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía» (CCE 1233). Por su parte, el Ritual para la iniciación cristiana de adultos, con su articulación por etapas, será un ejemplo típico de un itinerario gradual y progresivo de iniciación cristiana18.

Por el valor normativo e inspirador que tiene para la catequesis19, desarrollamos a continuación este itinerario con sus correspondientes tiempos o etapas (cf IC 24-30).

a) El tiempo del anuncio misionero. Este primer período, que el RICA denomina tiempo de búsqueda o precatecumenado, está destinado a los inicios de la fe y a la primera presentación del mensaje cristiano (cf RICA, Obs. previas; IC 24). El centro, pues, es el anuncio de la buena noticia, que es la proclamación del Dios vivo, de su misterio de salvación para todos los hombres y de su cumplimiento en Cristo, muerto y resucitado. Este anuncio debe, en definitiva, dar a conocer el kerigma cristiano y sus consecuencias para el hombre. Pero además, es conveniente que integre una exposición inicial sobre la moral cristiana, la Iglesia y los novísimos, con objeto de conducir al candidato, con la ayuda del Espíritu Santo, a la conversión inicial y a la adhesión primera a Dios y, de este modo, «ir madurando la verdadera voluntad de seguir a Cristo y de pedir el bautismo» (RICA 10).

Hoy la Iglesia, consciente de la exigencia de la nueva evangelización, sabe que este primer empeño misionero es de extraordinaria importancia y que su ejercicio, acompañado de testimonios explícitos de vida cristiana, es una prueba de calidad para la comunidad cristiana.

Durante este tiempo, la comunidad debe crear en torno a quien se siente atraído por la fe cristiana un ambiente de acogida fraterna y de vida cristiana; debe esforzarse por ofrecer una atención esmerada a cada persona, en su singular condición, y asimismo un clima de reflexión y de búsqueda sincera, junto al testimonio de fe y de oración.

b) La entrada en el catecumenado. La entrada en el catecumenado de aquellos que han manifestado este deseo, y en cuanto tales son presentados a la Iglesia por los padrinos o por los catequistas, supone, en primer lugar, un examen sobre las motivaciones y la idoneidad de cada candidato20 a quien se le pedirá para su admisión: una vida espiritual preliminar y los conocimientos fundamentales de la doctrina cristiana, la conversión inicial y la voluntad de cambiar de vida y de empezar el trato con Dios en Cristo, un incipiente sentido de la penitencia y práctica de la oración, una primera experiencia de trato con la comunidad cristiana (cf RICA, Obs. previas 15; IC 25).

La entrada en el catecumenado va precedida de la celebración de un rito llamado de entrada en el catecumenado, mediante el cual la Iglesia expresa la acogida de aquellos que han aceptado el evangelio de Jesucristo y desean ser miembros de ella, y consagra su conversión inicial. A partir de este momento los candidatos son ya de la casa de Cristo: son alimentados por la Iglesia con la palabra de Dios y favorecidos con las ayudas litúrgicas (RICA 8). Y así, recibidos entre el número de los catecúmenos, son ya cristianos, aunque de un modo imperfecto: «No habéis renacido todavía por el bautismo sagrado, pero ya por la señal de la cruz habéis sido recibidos en el seno de la madre Iglesia».

c) El tiempo del catecumenado. Es el tiempo de la formación cristiana integral, del aprendizaje de la fe y de la vida cristiana, de la maduración de la conversión y adhesión a Dios. La Iglesia lleva a cabo esta educación de los catecúmenos mediante una catequesis progresiva, sistemática y orgánica, que se acomoda al año litúrgico y se acompaña de celebraciones y ritos litúrgicos, de tal manera que la fe de la Iglesia sea transmitida íntegra, para el conocimiento vivo del misterio de la salvación y la educación en la totalidad de la vida cristiana. Los catecúmenos deben ser «adecuadamente iniciados en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en la celebración de los ritos sagrados, e introducidos en la vida de la fe, la liturgia y la caridad del pueblo de Dios» (AG 14).

Este camino de formación integral21, de aprendizaje y maduración de la fe, de progresiva conversión y de cambio de vida, incluye, y es también para el catecúmeno, un tiempo de lucha espiritual contra las fuerzas del mal que ha de vencer. Ha de aprender que la vida cristiana es también un combate espiritual contra el mal y el pecado. De ahí la presencia de la ascesis, los ejercicios penitenciales y la invocación de la ayuda divina, tan presentes en el catecumenado.

Y así, los catecúmenos, que se esfuerzan por avanzar en este camino inicial, fortalecidos por la bendición divina, purificados por el Espíritu y ayudados por el ejemplo y el auxilio de la comunidad eclesial22, y de modo especial por los padrinos y por los catequistas, se instruyen en la fe, se ejercitan en la oración, aprenden las costumbres evangélicas de la vida en Cristo y son introducidos paulatinamente en las responsabilidades apostólicas y misioneras propias del cristiano (cf IC 26).

d) La elección e inscripción del nombre. La elección viene precedida por un examen de idoneidad del catecúmeno. Además de la fe y la firme voluntad de recibir los sacramentos de la Iglesia, se requiere de él «la conversión de la mente y de las costumbres, un suficiente conocimiento de la doctrina cristiana y sentimientos de fe y de caridad» (RICA, Obs. previas, 23).

La celebración del rito de la elección e inscripción del nombre tiene lugar habitualmente el primer domingo de cuaresma y es presidido por el obispo. A él le son presentados los candidatos y él elige a aquellos que son admitidos para el bautismo, inscribiéndoles como elegidos.

Con esta celebración de la llamada decisiva por parte de la Iglesia, signo de la llamada de Dios, y de la inscripción del nombre en el libro de los elegidos, signo de la respuesta del hombre, concluye el tiempo del catecumenado.

e) El tiempo de la purificación y de la iluminación. En esta etapa, que coincide con la cuaresma y concluye con la vigilia pascual, los catecúmenos se preparan de modo intensivo para las celebraciones pascuales y para recibir los sacramentos de la iniciación (RICA 21-22; IC 27). La Iglesia abre para ellos, sosteniéndoles con su participación y ayuda, un camino de preparación inmediata, mediante la catequesis y la liturgia, la reflexión y la oración, la penitencia y el ayuno, la lucha ante las pruebas y la purificación del corazón. La Iglesia, que es madre, se dispone de este modo a engendrar en Cristo, por la fuerza del Espíritu Santo, a quienes recorren este camino de purificación y de iluminación.

La profundización en la Sagrada Escritura y en el símbolo de la fe, la intensificación espiritual, la celebración de exorcismos y escrutinios23, y la entrega de los símbolos de la identidad cristiana (el credo y el padrenuestro)24 constituyen los hitos más importantes de esta preparación.

Por su importancia y significación catequética merece ser destacada la explicación y entrega de la fe en el símbolo, a lo que el catequizando responderá con la manifestación de la profesión de la fe de la Iglesia25.

f) Celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana. La celebración unitaria de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía coronan la vigilia pascual. Con ello se quiere expresar la unidad del misterio pascual y la plena participación en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Por el bautismo, los catecúmenos, que han renunciado a Satanás y pronunciado la profesión de fe, reciben el Espíritu de adopción, renacen como hijos de Dios y son incorporados a la Iglesia (cf CCE 1213). Por la confirmación, los neófitos son sellados por el don del Espíritu Santo y configurados sacramentalmente a la imagen de Cristo, el Ungido. Al participar con todo el pueblo de Dios en la eucaristía, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y reciben la comunión del cuerpo y sangre del Señor que consuma la unión con él (cf RICA Obs. previas 27ss.; IC 28).

g) El tiempo de la mistagogia. Recibidos los tres sacramentos, comienza una nueva y definitiva etapa de la iniciación cristiana: el tiempo de la mistagogia. Durante este tiempo los neófitos, ayudados por la comunidad de los fieles, y a través de la meditación del evangelio, la catequesis, la experiencia sacramental frecuente y el ejercicio de la caridad26, profundizan en los misterios celebrados, consolidan la práctica de la vida cristiana y se ejercitan en las responsabilidades de su incorporación a la comunidad (cf RICA, Obs. previas, 37-40; IC 29-30).

4. FORMAS DE INICIACIÓN CRISTIANA. A lo largo de la historia de la Iglesia, la iniciación cristiana ha variado en sus formas27, como hemos visto más arriba. En nuestros días existen dos formas de realizar la iniciación cristiana, que el documento episcopal La iniciación cristiana reconoce como necesarias hoy (cf IC 22-23):

a) El catecumenado posbautismal, que afecta a los párvulos que son incorporados en los primeros meses de su vida en el misterio de Cristo y en la Iglesia por el bautismo. Supone un itinerario catequético y sacramental que se desarrolla a lo largo de la infancia y adolescencia. De esta forma de iniciación, que es la más generalizada, dice el Catecismo de la Iglesia católica: «Desde que el bautismo de niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, este se ha convertido en un acto único que integra de manera abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su misma naturaleza el bautismo de niños exige un catecumenado pos-bautismal. No se trata sólo de una necesidad posterior al bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis» (CCE 1231).

b) La iniciación cristiana de personas no bautizadas, sean niños, jóvenes o adultos (o bautizadas pero no catequizadas o alejadas de la fe), que se lleva a cabo a través de un catecumenado y culmina con la celebración de los tres sacramentos de iniciación (CCE 1232).

El mismo documento episcopal La iniciación cristiana reconoce que, «ante las exigencias actuales de la evangelización con muchos adultos ya bautizados pero en realidad no catequizados, o alejados de la fe, o incluso sin haber completado la iniciación sacramental, ambas formas de iniciación cristiana propiamente dicha son hoy necesarias». Y afirma la unidad del anuncio misionero y la catequesis de iniciación recogiendo este párrafo del DGC: «La situación actual de la evangelización postula que las dos acciones, el anuncio misionero y la catequesis de iniciación, se conciban coordinadamente y se ofrezcan, en la Iglesia particular, mediante un proyecto evangelizador misionero y catecumenal unitario» (DGC 277), y desarrollando a continuación varios itinerarios completos de iniciación: de niños, adolescentes y jóvenes (IC 69-110); de adultos no bautizados (IC 112-123); de adultos ya bautizados (IC 124-133), y de niños y adolescentes no bautizados (IC 134-138).


V. Prioridades y consecuencias pastorales

La iniciación cristiana, expresión primera y más significativa de la misión de la Iglesia, y que constituye la realización de su función maternal, ha de contar, en todo momento y circunstancia, con una adecuada y exigente acción pastoral. Ahora bien, esta pastoral de la iniciación cristiana no puede reducirse a la mera acentuación de una tarea específica y determinada, entre otras muchas que la comunidad eclesial lleva a cabo, o a una actualización coyuntural de programas y acentos pastorales sobre la misma.

La opción por la pastoral de la iniciación cristiana es algo más: supone una profunda renovación y revitalización interna de la propia Iglesia, pues significa dar de hecho la primacía a la acción misionera y evangelizadora, atender de modo prioritario la transmisión de la fe y la maduración de la misma en los creyentes, y profundizar en la identidad comunitaria y maternal de la Iglesia hasta convertirla en comunidad viva y fraterna.

Veremos a continuación las consecuencias más significativas que el ejercicio de la iniciación cristiana, adecuadamente desarrollado, tiene para la Iglesia.

1. PRIMACÍA DE LA ACCIÓN MISIONERA. Ante los desafíos planteados por la realidad socio-cultural y la situación de fe de nuestros bautizados, la pastoral de la iniciación cristiana está pidiendo, en primer lugar, una acción decidida y vigorosa de tipo misionero. Una acción misionera articulada en torno a los prolegómenos de la fe y al primer anuncio del evangelio, y que supone, en consecuencia, el acercamiento y la atención al hombre en sus necesidades e interrogantes, el acompañamiento a lo largo del camino de búsqueda que ha emprendido o que es necesario suscitar en él, la acogida de sus demandas de verdad, libertad, felicidad y justicia, y la profundización del sentido cabal de las mismas, el apoyo en el discernimiento necesario y, finalmente, el testimonio y el anuncio explícito del evangelio de Jesucristo en nombre de la Iglesia.

He aquí el empeño primero de la comunidad eclesial que, en consecuencia, ha de superar la tendencia, tan frecuente, a centrarse sobre sí misma en una pastoral de mantenimiento y atención a los ya presentes o en cuestiones de organización y de métodos, para abrirse creativamente a los increyentes y agnósticos, a los alejados e indiferentes, a los inseguros y vacilantes. La comunidad eclesial debe hoy, como hizo en otros tiempos, superar las rutinas e inercias que envuelven con frecuencia su vida y acción pastoral, profundizar su vocación y responsabilidad misionera y constituirse en centro impulsor del anuncio, la conversión y el testimonio de la fe y de la vida cristiana.

En concreto, la comunidad eclesial, y cada cristiano en particular, ha de alcanzar a comprender que se trata, ante todo, de ser y mostrarse hoy abiertamente testigos de la gloria de Dios, realizada por Jesucristo, nuestro Salvador, presente y vivo entre nosotros. Testigos que invitan a ver y vivir «lo que nosotros hemos visto y oído, hemos contemplado y han tocado nuestras manos» (1Jn 1,1-3). Testigos, además, conscientes de que la primera y verdadera misión encomendada consiste en anunciar con fuerza y claridad a Jesucristo, la Palabra de vida, y llamar a la fe a los que no creen, o a reavivarla y fortalecerla en los que creen débilmente, exhortándoles a convertirse de corazón al Dios vivo.

Ahora bien, todo esto sólo es posible cuando se vive con entusiasmo la verdad y necesidad absoluta del evangelio de Jesucristo, cuando se tiene la experiencia de la salvación de Dios. Entonces se reflejará en el rostro de la comunidad de los fieles y brillará en sus palabras la gloria de Dios (cf 2Cor 3,18).

Por eso, la determinación, por parte de la comunidad eclesial, de otorgar la primacía a la acción misionera, obligará a profundos cambios en las personas, en primer lugar, pero también en la organización y en las estructuras, y, con seguridad, abrirá el horizonte a la renovación interna de la vida eclesial.

2. ATENCIÓN PRIORITARIA A LA TRANSMISIÓN DE LA FE. «Quiso Dios que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo, nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta» (DV 7). Pues «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4).

A la Iglesia se le ha encomendado la misión de transmitir la revelación divina. Asentada sobre los fundamentos apostólicos, la Iglesia ha sido constituida para esa transmisión de la fe, ha sido organizada para la recepción y apropiación de la confesión apostólica28. Su esencia y misión consiste en confesar la fe, en dar testimonio del acontecimiento de la manifestación y donación de Dios al hombre. Para esto ha sido establecida la Iglesia: para transmitir la fe. Por eso, no otorgar una atención prioritaria a esta exigencia o posponerla a causa de otras urgencias administrativas, o sencillamente ejercerla con desgana, significará su debilidad y aun la quiebra de la misión encomendada.

En definitiva, la Iglesia debe perseverar a lo largo de los tiempos en la transmisión de lo que ha recibido: el acontecimiento del designio amoroso de Dios revelado en Cristo, que realiza el proyecto divino de introducir al hombre en el misterio trinitario para vivir de él, e incorporarle a la comunidad de los hijos adoptivos que, por Cristo en el Espíritu, acceden al Padre. Por todo esto, en la pastoral general de la Iglesia y, específicamente, en la iniciación cristiana, la transmisión de la fe ha de obtener el lugar preeminente que le corresponde.

La Iglesia realiza esta transmisión de la fe a través de toda la vida: «Lo que los apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del pueblo de Dios; así la Iglesia, con su enseñanza, su vida y su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree» (DV 8). Pero de un modo particular, y a la vez eminente, la Iglesia entrega la vida que tiene, transmite la vida que vive y engendra en ella, por la iniciación cristiana. Por su parte la catequesis, en cuanto acto de tradición viva, es uno de los modos principales de esta transmisión, que comunica y hace entrega de la fe a través de cuatro caminos, como expresa el Catecismo de la Iglesia católica: el símbolo de la fe, la vida en Cristo, la celebración del misterio cristiano y la oración.

En consecuencia, la transmisión de la fe en la iniciación cristiana integra un conjunto de realidades íntimamente unidas: 1) la presentación orgánica y sistemática del mensaje cristiano, y la profesión de fe; 2) el conocimiento de la verdad de la fe y el afianzamiento en el seguimiento de Jesucristo; 3) la formación y el ejercicio de la vida cristiana; 4) la escucha de la Palabra y la maduración progresiva de la vida de fe; 5) la instrucción y la formación espiritual a través de la penitencia, la lucha espiritual y la oración; 6) el cambio de mentalidad y el cambio de costumbres; 7) la experiencia de la vida litúrgica y el aprendizaje del testimonio apostólico y misionero.

Ahora bien, todas estas realidades que comprende la iniciación cristiana, forman entre sí una unidad, en virtud de su vinculación a su único origen. Pues bien, para que puedan permanecer efectivamente unidas, y así impulsar y garantizar la transmisión de la fe por parte de la Iglesia, es necesario que las distintas acciones pastorales así lo procuren. En concreto, la pastoral de la iniciación cristiana ha de cuidar la promoción y coordinación de las distintas actividades educativas y celebrativas que se llevan a cabo, tanto en la parroquia, como en la familia, en las asociaciones y movimientos laicales y en la escuela (cf IC 32-38). Todos y cada uno de estos ámbitos de transmisión y educación de la fe deben converger entre sí.

En resumen, la transmisión de la fe y la iniciación cristiana son realidades íntimamente vinculadas y correlativas: la misión de la Iglesia de transmitir la fe se realiza de modo eminente en la iniciación cristiana.

Por la transmisión de la fe, nuevos hijos conocen y son incorporados al evangelio de Jesucristo. Por la iniciación cristiana, el bautizado es introducido en la corriente viva de la tradición de la Iglesia. En la iniciación cristiana se manifiesta palmariamente la fecundidad de la Iglesia, al engendrar en una misma fe, la fe apostólica, a nuevos hijos, antes dispersos por el pecado. En la transmisión de la fe la Iglesia hace entrega al creyente de todo lo que ella cree y es, iniciándole en «su doctrina, vida y culto». «La traditio Evangelii in symbolo y la traditio orationis dominicae son —en el catecumenado bautismal y en nuestra catequesis— la expresión de lo que es, en esencia, un proceso catecumenal: la transmisión de la fe eclesial» (CC 135).

Así pues, transmisión de la fe e iniciación cristiana se reclaman mutuamente y mutuamente se perfeccionan. Por eso, cuando percibimos que una determinada comunidad eclesial no acierta a iniciar en la fe a nuevos creyentes, o, como se acostumbra a decir coloquialmente, no sabe cómo hacer nuevos cristianos, estamos constatando en el fondo la incapacidad de esa comunidad para transmitir la fe, para vincular a nuevos creyentes al curso vivo de la Tradición.

3. LA SOLICITUD DE LA IDENTIDAD COMUNITARIA Y MATERNAL DE LA IGLESIA. El proceso formativo de la iniciación cristiana se realiza por medio de la Iglesia, que engendra a los nuevos hijos y, bajo su cuidado, los alimenta con la Palabra, los acompaña con su presencia, los alienta con su testimonio y los sostiene con la oración y la participación en las celebraciones litúrgicas. La educación en la fe y el acompañamiento espiritual es, como venimos diciendo, tarea propia de la comunidad eclesial, que debe ser asumida con gran responsabilidad por todos, especialmente por aquellos que son llamados a desempeñar servicios particulares en el proceso de la iniciación cristiana.

Cuando esto es así, y en cuanto tal es impulsado por una acción pastoral coherente, el ejercicio de la iniciación cristiana será para las comunidades eclesiales causa de profundización en su identidad comunitaria y maternal, y, a la postre, de renovación y revitalización interna.

Una Iglesia que otorga atención prioritaria a la iniciación cristiana es expresión de vida que se transmite, es símbolo de una comunidad que se hace a sí misma camino para el hombre, porque sabe que él es «el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención» (RH 14). Una Iglesia que se hace camino para acompañar al hombre y enseñarle que la vida cristiana es «como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo» (TMA 49). En definitiva, es una Iglesia, pudiéramos decir, catecumenal, es decir, que se configura catecumenalmente, y en cuanto tal vive la vida cristiana como iter salvífico, como camino pedagógico de crecimiento que Dios abre para el hombre y ella continúa. La Iglesia secundará esta iniciativa de Dios estando atenta a suscitar el deseo implícito y la búsqueda explícita de Dios que todo ser humano tiene; acompañando en este recorrido al hombre hasta alcanzar la buena noticia, la conversión y el deseo de vivirla; ayudándole a avanzar en la unión con Dios; haciendo al hombre, mediante los sacramentos de la iniciación, poseedor de los más grandes bienes que puede desear, como son: el perdón de los pecados, la fe, la santificación, el don del Espíritu Santo, la adopción de hijos de Dios y la vida eterna.

La comunidad eclesial, al igual que hiciera Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24,13), debe ponerse hoy también en camino y acompañar a los fieles, a los desanimados y a los alejados hacia el conocimiento del evangelio, la profundización de la fe, la práctica de la caridad, el ejercicio de la oración y el testimonio de la gloria de Dios, para poder decir como san Pablo: «Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza. La gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús» (1Tim 1,14).

NOTAS: 1. Tenemos un ejemplo en la obra de SAN AGUSTÍN, De catechizandis rudibus. 2 Cf HIPÓLITO DE ROMA, La tradición apostólica, 15-16. — 3. En el Diario de ETERIA, c. 45, encontramos una descripción pormenorizada tal como se realizaba en el catecumenado de Jerusalén. — 4 Tenemos ejemplos característicos como el Hexameron de SAN AMBROSIO. –5. Puede verse, entre otros, CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis; TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías catequéticas; NICETAS DE REMESIANA, De Symbolo. — 6. Cf SAN AMBROSIO, Homilías cuaresmales. — 7. En Roma, por ejemplo, los exorcismos y escrutinios tienen lugar los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma: cf A. CHAVASSE, RSR 35 (1948) 325-381. — 8. Como ejemplo de esta catequesis sacramental puede verse: CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis mistagógicas; SAN AMBROSIO, De sacramentis; De mysteriis; SAN JUAN CRISÓGONO, Homilías bautismales. — 9. Contamos con fuentes de gran valor para confirmarlo, como la Carta del diácono Juan a Senario, el Sacramentario gelasiano, el Ordo XI y el Sacramentario gregoriano; cf A. NOCENT, Iniciación cristiana, en D. SARTOREA. M. TRIACCA (dirs.), Nuevo diccionario de liturgia, San Pablo, Madrid 1996', 1051-1070; cf CASTELLANO CERVERA J., Iniciación cristiana, en DE FLORES S.-GOEFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 965-985. -10 El valor y el sentido que cobra la catequesis e instrucción del pueblo, tanto en el campo protestante como en la Iglesia católica, son buena prueba de esto. También merece ser destacada, al respecto, la publicación del Rituale Sacramentorum Romanorum, del cardenal Antonio Santorio. En épocas posteriores, en relación con la recuperación de la práctica del catecumenado, merece ser recordado el cardenal C. M. Lavigerie, que elaboró en la segunda mitad del siglo XIX un Itinerario formativo, desde el modelo del catecumenado antiguo. Enseguida el catecumenado se convierte en práctica habitual de las Iglesias de misión. También en Europa se proclamará, más adelante, la necesidad de instaurar de nuevo el catecumenado de la Iglesia primitiva; cf J. COLOMB, Pour un catéchisme efficace, Lyon 1948. — 11. En muchos lugares del Directorio está presente la iniciación cristiana y el sentido catecumenal de la catequesis. Pero puede verse especialmente en CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 65-68 (DGC); ver también CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1998. — 12. Sobre esta perspectivas antropológica y sociológica de la iniciación, y también sobre su significado en las religiones primitivas, véase M. ELIADE, Iniciaciones místicas, Taurus, Madrid 1975; J. RIES, Los ritos de iniciación, EGA, Bilbao 1994; J. CAZENEUVE, Les cites et la condition humaine, París 1958; J. CLAES, L'initiation, Lumen Vitae 1 (1994) 11-21. — 13. DGC 66. Ratzinger considera que el catecumenado es parte constitutiva del sacramento: «El catecumenado es parte de un sacramento; no instrucción preliminar, sino parte constitutiva del sacramento mismo. Además, el sacramento no es la simple realización del acto litúrgico, sino un proceso, un largo camino, que exige la contribución y el esfuerzo de todas las facultades del hombre, entendimiento, voluntad, corazón. También aquí ha tenido la disyunción funestas consecuencias; ha desembocado en la ritualización del sacramento y en el adoctrinamiento de la palabra y, por tanto, ha encubierto aquella unidad que constituye uno de los datos esenciales de lo cristiano» (Teoría de los principios teológicos, Herder, Barcelona 1986, 40). -14 Para el desarrollo de este aspecto fundamental de la iniciación cristiana, véase el Catecismo de la Iglesia católica (CCE) 1077-1109. -15 CCE 1212; cf CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Ritual para la iniciación de adultos (RICA), Observaciones generales, 1-2. —16. Cf CD 11; CIC 368; EN 62; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio, 13. -17 El Directorio general para la catequesis denomina tareas de la catequesis a estas dimensiones, 85-86; cf CC 85-94. — 18. Su elaboración está inspirada en la Traditio Apostolica de SAN HIPÓLITO DE ROMA y en el Sacramentario gelasiano, como se puede constatar, sobre todo, en la articulación de las diversas etapas, en la vinculación de los tres sacramentos entre sí, y en los distintos ritos y oraciones. — 19. Así, en el Mensaje al pueblo de Dios, de la IV Asamblea general del sínodo de los obispos sobre la catequesis se afirma: «El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal» (MPD 8). — 20 Como dice el RICA, Obs. previas, 16: «Deben juzgar los pastores, con la ayuda de los padrinos, catequistas y diáconos, según los indicios externos». — 21, Para poder llevar a cabo esta acción educativa, sin caer en improvisaciones o subjetivismos, es necesario que las distintas diócesis cuenten con un programa catequético orgánico y unitario, cuyas líneas básicas y contenidos habrán de tener al Catecismo de la Iglesia católica como punto de referencia, y al Directorio general para la catequesis como orientación. — 22 Como recomienda el decreto Ad gentes: «Esta iniciación cristiana no deben procurarla solamente los catequistas y los sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, de modo que los catecúmenos sientan ya desde el principio que pertenecen al pueblo de Dios» (AG 14). — 23. Los exorcismos y escrutinios son celebraciones llenas de sentido y de valor iniciático. Dios, por medio de la Iglesia, escruta el corazón del elegido, para purificarlo y disponerlo a la nueva realidad que se inicia en el bautismo. El escrutinio es, en primer lugar, exorcismo, acción de Dios para arrancar del corazón del hombre el mal que le viene del maligno. El catecúmeno es fortalecido en Cristo (cf RICA, Obs. previas, 25, 1). — 24. Las entregas del símbolo y de la oración dominical tienden a la iluminación de los elegidos. El símbolo de la fe recuerda las grandezas y maravillas de Dios en los acontecimientos de la salvación. La oración dominical muestra la nueva realidad de los hijos de Dios (cf RICA, Obs. previas, 25, 2). — 25 Los Padres muestran frecuentemente, en sus catequesis cuaresmales, el sentido del símbolo de la fe en cuanto transmite de modo condensado e íntegro el misterio de la salvación. «Retened en la memoria la fe que ahora escucháis de viva voz, pues a su tiempo recibiréis la explicación de cada una de sus afirmaciones basadas en las divinas escrituras... Del mismo modo que la semilla de mostaza contiene en un grano pequeño muchas ramas, así esta fe abarca en propias palabras todo el conocimiento de la piedad, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento... Ahora se os ha entregado el tesoro de la vida, y el Dueño, el día de su manifestación te reclamará su depósito» (CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis V, 12-13; PG 33, 520ss). «Mantened siempre el pacto que hicisteis con Dios, es decir, este símbolo que profesáis. Sus palabras ciertamente son breves, pero contienen todos los misterios. En efecto, en forma abreviada, se han recogido de todas las Escrituras como piedras preciosas engarzadas en una corona» (NICETAS DE REMESIANA, De Symbolo, 13; PL 52, 847ss). — 26. Tenemos sobre esto una referencia llena de significado en el libro de los Hechos de los apóstoles 2,42. Asimismo la primera Carta de san Pedro constituye un modelo de catequesis mistagógica. — 27. En los primeros siglos, la Iglesia quiso que la iniciación cristiana se realizara a través de la institución del catecumenado. Cf CCE 1230. — 28 Para un amplio desarrollo, véase M. J. LE GuILOU, El misterio del Padre, Madrid 1998, 63-73.

Manuel del Campo Guilarte