ACCIÓN PASTORAL
NDC


SUMARIO: I. Necesidad de la acción pastoral: 1. La etapa o acción catequizadora no prepara la etapa o acción pastoral; 2. Causas de esta carencia de preparación. II. Qué es la acción pastoral: 1. La catequesis permanente o educación permanente en la fe; 2. Hacia una maduración de las diversas dimensiones de la fe. III. Vacío de la acción pastoral: 1. Desconcierto pastoral y malentendidos; 2. Prever de forma concreta «el después». IV. Agentes de la acción pastoral y principios pastorales.


I. Necesidad de la acción pastoral

1. LA ETAPA O ACCIÓN CATEQUIZADORA NO PREPARA LA ETAPA O ACCIÓN PASTORAL. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso, la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de «acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido» (CT 24; cf IC 61).

Por lo que se deduce de este texto, la acción pastoral sigue a la acción catequizadora y se refiere a los jóvenes que han superado ya esa acción catequizadora –catequesis de iniciación– y a los adultos que han recorrido el proceso de catequesis iniciatoria, para concluir su iniciación cristiana. Unos y otros son ya sujetos activos de la etapa o acción pastoral en la comunidad cristiana.

La adultez o madurez en la fe es un objetivo cuyo alcance está más allá de la madurez que puede proporcionar un proceso catequético. Los símbolos que utilizamos —y que utilizaron los santos Padres– para describir los logros cristianos de la catequesis o acción catequizadora apuntan a los «cimientos de un edificio», «al esqueleto humano», «a las raíces de una planta». Estas imágenes –en los santos Padres– describen el catecumenado, ese período iniciatorio de catequesis básica en los comienzos de la experiencia de fe; período de introducción a la lectura y comprensión de la Palabra, de rodaje en la experiencia comunitaria. Pero, como dice el Directorio general para la catequesis, «el proceso permanente de conversión va más allá de lo que proporciona la catequesis de base. Para favorecer tal proceso se necesita una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe» (DGC 59). «La experiencia religiosa se convertirá en un fenómeno muy fugaz sin el apoyo de la institución. La institución –en nuestro caso la comunidad creyente–será la que permita que dicha experiencia crezca y se transmita de generación en generación»1.

Los cristianos que han superado la etapa catequética o acción catequizadora iniciatoria deberían encontrar en la comunidad, por lo menos, el nivel de vida comunitaria, oracional, de lectura de la Palabra comunitariamente comentada, el impulso misionero, etc., que han vivido en grupo a lo largo del proceso catequético, de forma que vayan creciendo en todos esos aspectos. No es esa, sin embargo, la realidad de nuestras parroquias. Muchísimos grupos que terminan el proceso catequético o acción catequizadora suelen experimentar un gran desconcierto. Bastantes grupos querrían continuar, pero ante la carencia de ofertas parroquiales que canalicen la experiencia de fe vivida en ellos, unos terminan por continuar profundizando el evangelio dominical; otros, algún libro de actualidad; otros grupos tratan de convertirse en una especie de movimiento apostólico, incluso se dan grupos que abordan temas que han sido elaborados para la etapa del primer anuncio y la precatequesis.

En realidad los catequizandos tendrían que ser informados y preparados para el después de la etapa catequética, para la etapa comunitario-pastoral que después van a vivir en la comunidad cristiana. Desgraciadamente, no es esa la realidad. Lo reconoce la Comisión internacional para la catequesis: «Un criterio, entre los más valiosos del proceso de la catequesis de adultos, desdichadamente descuidado con frecuencia, es el expresado por el compromiso de la comunidad que acoge y sostiene al adulto» (CACC 28).

2. CAUSAS DE ESTA CARENCIA DE PREPARACIÓN. Sin ninguna pretensión de analizar dicha carencia, cabría apuntar a dos causas fácilmente detectables:

a) Ninguna comunidad va a acoger —o se va a sentir responsabilizada para acoger— a aquellas personas —jóvenes o adultas— que provienen de una etapa de la evangelización —la acción catequizadora— con la que la comunidad no se ha sentido identificada o responsable. En concreto, la experiencia catequizadora con adultos es, en muchos casos, iniciativa de un sacerdote o un laico concreto; la comunidad la conoce, más o menos, pero no se siente responsable de esa acción como puede sentirse quizá de la misa dominical o de la catequesis de niños. Sin embargo, «el pueblo de Dios siempre debe entender y mostrar que la iniciación (cristiana) de los adultos es cosa suya y asunto que atañe a todos los bautizados» (RICA 14). En realidad, ese catequista laico —o presbítero— debería actuar como portavoz del deseo que la comunidad está viviendo y hace de puente entre ella y los adultos convocados; así el grupo de catequesis de adultos sería «un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana» (CF 72).

b) Nuestra praxis pastoral —lo decimos más arriba— está más pendiente del antes que del después en todos sus trabajos pastorales. Ha sido inútil insistir en diseñar el perfil de unas comunidades juveniles de referencia, antes de lanzarse a la catequesis preconfirmatoria situada en la adolescencia. Por eso, la mayor parte de los esfuerzos en torno a la confirmación no han sido más fecundos: han desembocado en el vacío comunitario. En esta incoherencia pastoral se sitúa una catequesis iniciatoria de adultos o de adolescentes-jóvenes, no canalizada después convenientemente en la vida de la comunidad.


II. Qué es la acción pastoral

La acción pastoral no se entiende en este trabajo «en su sentido amplio, como sinónimo de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, sino en su sentido estricto, como (tercera) etapa de la evangelización dirigida a los fieles de las comunidades cristianas que han sido ya iniciados en la fe» (CAd 38). Esta acción pastoral es requerida, bien porque la catequesis no busca más que una iniciación básica en la vida cristiana y esta debe ir madurando y creciendo después, progresivamente, en la vida de la comunidad, bien porque, a lo largo del proceso, se han observado lagunas importantes en algunas de las tareas catequéticas, lagunas impropias de un creyente adulto en la fe y que es preciso subsanar. Efectivamente «hay acciones que preparan a la catequesis y acciones que emanan de ella» (DGC 63).

Esta oferta de acompañamiento a los iniciados por parte de la comunidad está en la línea de lo que hacían los cristianos veteranos con los recién bautizados (los neófitos) en la época de los santos Padres: organizaban unas eucaristías conjuntas –neófitos y cristianos adultos en la fe– en el tiempo de pascua: bien para acogerlos en la comunidad, bien para profundizar y gustar los sacramentos recibidos. Pablo era consciente de la débil madurez de fe de los bautizados de Corinto que habían sido iniciados en el camino: «os di a beber leche, no alimento sólido, porque no lo podíais soportar» (lCor 3,2).

1. LA CATEQUESIS PERMANENTE O EDUCACIÓN PERMANENTE EN LA FE. La acción pastoral abarca todos aquellos medios que sirven a la maduración integral de los cristianos. Entre ellos, sobresale la catequesis permanente o educación permanente en la fe, en sus diversas formas. Entre estas se encuentran: la catequesis ocasional, como lectura cristiana de nuevos acontecimientos, el estudio y profundización de la Sagrada Escritura, la renovación de los sacramentos recibidos, fundamentalmente del bautismo, apoyándose en los tiempos fuertes litúrgicos, el estudio teológico para crecer en la inteligencia de la fe y poder así dar más claramente «razón de nuestra esperanza» (lPe 3,15), etc. Esto es lo que el nuevo Directorio propone como «formas múltiples de catequesis permanente» (DGC 72), siempre que «no se relativice el carácter prioritario de la catequesis como iniciación». Todas estas ofertas son, pues, un segundo grado (nivel) de catequesis, posterior a la catequesis de iniciación» (DGC 51, nota 64). Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también, cuanto más somos formados, más capaces nos hacemos de formar a los demás (cf ChL 63).

2. HACIA UNA MADURACIÓN DE LAS DIVERSAS DIMENSIONES DE LA FE. Pero, la comunidad cristiana debe ofrecer, además, a estos recién iniciados en la etapa catequética o acción catequizadora una continuidad en la maduración de aquellas dimensiones de la fe en que han sido iniciados y que constituyen la esencia de la misma. Concretamente, debe ayudar al crecimiento de:

a) La experiencia de la fe. K. Rahner dice: «el cristiano del futuro o será místico o no existirá en absoluto»2. El autor entiende al místico como un cristiano dotado de una experiencia profunda de cercanía y acogida de Dios en su interior. Muchas de las experiencias catequizadoras con jóvenes y adultos han abusado de hojas, libros, cuadernos.., han enseñado muchas cosas, pero no han favorecido la experiencia del encuentro con Dios, con Jesús, el Señor, en la fe, que es la base de la iniciación cristiana.

Por lo que respecta a los adolescentes, los encuentros preconfirmatorios a lo más que llegan, quizá, es a que comiencen a descubrir la simpatía por Jesús, que Jesús y su mensaje puede ser interesante para sus vidas; pero no llegan, al menos en un largo período de su catequesis preconfirmatoria, a la experiencia de encuentro con Dios, con Cristo, el Señor. Parte de nuestros iniciados –recientes y menos recientes– se han marchado de nuestras comunidades parroquiales acaso en busca de experiencias religiosas orientales, porque en la catequesis de iniciación hemos destacado la vertiente del compromiso en el campo socio-político o exigencia transformadora de la fe y no hemos favorecido suficientemente ni el encuentro vivo y personal con Jesús, el Señor (la experiencia cristiana), ni les hemos ofrecido con el mismo interés cauces de interioridad, oración, lectura cristiana de la vida, etc. «Los valores cristianos, a falta de la savia vital que los nutre (la oración), con el tiempo se ven aquejados de una anemia progresiva que los va vaciando de sustancia»3. «Es muy probable que, sin una asidua e intensa oración personal, resulte extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria»4.

Jesús dio una importancia capital a la oración personal en su vida. Los catequizandos y los catecúmenos se encargan de recordar a la Iglesia que las cuestiones eclesiales no son para ellos las más importantes. Para ellos, la gran cuestión es Dios: «Habladnos de Dios. Con los catecúmenos, la Iglesia siempre debe volver a empezar y a descubrir lo que constituye su fundamento, antes de hablar de sí misma. Nuestra misión consiste en acoger a los catecúmenos y escuchar lo que Dios dice a las Iglesias por medio de ellos. Si los ha llamado es con vistas a una novedad que queda por descubrir»5.

b) Una vivencia de celebración adecuada al nivel de fe de estos iniciados. «La liturgia... es el lugar privilegiado de la catequesis del pueblo de Dios» (CCE 1074) y «la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis» (CT 48).

Con todo, parece obligado que las comunidades cristianas ofrezcan periódicamente a los cristianos ya iniciados unas eucaristías distintas, más reposadas, en las que se pueda comentar en común la Palabra, recitar salmos, cantar recogidamente, etc., como lo hacían durante el proceso catequético. Esto es más necesario tratándose de jóvenes, ya que dicen no hallarse a gusto en el marco de nuestras celebraciones parroquiales. Su mundo simbólico-cultural diferente, la calidez de sus grupos de fe, etc., están pidiendo celebraciones periódicas pensadas para ellos. La maduración de la fe y la experiencia de las celebraciones que han promovido las catequesis preconfirmatorias no son, quizá, lo suficientemente fuertes como para impulsar a los adolescentes recién entrados en la juventud a participar habitualmente en la celebración dominical adulta. Por eso es importante estimular a estos jóvenes a no perder el contacto con esta celebración dominical, pero ofreciéndoles en momentos oportunos celebraciones más adaptadas a ellos, porque «la catequesis (y la misma educación permanente) se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental» (CT 23).

c) La dimensión comunitaria. Las comunidades parroquiales no suelen ofrecer espacios y relaciones cálidas de amistad, oración, compartir y fiesta, como los cristianos iniciados lo han encontrado en el camino catequético-catecumenal. De ahí que las comunidades cristianas deban ofrecer en su interior plataformas comunitarias que puedan servir de referencia, de acompañamiento y de acogida para nuevos grupos en búsqueda de la fe. El estilo de vida y funcionamiento de estas comunidades no es algo definido y terminado, donde se incorporan calladamente los que vuelven; al contrario, «estos se unen a un modo de existencia que también ellos contribuyen a definir»6.

No obstante, para potenciar esta dimensión comunitaria, Juan Pablo II recalca la conveniencia de las pequeñas comunidades eclesiales en el marco de las parroquias y no como un movimiento paralelo que absorba a sus propios miembros; estas «pueden ser una ayuda notable en la formación de los cristianos, pudiendo hacer más capilar e incisiva la conciencia y la experiencia de la comunidad y de la misión eclesial» (ChL 61; DGC 258c).

d) La dimensión apostólico-misionera. Dado que la misión pertenece a la esencia de la Iglesia («ella existe para evangelizar» [EN 14]), «designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), y reconociendo que la dimensión de la misión es hoy día, acaso, la dimensión menos trabajada en los procesos catequéticos, las comunidades deberán pensar en esa laguna, presentando a los catequizandos ofertas que les ayuden, por una parte, a crecer en conciencia e ilusión misionera, y por otra, a canalizar su capacidad y deseo de compromiso (pedagogía del compromiso). «La comunidad es misionera y la misión es para la comunidad» (ChL 32). El compromiso, la actividad, es quizás el apoyo de mayor enganche para que los adolescentes –ya jóvenes confirmados– continúen suficientemente adheridos a la comunidad cristiana.

En este sentido, sería de desear y de esperar que los cristianos iniciados en la lectura de los acontecimientos desde claves cristianas pudieran desembocar en grupos de revisión de vida o movimientos apostólicos. «Es muy propio de los seglares, repletos del Espíritu Santo, convertirse en constante fermento para animar y ordenar los asuntos temporales según el evangelio de Cristo» (AG 15).

En una palabra, todo catequizado debe encontrar en la comunidad la forma de desarrollar y crecer en todas las dimensiones de la fe en que han sido iniciados. Para él es muy importante poder verificar en la comunidad lo que ha tratado de descubrir en el proceso catequético. «La experiencia habla claramente del fallo de una catequesis que sólo presenta la experiencia cristiana como debería ser, es decir, en abstracto, sin confrontación visible y constatable con la realidad vivida por la comunidad»7. Es triste reconocer que esta convicción, tan lógica pastoralmente, no se verifica en la mayor parte de las parroquias.


III. Vacío de la acción pastoral

1. DESCONCIERTO PASTORAL Y MAL ENTENDIDOS. Hemos recordado que muchos de los grupos de catequesis de jóvenes y adultos, una vez terminado su proceso catequético, han sufrido una gran desorientación y, en algunos casos, una sensación de abandono, dado que la mayoría de las parroquias no cuentan con un proyecto pastoral donde se contempla la catequesis de adultos ni su salida hacia el futuro. Ante esto, y ante el deseo de no querer perder lo adquirido a lo largo del proceso catequético, muchos grupos optan por seguir reuniéndose comentando algún libro, preparando la liturgia dominical con los textos bíblicos... Otros optan por transformarse en una pequeña comunidad cristiana, pero sin una perspectiva clara: hacia dónde va, cómo incorporar lo específico del camino catequético recorrido, cuál es su diferencia con lo que hasta ahora han vivido en el proceso de catequesis iniciatoria... Este hecho afecta más claramente a aquellos miembros que se han visto obligados a ir a otra parroquia para realizar su proceso catequético.

Esta situación puede provocar malentendidos en los responsables parroquiales, que llegan a pensar que el trabajo catequético con adultos desangra a las parroquias, porque se lleva a sus mejores cristianos, o que, al final, desemboca en algo que la catequesis de adultos ha tratado siempre de evitar: que la catequesis promueva «un movimiento comunitario paralelo, al margen de nuestras parroquias, sin contribuir a renovarlas, lo que supondría que la catequesis no ejerce su misión de incorporar a los cristianos a la comunidad» (CAd 54).

2. PREVER DE FORMA CONCRETA «EL DESPUÉS». Por lo que respecta a los adolescentes-jóvenes, es claramente constatable que, una vez terminada la catequesis iniciatoria de la confirmación, muchos abandonan la comunidad cristiana, salvo en contados casos en que determinados jóvenes continúan porque, detrás de ellos, hay una comunidad de jóvenes mayores que los ha acogido. Bastantes responsables parroquiales se preguntan: ¿qué aporta la catequesis a la vida parroquial, si todos los esfuerzos catequéticos, sobre todo con adolescentes, no se ven compensados con una posterior incorporación activa a la vida de la comunidad? Se les puede responder interpelando su modelo de funcionamiento pastoral: hay que prever salidas, al catecumenado de confirmación, por ejemplo, mediante grupos de fe en los que se realice la educación permanente de la fe, se contrasten las acciones apostólicas llevadas a cabo en el entorno social, se celebre gozosamente la fe y así se colabore al crecimiento de la comunidad parroquial. Esto supondría una preparación de animadores de estos grupos o de otras posibles salidas pastorales.

La catequesis es sólo una forma peculiar de educar la fe; no se le debe atribuir, ni ella debe apropiarse, más campos ni responsabilidades que los suyos propios (cf CC 59). «No es tarea específica de la acción catequética el promocionar, crear y organizar la vida comunitaria de una Iglesia local» (CC 288). Pero el movimiento catequético no puede abandonar a quienes, una vez iniciados, buscan apoyos comunitarios. Son varios los secretariados diocesanos de catequesis que, en labor de suplencia, han tratado de impulsar y coordinar ese movimiento comunitario plural de jóvenes ya iniciados.

Las actuales parroquias ¿pueden organizar una acción pastoral de cara a los iniciados en la fe? Este planteamiento de unas comunidades que siguen, acogen y planifican acciones para quienes terminan su iniciación cristiana, o vuelven a la fe, está suponiendo unas auténticas comunidades propias para tiempos de misión, y la parroquia, institución heredada de la cristiandad, difícilmente puede responder a esa exigencia comunitaria, a no ser que se transforme mucho más de lo que se ha transformado. En efecto, «la comunidad cristiana es germen y matriz de iniciación, cuando se sitúa en estado de misión, y en continua referencia catecumenal» (C. Floristán).

¿No habrá que tomar más en serio que las parroquias que quieran convocar a los adultos a grupos de catequesis han de contar con plataformas o cauces comunitarios adultos capaces de acompañar y acoger a los que realicen el camino catequético? Ciertamente, cuando los grupos de catequesis de adultos empiezan en una parroquia, hay que iniciarlos lo mejor que se pueda, pero con la intención de que, más adelante, la parroquia cuente con estas plataformas comunitarias que sean punto de referencia, de acogida y acompañamiento para otros grupos catequéticos de adultos, de jóvenes y hasta de niños.

¿Habrá que reconocer que aquellos lugares pastorales en que existen comunidades juveniles asentadas, sean parroquiales o de otro estilo (CVX, Fraternidades marianistas, franciscanas, Juventudes marianas, vicencianas, comunidades Adsis, neocatecumenales...), son los lugares más indicados desde donde se puede convocar a los adolescentes a la confirmación? Ciertamente, para comenzar habrá que hacerlo lo mejor que se pueda, para que en el futuro se den esas comunidades juveniles vivas. Otra cosa serán las relaciones que las comunidades no parroquiales han de promover y cultivar con la diócesis y las estructuras de la Iglesia diocesana, con la ayuda de la misma diócesis.


IV. Agentes de la acción pastoral y principios pastorales

El esquema todavía utilizado para hablar de los agentes-responsables —«la acción misionera es obra de todos; la acción catequética es obra de los catequistas, y la acción pastoral pertenece a los pastores»— no responde ya a una actual concepción de la Iglesia evangelizadora. Las tres acciones implican a toda la comunidad cristiana, si bien los grados de responsabilidad en los cristianos pueden variar de unos a otros. No cabe responsabilizar únicamente a los párrocos o a los consejos pastorales parroquiales de la ausencia de una buena acción pastoral. Hay que reconocer que los mismos iniciados en la fe no muestran con frecuencia verdadero interés por poner en marcha o incorporarse a esas plataformas comunitarias: grupos de fe, escuelas bíblicas, grupos de revisión de vida, comunidades eclesiales de base... ¿Será que no ha sido acertada la catequesis de iniciación en la fe? ¿O tendremos que invocar, una vez más, a nuestra debilidad, a nuestra condición de pecado: «llevamos este tesoro en vasijas de barro»? (2Cor 4,7). A la hora de intentar poner en marcha la acción pastoral, parece obligado recordar tres principios pastorales:

a) No hay catequesis sin comunidad. Los catequistas no transmiten lo que se les ocurre. Disponen del mandato de Jesús: «Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,20). Esto Jesús se lo dice a los apóstoles como Iglesia naciente. La comunidad cristiana es el origen de la catequesis. Más aún, «el ámbito normal de la catequesis es la comunidad» (MPD 13). Más todavía, «la catequesis es una acción educativa que se realiza desde la responsabilidad de toda la comunidad, en un contexto o clima comunitario referencial, para que los que se catequizan se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad» (CAd 126).

b) No hay comunidad sin catequesis. Desde los comienzos de la Iglesia de Jesús observamos que la predicación apostólica y la catequesis —la escucha de la enseñanza de los apóstoles (He 2,42)— eran uno de los pilares de la comunidad. Esta iba creciendo porque los que se bautizaban —tras haber escuchado y obedecido al evangelio (una vez iniciados) (cf He 2,37-40; 8,4-10)– se agregaban a la comunidad (He 2,41; 8,11-13). La comunidad se reúne en torno a Jesús, y la meta de la catequesis es vincular a los catequizandos con Jesús (cf He 9,5-6).

c) Es incoherente una catequesis de iniciación cristiana si no están proyectados, para después, unos medios que den profundidad y madurez a dicha iniciación: la catequesis o educación permanente en la fe, «elementos muy importantes de la acción pastoral (cf DGC 49, 51c, 69-72). Esto no indica que toda comunidad parroquial debe ser capaz de ofrecer todos los medios posibles para realizar una auténtica acción pastoral. Tanto las pequeñas comunidades eclesiales de base y los grupos de fe, como los cursos teológico-bíblicos, las celebraciones especiales para iniciados etc., pueden —y en algunos casos deben— ser interparroquiales. Esto es más patente en la actual situación pastoral, con una carencia fuerte de presbíteros que impulsen la acción pastoral. Los ámbitos pastorales supraparroquiales que comienzan a ser una realidad en muchas diócesis, son un claro exponente de todo ello.

Reconocemos al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, como el gran agente de la acción pastoral. Sin él, Dios queda lejos, Cristo queda en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es simple organización, una dominación la autoridad, una propaganda la misión, una evocación mágica el culto y una moral de esclavos el quehacer cristiano»8.

NOTAS: 1. P. BERGER, Una gloria lejana, Herder, Barcelona 1994, 209. — 2.- K. RAHNER, Elementos de espiritualidad para la Iglesia de mañana. Stuttgart 1989; cf Schriften 14, 180. — 3. J. L. Ruiz DE LA PEÑA, Crisis y apología de la fe, Sal Terrae, Santander 1995, 338. – 4. J. MARTÍN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995, 68. - 5. COMISIÓN NACIONAL FRANCESA DE CATEQUESIS, Catecumenado de adultos, Mensaje-ro, Bilbao 1996, 14. – 6 Cf Ib, 7. —7. E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 194. –8. Congreso Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1986, 174; cf EN 74-80.

BIBL.: BOURGEOIS H., Los que vuelven a la fe, Mensajero, Bilbao 1995; GARITANO F., La catequesis de la comunidad cristiana y en la Iglesia local, Teología y catequesis 4 (1983) 559-577; Una praxis pastoral que estimule la pertenencia a la comunidad cristiana, Teología y catequesis 51 (1994) 85-101; GONZÁLEZ FAUS J. I., Nueva evangelización, nueva Iglesia, Cristianisme i justicia, Barcelona 1992, 14-26; MOVILLA S., Del catecumenado a la comunidad, San Pablo, Madrid 1982, 141-183; PAGOLA J. A., ¿Cómo renovar nuestras parroquias?, en Congreso: Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid 1988, 3' ponencia, 133-181: SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE MADRID, De la cristiandad a la comunidad, San Pablo, Madrid 1978; XIII REUNIÓN DE VICARIOS DE PASTORAL, Evangelización de la increencia. La renovación de la acción pastoral, Publicación ciclostilada, Madrid 1987, 58-66.

Félix Garitano Laskurain