CELEBRACIÓN Y ORACIÓN, Iniciación a la
NDC
 

SUMARIO: I. Mutua relación: 1. Aproximaciones; 2. El lugar de la convergencia: la iniciación. II. Iniciar en la celebración: 1. Lo específico de la celebración; 2. La vida como celebración. III. Iniciar en la oración: 1. La oración; 2. Iniciación en la oración; 3. Jesús, pedagogo de la oración; 4. Conclusión.


I. Mutua relación

La catequesis y la liturgia se relacionan mutuamente. Sin embargo, en tiempos recientes, el equilibrio de relaciones no siempre ha sido fácil de mantener. Quizás, preocupados los catequistas por una acentuación seria de la dimensión antropológica de la catequesis y por el compromiso cristiano en la transformación de la realidad mundana, se ha marginado un poco la relación liturgia-catequesis. Es bueno recordar la llamada de atención que hacía el Mensaje al pueblo de Dios al finalizar el sínodo de 1977: «En toda catequesis íntegra hay que unir siempre de modo inseparable: el conocimiento de la palabra de Dios, la celebración de la fe en los sacramentos, la confesión de la fe en la vida cotidiana» (MPD 11).

¿De dónde vienen los problemas de la relación entre iniciación a la celebración y a la oración y la catequesis? Creo que una de las fuentes del problema radica en el concepto que se tiene de catequesis y de iniciación.

1. APROXIMACIONES. En la medida en que la catequesis se aproxima e inspira en los métodos de la escuela, de la sola enseñanza, está perdiendo su carácter de iniciación, propio de toda catequesis, donde hay que situar también la iniciación en la celebración y en la oración.

No es desdeñable apuntar aquí, además, el marco mismo en el que se realiza la catequesis. En ocasiones, el espacio geográfico en que se desarrolla la catequesis influye positiva o negativamente en la dimensión de iniciación litúrgica que aquella conlleva. El espacio propio de la comunidad cristiana, el templo, ayuda a la acción catequética para iniciar en aquello que allí se realiza: la reunión de la asamblea para la escucha de la Palabra y la celebración de los sacramentos.

Algunos materiales habituales utilizados para la catequesis de niños, de adolescentes y jóvenes ofrecen una iniciación que después no se ve reflejada en las celebraciones de la comunidad cristiana. Una cosa es lo que se hace en la sesión de catequesis y otra cosa es la vida celebrativa de la comunidad cristiana. Se produce así una especie de ruptura o dualidad entre la celebración real comunitaria y la iniciación a la celebración en el proceso de educación de la fe.

Finalmente, reconociendo que la liturgia, considerada en su globalidad, tiene una dimensión clara de educación de la fe, la catequesis ha olvidado su función de iniciar en la celebración. Ha salido así perdiendo la celebración, dado que lo que en ella se hacía y decía resultaba (y resulta) incomprensible para los participantes. En algunos casos, la constatación de esta realidad ha llevado a un número reducido de pastores a hacer de la celebración un espacio catequético, cosa que no le es propia1. Algunos liturgistas han defendido siempre el papel de la liturgia sobre la catequesis2. En realidad, «catequesis y liturgia constituyen visiblemente dos dimensiones de una misma realidad» (IC 39).

2. EL LUGAR DE LA CONVERGENCIA: LA INICIACIÓN. Como síntesis, diremos que toda celebración tiene una dimensión catequética. En la celebración se proclama la palabra de Dios y se explicita, a través de ritos y de la homilía, para que el creyente capte la actualización de la salvación de Dios, aquí y ahora, para la comunidad celebrante. Al mismo tiempo, la catequesis tiene que iniciar a la celebración litúrgica, pues le corresponde a la catequesis «la educación de las diferentes dimensiones de la fe, ya que la catequesis es una formación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana. En virtud de su misma dinámica interna, la fe pide ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración. La catequesis debe cultivar cada una de estas dimensiones» (DGC 84; cf IC 42). La catequesis tiene el cometido de preparar a la celebración de los sacramentos y de profundizar todo cuanto se celebra y se vive en ellos (ritos, símbolos, signos, actitudes, calendario litúrgico, etc.)3. Las dos realidades, liturgia y catequesis, son complementarias, no absolutas ni excluyentes.

El Directorio general para la catequesis (DGC), al enumerar las tareas fundamentales de la catequesis, pone, en segundo lugar, la educación litúrgica: «En efecto, "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúgica". La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la eucaristía. La Iglesia desea que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo "para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la captación recta del significado de los símbolos..."; ya que todo ello es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica» (DGC 85).

Desde el Vaticano II, especialmente el decreto Ad gentes, la Iglesia se ha planteado seriamente el concepto de iniciación cristiana que, en los primeros siglos, era la forma normal de acceso al bautismo, la confirmación y la eucaristía. Cuando los niños fueron admitidos al bautismo, la iniciación cristiana, tal como se llevaba a cabo entre los siglos II al VIII, perdió su vigencia siendo reemplazada por el ambiente de cristiandad y por otras acciones concretas de la comunidad cristiana, que variaron según los lugares y los momentos de la historia.

En nuestros días, la iniciación cristiana ha vuelto a tomar importancia. Aunque son muchos los factores que han contribuido a ello, señalamos aquí dos: la pérdida del ambiente de cristiandad en la sociedad y el aumento de peticiones de bautismo en las etapas de adolescencia y vida adulta.

La respuesta oficial a este problema la dio la Iglesia con la publicación del Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1972) y la adaptación a la realidad particular española, llevada a cabo por la Conferencia episcopal en La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones4 (IC). Sin embargo, hay que reconocer que es una tarea pendiente. El Directorio general para la catequesis (1997) aborda de nuevo el problema y describe la catequesis como «elemento fundamental de la iniciación cristiana, estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al bautismo, sacramento de la fe. El eslabón que une la catequesis con el bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe. Para lograrlo, la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del evangelio, su fe, para que aquellos la hagan suya al profesarla. Por eso, la auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y comunicada constantemente, mediante una traditio viva y activa, de generación en generación» (DGC 66).


II. Iniciar en la celebración

La exigencia de iniciar en la celebración se desprende de la misma identidad de la catequesis y de la liturgia. El Concilio enseña que la liturgia es la «acción sagrada por excelencia» (SC 7) y que representa «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10). El puesto que el Concilio reconoce a la liturgia es bien claro dentro de la vida cristiana.

En el proceso de evangelización, la catequesis se define como momento esencial al servicio de la iniciación cristiana. La catequesis es una formación orgánica y sistemática, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, a través de tareas de iniciación, educación e instrucción (DGC 67, 68).

¿Cuál es la aportación que la catequesis tiene que hacer a la celebración?

1. LO ESPECÍFICO DE LA CELEBRACIÓN. «La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma» (SC 14).

La tarea de la catequesis consiste en introducir al creyente en el contenido de lo que se celebra: el misterio de Cristo. Este misterio no es una idea, es un acontecimiento acaecido en la historia del pueblo de Israel y que tiene su plenitud en la vida, muerte y resurrección de Jesús; hoy se perpetúa en la Iglesia por medio del Espíritu.

Uno de los criterios de presentación del mensaje evangélico que la catequesis ha de tener presente es el carácter histórico de la salvación (cf DGC 107-108). Al proponer la salvación como historia, la catequesis se ve obligada a acudir a la Biblia para conocer las obras y palabras con las que Dios se ha revelado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La catequesis no inicia en una historia que pasó y ya no pasa, sino que inicia en unas acciones de Dios en la historia que siguen siendo historia de salvación hoy para todos los hombres y para la persona concreta. «El misterio de la Palabra no sólo recuerda la revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado..., sino que, al mismo tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres» (DCG 11). Es el aspecto bíblico y doctrinal de la catequesis.

El mandato de Jesús «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19; lCor 11,24) lleva a la comunidad cristiana a recordar continuamente las intervenciones fundantes de la historia de la salvación. Recordando, celebrando los acontecimientos del Dios salvador, nos fundamos como comunidad salvada, inserta en la corriente de salvación que Dios inició al principio de la creación. La celebración no podrá ser nunca una aburrida repetición de algo ajeno a nuestra propia historia y destino salvífico. «La referencia al hoy histórico-salvífico es esencial en la catequesis. Se ayuda, así, a catecúmenos y catequizandos a abrirse a la inteligencia espiritual de la economía de la salvación» (DGC 108).

La catequesis tiene que conjugar a la vez las dimensiones bíblica, doctrinal y mistagógica que le son propias, para que la persona comprenda y celebre la acción de Dios como acción que llega a la comunidad y a la persona en el momento mismo de la celebración. Al celebrar los hechos de salvación, la comunidad y la persona entran en diálogo con Dios a través de la Palabra proclamada y de los signos realizados. La única forma que tenemos de participar en los hechos que celebramos y actualizamos es por medio de signos; desde lo material y visible, desde los gestos y los símbolos se facilita la participación en la realidad salvífica, que de otra manera no podríamos ni siquiera atisbar.

Si bien es cierto que la celebración posee en sí misma elementos que inician en la comprensión de lo que se realiza, es imprescindible la complementariedad de la acción catequética. Sólo así el celebrante podrá percibir la profundidad de los signos y de las palabras dentro de la celebración: la inmersión en el agua, la fracción del pan, la unción con el aceite, la imposición de manos... el misterio que está detrás de las cosas visibles que realizamos (ritos) y utilizamos (pan, vino, agua, óleo santo...).

2. LA VIDA COMO CELEBRACIÓN. «En la liturgia; toda la vida personal es ofrenda espiritual» (DGC 87). La tarea de la catequesis no se detiene en la iniciación en la celebración, considerada esta como una acción litúrgica de la comunidad. La catequesis inicia también al catecúmeno en la comprensión de su vida como celebración5. Lo podemos resumir diciendo que la catequesis inicia a una manera de vivir en la que vivir es celebrar.

La novedad del culto cristiano consiste, siguiendo el relato de la samaritana, en poder celebrar sin necesidad de estar sujetos a lugares determinados (Jn 4,20-24). Entender la propia vida como liturgia conlleva entender qué es la liturgia y el ritmo de la liturgia. Desde esa base, la catequesis podrá ayudar a la persona a descubrir en los acontecimientos ordinarios de su vida el misterio pascual de Jesús presente en su existencia.

En concreto, la catequesis ayudará al catecúmeno a leer e interpretar su vida desde la referencia bíblica. Como la historia del pueblo elegido, la historia personal y comunitaria, vistas en perspectiva de historia de salvación, están salpicadas de momentos de éxodo, de desierto, de tentación, de llamada, de negación, etc. Más aún, gracias a que no nos pasan cosas diferentes y no vivimos cosas diferentes de las que vivieron los hombres y mujeres protagonistas de los relatos bíblicos, nosotros podemos entender su historia y podemos admirar la intervención de Dios, que les invitó, y nos invita hoy, a caminar por caminos nuevos. Dios interviene en la historia humana realizando la salvación. La vida de cada día y la vida en su totalidad están impregnadas de la presencia de Dios, que llama continuamente a salir de la muerte y caminar hacia la vida, a renacer al misterio de resurrección inaugurado por Jesucristo. El creyente iniciado sabe que su vida es una celebración en la medida en que, con su hacer, colabora con Dios en la preocupación porque todos los hombres se salven y que en todas las partes se extienda el reino de las bienaventuranzas. La vida del creyente se convierte en un intenso e íntimo diálogo con Dios en la actividad ordinaria: el mundo entero y el puesto de trabajo son la mesa del sacrificio; los hermanos que encuentra y a los que sirve son el signo de la presencia viva del Hijo de Dios, que nos solicita a dejar una vida pensada y realizada desde el egoísmo; su entrega y servicio, movido por el amor, son su ofrenda al Padre. Toda la vida se convierte así en expresión de caridad.


III. Iniciar en la oración

1. LA ORACIÓN. Al enumerar las tareas fundamentales de la catequesis, el Directorio propone, en cuarto lugar, enseñar a orar. Hay que subrayar, ante todo, la diversificación que se hace entre celebración y oración. «La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos quedan reflejados en el padrenuestro, la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, y que es modelo de toda oración cristiana. La entrega del padrenuestro, resumen de todo el evangelio, es, por ello, verdadera expresión de la realización de esta tarea. Cuando la catequesis está penetrada por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad. Este clima se hace particularmente necesario cuando los catecúmenos y los catequizandos se enfrentan a los aspectos más exigentes del evangelio y se sienten débiles, o cuando descubren —maravillados— la acción de Dios en sus vidas» (DGC 85).

Si la celebración pone el acento en la dimensión más comunitaria de la persona, la oración mira a la dimensión de relación personal entre el creyente y el Dios vivo; es un encuentro con Dios. La oración se convierte en momento original y decisivo de experiencia de Dios. La oración es una dimensión de la vida cristiana, que es educable. En este sentido a la catequesis le compete una tarea específica de iniciación.

Hay que reconocer hoy, por una parte, el malestar y la dificultad de muchos creyentes ante la oración; al mismo tiempo, hay que reconocer las diversas iniciativas de oración y escuelas de oración que están surgiendo en las comunidades cristianas, impulsadas, en no pocos casos, por la actividad catequética.

La experiencia de oración de Jesús es descrita en el Nuevo Testamento como momentos fuertes de su vida que posibilitan y engarzan con la vida ordinaria. Podemos resumirlo así: la oración influye en la vida y la vida influye en la oración. La oración de Jesús es una manifestación de la relación que mantiene con su Padre. Lo que especifica la oración de Jesús es su sentirse hijo y su sentir a Dios como Padre. Jesús vive y se entiende a sí mismo como hijo referido a un Dios que es Padre. Ora de una determinada manera —la mejor expresión es la oración del padrenuestro— porque vive de una determinada manera. No hay ruptura ni divergencia entre su vivir y su orar. Su manera de vivir es oración. Su oración es su manera de vivir: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración, búsqueda y realización de la voluntad del Padre.

2. INICIACIÓN EN LA ORACIÓN. Iniciar en la oración es algo más que enseñar a rezar. Igual que iniciar en los sacramentos es algo más que llevar a los catequizandos a los sacramentos. En ocasiones nos llevamos las manos a la cabeza y nos preguntamos: ¿pero cómo es posible que estos catecúmenos abandonen los sacramentos con la insistencia y esfuerzo que hemos puesto para que los practiquen?

La pregunta contiene ya la respuesta. Insistencia y esfuerzo no son precisamente las palabras esenciales de lo que es la iniciación. Insistencia y esfuerzo parece que hablan de una instrucción o de una repetición machacona de conceptos o de hábitos. Por no haber realizado una iniciación adecuada es por lo que, entre otras cosas, al final nos encontramos con unos resultados concretos que no nos agradan o que no esperábamos.

Hay que señalar que no hablamos ahora de una oración con adjetivación: oración infantil, joven o adulta. Estas expresiones son, cuando menos, ambiguas y pueden dar origen a confusión. Existen niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que oran. El núcleo de la oración es siempre el mismo: la relación de intimidad que se establece entre dos personas. Unicamente la situación existencial de la persona que reza es la que varía, o, si se prefiere, es concreta, es decir, está determinada por un desarrollo y maduración personal que depende de muchos factores, entre otros, de la edad biológica. Entender bien esta diferenciación es importante para una correcta iniciación en la oración. Hay personas metidas en la acción pastoral que hablan, por ejemplo, de una oración joven, cuya originalidad consiste en la variedad constante de fórmulas, para evitar —dicen—el cansancio, y en la búsqueda externa de modos de hacer llamadas jóvenes: lenguaje juvenil, creatividad juvenil, estilo juvenil, etc. Así se consumen esquemas y fórmulas que quedan envejecidos y sin atractivo nada más usarlos. Lo nuevo en este tipo de entrenamiento en la oración radica en la novedad de la forma externa, sin importar mucho el corazón mismo de la oración. Creemos que este no es un camino consistente de iniciación en la oración.

Al tratar la iniciación en la oración es evidente el papel iniciador de la palabra de Dios. La oración es relación interpersonal y diálogo, sí; pero diálogo en el que hay que dejar a la persona principal, Dios, el cuidado de llevar la iniciativa. La vida de oración es, ante todo, iniciación en la escucha, el silencio y la meditación. La oración misma es respuesta adecuada a la palabra escuchada y comprendida. La iniciación en la oración tiene como punto de partida el concepto de relación-diálogo interpersonal. Y dentro de esta perspectiva no es tan importante lo que tengo que responder y cómo tengo que hacerlo cuanto lo que tengo que escuchar y cómo desarrollo mis posibilidades de escucha de la palabra del Dios que se hace mi interlocutor.

3. JESÚS, PEDAGOGO DE LA ORACIÓN. Jesús mismo se nos presenta en los evangelios no sólo como orante, sino como pedagogo que enseña a orar6.

El primer paso para iniciar en la oración es tomar a la persona donde está para conducirla, progresivamente, hacia la relación que es posible entablar con el Padre. El primer encuentro de toda relación madura es encontrarse la persona consigo misma, con su realidad concreta. Difícilmente se entablará un diálogo de verdadera oración si la persona prescinde, para orar, de su propia realidad. El Dios revelado en la Biblia busca dialogantes reales, capaces de mantenerse en su presencia. Aceptar permanecer en presencia del otro trae como consecuencia una conversión al otro, en este caso una conversión a Dios, una apertura a lo que el interlocutor divino es y desea que seamos. Esto es lo que hace Jesús con sus discípulos: acepta su situación, su lento caminar hacia la verdad que él es, sus dificultades para entrar en diálogo con él sin confundirlo con un fantasma.

Iniciar en la oración va directamente correlacionado con una manera de ser: no es válida la oración (es decir, una relación amistosa con Dios) que olvida la reconciliación con el hermano (Mt 5,23-24). El fin de la oración, que es la unión con Dios, no puede estar en contradicción con una situación vital de división, de odio, de tensión en el orante. ¿Cómo es pensable dialogar con Dios, a quien no vemos, y que nos amó también en situación de tinieblas (Rom 5,9-10), si no dialogamos con el hermano, al que vemos (1Jn 4,20)?

Iniciar en la oración implica entrenamiento en el silencio que es capaz de escuchar y de percibir los signos de su presencia hasta en la oscuridad de la noche. Jesús se retira al silencio a orar e invita a los discípulos a entrar en el silencio (Mt 6,6). Hay realidades de la vida humana que sólo pueden existir en el silencio. Hay grados de relación interpersonal que precisan silencio para llegar a ellos. El silencio no es ausencia de presencia, sino profundidad del misterio personal que nos deja sin palabras para contemplar la espesura de la realidad del Otro. La catequesis tiene que llevar al catecúmeno del ruido al silencio, y del silencio a la contemplación del misterio, que es donde el corazón prorrumpirá las palabras más suyas y más densas. Iniciar en el verdadero silencio, en nuestro mundo de ruidos físicos y mediáticos, es una de las tareas de la catequesis. Esta, luego, tendrá que dejarse ayudar de otras ciencias del hombre para alcanzar la finalidad perseguida.

Iniciar en la oración exige cultivar en la persona actitudes de humildad (Lc 18,9-13), de confianza (Mt 6,7-9), de perseverancia (Lc 21,34-36). Estas actitudes centran a la persona en su sitio verdadero: creatura frente al Creador. La actitud de la primera ruptura entre el hombre y Dios que nana la Biblia en Génesis 3,5 es una actitud de orgullo, de querer «ser como dioses». Querer ser como dioses es lo que más nos distancia de Dios. En el cristianismo, no es cuestión de querer escalar hasta donde Dios está, sino aceptar que Dios baja donde nosotros estamos y nos toma de la mano. La oración del creyente no es cuestión de muchas palabras ni de abrumar a Dios con obsequios. Todo lo relacional es cuestión del corazón, es cuestión de amor y de confianza filial. La relación con Dios no es inteligible desde los cálculos comerciales, sino desde el amor de Padre a hijo y de hijo a Padre.

4. CONCLUSIÓN. Orar es un ejercicio difícil. Exige iniciación. Orar en el sentido de entrar en coloquio cálido y afectuoso con el Señor, en diálogo alejado de la rutina, en diálogo en el que se ponga en juego toda nuestra vida, con nuestras alegrías y nuestras penas, con nuestros éxitos y nuestros fracasos, en diálogo en el que nos dispongamos ante el otro sin prejuicios, sin posturas previas, sin condiciones...; orar así es difícil. Un diálogo que permita, si es necesario, hacer que nuestra vida cambie, un diálogo en el que podemos arriesgarnos a todo, no es fácil ni se puede lograr en unos días.

Orar bien requiere orar mucho. De la misma manera que necesitamos muchas horas de nuestra vida para intimar con los amigos o con la persona de nuestra vida, y siempre hay palabras nuevas que nos sorprenden; de la misma manera que dedicamos muchas horas a dominar bien un oficio o una profesión, debemos dedicar un tiempo diario y continuado para lograr una buena oración. A orar se aprende orando, como a amar, amando, o a andar, andando.

Y todo esto sin olvidar que no somos nosotros los interlocutores más importantes en el diálogo. Dios siempre es Dios. Y en la oración, Dios es el principal interlocutor. El impone su tiempo, su ritmo, que nosotros no sabemos. El es a la vez interlocutor y contenido mismo de la oración. El se irá comunicando conforme quiera y le parezca. La oración es un misterio de relación entre dos personas vivas que quieren intimar. Dios es el protagonista principal.

NOTAS: 1. A. M. TRIACCA, Homilía, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 434-436. — 2. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1997, 218. — 3. S. PINTOR, Celebración, en J. GEVAERT (dir.), o.c., 180-182. — 4 Este documento, aprobado por la LXX asamblea de la Conferencia episcopal española el 27 de noviembre de 1998, publicado por Edice, Madrid 1999, dedica a la liturgia de la iniciación cristiana todo el apartado B del n° 2 de la segunda parte (nn. 45-59), y otros números sueltos de la tercera (82, 99, 104, 109, 123, 132 y 135-138). — 5 M. SODI, Celebrare, en Dizionario di pastorale giovanile, Ldc, Leumann-Turín 1992, 160-165. — 6. CCE 2607-2615.

BIBL.: AA.VV., Educar a los jóvenes en la fe. Itinerario de evangelización para la comunidad cristiana, CCS, Madrid 1991; ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 19972; ALDAZÁBAL J., Vocabulario básico de liturgia, CPL, Barcelona 1994; BoROBIO D., La iniciación cristiana, Sígueme, Salamanca 1996; La celebración en la Iglesia 1. Liturgia y sacramentología fundamental, Sígueme, Salamanca 1991; LARRAÑAGA L, Itinerario hacia Dios, PPC, Madrid 1997; MORENO A., Orar, tiempo del Espíritu, PPC, Madrid 1998.

Álvaro Ginel Vielva