EXPERIENCIAS HUMANAS FUNDAMENTALES
NDC
 

SUMARIO: I. Experiencia y experiencias básicas: 1. Qué entendemos por experiencia; 2. Las experiencias básicas. II. Las «imágenes parentales» y la experiencia religiosa: 1. Carácter estructurante de las relaciones paterno-filiales; 2. Aportaciones de la psicología religiosa a la experiencia de Dios Padre. III. Proceso de maduración de las experiencias humanas: 1. Las experiencias humanas: síntesis del proyecto, la tarea y el don; 2. Los dinamismos humanos fundamentales y la experiencia cristiana. IV. La experiencia humana de la vocación. V. Principales experiencias humanas en el proceso de maduración de la fe: 1. La búsqueda de sentido; 2. La apertura al tú y al «Tú»; 3. La transformación de la realidad; 4. La conciencia histórica; 5. Las propias limitaciones y posibilidades. VI. La correlación entre experiencia humana y experiencia de fe.


En el campo de las ciencias humanas en la época actual, la experiencia adquiere una importancia singular, se la estudia desde enfoques distintos y complementarios. La experiencia religiosa también se beneficia de este nuevo planteamiento, especialmente índice del enfoque histórico y fenomenológico en la comprensión y valoración del hecho religioso. El ser humano es naturaleza e historia, es decir, entramado de relaciones que constituyen lo más profundo de su misma existencia. Los estudios que investigan el hecho religioso en sí mismo y en sus consecuencias pastorales consideran cada vez más la importancia de la experiencia del creyente y su repercusión en la maduración de la fe.


I. Experiencia y experiencias básicas

1. QUÉ ENTENDEMOS POR EXPERIENCIA. La vida humana se constituye a través de relaciones más aún, el tipo de relaciones que somos capaces de sostener tienen mucho que ver con las relaciones que cada uno hemos recibido desde la experiencia de aceptación incondicional. Por lo mismo, el aspecto afectivo de las relaciones tiene un carácter fundante y estructurante de la personalidad, pues nos constituye en nuestros cimientos más profundos antes que seamos racionalmente conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor.

Todas y cada una de las experiencias hacen referencia a un objetivo exterior, pero al mismo tiempo su concienciación es subjetiva. Es decir, el elemento objetivo es recibido e interpretado por cada persona desde los propios contenidos que el objetivo tiene, y que no pueden ser supeditados a la mera percepción subjetiva. Esta bipolaridad de la experiencia humana conecta con la incertidumbre de la persona, aparece como una red de relaciones irnplicativas, y tiene que ver con la experiencia del misterio, como la capacidad humana de autotrascenderse. La experiencia humana es el camino para llegar al conocimiento de uno mismo, al encuentro con Dios y a la verdad de las cosas.

Por experiencia entendemos la participación activa y significativa en los hechos y acontecimientos que suceden en el cotidiano vivir. Cuando tomamos conciencia de lo que sucede, lo reflexionamos y nos implicamos, entonces nuestras vivencias van dejando en nosotros un poso que constituye, poco a poco, nuestra competencia experiencial.

A la hora de mirar al futuro y tomar decisiones, el elemento referencial insustituible son las experiencias anteriores, que se sienten como una invitación a entrar más de lleno en la realidad y a vincularse con lo que ella suponga y signifique. El sentido de la vida se va construyendo a través de tres procesos sucesivos y simultáneos: 1) la adaptación a la realidad que se impone; 2) el autodescubrimiento de posibilidades, y 3) la comprobación con lo que existe para cambiar y mejorar la realidad. La consecuencia de estos tres procesos son: la apertura a las relaciones de reciprocidad, la objetivación de la realidad y la consistencia de la propia subjetividad.

2. LAS EXPERIENCIAS BÁSICAS. Con este enunciado nos referimos a las experiencias que el ser humano tiene en la etapa primera de su vida, en la que se encuentra más desvalido en todos los aspectos. Por esto mismo, todo lo que recibe, desde el punto de vista relaciona) y afectivo, lo estructura en los aspectos más fundamentales de su personalidad. Estas experiencias son las siguientes:

a) El sentirse amado incondicionalmente. La vivencia del amor incondicional tiene mucho que ver con lo que eI psicoanálisis llama el amor maternal, ligado a la satisfacción de los deseos y vivido como fusión y dicha. El niño/a que experimenta esta aceptación incondicional tendrá ante la existencia un talante optimista y esperanzador. Desde esta experiencia puede decir un sí a la vida como algo que merece la pena, ya que es fuente de felicidad.

b) La confianza. Esta experiencia es el supuesto de la existencia; para que el niño/a se sienta existente necesita confiar en lo que le rodea y especialmente en los otros. El ser humano, desde el momento que existe, confía en que sus necesidades, carencias y deseos van a ser satisfechos. Esto lo vive el niño/a como una experiencia prelógica; es decir, su sentimiento no está mediado por reflexiones: esta misma condición hace que lo vivido en los primeros meses y años de vida tenga una gran repercusión en la formación de la estructura de la personalidad.

c) El carácter temporal de la vida. El ser humano tiene constancia desde el comienzo de su existencia de los condicionamientos que le impone la realidad. Al mismo tiempo, el niño/a no se identifica con el medio; por el contrario, desde muy pronto aparecen los mecanismos de incorporación y desintegración. Todo esto lleva al ser humano a entender que la vida cotidiana pide respuestas, elecciones y decisiones. Es el surgimiento de la experiencia de responsabilidad o capacidad de estar atento para responder adecuadamente a aquello que se nos solicita desde fuera. La incipiente y progresiva reflexión y voluntad harán que los impulsos se reemplacen por procesos de socialización. Los símbolos ayudarán gradualmente a comprender y situarse adecuadamente en las interacciones sociales.

Viendo de forma global estas tres experiencias básicas, podemos concluir diciendo que «nacemos con inmadurez psicobiológica y nuestra estructura interna está determinada por los intercambios con el medio; las experiencias más repetidas, o las que tienen una repercusión afectiva, son las más interiorizadas. El conjunto de representaciones mentales que provienen de la experiencia y, por tanto, tienen gran carga afectiva, constituyen la realidad interna. La génesis de la realidad interna, su estructura y características se fundamenta en las primeras relaciones del niño con la madre. Rof Carballo denomina urdimbre afectiva a la red de relaciones del niño pequeño con la madre. Nacemos preprogramados para la relación afectiva y la vinculación con los demás; necesitamos la relación en sí misma como algo específicamente humano. Las acciones o representaciones del sujeto siempre tienen un referente que llamamos objeto de la relación; en la memoria se almacena la representación del objeto agradable o desagradable, lo cual refuerza o inhibe futuras relaciones. Este depósito constituye lo más profundamente inconsciente de la personalidad de cada uno, y se produce frustración afectiva cuando predominan las contrariedades sobre las gratificaciones; la experiencia básica de desconfianza cuesta mucho modificarla y fácilmente condiciona todos los aspectos de la vida1.


II. Las «imágenes parentales» y la experiencia religiosa

La psicología de la motivación estudia los impulsos orientados, llamados motivaciones, que orientan la vida humana. Estas fuerzas específicas configuran, en gran medida, el funcionamiento de la psicología humana y, por su marcado tono afectivo, a toda la persona. Este concepto de la psicología profunda lleva a A. Vergote a decir, refiriéndose a la actitud religiosa: «El sujeto no es explícitamente más consciente de los motivos por los que se dirige a Dios que el niño lo es de las razones por las que ama a sus padres»2. Lás motivaciones importantes del comportamiento religioso son: el no poder satisfacer uno mismo todas las necesidades, la necesidad de perdón, la salida de la angustia, los sufrimientos, las dudas y el temor al más allá. «La experiencia del Dios de los deseos profundos ayuda a la persona a sentir que puede alcanzar a Dios porque ya lo posee, no sólo en el nivel de conocimientos, sino en el existencial. El verdadero rostro de Dios está a la vez manifiesto y oculto en las aspiraciones profundas del corazón humano. La psicología de las motivaciones plantea a la psicología religiosa una cuestión fundamental: ¿puede darse una experiencia de Dios que aúne al tiempo la fusión, la reflexión y la relación interpersonal?»3.

1. CARÁCTER ESTRUCTURANTE DE LAS RELACIONES PATERNO-FILIALES. Las relaciones con los padres son decisivas en la apertura del niño/a a la realidad que le rodea y a la percepción de la existencia como totalidad. La figura materna y las relaciones maternales, en lo que tienen de felicidad plena, sin condiciones, son la base prerreligiosa de la experiencia religiosa4. La experiencia de lo materno entra en crisis cuando es completada y enriquecida por la problemática que comporta la realidad y la necesidad de adaptación a la misma; la experiencia del amor paternal o condicionado, es positiva si se da en el contexto de la experiencia materna o de amor incondicional. «El símbolo de la paternidad de Dios está mediatizado por el simbolismo familiar y la percepción de la existencia como don gratuito; la purificación de la imagen de Dios de todo antropomorfismo y la vivencia plena de la actitud religiosa exigen superar adecuadamente la problemática del sentido de la vida y el descubrimiento de la autonomía humana... La experiencia religiosa cristiana de ser y saberse hijo de Dios ayuda a que el deseo de Dios se transforme en vivir en su presencia y que las peticiones egocéntricas se transformen en responsabilidad y disponibilidad para llevar adelante la tarea de construir lo que el evangelio llama el reino de Dios»5.

2. APORTACIONES DE LA PSICOLOGÍA RELIGIOSA A LA EXPERIENCIA DE DIOS PADRE. La imagen de Dios se forma a través de imágenes parentales, pero la representación de Dios y la representación de las figuras parentales son de niveles distintos. Además, la teología de Dios Padre no se agota en las explicaciones psicológicas y antropológicas, pues tiene un plus de significado que corresponde a la autocomunicación de Dios en la revelación.

Según las investigaciones más serias y recientes, podemos hacer las siguientes afirmaciones: 1) Las dos figuras parentales simbolizan a Dios; la imagen de Dios está caracterizada por dos factores: la solicitud (elemento maternal) y la ley-autoridad (elemento paternal). 2) Lo paternal en Dios tiene dos rasgos: aceptación y amor incondicional, y atención activa o solicitud. En la imagen de Dios, las cualidades maternales son más intensas que en el padre. El rasgo de ternura en Dios es menos intenso que en la madre, pero está más definida la prontitud en la ayuda. 3) En Dios el rasgo de autoridad está unido a la ley, a la justicia y al modelo, en tanto que en el padre la autoridad aparece unida a la iniciativa y la acción. 4) Se afirma la disponibilidad y solicitud incondicional de Dios, pero no es percibido como alguien que actúa directamente produciendo seguridad. 5) La dimensión paternal de Dios es distintiva y significativa; con todo, los rasgos maternales tienen más intensidad que los paternales. 6) Las funciones paternales y maternales, que aparecen separadas en la familia, son coincidentes en Dios, pues se manifiesta como solicitud incondicional y demanda absoluta. Esto refleja que la imagen de Dios es compleja y hace que esté más próxima a la imagen paterna que a la materna. «La preferencia del símbolo paternal no indica mayor amor al padre que a la madre, ni un prejuicio sexista; por el contrario, si el padre simboliza a Dios mejor que la madre es por lo que la ley del padre significa y realiza en las relaciones familiares: padre-madre-hijos. En la constelación familiar la figura paterna pide al niño responsabilidad y orientación hacia el futuro en un contexto extrafamiliar. La fe religiosa en un Dios personal y padre trata de unir la responsabilidad ante Dios (exigencias éticas) y la confianza total y absoluta en la divina providencia»6.


III. Proceso de maduración de las experiencias humanas

Las vivencias humanas son complejas y de no fácil comprensión, pues en ellas se mezclan una gran pluralidad de aspectos. Para que algo que vivimos llegue a constituirse en experiencia humana capaz de enriquecer la vida, hay que empezar por tomar conciencia de lo vivido. Este elemento cognoscitivo se da siempre condicionado por los contextos personales y ambientales en que se encuentra cada ser humano; es necesaria una cierta distancia de los hechos, que permita su interpretación y valoración crítica. Cuando la experiencia pasa por las etapas aquí descritas y contiene los elementos cognoscitivo, hermenéutico y crítico, podemos afirmar que estamos en las condiciones idóneas para relacionar lo vivido con los demás datos objetivos, que son acogidos según las situaciones personales; este aspecto daría a la experiencia un carácter de verdadera, pues reúne todas las condiciones para ello. Únicamente este tipo de experiencias auténticas o verdaderas son las que constituyen como un proceso capaz de reelaborar sus elementos sin concluirlos nunca de forma definitiva, pero dotando a cada experiencia puntual de la rica síntesis de competencia experiencial conseguida hasta ese momento.

1. LAS EXPERIENCIAS HUMANAS: SÍNTESIS DEL PROYECTO, LA TAREA Y EL DON. El ser humano se ha hecho y se hace algunas preguntas que penetran toda su existencia, a las que trata de responder, y que nunca resuelve del todo. El carácter totalizante de estas preguntas hace que estén presentes en las grandes experiencias humanas, constituidas de esta forma en un intento serio de respuesta. Los interrogantes a los que nos referimos son los siguientes: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿qué hago en este mundo?, ¿qué son para mí los demás?, ¿qué sentido tiene la vida y la historia?, y ¿algún día se superarán tantos males físicos y morales? Todas estas acuciantes preguntas se podrían resumir en dos: ¿existe la felicidad? y ¿es posible que yo y los demás seamos plenamente felices?

Las aspiraciones humanas, la esperanza de conseguir un mundo reconciliado (la utopía de la fraternidad universal), las intuiciones de que esto es posible, el ejemplo de tantos hombres y mujeres ejemplares que han dado la vida, y los deseos profundos del corazón humano, hacen que la experiencia humana hable de trascendencia.

La experiencia religiosa ha tenido siempre un carácter de búsqueda de la plenitud que es Dios y la referencia absoluta al otro como igual en dignidad y derechos. La Escritura llama a este sentir profundo que nos constituye: imagen de Dios. Y ahí reside también nuestra gran tentación: ser como dioses, absolutizando lo humano y no abriéndolo a la trascendencia. La revelación bíblica nos habla del hombre, de la historia y de la humanidad como:

a) Proyecto. El ser humano no sólo está arrojado en la historia, sino que se entiende a sí mismo como proyecto que se va realizando en el devenir histórico. Las relaciones y la historia no es únicamente el ámbito en que esto sucede, sino también el entramado que lo constituye. La percepción que el hombre tiene de sí le ayuda a comprenderse, a relacionarse, a proyectar el futuro y a comprobar lo que va haciendo. Ahora bien, el proyecto de ser, desde el punto de vista cristiano, se entiende como la gracia de Dios que nos ha llamado a la existencia, y que nos ha hecho partícipes de su misma vida. En Jesucristo descubrimos plenamente que somos hijos de Dios y hermanos de los demás seres humanos, y que desde ahí tenemos que plantearnos la vida entera como proyecto no definido, en el que la autonomía humana y el asentimiento al proyecto de Dios para la humanidad no son dos elementos que se excluyan o se opongan, sino que se potencian mutuamente, y no se pueden entender el uno sin el otro.

b) Tarea. La vocación trascendente que tiene el hombre como ser creado a imagen de Dios y redimido por Cristo, nos hace hijos en el Hijo y peregrinos hacia la plenitud de la historia. Entre el proyecto de lo que somos y la plenitud hacia la que caminamos, tiene lugar la tarea, en el día a día, tanto a nivel personal (paso del hombre viejo al hombre nuevo) como relacional (creación de relaciones fraternas) y social (estructuras de justicia y solidaridad). No es una tarea prometeica o moralizante, sino una mística de lo cotidiano, pues al precedernos el proyecto y caminar hacia la realización plena de todas las dimensiones de la vida humana, la tarea tiene mucho de gozo y de fiesta (celebración), sin que por ello se obvien los problemas y dificultades, pero se sitúan en un horizonte de profunda esperanza.

c) Don. Los seres humanos experimentamos constantemente en nuestros esfuerzos y compromisos que no todo depende de las posibilidades humanas; hay algo que se nos escapa, que nos sorprende y que nos supera. Con frecuencia, después del duro trabajo, apenas cosechamos los logros buscados; y donde no esperamos éxito, los resultados sobrepasan nuestras previsiones. Esta constatación es una llamada a la confianza y a la gratuidad, pues la acción gratuita de Dios nos precede, sigue y acompaña. Por esto mismo, la experiencia cotidiana nos invita a la súplica ardiente y a la oración confiada. Quien llega a percibir que en el dinamismo socio-histórico está presente la acción del Espíritu del Resucitado, se siente más urgido al compromiso, como colaboración a la iniciativa divina de plenificar la obra que salió de las manos de Dios y le llevó a enviar a su propio Hijo. En esta historia de amor que es la revelación cristiana, encontramos las claves que explican y dan sentido último a la vida humana. A esto llamamos DON con mayúsculas, pues sin mérito propio se nos ha regalado como la realidad que constituye los dinamismos fundamentales de la antropología, la vida social y el progreso histórico.

2. LOS DINAMISMOS HUMANOS FUNDAMENTALES Y LA EXPERIENCIA CRISTIANA. Lo humano es el lugar idóneo, inmediato y universal en el que cada uno definimos el sentido de nuestra vida. La existencia como totalidad se estructura alrededor de un núcleo, la conciencia personal, desde el que se toman las decisiones. Nos referimos a la experiencia desde la que se viven las demás experiencias y que podríamos definir así: «la experiencia autorreflexiva del propio yo y de los actos específicamente propios del hornbre, experiencia exclusivamente interior, autopresente, no verificable empíricamente y de un orden cualitativamente superior a todo proceso de la naturaleza»7. Esta experiencia se nutre del por qué existimos (origen) y el para qué de la vida (sentido). En la respuesta concreta a estas dos cuestiones, la persona se juega el uso de la libertad, el tipo de relaciones y la orientación del futuro. En definitiva, la existencia humana no se fundamenta en sí misma y se vive en la tensión constante entre la finitud y el deseo de eternidad. La necesidad de Dios tiene mucho que ver con las preguntas que la realidad nos plantea para que dotemos de significado la respuesta elegida, entre otras posibles. Dios y la fe en él tienen mucho que ver con los dinamismos fundamentales de lo humano. «Los signos de trascendencia no son sino la actuación de las estructuras ontológicas constitutivas del hombre... El hombre no puede encontrar a Dios si no está dispuesto a invocarlo, adorarlo, esperar en él»8. En este sentido, la antropología teológica y los estudios de psicología religiosa9 corroboran las siguientes correlaciones:

Principales dinamismos
de la madurez humana

  1. La aceptación incondicional por parte de los otros.

  2. La confianza en uno mismo. La autoaceptación y la autoestima. Proyecto de la nueva humanidad como tarea y como don.

  3. La capacidad de amar y ser amado. El amor a los demás desde la aceptación propia.

  4. La antropología como proyecto y tarea en el devenir personal, social e histórico.

  5. La ética como capacidad de relaciones interpersonales justas y altruistas, que buscan la libertad, la felicidad y la realización de todas las personas.

  6. La madurez personal integra lo adverso: la frustración, el sufrimiento y la soledad.

Principales dinamismos
ético-cristianos

  1.  Dios acepta y ama a cada hombre incondicionalmente.

  1. El hombre imagen y semejanza de Dios y Jesús de Nazaret, la Palabra hecha carne, como revelación del hombre al hombre.

  2. Dios da la vida por nosotros (misterio pascual), nos perdona y nos constituye en comunidad que procura la fraternidad.

  3. En el encuentro con Jesucristo, el hombre descubre el proyecto de la nueva humanidad como tarea y como don.

  4. El Dios de Jesús de Nazaret nos remite a amar a todo hermano y a construir el Reino, donde la libertad y la felicidad de cada uno está indisolublemente unida a la de los hermanos.

  5. Cristo crucificado como sabiduría y justicia para el hombre. La cruz y las cruces terminarán en vida y resurrección.

Viendo y relacionando estos dos apartados, la consecuencia es fácil de sacar: las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad– son el dinamismo principal y originante de los comportamientos morales, que el pensamiento clásico resumía en las virtudes cardinales.


IV. La experiencia humana de la vocación

Las escuelas de psicología más importantes tienen una visión global (holística) de la persona humana. La cosmovisión cristiana parte también de una comprensión unitaria del hombre y de la realidad humana. En la práctica, se dan valores diversos y contrapuestos en muchas ocasiones; asimismo, la interpretación de lo humano y su orientación difiere radicalmente de unas a otras posturas. La pluralidad es una nota inherente a lo humano, y en sí misma enriquece la visión y calidad de la realidad. Al tiempo que se hace esta afirmación, también hay que subrayar, con la misma fuerza, que lo humano tiene elementos comunes universalmente compartidos; por lo mismo, estamos ante una realidad que, sin perder lo particular y distinto, ha de ser convergente en sus aspectos fundamentales.

Desde el análisis sociológico y cultural, existen una serie de aspectos que tienden a unificar las ideas y comportamientos sociales; por el contrario, en nuestra cultura, el pluralismo en muchas cuestiones importantes funciona más de forma divergente que convergente. «Resulta difícil, en tal contexto, tener un concepto o visión del mundo unitario, y llega a ser, por tanto, débil también la capacidad proyectiva de la vida. Cuando una cultura, en efecto, no define ya las supremas posibilidades de significado, o no logra la convergencia en torno a algunos valores como particularmente capaces para dar sentido a la vida, sino que pone todo en el mismo plano, pierde toda posibilidad de opción proyectiva y todo llega a ser indiferente y sin importancia»10.

El documento final del Congreso europeo sobre las vocaciones no duda en calificar la cultura europea de ambivalente, politeísta y neutra. En ella, los jóvenes, «por un lado, buscan apasionadamente autenticidad, afecto, relaciones personales, amplitud de horizontes; y por otro, se sienten fundamentalmente solos, heridos por el bienestar, engañados por las ideologías, confusos por la desorientación ética»11. Y la proposición tercera de dicho Congreso dice textualmente: «Una cultura pluralista y compleja tiende a producir jóvenes con una identidad imperfecta y frágil, con la consiguiente indecisión crónica frente a la opción vocacional. Muchos jóvenes ni siquiera conocen la gramática elemental de la existencia, son nómadas: circulan sin pararse a nivel geográfico, afectivo, cultural y religioso; van tanteando. En medio de la gran cantidad de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con pocas referencias y pocos modelos. Por eso tienen miedo de su porvenir, experimentan desasosiego ante compromisos definitivos y se preguntan acerca de su existencia. Si por una parte buscan, a toda costa, autonomía e independencia, por otra, como refugio, tienden a ser dependientes del ambiente socio-cultural y a conseguir la gratificación inmediata de los sentidos: de aquello que me va, de lo que me hace sentir bien, en un mundo afectivo hecho a medida».

Con todo, también los jóvenes en la actualidad tienen gran sensibilidad hacia determinados valores éticos como la paz, la justicia, la ecología, el respeto a las diferencias, el voluntariado, la igualdad de la mujer, la solidaridad, etc. Juan Pablo II, en el discurso a los participantes al congreso sobre las vocaciones en Europa, hace una llamada a promover una «nueva cultura vocacional en los jóvenes y en las familias»12. Frente a la cultura de muerte, esta propuesta lleva a potenciar la apertura a la vida y la búsqueda del sentido de la existencia, que no excluye la conciencia de la experiencia de la finitud y la muerte. Tanto el misterio de la vida que nos sobrepasa, como las limitaciones que nos frustran, son una llamada a la responsabilidad. Se trata de «una cultura capaz de encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro: son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes, incluso, a las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación»13

Para muchos jóvenes, en la sociedad contemporánea, la cuestión vocacional aparece muy unida a la experiencia de búsqueda del sentido de la vida. El carácter globalizador que tiene la respuesta a la pregunta sobre qué voy a hacer con mi vida, o a qué me siento llamado como estilo-estado de vida, da a las otras experiencias su propio lugar, radicaliza su vivencia y fomenta la fidelidad a las propias convicciones. Desde aquí se entiende que la pastoral vocacional es la perspectiva unitaria de toda la pastoral en la Iglesia. Este enfoque resulta novedoso a muchos cristianos y a no pocos catequistas; respecto de otros planteamientos ya superados supone un salto cualitativo.


V. Principales experiencias humanas en el proceso de maduración de la fe

A partir de los estudios interdisciplinares sobre este tema, podemos afirmar que las experiencias humanas fundamentales se refieren al sentido de la vida, a las relaciones interpersonales con los otros, a la transformación de la realidad, a la conciencia histórica y a las propias limitaciones y posibilidades. A través de todas ellas, la persona construye y verifica su propia identidad personal.

1. LA BÚSQUEDA DE SENTIDO. Más que posesión de la verdad de una vez para siempre, la vida humana se define como búsqueda permanente y constante de la verdad. En el fondo de las búsquedas sin meta definitiva subyace la pregunta fundamental: la vida ¿tiene sentido? y ¿en qué consiste el sentido de la vida? Esta pregunta cobra nitidez en la medida en que la persona conoce, por experiencia propia y ajena, su condición mortal.

La fe del creyente no le libera de la pregunta por el sentido de la vida, pues cualquier existencia está expuesta al fracaso. En la sociedad actual cunde la sospecha de que no es posible una respuesta adecuada; esta desconfianza hace más apremiante e incisiva la pregunta por el sentido. En la educación en la fe, se trate uno u otro tema, de una u otra manera, siempre hay que aterrizar en la clarificación del sentido de la vida como algo último y definitivo, capaz de proyectar luz sobre toda la existencia humana. Cada existencia humana, al interpretar la realidad, está transformando las situaciones en acontecimientos, y estos en experiencia. La novedad de la existencia no reside tanto en los nuevos conocimientos, cuanto en las posibilidades que estos brindan de expresar toda la interioridad personal. El mundo interior es lo que nos permite vivir cada momento de la existencia con una intensidad insospechada, en lo que tiene de alegre plenitud, de compromiso ineludible y de futuro mejor. Esta manera de vivir y relacionarse es propia y exclusiva del hombre, pues percibe en la existencia una presencia que habla desde dentro y que puede ser negada o pasar desapercibida, o puede celebrarse.

2. LA APERTURA AL TÚ Y AL «TÚ». La estructura psicológica de la persona es relaciona], pues el ser humano aparece en relación con lo que le rodea y, especialmente, con las demás personas. El ser humano está constitutivamente dotado para acoger y responder; como dice Martín Buber, el hombre antes de decir «yo» ha dicho «tú». La misma naturaleza de las relaciones interpersonales protege a los demás de todo intento de dominio o posesión. También la relación con Dios tiene lugar en el ámbito de las relaciones interpersonales, es decir, en la mutua acogida y el respeto a la alteridad. La mayor expresión de la relación interpersonal está en el reconocimiento del otro en total gratuidad. La actitud religiosa madura permite al creyente dirigirse a Dios por él mismo, y no para satisfacer los deseos infantiles; al mismo tiempo, sabe que Dios sale a su encuentro, lo hace depositario de su amor y le remite a amar a todo hombre de la misma manera que él es amado. El tipo de relaciones que mantenemos con los demás es uno de los ámbitos privilegiados que mejor nos permite observar la calidad de la experiencia humana que, en última instancia, hunde sus raíces en el Amor primero, gratuito, universal e incondicional.

3. LA TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD. Para que lo que nos rodea en la vida socio-política pueda ser transformado, antes debe ser leído de manera crítica. Uno de los peligros que nos amenaza a los humanos es la visión ingenua de lo que sucede y la acomodación de nuestras vidas a los intereses prevalentes.

Para evitar este peligro, hay que situarse ante la realidad con una actitud abierta y comprometida para ver qué pasa, por qué sucede lo que sucede, cómo estamos implicados en ello y qué podemos hacer para cambiar lo que no sea justo. El punto de partida de esta praxis empeñativo-transformadora está en la no justificación de lo existente, pues nada de lo socio-político concreto es debido a la naturaleza de las cosas; por el contrario, depende de la actuación humana, y como tal puede y debe ser mejorado. Quien se sitúa de esta forma ante lo que sucede y confía en las posibilidades del ser humano para cambiar la realidad, se encuentra con el significado profundo de la vida: la opción por la justicia y la solidaridad. Este es uno de los lugares privilegiados para conocerse a uno mismo y para encontrarse con el Dios de Jesús, que en el evangelio nos invita a la conversión y a la construcción del Reino, empezando por la opción por los más pobres y desfavorecidos.

4. LA CONCIENCIA HISTÓRICA. La vida humana se estructura sobre la memoria de lo vivido, el presente y los proyectos de futuro. El hombre se define como ser en devenir, el peso y la calidad de lo humano está íntimamente relacionado con los deseos profundos, las aspiraciones y las metas de futuro. Se puede decir con toda verdad que somos los ideales que quisiéramos conseguir en el futuro próximo y lejano. Nuestra propia experiencia confiere hondura a la vida y responsabilidad a las decisiones, pues vemos que no es lo mismo una actuación que otra, en sí misma y en sus repercusiones. Además, lo que vamos construyendo tiene que ver con el conjunto de la comunidad humana; las decisiones personales inciden positiva o negativamente en las oportunidades que los otros tengan en su existencia. El proyecto personal de vida se puede definir al margen de los demás, o a costa de los demás, o desde los otros más desfavorecidos. Los resultados son completamente distintos. Los creyentes sabemos que lo que sembramos en corruptibilidad lo recuperamos en incorruptibilidad, y que «hasta un vaso de agua» dado por amor tendrá recompensa; estas expresiones nos hablan de que lo humano camina hacia una plenitud que se va construyendo poco a poco y día a día. Las pequeñas y grandes realizaciones, fruto del compromiso y la entrega, son germen y anticipo de esta plenitud hacia la que vamos, en la que Dios nos dará lo que tiene preparado.

5. LAS PROPIAS LIMITACIONES Y POSIBILIDADES. El crecimiento del ser humano en las diferentes etapas evolutivas, así como el cotidiano vivir, es una dialéctica entre posibilidades y limitaciones. Queremos y no podemos, podemos y no queremos, hacemos todo lo posible y no alcanzamos las metas. Nuestras limitaciones son de orden físico y de orden moral: la edad, la inexperiencia, la enfermedad, los egoísmos, el miedo, etc. La experiencia del mal y del dolor atraviesa las diferentes capas de nuestra existencia. Lo que más nos duele es que la confianza existencial en los demás queda herida y rota, muchas veces sin causa lógica que lo justifique. Ahí surge la pregunta más honda: ¿por qué sufrimos?, ¿tiene sentido el dolor? El sufrimiento tiende a colorear toda la existencia y llega a afectar a la vida como totalidad, que ya no aparece como algo feliz y digno de vivirse con ilusión y optimismo. Las preguntas que el mal físico y moral suscitan apuntan a la trascendencia; la fe cristiana desde el misterio del Verbo encarnado, nos dice que el sufrimiento pertenece a la condición humana, porque el dolor, el pecado, la muerte y el sinsentido son penúltimas realidades, pues en pascua (paso) estamos llamados a vivir en plenitud eterna el amor. J. Moltman afirmó que el dolor pertenece a la esencia de la Trinidad; el Dios cristiano no es el que administra los sufrimientos de los humanos, sino el que sufre junto a nosotros y, en amor gratuito y solidario, se compadece, nos libera y nos encamina esperanzadamente hacia la resurrección gloriosa. El sufrimiento más significativo es aquel que se asume solidariamente –como lo hizo Jesús de Nazaret– para liberar y salvar a los hermanos más necesitados; el que da la vida por los demás es el que tiene más amor.


VI. La correlación entre experiencia humana y experiencia de fe

Afirma el Directorio general para la catequesis: «Queriendo hablar a los hombres como amigos, Dios manifiesta de modo particular su pedagogía, adaptando con solícita providencia su modelo de hablar a nuestra condición terrena... Por eso son indicaciones pedagógicas válidas para la catequesis aquellas que permiten comunicar en su totalidad la palabra de Dios en el corazón mismo de la existencia de las personas» (DGC 146). La pedagogía de Dios es la fuente y la referencia de la pedagogía de la fe; la pedagogía de Dios se realiza plenamente en Cristo y es continuada por la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo. De Jesucristo «recibe la pedagogía de la fe, "una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia (y por tanto, para la catequesis): la fidelidad a Dios y al hombre, en una misma actitud de amor" (CT 55)» (DGC 145). La fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre implica, necesariamente, evitar toda oposición entre método y contenido en la catequesis (cf CT 31, 32, 59).

El método empleado en la catequesis está al servicio de la conversión, entendida como adhesión afectiva a la persona de Jesucristo; y el contenido propio de la catequesis no es compatible con cualquier método. «La iluminación y la interpretación de la experiencia a la luz de la fe, se convierte en una tarea permanente de la pedagogía catequética, no exenta de dificultades, pero que no puede descuidarse, so pena de caer en yuxtaposiciones artificiosas o en comprensiones reduccionistas de la verdad. Esta tarea hace posible una correcta aplicación a la correlación o intersección entre las experiencias humanas profundas y el mensaje revelado» (DGC 153). En consecuencia, el método en la catequesis será, al tiempo, inductivo y deductivo, kerigmático (o descendente) y existencial (o ascendente). «De por sí son modelos de acceso legítimos si se respetan todos los factores en juego, el misterio de la gracia y el hecho humano, la comprensión de fe y el proceso de racionalidad» (DGC 151).

La pieza insustituible en el método catequístico es la figura del catequista que propicia el encuentro entre Dios y el catequizando, así como la relación entre los componentes de su grupo y la comunidad cristiana. De su vida y ejemplo, así como de saber crear las condiciones necesarias, dependerá que el mensaje cristiano sea bien acogido. La fe, la oración y la acción del Espíritu Santo están en la base del método en la educación de la fe. A estos hay que añadir la relación personal del catequista con el catequizando para que la relación entre experiencia humana y experiencia de fe sea lo más concreta y personal posible. «Esa relación se nutre de ardor educativo, de ayuda creativa, de adaptación, así como de respeto máximo a la libertad y a la maduración de las personas. Gracias a una labor de sabio acompañamiento, el catequista realiza un servicio de los más valiosos a la catequesis: ayudar a los catequizandos a discernir la vocación a la que Dios los llama» (DGC 156).

La participación activa y creativa de los catequizandos viene pedida por la experiencia humana y las leyes de la comunicación, así como por la dinámica interna de la revelación cristiana. Sin duda alguna, la mejor manera de aprender es la de aprender haciendo, a través del intercambio, el diálogo y la confrontación crítica. Con todo, la metodología activa es más profunda: «En la catequesis, por tanto, los catequizandos asumen el compromiso de ejercitarse en la actividad de la fe, de la esperanza y de la caridad, de adquirir la capacidad y la rectitud de juicio, de fortalecer su decisión personal de conversión y de práctica de la vida cristiana» (DGC 157). Asimismo, el grupo es el ámbito privilegiado en el que se pueden socializar las experiencias, las búsquedas, los valores, los compromisos, etc. El grupo cristiano no sólo es un lugar de aprendizaje, pues está llamado a visir una experiencia de comunidad cristiana que le lleve a participar activamente en la vida eclesial, que tiene como fuente y cumbre la celebración de la eucaristía.

La correlación experiencia humana y experiencia de fe nos lleva a prestar atención a las diferentes situaciones de las personas, a buscar nuevos caminos de evangelización, a adaptarnos a las distintas necesidades de los destinatarios y a inculturar la fe en los variados contextos sociales.

NOTAS: 1. J. SASTRE, Fe en Dios Padre y ética, San Pío X, Madrid 1995, 22; cf J. RoF CARBALLO, El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; Biología y psicoanálisis, DDB, Bilbao 1972. – 2. A. VERGOTE, Psicología religiosa, Taurus, Madrid 1973, 131. — 3. J. SASTRE, a.c., 35; cf A. VERGOTE, o.c., 183. — 4. Cf A. VERGOTE, o.c., 210. – 5. J. SASTRE, o.c., 35 y 36. — 6. Ib, 212. — 7. J. ALFARO, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Sígueme, Salamanca 1982, 273. — 8. Ib, 282. — 9 Cf J. SASTRE, o.c., 229. -10 Documento final del congreso europeo sobre las vocaciones: Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Cuadernos Confer 9 (6.1.1998) 17. — 11. Ib, 17-18. — 12. L'Osservatore Romano (11.5.1997) 4. – 13 Documento final del congreso europeo, o.c., 28.

BIBL.: ALFARO J., De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Sígueme, Salamanca 1988; ANTISERI D., El problema del lenguaje religioso, Cristiandad, Madrid 1976; BERGER P. L., Rumor de ángeles, Herder, Barcelona 1975; Una gloria lejana. La búsqueda de la fe en época de credulidad, Herder, Barcelona 1994; BOFE L., La trinidad, la sociedad y la liberación, San Pablo, Madrid 1987; CURA S. DEL, Dios Padre/Madre. Significado e implicaciones de las imágenes masculina y femenina de Dios, en AA.VV., Dios es Padre, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991, 227-236; DíAz C., Preguntarse por Dios es razonable: ensayo de teodicea, Encuentro, Madrid 1989; FRANKL V., Ante el vacío existencial, Herder, Barcelona 1985; El hombre busca a Dios, Herder, Barcelona 1987; GEHLEN A., Antropología filosófica. Del encuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo, Paidós, Barcelona-Buenos Aires 1993; GUERRERO J., Experiencia de Dios y catequesis, CCS, Madrid 1974; LópEz QUINTAS A., La cultura y el sentido de la vida, PPC, Madrid 1993; PIKAZA X., Experiencia religiosa y cristianismo, Sígueme, Salamanca 1981; La entraña humanista del cristianismo, Verbo Divino, Estella 1988; RovIRA BELLoSo J. M., La humanidad de Dios. Aproximación a la esencia del cristianismo, Sígueme, Salamanca 1986; TODOROV T., Teorías del símbolo, Caracas 1993; TORRALBA F., Pedagogía del sentido, PPC, Madrid 1997; TORRES QUEIRUGA A., La revelación de Dios en la realización del hombre, Cristiandad, Madrid 1987; TRENTI Z., Invocazioni. Opzione religiosa e dignitá humana, LAS, Roma 1993; VERGOTE A., Psicología religiosa, Taurus, Madrid 1973; VERGOTE A.-TAMAYO A., The Parental Figures and the Representation of Godo A Psychological Cross, Cultural Study, Lovaina 1980.

Zelindo Trenti y
Jesús Sastre García